V E I N T E | O S D E C L A R O M A R I D O Y M U J E R 💍
«Todo iba como lo había planeado y esos inútiles sabrían lo que era la familia Grimaldi»
Giulio Grimaldi.
No podía dejar de mirarme al espejo, observar el vestido tan hermoso que me había puesto para el día de mi boda y tan solo me quedé mirando a la desconocida que me observaba desde el espejo.
Solo me encontraba yo en una de las habitaciones de aquel lujoso hotel en medio de la naturaleza, donde nos casaríamos Zev y yo, para luego irnos hacia otro lugar más alejado para celebrar la boda. Al menos, idea de Giulio quien cada vez parecía más contento por el enlace entre su hijo y yo.
Giulio parecía cada vez más enfadado con las otras familias, quizás por lo de su mujer o quizás por temas de negocios. Pero que todo lo que había planeado desde que me senté aquella tarde en su despacho antes de conocer a Zev se está cumpliendo.
El vestido era precioso y me quedaba como un guante. Con mangas largas pero con un diseño elegante. No quería nada enorme, ni nada que me hiciera estar demasiado incómoda. Pero aun así no era un día que recordaría como el más feliz de mi vida. Y jamás diría esto años atrás. Supuestamente, el día de tu boda era uno de los mejores días, donde disfrutarías con tus seres queridos, contraerías matrimonio con la persona que amas y lo celebrarían juntos durante el resto de la tarde.
Pero no era así.
Estaba enamorada de Zev Grimaldi. Ese cabrón... Pero no era una boda real, no íbamos a dar nuestros votos sinceramente, no íbamos a decir "si, quiero" porque realmente lo sentíamos. Era todo un papel protagónico por negocios. Y no sabía si era peor esto o seguir teniendo deudas enormes cada mes.
No sonreí, no podía. Lejos de que empezara a sentir cosas por el capullo de Zev.... Saber que a partir de ahora íbamos a ser marido y mujer, aunque fuese tan solo por unos meses, era lo que más nerviosas y miedo me daba.
Si ya habían ido por nosotros siendo prometidos, no quería ni imaginarme como debería de ser ahora que íbamos a contraer matrimonio.
Suspiré fuertemente mientras alguien tocó la puerta del cuarto.
Con aquel porte tan elegante, Giulio se quedó unos segundos mirándome.
Cuando Giulio y yo nos quedemos a solas, él cerró la puerta y caminó hacia mi, dándome espacio.
—Zev ya está listo. Cuando quieras, puedes ir bajando —murmuró y yo asentí.
Con el tiempo, ya había dejado de temerle tanto a Giulio Grimaldi. Quizás porque empezaba a conocer como era, porque quizás se portaba mejor conmigo de lo que realmente creía que se portaría. A pesar de su humor tan negro que seguía sin hacerme ni pizca de gracia.
Giulio caminó hacia la ventana más cercana para ver a los invitados ya sentados desde el inmenso jardín y hermoso lugar donde se celebraría la boda.
Cuando se giró, sus ojos buscaron los míos para decirme;
—Lo has hecho muy bien estos últimos 2 meses, Olivia. Sé que han sido duros para ti, todo lo que has vivido... —Silenció unos segundos para luego continuar—. No te prometo que ahora que contraerás matrimonio con Zev sea un camino de rosas... Te encontrarás muchas espinas en el camino, más de las que te has encontrado hasta ahora, ya te lo advierto... Pero has demostrado ser una gran mujer, llena de sorpresas y desafíos. Hasta has salvado a mi hijo de una muerte segura y no te has achicado...
Suspiré mientras observaba como Giulio daba su explicación.
No sabía hacia donde quería llegar él, pero preferí callarme, escucharlo y esperar sus respuestas. Estaba hecha un manojo de nervios previos a la boda. No era fan de ser el centro de atención y ese día, en un rato, sería el centro de atención.
Pero cuando Giulio metió su mano dentro del bolsillo interior de su esmoquin, supe que algo estaba tramando y no sabía el qué.
—Vas a ofrecerme algo, ¿verdad?
La sonrisa tan icónica de Giulio respondió a mi pregunta por si sola.
—No se te escapa nada.
Caminó hacia mí y, con una cartera negra en la mano, parecida más a un sobre de color marrón, me lo enseñó para luego colocarlo sobre la mesa del espejo que tenía frente a mí.
Sin entender nada, lo volví a mirar.
—Has cumplido parte del contrato y con creces... Sé que hice algo de trampa para que te casaras con mi hijo, pero tienes mi palabra que tu secreto jamás saldrá a la luz —murmuró—. Por eso, por todo, por salvar a mi hijo... Voy a dejarte elegir. —Sin comprender absolutamente nada, esperé a su respuesta—. En ese sobre está todo el dinero que te hace falta para vivir el resto de tu vida sin deudas, también una nueva identidad y los papeles de una propiedad en una casa de campo de Canadá. Tienes mi palabra de que nadie te hará daño y podrás continuar con tus estudios.
Observando el sobre, aquel sobre tan grueso y bien protegido que tenía a escasos centímetros, volví a mirar al padre del que podría ser mi futuro marido y esperé a lo que ya sabía que me iba a decir.
Los minutos pasaban y los invitados esperaban, pero ni Giulio ni yo teníamos prisa para bajar a la ceremonia.
—Puedes tomar este sobre e irte ya mismo. Hay un coche esperando para llevarte al aeropuerto —contestó mirándome de una forma suave, sin bromas, siendo sincero. —O puedes acabar el contrato y tomar este sobre meses después, cuando acabes tus estudios en verano.
Arrugué mi frente al ver lo interesante que sería dejar todo aquello, tomar ese sobre y marcharme lejos de aquí, protegida, sin saber nada de nadie más.
Pero todo lo que había vivido estas semanas con Zev... No ayudó en nada a tomar una decisión más clara.
—Te dejo a solas para que tomes tu decisión libremente —contestó, empezando a caminar hacia la puerta para abrir la puerta. —Decidas lo que decidas, tanto Zev como yo, te estaremos agradecidos.
Entonces, decidí hablar;
—¿Esto fue idea de Zev?
Giulio negó.
—Él no lo sabe. Pero sin duda, te ofrecería lo mismo que acabo de hacer yo. Porque a él le importas y quiere protegerte.
Cerró la puerta, dejándome sola y me quedé observando aquel sobre sin tocarlo. Sin saber que hacer, teniendo las puertas abiertas para empezar desde ya mi nueva vida.
Y fue una decisión que no me costó mucho en decidir.
💍
Caminé hacia el pasillo vacío, donde una mujer me guió hacia el jardín, donde los invitados ya se encontraban sentados, deseosos de que la novia hiciera su aparición.
Nerviosa y con el ramo de flores entre mis manos temblorosas, esperé a que la típica canción de boda sonase para comenzar a caminar por aquel pasillo lleno de miradas envidiosas, de cariño, de desaprobación por el vestido. Pero, lo que me sorprendió fue ver la cantidad de personas que habían allí y que más del 98 por cierto ni conocía, ni conoceré jamás.
¿Que fue el momento más extraño de mi vida? Si.
¿El más vergonzoso? También.
Eran personas que no conocía y, por lo menos, tenían que haber más de 300 invitados en aquella maldita boda. Entonces, no sé como hice para que mis piernas reaccionaran ante todo aquel caos, extrañeza... Solo supe que desde mi lejanía, era incapaz de ver al que sería mi futuro marido.
Tan solo me quedé ahí, en medio del lugar tan natural, lleno de verde y unas vistas increíbles al lago que había a escasos metros, que al menos la naturaleza me relajaba un poco.
Empezando a notar el calor que me invadía por todo mi cuerpo a pesar de que nos encontrábamos a las afueras de Chicago a finales de noviembre y, sola, sin compañía de nadie, empecé a caminar por el lugar. Hasta que nuestras miradas se cruzaron.
Estaba completamente atractivo, mucho más que nunca. Con su cabello rebelde bien peinado, con un traje de novio perfecto de un color azul marino y una corbata gris. Extraño en él, ya que siempre predominaba el color negro en su vestimenta. Sus manos estaban enlazadas entre sí y tenía esa mirada tan suya. Pero...
No me miraba como lo había hecho en varias ocasiones, como las veces que nos besábamos, las veces que salíamos. Como aquella noche que bailamos en aquella gala. Me miraba frío, con una seriedad infinita y sus ojos tan solo eran capaces de mirarme a mis ojos verdes. Ni siquiera se estaba molestando en mirar el vestido que tanto me había costado elegir. Estaba completamente extraño, todo lo contrario a lo que era él. Y no entendí nada.
El muy cabrón.
Carraspeando, mientras todos me observaban, gente que ni conocía, que no supe como llegué al altar de pie y sin un solo rasguño.
Observando a Zev, estaba dejó de mirarme mientras el músculo de su mandíbula estaba tenso y no entendí porque se comportaba así justo en ese momento.
Angela se encontraba sentada al lado de su padre, parecía muy feliz de ver que su hermano se iba a casar conmigo.
Giulio, al mirarlo, pude ver agradecimiento en sus ojos por no tomar aquel dinero y marcharme lejos, para no saber nada más de todo esto. Pero no quería hacer eso, no por Angela... No por Zev... Suspiré mientras Hayley me sonreía feliz, incluso mucho más contenta que yo y Zev en ese momento.
Por nuestras expresiones se notaba que no queríamos casarnos.
El hombre que estaba frente a nosotros, elegantemente vestido con un libro en mano, en voz baja nos dijo;
—Muchas felicidades de antemano, señores Grimaldi. Cuando queráis, podemos comenzar —contestó amablemente.
Zev me observó unos segundos y, con tan solo una mirada, ambos pudimos contestarnos sin decir absolutamente nada. Y a la vez, asentimos al hombre que nos iba a casar.
Nerviosa, notando como mis manos me sudaban, observé directamente hacia el lago que había detrás del hombre y tan solo traté de no pensar en todo esto. Estaba nerviosa, echa en un manojo de nervios y no ayudaba a ver a mi futuro marido más serio y frío que nunca. Sabía que este era un matrimonio falso, pero estábamos juntos en esto y no ayudaba para nada a que se pusiera de esa manera justo en ese instante.
—Queridos amigos aquí presentes, nos hemos reunido hoy para unir a este hombre y a esta mujer en sagrado matrimonio —comenzó.
En ningún momento miré a Zev. Sentía que no debía de estar ahí, que debí haberle hecho caso a Giulio, tomar el dinero y los papeles y marcharme en el primer avión que volase a Canadá.
Mientras el hombre continuaba hablando, sentí la mano de Zev tomando la mía con suma delicadeza, haciéndome mirarlo por unos segundos. Fue ahí que descubrí que los ojos de Zev me estaban mirando y esa frialdad que tenía cuando empecé a caminar por aquel largo pasillo hacia el altar ya no estaba. Había desaparecido y no entendí ese cambio de humor, como si se hubiese dado cuenta de que no estaba haciendo las cosas bien.
Entrelazando su mano sobre la mía, me sonrió con cariño mientras escuchábamos al hombre hablando;
—Zev, ¿recibe usted a Olivia para ser su esposa, para vivir juntos en matrimonio, para amarla, respetarla, consolarla y cuidarla, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad, durante el tiempo que duren sus vidas?
Casi me atraganté con mi propia saliva de la risa que traté de ocultar en cuanto escuché todo aquello.
Zev, sin soltarme la mano, contestó contundente;
—Si quiero.
El hombre se dirigió hacia mí y me preguntó;
—Olivia, ¿recibe usted a Zev para ser su esposo, para vivir juntos en matrimonio, para amarlo, honrarlo, consolarlo y cuidarlo, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad, durante el tiempo que duren sus vidas?
Sin pensarlo mucho, asentí y respondí;
—Si quiero.
Zev se giró hacia mí, tomando ambas manos y, clavando sus ojos sobre los míos, y dijo;
—Yo, Zev, te recibo a ti Olivia para ser mi esposa, para tenerte y protegerte de hoy en adelante, para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe. —Sus ojos eran cálidos en cada palabra que me nombraba.
Sentí, incluso, que todo lo que me estaba diciendo era real, que no era un montaje que habíamos creado. Que todo era cierto. Y, por un momento, me sentí bien, feliz por ello. Pero no podía bajar la guardia. Sabía que esto era solo unos meses, un matrimonio falso y que nuestros caminos se separarían inevitablemente en pocas semanas.
Pero por creerle unos segundos, fue algo agradable para mi.
—Yo, Olivia, te recibo a ti Zev para ser mi esposo, para tenerte y protegerte de hoy en adelante, para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe.
Zev sonrió tanto en ese instante, que jamás había visto esa arruga que se le estaba formando en su mejilla izquierda y que tanto me agradó verle. De lo serio que estaba al principio, ahora estar casi feliz por una boda falsa.
El hombre, en voz baja, le preguntó a Zev;
—¿Tienes los anillos?
Nerviosa, observé a todas aquellas personas, las cuales, todas ellas o, en su gran mayoría, pertenecían a la mafia. Saber aquel dato fue imaginarme que cualquier cosa negativa podría pasar y solo esperaba que ninguno de la familia Mancini estuviese ahí. Pero de imaginarme que en algún lugar sentado se encontraría Alonzo Rinaldi con su familia, aquello si que me daba mucho más agobio y solo esperé no tener que verlo en lo que quedaba de día.
Zev me tomó la mano y anillo en mano, me observó a los ojos para decirme;
—Yo te coloco esta alianza como señal y promesa de nuestro amor constante y fidelidad duradera —respondió, ahora sí, colocándome el anillo de matrimonio en el dedo anular.
Carraspeando y tomando el anillo que Zev le había entregado al hombre en mi pequeño lapsus al ver a tantos invitados, miré a Zev, completamente nerviosa que hasta me temblaba las manos.
Tratando de tomarle la mano a mi esposo, carraspeé y empecé a tener dificultades para respirar por el agobio que estaba sintiendo a pesar de estar en el aire libre.
Pero fue ahí cuando Zev, con su mano libre, se apoderó de mi mentón para levantar mi cabeza y mirarlo a los ojos.
—Solo mírame a mi. Nadie más importa —susurró.
Asentí ante las palabras de ese hombre y, con el anillo preparado para colocárselo, repetí las mismas palabras que Zev había dicho previamente;
—Yo te coloco esta alianza como señal y promesa de nuestro amor constante y fidelidad duradera.
Terminé de colocarle el anillo, siendo consciente de que ahora si éramos oficialmente marido y mujer, cuando el hombre dijo;
—Os declaro; marido y mujer.
El hombre se acercó un poco a mí, con un rostro algo humorístico, quizás por lo nerviosa que me veía y me susurró;
—Puedes besar al novio.
Mostré un poco mi sonrisa, pero antes de poder acercarme a Zev, ya él estaba tomándome de las mejillas para estampar sus labios sobre los míos y sellar aquel momento para demostrarles a todos estábamos más unidos que antes.
Los labios de Zev parecían buscar mi tranquilidad, incluso me atrevería a decir que era un beso mucho más ardiente de lo que debería ser para una boda. Pero ni me preocupé y aproveché ese beso para intensificarlo un poco más.
—¡Eso, nena, déjalo seco! —gritó la voz de mi amiga Hayley, haciendo que todos aplaudiesen por la ceremonia.
Y yo, empezando a reírme, me separé de Zev porque era incapaz de continuar con el beso después de mostrarles a todos que nuestra química era innegable, lejos de nuestras intensas discusiones que, seguramente, nunca acabarían.
Todos empezaron a acercarse a nosotros, sobre todo Angela y el fotógrafo que estaba cerca nos sacó justo una foto en ese instante en el los 3 estábamos juntos. Una imagen que guardaría pasara lo que pasara.
Felicitándonos, para luego tirarnos arroz, no me fijé en los invitados que había y que conocía. Tampoco le di importancia una vez acabada la ceremonia y ahora ser, oficialmente, la mujer de Zev Grimaldi.
Pero lo peor que llevaría y donde sabía que no iba a estar muy cómoda, sería en la celebración, ya que todos los invitados iban a estar ahí y, a parte de que conocería a gente nueva, seguramente me toparía con Alonzo Rinaldi, el hombre que no quería toparme nunca más por lo poco que me gustaba como me miraba.
Pero tenía que ser fuerte y más ahora que Zev era mi marido.
💍
Desde uno de los espejos que había en la habitación en el que me había preparado para la boda, miraba mi reflejo mientras quitaba los pendientes que Hayley tanto había insistido en que me pusiera para la ceremonia. Pero me parecían incómodos y se me estaba poniendo ya rojo la zona de la piel, por lo que los dejé sobre la mesita.
Fue ahí cuando, desde el espejo, vi a un Zev apoyado en la pared con sus manos en los bolsillos, mirándome fijamente con aquella mirada llena de deseo.
—Deberías estar prohibida, Olivia —murmuró analizando cada parte de mi anatomía con su mirada desde la lejanía.
Ambos, en aquella habitación, haciendo tiempo mientras los invitados se acomodaban en la carpa que estaba a menos de 200 metros de este lugar tan elegante, en medio de la naturaleza.
El sol estaba cayendo y el cielo se estaba quedando en un hermoso atardecer que nos iluminaba a ambos en aquella habitación. Sin girarme, volviendo a mirarme a mí misma, peinando un mechón de pelo rebelde rizado que se me había escapado del hermoso moño que me había hecho la peluquera, dije;
—Entonces no podrías tocarme. —Le provoqué.
Pero escuché un leve gruñido de él y ya no veía el reflejo de mi marido en el espejo. Escuché sus pasos de aquellos zapatos italianos tan elegantes y, con aquel acento tan marcado, contestó;
—Las reglas están para saltárselas, mia moglie.
No hacía falta saber mucho italiano para saber lo que acababa de decirme. Quizás me costaba un poco aprender ese idioma, pero vivir en una casa donde todos eran italianos significaba que algunas palabras las sabía. Y lo que él me acababa de decir significaba; esposa mía.
Sonreí ante lo que me acababa de decir mientras seguía mirándome al espejo, arreglándome mientras que podía sentir la mirada de Zev en mi cuerpo.
Aún no podía creerme que ambos ya estuviésemos casados, oficialmente, de verdad. Los anillos eran solo un decorado, pero un notario nos había dado el visto bueno, nos habían casado y ahora ambos podíamos decirnos marido y mujer.
Quizás porque había pasado tan solo una hora, pero no podía hacerme a la idea de ello. Cuando giré la cabeza para mirarlo, él estaba hacia el otro lado donde se encontraba el otro espejo, observando el sobre que Giulio me había dejado sobre la misma mesa y que aún seguía allí, descansando y el cual ni había tocado.
Por la mirada que ponía, parecía extrañado de ver aquello, pero a la vez reconocía ese sobre. Entonces era cierto lo que Giulio me había dicho antes de salir a la ceremonia; Zev no sabía nada de la oferta que su padre me había dado.
Incluso vi hasta preocupación en su mirada.
—¿Mi padre te ofreció dinero para que no te casaras conmigo? —Parecía herido por saber eso.
Me miró, aún con sus manos en los bolsillos y asentí.
—Si. Dijo que había cumplido muchas cosas y me prometió seguridad, dinero y una casa en Canadá —respondí con sinceridad.
Ambos nos habíamos prometido ser más sinceros mutuamente, hablar de las cosas que nos preocupaban o temas así, para que nuestra relación falsa fuese más estable de lo que realmente estaba siendo semanas.
Zev, con el reflejo del atardecer en su rostro y en la ropa tan perfecta que llevaba puesta, empezó a acercarse a mí, dejando que los metros no nos separasen.
—Pero estás aquí... Te casaste conmigo —murmuró incrédulo.
Elevé la ceja, sin achicarme, mirándolo a los ojos sin pestañear y respondí;
—Siempre termino lo que empiezo, Grimaldi.
Ya, sin ninguna lejanía entre ambos, casi sintiendo su calor en mi cuerpo, susurró con aquella voz tan grave;
—Eres una mujer de armas tomar, señora Grimaldi.
Negué ante la provocación de él. Y sabía que él le gustaba provocarme, enfadarme hasta enrojecerme. Lo sabía muy bien.
—No he dicho que vaya a llevar tu apellido —contesté sin dar el brazo a torcer.
Zev y sus labios, aquellos irresistibles labios, estaban tan pegados a mi rostro que no sé como tuvo el valor de no besarme en ese mismo momento. El perfume que llevaba puesto inundó mis fosas nasales, mientras que, sin tocarme, sin hacer nada, estaba excitándome con tan solo una mirada, unas palabras, unos gestos.
Se relamió los labios, bajando sus ojos sobre mis labios y, en voz baja, habló;
—Eso habrá que discutirlo.
Lentamente, él iba acercando sus labios hacia los míos y ya podía tocarlos. Pero el maldito móvil prehistórico de mi marido nos interrumpió, alejándose de mí mientras contestaba.
