13. No subestimes a una bravucona
Los ruidos producidos por los vasos chocando al brindar, las conversaciones a voz en grito y los saludos efusivos competían por reinar en el caluroso ambiente mientras Kyrene cortaba rodajas de limón sin descanso. Como siempre que se celebraba el día de mercado en Rodorio, la noche en la taberna era especialmente ajetreada, pues, aunque la mayoría de los comerciantes procedían de poblaciones aledañas a las cuales volvían al caer la tarde, otros se dedicaban a recorrer toda la región ofreciendo sus productos y preferían quedarse para celebrar las ganancias de la jornada, pernoctando en sus furgonetas estacionadas en las afueras. Esto, unido al hecho de que los propios rodorienses solían recibir su salario la mañana de los sábados, provocaba una afluencia de público que salvaba el mes de Kyrene, Nikos y Eugenia, si bien les obligaba a esforzarse al máximo para conseguir atender a todos los clientes.
—¡La mesa del fondo quiere otra ronda de chupitos, jefa!
—¡Voy! ¡Y echa una mano a tu compañera con los del póker, por favor!
—¡Eso está hecho!
Kyrene apenas podía levantar los ojos de la barra, inmersa en su frenética rutina de preparación de bebidas y limpieza de vasos, pero confiaba al cien por cien en la capacidad de sus camareros: Nikos trabajaba allí desde que ella se hiciera cargo de la taberna y Eugenia, que había entrado hacía solo unos días en sustitución del difunto Ioannis, aprendía con rapidez. Esta era su primera noche "grande", su prueba de fuego, y Kyrene, que todavía se consideraba responsable del amargo final de su predecesor, quería ayudarla a sentirse a gusto; no era fácil encontrar personal dispuesto a trabajar por las noches mientras los demás se divertían, sobre todo teniendo en cuenta los incidentes que a veces se producían cuando a alguien se le iba la mano con la bebida.
Deathmask estaba a punto de regresar de la misión que le habían asignado con Aioria y Aldebarán, y los demás caballeros y amazonas debían de tener también tareas que completar, pues no había representación del Santuario en el local a excepción de algunos soldados rasos, cuyo estado comenzaba a ser más que lamentable por culpa del alcohol. Kyrene sirvió en una bandeja la comanda de Nikos y le avisó con una seña, observando de reojo la llegada de un nuevo grupo en aquel instante. Joder, eran los impresentables otra vez... Ahora sí que se iba a poner interesante la noche.
El primer hombre que entró miró a su alrededor con aires de grandeza y una sonrisa lobuna en el rostro. Pelirrojo, atractivo, con una vistosa barba terminada en tres mechones decorados con cuentas metálicas y tan alto que casi rozaba el dintel de la puerta con la coronilla, se acercó a la barra, dirigiendo una mirada descarada a la joven Eugenia, que estaba tomando nota en una mesa cercana. Kyrene bufó, exasperada y sorprendida. Se hacía llamar Helios y solo pasaba por Rodorio durante el invierno, para vender pieles curtidas traídas del norte de Europa, pero esta vez había aparecido con un puesto de platería que había congregado a su alrededor a gran parte de la aldea durante toda la mañana. Helios era arrogante y conflictivo: siempre que estaba en la taberna, molestaba a los clientes con sus burlas, insultaba a los camareros y se metía en disputas. Y ella ya tenía a su propio patán; no necesitaba suplentes.
El resto de sus colegas, media docena de sujetos entre los que ella reconoció a dos convecinos y algunos tenderos, le siguió y tomó asiento en los taburetes que quedaban libres alrededor de la barra.
—¡Camarera! ¿A quién hay que matar para beber en este antro? —exclamó Helios, secundado por una risotada colectiva de sus palmeros, mientras se ajustaba el moño que recogía su llamativa cabellera en la parte superior de su cabeza.
Ella se acercó con una expresión neutra que pretendía ocultar su malestar por tener que atenderle:
—¿Qué queréis tomar?
