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V E I N T I T R É S | D O L O R O S A S V E R D A D E S 💍

«Odié conocer todo de primera mano, odié ver su rostro al contarlo, su voz temblorosa al decírmelo... Odié saber por lo que pasó»

Zev Grimaldi.

El olor a Zev que desprendía la almohada me hacía desear quedarme más tiempo en aquella cómoda cama.

Incluso, cuando desperté, me costó aceptar donde me encontraba, lo cansado que estaba mi cuerpo del viaje en avión, los nervios y la ansiedad. Ni siquiera sabía que hora era, lo que sabía es que nos encontrábamos en algún lugar escondido y protegido de Kansas, donde la mafia no podía pisarlo. Lo que me hacía preguntarme como es que Zev si podía.

No le di importancia a aquello último, sentándome en la cama y descubrir que estaba vacía.

Anoche, Zev y yo dormimos en la misma cama, en su cuarto que ahora estaba lleno de luz. Era un lugar lleno de tranquilidad, sin el estrés de la ciudad. Por eso, cuando vi que Zev parecía haberse largado antes de tiempo, suspiré, negando para vestirme.

No hicimos nada anoche, aunque no se lo hubiese negado. Quizás Zev vio mi cara de cansada y lo rápido que caí rendida en su cómoda cama.

La pareja que cuidaba el rancho casi todos los días del año, hasta que Zev venía para despejar su mente, se habían marchado anoche, después de cenar los cuatro juntos. Desde fuera escuché un caballo galopando y sonreí al recordar el hermoso caballo de Zev, negro y lleno de vitalidad.

Acabé de vestirme con ropa cómoda, que consistía en vaqueros, camisa blanca y unas botas. Cuando bajé, observando la casa por dentro, lleno de madera, fotografías, trofeos incluso. Todo estaba lleno de recuerdos. Al salir, me inundó la luz del sol, la naturaleza daba mucha tranquilidad y el aire era puro, limpio. Sonreí al notarme tan bien en ese sitio alejado de todo.

Pero cuando salí, lo que vieron mis ojos fue mejor que ver a cualquier modelo.

Zev Grimaldi, el hombre y heredero de la mafia que hacía que todos lo temieran, se encontraba montando a caballo, a su caballo negro y tan elegante y cuidado. Zev se había quitado la camisa, por lo que podía ver perfectamente sus músculos moverse al unísono del caballo, mientras solo llevaba puesto sus pantalones vaqueros, sus botas y un sombrero al más estilo ranchero.

Tuve que tragar y bastante al ver lo increíble que estaba de esa manera.

Cuando él me vio, sonrió de esa manera tan chulesca y dijo;

—Ya era hora, ricitos —murmuró mientras se acercaba a mí tras la valla de madera—. Hércules no puede esperar a su paseo mañanero —contestó acariciando a su caballo con dulzura.

Sin poder hablar, observé cada movimiento de ese semi dios que estaba en lo alto de ese caballo y como sus músculos bien definidos se movían al bajarse del mismo. Tuve que carraspear al ver como se ponía de espaldas a mi, mostrándome lo bien que le quedaban aquellos vaqueros rotos y como su trasero estaba tan perfectamente definido con esa tontería de tela.

Al girarse, se quitó el sombrero y luego me la puso sobre mi cabeza, notándola demasiado grande sobre mí.

—Te noto... nerviosa —contestó con chulería.

Se metió su mano en uno de los bolsillos y bajó, adrede —todo cabe decirlo—, su pantalón vaquero para poder ver mejor ese músculo en forma de "v", dejándome algo a la vista de lo que había visto, tocado y sentido varias veces.

Me mordí el labio inferior al verlo.

—Más te vale que no sigas provocándome, Grimaldi.

Sonrió de tal manera que me hizo provocarme mucho más de lo que ya estaba.

—Tenemos este rancho para nosotros solos; puedes hacerme lo que se te cruce por la mente.

El caballo se acercó a mi, queriendo olerme y me asusté. Tener a un caballo a mi lado, tan grande, fuerte y yo siendo tan poca cosa a su lado, era algo totalmente nuevo para mi, por lo que me alejé un poco de él sin ser capaz de tocarlo.

—No le temas a Hércules, le gustan que le toquen la cara y le den zanahorias —contestó Zev.

Sujetando él al caballo, miré a Zev para saber si podía tocarlo y él asintió.

Me puse frente a Hércules y, mostrando mi mano para que lo viera, se me acercó rápidamente para acariciar con su nariz mi mano y, con cuidado, empecé a acariciarlo con cariño, notando como el animal le gustaba, haciendo algún ruido. Sonreí al notar que me iba relajando poco a poco.

—Hércules lleva conmigo desde hace 8 años. Recuerdo cuando mi madre lo encontró siendo un potro, abandonado en la carretera, demasiado flaco y que apenas podía mantenerse... —Me explicó, doliéndome lo que me estaba contando.

—¿Estaba abandonado? ¿Como puede alguien abandonar a un ser vivo? —pregunté, no pudiendo imaginarme mi vida sin Rocky, quien ahora se encontraba con Angela para que ella no se sintiera sola.

No miré a Zev, pero podía notar la mirada de él sobre mí con aquella sonrisa dulce que me dedicaba muchas veces.

—Del tipo que es una mierda —respondió a mi pregunta y, al mirarlo, noté como sus ojos brillaban al mirarme.

—Explícame algo... Artemisa... —murmuré y él estaba atento a mi. —Tienes un tatuaje detrás de tu oreja que pone "Artemisa" y tu rancho tiene ese mismo nombre. —Él asintió, sabiendo que pregunta iba a hacerle, pero quería escucharme. —¿Por que Artemisa?

