Tempestad - Parte 8
Tempestad - Parte 8 (por Aican)
-"¿Cuál es ese?"- preguntó entusiasmado Timin señalando una gran torre que se encontraba delante nuestro. Estaba completamente excitado, se trataba de la primera vez que se internaba tanto en el mar exterior, aunque no era el único.
-"Si no me confundo, debe ser el faro Santarem."- respondió mi abuelo. -"Sí, ese es."- confirmó luego mientras la estructura pasaba inmóvil por nuestro estribor. Habíamos dejado atrás los faros del fin del mundo navegando hacia el noreste, el clima estaba a nuestro favor al menos en esta primera etapa.
Antes de zarpar, Nefarel nos advirtió por última vez que no era seguro que pudiésemos cruzar la tormenta, si alguien quería abandonar la travesía el mejor momento sería hacerlo cuando aún estuviésemos en tierra. Por suerte ninguno se retractó, y los diez nos hicimos a la mar, emprendiendo la mayor aventura de nuestras vidas.
-"Esto es muy importante, espero que presten atención, ¿entendido Timin?"- Nefarel era quien hablaba, nos había reunido a todos cuando dejamos atrás al faro Santarem. Sobre la mesa había desplegado un mapa del archipiélago y comenzó su explicación preguntándome: -"Aican, ¿en que año estamos?"-
-"En el 827 EMD."- contesté sin entender a qué venía esa pregunta.
-"¿Qué significa el EMD?"- insistió él.
-"Era del Mundo Dividido."-
-"¿Y eso qué significa?"- pero yo no sabía la respuesta, y al notar eso se dirigió al resto. -"¿Alguien?"- jamás había pensado en el significado de esa denominación.
-"¡Los cuadrantes!"- exclamó Timin sorprendiéndome y Nefarel tan sólo respondió:
-"Supongo que alguien quiere quedar bien delante de Piris."- sonreímos ante ello, pero el pequeño se ruborizó. -"Timin está en lo correcto. Todo esto, Agograr, el mar exterior, es lo que se llama un cuadrante."- dijo mientras señalaba el mapa. -"El mundo está dividido en cuadrantes, y en sus límites están las grandes tormentas que impiden el paso. No es imposible cruzar de un cuadrante a otro, aunque tampoco es tan simple como para que cualquiera pueda hacerlo."
"Lo que encontraremos del otro lado no sé si será bueno o malo. Pero tengan en cuenta que no siempre seremos bien recibidos, o que los países que visitemos serán como Agograr. Tampoco esperen que yo los guíe. He estado en otros cuadrantes, pero eso fue hace mucho tiempo. El mundo cambia demasiado en seiscientos años."-
Siempre supimos que Nefarel era el mayor de la tripulación a pesar de que su apariencia indicaba que tenía no más de cincuenta años, aún así nunca le preguntamos si los rumores sobre él decían la verdad, un hombre que no puede morir. De todas formas sobre su última indicación ya lo había pensado, el haber estado tanto tiempo en Agograr le impediría ayudarnos del otro lado de la tormenta. Sin embargo no era nada por lo que preocuparse, visto desde otro punto de vista, todos estábamos en las mismas condiciones.
-"¡Aican! ¡Tenemos problemas!"- fue mi abuelo quien me llamó al día siguiente. Junto con Timin y Piris estaba practicando el uso de la espada bajo la guía de Celino cuando escuché el llamado.
-"Son bijagolas."- dijo Nefarel mientras me acercaba a él y a mi abuelo. Navíos de guerra de Agograr nos seguían, podíamos verlos desde la aleta de estribor.
-"Alguien debe haber mencionado el nombre del barco."- comenté. Era la única explicación posible, ¿pero quién?
-"¡Timin! ¿A quién le dijiste que viajábamos en el Tempestad?"- preguntó Nefarel sin dudar un segundo de la culpabilidad del menor de los hermanos.
-"A un tipo en la isla Algarve, creo."- dijo sonriendo con total inocencia.
La zona de tormentas estaba cerca, pero no teníamos viento a favor, nuestros perseguidores sí. A pesar de ser un barco de guerra no habíamos equipado el Tempestad para tal propósito, lo único que podíamos hacer consistía en intentar escapar. Nefarel tomó el control del timón mientras prestaba atención al cielo, ignorando las embarcaciones que venían tras nosotros.
-"Celino, ¿reconoces alguna de ellas?"- preguntó Nefarel refiriéndose a los barcos.
-"Ninguna. Son todas nuevas."-
-"Al menos podrían haber enviado a Lacolor. Subestiman al Tempestad."- el veterano de guerra sonrió ante aquel comentario. Lacolor, ese era el nombre de la legendaria nave de Tiradentes en la Gran Guerra. Detrás nuestro se escuchó el clamor de los cañones y pude ver cómo las balas caían al agua. Aún estábamos fuera de su rango, pero ellos ya estaban midiendo la distancia.
-"Nefarel, no podemos perderlos."- le dije mientras me ponía a su lado.
-"Cuando lleguemos a la frontera abandonarán la persecución."-
-"Si es que llegamos..."- dije en voz baja. -"Deberíamos soltar tu nunos, aligeraríamos peso."- propuse.
-"No, gracias."- comentó de manera seria a la vez que cambiaba el rumbo del barco un poco hacia estribor. Las balas de cañón estuvieron más cerca esta vez y como era de esperarse Timin fue el primero en entrar en pánico.
-"¡Vamos a morir!"-
Un viento del suroeste sopló con fuerza y dio de lleno en nuestras velas, empujando al Tempestad acercándolo hacia la zona de tormentas. Nefarel había previsto aquel cambio, por esa misma razón modificó el rumbo, para aprovechar al máximo ese regalo de la naturaleza. Quienes nos perseguían reaccionaron demasiado tarde, y no hubo nada que pudieran hacer para acortar la distancia antes de que nos pusiéramos a salvo en medio de la tempestad.
Aquello era una verdadera pesadilla para cualquier navegante. El curso y la fuerza del aire cambiaban constantemente como si se tratara de un salvaje capricho, sin embargo Nefarel no vacilaba, permanecía inmutable frente al timón maniobrando con calma. Habíamos ingresado en la zona de tormentas, pero mi tripulación si bien podía apreciar el descontrol que había en el mar, no llegaba a sentirlo a bordo del barco.
-"Tuvimos suerte de encontrar la entrada justo a tiempo."- comenté sonriendo pero Nefarel me corrigió.
-"No tengo idea de dónde está la entrada, tan sólo nos abrimos paso a la fuerza."-
No supe qué decir a aquello, pero simplemente volteé para ver lo que ocurría con nuestros perseguidores, y el espectáculo fue único. Dos embarcaciones habían querido seguir tras nosotros imitando nuestra ruta, y allí yacían en medio de la tormenta... No, no en medio, sino en el comienzo.
La tela de las velas había sido rasgada, algún que otro mástil se encontraba partido, y aquellas ciudades flotantes zozobraban en el agua tratando en vano de no naufragar y unirse a quién sabe cuantas más desafortunadas tripulaciones. Detrás podía ver con cierta dificultad cómo el resto de su flota mantenía la distancia. Pero poco tiempo después aquella vista se perdió para mí. Las nubes y la lluvia se adueñaron por completo del horizonte, y no pude evitar sentir dentro mío como si ese instante fuese un fugaz encuentro con mi padre.
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