—Algún día estamparé ese móvil a la primera pared que encuentre —respondí, sin obtener respuesta de Zev, pero podía ver la sonrisa de él en sus labios.
Contestó y escuché;
—Grimaldi... ¿Ya? ¿Tan rápido ha pasado la hora? —Silenció unos segundos mirándome y contestó. —Ya salimos para allá.
Él colgó y dijo;
—Ya están todos los invitados en la celebración, esperándonos.
—¿Y si le hacemos esperar un poco más? —Insinué, haciendo que Zev mostrase sus dientes tan perfectos.
—Te gusta provocarme.
—Ni que fuese la única —ironicé.
Él elevó su mano mientras la otra seguía en el bolsillo, esperando a que yo se la aceptase para irnos juntos de la mano a la celebración que había cerca de aquí, en una gran carpa. No dudé ni un segundo en ir hacia él y dejé que su enorme mano abrazara toda mi mano y empezáramos a caminar fuera de la habitación.
Entonces, fue ahí cuando le dije;
—¿Por qué estabas tan frío cuando caminé hacia ti? Tenías una mirada tan seria...
No lo miré, pero podía sentir los ojos de él sobre mi rostro.
—No te miraba así.
—Si, lo hiciste.
Cuando lo miré, él negó y tan solo se quedó unos segundos callado, pensando en la respuesta. Y sabía que cuando hacía un silencio eterno, su respuesta no me iba a gustar y no era una buena respuesta.
—Cíñete al plan y serás recompensada, nena —contestó con chulería, cosa que odié escuchar.
Decidí no responderle y continué caminando junto a él, metiéndonos en el ascensor para ahora preguntarle mis dudas, aprovechando que estábamos solos en ese lugar.
—¿Y ahora qué? ¿Que viene ahora que estamos oficialmente juntos?
Él sonrió de esa manera tan petulante y dijo sin mirarme;
—Ahora viene lo mejor. —Me observó unos segundos, mirando de arriba abajo el vestido y habló. —Tengo curiosidad... ¿Qué llevas debajo de ese vestido?
El ascensor se abrió y ambos salimos de la mano.
Y le respondí;
—Tendrás que descubrirlo esta noche.
Su silencio corroboró que mi frase lo había dejado más que deseoso de saberlo.
💍
Con nuestras manos entrelazadas, caminamos por el interior de la carpa, donde los invitados se levantaron para aplaudir a la nueva pareja de recién casados. Nerviosa, me adentré a ese lugar con todos aquellos desconocidos de la mano de ese hombre que me dejaba sudorosa en algún momento que otro.
Deseando ver a alguien conocido como Angela, Hayley e, incluso, Giulio, Zev se paró frente a un grupo de personas que empezaron a darle un abrazo y hasta un apretón de manos, felicitándonos a la vez. Noté que él no quería alejarse de mí, no quería retirar su mano de la mía, pero habían tantos invitados que querían saludarlo que tuvimos que separarnos.
Muchas mujeres, que jamás había visto ni escuchado, me abrazaron, me besaron en las mejillas y me felicitaron. Mientras que otros hombres me felicitaban con una inmensa sonrisa.
No conocía a absolutamente a nadie, hasta que vi por uno de los pasillos de ese lugar tan grande y en medio de la naturaleza a una pequeña que corría hasta llegar a mí, abrazándome con fuerza.
Sonriente, me acerqué a Angela.
—¿Estás disfrutando de la celebración? —Mi voz sonaba feliz de tenerla cerca.
Ella asintió rápidamente mientras veía como a escasos metros estaba su amigo rubio que había hecho no hacía mucho y que su hermano parecía no gustarle la idea.
—Mucho. He invitado a Adam y nos lo estamos pasando genial aquí. —Angela dijo hasta que dejé que se marchase con su amigo a seguir disfrutando de la noche.
Giulio se acercó a mí, con los brazos abiertos y dijo;
—Oficialmente ya soy tu suegro, Olivia.
Su voz parecía algo más divertida y me dejé abrazar por aquel hombre, sintiéndome cada vez más cómoda en aquella familia. Aunque hacía apenas 2 meses era incapaz de decir aquello. Quizás estar dentro de la mansión, ir conociendo a todas las personas que estaban allí, en especial a Giulio recordando el miedo que me daba al principio, me ayudó bastante a perder esa idea.
Sonriente, dije;
—No te encariñes mucho —bromeé.
—Ya es demasiado tarde, jovencita —contestó. Entonces observó a mis espaldas, ya que estaba mi marido saludando a muchas personas y me murmuró. —Gracias por decidir quedarte...
Negué tranquilamente, pero no le respondí.
No supe si hice lo correcto, pero el pensar en Angela y en Zev me hizo querer quedarme, por ellos. Incluso hasta el bromista de Giulio y su humor oscuro.
—Ahora; a disfrutar de la celebración —contestó.
Me dio un delicado beso en la mejilla para luego marcharse junto a su hijo y darse un rápido abrazo en aquel momento. Era extraño verlos abrazándose, en esa muestra de cariño entre padre e hijo, ya que ambos no tenían ninguna buena relación. Pero me alegró ver que ahora ambos habían dejado sus diferencias en ese momento, aunque fuese tan solo unas horas.
Sonreí mientras Zev se acercaba a mí, tomándome de la mano nuevamente para llevarme a la mesa donde estaban los familiares de Zev más cercanos, que eran Giulio, Angela y Hayley. También deberían estar la familia mía, pero no tenía a nadie, aunque hubiese deseado que mis padres estuviesen ahí para acompañarme en ese momento.
Suspiré, sentándome en aquella mesa, aunque mi cara parecía un poema al recordarlos. No pensé que sería un momento para pensar en ellos, pero imaginarme que si un día me casaba de verdad, sabía que ellos no podrían verlo y estaría sola, completamente sola o al menos así me sentiría.
—¿Ocurre algo? —murmuró Zev, acercando sus labios a mi oído y pude sentir escalofríos al sentirlo tan cerca de mí.
Al mirarlo, preferí no estar hablando de ello en ese momento, por lo que negué.
—Los echas de menos —contestó él por mi, entrando en lo más profundo de mi y, sorprendida por ello, asentí. Volvió a tomarme de la mano y me dijo—. No vas a volver a estar sola, Liv...
Sus palabras, un alimento prohibido en ese momento, fue lo que más necesité en ese momento de él, en un momento que me parecía algo tenso y me ayudó a no estarlo tanto, ni a estar tan triste como parecía. Sonriente, se lo agradecí.
Giulio se levantó, levantando su copa para decir;
—Un brindis por los recién casados —dijo, elevando la copa de champán y, mirándonos, continuó—. Por muchos años juntos y que nada os separe.
Brindamos por ello a pesar de que los 3 éramos los únicos que sabíamos sobre aquella farsa.
Pasaron como 1 hora, en lo que estábamos cenando, hasta que tocó la hora de bailar. El primer baile como pareja casada y aquello me hizo recordar que era delante de 300 invitados que no me hacía gracia que me mirasen.
—Vamos. Como la última vez en la gala —murmuró.
—La última vez nadie nos miraba. Ahora somos los protagonistas de este sitios —contesté en voz baja mientras caminábamos por la pista de baile vacía, con todos sentados mirando la escena.
—Lograré que no pienses en ello, ricitos.
Me tomó de la espalda, pegándome hacia, notando su pecho duro bajo ese traje de novio que tan perfecto le quedaba. Carraspeando, pude ver como él bajó hacia el vestido, analizando mejor el escote que tenía gracias a ese vestido.
—Trato de controlarme, nena. Pero tus montañas no me ayudan —contestó, tomando mi mano libre y empezando a bailar una canción lenta.
Nerviosa, observando a todos los que estaban de invitados con las luces apagadas, tan solo con la luz que nos iluminaba sobre nosotros, me hacía no poder ver el rostro de ellos. Pero si notaba sus ojos sobre nosotros, sobre todo, sobre mí.
Cerré los ojos, tratando de no pensar en ello, hasta que Zev me hizo cosquillas en la frente con su nariz para hacer que lo mirase.
—Tanto que te enfadas conmigo y ahora te avergüenzas... —murmuró divertido.
Parecía incluso feliz, con sus ojos brillantes de verme.
—Cállate si no quieres acabar con tus amigos aplastados —amenacé y no lo hice de broma.
Rió por lo bajo, cuando pegó su frente sobre la mía y aquello fue suficiente para hacer que no pensara en otra cosa que no fuese las mil maneras en las que podría besarlo.
La canción sonó, delicada en aquella carpa. Se podía ver todo lo verde que había fuera y la noche ya había caído. Las manos de Zev y las mías, estaban ocupadas en el baile, pero nuestras piernas se movían acordes mientras los ojos negros de Zev tenían un brillo único en ese instante.
No dejaba de mirarme de una manera que no lo había visto jamás. Incluso su mano que sujetaba mi espalda baja parecía acariciarme en esa parte mientras que yo disfrutaba de cada momento con él en aquel lugar, en nuestro primer baile como casados.
Y vaya baile.
Si no fuera porque habían personas, hubiésemos acabado sin ropa con tan solo por la mirada.
—¿Te he dicho alguna vez que adoro verte enfadada? —susurró, sin dejar de mirarme.
—Pude imaginármelo por lo divertido que te pones, cucaracha —recalqué lo último que dije, haciéndolo sonreír.
Pero la canción acabó demasiado rápido, o esa fue mi idea, cuando encendieron todas las luces, cegándonos mientras todos los demás se apuntaban a bailar una canción más rápida en la pista de baile y ambos, sin entender porqué, reímos por ello.
Viendo a la mujer que cuidó a Zev de pequeño, felicitándome por la boda y dándome el pésame por casarme con Zev, por con su tono humorístico, lo llevó a la pista de baile mientras que yo me quedaba allí, sonriente por ello.
Necesitaba tomar un poco de aire, viendo que todos lo estaban pasando genial en ese instante y caminé hacia fuera de la carpa, bajo las estrellas y observando el cielo despejado, libre de contaminación en ese lugar tan natural.
Respiré aire limpio y suspiré, deseando volver a casa, relajarme. Aunque recordaba que esa noche, Zev y yo íbamos a tener la noche de bodas y no sabía como iba a acabar aquello. Si realmente acabaríamos follando o terminaríamos con alguna sorpresa de las nuestras por los enemigos de Zev.
Elegiría la primera opción sin pensarlo.
—Veo que no hiciste caso de mi advertencia —contestó una voz femenina que me hizo girarme.
Al verla, una mujer guapa, rubia, un poco más alta que yo, juré que la conocía de algún sitio y no logré recordarlo.
—¿Nos conocemos?
Ella caminó hacia mí, negando con la cabeza y se puso a mi lado.
—Charlé contigo en la noche del anuncio de compromiso, en el baño.
Agrandé los ojos y luego arrugué mi entrecejo. Sin entender que hacía aquella mujer ahí, me crucé de brazos mirando la carpa y donde todos estaban pasándoselo bien.
—Tengo por norma no hacer caso a desconocidas, guapa —respondí con cierta chulería mientras ella elevaba la ceja por lo último que dije.
—Bueno... No te robaré tiempo. Solo vengo para darte esta tarjeta.
Me entregó una en mano y, cuando la miré, vi el nombre y apellido de una mujer, debajo un teléfono y la dirección de lo que parecía una empresa.
Cuando vuelvo a mirar a la rubia, digo;
—¿Me va a regalar una tostadora si llamo? Porque la mía se rompió hace semanas —ironicé.
A la joven rubia parecía no hacerle demasiada gracia mi humor tan serio que le estaba dando, por lo que prefirió negarlo.
—Martina Ferrari es la mujer que te ofrecerá una gran oferta laboral. Yo que tu no la rechazaría.
Arrugué mi frente al escuchar aquello.
Cuando volví a leer el nombre, me sonaba bastante, quizás porque lo habría leído en algún periódico, o visto en noticias. Hasta que caí en la cuenta.
—¿La mujer de Alonzo Rinaldi? —La rubia asintió. —¿Que quiere esa mujer de mí?
—Solo ofrecerte trabajo.
—Soy universitaria. Cualquier cosa que me ofrezca la voy a rechazar.
Negó, ya algo más cabreada y contestó;
—Yo que tu no la rechazaría.
Me dio una palmada en el hombro y empezó a girarse, dándome la espalda para entrar nuevamente a la carpa.
Pero cuando la miré a ella, cuando recordé lo que me dijo de Alonzo Rinaldi y lo decepcionada que estaba, al pensar en la reputación de ese hombre, empecé a pensar que quizás era una farsa, que quizás ella se encargaba del trabajo sucio en ese negocio que se traía el señor Rinaldi. Caí en la cuenta.
—No voy a aceptar un trabajo así —dije seriamente.
Cuando ella se giró, me miró de arriba abajo como si fuese una simple ciudadana de tercera y, sin más, se alejó, sin responderme y entendiendo más cosas de ese extraño matrimonio. Y yo que pensaba que esa mujer no era como su marido.
Mirando la tarjeta, la rompí en varios pedazos y entré en la carpa para tirarlo en la primera papelera que encontrase.
Caminé hacia el lugar, cuando Giulio apareció, con Angela y Adam a escasos metros y dijo;
—Nosotros nos vamos. Disfruta de la fiesta, Olivia. —Me guiñó un ojo y nos despedimos.
Viendo como Angela se alejaba con su amigo y su padre, volví al lugar, tratando de buscar a mi marido. Pero en ningún momento lo encontré. También habían tantas personas en la carpa, tantos invitados, que era imposible encontrarlo.
Empecé a caminar de espaldas, tratando de buscar a Zev, cuando mi cuerpo chocó contra un cuerpo más alto que el mío, pero sabía que no era Zev. Mi marido estaba musculado, fuerte y un solo choque con él mi cuerpo me hacía estremecer de las ganas que le tenía. Este cuerpo era todo lo contrario.
Por eso, cuando me giré, encontré la sonrisa de desdén del señor Rinaldi, observándome como si fuese un simple objeto que deseara poner en su colección. El gestos de asco que quise trasmitir pude controlarlo.
—¿Buscando a alguien, señora Grimaldi?
Apreté la mandíbula y solo dije;
—Busco a mi marido.
Los ojos de Alonzo parecían irse hacia mi escote y parecía no querer moverlos de ahí. Tratando de evitar estar mucho tiempo frente a ese estúpido, empecé a alejarme de él.
—Bueno, disfrute de la fiesta.
—Espera, Olivia —contestó con cierto tono de irónico. —Baila conmigo.
Aquello no me gustó para nada. Por lo que busqué rápidamente una excusa para evitar tener que bailar con aquel señor que tan solo me ponía incómoda.
—Tengo que hablar con más invitados —mentí.
Pero a él le daba igual lo que le estaba diciendo.
Me tomó de la mano donde tenía mi anillo de casada y de prometida y susurró;
—Es solo un baile... No irás a rechazarme, ¿verdad? —murmuró, poniéndome algo nerviosa y deseando que Zev hiciera su aparición. —Te prometo que no te voy a morder.
El asco que me dio su mirada, su tono de voz y la frase que acababa de decir, fue más que suficiente para estar enferma por días de gastroenteritis.
Mirando hacia todos lados, no tuve más remedio que adentrarme en la pista, muy a mi pesar, sin desear bailar con él. Pero una canción suave sonó y ya no tenía escapatoria cuando la mano de Alonzo se colocó en mi espalda media, suficientemente alta y no tanto como para que no le soltase un guantazo en toda la cara.
Empecemos a bailar, pero mi rostro de incómoda era bastante obvio. Era imposible que ese hombre no se diera de cuenta de ello.
Entonces, me dijo;
—Nunca había visto una mujer tan bella como tu, Olivia. ¿Puedo tutearte?
Incómoda, sin poder aguantarle la mirada a ese hombre, asentí, no muy contenta por ello.
—Soy del montón —contesté sin más.
Entonces, la sonrisa de Alonzo fue más que obvia en ese momento.
—No, no lo eres en absoluto —respondió—. Y envidio a Zev... ¿Sabes que le ofrecí a Zev cuando fueron a mi mansión la última vez?
Arrugué la frente por lo que me estaba diciendo, algo que Zev no quiso decirme en ningún momento.
Al ver que mantenía a raya a Alonzo, podía sentir mi cuerpo aún en constante alerta, por si ese hombre empezaba a hacer algún movimiento que no me gustaba. Pero lo que me empezaba a decir de Zev y aquel día que salió tan cabreado como nunca, me hizo desear saber que había pasado realmente.
—Si, que pudieses reunirte en la discoteca de Zev.
Alonzo empezó a reírse y aquello me hizo sentir como una estúpida.
¿Acaso no era por ello? Zev me dijo que había cambiado de opinión pero... ¿A que? ¿Que había decidido cambiar Alonzo para que Zev se pusiera de aquella manera?
—Esa era la idea principal... Pero luego decidí cambiar de opinión —murmuró. Entonces, Alonzo levantó su mano para apoderarse de un mechón de mi cabello que se había salido y empezó a echarlo tras mi oreja. Cosa que no me gustó para nada y contestó—. Le ofrecí dinero para levantar la empresa de Giulio a cambio de que pudieses acostarte conmigo algunos días a la semana.
Suficiente.
Me separé de él con las cejas demasiado juntas y ahí si mostré mi asco al escuchar aquello.
Alonzo, en cambio, pareció sonreír al ver mi expresión.
—¿No te gusta la idea? Zev casi me mata ese día. Pero quizás tu si quieres realmente eso conmigo.
—Estas enfermo si crees que voy a acostarme contigo, Rinaldi —escupí.
—¿Que hace cerca de mi esposa, Rinaldi?
Al girar mi cabeza, encontré a mi marido pegado a mí, colocando su brazo en mi espalda baja, mientras recalcaba que era su esposa y de nadie más.
La mirada de Zev, tan oscura con una mirada tan llena de odio, me hizo dar la impresión de que las cosas se iban a torcer y demasiado en ese momento.
Alonzo, en cambio, parecía divertido.
—Solo bailaba con tu esposa.
Zev sonrió levemente, de esa manera macabra que hacía a veces y se acercó un poco a él. Y, sin elevar la voz, murmuró;
—Pues no vuelva a hacerlo. Porque lo de la última vez sería un caramelo al lado de lo que te haré la próxima —contestó con un tono delicado, pero realmente erizaba la piel de cualquier persona con tan solo escuchar aquella amenaza.
Carraspeé mientras veía como Alonzo lo miraba de aquella manera, cuando una mujer elegantemente vestida, muy regida y con un cuerpo de modelo, se puso al lado de Alonzo y, directamente, ya sabía de quien se trataba.
—Martina Ferrari —contestó Zev, saludando a la esposa de Alonzo.
La mujer, tan rubia y con el cabello en un moño perfectamente recogido, me dirigió la mirada, de arriba abajo y sonrió para acercarse más a nosotros.
—Felicidades a los recién casados —comentó—. Mi hija no pudo venir a la boda, está en un viaje de estudios en Alabama, así que solo hemos podido venir mi marido y yo. —Volvió a mirarme, sin dejarse nada y parecía que estaba ligando conmigo por la manera de hacerlo. —Olivia Grimaldi, encantada de conocerla por fin.
Se acercó a mí y, tomando mis hombros, me dio 2 besos en las mejillas, alargando y mucho sus besos para luego alejarse, con su mirada clavada sobre mi. Nuevamente, sentí esa incomodidad como con Alonzo, versión mujer.
Aquella pareja no me dio ninguna buena impresión y eso que creía que la mujer de Alonzo era una mujer que tenía que aguantar las infidelidades de su marido. Empezaba a pensar que ambos eran un calco de otro.
Traté de acercarme más a Zev y él podía notar mi incomodidad.
—¿Mi secretaria le ha dejado mi tarjeta?
Asentí, pero no respondí.
—¿Que tarjeta? —preguntó Zev, dudoso y no gustándole nada lo que estaba escuchando.
—Para una oferta laboral —contestó la señora Ferrari.
Entonces, vi como Alonzo parecía iluminársele los ojos al escuchar aquello. Y mis dudas quedaron selladas.
—Si nos disculpan. Tenemos más invitados con los que hablar —contestó con un tono borde mi marido y, aunque escuché la voz de Alonzo, Zev lo ignoró mientras le tomaba de la espalda para alejarme de ese hombre.
—No me gusta nada Alonzo —susurré.
—Lo sé. Tampoco me gusta nada a mí que te acerques a ese asqueroso —habló sin pelos en la lengua.
Seguimos caminando, cuando un sonido fuerte nos hizo caernos al suelo, aturdiéndome por completo y golpeando mi cabeza en el blando suelo de hierba recién cortada. Escuchando gritos de desesperación, llantos, pero de pronto dejé de escuchar todo aquello en cuestión de segundos.
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