16. Almas fracturadas
https://youtu.be/gvlNy8CdlIY
Eran más tenues que las de las muñecas, pero también tenía la espalda surcada de pequeñas cicatrices, fruto, sin duda, de las palizas recibidas durante su infancia como ladrona callejera, pensó Deathmask, recorriéndolas con el dedo. Acostumbrada a los fogosos despertares que solían compartir, Kyrene desconocía que, a veces, él la observaba al amanecer, como intentando convencerse de que era real, antes de volver a abandonarse al sueño con ella entre sus brazos.
Le gustaba acariciarla en silencio, con apenas una chispa de cosmos en el índice para dejar un rastro de piel iluminada a su paso, mientras le agradecía que hubiese llegado justo a tiempo para salvarle de sí mismo y para permitirle a él salvarla a su vez. Porque así había sido, desde su punto de vista: hundido en la apatía de haber perdido lo que amaba, consciente del alcance de su traición y de su iniquidad, había reforzado la muralla de desdén e indiferencia construida a su alrededor desde niño, en un intento de evitar que se le acercasen y descubriesen cuán roto estaba por dentro; pero nunca había contado con que apareciese alguien que no temía ni despreciaba al cruel Deathmask de Cáncer.
Alguien con tan poco que perder y, a la vez, tantas ganas de vivir como para desafiarle en una batalla perdida de antemano.
Alguien con el alma tan fracturada como la suya propia, que había hecho de la huida y las falsas apariencias su modo de vida para arañar, como fuese, un día más en el que mirar el mundo desde un rincón.
Kyrene.
Oculta tras su propia barrera levantada a base de omisiones y mentiras, dispuesta a luchar hasta la muerte antes de capitular. No era un caballero de Atenea ni había entrenado jamás su cosmos, pero compartía aquel arrojo suicida propio de los desesperados y los valientes.
Su dedo se deslizó desde el omoplato hasta la nuca, trazando un simple "grazie" que destelló durante unos segundos antes de diluirse en la luz dorada de la primera hora de la mañana. Todavía le desconcertaba el modo en que habían conseguido leerse el uno al otro a través de sus respectivas fachadas; no alcanzaba a comprender la fuerza con que ese sentimiento le había asaltado, despertándole de nuevo la necesidad de proteger a alguien que no fuese él mismo, ni mucho menos que ella estuviese dispuesta a hacer el mismo sacrificio por él, pero así era. Y saberlo le llenaba de una calidez a la que había renunciado demasiado tiempo.
No se oculta durante años el terrible secreto de un usurpador siendo un compañero dicharachero y simpático. No se puede ser la mano criminal de una conspiración sin perderse a uno mismo en el proceso. Eso era, exactamente, lo que había hecho él: exacerbar su fama de indeseable, aislarse de todo y de todos, salvo de quienes compartían su oscuro misterio. Los caballeros que se habían esforzado en conocerle terminaron, excepto Afrodita y Shura, alejándose de él. Pero, en aquel entonces, no le dolía: eran, en su opinión, las renuncias lógicas para alcanzar la paz y la justicia.
Del mismo modo en que cerró su corazón a la amistad para no traicionar la causa de Saga, había hecho de sus votos de pureza una promesa al viento. Sin embargo, jamás en Rodorio -donde su fama de frío y despiadado hacía que los niños se apartasen a su paso- se le conocieron romances ni flirteos: a ojos del pueblo, Deathmask de Cáncer era más un espectro que una persona. Su desahogo se daba en las escasas misiones que, en aquellos tiempos, se le encomendaban fuera de la región; tras completarlas, podía dejarse llevar por los goces mundanos hasta perder el conocimiento, antes de volver a encerrarse en su templo, rodeado de rostros en agonía.
Y a eso se había dedicado. O eso creía, pues su memoria de aquellas largas noches de alcohol y lujuria era incompleta. Lo que sí permanecía al despertar cada mañana eran el asco y el desprecio hacia sí mismo, la sensación de suciedad de la que no conseguía deshacerse ni siquiera frotándose la piel hasta enrojecerla.
Meros intercambios físicos. No mentía cuando le dijo a Kyrene que solía triunfar con solo una sonrisa: su arrogancia, su cuerpo y unas cuantas palabras susurradas en italiano hacían el resto. Sumergido en aquel limbo de cuerpos anónimos y juegos furtivos, conseguía olvidar la bestia asesina en que se había convertido; matando a los que le señalaban como enemigos expulsaba de su mente la soledad que el sexo no conseguía borrar.
Con el tiempo, decidió que aquellos escarceos, por pocos que fuesen, le hacían débil. Depender del cuerpo de otros para su propio placer era una vulnerabilidad que no debía permitirse, así que la eliminó. Fue entonces, enfocado por completo y sin ninguna distracción en su tarea de guerrero, cuando su brutalidad superó todos los límites que hubiese podido imponerse. Fue entonces cuando se desprendió de su humanidad.
La joven dormida suspiró y se giró hasta quedar frente a él. El caballero observó sus labios entreabiertos, las cejas temblorosas a causa de algún sueño, la delicada nariz sobre la cual demasiadas horas a la intemperie habían estampado una docena de pecas. Ella merecía algo mejor, estaba seguro, y, aun así, le había elegido a él. Le amaba sin pedirle nada a cambio, sin promesas, sin exigirle que dejase de ser él mismo. Y no le necesitaba, acostumbrada a su propio desamparo, pero escogía mostrarse ante sus ojos con sus defectos y fortalezas, mortal, pequeña y frágil, como no se había dejado ver por nadie antes.
Eso era lo que la hacía perfecta. Sonriendo, la tomó por la cintura y besó su frente, esperando que el sol siguiese ascendiendo en el cielo hasta despertarla.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro