101. El castigo del desertor
Este dibujo tan increíble fue hecho por Art_athe (es su usuario en twitter) y no podía resistirme a ponerlo en este capítulo aunque la escena que representa jamás tuvo lugar (¿alguien ha visto a Kyrene vestida de blanco alguna vez... o estoy haciendo spoiler de otra cosa?), pero es que es tan romántico y tan bonito... En fin, vamos al capítulo de hoy.
La noche, que había comenzado con dudas y tímidos avances, se había vuelto más intensa hasta alcanzar el nivel de "memorable", pensó Kyrene, estirándose perezosamente entre las sábanas con los ojos aún cerrados. Sabía que en pocas horas tendría agujetas en cada músculo del cuerpo y que la herida del pecho se resentiría, pero ¿qué más daba? Había valido la pena...
Necesitó todavía un instante de reflexión para convencerse de que todo lo que recordaba había sucedido en realidad -el reencuentro, la huida, la cena, el sexo, dormir abrazados como en los buenos tiempos-, pero cuando por fin lo tuvo claro, se giró para acurrucarse junto a Deathmask con una sonrisa que habría podido iluminar el mismísimo inframundo.
—Mi amor... —musitó.
Extendió el brazo en busca del italiano, pero lo único que su mano rozó fue algo que tardó unos segundos en identificar como un pie. Desconcertada, abrió los párpados con lentitud y se incorporó sobre un codo: estaba sentado en la cama contigua con las piernas recogidas contra el torso y la vista perdida en la luna, que se atisbaba a través de la ventana, rígido como una escultura.
—Death, ¿estás bien? —preguntó, acomodándose a su lado y tirando del edredón para cubrirlos a ambos.
—Sí, micetta. No podía dormir y me he desvelado un poco.
—¿Han vuelto las pesadillas?
—No han parado desde que me metieron en el calabozo.
Ella apoyó la cabeza en su bíceps y le asió el brazo cariñosamente. Él solía dormir sin problemas cuando estaban juntos y le entristecía que ya no fuese así.
—¿Y tú, preciosa? ¿Has descansado? —quiso saber él mientras depositaba un beso en su cabeza y le frotaba el hombro para ayudarla a entrar en calor.
—¿Después de tres polvos tan épicos que creí que terminaríamos en Urgencias? Sí, de hecho, es la primera noche que no he necesitado somníferos desde que dejé Japón...
Él asintió volviendo a fijar los ojos en su astro regente y entreabrió los labios como si fuese a decir algo. Sin embargo, demoró hasta ser capaz de verbalizar lo que le atribulaba.
—Kyrene, estoy... aterrorizado —dijo por fin en voz baja. Ella se despegó de su brazo para mirarle, apartándole de la frente un mechón de cabello—. Tengo tanto miedo que me cuesta respirar.
El silencio volvió; ella continuaba escrutándole en la penumbra que el amanecer inminente comenzaba a devorar.
—Estoy acostumbrado a los castigos y las sanciones; no es la primera vez que me fumo unas cuantas normas, ¿sabes? Ser degradado y perder la armadura... bueno, me duele porque se supone que sacrifiqué mi infancia por ella, pero puedo dejarlo pasar. Sin embargo, ahora soy un prófugo y te pongo a ti en peligro si...
Ella negó con la cabeza, vehemente:
—Death, no se te ocurra ir por ahí. Me has jurado que te quedarías conmigo, me he subido a un avión por ti...
—No te preocupes, gatita —sonrió él, con cierto pesar—. Abandonarte no entra en mis planes. Pero debemos ser conscientes de que Shion puede enviar soldados en mi busca y ellos no se pararán en mientes a la hora de matarme, incluso si eso implica hacerte daño.
—Yo no tengo miedo, Death. Sabía a lo que me exponía cuando dejé Rodorio.
—Sí, quizá tú tengas claro eso..., pero yo desconozco cómo enfrentarme a lo cotidiano, Kyrene... He entregado mi vida a una causa, ¿qué sé hacer aparte de asesinar a los enemigos de Atenea? ¿Cómo puedo pasar de ser un caballero dorado a un civil si no tengo siquiera un modo de ganarme la vida, estudios, un currículo...? Incluso durante mis misiones recientes, solo me he relacionado con lo peor de cada casa... No sé qué es ser normal.
Kyrene le acarició el pelo y se colocó frente a él, abriéndole las rodillas con las manos para situarse entre ellas.
—Claro que estás asustado. Todo ha dado un gran vuelco. Sin embargo, esta perspectiva es mejor que la que tenías cuando llegué, ¿no? ¿O preferirías quedarte allí y esperar el castigo de Shion por destrozar la escuela?
—Ya me había arrebatado todo. No pensé en las consecuencias, solo quería joderle...
—Pues eso seguro que lo has conseguido, mi amor —dijo ella, tomándole las mejillas para obligarle a prestar atención—. Y estamos juntos de nuevo. Somos dos fugitivos, ¿y qué? No es nada raro para mí...
Él permanecía inexpresivo, como si hubiese contemplado de cerca los mayores horrores del universo y le faltase vocabulario para describirlos.
—Estamos juntos y, tal como tú me protegiste en el pasado, ahora yo te ayudaré a vivir en este mundo. Piénsalo: tenemos documentación, algo de dinero y, sobre todo, nos tenemos el uno al otro. Eso nos hace invencibles, Angelo.
El italiano hizo un gesto similar a una sonrisa y le rozó el mentón con el pulgar.
—Así que tú vas a cuidar de mí, ¿eh, gatita?
—Pues claro que sí. Y llámame micetta, que ahora estamos en Italia.
El comedor del hotel tenía capacidad para cien personas repartidas en veinticinco mesas, pero la que ocupaban Kyrene y Deathmask era la más concurrida, pues el resto del aforo eran hombres y mujeres solitarios, desplazados a la ciudad por negocios. Rodeados de ordenadores portátiles, teléfonos, maletines, mochilas, corbatas y aroma a perfumes y lociones, los dos jóvenes que se levantaban cada cinco minutos para rellenarse los platos en el bufé como si no hubiesen comido en semanas desentonaban por completo del silencioso y formal ambiente de trabajo, con sus vaqueros desgastados y su aire de turistas.
—Bueno, la cosa es así —comenzó Kyrene mientras troceaba dos lonchas de beicon para esparcirlas como confeti sobre sus huevos fritos; frente a ella, Deathmask escuchaba con atención, perfeccionando una pila de tortitas, huevo revuelto y embutidos típicos de la región—: tengo varias tarjetas de crédito vinculadas a cuentas que abrí con distintas identidades. No es mucho dinero, pero nos servirá durante las primeras semanas. La idea es salir de Sicilia hoy mismo y alejarnos en un coche alquilado para que Shion no nos siga la pista; la carretera es la vía de escape más segura. Cambiaremos de vehículo con frecuencia y lo haremos con un nombre cada vez para despistarles. De este modo, les costará reconstruir nuestro recorrido y anticiparse a nuestros movimientos. Estaremos bien mientras tú no aparezcas en los registros y eso significa que tus cuentas corrientes y tus tarjetas son inaccesibles... suponiendo que no te las bloqueen en cuanto sepan que te has marchado, claro.
—Así es, gatita. De facto, ambas opciones nos impiden tocar mi dinero.
Ella probó la comida emitiendo un "mmmh" de satisfacción y apuró un vaso de zumo de naranja que él se apresuró a rellenarle con caballerosidad.
—¡Gracias, mi amor! Vale, sigo. Imagino que no puedes usar tu cosmos hasta que estemos suficientemente lejos y, aun así, siempre con cuidado y en pequeñas cantidades. ¿Me equivoco? —él confirmó su afirmación con un gesto de la cabeza— Por tanto, necesitaremos una fuente de ingresos que no esté relacionada con tus habilidades especiales. Ahí es donde entro yo.
—Espera, ¿vas a volver a robar, como cuando eras niña?
—¿Yo? ¿Qué te hace pensar eso? No, qué va. Tengo otros recursos.
Deathmask la observó sin reprimir su admiración. Aquella mujer había dejado todo por él y todavía se había molestado en pensar qué harían a partir de ese instante.
—Vaya, micetta, estoy impresionado. ¿Has dado forma a todo el plan en una noche? Menudo cerebrito criminal tiene mi novia y yo sin saberlo...
Ella extendió el brazo para tomar unos bollos, los abrió por la mitad y los untó con mantequilla antes de rellenarlos con prosciutto. Cualquiera pensaría que la habían sometido a un ayuno implacable.
—Death, esta es la historia de mi vida. Desde que maté a aquel bastardo, jamás he pasado más de dos años en el mismo sitio y esta vez no ha sido diferente. Estoy habituada a salir corriendo con lo puesto, así que no me resultó difícil tomar la decisión cuando tuve claro que no había otra manera —las manos de ambos volvieron a entrelazarse sobre el mantel en un gesto cómplice—. Sé que esto es nuevo para ti, pero saldremos adelante y será mucho mejor de lo que crees. Ahora nuestra única preocupación será dónde pasar la navidad, ¿tienes alguna preferencia?
Los aprendices -dos chicas y tres chicos- a los que Deathmask debía entrenar viajaron a Campofelice di Fitalia acompañados por el patriarca en persona, su inseparable compañero Dohko de Libra y un amplio contingente de soldados tras dos semanas de formación durante las cuales se les puso al día acerca de las características de la zona, la historia de los santos de Cáncer y el modo de dirigirse a su maestro, un excaballero al que habrían de tratar con respeto y agradecimiento, pues iba a dedicarles sus mejores años sin recibir nada a cambio, salvo la satisfacción del deber cumplido.
Sin embargo, el sospechoso silencio que encontraron al llegar a la escuela dejó muy claras dos cosas a Shion: que el antiguo santo de Cáncer seguía siendo un rebelde por más que se le intentase doblegar y que su obstinación superaba con mucho su templanza, pues había ignorado la orden -enviada a través de los emisarios que dieron el visto bueno final al resultado de las obras- de recibirles en la puerta tal como indicaba la tradición.
Aun así, el patriarca puso en juego toda su paciencia para mandar un mensaje telepático al flamante nuevo director, pidiéndole que hiciese el favor de salir a saludarles. La comitiva al completo aguardó durante algunos minutos; los soldados, estoicos, mantenían su pose militar; los chicos se miraban entre ellos, nerviosos por el nuevo destino al que se enfrentarían, y los dos veteranos siervos de la diosa oteaban la verja, pero nadie se personó.
Shion se frotó el puente de la nariz, contrariado. Hizo un gesto para que un par de soldados abriese la cancela, otro para indicar a los aprendices que se quedasen allí y, finalmente, se adentró en la finca junto con Dohko.
Aquello no se correspondía con lo que les habían contado: el pavimento estaba destrozado y el camino era impracticable. El caballero de Libra asió el deltoides del patriarca en un gesto íntimo; Shion era un hombre sereno, pero aborrecía la desobediencia y la indisciplina y su amigo percibía con claridad cómo su estado de ánimo se iba alterando conforme el desolador paisaje se desplegaba ante ellos, evidencia incontestable tanto del poder destructivo de Deathmask como de su falta de autocontrol.
—No te esfuerces, Shion. No siento aquí su presencia —dijo Dohko, en un susurro.
Trataba de evitar que advirtiese que de la casa, a lo lejos, no quedaba nada salvo un montón de escombros, pero era demasiado tarde: los hermosos ojos de Shion estaban fijos en las ruinas, frente a las cuales destacaba la infame cruz que señalizaba la tumba de Ottavio Aldaghiero.
—¿Te das cuenta, Dohko? Sabía que el estallido de cosmos que sentimos hace un par de días no era solo una rabieta... no podía conformarse con derribar unos cuantos árboles, no: ese maldito testarudo tenía que echarlo todo abajo para dejar clara su postura.
—Se ha marchado. Habrá que pensar en una alternativa para formar a estos chicos —propuso Dohko, deslizando el brazo por el hombro de su antiguo amigo y estrechándolo con ternura. Sabía cuán pesada era la responsabilidad de su cargo y lamentaba verle sufrir, aunque no siempre estuviese de acuerdo con sus decisiones.
—He tensado demasiado la cuerda, Dohko. Le he llevado al límite de su resistencia...
—No te mortifiques, sabes que lo importante ahora es asegurar un portador para la armadura. Iremos al santuario y te ayudaré. Necesitas poner un poco de distancia para ver la situación con perspectiva.
Él tenía razón, se dijo Shion, ocultando las manos en las amplias mangas y dando media vuelta para regresar con el resto. Los soldados custodiaban a los cinco chicos -un número alto, sin duda, pero necesario para tener la certeza de que la armadura aceptaría a alguno de ellos como su legítimo usuario, dada la inusual coyuntura-, cuyos rostros reflejaban sorpresa y desconcierto al verles volver sin su maestro.
—Ha habido un pequeño incidente y no podéis iniciar aún vuestro entrenamiento, jóvenes. Por favor, formad un círculo a mi alrededor y volveremos al santuario hasta que todo se haya solventado —dijo, impertérrito como siempre.
Fue obedecido sin demora. Ya en Rodorio, los aprendices fueron devueltos a la cabaña colectiva en la que habían vivido hasta el momento en compañía de otros aspirantes menos prometedores y el patriarca emprendió el ascenso hacia su cámara, con paso cansado. Junto a él, el custodio de Libra subía los peldaños en un lúgubre silencio.
—Merece un castigo, Dohko. Sé lo que estás pensando y te equivocas.
—¿De qué le culpas exactamente, Shion?
—¿Me lo preguntas en serio?
Su amigo le miró y se permitió la licencia de una amplia sonrisa al responder:
—Deathmask quebrantó las normas, sí, pero lo hizo para proteger a una civil y no se alió con la enemiga como habría cabido esperar, dada la previsible afinidad entre ellos, porque no hace falta que te recuerde la fascinación que la muerte ha ejercido sobre él desde que era un chiquillo. Es cierto que huyó del calabozo, que desobedeció tus órdenes y que lanzó una exclamación de Atenea, pero no es menos cierto que estuvo del lado de nuestra diosa en todo momento...
—Estás manipulando la verdad; solo luchó en el bando de nuestra señora porque convenía a sus fines. No hubo altruismo ni devoción en sus actos; esa civil le distrajo de su misión.
—Por la razón que fuese, bien, pero se comportó como era debido y no es justo que pague eternamente por sus faltas, Shion: le has degradado, exiliado, convertido en el siguiente Aldaghiero y separado para siempre de la mujer que amaba. ¿Y todavía pretendías que se resignase?
—La deserción se castiga con la muerte. Lo sabes tan bien como yo.
—¿Y matarlo te hará sentir mejor? ¿Ayudará a que su sucesor sea más leal? ¡Tú mismo acabas de decir que le has forzado hasta el extremo! Recapacita, Shion. La misericordia es el mayor de los valores de Atenea, siempre lo repites.
Shion frunció el ceño, pero no dijo nada. Dohko continuó, haciendo gala de aquella confianza construida a lo largo de más de doscientos años:
—El santuario ha salido con bien de esta aventura. He visto que has implementado alguno de los cambios que se sugirieron en el tratado...
—Atenea lo consideró oportuno y yo obedezco su voluntad —dijo Shion, monocorde.
—Me gusta la idea de que a partir de ahora todos los aprendices sean mayores de dieciséis años.
—También a mí, pero me pregunto si comenzar tan tarde a entrenar podría lastrar su progreso como guerreros.
—Mi último aprendiz vino a mí siendo un crío y lamenté que su vida se limitase a machacar cuerpo y mente para una tarea tan ardua.
—Igual que tú y que yo, compañero.
—¡Vamos, Shion! ¿De verdad queremos que esos niños vivan lo mismo que nosotros? Cada desafío es una oportunidad de hacer mejor las cosas.
—No pareces ser consciente de la humillación que supone para Atenea verse obligada a cumplir las condiciones impuestas por una diosa de otro panteón...
Dohko se rascó una oreja y negó. Habían cruzado ya diez templos y no pudo evitar pensar en Aioros y en Shura cuando dejaron atrás las casas de Sagitario y Capricornio, dolorosamente vacías.
—Es un tratado de paz y conllevó condiciones para ambas partes, como es lógico, de las cuales no quieres hablar demasiado, pero si te paras a pensarlo, ¿qué hay de humillante en cumplir la palabra dada?
—Los demás dioses podrían percibir ese acatamiento como una muestra de debilidad por su parte y organizar un ataque contra el santuario...
—Ya. También podrían pensar que eso demuestra que Atenea es una diosa fiable con la que se puede negociar. ¿No sería mucho peor que fuese tomada por una mentirosa sin palabra? Porque, en ese caso, nos atacarían con toda su potencia sin plantearse siquiera un armisticio inútil...
—No lo sé, Dohko. Es complicado.
—Se supone que eligieron a Shura como garante, ¿qué vais a hacer en su ausencia? ¿Cómo mostraréis al mundo que cumplimos lo acordado?
—No tenemos por qué mostrar ni demostrar nada a nadie —insistió el patriarca al tiempo que los centinelas que guardaban el acceso a sus dependencias descruzaban las lanzas para permitirles entrar.
—Shion, vamos: tú y yo nacimos hace demasiado tiempo, somos una anomalía. Tu consejo es valioso para Atenea porque está impregnado de toda tu experiencia, pero ¿no habrás perdido flexibilidad con el paso de los años? Reconsidera tu postura: ¿por qué no un poco de indulgencia? ¿No servimos acaso a la diosa que más ama a la humanidad?
—¿Intentas manipularme? ¿Te parece oportuno crear una excepción para Deathmask, como premio a su desobediencia?
Atravesaron varias estancias hasta llegar al área privada de Shion y se dirigieron a la sala de estar, una habitación ecléctica pero sencilla decorada con mobiliario traído de su tierra natal, algunos tapices de macramé y regalos que "sus niños" le habían hecho de pequeños, desde un deforme jarrón de cerámica moldeado por Saga hasta una muiraquitã que Aldebarán le había comprado en su primera visita a Brasil tras obtener la armadura. Un sirviente les dedicó una respetuosa inclinación en cuanto los vio y sirvió en una mesa baja un tentempié compuesto por vino, fruta y quesos.
—Jamás te manipularía; te respeto demasiado. Solo digo que reflexiones antes de ordenar la muerte de Angelo. Sé que te arrepentirías. Ese chico es uno de tus proyectos personales y en este conflicto ha demostrado que puede actuar movido solo por amor, igual que tú y que yo. No caigas en lo contrario.
—El precio de la deserción es la pena capital, Dohko —repitió el patriarca—. ¿Qué mensaje le envío si le dejo huir sin más?
—¡El mensaje de que Atenea le ama y reconoce su esfuerzo por proteger tanto su legado divino como la vida de la mujer que quiere! Vamos, tú y yo lo sabemos: amar no es fácil, y menos para alguien como él... o como nosotros —sus dedos rozaron los de Shion con suavidad sobre la mesa al escanciar el vino.
—Nadie abandona el ejército de Atenea y vive para contarlo. Esas han sido las enseñanzas de la diosa desde los tiempos antiguos.
—Pues quizá haya llegado el momento de acabar con los tiempos antiguos, amigo mío. Tú y yo, sin ir más lejos, vivimos también atrapados por nuestros votos y el qué dirán. Hemos conocido dos encarnaciones de Atenea... y Saori no es Sasha, ¿verdad? Cada una rige el santuario a su manera, influida por su vivencia como humana y los consejos de quienes la rodean. De hecho, Saori delega todo en ti; por tanto, tienes potestad para dejar que las cosas fluyan y cambien, Shion.
El líder del santuario ocultó la cara entre las manos con un profundo suspiro. Su incomodidad era tan real como la comida que tenía ante sí.
—Dohko, esta decisión me desgarra por dentro. Son mis niños, todos ellos, pero ahora...
—Él ya es un hombre, Shion. Un hombre capaz de escoger su propio camino. No debes sentirte mal si sus elecciones no coinciden con las tuyas —dijo el caballero, con una mirada cariñosa—. Enorgullécete de su coraje: a veces se requiere más bravura para desertar y vivir que para continuar vegetando por mera inercia.
Unos golpes en la puerta les sacaron de sus disquisiciones. Tras obtener el permiso para entrar, un sirviente se acercó al patriarca y murmuró en su oído algo que le hizo arquear las cejas y esbozar una sonrisa llena de amargura.
—¿Qué ocurre, Shion?
—Kyrene se ha marchado. Emborrachó a los guardias y desapareció; la han buscado durante toda la noche antes de dar la voz de alarma. Si esto no es una muestra de desacato total, yo no sé qué es. Ni Angelo ni ella respetan este santuario ni nada de lo que representa y contagian su actitud a los demás.
—Los guardias te temen a ti. No se atrevían a avisar de su huida por miedo a tu castigo.
—¿Sugieres que gobernemos el santuario con una democracia participativa o algo así? ¿Que lo convirtamos en una comuna sin ley ni consecuencias? Dohko, me gustaría verte en mi lugar, siendo responsable de todo esto. Debo organizar un contingente para localizarla...
—Déjala ir. ¿No ha sufrido ya bastante? También ella ha perdido todo en un conflicto que no le incumbía. No puedes retenerla contra su voluntad y esperar que no se rebele. ¿Qué harás si la encuentras? ¿Encarcelarla?
—¡No lo sé, Dohko! ¡No lo sé! —el patriarca se levantó, con una mueca de angustia— ¡Sé que el mundo que conocimos ya no existe y que debo hacer cambios... pero no podemos ofrecer una imagen de debilidad ante los posibles enemigos!
Dohko se le acercó y le posó ambas manos en los hombros, dirigiéndole una mirada llena de empatía.
—Vamos, Shion. Sabías tan bien como yo que este momento llegaría. Si alguien puede hacer que un nuevo santuario resurja de las cenizas de este, mejorado y lleno del amor de la diosa, ese eres tú.
—¿De verdad lo crees?
—No tengo ninguna duda.
No tengo mucho que añadir a este capítulo: el destino de Deathmask y Kyrene va tomando forma y parece que Shion está dispuesto a dar algunos pasos para suavizar las rígidas normas del santuario. Mañana sabremos más del plan de los huidos en "Bonnie y Clyde". ¡Gracias!
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