20. La noche de bodas de Dante y Dánae
Después de una ducha reparadora y una ojeada al plano de la ciudad que Deathmask había obtenido en el aeropuerto, la pareja salió del hotel con la intención de pasear, cenar y conocer las típicas tabernas que daban fama al céntrico y festivo barrio de Temple Bar, en el cual se alojaban.
La noche ya había comenzado a animarse, como correspondía a un viernes, y turistas y residentes se mezclaban en las calles, pavimentadas con los característicos adoquines y saturadas de pubs y restaurantes cuyas banderolas rojas y verdes decoraban las fachadas a uno y otro lado.
—¿Y cómo es que nunca habías estado en Irlanda, con todo lo que has viajado? —inquirió Kyrene al pisar la acera, entrelazando los dedos con los de Deathmask.
—Dado el tipo de trabajos que me encargan, suele tocarme el sur de Europa, gatita. El norte es patrimonio de Afrodita y Camus, sobre todo. Pero agarrarme un buen melocotón en Dublín contigo me parece casi un sueño erótico... ¡Oye, con esos vaqueros podrías conseguir trabajo de gogó en algún antro! Nadie se fijaría en cómo bailas y nos pondrían toda la bebida por la cara.... Bueno, mejor dicho, por la retaguardia... —bromeó él, mientras le miraba el trasero sin ningún disimulo.
—Como se te ocurra emborracharte, juro que te dejo tirado y me marcho con el primer grupo de tías fiesteras que me encuentre; estás advertido —se la devolvió ella, preocupada por la posibilidad de quedarse sola en un país desconocido cuyo idioma estaba lejos de dominar.
—¡Tú no harías eso! Además, desde que me tomé en serio la tarea de seducirte dejé de beber casi por completo para que me vieses como un hombre formal. Mira, ya estamos rodeados de bares. Al final ha sido buena idea reservar el hotel aquí cerca... ¿Dónde quieres cenar?
—Me sirve cualquier sitio que me ponga un plato hasta arriba de carne y patatas, ¡estoy muerta de hambre!
Continuaron andando sin un rumbo fijo hasta que un restaurante en particular captó su atención: ofrecía, con total falta de modestia, los mejores solomillos de la ciudad, así que se dejaron tentar y entraron dispuestos a comprobar la veracidad de aquella afirmación. Una hora después, satisfechos y bien llenos, pagaron la cuenta y retomaron su camino, esta vez en dirección al Oliver St. John Gogarty para que Deathmask degustase sus archiconocidas pintas de cerveza, mientras la fina lluvia que comenzaba a caer sobre ellos hacía a Kyrene alegrarse de haber metido en la mochila una chaqueta impermeable.
—Espera, ¿vas a ponerte esa horterada, gatita? ¿Quieres que te tomen por una abuela? Pensarán que soy tu nieto, o tu gigoló...
—¡Eh, oye! No me apetece mojarme el pelo, tú tampoco querrías si lo tuvieses largo... —se ajustó la antiestética prenda y acomodó la melena bajo la capucha sin hacer mucho caso a la queja de su novio.
—¡Yo lo tengo perfecto! —replicó él, atusándose el flequillo con un gesto de actor hollywoodiense que hizo reír a la chica—. Nada puede con este tupé, preciosa.
—Vale, vale, lo que digas. Entra y bebe, anda, así pasarás un rato calladito...
El Gogarty ya estaba bastante ocupado y resultaba complicado mantener una conversación entre los gritos y las canciones de los grupos que lo abarrotaban; pese a todo, Deathmask y Kyrene se las arreglaron para encontrar un hueco junto a la barra y pidieron un par de bebidas con las cuales pasaron unos veinte minutos antes de que el italiano se levantase con un gesto de fastidio.
—Gatita, aquí hay demasiado ruido, ¿qué tal si buscamos un sitio más tranquilo?
—¡Joder, pensé que no me lo pedirías nunca!
De nuevo en las calles, se alejaron del ajetreado centro de la ciudad, descartando los pubs más renombrados y adentrándose en vías cada vez menos frecuentadas por los turistas hasta dar con una pequeña taberna cuyo humilde exterior les recordó un tanto a la que Kyrene regentaba. Se sonrieron uno al otro, acordando entrar sin necesidad de decirse nada, y tomaron asiento en torno a una mesa medio desvencijada que amenazaba con perder una pata en cualquier momento.