Zev se acercó mucho a mi, sin su camisa puesta obviamente, mientras también acariciaba a Hércules, que parecía encantarle tanta atención. El caballo era tan robusto, alto y con un color negro tan fuerte y brillante, que se notaba lo bien cuidado que estaba.

Se notaba que era feliz aquí, donde tenía mucho espacio libre, estaba en el campo y tenía un dueño que lo cuidaba. Pero cuando no se encontraba Zev por sus negocios, tenía a unos cuidadores increíbles. Cuando miré a Zev, podía ver el amor que desprendía sus ojos por esos animales, al igual que recordé que había perdido a su perro hacía unos años.

Seguí acariciando dulcemente a Hércules.

—Mi madre Sally siempre le encantaba hablar de la mitología griega y me contaba todas las historias de todos los dioses griegos —comenzó sonriendo con cierta felicidad al recordar a su madre. —Artemisa era su favorita, porque era la diosa de la naturaleza, de los animales salvajes... Todo lo que ella amaba. —Dejó de acariciar a Hércules, para las quejas del caballo y me dijo—. Sígueme.

Él, Hércules y yo, caminamos hacia el establo por aquel largo lugar lleno de hierba y un caminito de tierra. Me sentía completamente cómoda en ese sitio desde que había llegado, no era como en la mansión Grimaldi, que todo era incomodidad las primeras semanas.

Zev seguía sin camisa, por lo que era una gran distracción para mi, pero cuando empezó a hablar de nuevo, solo me centré en lo que me decía. Lo escuché porque sabía que lo que me estaba contando era importante.

—Este rancho lo compró para alejarse de todo, de todas las personas y el estrés de la ciudad... Aunque también creo que lo hizo para poder alejarse de mi padre Giulio.

—¿Tenían problemas?

—Era un matrimonio arreglado entre familias aliadas, para ganar más dinero. Ella no lo quería y él lo sabía. Aunque el tiempo hizo el cariño entre ambos, pero mi madre nunca terminó de amar a Giulio —respondió mirando hacia su caballo. —Decidió llamar a este lugar Artemisa, por la naturaleza, la tranquilidad, los animales que vivían aquí. Siempre que encontraba a un animal abandonado, lo traía aquí y lo cuidaba... Yo hago lo mismo y todos estos caballos que ves aquí los cuido.

Al comprender que hasta Zev sabía que su madre y su padre no eran felices me hacía pensar si Giulio tenía algo mucho más que ver con la muerte de Sally de lo que me imaginaba. Y lo que mi mente imaginaba no me gustaba absolutamente nada.

Giulio... No, no podía imaginarme a ese hombre haciendo algo así, más por como hablaba de Sally. Pero no debía fiarme de nadie, no más sabiendo como hasta los aliados de los Grimaldi parecían ser enemigos.

Entonces él me miró.

—Decidí tatuarme Artemisa por ella. Jamás tendré la relación tan increíble como tuve con mi madre con Giulio... Parecemos que somos iguales, pero él nunca estuvo cuando lo necesitaba. Mí madre hubiese dado la vida por mí, él no. —Y con eso, se puso su camisa y se dirigió hacia dentro del establo, para saludar a otro caballo.

Al ver lo hermoso que era el siguiente caballo, de color blanco, brillante y tan elegante, me hizo ver que este sitio era mil veces mejor que cualquier otro lugar.

Sacó del interior al caballo y me la presentó;

—Ella es Artemisa, es joven y es algo indomable —murmuró.

Sorprendida, me quedé ahí mirando a la hermosa yegua que Zev acariciaba y luego me dijo;

—A ella si te digo que tiene que tomar más confianza contigo. No le gusta mucho que la toquen otras personas que no sean sus cuidadores o yo —contestó.

Asentí, sin acercarme a ella y ambos salimos del establo.

Tomando otro sombrero, se lo puso y vi como el sol empezaba a ponerse en el cielo en aquella mañana.

—Vamos a dar un paseo en caballo. Me imagino que nunca has montado en caballo, ¿verdad?

Negué rápidamente y enseguida me alarmé de imaginarme tan solo que tendría que subirme a un caballo como Hércules cuando en mi vida había estado tan cerca de uno. Carraspeé y cuando vi que Zev ya estaba detrás mía, colocó sus manos en mis caderas y sentí todo arderme.

No ayudaba en lo absoluto que su miembro rozada y bastante mi espalda y mi trasero, aunque me hacía pensar que a él le encantaba tener esa sensación. No podía negar que yo tampoco, pero estábamos en ese punto de que, tras probar el fruto prohibido, deseáramos más.

Lo prohibido llamaba y más cuando su nombre era Zev Grimaldi.

Zev me enseñó a montar a caballo, guiándome, aunque me costase y mucho la primer vez. Tuvo él que ayudarme a subir, pero lo peor no era subir, sino saber como manejarme con Hércules, temerosa de que empezara a correr conmigo y terminase cayendo al suelo.

Zev y su mirada de tranquilidad me hicieron ver que no debía preocuparme, más si estaba a su lado y, juntos, salimos del rancho, paseando tranquilamente por el amplio camino natural, lleno de árboles de aquella carretera solitaria. Los 2 solos, con Hércules y Artemisa.

Si bien al principio me costaba, terminó gustándome y comprendiendo mejor a estos animales tan increíbles.

Suspiré y, cuando miré a Zev, pude ver esa tranquilidad en él tan escasa en la ciudad. Sin duda, el rancho, le hacía bien a mi marido.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Zev me miró unos segundos y luego asintió.

—Puedes preguntarme lo que quieras, Liv.

Dejando que el viento moviese mi cabello, sintiendo lo limpio de todo el lugar y dejando que los rayos de sol nos cayese en nuestras pieles, miré unos segundos a Zev. Se le veía tan lleno de paz que parecía increíble todo lo que estaba viendo en él. Todo el cambio que había dado con tan solo un cambio de aires.

Y amé este sitio, por lo alejado de todo, por lo bien que se estaba y ahí fue cuando comprendí muchas cosas que él me había dicho en el pasado. Muchas cosas de las que dibujaba Angela en sus dibujos, y una de ellas era ese rancho que dibujó una vez en una de nuestras clases y que luego me había regalado. Donde estábamos Angela, Rocky, Zev y yo frente a lo que parecía una casa de campo, cuando en realidad era ese rancho en el que nos encontrábamos aquí Zev y yo.

—Háblame de tu perro.

Zev me miró rápidamente y su rostro cambió de 2 maneras. La primera fue de sorpresa y dolor, pero luego cambió a una increíble sonrisa en la que me contagió rápidamente.

—Zeus... —murmuró, cuando me vio que lo miraba con cierta sonrisa cómplice, él rio también—. Si, me gustan los nombres de dioses griegos.

—No he dicho nada —respondí mientras seguíamos paseando con los caballos.

Él se tomó unos segundos y susurró;

—Siempre iba conmigo a todos lados. Aunque trataba de que no viniese conmigo a mis turbios negocios... Estuvo a mi lado toda mi adolescencia y parte de mi vida adulta —contestó, cambiando su rostro rápidamente. —No le gustaba hacer mucho deporte, pero comía mucho y odiaba ver a otros perros en la televisión. Desde que viese uno empezaba a ladrarle como si le fuese la vida a ello —murmuró con una sonrisa.

—Son increíbles —respondí.

—Si... Luego, enfermó. De la noche a la mañana... Estaba bien y, de buenas a primeras, enfermó y a las 2 semanas murió —contestó triste—. Después de eso no quise más perros. Les tomas mucho cariño y luego se van rápido...

No le dije nada. No era fácil todo aquello y comprendía lo que me estaba diciendo. Pensar en Rocky y en cuanto lo quería me hacía ver que un día sufriré, pero mientras, quería vivir cada día con él. Aunque ahora estuviese lejos, lo disfrutaba cada día a su lado.

—Lo entiendo... Rocky es mi familia y siempre estuvo ahí incluso cuando más sola me he sentido.

Entonces la mano de Zev tomó la mía y dijo;

—Siento que te hayas sentido tan sola estos años... No me lo quiero ni imaginar, pero ya no lo estás... Ahora tienes a una familia.

Nuestras miradas se cruzaron y se quedaron mirándose un largo rato hasta que uno de los 2 rompió ese contacto y esa fui yo al notar que mi caballo hizo un movimiento que me asustó. Zev empezó a reírse por mi temor y le llamé cabrón y estúpido por reírse de mí mi propio marido.

Acaricié con dulzura a Hércules y este me contestó con un movimiento de cabeza.

Sin decirnos nada más, volvimos al rancho para disfrutar el resto del día.

💍

Las noches en el rancho eran lo mejor.

No había luces artificiales que molestasen a la naturaleza, todo estaba tranquilo y ver las estrellas al natural era lo más hermoso que se podía ver. Ahora entendía porque Zev se alejaba de todo y venía aquí, para despejarse de todo lo malo.

Cuando vi que podía ver todas las estrellas sin que el ruido ni la molestia de la ciudad hicieran daño, sonreí al comprender que Zev tenía una silla en la parte de fuera de su casa, cerca de la puerta, donde se podía ver todo el lugar y disfrutar de las vistas nocturnas. Hacía un rato que él había puesto otra silla para que me sentase a su lado y así charlar los 2 mientras decía que sus guardaespaldas hacían lo posible para buscar respuestas y tenerme alejada de todo. Incluso Giulio también estaba al pendiente de hablar las cosas a su manera para que nadie me hiciera daño.

Al mirarlo, deseé saber muchas cosas de él. Demasiadas.

—Ahora que somos marido y mujer, hemos follado y tenemos que estar casados unos meses... Quiero saber una cosa de ti.

Zev, observándome, sonrió y dijo;

—Es justo... Pero si te cuento algo mío, tu me tienes que contar algo tuyo.

Arrugué la frente y respondí;

—No tengo mucho que contar.

Zev acercó su rostro al mío y murmuró;

—Créeme, ricitos... No eres mi mujer solo porque eres guapa e inteligente. Estás casada conmigo por muchas más cosas.

Elevé la ceja y asentí, aceptando cualquier cosa que él decidiera preguntarme, aunque no entendí a que se refería con aquello. Quizás por mis dotes de defensa, por lo que había demostrado, porque hacíamos buena pareja juntos o porque lo había protegido en varias ocasiones. Y entonces, empecé yo, deseando saber algo que llevaba meses en mi cabeza y que ahora era el momento oportuno.

—¿Como te hiciste esa cicatriz del ojo?

Zev, elevando la ceja, me observó y no dijo nada.

Al ver que se quedó un buen rato callado mirándome, continué;

—Aquella vez que me llevaste a comprar ropa, te lo pregunté y tu me respondiste; "Nena, te hará falta más de una follada para saberlo". —Imité a la perfección su voz, haciendo reír a Zev por ello—. Creo que es más que justo saberlo ahora. Tu y yo hemos hecho más que follar.

Zev asintió por ello y suspiró.

Se tomó su tiempo y cuando creí que se iba a echar para atrás, me miró de aquella manera tan suya, tan Zev que solo empezaba a conocer yo y habló;

—A los pocos meses de que asesinasen a mi madre, fui recto hacia el casino de los Mancini, a buscar el culpable. En ese entonces no sabía si había sido el marido de Ginevra o la propia Ginevra... Pero fui, con la suerte de que estaba allí su marido Gerardo de Luca... —murmuró y vi una oscuridad en sus ojos que me atemorizó—. Tuvimos más que una charla y en esa época aún no era el Zev que todo el mundo conoce, aunque empezaba a hacer ciertas cosas que a mucha gente le hacía temer. Pero Gerardo y sus protectores consiguieron pararme y me quitaron la ropa, me ataron a una silla en un cuarto no muy grande... Todo estaba a oscuras de no ser por una suave luz que parpadeaba —susurró y no dejé de mirarlo, aterrada por saber todo lo que tuvo que pasar en ese momento—. Todo estaba lleno de azulejos azules, típico de cualquier baño, pero no había nada, lo único que llamaba la atención era una puerta roja que había frente a mi.

Tragué costosamente al conocer todo aquello y no dejé de mirarlo mientras me lo contaba.

Zev me miró y trató de sonreír, para que no me viese de esa manera, pero no podía evitarlo. Me preocupaba por él tanto como él se preocupaba por mi. Y continuó;

—Estuve creo que entre 3 o 4 días, no lo sé porque no había ventanas, no sabía cuando se ponía el sol, no había hora... Y él me hizo muchas torturas, entre ellas, hacerme esta cicatriz en el ojo.

Sorprendida por lo que me estaba contando e imaginarme en esa misma situación, a mi me haría llorar día y noche. Porque el no saber, el estar encerrada en un sitio sin saber si volverías a ver la luz del día o a tus seres queridos... Sin saber si volverías a saborear la libertad.

Eso me aterraba.

—¿Y... como saliste?

Él sonrió al contarlo.

—Logré desatarme de la silla y noqueé a sus 2 guardias. Luego salí huyendo de allí para ver que mi padre me estaba buscando como un loco. No quise decirle nada, pero, cuando se lo dije, ya había empezado más que una fuerte enemistad con la familia Mancini.

Arrugué mi frente y luego le dije;

—Siento mucho eso...

Lo tomé de la mano y él sonrió con dulzura.

—Aquello me hizo más fuerte, Liv.

—¿Y hay más familias a parte de la nuestra, los Rinaldi y los Mancini?

Él entendió mi pregunta.

—Si, muchas más. Pero mejor tenerlas alejadas, Alonzo las conoce casi todas, pero me da pena de su hija Vittoria Rinaldi... Si no se casaba conmigo, terminará casándose con otro, quizás más viejo, más rico y con una peor reputación... —susurró él.

Y es cierto lo que me estaba contando. De tan solo pensarlo me daban escalofríos, y lo peor es que no podíamos hacer nada por ella.

Lo miré y luego él cambió su expresión, aún mucho más seria.

—Me toca.

Sabiendo que ahora la preguntada iba a ser yo, me preparé para cualquier cosa que me preguntase;

—¿Que quieres saber?

Y, tomándose unos segundos, preguntó firmemente;

—¿Que ocurrió en Portugal aquella noche?

De todas las preguntas, de todas las cosas que se me ocurrieron, jamás pensé que iba a ser aquello. Más porque Zev lo sabía si había leído mi informe, más porque era algo que tenía oculto en mi más oscuro pensamiento. Porque era doloroso y un momento difícil de mi vida.

De tan solo pensarlo, me temblaba el cuerpo y él lo notó.

—Ya lo sabes —susurré.

Él negó rápidamente, tomando mi mano con sumo cuidado y dijo;

—Pero quiero que seas tú la que me lo digas, no un puñetero papel. Quiero que seas tú, Olivia. Conocer tu versión de la historia y ver tu expresión cuando me lo cuentes...

Vi seriedad en él.

Realmente se preocupaba por mi y quería saber hasta la más mínima cosa de mi vida. Estábamos casados, era lo normal a pesar de que no fuese real nada de esto. Aunque nos empeñábamos de que no fuese real, pero cada día sentía que esto era mucho más real de lo que nadie podía imaginarse.

Y entonces, después de mucho pensarlo, decidí comenzar;

—Fue un año que me fui a Portugal para mis estudios... Tendría 18 años y era verano... —Me quedé callada y tuve que taparme más con la manta que él me había dejado—. Vivía en un diminuto apartamento en un edificio de viviendas. Pero había un vecino que se había obsesionado conmigo —murmuré y no miré a Zev, pero pude notar que él se empezaba a tensar al nombrarlo—. Me seguía a todos lados, me miraba de una forma que me daba asco... La policía no me hizo caso... En ese momento era reciente la muerte de mi madre y estaba sola, ni siquiera tenía a Rocky porque él vino tiempo después... Estaba completamente sola y no pensé en las palabras que decía mi padre de que no me fiase de nadie.

Miré las estrellas y no dejé de pensar en todas las veces que mi padre me enseñó moai thai. Las veces que entrené, todo lo en forma que estuve y el amor que ambos padres me dieron en su momento.

Cuando miré a Zev, él estaba tan serio, tenso y preocupado, como yo.

—Había estado horas en la biblioteca estudiando y cuando volví a mi piso, decidí darme una ducha. Pero, al acabar, empecé a escuchar ruido del salón. Decidí ponerme una toalla y asomarme por si eran ideas mías... Pero aquel hombre se me abalanzó y me tiró al suelo —contesté, empezando a notar que mi cuerpo reaccionaba ante aquella noche de terror—. Traté de hacer cualquier cosa, pero todo lo que me enseñó mi padre no lo hice, me acobardé, me bloqueé... No supe que hacer y solo podía escuchar las palabras de mi padre de que luchase, pasara lo que pasara. —Zev estaba callado, pero podía notar el enfado en su mirada y en las ganas que tenía de haber estado esa noche a mi lado—. En uno de esos momentos, él me sacó un cuchillo y me lo clavó en el estómago, de ahí la cicatriz... Pero, en un despiste de él, cuando intentaba quitarse los pantalones, le arrebaté el cuchillo y se lo clavé en el cuello. Tan rápido como pasó, terminó desangrándose en el suelo y yo no sabía que hacer. Con aquella herida, empecé a recoger todo, me vestí y fui a visitar a una amiga que me curó ya que era médica y huí del país con su ayuda... Tenía miedo y había cometido un delito aunque lo hice por salvar mi vida...

—No fue tu culpa. Te defendiste —protestó él al ver mi rostro.

Asentí y sonreí por lo que me estaba contando, porque me estaba apoyando y porque estaba a mi lado, siendo la única persona a la que se lo había contado sin un informe por en medio para ello.

Zev se sentó más cerca de mí, analizando mis ojos, la manera de mirarlo y murmuró;

—Si hubiese sido yo, lo hubiese torturado de mil maneras y luego tendría que suplicarme su muerte, lenta y agónica.

Abrí los ojos por lo que me estaba contando, pero no dije nada. Solo sé que él me tomó del rostro, acariciando con dulzura mis mejillas y murmuró;

—Te bloqueaste, a todos nos pasa. Pero eres una luchadora y te prometo que no te pasará absolutamente nada, jamás.

Al mirarlo, pude sentir ese amor de Zev, aunque no fuese romántico, si notaba que se preocupaba por mi y le di las gracias por escucharme, por estar ahí.

Fue ahí que sentí una fuerte conexión con él, era nueva esta sensación. Quizás porque habíamos pasado muchas cosas juntos, quizás porque estábamos casados, quizás porque estaba enamorada de él... Pero realmente sentí esa sensación, como si estuviese más unida a él.

Y fue en ese momento en le que le conté el más oscuro y doloroso secreto que tenía escondido en el lugar más escondido de mi interior. Y necesité confesarle más cosas que, semanas atrás no haría y esta noche si.

—Háblame de tus padres —murmuró él. Cuando lo miré a los ojos, noté que estaba realmente interesado en mi—. Conoces casi todo de mí, pero yo de ti apenas se nada. Y no me vengas con la mierda de ese informe, porque solo me leí 3 líneas y luego lo mandé a tomar por culo porque es como leer algo escrito por inteligencia artificial. No es lo mismo si me lo cuentas tu. Quiero saberlo todo de ti, Liv... Porque solo tu sabes mucho más de mí que nadie en esta vida.

Su voz, tan ronca y grave, había bajado bastante y sonaba pequeña, pero su ronquera era algo más notoria. Sobre todo su acento italiano y lo irresistible que era cuando me hablaba de esa manera tan íntima.

Casi me derretí en ese mismo instante y me planteé si hablar con él sobre ese tema o no. Lo dudé y mucho, pero Zev me dio bastante tiempo para poder hablar y decidí abrirme a él, como Zev ya había hecho conmigo durante tantas semanas.

—Mi madre era increíble, aunque fumaba demasiado... El propio cigarro la mató —susurré. —En cambio, mi padre era un hombre misterioso, que siempre estaba obsesionado con mi seguridad. Él era italiano y se enamoró de mi madre en unas vacaciones —contesté mientras Zev seguía mirándome—. Me enseñó todo tipo de defensas, luchas y la manera de como poder defenderme por mi misma.

—¿Y que pasó con él?

Al ver sus ojos tan atentos, respondí;

—Lo encerraron por un delito de asesinato que él no cometió.

—¿Lo encerraron sin haber cometido nada? —Se intrigó él.

Negué al ver que no me había expresado bien.

—No... Dijeron que había matado a un hombre para robarle la cartera, pero conocía muy bien a mi padre. Él jamás haría tal cosa. Tenía trabajo y dinero ahorrado, ¿por qué iba a cometer un delito así? Alguien seguramente quería verlo encerrado...

—¿Y luego?

Apreté la mandíbula y negué seguidamente de un suspiro.

—Unos presos lo asesinaron en la cárcel pocas semanas después.

Cuando solté aquello, me levanté de la silla y empecé a caminar por el suelo de madera, hasta apoyarme en la valla de madera que había. No pude dejar de pensar en todo aquello, en lo que ocurrió cuando era más joven y en recordar a mi padre y en esa horrible noticia que nos dieron a mi madre y a mi aquella tarde.

Hice todo lo posible para aguantar las lágrimas, pero no me ayudé demasiado.

Ya Zev estaba a mis espaldas, abrazándome con dulzura.

—Siento mucho eso, Liv...

Negué mientras me giraba para poder abrazarlo y, ahora si, apoyar mi cabeza en su duro pecho y llorar, después de tanto tiempo escondiendo todo aquello. Después de tanto tiempo teniendo ese secreto oculto, sin poder contárselo a nadie y ahora estaba aquí, con Zev Grimaldi, mi marido, en algún lugar remoto de Kansas, abriendo mi corazón a pesar de que algún día nuestros caminos se separarían.

Y callado, seguimos así durante un largo rato, en aquella noche estrellada.

💍

Desperté desnuda en el cuarto de Zev en aquel rancho mientras los rayos solares me daban de lleno en el rostro. Apenas llevábamos 3 días y habían pasado demasiadas cosas para poder creérmelo.

Al salir de allí, ya que no lo había visto y vestirme, sonreí porque sabía que debía de estar junto con los caballos. De ahí a que caminase fuera de la hermosa casa para llegar a los establos, pero antes siquiera de ir, ya él estaba allí fuera, tomando un café caliente sentado mientras miraba las vistas de la mañana.

—¿Cansada, ricitos?

Sonreí por lo que me estaba contando.

Acepté el café que él me tendió y me senté a su lado.

—Solo me dejaste dormir 2 horas, ¿acaso tu no dormiste nada?

—Después de tremendo ejercicio, era imposible pegar ojo —contestó con una sonrisa enorme en su mirada.

Saboreé el café de aquella mañana con el sonido de los pájaros escondidos en los árboles y luego escuché que Zev me decía;

—A Sally le hubieses encantado.

Al mirarlo, noté como sus ojos tenían un brillo bastante llamativo.

Sonreí.

Pero entonces dejé de hacerlo al recordar que a Zev no le había contado algo de su madre y que debía de saber. Aunque no sabía si iba a ser peor o era buena idea. Lo que sucedió con Ginevra en aquella mañana en la biblioteca de la universidad debía de saberlo Zev. Más porque él creía una versión de la historia distinta y quizás Giulio sabía ese detalle que no sabía Zev.

Pero luego me quedé callada, cuando escuché;

—¿Pasa algo?

Sin saber que decir, preferí quedarme callada, pensando en lo que tenía en mente antes de meter la pata.

—Olivia, prometimos hablarnos si pasaba algo.

Al mirarlo, apreté la mandíbula y decidí contárselo, por respeto a Sally, porque quizás ayudaría a encontrar al verdadero culpable, porque quizás Ginevra vino a mi aquella mañana para contárselo en secreto a Zev. Por eso me dijo la primera vez que nos vimos que él estaba en el bando equivocado. Y ahora lo entendía todo.

—Hay algo que no te he contado.

Zev, callado, me observó mientras esperaba a que yo dijese lo siguiente que tuviese en la mente.

Sabía que se iba a enfadar, que tendríamos una de nuestras famosas discusiones y que lo de anoche se olvidaría en un chasquido. Pero no podía ocultarle más tiempo aquello.

—Hace semanas, recibí una visita en la biblioteca.

Zev, con el rostro inexpresivo, respondió;

—Continúa.

Ya empezaba a notar aquel tono de voz oscuro, el cual significaba que se estaba preocupando. Al ver que algo bueno no le iba a contar, más viniendo de su enemiga, continué;

—Fue en un momento que estaba buscando un libro...

—¿Que visita, Olivia? —Insistió mi marido.

Madre mía... Cuando decía mi nombre al completo con todas las letras con ese acento italiano, pero ponía ese tonito de voz, es que íbamos a acabar discutiendo seguramente.

Y decidí no aguantarlo mucho más.

—Ginevra.

—Merda! —Respondió en italiano, soltando el café para mirarme. —¿Como no me lo habías contado antes? ¡¿Con esa víbora, Olivia?!

Apretando la mandíbula, todavía quedaba algo más que contarle.

—Eso no es lo único que te hará enfadar... —respondí con cierto tono y, al soltar el café, me giré para mirarlo mejor y tratar de tranquilizarlo. —Mira, ella vino a buscarme, quería hablar en privacidad conmigo, sin nadie... No hay nada de malo en ello.

—¡Si que lo hay, Olivia! Esa mujer es muy poderosa y podía haberte hecho daño. ¿Es que no lo entiendes?

Vi como se levantaba se la silla y luego se giraba para mirarme;

—¿Que más te dijo? ¿Que mierda quería esa mujer?

Y entonces, sin poder aguantarlo más, le dije;

—Sobre el caso de tu madre.

Ahí vi el enfado, ahí vi que podía notar el odio que emanaba su mirada al contárselo. Sabía que esto iba a pasar, pero merecía saberlo y debí haberlo hecho antes. Pero muchas cosas lo evitaron y el no tener la suficiente confianza con él no me ayudó.

Ahora era todo más distinto. Aunque me odiase, necesitaba contárselo, porque él merecía saberlo.

La cosa era como reaccionaría ante ello.

—¿Me estás diciendo que esa mujer se reúne contigo sin tu saberlo y habla del caso de mi madre? —Zev, sin acercarse a mi, enfadado, contestó—. ¡Tenías que habérmelo dicho, Olivia!

—¡Ya bueno, antes no confiaba en ti como lo hago ahora! ¡Por eso te lo estoy contando ahora, Zev! Ódiame todo lo que quieras, pero no puedes juzgarme por algo que ocurrió antes de que empezáramos a entendernos mejor —murmuré, bajando la voz a medida que más frases decía.

Zev empezó a despeinarse el cabello, dándome la espalda mientras caminaba por la zona.

Y entonces me levanté para darle espacio y decirle;

—Debes de saber esto, Zev.

—Ilumíname, esa mujer dice que no lo ha hecho, ¿verdad? —contestó cansado.

Suspirando mientras lo miraba como caminaba de un lado al otro, susurré;

—Tu madre no tuvo una aventura con el marido de Ginevra, Zev —contesté.

Zev se rio y dijo;

—¿No? ¿Y que tontería te dijo?

Sin aguantar más, respondí;

—Tu madre tuvo una aventura con la propia Ginevra.

El mundo parecía habérsele caído encima y no supe si había conseguido que el mal en él saliera o que, pero lo noté de una forma extraña, callado, sorprendido por lo que le acababa de contar.

Se tuvo que tomar más de un minuto para poder pensar, sentarse en la escalera de su casa y suspirar mientras parecía que se le había ido cualquier idea que tuviese en su cabeza tan oscura. Me senté a su lado, en una distancia prudente y dejé que pasara el tiempo.

Cuando vi que no decía nada, murmuré;

—Ambas llevaban enamoradas años, por eso en las fotos que salía con Ginevra salían sonrientes ambas... —Cuando lo miré, vi que Zev todavía estaba tratando de procesar la información. —Aquella noche, ambas habían quedado en aquel hotel como de costumbre, pero el marido de Ginevra las descubrió, por ello fue antes que ella y, en las cámaras, apareció Ginevra siguiendo a Gerardo... Porque él había descubierto que su mujer le era infiel con tu madre.

Zev, callado, miró hacia otro lado.

Preferí no decirle nada más, solo contarle lo que había pasado, lo que ella me había contado y que Zev debía conocer.

Sabía que estaba enfadado por no habérselo contado, y estaba en su derecho, pero ambos habíamos tenido una relación distinta cuando aquello ocurrió. Y ahora todo era mucho más complejo, más íntimo y no podía ocultarle más tiempo lo que llevaba sabiendo semanas.

Cuando vio que me fui a levantar, él me frenó;

—¿La crees?

Al ver su mirada tan triste, me senté nuevamente a su lado y, sin dejar de mirarlo, asentí.

—Se nota cuando alguien sigue enamorado de ese amor.

Zev carraspeó y dijo;

—Aunque antes no teníamos suficiente confianza, debiste contármelo.

—Lo sé y lo siento.

Zev no contestó a aquello y luego me dijo;

—Tiene sentido todo ahora... Por eso mi madre era feliz aquellos fines de semana con Ginevra, aquellas quedadas... Ahora lo entiendo todo... Pero eso no me hace confiar en Ginevra y dejar de pensar que fue ella la que hizo todo aquello.

—Pero te hace pensar que tuvo que haber algo más, más sospechosos.

Zev asintió ante mi respuesta y me miró.

—Jamás te odiaría, Olivia... Pero estoy decepcionado porque no me contases esta información tan importante de mi madre.

Asentí mientras vi como él caminaba para irse al establo, dejándome sola en aquella escalera, observándolo marcharse mientras yo pensaba en lo que acababa de suceder y en que era lo correcto. Por el bien de la familia de Sally para encontrar la paz y encontrar al culpable. Pero no dejé de sentirme mal por no haberlo dicho antes a Zev.

💍

ZEV GRIMALDI

Enfadado con lo que acababa de descubrir aquella mañana, tiré la paja que estaba transportando en la planta de arriba del establo y luego negué la cabeza ante lo que mi cabeza era incapaz de pensar.

Tan solo pensar que Olivia se había reunido con Ginevra me hacía enojarme más. Sabía que no lo había hecho porque lo deseara, también era cierto que ella no confiaba de esa manera en mí cuando sucedió. Lo sé, confío en ella y al menos me lo contó hoy.

Pero eso no quita la otra que es que me ocultase una información tan importante como esa.

Continuando con mi trabajo, volví a tirar otra paja al suelo, colocándola de tal manera para que tuviesen todas espacio, hasta que escuché unas botas subiendo por las escaleras.

—Deberías bajar —respondí sin ni siquiera girarme.

Pero ya era demasiado tarde y Olivia estaba frente a mí, yo de rodillas mientras que ella estaba de pie, colocando sus brazos en las caderas. Y no ayudó en absolutamente en nada verla de esa manera, con su camisa desabrochada en los primeros 2 botones y con aquel pantalón que le haría quitarse con tan solo para disfrutar de las vistas.

Tuve que apretar mi mandíbula al verla de aquella manera.

—Al menos, déjame ayudarte.

Casi me rio cuando ella me dijo aquello.

La paja pesaba bastante y dudaba que ella estuviese acostumbrada a trabajar en un rancho. A pesar de ello, verla así, me hizo tener que levantarme porque no me ayudaba en lo absoluto a mi autocontrol. Y cada vez tenía menos por culpa de esa mujer.

—No estoy de humor, ricitos. Tan solo necesito pensar en lo que me has dicho.

Olivia suspiró para luego colocar sus manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros.

Sentí nuevamente aquella química que tenía con ella, aquella química que no sentía con las demás y las ganas que me daban de follarla sobre el suelo lleno de paja de este sitio no eran pocas. Tirar su ropa en cualquier parte y enterrarme en ella, una y otra vez. Por no hablar de las ganas que deseaba de verla llegar al final.

Tuve que desechar todas esas ideas mientras el olor natural de Olivia seguía inundando mis fosas nasales.

Negué repetidamente mientras me alejaba de ella para seguir con mi labor.

Olivia no dijo nada más, solo se quedó en silencio un largo rato, mirando hacia un punto fijo y, cuando abrió la boca, tuve que observar hacia los labios de ella.

—Vale. Me voy —contestó, dándome la espalda y no ayudando para nada a lo duro que ya estaba.

Me quedé quieto, mirando como empezaba a marcharse y respondí;

—A la mierda.

La tomé del brazo, pegándola a mi pecho para luego estampar mis labios sobre los suyos, deseando hacerla mía y de nadie más. La pegué a la pared de madera y continué besándola mientras ella colocaba sus manos sobre mi pecho, empezando a buscar los botones de la camisa desesperadamente.

Cuando ella consiguió quitármela, yo la giré de espaldas y empecé a besarle el cuello mientras mis manos tomaban sus pechos, descubriendo que estos estaban completamente desnudos tras esa tela, volviéndome loco una vez más por todas las cosas que me hacía sorprender de mi propia mujer.

Colocando mis manos en cada lado de la camisa, la rompí, liberando a sus 2 montañas y colocando mis manos sobre ellas, fascinándome lo bien que encajaban entre mis manos.

Escuché como ella gemía y gemía, deseando que la tocase más y más y tuve que hacer caso a sus súplicas.

Bajé mis manos a sus pantalones mientras seguía besando su cuello y le desabroché el vaquero para luego ver que ella se giraba y me empujaba contra la paja, sentándome sobre ella en el suelo y, con una sola mirada, ambos nos quitamos el resto de ropa sobrante, tirándola por algún lugar del establo y Olivia se sentó sobre mí.

—No seas mala, mia moglie. Necesito follarte de una vez.

Olivia me besó, hasta morder mi labio inferior de una manera que me dejó más duro y, mirándome, murmuró;

—Tengo que hacértelo pagar por dejarme a medias en el coche. —Me recordó, volviendo a besarme.

Con su sexo y ayuda de su pelvis, empezó a restregarse contra mi miembro, doliéndome mucho la dureza que tenía ya y haciéndome apretar sus glúteos, deseoso de más y más.

—No me hagas sufrir, nena.

Le di una nalgada, consiguiendo que ella diese un pequeño grito de sorpresa y luego me miró de aquella manera tan provocativa. Pasándose la lengua por los labios, me observó a los ojos y dijo;

—Estoy segura que estaríamos 1 semana sin salir de casa si nos desquitábamos las ganas que nos teníamos de esta forma —murmuró con aquel tono de voz que tanto me ponía.

Y entonces, apoderándose de mi miembro, empezó a enterrarse, suspirando mientras encajaba del todo y luego me mordí el labio, admirándola.

—Fóllame ya —respondí.

Y ella empezó a moverse en círculos, guiada por mi, aunque no le hacía falta, porque era una jodida diosa haciéndolo. Y saber que el muy cabrón de su ex novio había disfrutado de ella me hacía hervir y mucho la sangre.

Quería hacerla mía una y otra vez, para que ella supiera que era suyo y que era su marido.

—Más deprisa, nena.

Empezó a ir más deprisa mientras sujetaba mis hombros y sus gemidos eran una pura maravilla. Guié mi boca hacia sus pechos, deseosos de ser admirador por mi lengua y conseguí que ella gemía más fuerte. Pero no contento con aquello, la tomé, empujándola al suelo cubierto de paja y colocando mis brazos a cada lado de ella, empecé a mover mis caderas a una velocidad de vértigo que hizo volvernos locos, sudorosos y llenos de ganas para ambos.

Escuchaba como nuestros cuerpos resbaladizos se chocaban, necesitando llegar al final, necesitando gritar de lujuria mientras follábamos como locos en este lugar recóndito del mundo.

—Necesito que grites, nena. No quiero que te dejes absolutamente nada —murmuré mientras continuaba con mis movimientos ágiles y viendo como ella se movía por mis movimientos debajo de mí. —Nadie te va a escuchar.

Su pelo esparcido por el suelo y sus pechos moviéndose a medida que más me movía, era uno de los mejores placeres de la maldita vida. Y enterrarme al completo dentro de ella era sin duda la mejor maravilla que existía.

Cuando vi su rostro, a punto de llegar, supe que estaba haciendo las cosas perfectamente y esa boca, entreabierta, me daban ideas muy perversas del tipo de cosas que deseaba hacerle. Hasta que ella gritó mi nombre en voz alta, consiguiendo que me temblase mi cuerpo de escucharla y, seguido de ella, terminé dentro de ella, derrumbándome sobre mi esposa, recobrando el aliento.

Ahí, sobre ella y desnudos, completamente sudorosos, mi cabeza empezó a caminar rápidamente, sin ser capaz de lo que ocurrirá en las próximas semanas, cuando volvamos a la realidad. Sin ser capaz de saber que puedo hacer.

Carraspeando, tratando de volver a respirar con normalidad, la observé, mientras que ella tenía las mejillas sonrojadas pro el ejercicio y juré que era la mujer más bella que había visto en mi maldita vida.

—Olivia, sabes que esto es solo un rato... —susurré, no dándole esperanzas de una relación real y ella me observó con ojos cansados y sorprendidos por lo que le estaba diciendo—. No soy una persona que sirva para una relación, solo puedo darte un rato de diversión y ya. Desde que firmemos el divorcio todo habrá acabado, ¿vale?

Soné como un maldito capullo que necesitaba una paliza para despertar. Pero era la realidad.

Ambos no podíamos tener una relación real, más por quien era yo y quien era ella. También porque no servía para esto, terminaría haciéndole daño y era mejor dejar las cosas claras, aunque sabía que ella era la que terminaría odiándome.

Lo sabía...

Olivia Lara me odiará algún día y me destrozará mucho más de lo que ya estoy.

Deseé que nuestro matrimonio fuese real, pero no lo era y ella merecía llevar su verdadero apellido, no el mío manchado de sangre.

Pero su rostro cambió, no era la chica pervertida y provocativa que conocía. Le había hecho daño con tan solo unas palabras y me sentí un idiota por ello. Me estaba convirtiendo en la persona que ella tuvo como pareja y no quería eso, pero no me quedaba más remedio, aunque estaba haciendo las cosas mal y debía solucionarlas.

No era un hombre adecuado para ella... No podía serlo.

Y entonces ella respondió con un hilo de voz;

—Claro...

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