V E I N T I D Ó S | L O S N E G O C I O S S O N N E G O C I O S 💍
«Algo estaba ocurriendo y se me estaba escapando de las manos. No sabía donde nos depararía esto en la nueva etapa de nuestra relación falsa, pero dudaba que acabase bien»
Olivia Grimaldi.
ZEV GRIMALDI
Empecé a balancearme en la silla cómoda de mi escritorio, mientras la luz solar todavía daba de lleno en mi discoteca.
Daba toquecitos en la mesa de roble mientras no dejaba de pensar en todo lo que estaba pasando, en que querían liquidar mucho más rápido de lo que pensaba a mi mujer e iba a hurgar el dedo en la llaga hasta dar con aquel grupo que lo intentaba.
Y sabía que iba a correr mucha sangre.
No era un santo, no lo pretendía. Pero a veces había que ser el mismo demonio si quería proteger a los míos en este negocio tan turbio, tan sucio y morboso.
Habían pasado 5 días desde la boda, desde que Olivia y yo lo habíamos hecho en mi piso, desde que me había dado de cuenta que no me iba a saciar tan rápidamente de ella como con las otras. Y eso me aterraba. Sabía que era un cabrón como bien decía ella muchas veces, y que había tratado de no estar a solas con ella en estos 5 primeros días. Pero me aterraba la idea de imaginarme que terminaría siendo un esclavo del amor, que terminaría roto si a ella le ocurriese algo.
Habíamos tenido una noche que no se debía volver a repetir y por ello debía alejarme estos días de ella, al menos, para acomodar mis ideas, dejar que se asentasen para buscar una respuesta. Pero no la encontraba.
Ella no podía enamorarse de alguien como yo, ni yo podía tener el derecho de enamorarme de alguien totalmente ajeno e inocente en este mundo de los negocios tan retorcido. Aunque Giulio lo deseara, yo no quería que ella perteneciera a esto.
La puerta sonó y dejé pasar.
Cuando encontré a uno de mis guardaespaldas, dijo;
—Aquí tiene el testigo, señor Grimaldi.
Asentí y con un gesto, dije que se marchase.
Mientras, al ver al hombre de unos 30 años que había frente a mí, ni me levanté de mi sitio. Tan solo lo miré en silencio después de escuchar la puerta de mi despacho cerrarse. El joven parecía nervioso, mirando hacia todos lados mientras que parecía llevar ropa de deporte, pero dudaba que un drogadicto como él saliera a correr.
Conocía muy bien a este tipo de personas, que por drogas se vendía al mejor postor. Y quería saber quien era ese postor.
Por las buenas o por las malas.
—Siéntese —respondí cortante.
El joven, tan rápido como se lo dije, asintió y se sentó en la silla que había frente a mi mesa, limpiándose las manos de sudor en sus pantalones de chándal. Y, cuando me fije, parecía un chándal algo caro para lo que trabajaba.
Elevando una ceja, contesté;
—Bonito chándal... Algo caro para un camarero, ¿no cree?
Carraspeó, nervioso mientras empezaba a echarse hacia atrás el pelo revuelto que llevaba.
—Fue... Fue un regalo.
—¿Un regalo? ¿De quien?
Ni me miró en cuanto le pregunté aquello.
En cualquier otro momento hubiese sonreído, hubiese mostrado mi humor frente a este tipo de personas, pero no lo hice. Hablábamos de que lo que ocurrió el sábado podía haber resultado horrible, podía haber muerto muchas más personas de las que murieron allí... Podía haberle ocurrido algo más a mi mujer y di gracias a que mi hermana no se encontrase allí en ese momento.
Estaba tan enfadado que no iba a sonreír en ningún momento de esa "reunión".
—¿Cuanto le ofrecieron?
El joven me observó, estupefacto y se apresuró en contestar;
—¿Que?
—No me haga perder el tiempo. Sé que estuvo de camarero en mi celebración de bodas. Hay cámaras en las que un tipo encapuchado le ofrece dinero y una mochila, posiblemente llena de algo explosivo —contesté, al borde del límite.
—Señor, yo...
Di un fuerte golpe en la mesa con mis puños, haciendo que el joven se asustase y grité;
—¡No me vengas que no sabes nada! —Lo observé sin pestañear y continué—. Usted puso aquella mochila. Usted hizo lo posible para que todo saliera mal esa noche. Solo quiero un maldito nombre.
—No...
Cabreado, me levanté de mi escritorio, remangándome la camisa y, con las suplicas de él diciendo que no era así, le estampé el primer puñetazo que le hizo caer al suelo junto con la silla. Lo tomé de la sudadera y lo volví a sentar, acercando mi rostro al suyo.
—¿Fue Mattia?
Él silenció y negó, asustado.
—No se quien es ese... No...
—¡Dímelo!
—¡No lo sé! No sé su nombre. Solo hablé con él en la parte trasera de un coche. Fumaba mucho, y estaba a oscuras. Solo lograba verle el rostro por las luces de las farolas al pasar con el coche —contestó llorando.
—Descripciones. Descríbemelo.
—Era, era... —Carraspeó con lágrimas en los ojos y continuó—. Alto. Entre unos 50 y 60. Su cabello era gris... No... No sé nada más. Se lo juro.
Alonzo Rinaldi.
Lo que decía Olivia era cierto.
Enfadado, solté a ese estúpido por querer hacer daño a tantas personas y caminé hacia la puerta de mi despacho. Ahí estaba 2 de mis guardaespaldas y dije;
—Llévense a este hombre de mi vista.
Cuando volví a entrar, vi al muchacho mirándome temeroso y dije;
—No te quiero volver a ver aquí. Porque como lo haga, no saldrás caminando. ¿Entendido?
Corriendo, asintió y se marchó de mi despacho junto con mis guardaespaldas.
Sentándome nuevamente en mi escritorio, no dejé de pensar en Olivia y en que debía llevarla lejos, tragarme mis palabras y hacer que ella estuviese a salvo en un lugar donde nadie le haría daño. Donde nadie conocía ese sitio.
Al menos, hasta que se aclarasen las cosas con la supuesta alianza de los Rinaldi.
Enfadado con lo que acababa de descubrir, tiré todo lo que tenía en mi escritorio al suelo y volví a sentarme, queriendo venganza por lo que acababa de pasar.
💍
OLIVIA GRIMALDI
Lo observé anonadada por lo que me estaba diciendo.
El muy cabrón, estúpido, ignorante, engreído, capullo, ahora se encontraba frente a mi, en mi cuarto, poniéndome la maleta que yo llevé a aquella mansión en mi primer día y que él trató como un saco de basura, para hacer mi equipaje. El don "me preocupo por tu bien" quería llevarme a una maravillosa luna de miel después de ignorarme por días tras follar en su piso en la noche de bodas.
Estaba preparada para aquello. Zev no era un hombre que mostrase mucho su verdadera manera de ser, pero que siempre que teníamos algo, hacíamos algo, terminase huyendo por las mismas razones estúpidas de él, ya me hinchaba y mucho la vena.
Cabreada a más no poder, me quedé de brazos cruzados mirándolo mientras él colocaba aquella maleta sobre mi cama y la abría. Al ver que no me movía, dijo;
—¿Tengo que hacerte la maleta, nena? Porque si es mi deber como marido, lo haré sin problemas.
Notaba cierta ironía en su voz, pero me daba igual.
Si él se creía que por llevarme de luna de miel después de sus miles de cambios de humor se me iba a quitar el enfado, estaba muy equivocado.
—¿Cuando fue la última vez que te vino? —pregunté sin dejar de mirarlo a los ojos.
Zev me miró, sin entender absolutamente nada.
Los anillos de boda y compromiso los tenía sobre la mesita de noche. No quería tener que llevarlo puesto después de lo estúpido que era él. Quería que confiase en él, que nuestra relación diese un paso más hacía delante, pero luego era él quien daba cuatro pasos atrás.
Preguntó;
—¿El que?
Se quedó callado unos segundos esperando mi contestación.
—El periodo —respondí.
Zev Grimaldi, el heredero de la mafia, elevó la ceja con cara de pocos amigos y negó con la cabeza. Fue tan exagerado su gesto, que podría haberlo grabado tranquilamente. Él empezó a caminar hacia el armario donde guardaba toda mi ropa y empezó a mirarla de arriba abajo.
—¿Ves algo que te guste? —Ironicé.
Zev empezó a tomar 2 pijamas míos, de esos que él decía que no le gustaban nada al principio, cuando nos conocimos. Cuando en realidad le encantan. Luego tomó mi mono corto, lleno de pintura, el cual utilizaba solo para pintar cuadros. Varias prendas cómodas, camisas y vaqueros. Tomó unas botas marrones que tenía de una marca española y luego empezó a doblar las prendas para colocarlas con cuidado en la maleta.
—No he dicho que vaya a ir.
Zev me miró unos segundos con aquel cabello algo revuelto.
Parecía preocupado, como si estuviese noches sin dormir por el motivo que fuese. Incluso pude ver como su puño derecho estaba algo rojo y sabía porque era. Estaba más que segura que estaba buscando a quien había puesto aquella trampa en la celebración de la boda y estaba a rabiar. Quise pensar que era por eso que me había dejado sola por días en su apartamento. Pero sabía que era por algo más.
Con mi ropa todavía aquí, sin haberla llevado al apartamento de Zev y con mis cuadros, pinturas y caballete, mi marido cerró la mochila, colocándola en el suelo y luego miró la maleta de pintura pequeña que tenía cerca del caballete.
—Esto también se viene —contestó.
Colocó la maleta llena de ropa cerca de mis pertenencias y, enfadada, dije;
—¿Me estás escuchando?
—Si, y te vas a venir conmigo; si o si.
Zev caminó hacia la mesita de noche, dejándome con la palabra en la boca.
—Las lunas de miel son para parejas enamoradas, Zev. Y ahora mismo lo último que quiero es una falsa luna de miel.
Zev se giró, tomando mi mano y colocando delicadamente cada anillo en mi dedo anular.
—Ahora están en su sitio —contestó él, mirándome a los ojos.
Parecía que tenía mucha prisa y no me estaba gustando por donde estaba llevando aquello. Me estaba ocultando algo más a parte de sus sentimientos y tenía que ser por lo que ocurrió en la boda. Se le veía en la cara.
No me estaba llevando a una luna de miel, sino a un sitio alejado un tiempo hasta que todo se calmase.
—No me llevas de luna de miel, ¿verdad?
Zev se paró en seco, de espaldas a mí. Ahí pude ver como sus puños se cerraron con fuerza mientras trataba de buscar una respuesta que darme, una respuesta que no me hiciera dar miedo. Pero todo me lo esperaba, desde que tenía relación con los Grimaldi, desde que salía falsamente con Zev. Y había aceptado todo aquello. Sino, hubiese aceptado la última oferta de Giulio y me hubiera ido lejos, muy lejos de todos ellos.
Pero no quise hacer aquello y ahí estaba, frente a él.
—Prometimos ser sinceros y tu no lo estás siendo ahora... —murmuré, haciendo que Zev siguiera callado, mirando hacia un punto fijo mientras yo caminaba para ponerme delante de él. Cuando nuestros ojos conectaron, continué. —Vale que quieras huir cada vez que pasa algo entre ambos. Vale que tengas un corazón tan frío y cerrado que sea imposible de entrar... Pero si es algo de seguridad, nuestra seguridad, no me lo ocultes, Zev... Por favor.
Mis ojos no lo abandonaron en ningún momento.
No nos estábamos tocando, pero era como si sintiéramos nuestras manos sobre la piel. Teníamos una química que a veces me impresionaba lo intensa que era. Y cuando nos mirábamos... Joder, cuando nos mirábamos.
Pero este hombre, ¿como era posible que este hombre me cabreada a tal punto de perder la razón? Jamás perdía el control, jamás me enfadaba de aquella manera. Pero Zev me hacía cabrearme, desear gritarle hasta cansarme y luego tirármelo hasta que estuviese lo suficientemente cansado para volver a hablar. Y lo de aquella noche solo era una pequeña prueba de lo que éramos juntos en la cama.
Saber todo aquello me enfadaba, y más porque sentía algo por Zev Grimaldi, bueno, más... Pero él no lo aceptaba y sabía que sentía algo por mi. Por eso huía. Por eso quería no acercarse a mí, ni hablarme cada vez que ocurría algo intenso entre nosotros. Y me cansaba su manera de ser tan estúpida cuando ocurría eso.
—Tenías razón... —Comenzó a hablar.
Arrugando mi frente, sin entender a que se refería, pregunté;
—¿En que?
Zev no dejó de mirarme. Estaba bastante enfadado y sus puños estaban tan apretados que temía que se hiciera daño. Pero no dije nada. Lo conocía y sabía que era mejor dejarlo para que se pudiese calmar solo.
—Hay un testigo que vio a un hombre que fumaba, de unos 50 o 60 años, que le ofreció el suficiente dinero como para que cometiese aquel delito —respondió con un rostro asustado.
Por las fotos, por vídeos en la televisión junto con otros políticos, sabía que Alonzo Rinaldi fumaba y mucho, hasta puros fumaba. Por eso mismo, al volver a mirarlo, dejé que él acabase la frase;
—El maldito de Alonzo hizo todo aquello. Quizás para despistar, quizás porque quería... —No quería decirlo.
Sin entender nada, tomé su mano derecha y lo acaricié suavemente.
—Dímelo, sabes que no tienes problemas conmigo.
Zev apretó su mandíbula, viendo como su músculo se movía y me volvió a mirar, fijamente, con una mirada llena de enfado, fuego y parecía que quería asesinar a alguien. Cuando habló, lo que dijo me dejó pero de lo que estaba;
—Secuestrarte.
Me quedé callada.
Saber aquello de la mano de mi marido fue peor todavía.
De imaginarme lo solo que ha estado Zev, divagando todo, buscando información de lo que pasó esa noche y ahora contándome que podría haber ocurrido, me hizo comenzar a caminar hacia la cama y tener que sentarme para no perder el equilibrio.
Rápidamente, Zev se arrodilló frente a mí, apoderándose de mis manos.
—Estás aquí. Estás a salvo y ambos vamos a nuestra luna de miel. Vamos a estar 2 semanas fuera en lo que mi padre hace el resto contra Rinaldi.
Cuando lo miré, negué con la cabeza.
—¿Como sabes que quería secuestrarme?
Zev negó rápidamente y me acarició con dulzura con la yema de sus dedos las palmas de mis manos.
—Por eso bailó contigo... La zona donde saltó por los aires era en la entrada, muy lejos donde estaba la pista de baile... Alonzo tendría tiempo de llevarte sin que pudieses hacer nada, sin que yo pudiera hacer nada y así no poder saber nada más de ti —contestó, con la voz muy baja, costándole decir todo aquello.
Tragué costosamente y luego miré todas aquella maletas para tan solo 2 semanas. Quizás pretendía que estuviésemos fuera un poco más. Pero no dejé de pensar en su hermana, en Rocky... Suspiré sin dejar de pensar en todo aquello y sacudí la cabeza sin poder pensar de manera clara.
—¿Angela estará a salvo?
—Siempre estará a salvo. Si quieres, puedes dejar que Rocky se quede con ella estas 2 semanas —murmuró sin dejar de mirarme.
—¿Donde piensas ir? No soy muy fan de los aviones —murmuré entrando en pánico de tan solo pensar que iría a meterme en un avión.
—Te prometo que no será fuera del país.
Sin entender nada, ya que decía que quería que estuviésemos a salvo, ¿cómo íbamos a estarlo dentro de este país? Donde estaban todas aquellas personas que nos querían hacer daño.
Entonces, Zev sonrió.
—Es el lugar más seguro en el que te llevaré jamás —respondió. —Confía en mi.
Sin sonreír demasiado por lo que me acababa de contar, murmuré;
—Confío en ti, Zev. Pero tú también tienes que confiar en mi.
Él sonrió, soltándome las manos para colocar las suyas en mi rostro y sus labios buscaron los míos hasta sentir nuevamente lo que me hace sentir desde el primer día, desde me besó por primera vez delante de todos los suyos, desde la noche que pasamos y terminamos follando durante toda la noche, repetidas veces.
El beso empezó suave, pero nuestras bocas estaban necesitadas. Necesitábamos más, mucho más. Hasta tal punto en el que nuestras lenguas se encontraron y acabamos en un beso tórrido como los nuestros. Y Zev no tenía ninguna intensión de acabar rápidamente.
Pero yo me alejé muy al pesar de Zev.
Levanté mi mano y dejé la huella de mis dedos en su mejilla derecha, consiguiendo que sonase un fuerte bofetón en ese cuarto. El rostro de Zev se movió hacia un lado, sin esperarse mi gesto. Cuando me miró, con la mejilla roja, le dije;
—Esto por ignorarme durante días.
Me adueñé de su rostro y volví a comerle la boca, haciendo que él me tomase el cuerpo para colocarme en el centro de la cama.
—Es usted muy peligrosa, señora Grimaldi.
Observándola con cara de pocos amigos, dije;
—Hay que irse, Grimaldi. No tenemos tiempo de un polvo rápido.
Zev sonrió de esa manera chulesca y se levantó de la cama, no sin antes dedicarme una de esas miradas tan suyas.
💍
De pie, frente aquel avión privado, miré a Zev quien estaba con sus manos en los bolsillos mirándome. Sin duda alguna, sus ojos mostraban chulería, su sonrisa parecía divertirle mi cara y por sus gestos tan cuidados, me hacía demostrar que le hacía gracia que pusiera ese rostro.
—Milagro no te compras una mansión en cada estado —contesté.
—Vamos.
Me tomó de la mano y juntos, empezamos a subir las escaleras de aquel avión de color negro en el que, en el interior, era todo lleno de cuero, colores agradables y un olor dulce. Jamás en mi vida me había subido a un avión así, ni siquiera había visto la zona privada de los aviones comerciales y eso ya era decir mucho.
Por comentar que en mi vida había tenido un solo lujo, ya era decirlo absolutamente todo. Y ahora me encontraba, con mi temor a volar, en un avión privado.
De tan solo pensar que tendríamos que volar ya me daba la falta de aire y ahora era el momento en el que no quería que nadie me hablase durante todo el trayecto. Y lo dudaba, porque conociendo a mi marido...
Zev se sentó en un sillón cerca de la ventana, elegantemente, tras quitarse aquella chaqueta negra que llevaba y mostrar mejor su camisa negra remangada. Me hizo un gesto para que me sentase frente a él, donde había una mesa de separación entre ambos. Al hacerlo, lo primero que hice fue bajar la persiana de la ventana para no tener que ver a cuanta altura estamos.
Suspirando y cerrando los ojos, ya empecé a ponerme el cinturón sin que ni siquiera las azafatas nos avisaran.
—Te noto nerviosa, mia moglie. —El tono de broma de Zev era más que obvio.
Respiré fuertemente y luego solté el aire por la boca.
Al mirarlo, me encontré con la mirada de Zev bastante divertida y solo pude decirle;
—Odio volar.
La sonrisa chulesca de él se hizo más que evidente.
—Ya me lo has dicho.
No se si fue mi rostro de preocupación, la no respuesta mía o como me agarraba al sillón clavando mis uñas cuando Zev dijo;
—Mírame —murmuró y le hice caso. Al mirarlo, los ojos de él parecían tranquilos—. Solo son 2 horas. Puedes hacerlo.
Asentí y respiré hondo en cuanto Zev se puso el cinturón de seguridad y empezamos a despegar, entrando poco a poco en el centro aéreo. Más tarde, cuando ya dijeron que podíamos quitarnos los cinturones, yo seguí con él puesto.
Entonces, fue en ese momento en el que Zev sacó un tablón de ajedrez y 2 cajas, en donde estaban las fichas del respectivo juego. Las puso delante de mí, sobre aquella mesa y me dijo;
—Si no fueran por los trabajadores del avión, jugaríamos sin ropa al ajedrez —contestó.
—No estoy de humor para jugar, Zev.
Cerré nuevamente los ojos, hasta que sentí la presencia de Zev a mi lado, quitándome el cinturón de seguridad, notando sus manos calientes y grandes sobre la tela de mis pantalones. Tuve que tragar lentamente y, al abrir los ojos, tenía demasiado cerca al estúpido de mi marido.
Él me estaba mirando de esa manera tan intensa que tenía, con sus labios casi pegados a los míos y con esas ganas que tenía en su mirada de hacerme cualquier perversidad. Lo comprendía, yo también quería hacerle cualquier cosa que se me ocurriese en la mente.
Por eso, cuando estuvimos un buen rato así, él habló;
—Quiero que disfrutes de cada momento y más estas 2 semanas, aunque vayamos a estar escondidos en algún lugar recóndito de Kansas.
Al mirarlo, arrugando mi frente, pregunté;
—¿Vamos a Kansas? ¿Allí estaremos a salvo?
—No te llevo allí porque estemos a salvo... Te llevo allí porque quiero que tu estés a salvo. ¿Lo entiendes, Olivia? —preguntó, recalcando la palabra "tu".
Llena de dudas de que es lo que hay en Kansas para que esté tan seguro de que los enemigos no nos hagan nada, observé los ojos de ese hombre que parecía realmente preocupado por mi seguridad. Todo lo contrario al Zev que conocí hacía unos meses, el que era completamente reacio a hacer ciertas cosas y aceptar otras tantas.
Por eso mismo, cuando nuestros ojos no dejaron de mirarse, hablé;
—Zev, quiero que sepas que, pase lo que pase, no es culpa tuya —murmuré.
Podía ver el temor en su mirada, el miedo a que me ocurriese algo. Pero tampoco quería verlo así, tampoco quería preocuparlo día y noche. Tan solo íbamos a cumplir un contrato, un matrimonio falso por negocios. Y tanto él como yo lo sabíamos muy bien. Pero tampoco quería que se preocupase a tal punto de apenas poder dormir.
Estaría bien, pero tampoco podría estar tranquila si supiera que él está tan preocupado por mi y se sentiría culpable de cualquier cosa, como aquella noche en la discoteca.
—Será mi culpa, porque si te ocurre algo... Habré fallado como marido.
Sabía que él quería decirme algo más, pero se quedó callado, como si le costase decirlo, como si realmente le costase contar ciertas cosas. Pero le di espacio, porque sabía que lo necesitaba.
—¿Que es ese lugar al que me llevas? ¿Una mansión frente a un lago lleno de guardaespaldas? ¿Otra discoteca?
Entonces, él sonrió y se levantó para sentarse al otro lado, frente a mí, para poder clavar sus ojos sobre los míos.
Ahora, colocando las fichas negras en el tablón de ajedrez, dijo;
—Te aseguro que el sitio al que vamos estaremos completamente solos y nadie, ni siquiera mi padre, puede pisar ese estado —contestó con una sonrisa de oreja a oreja, como si realmente le gustase la idea de estar completamente solos los dos en algún lugar recóndito del mundo.
Tan escondidos, que sería una buena luna de miel, pero de otra manera.
Entonces, aunque aún no podía dejar de pensar en mi miedo a volar, tomé las fichas blancas y empecé a colocarlas para, ahora si, jugar con Zev y no desechar la idea de intentar esta partida otro día, pero sin ropa.
💍
El sonido de la naturaleza me tranquilizó bastante.
Hacía media hora que el avión nos había dejado en tierra y ahora nos encontrábamos en el estado de Kansas. Subidos a una camioneta al más estilo granjero de color rojo, Zev parecía completamente relajado, con la ventanilla del coche bajada por completo, su cabello rizado moviéndose y despeinándolo más, mientras que yo lo observaba relajada y cansada por el viaje en avión.
No sabía exactamente a que lugar me llevaba. Era todo un misterio y, cuando él se ponía de esa manera, sabía que no iba a decírmelo por mucho que insistiese. Por ese motivo, callada, me encontraba en el lado del copiloto, mirando a ese hombre tan atractivo que era mi marido conducir una camioneta de color rojo.
Íbamos por una pista solitaria, larga y donde apenas había visto alguna que otra casa y 2 gasolineras. Todo lo demás era verde, descampado y lleno de sol, sin ruido, tan solo algún coche que pasaba en el otro carril contrario. Cuando mis ojos se guiaron hacia la ventana que tenía cerca, pude ver lo hermoso del lugar. Hasta que encontré un cartel que ponía; Bienvenido a Olathe.
Sin conocer apenas este país, sin conocer muchos sitios exceptuando los más famosos que se conocían en el resto del mundo, observé aquel lugar tan hermoso donde empecé a ver una pequeña ciudad, donde habían más casas que edificios altos. Pero Zev no entró a ese lugar, seguimos de largo por aquella carretera que parecía llevarnos a la nada.
Al mirarlo, vi realmente a Zev, un hombre relajado, con una sonrisa en su rostro, sin preocuparse en su imagen. Era como si me lo hubiesen cambiado de camino aquí, en el avión. No parecía sonreír de aquella manera tan chulesca ni mucho menos parecía aquel hombre que conocí en el despacho de su padre. Sentí que estaba viendo al verdadero Zev, el que nadie veía y solo unos pocos tenían la suerte de conocer alguna vez en su vida.
Sin decirnos nada, continuamos el camino, unos kilómetros más alejados de la ciudad, hasta que empecemos a ver un lugar lleno de árboles, zonas verdes y donde el camino parecía acabar. Giró a la derecha, y ahí vi lo que parecía un rancho en perfecto estado, con un establo, una hermosa casa grande pero agradable, no como la mansión de Giulio, y con un hermoso caballo caminando por el lugar con tranquilidad. Había un hombre mayor caminando al lado del caballo, acariciándolo con dulzura mientras una mujer de su misma edad estaba apoyada en la valla de madera observando el escenario.
Cuando miré las letras que habían en la entrada al rancho, me sorprendí al leer; Artemisa.
Fue en ese momento que todo cobró sentido en mi cabeza, recordando el tatuaje que Zev tenía en el lado izquierdo detrás de su oreja. Pero sabía que Artemisa debía de ser por algo más, por algún motivo, por alguien.
Sonreí al sentirme más cerca de él, al ver que me estaba dejando enseñar una parte secreta de él que seguramente muy poca gente conocía.
Zev aparcó su camioneta y luego, mirándome feliz, dijo;
—Bienvenida a mi rancho, Olivia.
Vi el brillo en sus ojos, lo feliz que parecía por ello, por dejarme enseñar una parte importante de su vida, que seguramente sería este hermoso rancho tan familiar y tranquilo, alejado de todo el mundo.
Sorprendida por lo que estaba viendo, bajé de la enorme camioneta, mil veces más cómoda que el Ferrari de Zev y sentí la naturaleza alrededor de mi, pisando mis botas marrones la hierba, escuchando como sonaba bajo mis pies y como Zev colocaba una mano en mi cintura baja.
Si, sin duda era mil veces mejor que el ajetreo de la ciudad, que todo lo estresante de los coches, tantas personas, el ruido...
Cuando miré a un Zev más campechano, más tranquilo, sin preocuparse por peinarse, juré que estaba mil veces mejor follable así de despeinado que en las otras ocasiones.
Sonreí con perversión al saber aquello.
—No sabía que un pijo como tu tuviese un rancho. —Le provoqué, consiguiendo que Zev mostrase todos sus dientes.
Se acercó a mi oído y dijo;
—Tengo muchas sorpresas, ricitos. —Sonrió tanto que costó creerme que no me habían cambiado a mi marido. —Vamos, quiero presentarte a unos amigos.
Nos acercamos a aquella pareja, los cuales nos observaban y la mujer, de cabello plateado, nos saludó, quitándose el sombrero vaquero que llevaba puesto para acercarse a nosotros. Sonriente, nos dijo;
—Bienvenido, Zev. —La mujer me miró con una agradable sonrisa y me dijo—. Debes de ser la increíble Olivia. Zev no ha parado de hablar de ti.
Elevé la ceja por aquello último, pero Zev no me miró, notando que la vergüenza lo comía por dentro.
Fue ahí cuando la mujer me tomó desprevenida y me dejó 2 besos en las mejillas con cariño, en un gesto que sentí de pura maternidad y lo agradecí, después de tantos años sin saber lo que era.
—Olivia, ella es Marta Santana y ese hombre que ves con un hermoso caballo negro, es Oliver Quintana. Ambos cuidan de mi rancho en mi ausencia —contestó.
El hombre dejó libremente al caballo tan majestuoso que había allí y se acercó a nosotras. Colocando una mano en la espalda de la mujer de cabello plateado que había a mi lado, nos saludó con su sombrero y dijo;
—Bienvenidos, pareja. ¿Cómo lleváis el matrimonio?
—Dímelo tu que tal vuestro matrimonio después de 37 años casados —respondió Zev sonriente.
La pareja se observó y empezaron a sonreír.
Lo que sentí al mirarlos fue puro amor, rebosaban amor del bueno, sin toxicidad y amores así habían muy, muy pocos. Seguramente tendrían sus continuas discusiones, sus desacuerdos y estarían mucho más tiempo de esa manera que de la otra. Pero era amor compañero, o eso parecía desde fuera.
Marta habló;
—Estamos en nuestra mejor fase.
Oliver sonrió ante la respuesta y luego nos miró a nosotros;
—Ahora, la fase en la que estáis ustedes en la más divertida y deportiva que tenéis —bromeó.
Zev me miró unos segundos, guiñándome un ojo para luego dejarme sola con la pareja unos segundos para buscar las maletas que estaban en la camioneta.
—Estamos encantados de conocerte, Olivia —dijo Oliver.
—Zev no te lo dirá, pero está ciegamente enamorado de ti ese hombretón que ves ahí —contestó Marta.
Y cuando me giré para mirarlo, me costó creer las palabras de aquella mujer aún desconocida para mi.
Ver a un Zev que estaba tomando las maletas sin ayuda alguna, con aquellos músculos, aquella sonrisa en su rostro e imaginármelo enamorado de mí, parecía costarme y bastante. Más sabiendo el trato que teníamos y que yo había roto la primera.
Cuando volví a mirarla, solo le dije;
—No me lo suele demostrar mucho —fingí, aunque en el fondo era cierto.
Marta me tomó la mano y susurró;
—Créeme, ese muchacho haría cualquier cosa por ti. Y mira que lo conozco desde que era un crío. Parece un hombre frío como el hielo, que ha hecho cosas muy malas... Pero no es así y me alegro, nos alegramos de que haya encontrado a alguien que lo entienda —contestó la mujer, acariciándome con dulzura.
Zev se acercó a nosotros lleno de equipaje y dijo;
—¿Os quedáis esta noche, pareja?
—No. Sabemos lo que es una luna de miel y que es estar recién casado. No queremos estar escuchando cosas fuera de lugar —bromeó Oliver, siendo callado por su mujer. —Venga, Marta. ¿No recuerdas nuestra luna de miel? Ni salimos en 2 días.
—Vamos a ver si esta noche duermes en el sofá —respondió la mujer.
—Vale, pero esperen un rato. Olivia y yo dejamos las maletas un momento y le enseño la casa.
Sonreí a la pareja y me adentré al lugar, con Zev dejando y soltando mis maletas como si fuese, nuevamente, un saco de basura.
Mirándolo con cara de pocos amigos, dije;
—Ese material de dibujo me ha costado años en conseguirlo y dinero —respondí.
Zev, colocándose la camisa sonrió y dijo;
—Te compraré 40 equipos como ese.
Suspiré, negando rápidamente para observar ahora mejor la casa.
Sin duda, era hermoso el lugar desde dentro. Totalmente hogareño, con la cocina perfecta, un salón cerca y escaleras. Todo era madera, con decoraciones simples pero acogedoras y lo que se veía dentro no parecía de lujo, ni de temporada. Era una casa normal, bien arreglada y acogedora.
Sorprendida, me adentré mientras Zev dijo;
—Ya tendrás tiempo a ver todo esto.
Sin dejarme hablar, ni ver mejor este lugar, me tomó por sorpresa, tomándome del cuerpo y llevándome entre sus brazos al piso de arriba. Sin dejarme mirar todo esto, entremos a un cuarto enorme, con una cama que parecía mucho más cómoda que la que tenía en su mansión, mientras que había una ventana enorme que guiaba hacia un balcón. Pero lo que más me impresionaba era la intimidad que había en ese sitio y que nadie nos vería.
Zev me dejó con cuidado en el suelo y empecé a caminar, asombrada por lo que estaba viendo.
