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19. ¿Quién es la señora Dimitraki?

Kyrene observó a través de la ventanilla la lluvia que les acompañaba desde hacía veinte minutos, responsable del legendario verdor de la isla, y tragó saliva para intentar descongestionar sus oídos, que se obstinaban en chasquear a causa de la presión hasta marearla. A su lado, Deathmask, todavía adormilado, bostezó y la rodeó con el brazo, atrayéndola hacia él en un reconfortante contacto.

—¿Cómo vas, gatita? Mira, enseguida tocaremos tierra.

—Sí, lo siento en los tímpanos —concordó ella, con el ceño fruncido—; es bastante molesto.

—Solo será un momento. ¿Has pasado mucho miedo?

Omitiendo la respuesta, ella cerró los ojos y se recostó en el hombro del caballero, dejando que su nariz se saturase de aquel seductor olor a madera y cítricos. A diferencia de él -que había caído redondo a los diez minutos de despegar tras explicarle en detalle el procedimiento técnico con la esperanza de diluir su temor-, había aguantado las cuatro horas de vuelo rígida en su asiento, fingiendo leer mientras imaginaba mil accidentes, aterrizajes de emergencia, incendios y secuestros con bombas incluidas. Ni siquiera las palabras que Deathmask le había dirigido al embarcar le habían supuesto un consuelo:

—No tienes nada de qué preocuparte, si sucede algo raro nos transportaré fuera de aquí a tal velocidad que ni nos verán antes de palmar. Eso sí, es posible que vomites de la impresión...

No era que desconfiase del poder del hombre que amaba, pero no terminaba de creerse que babear de brazos cruzados con la angelical sonrisa de quien sueña con paisajes de cuento fuese compatible con estar alerta por si el piloto sufría un ataque al corazón o un pirata aéreo decidía hacerse con el control de la nave... Por suerte, el avión acababa de desplegar los flaps y se preparaba para tomar tierra; en apenas unos minutos todo habría terminado. O eso pensaba hasta que la sobresaltó un brusco golpe contra el suelo, seguido del inconfundible sonido siseante de una masa de agua al ser desplazada.

—Has notado eso, ¿verdad? Era el tren trasero haciendo contacto con la superficie; no suele ser tan duro, pero es el modo de evitar que el avión patine cuando la pista está mojada. Ahora irá frenando y parará, ¿ves? Tranquila, no nos hemos muerto, después de todo... —Deathmask complementó su explicación con un beso en la cabeza de Kyrene, tratando de espantar sus propios remordimientos por haberse quedado dormido.

Ella suspiró, dejándose mimar e intentando racionalizar su miedo mientras la aeronave aminoraba gradualmente la velocidad, tal como él había adelantado, hasta detenerse por completo. Desoyendo las rutinarias advertencias emitidas por megafonía, los pasajeros abarrotaron el angosto corredor al levantarse para sacar el equipaje de mano de los compartimentos superiores en una ruidosa procesión de bolsas, mochilas y bultos diversos.

—¿Tienen que bloquear todas las salidas de emergencia? ¿Dónde van con tanta prisa? —gruñó Kyrene, malhumorada.

—Calma, gatita. Entiendo que te resulta raro salir de casa sin algo con lo que apalear a la gente, pero siempre podemos abofetearles o ponerles la zancadilla si no se quitan de en medio a tiempo —bromeó él.

Esperaron hasta que el pasillo estuvo despejado, recogieron sus mochilas, se despidieron del personal de cabina para esperar su maleta junto a la cinta y se acercaron al mostrador de una empresa de alquiler de vehículos, donde se harían con un coche en el cual recorrer el país. Kyrene hurgó en su bolsillo mientras el encargado, un joven sonriente cuyas pecas parecían formar un pasatiempo de unir puntos sobre su rostro, les ayudaba a escoger un utilitario modesto que incluyese una tienda de techo para pernoctar, según las instrucciones que Deathmask le daba en un inglés bastante más fluido que el de ella.

—Bien, ahora solo necesito el carné del conductor principal y una tarjeta de crédito para el pago y la fianza —anunció, examinando en detalle los documentos que Kyrene le tendía con aire impaciente—. Estupendo, señora... Dánae... Di-mi-tra-ki. Fáilte go hÉirinn! ¡Bienvenidos a Irlanda! ¡Disfruten mucho de su estancia!

Kyrene agarró las llaves con rapidez, se las guardó en el vaquero y echó a andar en dirección a la salida del aeropuerto seguida por Deathmask, que la observaba intrigado:

—Eh, gatita, ¿qué es eso de Dánae Dimitraki? ¿Dónde he oído yo ese nombre antes?

Ella ignoró la pregunta y apretó el paso, buscando la zona del aparcamiento donde se encontraba estacionado el coche.

—¡Mira, ahí está el nuestro! —exclamó, comprobando la matrícula en el resguardo que les había sido entregado y pulsando el botón de apertura automática en el llavero.

—Sí, vale, pero explícame lo de Dánae... —reiteró Deathmask al tiempo que depositaba el equipaje y su mochila en el maletero para ocupar el lugar del copiloto.

—No es importante —respondió ella con voz monocorde, ocupada en ajustar el retrovisor y familiarizarse con la ubicación de cada componente, opuesta a la de Grecia—. Es un nombre que utilicé durante un tiempo, nada más. Uno de tantos...

Deathmask encendió el GPS para programar la dirección del Westin Dublín, donde pasarían sus dos primeras noches en el país -su única concesión al lujo, dado el limitado presupuesto-, y le palmeó la rodilla instándola a continuar, pero Kyrene se incorporó a la circulación con la vista fija en la señalización para intentar acostumbrarse a conducir por la izquierda, sin volver a hablar.

—Ya me imagino, pero ¿por qué retomarlo ahora? Nadie te persigue... De hecho, en el billete de avión figuraba tu nombre real.

—Stavros me dejó algo de dinero cuando murió —explicó—; aparte del efectivo que guardábamos en casa, manejábamos varias cuentas corrientes, y una de ellas estaba solo a mi nombre... Bueno, al nombre que él me regaló para reiniciar mi vida. Allí solía ingresarme mi "sueldo" y algunos extras cuando las cosas iban bien... No quería que volviese a verme en la calle cuando él no estuviese a mi lado.

—¡O sea, que me exigías que pagase mi deuda con la taberna, y resulta que tú ya estabas montada en el euro, pedazo de tacaña! —bromeó él.

Kyrene se detuvo en un semáforo con cierta brusquedad, poco habituada a la dureza de aquellos frenos, y le clavó una mirada fría.

—Nunca quise tirar de ese dinero y tampoco no es tanto como crees; no podría permitirme dejar de trabajar o gastar a lo loco. Opté por ganarme la vida honradamente y, de hecho, lo usé casi todo para... para algo que tenía que hacer. Pero cuando vi que lo del viaje iba en serio decidí traer esta tarjeta, por si acaso nos hacía falta...

Deathmask le sonrió sin una pizca de sarcasmo. Sabía que Kyrene no se enorgullecía de haber sobrevivido a base de timbas, robos y falsificaciones y entendía a la perfección sus reservas sobre el origen de aquellos fondos; a pesar de sus dificultades, se las había arreglado para reformarse y dejar atrás la delincuencia, lo cual la hacía admirable a sus ojos y, además, su explicación acababa de aclararle de forma inesperada un pequeño misterio al cual no había encontrado solución en su día.

—¿Qué me miras tanto? A ver si nos vamos a estrellar por tu culpa... —masculló ella, concentrada en tomar una rotonda al revés que en el resto de Europa.

—Miro a mi novia la filántropa... Ahora ya sé quién fue la benefactora desconocida que dotó al orfanato del pueblo de la cantidad necesaria para ampliar el comedor hace dos inviernos...

—¿Qué tonterías estás diciendo? Yo no... —Kyrene sonaba alterada.

—¡Venga, no seas modesta! Shion y la directora se hacían cruces acerca de quién sería esa tal Dimitraki de la que nadie había oído hablar... Fue una donación muy generosa, gatita... —la lisonjeó el italiano, dirigiéndole una seductora ojeada en la cual ella no reparó, con su atención repartida entre la carretera y el mapa— Debo decir que yo me imaginaba una dama madura, vestida de negro y con mucha laca en el pelo, como una Sofía Loren moderna, pero tú estás mil veces mejor...

—Vale, ¿y tú cómo sabes eso?

Ahora fue el turno de Deathmask para carraspear antes de responder:

—Como supondrás, no se reciben muchas donaciones en esa institución...La directora se alarmó por el importe de la transferencia y se lo comunicó al patriarca, que me encargó rastrear el origen del dinero. La idea era descartar que fuese un intento de soborno al santuario proveniente de alguno de los grupos del crimen organizado en los cuales yo suelo infiltrarme. Pero, por más vueltas que di, Dánae Dimitraki era como un fantasma: nadie la conocía ni la había visto jamás. Así que al final Shion claudicó y aceptó la pasta: viniese de donde viniese, era útil.

—Estupendo; pues ahora, deja el tema —pidió ella, abochornada al verse expuesta.

—¡Eh, fue algo muy bueno, no tienes por qué avergonzarte...! Si te sirve de consuelo, no eres la única pringada que hace cosas por otros: Mu se ofreció voluntario para echar una mano con la obra y a mí me tocó ayudarle, así que nos pasamos una semana cargando vigas y poniendo clavos rodeados de mocosos gritones, gracias a tu altruismo...

Kyrene consiguió aparcar a dos manzanas del hotel y echó el freno de mano.

—No me avergüenzo, pero tampoco me gusta alardear. Simplemente, cuando llegué a Rodorio vi la ocasión de colaborar y lo hice. No es dinero limpio, pero eso no significa que no pueda servir para un buen propósito, ¿no?

—De acuerdo, gatita. No volveré a mencionarlo, pero tendrás que pagar mis caprichos —rio, sacando la maleta y rodeando el vehículo para encontrarse con ella y besarla—. Quiero ser tu consentido hasta que volvamos a Rodorio.

—Mi consentido insufrible —sonrió ella al pasarle la palma por el cabello en un intento de ordenar sus ingobernables mechones—. Vamos a dejar esto en el hotel y te llevo a un bar para que olvides tus penas.

Bueno, pues Deathmask y Kyrene ya están fuera de Rodorio y ahora Shion podrá tener algo de tranquilidad. ¿Imaginabas que su destino era Irlanda? Te aseguro que nuestro cangrejo hará de las suyas por allí y, como este capítulo ha sido breve, si me da tiempo subiré el siguiente en un rato; no te prometo nada porque tengo algunas tareas pendientes, pero te adelanto que se titula "La noche de bodas de Dante y Dánae" .

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