El ambiente, de tan calmado, resultaba casi aburrido, con música de aire celta y un viejo televisor colgado en un extremo, en cuya pantalla los invitados a una tertulia debatían la situación de la liga de fútbol; la iluminación era tenue, por no decir pobre, y la decoración, sencillamente inexistente, salvo que se incluyese en ese epígrafe a los clientes, en su mayoría jubilados que tenían pinta de llevar allí dos o tres décadas acumulando polvo sin moverse de sus taburetes. Un camarero rubicundo y pachorriento se les acercó arrastrando los pies para preguntarles qué querían beber y les sirvió con tanta lentitud que Kyrene se preguntó si estaría medicado o solo falto de sueño.
—No seas así, puede que el chaval no dé para más. No todo el mundo es un rabo de lagartija como tú, nena —la reconvino Deathmask, con su habitual sentido del humor—. Además, estás de vacaciones, así que nada de comparar servicios; yo prometo no opinar si los yayos se lían a golpes, ¿de acuerdo?
—Tienes razón, si veo algún mamarracho revoloteando cubierto de metal no te avisaré, para que puedas desconectar —se mofó ella, rozándole la barbilla con la nariz.
—Bueno, diría que estos tipos nacieron más o menos cuando Dohko y Shion, quizá nos sorprendan... Esa generación fue muy peleona...
No pasaron más de quince minutos antes de que la conversación entre los jóvenes fuese sustituida por besos, cautos al principio y ardientes después, amparados por el anonimato y la penumbra del local, con los brazos de Deathmask en torno a la cintura de la chica, que le acariciaba a su vez los cuádriceps con una mano.
—Están todos a su aire, hibernando... Podría sacártela aquí mismo y manosearte bajo la mesa y ni se enterarían...
—No tienes los ovarios tan gordos como para hacer eso, gatita —la desafió él.
—¿Crees que me importa que estas tortugas centenarias me vean toquetear a mi novio? ¡Estamos a casi cuatro mil kilómetros de casa, so bobo! —respondió Kyrene, desabrochándole el primer botón del vaquero y bajándole la cremallera con desparpajo.
—¡Pequeña pervertida! ¿De verdad vas a hacerme una paja irlandesa? —murmuró él, con los labios pegados a los de ella y una sonrisa perversa.
—No sé qué es eso, pero me da que sí...
—Yo tampoco lo sé, me lo acabo de inventar...
Kyrene se lamió la palma discretamente y la deslizó bajo el pantalón y la ropa interior del caballero -con bastante dificultad, dado lo estrecho de ambas prendas-, localizando enseguida su objetivo y rodeándolo con los dedos. Mirándole a los ojos, comenzó a masturbarle, despacio y con una expresión tan inocente que cualquier observador habría pensado que charlaban acerca de un tema baladí.
—Joder, no pensé que tendrías valor... —admitió él, entornando los párpados.
—No me pongas a prueba.
—¿Y vas a seguir hasta que me corra...?
—Tú disimula y disfruta — ordenó ella, antes de sellar su boca con un húmedo beso.
Él obedeció y se dejó llevar, todavía abrazando su talle y tratando de mantener una actitud lo más normal posible, pero el hecho de que le manosease en un rincón de un pub decadente sin preocuparse de que pudiesen verles le resultaba demasiado excitante. A cada sacudida, se le escapaban broncos jadeos que ella se esforzaba en ahogar con sus propios labios. No tardaría mucho en terminar si aquella situación continuaba, se dijo a sí mismo, y sin embargo no se le pasaba por la cabeza pedirle que se detuviese hasta que escuchó un grito:
—¡Maldita sea! ¡Por mis ancestros, Conan, invita a los recién casados a una ronda de mi parte!
Kyrene y Deathmask cortaron su beso y se giraron hacia la fuente de la estentórea exclamación: un enorme parroquiano, casi tan ancho como alto, que les saludaba con un brazo, acodado en la barra. Ella, sonrojada de repente, hizo el ademán de retirar la mano, pero el guerrero se lo impidió, aferrándola por la muñeca y mascullando:
—No me sueltes ahora, gatita, o te delatarás... Finge que no pasa nada y enseguida nos dejarán en paz...
—¡Enhorabuena, pareja! —continuó el hombre, mientras el camarero se aproximaba a la mesa con su paso de caracol para depositar en ella dos espumosas pintas de cerveza.
—¿Hablas con nosotros? —preguntó Deathmask, con un pulcro acento británico, a la vez que cubría la extremidad de Kyrene con su camiseta.
—¿Con quién si no? ¡Os besáis con tanta pasión que solo podéis ser recién casados! A menos que estéis viviendo en pecado, en ese caso no os invitaría...
—¡Pero si sois un matrimonio católico como Dios manda, deberíamos pagaros todo! ¡Eso ya no se ve por el mundo! —se sumó un anciano que jugaba a los dados con tres compañeros a algunas mesas de distancia.
La propuesta fue secundada con alegres voces de aprobación por el resto de los clientes, haciendo que las mejillas de la griega alcanzasen un color comparable al de las fresas maduras.
—¡Pues claro que somos un matrimonio decente, de los de toda la vida! —rio Deathmask, aprovechando el revuelo para abrocharse el pantalón y levantarse con total soltura— Mi nombre es Dante y esta es mi esposa, Dánae — encantado con la idea de inventarse una historieta para beber sin pagar, la tomó de la mano y la hizo incorporarse a su vez—. Acabamos de llegar de Roma, donde nos hemos casado por el rito católico, como debe ser.
—¡Conan, ponles otra por mí! —exclamó uno de los compañeros de partida del que había hablado antes.
—Dejadme que os diga que mi esposa profesaba la fe ortodoxa, pero cuando nos prometimos, decidió convertirse al catolicismo... —el aplomo con el que su "marido" apilaba mentira sobre trola sin inmutarse agregó un nivel de rojo más al rostro de la chica, que atinó a sonreír sin saber muy bien todavía por dónde iban los tiros.
—Ya, Dante, a estos señores no les interesa nuestra vida... —le reprendió, pisándole para sacarle de su mundo de fantasía.
—¡Claro que nos interesa! ¿A que sí, chicos?
El anciano de los dados cruzó el local hasta sentarse junto a ellos y se presentó ceremoniosamente, besando la mano de Kyrene en un anacrónico ademán que casi hizo a Deathmask desternillarse de risa al advertir que era la misma que ella había usado para masturbarle.
—O sea, que no sois de aquí... —se aventuró el irlandés, dando un trago a su pinta y relamiéndose para eliminar el bigote que la cerveza había dibujado en su labio superior al tiempo que ellos volvían a ocupar sus sillas.
—No: yo soy romano —Kyrene arqueó una ceja al darse cuenta de que, en realidad, no tenía ni idea de si eso era cierto— y ella es tesalonicense, pero cuando decidimos casarnos vio la luz, ¿verdad, mi amor?
—¡La salvaste del infierno! —proclamó uno de los viejos, agitando el puño— ¡Es una mujer afortunada!
—¡Ah, el infierno! No lo sabes tú bien, amigo —ironizó el italiano.
Ella bajó los ojos, en parte divertida por el talento y el entusiasmo con el que Deathmask interpretaba su papel a cambio de unas pintas gratis, pero también molesta por la súbita interrupción del momento tan íntimo y morboso que estaban protagonizando.
—Dánae es muy tímida —continuó él, adoptando un tono confidencial y acercándose más a su interlocutor—; es más, no debería decir esto, pero... es virgen... como ves, somos de lo más tradicionales...
Kyrene giró la cabeza para intentar aguantar una carcajada, ¿cómo podía Deathmask tener la cara tan dura? No era de extrañar que Shion le encargase infiltrarse en todo tipo de organizaciones: desde luego, inventarse personajes se le daba de maravilla...
—Espera, ¿me estás diciendo que esta es vuestra noche de bodas? —tras interpretar el gesto de la chica como una muestra de recato, el viejo estaba tan eufórico que parecía haber rejuvenecido y, de repente, daba la impresión de ser capaz de celebrar aquella noticia bailando sobre las mesas.
—Bueno, técnicamente fue hace un par de días, pero estábamos tan agotados tras la fiesta que preferimos descansar un poco y estrenarnos durante el viaje, sin parientes alrededor... Eso sí, hoy, en cuanto volvamos al hotel, esta hermosa joven y yo haremos efectivos nuestros votos, pase lo que pase.
—Un momento... —dijo el hombre, con suspicacia, mirando las manos entrelazadas de la pareja— ¿Dónde están vuestros anillos de casados?
—¿No es evidente? ¡En la caja fuerte de la habitación! Nuestras alianzas son una valiosa herencia familiar, bendecidas por el mismísimo Papa, ¿crees que nos expondríamos a perderlas o que nos las robasen estando tan lejos de casa?
El anciano compró la enésima mentira de Deathmask, cuya beatífica sonrisa habría podido desarmar a un ejército, y asintió.
—¡Eh, gente! ¡Es su noche de bodas!
—¿Es en serio? ¡Conan, ponles otra!
—¿Por qué no venís a sentaros con nosotros? ¡Os invitamos a la siguiente!
—¡Con cuidado, amigos! ¡Acabaremos emborrachándoles y no podrán cumplir!
—¡Venga, acompañadnos!
Deathmask miró a Kyrene, que se encogió de hombros, resignada a pasar su primera noche en la Isla Esmeralda del modo más surrealista posible:
—¿Por qué no? ¡No es que tengamos nada mejor que hacer! ¿No es cierto, amado esposo? —rio, burlona, acercándose al resto de los clientes, que la recibieron entre vítores y aplausos— Y ya que estamos, ¿no tendréis por casualidad una baraja francesa?
El camarero llamado Conan había salido de su letargo y servía pintas -a una velocidad que Kyrene habría creído imposible apenas un rato antes- a las dos docenas de vecinos congregados a su alrededor, que lanzaban exclamaciones en inglés e irlandés.
—Sláinte! —vociferó el primero en dirigirse a ellos, levantando su jarra para proponer un brindis.
—Go maire tú! —le secundaron los demás, en un estruendo de vidrios chocando y espuma salpicando por doquier.
—¡Mucho mejor aquí que en ese sitio tan pijo! ¿Eh, gatita?
—¡Que paséis la noche entera sin dormir!
—¡Y ojalá sea solo la primera de muchas!
De repente, los presentes comenzaron a entonar una canción tras otra, rodeándoles por los hombros para bailar con ellos y llegando incluso el más corpulento a levantar a Kyrene sobre su espalda, en un movimiento tan rápido que la chica no pudo evitar gritar de sorpresa y agarrarse a su pelo.
—¡Eh, eh! ¡Cuidado con mi mujer, no la lesionéis justo ahora! —bromeó el italiano, que se estaba divirtiendo como uno más aunque no entendía ni media palabra de los cánticos irlandeses con los que les atronaban.
—¡Que el viento sople siempre a vuestro favor, que el sol os caliente el rostro, que la lluvia caiga con suavidad sobre vuestros campos y, hasta que volvamos a vernos, que Dios os lleve en la palma de la mano!
—Go maire tú!
—Sláinte! ¡Felicidades!
Las canciones y los buenos deseos se sucedían sin pausa entre carcajadas y rondas de cerveza, en un improvisado festejo que se prolongó durante más de media hora hasta que una voz aguda cortó la danza sin más:
—¡Pero bueno! ¿Se puede saber qué es este escándalo?
El silencio se adueñó súbitamente de la sala y todos se volvieron hacia la puerta de la cocina, en cuyo umbral se recortaban las siluetas de cuatro mujeres, las únicas presentes además de Kyrene.
—Maureen... —balbuceó Conan, dirigiéndose a la que parecía capitanear la avanzadilla— No te enfades... Ellos...
—¿Ellos, qué? ¡Ellos, nada! —exclamó Maureen, una dama alta de fulgurantes ojos grises, con el cabello cobrizo recogido en un moño medio deshecho y una gruesa cuchara de madera en la mano a modo de arma— ¿Es que no podemos ver una película sin que arméis un alboroto?
—No, yo... no es eso...
—¿Y qué imagen del pub vais a dar a esos desconocidos? ¡Con razón nunca viene nadie salvo este hatajo de palurdos!
Las tres mujeres que estaban detrás de Maureen la jalearon, asintiendo con vigor a cada una de sus palabras y quejándose por la interrupción. La película debía de ser de verdad interesante, pensó Kyrene, dirigiendo a Deathmask una cómplice mirada de soslayo mientras el coloso sobre cuya cabeza seguía encaramada la ayudaba a bajar para dejarla con cuidado en el suelo.
—Maureen, los chicos querían agasajar a estos señores, que están de luna de miel —consiguió decir Conan, cuya voz temblorosa evidenciaba el respeto que la mujer le inspiraba.
—¿De luna de miel? ¡Oh, eso lo cambia todo! —ahora ellas sonreían con amabilidad, felices de tener un nuevo objetivo al que dedicar su atención e inspeccionando cada detalle de la humilde apariencia de los extranjeros.
—Se han casado en Roma... —murmuró uno de los ancianos, con el mismo tono que un espía cinematográfico, provocando que cuatro pares de ojos se abriesen de par en par.
—¿En Roma? ¡Querida! ¡Tienes que contarnos todo! ¿Fue en el Vaticano? —quiso saber una de las mujeres, con la cabeza repleta de resplandecientes canas argentadas, al tiempo que la tomaba por el brazo.
—...Y su marido dice que aún no han... ya sabéis —aportó un tercero, haciendo un elocuente y vulgar gesto con un aro formado por el índice y el pulgar.
—¿¿Cómo??
—¿Qué?
—¿A tu edad? ¡Vaya, debes de ser muy devota!
—¡Eso es una excelente crianza! ¡Se nota que tus padres se preocuparon por inculcarte la fe cristiana, deben de estar muy contentos contigo! —la felicitó otra, tirando de ella en dirección a la cocina.
—¿Ya sabes todo lo necesario para esta noche, querida?
—¿Cómo no lo va a saber? ¡Pero si les enseñan todas las porquerías en la escuela!
—¡No en los buenos colegios tradicionales!
—¡Dea... Dante! —Kyrene le interpeló, suplicante, pero el italiano se limitó a troncharse de risa mientras la veía desaparecer tras la pesada puerta de roble, levantando su pinta como si brindase por ella.
No bien las mujeres hubieron salido, Conan recuperó la compostura y rellenó todas las jarras con presteza.
—¡Ahora estarán un buen rato entretenidas! —clamó, ufano.
—¡Y nosotros podremos divertirnos sin que nos molesten!
—¡Y le darán a tu mujer un par de lecciones acerca de cómo tratarte para que estés siempre satisfecho como un rey!
Deathmask bebió de nuevo y dejó la jarra sobre la barra con un golpe seco.
—Eh, vaya, ¿no es un poco antiguo eso? Se supone que yo también debería esforzarme en tenerla contenta, ¿no?
En aquel momento, la puerta de la cocina se abrió y un brazo del color de la leche hizo señas para que alguno de ellos se aproximase. El que estaba más cerca obedeció y pegó la oreja al hueco de la puerta, moviendo la cabeza de modo afirmativo a la vez que unos labios femeninos le transmitían un misterioso mensaje antes de volver a cerrar de un portazo.
—¡Con razón le preocupa no hacer feliz a su mujer, señores! —declaró, en tono solemne— ¡La chica dice que él también es virgen!
Maldita Kyrene, pensó Deathmask, con una sonrisa; siempre se las arreglaba para devolvérsela. Por algo estaba enamorado de ella.
—¡Ven, joven Dante! Vamos a compartir contigo toda la sabiduría de los auténticos caballeros irlandeses. Cuando terminemos contigo, serás capaz de hacer gimotear de gusto a esa chiquilla...
—¡No se hable más! ¡Soy un lienzo en blanco! ¡Pero nada de ejercicios prácticos! —concordó él, dispuesto a seguir la broma y apurando su jarra de un trago.
Parece que la cosa se va animando y solo es la primera noche del viaje... ¿descubrirán los irlandeses la mentira de Deathmask y Kyrene o seguirán invitándoles a copas? ¿Las señoras querrán hacerle a ella un examen práctico para comprobar que de verdad está sin desprecintar?
Para manteneros con los dientes largos, os dejo un pequeño avance del siguiente capítulo, "Donde el cuerpo nace de la piedra":
—Hay dolor en ti, hay rabia y fuego, al igual que en él. Pero el amor os hace fuertes. El amor suaviza el dolor y atenúa las cicatrices del alma. Sin embargo... la oscuridad acecha. No tiene por qué ser malo, pero puede apoderarse de ti, devorarte... Nutrirse de tu ira y de tu pena, niña...
—Señora, no entiendo nada de lo que dice —musitó Kyrene, desconcertada.
—Llegará un momento en que tu vida no te pertenezca. Solo tus lágrimas serán tuyas.
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