17. Capitana de la arena
Aldebarán solía presumir de ser un anfitrión excelente y de ello daban fe todos los caballeros y amazonas que habían tenido la fortuna de ser invitados a Tauro para una de sus legendarias, concurridas y pantagruélicas cenas. Kyrene tuvo claro, nada más llegar, que el brasileño estaba dispuesto a hacer su mejor esfuerzo para que la noche fuese un éxito: con suave bossa nova de fondo para crear ambiente, luces coloridas y un delicioso aroma que invadía toda la casa, la recibió, entusiasmado y formidable, llevando un delantal estampado con las estrellas de su constelación y un cucharón tan grande como la cabeza de ella.
—¡Eres la primera en llegar! ¡Pasa, te toca encargarte de la cocada! ¿La has probado alguna vez? ¡Te va a encantar!
La chica entró y dejó en la mesa de la cocina el recipiente de bebida que él le había encargado ante su inamovible negativa a presentarse con las manos vacías.
—He traído caipirinha. Es la primera vez que la preparo, pero creo que está bastante potable... ¿Con qué te ayudo, Aldebarán?
—Ralla el coco y después échalo en esta olla, con la mantequilla y el azúcar —indicó Aldebarán—. Yo voy a ocuparme de la carne y el arroz.
Obedientemente, Kyrene empuñó el rallador con cuidado de no pelarse las yemas de los dedos, mientras Aldebarán, tan animado como si hubiese ganado el primer premio de la lotería, relataba una anécdota tras otra hasta que Afrodita, Mu, Dohko y Marin fueron apareciendo.
—¡Sentaos, chicos! Mi ayudante y yo os vamos a ofrecer una cena que no olvidaréis en muchos meses...
Kyrene les miró de hito en hito, buscando a alguien a quien no tenía la certeza de estar preparada para ver.
—¿No vienen con vosotros Milo y Shura? —preguntó, en un intento de disimular su inquietud.
—Milo llegará enseguida —respondió Marin—; creo que estaba en el pueblo con Camus. De Shura no sé nada...
—Contaba con él, pero a última hora me dijo que tenía otros planes. Lleva unos días un poco serio... —reflexionó Aldebarán.
—¿Shura, serio? ¡Por Zeus! ¡Esa sí que es una novedad! —ironizó Mu.
—Había luz en su templo cuando he bajado. Seguro que su plan es quedarse limpiando su colección de katanas... —especuló Afrodita, con picardía.
—¿Te lo imaginas? "Hum, ¿con qué aceite debería proteger los filos hoy?" —dijo Dohko, haciendo reír a todos con su lograda imitación del español.
Kyrene intentó distraerse con el postre para no pensar en el inquilino de la décima casa; como se temía, su amistad con él iba a torcerse después de la noche que habían pasado con Deathmask en Atenas. Los demás continuaron bromeando y desgranando historias bochornosas sobre el caballero hasta que la puerta se abrió una vez más, revelando a contraluz la silueta de dos hombres de largas melenas.
—¡Aquí está el alma de la fiesta, el cronista de las estrellas! ¡Ya no tendréis que aburriros oyendo al torito contar chistes que solo le hacen gracia a él! ¡Tengo una historia exclusiva para vosotros! —se anunció Milo, con los brazos en alto y una gran sonrisa, al hacer acto de presencia en el umbral acompañado por Camus de Acuario, que saludó con algo más de formalidad.
Shura dejó enseguida de ser el blanco de las burlas en cuanto Milo dio comienzo a su espectáculo: todos los invitados se deshacían en carcajadas, a punto de perder el equilibrio en sus sillas, escuchando su relato -que ya era prácticamente una representación teatral improvisada- en tanto Kyrene, abochornada, fingía concentrarse en ayudar a Aldebarán a extender la mezcla de coco rallado sobre la encimera. La enésima crónica de la audiencia de Shion y la camarera se había vuelto más exagerada que cualquiera de las versiones anteriores e incluía tantos elementos fantásticos surgidos de la imaginación del atractivo griego que resultaba irreconocible comparada con lo que de verdad había sucedido. Incluso Camus, siempre tan calmado, tenía serias dificultades para contener la risotada que quería escapársele de la boca.
—¡Por favor, Milo, para ya! ¡Como siga riéndome así, mañana tendré agujetas! —imploraba Mu, agarrándose el vientre con ambas manos.
—¡No te resistas, eso cuenta como mil abdominales! —le consoló Marin a la vez que Dohko servía una ronda de vino de arroz.
—¡Cuenta otra vez cómo Kyrene le metió el dedo en la oreja a Helios delante de Shion! —pidió Afrodita al secarse con el dorso de la mano las lágrimas que le caían por el rostro.
—¡Se lo endosó hasta el tímpano! ¡Y lleno de saliva, la muy asquerosa! —mintió Milo, con total descaro.
—¡Es una trola! ¡Y tampoco me hice pis de miedo ni pedí ir con mi mami! ¿No veis que se está inventando todo? —se quejó ella, reprimiendo una risa traicionera: había que reconocer que su compatriota tenía talento para los monólogos.
—¡Lo sabemos, pero es demasiado divertido!
—¡Siempre hace lo mismo y hoy te ha elegido a ti! ¡Es el roast de Milo! —explicó Dohko.
—¡Va, Kyr, no seas aguafiestas! ¡Es mi minuto de gloria, el público me adora...! —pidió el griego, con cara de ángel.
—¡Que no me llames "Kyr"!
—¡Buenas noches, panda de colgados! ¡Se os oye desde mi casa! ¿A quién tengo que mandar a Yomotsu por burlarse de mi chica?
Deathmask, que acababa de entrar en el templo de Tauro, abrazó por detrás a Kyrene para besarla y chuparle sin avisar las yemas manchadas de azúcar y coco, agarró la primera silla que vio libre y se sentó, palmeando jovialmente las espaldas de sus amigos.
—¡Hombre, Death! Tú estabas allí, cuéntales cómo lloró la pringada de Kyr cuando el patriarca le puso las pilas...
—¡Que no me llames...! Bah, da igual, haz lo que quieras... —se conformó ella.
—Dejad tranquila a mi ayudante, está aprendiendo a cocinar —advirtió Aldebarán, con el cucharón en alto.
—¡Fue un espectáculo memorable! ¡Si hasta se ofreció a tatuarse un borreguito como el del chino loco, con tal de que la perdonase! —Deathmask parecía encantado de seguirle la corriente a su compañero de armas.
—¿Tenéis que sacar siempre mi tema? ¡Hoy tocaba reírse de ella! —se quejó Dohko, disparando con perfecta puntería sendos anacardos directos al entrecejo de cada uno de los charlatanes.
—¡Prometió convertir la taberna en un bar de topless! —se lanzó Milo, masticando el anacardo que había atrapado entre los dientes.
—¡Y le enseñó el...! Espera, ¿qué?
—¿En serio sois dos de los doce hombres más poderosos del mundo? —suspiró la chica.
—¡Eh, eh! ¡No nos has visto en combate, somos absolutamente alucinantes...! —Milo levantó con aire engreído el índice, cuya uña estaba lacada en llamativo rojo.
—Milo, en concreto, ostenta el más fuerte de los ataques espirituales: mata a los enemigos por aburrimiento. Empieza con sus historias de abuelete senil y ellos solitos se arrepienten, piden perdón y se suicidan, con tal de poner fin a una tortura tan cruel —proclamó Deathmask, rodeando los hombros del aludido con una enorme sonrisa.
—¡Mentira, el mundo entero goza con mis relatos! ¿Ahora te pones contra mí, cangrejo podrido?
—Bueno, todos sabemos que Hollywood perdió una gran estrella el día en que nuestro Milo consiguió su armadura —apuntó Afrodita.
—Igual que Bollywood con Shaka —le siguió el juego Marin.
—Es cierto que el súper poder de Milo es hablar hasta la extenuación –concordó el caballero de Acuario, con una risa cómplice.
—No me imagino cómo será intentar dormir a su lado, oyendo cómo le da a la "sin hueso" sin parar...
—Como dormirte con el rumor del mar... —aventuró Mu.
—O con la radio puesta —añadió el sueco.
—O con los ronquidos de... —comenzó Marin.
—¡Eh, eh, petirrojo! ¡No vayas por ahí! —la cortó Deathmask, con el ceño fruncido.
—¿Ahora vas a decirme a mí que Aioria no ronca? —preguntó la amazona, perpleja.
—¿Sabes quién ronca también? —rio Dohko.
—¡Tu padre! —remató Afrodita, chocando la palma con Milo.
—Cuando volváis por la taberna, recordadme que os invite a una ronda de matarratas para premiar vuestra creatividad —ironizó Kyrene, atenta a su tarea para evitar una regañina del anfitrión.
—¡Eh, bebés gorrones! ¡Mirad a quién he despertado de su siesta en Virgo!
Todos se giraron hacia los recién llegados, que saludaron con la mano y pasaron por la isla de la cocina para recoger un vaso del cóctel aportado por la griega, que seguía alisando la pasta de la cocada en un rincón con semblante grave, como si estuviese ensamblando un reactor nuclear.
—¡Saga, Shaka! ¡Sentaos con nosotros, chicos! ¿Ya os habéis enterado de que Kyr va a lavar los calzoncillos de Shion durante un mes a cambio de seguir viviendo en Rodorio?
—¿Pero esta historia no estaba ya agotada? —bufó Marin.
—¡Dejad que siga! —pidió Dohko— ¡Es mejor que os metáis con ella que conmigo!
—¡Así no conseguirás un pie en la boca en tu próximo cumpleaños!
—¡Estábamos hablando de la prometedora carrera en el cine de ese rubito de ahí! —insistió la japonesa.
—¿De mi carrera...? ¡Pero si acabo de venir!
—¡Reivindico mi derecho a lucirme a costa de la camarera duelista!
—¡Milo, joder! ¡Y yo que pensaba que Death era el más insufrible del Santuario...! —Kyrene se giró, rodillo en mano, como si fuese a golpearle.
—¡Oh! ¡No te había visto, mi querida Lady Tediosa de Hastío, condesa del muermo y baronesa del bostezo! —exclamó Saga, al tiempo que se apartaba el cabello de la cara para exhibir su espectacular sonrisa— ¿Has abandonado tu letargo soporífero para honrarnos con tu contagioso aburrimiento?
—Buenas noches, Saga, puedes besarme el trasero si te place.
—¿Y comerme las babas de este? —Saga señaló a Deathmask con un exagerado gesto de asco— Bueno, todo es negociable...
Resignada a continuar siendo el centro de las bromas ahora que Saga había aparecido para atormentarla según su costumbre, Kyrene saludó con corrección al caballero de Virgo, con quien no había coincidido hasta ese momento, y empuñó el cuchillo que Aldebarán le tendía para marcar porciones regulares en el postre antes de ponerlo a enfriar.
—¡El plato principal está listo! —exclamó el caballero de Tauro, cargado con una enorme fuente llena de viandas.
Shaina, que era la última invitada pendiente, se dejó caer justo a tiempo para hacerse un hueco entre Marin y Shaka, vestida todavía con la ropa de viaje que demostraba que acababa de volver de una misión, y dirigió al anfitrión su mejor sonrisa, levantando el plato y llevándose la ración más suculenta.
—¡Enchufada! —le espetó Milo.
—Cuando seas bella y mortífera, como Shaka y yo, tendrás derecho a llegar tarde y que te sirvan la primera —replicó ella mientras el mencionado se limitaba a enarcar una ceja y Aldebarán le plantaba un huevo frito sobre el bistec para convertirlo en un bife a cavalo.
La cena y la velada posterior se alargaron hasta bien entrada la madrugada, entre risas, partidas de cartas y apuestas disparatadas— que, para alivio de Kyrene, ya no tenían que ver con su bochornosa reunión con Shion—, hasta que Marin anunció que se retiraba, con las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes:
—Aioria ya ha llegado; voy a recibirle.
—¿Haciendo el molinete con las...?
—¡Shaina, ni se te ocurra terminar esa frase! —le advirtió la amazona de Águila, risueña, al tiempo que se precipitaba hacia la puerta a zancadas.
El resto del grupo se encogió de hombros y continuó con su dinámica habitual, enfrascándose en un acalorado debate protagonizado por Shaina, Deathmask, Saga, Milo y Aldebarán, que discutían apasionadamente -a punto de llegar a las manos- para decidir en cuál de los países de cultura grecolatina se gritaba más.
—Ahora entiendes por qué no suelo confraternizar con mis compañeros, ¿no? —musitó Shaka, flemático, a la camarera, que contemplaba la trifulca con la cara apoyada en las manos y los párpados entornados.
—Al menos tú puedes elegir si vienes o no, yo aguanto esto en el trabajo cada noche sin opción...
—¡No te quejes, cariño, tus compatriotas están dejando muy alto el pabellón heleno...! Creo que Saga está a punto de deleitarnos con una explosión de galaxias como no le den la razón... —Afrodita le acarició el muslo en un gesto amistoso sin dejar de observar los vehementes aspavientos que hacían los cinco contendientes, aliñados con calificativos altisonantes pronunciados en griego, italiano y portugués.
—No hay dinero suficiente en el mundo para hacerme ir de misión con dos de ellos —comentó Camus, que llevaba un buen rato hojeando uno de los libros que poblaban las estanterías de la sala— ¡Eh, Aldebarán! ¡"Capitanes de la arena"! ¿Es bueno?
El aludido dejó de manotear frente a la cara de Saga y se volvió hacia el francés con la afable sonrisa que le caracterizaba:
—¿Bueno? ¡Es espectacular! —afirmó, acercándose a su compañero— Tiene casi ochenta años, pero todavía está muy vigente, por desgracia. Narra la historia de un puñado de críos abandonados que se ven forzados a convertirse en timadores y ladrones callejeros, ellos dan el título a la obra...
Kyrene elevó el rostro hacia el anfitrión, despejada de pronto de su somnolencia al escuchar aquellas palabras que le recordaban su propia niñez. "Capitanes de la arena"... Un nombre romántico para una realidad de mierda, pensó, con la mirada ensombrecida por una ráfaga de tristeza durante una fracción de segundo. Deathmask, que fingía prestar atención al interminable y encolerizado discurso por el que Milo pretendía proclamar a Grecia como el más civilizado de los contendientes, la oteó de reojo en busca de cualquier indicio de malestar.
—Todos llevan vidas duras en Bahia, en medio de un panorama cruel, pero no son culpables de sus circunstancias: no tienen más salida que delinquir para sobrevivir... —continuó explicando Aldebarán.
—Esto aún sucede hoy en día... —afirmó Shaka.
—Es triste, pero sí. Por eso le pedí al patriarca que me asignase misiones relacionadas con la protección de los niños, siempre que fuese posible. Creo que parte de nuestra responsabilidad es ayudarles a tener una infancia mejor, ¿no os parece?
Kyrene asintió y tragó saliva. Los demás habían dejado de lado su discusión y escuchaban las palabras del caballero de Tauro con respeto, sabedores de cuán importante era ese tema para él.
—Ese libro me ha acompañado toda mi vida; me recuerda que, por mucho que luchemos, siempre quedan cosas por hacer.
—Aldebarán, ¿tú eras...? —musitó Kyrene, con voz temblorosa.
Deathmask se acercó a ella y colocó un brazo sobre el respaldo de su silla, en un gesto protector.
—¿Un capitán de la arena? No, por suerte no. Mi niñez fue muy tranquila; no teníamos mucho, pero no nos faltaron el pan ni los cuidados. Somos seis hermanos, cuatro chicas y dos chicos, y mis padres aún viven. Les visito durante mis permisos. ¡Tendrías que haber visto su cara cuando Shion se plantó en nuestra casa diciendo que era el director de un exclusivo internado europeo y que quería ofrecerme una beca para formar parte de su equipo deportivo...! —rememoró el caballero, de buen humor— Pero sí viví experiencias que me hicieron reflexionar. No quiero que mis hijos crezcan en un mundo donde los niños sufren cosas tan atroces...
—¿Tus... hijos? —preguntó Kyrene.
—¡Bueno, bueno! No tengo todavía...
—Que tú sepas... —apuntó Saga, recibiendo un codazo por parte de Camus y un pisotón de Shaka.
—...pero los tendré algún día, cuando aparezca la persona adecuada. Así que debo arreglar todo lo que pueda para que sean felices y ayuden a los demás a su vez...
—Vaya, eso dice mucho de ti... —respondió la griega, tratando de disimular su congoja con un carraspeo— Seguro que lo lograrás. Tus hijos serán muy afortunados, Aldebarán.
—¡Eso espero! De momento, hago mi parte para que esos niños tengan alternativas, no como los del libro...
Kyrene no necesitaba explicar lo que aquel tema evocaba en su mente; Deathmask lo entendía a la perfección y decidió ponerle fin antes de que la angustiara demasiado:
—Bueno, y ahora que habéis sobrevivido a un postre preparado por mi novia, ¿y si nos vamos? ¿No os espera nadie en vuestros templos? ¿O es que queréis probar el "gran cuerno" en el dormitorio de Aldebarán? —intervino, levantando a una sorprendida Kyrene y guiándola hacia la salida.
—La verdad es que es tarde, chicos, deberíamos marcharnos —concordó Mu, al tiempo que se desperezaba.
—¿Puedo llevarme el libro, Alde? —preguntó Camus, sopesando el tomo en su mano derecha.
—¡Por supuesto! ¿Entenderás todo?
—Creo que sí, el portugués y el francés tienen mucho en común... Supongo que la historia será muy cruda, pero...
—Venga, Kyrene, salgamos ya, joder —pidió el caballero de Cáncer, abriendo la puerta con una mano y sosteniéndola por la cintura con la otra.
—Vale, vale, sé andar sola...
—No se diga más: la chica aburrida tiene que continuar siendo apática en sueños, ¿eh, "muermecilla"? Apuesto a que en tus fantasías más húmedas estás repasando el inventario de la taberna, o leyendo un diccionario mientras haces caca...
—Oye, Saga, ¿has pensado en ir de gira con Milo y Death? Como tenéis la gracia en el culo, siempre podréis hacer un estriptis si la gente no se ríe a la primera... —replicó ella, estirándose para terminar de espabilarse antes de que el impaciente italiano la sacase casi en volandas sin darle tiempo a despedirse ni a agradecer la hospitalidad de Aldebarán.
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