—Zev, esto es hermoso.
Me acerqué a las vistas, donde ahí se encontraban la pareja acariciando al caballo que había allí, cuando Zev me hizo girar, estampándome en su pecho duro.
Nos quedemos mirándonos unos segundos y él, sin más, se apoderó de un mechón de pelo que tenía frente a mi rostro y empezó a juguetear con él.
—Soy un idiota la gran mayoría de tiempo y sé que hago las cosas mal contigo... Siempre termino huyendo, y ojalá no lo hiciera... —susurró.
—Ahora no podrás huir. Estamos en la nada.
Él sonrió.
—Podrías tenerme aquí todo lo que desees y atarme a la cama si quieres —contestó.
—Me gusta la idea.
Volvimos a callarnos, sin poder decirnos nada.
El ambiente que había en este lugar era el idóneo, no había problemas, ruido, solo el sonido de la naturaleza y el sol dándonos de lleno en aquel atardecer tan hermoso que había. Por eso, al mirar los ojos tan oscuros de Zev, como sus labios estaban entreabiertos y como él no dejaba de mirarme a mis labios, había algo que me hacía desear poseerlo para mi, tenerlo para mi sola y no compartirlo con, absolutamente, nadie.
Quizás por ello no dijimos nada. Las palabras sobraban en un momento como ese y más con una cama tan cerca como la que teníamos en ese momento.
Por eso mismo lo besé, tomándolo para mí sin importar lo demás. Deseándolo para mi sola en aquel instante, que me hiciera todo lo que él deseara y acabar desnudos en aquella cama mientras lo demás pasaba de largo, sin importarnos el tiempo.
Y Zev pensaba lo mismo que yo.
Levantándome del suelo, colocó mis piernas entre sus caderas, notándolo tan duro como en las otras ocasiones y me tiró a la cama, con él encima mientras sus manos viajaban por todos lados y sus caderas empezaban a mover miembro, restregándose entre mis piernas, no ayudándome en lo absoluto.
—Joder, nena... No sé que mierda tienes, pero me vuelves completamente loco.
Se separó unos segundos de mí, tomando mi camisa y empezando a desabrocharla con agilidad, hasta que me dejó el sujetador rojo que llevaba puesto al aire. Relamiéndose los labios, dijo;
—No he dejado de pensar en esas maravillas desde la noche que huimos de la gala y casi te lo hago sobre el capó del coche.
Agradecido de que el sujetador se desabrochase por delante, dejó mis pechos al aire y, sin aguantar ni un minuto más, empezó a chupar mis pezones con deseo mientras que yo gemía, moviendo mis caderas para poder sentirlo duro entre mis piernas.
Mis manos bajaron hacia su camisa, tratando de desabrocharlo para poder empezar a tocar cada dureza de él, cada músculo marcado por el gimnasio mientras que él seguía con su labor. Cuando conseguí desabrocharlo lo que podía, empecé a bajar las manos hacia su trasero y metí mis manos bajo los pantalones de ese hombre, adueñándome de trasero redondo y duro mientras que Zev desabrochaba mis pantalones.
—Te lo haría de mil maneras —contestó Zev, ciego de deseo. —Primero empezaría por esa boca irónica que tienes, luego por tus pechos y esas manos... Lo que dejaría hacerme por tus manos, nena. Por no hablar de que me correría en tu ombligo y luego me pondría de rodillas durante horas entre tus piernas tan solo para oírte como te corres.
Metió una de sus manos dentro de mis bragas y, con su dedo, lo metió dentro de mi, haciéndome gemir, para susurrarme al oído;
—Y todo eso sin que me dejes de hablar. Quiero escuchar los tonos de voz que tienes cuando lo hagamos.
—Eres malvado —murmuré, disfrutando y mucho del momento.
—Para mi esposa, todo lo que ella me pida se lo daré.
3 toques en la puerta sonaron y ambos dejamos rápidamente lo que estábamos haciendo para escuchar que la mujer decía;
—Siento interrumpiros, pero se nos olvidó decirles que las tareas de hoy están listas.
Zev me observó unos segundos y no sé que vieron sus ojos al mirarme, porque brillaron como nunca. Me dejó un casto beso en la nariz y dijo;
—Ya bajamos, Marta.
Sonreí por aquello mientras que Zev me abrochaba de nuevo el sujetador, la camisa y el vaquero.
—Eso significa que no quiere esperarnos mientras lo hacemos, ricitos.
Reí en alto por eso.
—Si que la conoces.
—Marta tiene un sexto sentido en todo. Cuando tardaba y mucho en la ducha estando solo, lo sabía.
Parecía feliz de conocer a aquella pareja y, ayudándome, me levantó de la cama mientras salíamos del cuarto para despedirnos de la pareja.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro