11. Cortesía de Mefistófeles
¿Cómo no enloquecer, con dos hombres perfectos a su alrededor comportándose con ella de un modo tan pérfido e incitante? Las manos de Deathmask acariciaban sus pechos, ofreciéndolos a Shura, que la rodeaba por el talle para lamer uno y otro, haciéndola temblar de goce y preguntarse qué pasaría después.
—Gatita, me pone muy cachondo ser yo quien te entregue a mi amigo... —confesó Deathmask, bajando una mano hasta sus cuádriceps para arañarlos.
—A mí me pone ver cómo te corres mientras te controlo —añadió Shura, con un pezón aprisionado entre los dientes.
Kyrene notó sus mejillas enrojeciendo ante aquellos descarados comentarios, sin saber qué réplica dar. La situación había superado todas sus expectativas, tenía visos de seguir fascinándola y no quería perderse ni un instante... Las caricias y besos sobre su cuerpo se sucedían sin pausa, en una secuencia tan morbosa que comenzaba a pensar que sus propios deseos se desbordarían, y su suposición quedó confirmada cuando deslizó las manos en sentidos opuestos, hasta dar con ambos miembros.
—A mí... a mí me excita saber que estáis así por mi culpa —reconoció, comenzando a masturbarlos a la vez.
Lo siguiente que notó fueron los brazos de su novio ayudándola a acomodarse en el banco entre ellos para facilitarle seguir con su juego a dos bandas. Kyrene le besó ávidamente y después hizo lo propio con Shura, mordiéndole los labios y alternando entre ellos a su antojo sin dejar de tocarles. Con las cabezas cada vez más juntas, las tres bocas parecían atraídas por un impulso magnético para fundirse en un beso tras otro.
—Abre más las piernas, gatita —ordenó Deathmask, acariciándole la cara interna del muslo.
Kyrene lo hizo, dejándose invadir por las manos de los dos; igual que si se hubiesen puesto de acuerdo, el dedo medio del italiano se posó sobre su clítoris para masajearlo con pericia y su compañero deslizó un par en su interior, curvándolos hasta encontrar su zona más sensible. Ante aquel doble ataque, ella arqueó la espalda y gimió sonoramente, perdiendo por un momento el ritmo de sus sacudidas.
—Ah... tramposos...
—¿Tramposos, por qué? Pero si solo queremos que te corras hasta perder el conocimiento —murmuró Deathmask, con su sonrisa torcida.
—O hasta que te rindas... "Emboscada", recuerda —apostilló Shura.
—No voy a rend... Oh, dioses, joder... —maldijo ella en un murmullo, retomando su tarea.
No se detuvo hasta que Deathmask, primero, y Shura, después, estuvieron erectos por completo gracias a sus hábiles caricias. En ese momento, se volvió hacia el custodio de Capricornio y se sentó a horcajadas en su regazo, rodeándole el cuello con una dulce expresión en el rostro.
—Señor...
—¿Sí, juguetito?
—Quiero follarte... Por favor...
—¿Otra vez? Bueno, ningún caballero puede negarse a una petición tan educada... Ven aquí...
Levantándola lo justo para penetrarla, Shura volvió a adentrarse en ella, exhalando un jadeo al notar de nuevo aquella presión. Ella empezó a moverse mirándole a los ojos, con la espesa melena goteando y los labios entreabiertos, y llamó al hombre que les observaba:
—Death... —dijo, tratando de alcanzar su miembro con la mano una vez más.
—Ah, no, gatita. Nada de pajas. Yo quiero lo mismo que él —negó Deathmask, tajante.
Incorporándose con cuidado de no estorbarles, se situó de pie tras ellos, entre las piernas de su amigo. La chica giró la cabeza para verle, pero Shura la abrazó contra su pecho, dirigiéndose a ella en un autoritario susurro:
—Ahora vamos a comprobar si de verdad eres capaz de hacértelo con los dos, juguetito.
