
S E I S | A M E D I D A 💍
«Me estaba divirtiendo con esto, aunque la idea de mi padre me pareciera descabellada, más para un soltero como yo»
Zev.
Varios golpes ensordecedores me despertaron de mi maravilloso sueño.
Ni siquiera sabía la hora que era, tan solo podía ver los rayos del sol casi cerca de mi rostro, ya que se me había olvidado pasar las cortinas la noche anterior. Y es que estaba tan cansada que solo me dio tiempo a cambiarme de ropa para colocar mi viejo pijama que consistía en un suéter de hombre que había comprado en unas rebajas.
Creí que aquellos golpes eran parte de mi sueño, que todavía seguiría soñando despierta. Por ello volví a colocar mi cabeza en la cómoda almohada sedosa sin importar nada más. Era sábado y aunque no me acostumbraba a despertarme tarde, tras el día tan desastroso de ayer preferí saltarme mis propias normas por un día.
Pero nuevamente, varios toques sonaron de fondo.
-¿Estas muerta y no lo sé? Dímelo para suspender el compromiso, ricitos.
-Me cago en... -murmuré al escuchar la voz de aquel ser tan estúpido y me levanté costosamente de la cama.
Mis pies descalzos tocaron el frío suelo de madera, levantándome de la cama para caminar como si estuviese borracha hasta la puerta. Restregándome uno de mis ojos que más le costaba abrirse, abrí la puerta sin importarme que me viese con ese pijama y más a sabiendas de como tendría mi cabello rizado revoltoso. Iba a ser mi prometido falso, no su novia real. Me daba igual lo que pensara de mi.
Sus ojos oscuros se clavaron en mi cuerpo por unos segundos mientras su hombro descansaba en el marco de la puerta. Juraría que me estaba comiendo con la mirada, como lo hice la noche anterior con él. Pero estaba tan dormida que ni siquiera era consciente.
-Si estuviese muerta dudo que hable contigo -respondí con voz de enfado.
Zev parece que le hizo gracia porque rio mientras seguía mirándome las piernas semidesnudas para luego subir hacia mis pechos, los cuales se marcaban bastante en aquel suéter.
-Me alegra saber lo enfadada que te pones al despertarte. Por cierto... Bonito pijama.
Lo observé y, a modo de devolverle lo de anoche, le dije;
-Si te molesta me lo quito.
Zev no hizo ningún gesto de sorpresa, pero juraría que clavo tanto los ojos sobre los míos, que esperó unos segundos para responder.
-Arréglate, tenemos que irnos de compras.
Él fue a darme la espalda hasta que lo frené.
-¿De compras?
Él se giró, observándome de arriba abajo, esta vez como si no fuese nada del otro mundo y me contestó;
-Si quieres ser la mujer de un Grimaldi, debes vestir como una Grimaldi.
Me volvió a mirar las piernas desnudas para decirme con una sonrisa chulesca;
-Te veo en mi Ferrari en 10 minutos.
Se esfumó como el humo mientras me dejó a mi quieta, observando el pasillo vacío y enorme mientras pensaba si seguía soñando o eso acababa de pasar. Sacudí mi cabeza rápidamente para luego encerrarme en el cuarto y cambiarme de ropa.
💍
Zev estaba apoyado en su lujoso auto mientras me miraba bajando las escaleras de la mansión. Sus gafas italianas y su cabello revuelto, eran una manera más de decir que tenía dinero y se iba a gastar mucho más en tonterías.
Lo que me llamó la atención fue su vestimenta, distinta al del día anterior. Llevaba un polo blanco, metido en sus pantalones de color azul marino, apretados en sus caderas como el día anterior que dejaba ver un buen bulto ahí. Si no fuera porque ya se la había visto el día anterior, hubiese mentido a mi mente de que lo que llevaba era un jodido calcetín y no su miembro real. La cosa es que sabía que no llevaba ni un maldito calcetín dentro de esos pantalones.
Nos conocíamos de hacía menos de 24 horas y cada vez que elevaba una zona de sus labios, sabía que era para decir cualquier idiotez que se le cruzara por la mente.
Por eso, cuando acabé de bajar las escaleras, lo observé elevando una ceja y esperando a su respuesta.
-Adelante, sé que me vas a decir algo.
Sus brazos cruzados, viendo sus tatuajes alrededor de su piel, se tensaron al hacer el movimiento de moverse de su sitio. Bajó sus gafas de sol para mirarme y dijo;
-Deberías volver a ponerte el pijama. Seguro que ligarías más con eso.
Se giró y apreté la mandíbula, negando varias veces mientras lo observaba caminar hacia su coche, viendo su ancha espalda.
Caminé hacia el lado de copiloto y me subí, nuevamente, costándome bastante.
-Deberías comprarte un coche más cómodo. Solo digo, ya que parece que tienes dinero -respondí.
-Dijo la rica -contestó con cierta ironía.
Me quedé callada unos segundos, dándole tiempo a que él encendiese el coche para ponernos en marcha y alejarnos de la mansión. Cuando puse mi cinturón de seguridad, fue cuando le contesté;
-¿Sabes? Ya sé que debería regalarte para la boda.
Zev, cruzando alrededor de la fuente que había en medio del lugar, decorando la lúgubre mansión, me observó, bajando nuevamente sus gafas negras para mirar directamente hacia mis ojos.
-¿A sí? ¿El que?
Zev parecía intrigado mientras volvía su vista hacia la carretera, saliendo del inmenso jardín de la mansión. Me tomé mis segundos para responder y no ponérselo tan en bandeja. Fue ahí cuando sonreí dulcemente para responderle ante él.
-Una cremallera para la boca.
Zev, lejos de herir su ego, rio lo más alto que pudo mientras negaba y empezaba a apretar el pie en el acelerador una mañana de sábado, acercándonos a la ciudad de Chicago. Lo miré, agarrando lo primero que tenía en mano ante la rapidez del auto. El viento comenzó a despeinarme el cabello rizado
-Una de dos. O no conoces a los Grimaldi, o no le temes a la muerte. -Zev ni me miró, pero ni su voz tan odiosa, ni su gravedad al hablar, me asustaron-. De cualquier forma, me resultas intrigante... -Me volvió a observar unos segundos y concluyó. -Aunque no te tocaría ni aunque tuviese 1 año de sequía.
-¿Y quien te dice a ti que yo quiero acostarme contigo?
Zev me miró nuevamente, como si estuviese fatal por decirle aquello. Era como si ya tuviese asumido que todas caían rendidas ante él. No lo conocía, pero por como miraron algunas mujeres a mi futuro prometido cuando estuvimos en la calle, me imaginaba que todas se dejarían hacer cualquier cosa por él.
-Ninguna se niega ante mis encantos.
Mi sonrisa falsa hizo que Zev bajase un poco la velocidad del Ferrari.
-Siempre hay una primera vez, Grimaldi.
Zev parecía no haberle hecho gracia, pero no respondió. Simplemente continuó conduciendo, aunque ya parecía haberse callado durante los próximos 10 minutos hasta llegar a la gran ciudad, dirigiéndonos hacia la zona más rica, donde más tiendas caras había. Sobre todo, muchas tiendas de ropa. Arrugué mi rostro al ver que me esperaba un día bastante largo con Zev.
Cuando él aparcó en un sitio estratégico y puso el freno de mano, giró su musculado cuerpo y elevó la ceja.
-Si yo quisiera, terminarías enamorada de mi. Pero no eres mi tipo.
Lo miré unos segundos, de arriba abajo, para luego volver a mirarlo a los ojos. Mi gesto fue tal, que él lo captó con la mirada y luego lo dejé con la palabra en la boca para salir del coche.
No volvimos a sacar el tema, pero por la mirada que ponía Zev, me imaginaba que le fastidiaba que yo no le tratase como las demás mujeres.
-¿A que sitio vamos primero?
Zev metió sus manos en los bolsillos mientras observaba las tiendas en medio de aquella calle. Fue en ese momento en el que su sonrisa se ensanchó e hizo un movimiento de cabeza.
-Ahí.
Observé una tienda de ropa, donde solo vendían vestidos demasiado vistosos, más para discotecas que para una gala elegante. Arrugué mi frente al mirarlo cuando él empezó a caminar.
-Vamos, ricitos.
Nuevamente, él caminó con sus manos en los bolsillos, con superioridad y tranquilidad mientras algunas mujeres lo observaban con disimulo. Yo incluida, no voy a negarlo. Más por como le quedaban esos pantalones que mostraban a la perfección el redondez de su trasero. Carraspeé tratando de evitar mirar esa zona prohibida.
Cuando Zev entró a aquel local, una mujer de unos 60 lo saludó con respeto mientras este se quitaba las gafas.
-Buenos días, señor Grimaldi. ¿Puedo ayudarle en algo?
Me hizo pensar que Zev no era la primera vez que venía a ese lugar con alguna que otra mujer. Elevé la ceja de tan solo imaginármelo en esa misma situación. Saludé a la mujer y empecé a mirar ropa, la cual era bastante vistosa. Si bien me encantaban los vestidos, dudaba que terminase mostrando toda mi espalda y piernas con un trozo de tela que costaba más que un mes de alquiler de mi antiguo piso.
-Señora Durand, ¿como va su negocio? ¿Ha vuelto a tener algún tipo de problema con los vándalos? Ya sabe que puedes contar con mis trabajadores en caso de cualquier problema. -Su tono de voz había cambiado.
Parecía mucho más grave de lo habitual, incluso más brusco pero hablando pausadamente. Daba hasta miedo escucharlo, y al ver el rostro de la mujer, daba la misma impresión que la mía.
-Todo muy bien. No he vuelto a tener ningún tipo de problema gracias a usted.
Zev, al estar de espaldas, no podía ver su rostro, pero juraría que había sonreído por el movimiento que vi desde mi posición. Yo, mientras, fingía que estaba mirando vestidos.
Me giré al ver a la mujer algo nerviosa al mirarme. Me imaginé que quizás iba a decirle algo privado a Zev y que se avergonzaba que los escuchase. Por ese motivo, solamente seguía mirando vestidos, aunque en realidad ni siquiera me fijaba que vestidos observaba.
-No... No podré pagarle esta semana, señor Grimaldi. No quiero tener ningún tipo de problema con usted, le respeto mucho. Pero, si podría darme margen hasta la semana que...
-No se preocupe. Es usted de fiar -respondió, dando un pequeño golpe en el mostrador-. Págueme cuando pueda. Ya sabe como es una ciudad como Chicago. Tan grande y con políticos necios, dejando que la falta de trabajo sea lo único que suba y haciendo que la vida encarezca. Por ese motivo hay tanta gente delinquiendo aquí. -Dejó de hablar y, por un reflejo que había gracias a un cristal que tenía frente a mí, descubrí que Zev me estaba mirando, junto con la señora-. No vengo para cobrar, sino para que me ayude a vestir a esa joven que hay detrás mía.
Respiré hondo y me giré para acercarme a ellos, ahora que parecía que habían acabado de hablar de "negocios".
La mujer me observó de arriba abajo y asintió, sacando una dulce sonrisa de su rostro.
-Claro, será un gusto. ¿Es un familiar suyo, señor Grimaldi?
Zev se apoyó en el mostrador y, limpiando su gafas meticulosamente, respondió sin más;
-Mi prometida.
La mujer pareció casi tan sorprendida como yo cuando me ofrecieron el trabajo. La señora carraspeó y asintió, saliendo de mostrador con una cinta métrica colgada de sus hombros.
-¿Pensaba en algo particular, jovencita?
-Llámala señora Grimaldi. Aunque aún no estemos casados, pronto llevará el apellido de la familia -contestó con cierta chulería el hombre que me observaba desde la distancia. -Y me gustaría que se viese explosiva. Que todos se giren más de 2 veces para mirarla. Vamos a avisar a todos sobre nuestro compromiso dentro de pocos días y quiero que resalte todo en ella.
Los ojos oscuros de Zev fueron lo que me hicieron sentir algo en el estómago que no eran náuseas. La mirada tan intensa que me dedicó me hizo pensar que quizás se había tomado a pecho lo que le dije en el coche, pero cuando la mujer me observó, teniendo experiencia en vestidos, habló para romper ese contacto visual.
-Tiene un cuerpo perfecto para varios vestidos que tengo por aquí. ¿Hace algún tipo de deporte?
Sonreí delicadamente ante su pregunta.
-Aprendí a defenderme desde que era niña y mi padre me enseñó mucho sobre las artes marciales -contesté mirando a Zev, casi más como una advertencia.
Y Zev hizo un gesto, elevando una de sus cejas al escuchar aquello.
-Venga por aquí, señora Grimaldi.
Arrugué la frente al escuchar aquello, aquel apellido que todos temían en esa ciudad. Y ahora era yo quien llevaba ese apellido.
Hacía unas semanas ni me imaginaba lo que me depararía a final de ese mes de septiembre, lo que surgiría los próximos meses. Mi preocupación era pagar las facturas, acabar mis estudios y poder protegerme del pasado. Ahora estaba aquí, siendo prometida de un hombre al que todos temían y teniendo ganas de empujarlo de las primeras escaleras que encontrase.
La mujer me llevó a un vestidor, lejos de la mirada intrigando de Zev y me dio un vestido que ni quería mirar el precio.
-Creo que este le quedaría como un guante, señora Grimaldi.
Sonreí con delicadeza, colocando el vestido meticulosamente para poder quitarme la ropa una vez me quedé sola en la intimidad del vestidor. Cuando acabé por colocarme aquel vestido dorado que mostraba mi espalda al completo, pero que luego era largo y algo ajustado de piernas, me hizo mirar al espejo durante un largo rato.
Jamás creí que un vestido me quedase tan bien.
-¡No tengo todo el día, nena! -gritó la voz petulante del estúpido de mí prometido.
Apreté mi mandíbula para luego salir del lugar abriendo las cortinas y encontrándome con Zev sentado en un cómodo sillón rojo de orejas. Estaba apoyado, móvil en mano, con las piernas abiertas mientras levantaba la vista de su móvil desechable para mirarme.
Pareció que el tiempo se paró frente a él, que me analizó de arriba abajo y dudaba que era su intensión quedarse más minutos callado de lo que me imaginaba que podría estar un Grimaldi.
No hizo ni una sola mueca, parecía hacerlo adrede, guardar lo que su cuerpo deseaba hacer simplemente para mantener el control en sí mismo. Pero la tensión siempre salía por algún lado y el error de Zev fue apretar el puño izquierdo mientras me acercaba a él.
-Mi madre siempre me dijo que nunca hay que quedarse con el primero que vea. Y no precisamente de vestidos estaba hablando -contesté con la mano en la cintura.
Zev me miró a los ojos tras largos minutos y elevó la ceja.
-Por eso vas a quedarte con todos los que te hagan ver ardiente -contestó Zev y, sin dejar de mirarme a los ojos, habló. -Señora Durand, siga mostrándole vestidos a la joven que tengo frente a mi.
Los ojos oscuros de Zev no se despidieron de los míos, ni cuando la mujer se acercó a mi con un nuevo vestido entre manos. Sobre todo, cuando me giré, mostrando mi espalda desnuda hacia ese hombre que, desde el espejo del vestidor, podía ver su reflejo comiéndome con la mirada, sentado en ese sillón rojo, sin mover ni un solo músculo.
💍
Cuando Zev ya estaba contento con varios vestidos que me había puesto y que había mostrado para ver su reacción, él se encontraba pagando todo mientras yo me alejaba de allí para responder un mensaje de mi amiga Hayley.
Hayley; «¿Donde mierda te metes? Fui hoy a tu casa y me ha dicho tu casero que dejaste el piso ayer».
Hayley; «¿Me explicas como se te pasa por la cabeza dejar el piso en una ciudad que cuesta encontrar lugar para vivir?».
Miré unos segundos a Zev, que seguía hablando con la mujer que me atendió amablemente durante parte de la mañana y que tenían rostro de hablar de negocios. Pero ese "negocio" que Zev y su familia se traen entre manos. Mientras, continué con mi vista hacia el móvil para responder a mi amiga.
Yo; «Es una historia muy larga».
Yo; «El caso es que ahora estoy viviendo en casa de un amigo».
Decidí mentirle ya que a saber como se tomaría que ahora me iba a casar con uno de los Grimaldi, más precisamente con el heredero de Giulio. Sobre todo, que Hayley no parase de advertirme sobre esa familia. Abordar ese tema iba a ser muy complicado... Demasiado.
Quizás lo mejor era omitirlo durante unos días, al menos, hasta que me hiciera a la idea de todos los cambios que habían en mi vida en estos momentos.
Si le contaba a Hayley que ahora vivía con mi futuro prometido falso en la mansión Grimaldi y que me encontraba con él comprando vestidos de noche... Si, probablemente me diría de todo, y luego me llamaría mantenida.
Apagué la pantalla del móvil, poniéndole silenciador con tal de no tener que leer ni un solo mensaje de ella durante el resto de la mañana.
El sonido de un móvil sonó, mientras Zev tomaba todos los vestidos y contestaba la llamada mientras salía del local por un momento. Ahí me observó, pero no me dijo nada, solo siguió hacia la salida para contestar lo que me supuse, una llamada de negocios y que él no quería que me enterase. Y tanto secretismo me ponía enferma. Me imaginaba que pronto me enteraría de todo. Más pronto que tarde, pero mientras, el enigma estaba ahí.
-Le ha quedado precioso todos los vestidos que se ha probado. Disfrútalos, señora Grimaldi -contestó la mujer que me atendió amablemente durante ese largo rato que estuvimos ahí.
-Muchas gracias, señora Durand.
La mujer observó a Zev, que seguía de espaldas en la puerta del local, para ver como su rostro se ponía serio y me observaba durante unos segundos.
-Será mejor que huya lo más pronto posible de los Grimaldi. No los conoces de nada y ese hombre que dice ser su prometido... No es un hombre con el que una mujer se case -contestó.
Arrugué la frente al escuchar lo que me estaba diciendo la mujer. Pero cuando abrí la boca para responderle, Zev entró, colocando su mano en la parte baja de mi espalda y me susurró;
-¿Nos vamos, querida?
Sabía que decía con ironía la palabra "querida". Se le notaba, más por lo poco que lo conocía pero que ya llevaba horas con él.
Sonreí para seguirle el juego.
-Claro, cariño.
Sonreí a la mujer, dándole las gracias nuevamente y nos alejemos del local.
Sabía que la dueña de ese local no lo decía con mala intensión, pero sabía muy bien lo que hacía. Aunque pareciera una locura, esta relación, este compromiso, era falso. No iba a salir dañada emocionalmente por Zev. No iba a enamorarme de él, más sabiendo todos los tonos de oscuridad que parecía haber en esa familia.
Pero no por ello me hizo pensar que tan oscuro era el hombre al que le iba a dar en los próximos meses el "si, quiero", aunque fuese de manera falsa.
-Seguro que te dijo que no soy un hombre para casarse. ¿Me equivoco? -Zev continuó caminando hacia su brillante Ferrari solo para dejar la ropa que compró y volver a cerrarlo, guiándome por aquella lujosa calle de Chicago.
Elevé la ceja metiéndome las manos en los bolsillos vaqueros.
-¿Acaso se equivoca ella?
Zev, colocándose las gafas nuevamente, sonrió, viendo como se le formaba un hoyuelo.
No me respondió ante mi respuesta, por lo que supe que era más que obvio lo que la gente pensaba de él. Ni siquiera nos dirigimos la palabra, aunque no tenía ni idea de hacia dónde nos dirigíamos. Empezaba a pensar que con Zev todo serían sorpresas no muy agradables.
-Me imagino que no habrás desayunado.
-Que inteligente -murmuré mientras él se sentaba en una mesa de la terraza de una cafetería.
Me senté frente a él, colocando mis manos sobre la mesa redonda para observar el precioso lugar con aquellas intensas vistas de la ciudad de Chicago, cerca del río que pasaba en ese lugar.
Zev empezó a escribir por su móvil mientras una camarera se acercaba a nuestra mesa.
-Buenos días, ¿saben que van a tomar?
Fui a abrir la boca, pero Zev, quien ni siquiera levantó la mirada de su viejo móvil, contestó;
-Dos cafés y un croissant para la joven que me acompaña -respondió.
La muchacha, que observaba embobada a Zev, asintió, escribiendo las cosas para luego marcharse. Mientras, miré al estúpido de mi prometido que ni siquiera tenía modales.
-Esa no es forma de hablar a una persona.
Zev, que movió sus ojos, viéndose sobre aquellas oscuras gafas, respondió;
-Acaban de decirte a la cara que no te cases conmigo. ¿Esperas realmente eso de mi?
Suspiré, empezando a cansarme.
Él, en cambio, parecía divertirse.
-Ya te acostumbrarás -concluyó, volviendo a escribir.
-Ni siquiera me preguntaste si me gusta el café o el croissant.
Volvió a mirarme de aquella manera, con una mechones rizados cayendo rebeldes por su frente, para preguntarme;
-¿No te gustan?
Empecé a mover mi dedo índice sobre la mesa, pero no le contesté. Si, me gustaban, pero de igual manera tenía que haberme preguntado antes.
Zev volvió a mostrar su sonrisa tan petulante.
Una lancha pasó por aquel río mientras yo observaba el lugar distraída. Solo escuchaba las teclas de ese viejo móvil de Zev mientras el día empezaba a nublarse. No me gustaba mucho la cercanía de ese hombre que tenía a pocos centímetros de mi, pero era parte del contrato.
Seguí mirando su teléfono, uno viejo que no entendía para que lo tendría una persona tan joven como él. Me supuse que tendría entre unos 28 a 32 años. Más no, ni menos tampoco. Pero mientras él observaba su móvil, me dispuse a observar cada gesto de él, tan inexpresivo que asustaba. La cicatriz que tenía en su ojo me llamaba la atención. Parecía que llevaba muchos años con esa cicatriz, pero no sabría determinar cuanto tiempo.
-Estoy para que me follen, ya lo sé, no hace falta que me sigas mirando de esa manera, nena -respondió el capullo de Zev sin ni siquiera levantar su vista del móvil.
-Estaba mirando esa cicatriz que llevas.
Él me miró, ahora algo intrigado.
-¿Teorías?
Sonreí mientras colocaba mis codos sobre la mesa.
-Me gustaría pensar que una mujer clavó una de sus uñas postizas por haberte acostado con su mejor amiga. Aunque no descartaría que un novio tóxico te lo hiciera por haberte acostado con su novia.
Parecía hacerle gracia las teorías que le dije, aunque sabía que no eran reales. Aunque me bastaría con imaginármelas en mi mente.
Zev mostró sus perfectos dientes para negar con la cabeza.
-Bueno, es más complicado que por problemas de alcoba. Aunque yo lo llevaría con orgullo una cicatriz de esas -respondió.
Se quedó en silencio, dejando su móvil sobre la mesa para mirarme mientras el sonido de las personas que habían a nuestro alrededor se quedaba en un segundo plano.
-¿Y?
Zev siguió sonriendo mientras me miraba.
-¿De verdad te crees que te lo voy a contar?
-Bueno, te conté lo de mi hemofilia -respondí.
El joven que tenía frente a mi negó con la cabeza para contestar;
-Te hará falta más de una follada para que te lo cuente. -Se acercó su rostro al mío para decir. -Y eso jamás sucederá. Primero; porque no eres mi tipo y, segundo; porque no repito con ninguna. -Dejó de mostrar sus dientes, pero de igual manera seguía sonriendo.
Elevé la ceja, negando a la vez que seguía mirándolo.
-Te quieres hacer el interesante, pero no funciona.
-¿Segura?
Miré nuevamente su viejo móvil y le contesté;
-¿Te gastaste más de 10 mil dólares por vestidos para mí y tienes un móvil prehistórico?
Zev rio nuevamente.
-Este móvil es para que no me rastreen y lo cambio cada 2 semanas. Aunque la policía de aquí esté comprada por mi padre, no significa que la familia rival no esté buscándome y me tome desprevenido un día en un fin de semana de vacaciones en Miami -respondió.
Arrugué la frente por ello y le dije, volviendo a pensar en voz alta. Dejando claro ya todas mis dudas con los Grimaldi. Más por lo que acababa de decir sobre que tenía a la policía comprada.
-Eres un mafioso.
La risa de él fue más cruda, más sucia. Se quitó las gafas, colocándolas al lado de su móvil para mirarme fijamente, esta vez, mostrando lo oscuro que era realmente.
-Lo sé. Así es la familia Grimaldi -respondió sin temblarle la voz-. Te vas a casar con un mafioso. Pero, ¿y que? ¿Acaso vas a dejar esto por algo que ya sospechabas? -Al ver mi reacción por su respuesta, se volvió a colocar en su asiento, dando pequeños toques sobre la mesa con sus largos dedos-. Cuanto antes lo supieras, mejor.
Apreté la mandíbula con fuerza, observando lo orgulloso que parecía ese hombre por ser lo que era. Por hacer que todos le temiesen, por conseguir esa dura reputación que se habría ganado a pulso. Seguramente Zev fue un niño como Angela, inocente, dulce, que no comprendía porque nadie quería ser su amigo, cuando en realidad era por la reputación de su padre Giulio. Estaba muy segura de que era por ese motivo. Pero los años van cambiando a las personas y terminó siendo Zev, un hombre al que todos temían.
Más se habría convertido así por lo que le habría ocurrido a su madre. No sabía nada de ella, pero me imaginaba que ese negocio familiar, y más las familias vecinas que se dedicaban a ello, fue uno de los motivos.
Y entonces, una vez la joven nos dejó nuestro pedido frente a nosotros, dejándonos solos nuevamente, me acomodé en la silla de la cafetería y le pregunté, sin dejar de mirarlo a los ojos;
-¿Has asesinado a personas?
Zev mostró sus perfectos dientes alineados y, sin moverse ni un milímetro, contestó;
-Ricitos, créeme cuando te digo que cuanto menos sepas, mejor.
Apreté la mandíbula y observé las manos grandes de Zev. Sus venas sobresalían, sus dedos largos seguían dando toques sobre la mesa, observando algunos tatuajes que había sobre su dorso. No pude evitar imaginarme que con esas manos habría asesinado a alguien. Tampoco me había confirmado nada, pero cuando me dijo aquella frase, me hizo pensar miles de cosas y ninguna me gustaba.
Fue entonces cuando noté algo a sus espaldas.
Apoyado en una de las paredes alejadas a la cafetería, se encontraba el mismo joven rubio con el que mi mejor amiga había tenido una noche de sexo. No era casualidad que lo viese más de 2 veces, y esa era la tercera vez que lo veía. Ni siquiera me miraba, simplemente estaba apoyado tomando una calada de su cigarrillo mientras observaba el paisaje de la ciudad desde esa zona.
Arrugué la frente al mirarlo y mucho menos me gustó cuando sus ojos claros se clavaron sobre los míos.
No podía ser ya casualidad. Muchas ideas y todas malas empezaron a formarme en mi mente. Tal fue así, que no supe por cuantos minutos estuve mirándolo hasta que noté un chasquido del hombre que tenía a pocos centímetros de mí.
Zev me había estado llamando varias veces, observándome porqué me había quedado mirando hacia un punto fijo detrás suya.
Cuando él fue a girarse para mirar, ya el hombre se había ido y no había quedado ni rastro de él, solo el cigarrillo que tiró en el suelo y que ni se había molestado en apagar, viéndose el humo mientras se iba apagando lentamente solo.
Zev volvió a mirarme.
-¿Que ocurre?
Carraspeé y negué rápidamente.
-Nada...
Por la mirada que me dedicó y sabiendo a lo que se dedicaba, sabía que no se fiaba de mi palabra. Pero, por alguna extraña razón, lo más probable, porque fuésemos completos desconocidos, que no insistió. Solo dejó su taza de café ya vacío sobre el pequeño plato y habló;
-Mañana te vienes conmigo a mi trabajo.
Arrugué mi frente por ello.
-¿Tan pronto? Pensé que tu padre prefería esperar un poco más.
-Cuanto antes conozcas mi trabajo, mejor. Tengo que ir moviendo terreno antes de la fiesta que vaya a montar mi padre -respondió, mirando la hora algo aburrido.
-¿A que hora?
Él se puso sus gafas de sol para luego responderme;
-A las 11 de la noche.
Casi escupo el café que tenía en la boca.
-¿Tan tarde?
Él me miró sonriente.
-Ponte uno de esos vestidos. Me gustaría verte el verde.
Recordé el vestid que me probé hacía tan solo media hora y negué rápidamente al saber que tipo de vestido se trataba.
-Eso es más para una discoteca.
Zev volvió a mirarme de aquella manera, con esa sonrisa de chulesco, para responderme;
-¿Y donde crees si no a donde vamos? Tengo una prestigiosa discoteca, la mejor de Chicago.
-¿Tu negocio es una discoteca?
Zev asintió.
-¿Creías que traficaba con porquerías y mierdas de esas? -Asentí sin pensármelo dos veces. -Podría ser... Pero la mafia puede camuflarse en cualquier sitio, ricitos. Tienes que aprender mucho de este oficio.
-¿No tienes miedo a que te denuncie?
Él rio por ello.
-Adelante. Desde que se lo digas a la policía, uno se chivará y alguien de mi familia te enviará matar. Pero como eres mi prometida, tendré que protegerte. Todo eso de protegerte sería demasiado cansino y me estoy planteando no hacerlo -respondió. -Pero como mi padre quiere que seas mi prometida, lo mejor es que te lo ahorres. Estoy mucho más protegido de lo que te crees, nena.
Sin haber tomando nada del croissant que él me pidió, al ver que no iba a probarlo, tomó la mitad de dicha comida y se lo metió en la boca sin siquiera preguntarme.
Se levantó de la mesa, guardándose su móvil prehistórico y dijo,
-Vamos, tengo negocios que terminar y tu tienes que hacer lo que quieras que hagas un sábado por la tarde. Que seguro será ponerte un estúpido pijama y ver películas románticas.
Mientras miraba como me daba la espalda, traté de aguantarme lo máximo que pude para no darle un bofetón por las tonterías que decía.
Empezaba a dudar que llegásemos a la boda a este paso.
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