El hombre la observó con el mismo atrevimiento que a Eugenia y giró la cabeza para compararlas, antes de volver a reír:
—¡Rubias y castañas! ¡Hay donde elegir! ¡Esta es mi noche de suerte! Pon cerveza para todos, hoy invito yo —se acercó a Kyrene y bajó el tono—. He vendido hasta a mi madre, pequeña. Gracias a lo que voy a gastarme en tu tugurio, podrás salir de este poblacho una tarde y cenar en algún restaurante de verdad, o comprarte ropa con la que no parezcas una yonki...
Kyrene hizo acopio de serenidad, ignoró todo el mensaje salvo la parte de la comanda, les sirvió siete jarras heladas y se las cobró antes de volver con el resto de clientes, pero él volvió a requerirla enseguida, mucho más dispuesto a pavonearse ante sus amigotes que a beber con tranquilidad:
—¡Oye, por cierto! Te he visto en el mercado esta mañana. Te paseabas alrededor de mi puesto meneando el culito y cotilleando, pero no compraste... No me habrás robado, ¿verdad?
—No encontré nada de mi interés —replicó ella, recalcando el "nada" con una chispa de ironía en sus ojos claros.
—Oh, vaya, ¿y no será que lo que realmente te interesa no estaba a la venta? —insinuó él, con chulería y el índice apuntando a su entrepierna.
—¿Quién querría pagar por ver una lombriz moribunda? —dio media vuelta y se dirigió al extremo opuesto de la barra, en respuesta a otra llamada.
Helios se acarició la barba con una carcajada y continuó charlando con sus compañeros de forma cada vez más ruidosa, escrutando a ambas mujeres sin ningún tipo de disimulo. Por fin, tras una hora de cervezas, burlas a los presentes y conatos de pelea, interceptó a Eugenia cuando esta se acercaba al mostrador para pedir más bebida a Kyrene.
—¡Eh, rubita! Tú no eres tan arisca como esa de ahí, ¿verdad? ¿Por qué no te quedas un rato con nosotros? —inquirió, enlazándola por la cintura con tal brío que la sentó en sus rodillas.
—¡Déjame! ¡Estoy trabajando! —la joven se deshizo de su abrazo y golpeó la barra con la bandeja para llamar la atención de su jefa, que acudió enseguida, fulminando con los ojos a aquel molesto individuo pelirrojo.
—¿Qué necesitas, Eugenia?
Él no se arredró y le sostuvo la mirada a Kyrene con un gesto retador que le dejó claro, por segunda vez, que aquello no iba a terminar bien. Preparó la orden de la camarera y trató de mantenerse fría para no armar un escándalo, pero la calma duró apenas quince minutos antes de que Helios volviese a la carga.
—¡Pon otra ronda aquí, antipática!
Respirando hondo, obedeció y se quedó frente al hombre, a la espera del pago; sin embargo, esta vez él se encogió de hombros:
—¿Qué me miras tanto? ¿Es que te gusto?
—No.
—Eso es porque no me has tenido entre las piernas, pero quizá te haga el favor, si te portas bien.
—No me harías ni cosquillas con esa basura. Te sirve para mear y de milagro, imbécil.
—Entonces, ¿qué pintas aquí pasmada todavía? ¿No tienes nada más que hacer?
—Sí: cobrarme lo que debes. ¿No has visto el cartel? —señaló un letrero a su espalda— Las consumiciones se pagan cuando se sirven.
Uno de los rodorienses que acompañaba al grupo enarcó una ceja al escucharla, se arrimó al pelirrojo y le susurró al oído algo que le hizo soltar una estruendosa risotada.
—¡Ah, ahora lo entiendo! Hay que follarse a la patrona para beber gratis, ¿es eso?
—¿Qué dices, gañán?
—Que aquí solo se fía al moroso de tu novio, ¿no?
—¿Perdona? —la chica apretó los puños sobre la barra para evitar caer en la provocación con tanta fuerza que sus nudillos empalidecieron. Su aguante mermaba a cada segundo que pasaba escuchando las baladronadas de aquel idiota.
—Sí, ese italiano rarito, el lunático borracho... —continuó Helios, jaleado por sus compinches— Si te doy un buen morreo, ¿me invitarás a la siguiente? Él no tiene por qué enterarse... Total, estará tirado inconsciente en algún callejón...
—Voy tan escasa de paciencia como tú de sesera. Saca el dinero ya y márchate.
—No seas ridícula, estoy dispuesto a pagarte en carne, como él... Con esa cara de amargada que tienes, está claro que muy bien no cumple... ¡Seguro que yo te hago chillar más fuerte!
Kyrene meneó la cabeza, aburrida. ¿Por qué a todos los memos les daba por las mismas tonterías cuando bebían demasiado?
—¿Qué tal si te la pelas un rato por ahí y vuelves relajado?
Él se apartó un mechón de cabello de la sien, chasqueando la lengua.
—Mira que eres boba. Podríamos ser buenos amigos, pero creo que ahora mismo prefiero intimar con la rubita. ¡Eh, Eugenia! —la chica, que estaba depositando vasos vacíos sobre la encimera, se volvió por instinto al oír su nombre y él se estiró para sujetarla por el talle y apretarla contra su cuerpo— ¡Dame un beso, anda! Demuéstrale a la rancia de tu jefa lo que se pierde por serle fiel a un traidor sin honra...
Aquello fue demasiado. ¿Quién se creía aquel gilipollas para insultar a todo el mundo, faltar al respeto a Deathmask y -lo peor de todo- molestar a Eugenia? No debía perder el control de sí misma, pero tampoco podía ni quería consentir ese tipo de conducta en su taberna. Helios seguía incordiando a la joven, que no sabía cómo salir del atolladero, y Kyrene no lo pensó más: usando el borde de una bandeja, le golpeó repetidamente la nuca hasta conseguir que la soltase entre exclamaciones de dolor. Las dos se echaron a reír al oírle gritar, contagiando con rapidez al resto del grupo y recibiendo una mirada furibunda por parte del agredido.
—Eh, estúpida, ¿de qué vas? ¡Ella no se ha quejado!
—¡No hace falta que se queje! ¡No se toca a nadie sin permiso! ¡Se le ve en la cara el asco que le das!
Lleno de rabia por verse humillado ante sus amigotes, se encaró con ella por encima de la barra:
—No te forro a hostias porque solo eres una mujer, pero cuenta con que no voy a pagarte esta ronda ni las siguientes que nos pondrás para compensarme por tu grosería.
—No me forras a hostias porque soy más fuerte que tú y no te voy a invitar más que a tomar por el culo —siseó ella en respuesta.
Un coro de gritos se alzó a su alrededor mientras ellos dos se medían en silencio, inmersos en una tensión que casi podía masticarse. Nikos intentó acercarse para ayudar, pero Kyrene le detuvo con un ademán tajante, deseosa de zanjar el asunto por sí misma.
—¿No has oído eso de que el cliente siempre tiene razón? Discúlpate e invítanos; así quizá no te denuncie por robarme esta mañana en el mercado.
La chica sentía las vísceras retorciéndosele de ira. ¿Pero de qué iba aquel pedazo de malnacido?
—¡Deja de inventarte milongas! Probemos con esto: pide perdón a Eugenia, márchate y no te haré daño.
—¿Hacerme daño? ¿Lo habéis oído, chicos? ¡La mandamás dice que va a castigarme si no me comporto! —se mofó, en un tono lo bastante alto para que su voz resonase por el local y atrajese la atención de los pocos que aún no estaban pendientes de ellos— ¡Me muero de miedo! ¿Vas a pegarme con tu escoba de bruja como al patético de tu novio?
—¡Ya me tienes harta! ¡Quiero que te vayas ahora mismo! —gritó ella, haciendo restallar los dedos junto a su rostro.
Él volvió a dirigirle aquella sonrisa displicente. Parecía muy seguro de sus bazas. Era agotador lidiar con gente así, pensó ella, con la sangre pulsando violentamente en sus muñecas.
—Sé más amable, chica. ¡Te daré una última oportunidad! —exigió, como si el local entero le perteneciese.
Antes de que Kyrene pudiese responder, le asió las mejillas con rudeza, la forzó a mirarle y estampó los labios contra los suyos, empujando la lengua dentro de su boca durante unos segundos en los que ella se quedó paralizada por su osadía, incapaz de creer que ese palurdo la estuviese besando. La concurrencia al completo guardó silencio, pasmada a la espera de la inminente tragedia, y Nikos oteó sin darse cuenta la escoba, apoyada en un rincón, seguro de que sería lo próximo en entrar en contacto con la cabeza de aquel incauto que se había atrevido a tocar a su jefa.
—Esto está mejor. ¿Vamos a llevarnos bien ahora? —preguntó el comerciante, con soberbia, después de propinarle un último lametón que le mojó incluso la nariz.
Ella le agarró por el antebrazo para soltarse, escupiendo y frotándose la boca con el dorso de la mano en un intento desesperado de eliminar la sensación de su tacto.
—¡Pedazo de mierda reseca! ¡Acabas de joderla a lo grande!
—¡Eh, Helios, tengo el palo! ¡Estás a salvo de la bruja loca! —gritó uno de los acólitos, enarbolando la escoba con alegría.
—¡Ya no tiene con qué defenderse! —aportó otro.
—¡Vamos al callejón, anda! Estás deseando que te enseñe lo que es bueno, ¿verdad? —propuso él, un tanto agachado para quedar a la altura de la joven.
Se acabó. Ya no podía seguir soportando a aquel indeseable. Dispuesta a poner fin a la situación, fingió pensar durante unos segundos, cambió su mueca colérica por una cálida sonrisa que hizo a Nikos -que ya conocía su temperamento inflamable- temerse lo peor y se acercó hasta que sus labios quedaron casi juntos de nuevo.
—De acuerdo, tú ganas... A veces soy un poco terca, pero sé reconocer un alfa cuando lo veo y tú me has puesto en mi sitio...
—Estupendo, ¿ya vas entrando en razón, ne...?
No tuvo tiempo de terminar la frase, porque Kyrene, sin variar su dulce expresión, le agarró por el pelo y le golpeó la cabeza contra la barra con un movimiento mecánico y el mismo aire plácido que si estuviese acunando a un bebé.
—¿Qué coño haces? —el pelirrojo se frotó la zona de la frente que había impactado en la madera.
—¡Estabas advertido!
Helios la escudriñó, con el rostro tan encendido como su propio cabello, y la sujetó por el escote de la camiseta, asestándole una bofetada directa al pómulo.
—¡Ahí tienes, zorra! ¡Nadie se mete conmigo! Límpiate la sangre, anda —la exhortó, apuntando al hilillo carmesí que brotaba de la herida que le había causado con una de sus voluminosas sortijas.
Ella se palpó la mejilla y tragó saliva, valorando con un ligero mareo su última opción; no quería llegar a tanto, pero la había acorralado. Esperó un momento hasta reponerse y después, con los ojos fijos en él, se llevó la mano a la cadera y extrajo el cuchillo que siempre ocultaba en su pierna izquierda, en un movimiento tan rápido que los clientes no pudieron vislumbrar la secuencia: percibieron apenas un sonido metálico y, a continuación, la hoja clavándose en la desgastada superficie de la encimera entre ella y su contrincante.
—¿Quieres jugar, idiota? ¡Entonces, juguemos en serio! ¡El primero en sacar el cuchillo de la barra gobernará la taberna, como el rey Arturo!
—¿De qué hablas, chalada?
El hombre echó el tronco hacia atrás, desconcertado al constatar que iba armada. Ella se envalentonó, se secó la cara con el top y continuó su explicación:
—Es sencillo: si lo coges tú, os pondré toda la bebida que queráis, hasta que caigáis redondos siempre que pases por el pueblo. Pero si lo cojo yo, te marchas de mi local y no vuelves. Ni tú, ni ninguno de los primates que te acompañan —propuso, deteniendo la mirada una fracción de segundo en cada uno de los componentes del grupo.
—¡Me parece bien! —accedió él, acodado en la barra y preparado para el reto, con su mano derecha cerca de la empuñadura—. ¿A la de tres?
—A la de tres —asintió ella.
Los que les rodeaban se apartaron, en un mutismo expectante. Kyrene y Helios se observaban, tanteándose mutuamente, hasta que ella inició la cuenta:
—Uno... dos... y... ¡Jódete!
Al tiempo que los dos se precipitaban sobre el arma, ella sacó la de su muslo derecho, dibujando un arco que terminó apuñalando el antebrazo de su enemigo. Él, que no había alcanzado todavía a rozar la herramienta, dejó escapar un alarido de dolor y fijó la vista en el chorro de sangre que manaba de su extremidad, atónito e intentando comprender lo que había sucedido.
—¡Maldita puta tramposa...! ¡¿Tenías otro?!
Kyrene se apoyó en la palma izquierda para saltar la barra y recuperó el primer cuchillo. Esgrimiendo ambos, sonrió de manera tétrica conforme los demás daban un paso atrás, ensanchando cada vez más el círculo que formaban a su alrededor.
—¡Pues claro! Nunca subestimes a una bravucona... ¿Pensabas que me la jugaría contra alguien tan despreciable sin una buena carta? Ahora os vais a marchar de mi taberna, todos vosotros. Porque si no, os rajaré uno a uno y, la verdad, me da muchísima pereza limpiar sangre de este suelo. Se quita fatal, lo sé por experiencia —ordenó, avanzando hacia la puerta para forzarles a retroceder.
El comerciante tragó saliva, indeciso entre obedecer o seguir desafiándola, pero al final el dolor pudo más que sus ganas de salir triunfante y asintió, a su pesar, mientras el resto de los clientes mantenía un asombrado silencio.
—Me voy, pedazo de cabrona, pero esto no va a quedar así... Me has destrozado el brazo y tendrás que rendir cuentas... —afirmó, sujetándose la muñeca herida, que continuaba sangrando en cantidad.
—Oh, vaya, te he hecho pupa... —Kyrene hizo un puchero falso— ¿Y si te doy otro morreo, me perdonarás? —se burló.
Por fin, el grupo abandonó el local entre abucheos de los presentes, que prorrumpieron a continuación en un aplauso para agradecer a la dueña la expulsión de aquella plaga. Ella guardó el arma que no había utilizado y dio media vuelta, avergonzada por haber tenido que llegar a tal extremo para restaurar el orden.
—¿Quién quiere otra ronda? —gritó Nikos oportunamente, volviendo a la barra— ¡A esta sí que invita la casa! ¿Verdad, Kyrene?
—¡Verdad!
Sonrió, algo más relajada, y dejó que Nikos y Eugenia se hiciesen cargo durante un rato mientras lavaba el cuchillo ensangrentado en la pila del almacén, se desinfectaba el arañazo y terminaba de calmarse. Cuando volvió a salir, todo había regresado a la normalidad, gracias a la bebida gratis y al buen hacer de sus empleados. Retomó su sitio tras el mostrador, respondiendo con un gesto de la cabeza a dos o tres parroquianos que la saludaban con respeto, y se preparó un cóctel sin alcohol. Y ella que pensaba que se iba a aburrir sin Deathmask...
¿Alguien echaba de menos a la Kyrene irascible y castigadora? Yo sí, no os mentiré. Ya os adelanto que en este fanfic nuestra tesalonicense deja salir el carácter en más de una ocasión.
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