—Espera, ¿en serio...? ¿Al mismo tiempo?
—¿No te apetece? Podemos parar en cuanto quieras... Bésame y relájate, preciosa.
Llevada por la curiosidad, acató la orden, echando atrás la cadera y conteniendo la respiración mientras Deathmask jugaba con el glande a lo largo de su sexo y bajaba hasta chocar con el de Shura más de una vez. La idea de recibirle por detrás mientras lo hacía con el español la encendía, pero también resultaba un tanto intimidante; sin embargo, la enésima sorpresa de la noche llegó cuando fue consciente de que su pareja estaba apuntando, con plena intención, a la misma entrada que ya ocupaba el caballero de Capricornio.
—¡Death! No irás a...
—O dices la palabra clave o no tienes voz, mi amor. Ya te he dicho que quiero de lo que le estás dando a él... —le recordó Deathmask, introduciendo apenas el extremo y sujetándose al borde de la piscina para empujar con mayor comodidad— Shura, anda, pónmelo fácil.
—Vais a... romperme... —se quejó ella, con los dedos crispados en torno a los sólidos hombros del español, pero sin tratar de zafarse.
—Sabes qué hacer si no deseas seguir —la animó Shura al tiempo que la estrechaba para infundirle seguridad y se deslizaba con ella en el banco, ayudando a Deathmask a encontrar el ángulo adecuado.
—No, yo...
—Tú querías que te follásemos los dos y eso es justo lo que vamos a darte... Con un giro interesante, cortesía de Mefistófeles —sonrió Deathmask, acompañando sus palabras con un lametón en su mejilla.
—Te... ah... te adoro y te temo, Mefistófeles...
—Tranquila, gatita... Tú solo goza y mira las estrellas.
La joven tomó aire y se humedeció los labios para seguir besando al caballero que tenía frente a sí, deseosa y entregada a la idea de lo que estaba a punto de suceder, mientras su novio volvía a acercarse, forzando la prieta entrada poco a poco.
—Ah... Kyrene, estás tan caliente... Te gusta, ¿verdad?
Con su lengua aún aprisionada en la boca de Shura, que se mantenía inmóvil, ella gimió en respuesta, basculando la pelvis de modo que el miembro de Deathmask entró un poco más, no sin cierta dificultad.
—Sí... Joder, sí... Pensé que dolería... —balbuceó por fin.
—Subestimas mis habilidades, gatita...
—Oye, Death... Esto me vuelve loco, pero tengo la sensación de que solo hay sitio para uno. No creo que vayas a poder...
—Shura... No le desafíes o me partirá en dos... —rogó ella, mordiéndose el labio.
—Mi gatita tiene razón: no me retes... o di tú la palabra clave —se mofó el otro—. ¿Quieres que siga, Kyrene?
—Sí, quiero...
Despacio, el italiano prosiguió su precavido avance, gruñendo de excitación ante la desconocida y deliciosa compresión originada por la presencia de otro invitado en aquel hueco y dirigiendo una significativa mirada a Shura cuando su cuerpo quedó unido por completo al de Kyrene:
—¿Lo notáis? —preguntó, observándolos. Ella movió la cabeza en un leve gesto de afirmación, agarrada al español, que no dejaba de repartir pequeños besos por su rostro— Shura... sientes cada milímetro de mi polla pegada a la tuya, ¿verdad?
—Ya lo creo... Lo que no sé es si voy a ser capaz de moverme...
—No lo sabrás si no lo intentas, amigo...
El aludido tomó las caderas de la chica para desplazarla suavemente hacia arriba, en un gesto que hizo estremecerse a los tres.
—Ah, Shura... No... —imploró ella, cerrando los párpados.
—Juguetito, nos aprietas de tal modo que podría correrme mil veces aquí dentro —confesó él, sin detenerse.
—¿Estás bien, nena? —quiso saber Deathmask.
Kyrene asintió, con los párpados bajos; él le rodeó la garganta para girarle el rostro y besarla, tratando de encontrar el modo de armonizar sus embestidas con las de su compañero hasta dar con un ritmo lento, profundo y placentero para todos. Ella gemía en cada envite, incapaz de hilvanar una frase coherente, flotando en un espacio de impresiones tan intensas que el mundo a su alrededor comenzaba a perder relieve y dejaba tan solo los perfiles de los dos hombres que tenía junto a ella, acariciándola y adueñándose de cada rincón de su ser con una mezcla de perversidad, fuerza y dulzura que le robaba la poca sensatez que aún pudiese quedarle a esas alturas de la noche.
—Dime si te gusta, princesa...
Deathmask sonrió al advertir la expresión casi alienada de su novia, que parecía estar experimentando un goce reservado a los mismísimos dioses; él también tenía serios problemas para contenerse, oprimido en su abrasadora intimidad y masajeado por el miembro de Shura, que debía de sentir lo mismo, a la vista de su ceño fruncido y sus labios contraídos. Sincronizados a la perfección en una obscena coreografía, los tres jadeaban en su ajustado abrazo, entre salpicaduras de agua caliente y palabras inconexas, mientras la boca de ella era asediada por uno y otro en espontáneos turnos que se volvían más caóticos poco a poco hasta que todas las lenguas se unieron en un único beso cuyo ritmo coincidía con el de las estocadas que atravesaban a Kyrene.
—Malditos... Voy a... —gimoteó ella, con los ojos llenos de lágrimas, el cuerpo tenso de pronto y las uñas enterradas en los deltoides del caballero de Capricornio.
—Cuatro, juguetito... —se jactó él, llevando la pelvis a su encuentro en el mismo instante en que un brusco temblor recorría el cuerpo de la joven.
—¡Joder, Kyrene...! ¡Detente...! —exclamó Deathmask, cuya erección estaba siendo exprimida por las contracciones involuntarias con las que palpitaba el sexo de ella— ¡Vas a hacer que me corra, mierda...!
Los gemidos de la griega se transformaron en intensos sollozos que habrían podido confundir a sus acompañantes de no ser por la expresión de profundo delirio que reflejaba su rostro, balbuceando sus nombres y temblando con tal vehemencia que Deathmask, como había pronosticado, no pudo evitar acompañarla en su orgasmo: echó atrás la cabeza en un jadeo y se dejó ir, con un golpe de cadera que permitió a sus dos amantes notar a la perfección la ardiente descarga inundando el interior de la joven. Fue entonces cuando Shura, sobrepasado por aquellos estímulos, soltó la cintura de Kyrene y aferró brutalmente los brazos de Deathmask, comprimiéndola entre ambos hasta dejarla sin aliento y exhalando un rugido que presagiaba su propio clímax.
—¡Ah...! ¡Sí, p-por favor...!
Las escuetas palabras de Kyrene, pronunciadas con dificultad, fueron interrumpidas por Shura, que la tomó con violencia por el cabello para besarla al tiempo que Deathmask se precipitaba sobre su mentón. Las tres bocas se juntaron una vez más, entre gemidos sofocados y espasmos que se alargaron durante algunos minutos antes de empezar a remitir con lentitud, dando paso a una cálida serenidad.
—¿Estás bien..., gatita? —preguntó el italiano, con la voz todavía entrecortada.
—Espera... No te muevas, quedaos así... —suplicó ella, disfrutando de aquel demorado beso a tres bandas y de las caricias que ambos repartían por su piel.
—Juguetito, esto ha sido impresionante...
—¡Eh, eh! ¿Cómo que "juguetito"? ¡La idea ha sido mía! Y os ha parecido increíble, ¿eh?
—Imponente... —concordó Kyrene, desmadejándose en los brazos de Shura con una sonrisa.
—Cautivadora, amigo mío. Una idea cautivadora.
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