104. No sirvo a nadie sino a mí mismo
Lo primero que Kyrene vio cuando recuperó el conocimiento fue el rostro preocupado de Deathmask invadiendo todo su campo visual. Se encontraban en el interior de la casa, un espacio diáfano de paredes de ladrillo visto y suelo de baldosas rojizas, y debía de estar recostada en un sofá o una cama, porque cuando el italiano se apartó tuvo una panorámica completa del techo, trabajado con anchas vigas de madera antigua.
—Angelo, ¿qué ha pasado? —preguntó mientras se incorporaba, llevándose una mano a la frente.
Su abrigo y su jersey estaban doblados en el respaldo de una silla, pero la temperatura era agradable pese a tener el tronco cubierto tan solo por una camiseta.
—Digamos que Morrigan se manifestó sin avisar y ese de ahí te metió la lengua hasta el esófago —respondió él, apuntando a Shura.
—No digas memeces, Death —le reconvino el aludido, que entraba en aquel momento con un vaso de agua para ella.
Kyrene cerró los ojos durante unos segundos. Las imágenes de lo sucedido comenzaban a aclararse en su mente: la declaración de Morrigan, el despecho de Shura, la despedida... y el beso.
—Kyrene, perdóname. La vi y la oí claramente, no pretendía violentarte —dijo Shura, como si le hubiese leído el pensamiento.
—Ya lo sé. Y yo no quería molestarte, pero... sentía la necesidad de venir; imagino que, de algún modo, ella me hizo llegar hasta ti —explicó tras dar un largo trago al agua.
—También quiero disculparme por... por haberte tratado tan mal después de lo de Atenas. Yo... me puse a la defensiva y pagué mi inseguridad contigo.
—Un poco gilipollas sí fuiste, aunque ya da igual. Eso sí, vuelve a comportarte como un niñato y te arreo una patada en la entrepierna que te pondrá voz de tenor.
—Tranquila, no lo haré. De verdad, me avergüenzo de haber actuado así. No soy un inmaduro.
—Yo no... no sabía que estabas tan incómodo.
Shura se aclaró la garganta y le rellenó el vaso, evitando mirarla. Cuando volvió a hablar, lo hizo despacio, como si expusiera una vulnerabilidad intolerable:
—Estar con vosotros... veros juntos me hizo darme cuenta de que yo quería sentir por alguien lo mismo que Death siente por ti... y también quería que ese alguien me mirase como tú le miras a él. Necesitaba llenar ese vacío y cuando te veía por el pueblo me dolía, porque me recordabas que no lo tendría jamás; no contigo, sino con nadie, porque había suscrito unos votos irrenunciables que me ataban para siempre a una diosa que jamás demostró predilección por mí. Pero entonces llegó Morrigan y me enseñó otra forma de adoración, completa y eterna.
—Olvídalo, Shura. Los tres estamos vivos y, como te dije en el mercado, somos adultos. Podemos dejar eso atrás, ¿verdad?
Él asintió, aliviado.
—Creo que nos quedó una conversación pendiente. ¿Tienes tiempo ahora, Shura? —preguntó Deathmask.
—Lo que no tengo son ganas, pero me temo que no hay más remedio... —dijo, antes de salir de la sala con aire huraño.
En cuanto se quedaron solos, Deathmask volvió a acercarse a Kyrene y le besó la frente.
—Micetta, si no estás a gusto podemos marcharnos ahora mismo. O puedo partirle la cara, lo que prefieras.
—No, tú lo has dicho: tenemos que hablar. Vosotros siempre habéis sido amigos, ¿quieres perder eso?
Él desvió la cara, pensativo.
—No, no quiero. Pero tampoco pienso permitir que te falte al respeto.
—Ha dicho que no lo haría; dale un voto de confianza, anda.
Shura regresó con menaje para la mesa, pan y una fuente llena de carne asada y patatas que hizo a Kyrene salivar a pesar del ligero mareo que todavía la aquejaba. Deathmask, todavía un tanto renuente a olvidar sin más, le observó colocar todo con su habitual meticulosidad. Aquel hombre había sido su compañero más cercano desde la infancia, el que se había mantenido a su lado pese a todos sus errores y él sería un ser humano despreciable si no tuviese la humildad suficiente para dar el primer paso, pensó, levantándose con decisión. En silencio, se aproximó, le estrechó la mano con firmeza y tiró para abrazarle, en un gesto que pronto fue correspondido por el español.
—Te he echado de menos, ¿sabes, imbécil? —dijo Deathmask, sin soltarle.
—Y yo a ti, pedazo de gilipollas.
—Tienes buen aspecto...
—Y tú tienes nariz...
—Me la reventaste con ganas, cabrón, pero el cirujano me ha dejado nuevo... Y ahora que Morrigan te ha arreglado el ojo, estamos en paz, ¿no? Volvemos a ser amigos...
—Claro que somos amigos, pero vamos a la mesa. Aquí los reencuentros se celebran con comida —anunció, invitándoles a sentarse.
—Pues como en Italia, en Grecia y en todo el mundo civilizado, Shurita —replicó Deathmask.
El delicioso sabor de la ternera especiada ayudó a que los tres jóvenes terminasen de relajar sus actitudes defensivas y Deathmask fue quien se atrevió a romper el hielo, recuperando parte de su buen humor:
—Tío, vives de maravilla a tu aire, hasta tienes gallinas y huerto... ¿cómo has hecho para poner todo esto en marcha en apenas dos meses?
—No he sido yo. Los vecinos se ocuparon de los terrenos del santuario desde la muerte de mi maestro y, ahora que he regresado, me permiten trabajarlos, ya que no son legalmente suyos.
—¿Sabe Shion que estás aquí?
—Debe de saberlo, si os ha enviado...
Kyrene negó con la cabeza.
—No nos ha enviado. Hemos huido.
—¿Los dos...? ¿Por qué?
—Me ha expulsado de la Orden Dorada —dijo Deathmask.
—¿Qué?
—Estás hablando con el flamante director de la escuela de Sicilia, nene... —sonrió el italiano, socarrón.
—...o de lo que queda de ella —apostilló Kyrene.
—No entiendo nada de lo que me estás contando... ¿Y tú, Kyrene? ¿Te han expropiado la taberna o algo así?
—No. Pretendían retenerme en Rodorio a toda costa, por si Morrigan volvía.
—Bueno, visto lo visto no iban desencaminados...
—Quizá, pero yo no quería estar separada de él.
Shura fijó los ojos en el contenido de su plato. Entendía aquel deseo; ahora, tras vivir con Morrigan el amor y la pérdida, podía comprenderlo a la perfección.
—Kyrene, tengo que pedirte perdón otra vez. Cuando me enamoré de Morrigan, yo... pensaba que estabas muerta o lo estarías enseguida y, además, por elección propia. De haber sabido que seguías con vida, yo no habría... —murmuró, contrariado por tener que sacar de nuevo el tema.
—No hay nada por lo que debas disculparte. Te dejaste guiar por tus sentimientos, como todos nosotros —dijo ella, sin ánimo para profundizar en la cuestión de la intimidad física que habían compartido sin que él fuese consciente de ello.
—O por tu rabo, que para el caso era lo mismo —intervino Deathmask con toda naturalidad, engullendo una patata.
—¿Cómo están los demás? ¿Se recuperaron? Les recuerdo bastante perjudicados...
—Están bien; Alde recibió una pequeña multa, Milo se libró del castigo y me figuro que Dita y Saga estarán chupándole los pies a Shion.
—¿Eso no era tarea de Dohko? —se mofó Kyrene.
—Micetta, tu don para la réplica es legendario —la lisonjeó Deathmask, girándose hacia Shura después—. El caso es que por ayudarme a localizar a Morrigan tuvieron que marcharse conmigo a reconstruir la escuela...
—Sí, cuando se enteren de que te la has cargado, se van a encabronar bastante... —dejó caer Kyrene.
—Espera, ¿cómo que te has cargado la escuela? —por primera vez desde su reencuentro, Shura sonreía abiertamente.
—Hasta los cimientos, Shurita; la he arrasado hasta los cimientos.
Los tres se echaron a reír; por un momento, parecía que regresaban a sus días de largas excursiones, charlas y comida compartida.
—Entonces, ¿quién portará ahora tu armadura, Death?
—Ni lo sé ni me importa... Ella elegirá con sabiduría, como suele hacer. Los santos de Cáncer siempre hemos sido alucinantes e increíbles, así que le costará encontrar alguien a mi altura, pero antes o después lo conseguirá. Quizá mi sucesor no haya nacido todavía... Y tú, ¿piensas quedarte?
—¿Por qué no? No es como si tuviera muchos otros lugares donde ir y aquí me siento a gusto.
—Podrías volver al santuario, como te ha dicho la irlandesa —sugirió Deathmask.
—Ya no soy el caballero de Capricornio; he desertado, por si no lo tenías claro.
—Pero eres el testigo del... —dijo Kyrene, titubeante.
—No.
—Shura, tú conoces el tratado de paz entre las diosas... —continuó ella.
—¿Y...?
—¿No te interesa saber si se está respetando?
—No me interesa nada que tenga que ver con ese sitio infecto —respondió él, con acritud.
—Vamos, Shura, baja la espada. Estamos entre amigos, ¿no? —lo reconvino Deathmask— Solo hablamos.
—Lo siento, pero es la verdad. Ya no sirvo a nadie sino a mí mismo.
Kyrene y Deathmask se miraron; él cargó un pedazo de carne en su cuchara, ella reflexionó durante algunos antes de proseguir. Los tres habían sufrido atrapados en medio de un conflicto ancestral, apostando el máximo para defender sus creencias con toda la fuerza de sus corazones, y ahora, descreídos y repudiados, dependían tan solo de sus propios recursos.
—Esto no tiene que ver con servir a los dioses. Somos libres para hacer lo que nos venga en gana —dijo Kyrene, en voz baja.
—Lo somos, y lo que yo quiero es estar tranquilo. He perdido lo que más amaba y no pienso volver a un lugar consagrado a quien me lo arrebató.
—Lo comprendo. Yo también necesitaba poner distancia, después de lo que sucedió —dijo ella.
—Viví durante años con el pesar de haber atacado a mi mentor y de ser ignorado por la diosa que adoraba, pero con Morrigan era distinto... por eso su abandono me resultó tan hiriente —admitió Shura, haciendo rodar una patata por el borde del plato.
—Morrigan nos escuchó y atendió nuestras inquietudes más secretas... fue capaz de ver nuestros deseos de justicia y de cambio —se animó Kyrene.
Deathmask los observaba; volvía a ser consciente del vínculo invisible que los unía a raíz de su experiencia común con la diosa, pero no le preocupaba: sabía que el que había entre Kyrene y él era aún más poderoso.
—Nos dejamos la vida y el honor para cambiar las cosas... —proseguía el español, apesadumbrado.
—Y lo conseguimos, Shura. Hicimos lo correcto.
—¿Tú lo recuerdas, Kyrene? El acuerdo, digo.
Ella hizo un gesto displicente, como dando a entender que no del todo:
—Algunos datos me bailan, ¿sabes? Me di un buen golpe en la cabeza y eso pasa factura... —confesó, risueña, señalándose la cicatriz.
—Ya me había fijado. Supongo que todos tenemos unas cuantas heridas de guerra... El primer punto fue proteger nuestras vidas, la tuya y la mía.
—Desde luego, Atenea cumplió en eso.
—También se dijo que los aspirantes serían mayores de dieciséis años, que no se los reclutaría por la fuerza y que el entrenamiento debería ser severo, pero no cruento.
—No llegué a conocer a mis nuevos aprendices, así que no puedo confirmarlo —comentó Deathmask, llenando de agua los vasos de todos y repartiendo rebanadas de pan.
—Recuerdo que Morrigan exigió a Atenea que permitiese dejar el santuario a todos los que lo desearan y que les ayudara a establecerse como civiles —aportó Kyrene, dubitativa—, pero en el tiempo que estuve en Rodorio no vi que nadie se marchase.
—No sería la primera vez que los dioses traicionan su propia palabra, pero si Kido decide abolir la muerte por deserción y me regala una casa, yo lo celebraré armando mucho ruido—dijo Deathmask.
—Ya eres bastante ruidoso de normal, no creo que necesites esforzarte... ¿y qué haréis de ahora en adelante?
Kyrene se encogió de hombros; no parecía que el futuro fuese un tema preocupante para ella.
—De momento, nos hemos limitado a alejarnos de Grecia para que Shion no pudiese localizarnos a través del cosmos de Angelo...
—¿Angelo? —sonrió Shura, enarcando una ceja.
—Es mi nombre, querido Rodrigo —replicó el otro, con retintín—. Las reservas de hotel a nombre de Deathmask de Cáncer quedan raras...
—Vale, vale; ¿me decías, Kyrene...?
—Que nos hemos movido hacia el oeste y ahora no tenemos más planes que improvisar sobre la marcha y desaparecer hasta que todo esto se olvide, ya que no se nos permite regresar.
—En resumen: irnos para siempre.
Shura hizo un gesto afirmativo, dio un par de bocados parsimoniosos y se limpió los labios con la servilleta.
—Podríais quedaros unos días, si queréis.
Perplejos, sus invitados volvieron a intercambiar una mirada larga y elocuente, como si pudiesen comunicarse sin palabras, antes de que el italiano se aventurase a responder:
—Acabas de decirnos que no querías ver a nadie, Shura. ¿Estás seguro?
—¿Por qué no? Antes de que todo este conflicto entre Atenea y Morrigan nos dividiese, éramos amigos... y no me refiero solo a nosotros dos —abarcó a Kyrene con un ademán que ella correspondió con una sonrisa—. Deberíamos ser capaces de llevarnos bien de nuevo, ¿no?
—Si lo que quieres es un regalo de cumpleaños, siento decirte que no te hemos traído nada.
—Tampoco pensaba hacer una fiesta —replicó Shura.
—Y no vamos a darte sexo. No nos caes tan bien como antes —bromeó Deathmask.
—¿De verdad te sentirías cómodo teniéndonos aquí? —preguntó Kyrene.
—Creo que sí. Podéis descansar unos días en un sitio de confianza y aclararemos de una vez todo lo que sucedió desde la llegada de Morrigan antes de que os perdáis por el mundo... Es decir, si a vosotros os parece bien.
—A mí me parece magnífico —dijo la chica.
—A mí también, pero quiero una cama grande y de ninguna manera voy a ayudarte con la granja. Estamos de vacaciones hasta que decidamos cómo ganarnos la vida.
Mis queridos lectores, poquitos pero fieles, selectos y siempre dispuestos a apoyarme, os informo con gran tristeza de que el siguiente capítulo es el penúltimo. Se titula "Lo que pasa en Las Vegas" y en él pondremos fin a algunas de las tramas.
Sé que soy una sentimental, pero ya echo de menos a estos dos. Tendré que sacarme algunas historias laterales de la manga o aprender a vivir sin ellos.
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