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Q U I N C E | R O M P I E N D O A L I A N Z A S 💍

«No sabía quien era esa dama, pero lo descubriría, costase lo que costase»

Alonzo Rinaldi.

Desperté algo desorientada con la luz del sol dándome en el rostro en aquella mañana, acostada en mi cama y con ciertas lagunas de lo que sucedió la noche anterior.

Traté de recordar el día que era, incluso cuando miré el reloj que marcaban las 9, me impresionó lo tarde que era para mí y me quedé sentada. Tratando de poner en orden el día, sabiendo que era domingo, negué con la cabeza.

Parecía que había bebido alcohol, pero no había sido así, no al menos para sentirme de esa manera. Era como que no creía que estaba en la mansión. Fue ahí cuando todo me empezó a venir de golpe. La cena, mi ex, la persecución en coche, que Zev me llevase a la cama entre sus brazos...

Tal fue la impresión que comprendí porque mi cuerpo parecía tener agujetas. Era de estar tan agarrada en el asiento del Ferrari, por no hablar del tremendo susto que Zev me dio cuando se saltó el último semáforo. Aún sin poder creérmelo, negué rápidamente hasta que caí en la cuenta de algo.

Al observar mi ropa, ya que Zev fue el que me trajo y me quedé dormida directamente con el vestido de color champán y no recordaba yo haberme cambiado de ropa. Por ello, al ver mi pijama sobre mi cuerpo, pareció que la bombilla que tenía en mi cabeza se había encendido y fue más que suficiente para levantarme de la cama e ir recto hacia el cuarto de Zev, sin siquiera avisar.

Pasando descalza por el pasillo, abrí la puerta del cuarto de Zev.

—Tu... —No me dio tiempo a decir nada más al ver que mi queridísimo prometido estaba completamente desnudo, de espaldas a mi, poniéndose unos bóxers.

Observé, perdiendo ya la cuenta, su trasero bien definido, redondo y que parecía estar más duro que una piedra. Tuve que quedarme quieta al verlo de esa manera, hasta que él se terminó de colocarse la prenda y se giró, mostrándome su espléndido cuerpo semidesnudo, sus tatuajes de su brazo y algunas partes de su cuerpo. A su máximo esplendor.

Carraspeé y él tan solo sonrió con chulería.

—¿Me desnudaste? —Lancé enseguida, sin hacer un solo movimiento, clavando mis ojos verdes hacia los suyos oscuros como su alma y esperé una respuesta.

Él parecía entender muy bien a lo que me refería, porque esa asquerosa sonrisa seguía en su rostro.

—Ya te he visto desnuda, ¿recuerdas?

Zev caminó por su cuarto, en busca de una camiseta y un pantalón, a juego con su estilo. Pero esa no era la respuesta que yo quería. Cruzándome de brazos mientras observaba cada movimiento de este hombre, continué;

—¿Puedes dejar la ropa y mirarme a los ojos? —Zev me miró con las cejas elevadas, como si lo que dijera parecía intrigarlo. —¿Me desnudaste?

Los ojos de él me observaron y joder si sonrió. Mostró esa perfecta sonrisa de modelo que tenía, consiguiendo que se le mostrase un pequeño hoyuelo que se le formaba en su mejilla izquierda. Sus músculos no ayudaban a que estuviese a primera vista, porque por mucho que tratase de no mirar, mi vista iba hacia sus pectorales y aquellos abdominales que poseía el muy engreído.

Tuve que carraspear, volver a mirar los ojos de ese hombre, y continuar con lo que le iba a decir que... Ya ni me acordaba que era lo que le iba a decir. No ayudaba tampoco a que él se cruzada de brazos para ver como sus músculos se tensaban.

Observé mi pijama y lo recordé todo.

—Estoy esperando una respuesta, esposo.

Él continuó sonriendo y respondió;

—Así. —Se tapó los ojos con la mano derecha y bromeó como ya acostumbraba a hacer.

Mira que le gustaba chincharme...

—Mira, cucaracha... —inicié.

Él empezó a reír en voz alta y negó rápidamente.

—Son bromas, ricitos... —Siguió mostrando esa sonrisa, pero con la diferencia de que se tomó su tiempo para relamerse adrede sus labios con aquella lengua y murmuró—. No, no te vi desnuda. Te cambié por uno de esos pijamas estúpidos que te pones, pero me decepcionó descubrir que si llevabas ropa interior. —Su seriedad se hizo algo evidente, parecía tener gravado a fuego en su mente el verme semidesnuda la noche anterior para ponerme un pijama. Pero concluyó—. ¿Contenta?

Hice una mueca con los labios para contestar;

—No mucho, pero bueno. Gracias...

Zev pareció borrársele un poco la sonrisa, mirándome al pijama que llevaba puesto y que parecía que no decía en serio lo que pensaba de mis estúpidos pijamas. Sus ojos viajaron hacia mis labios para luego cambiar su vista rápidamente hacia la ropa que se iba a poner en el día de hoy.

Aquel domingo acababa de empezar y ya ni nos habíamos dado los buenos días.

Mientras él continuaba poniéndose su pantalón oscuro, lo seguí mirando con los brazos cruzados. Él, una vez puesto su pantalón, mostrando aquel paquete que ya había visto en su máximo esplendor, preguntó;

—¿Algo más, ricitos?

Y se lo pregunté sin darle demasiadas vueltas en mi mente;

—¿Porque me besaste en el restaurante?

Zev se quedó unos segundos callado.

El reloj, mientras, marcaba cada vez más minutos en el día y yo estaba en pijama, esperando a que mi futuro marido me respondiese porque me había besado. Porque dudaba que fuese para ayudarme con el tema de Egan.

Sabía que quería mucho más después de que nos habíamos besado, y era mucho mejor hablarlo ahora que más adelante. Pero si Zev me soltaba aquella estupidez de Egan, era porque su cobardía se notaba y no entendía porque se avergonzaba de ello cuando ambos éramos adultos para muchas cosas.

Entonces respondió;

—Para que ese pijo supiera lo que se había perdido.

Si bien no era la respuesta que quería, me sirvió en parte, porque la mirada que me puso de hambre al mirarme, como volvía a relamerse los labios con aquella espléndida lengua... Si, era para quitarle esos pantalones, empujarlo en la cama y hacerle todas las salvajadas que se me ocurriesen.

Pero no lo hice. Primero porque estábamos en la mansión Grimaldi y en poco tiempo tendríamos que visitar a Alonzo Rinaldi.

Asentí por su respuesta y me giré para marcharme, cuando su voz me frenó.

—¿Como te hiciste esa cicatriz?

Arrugando mi frente, me giré unos segundos y, cuando fui a preguntarle como sabía lo de mi cicatriz, recordé la noche del viernes cuando me desnudé frente a él y anoche, cuando me cambió de ropa con mi ropa interior puesta.

Lo último que quería era tener que hablar sobre aquel asunto con él y más si ya sabía casi todo de mí si lo había leído en un informe en el que su padre me investigó. Por lo que le contesté;

—Ya lo sabes.

Zev negó y por la mirada que tenía, sabía que me estaba diciendo la verdad.

—No, no lo sé, Olivia.

Los ojos tan oscuros de Zev ni pestañeaban. Se notaba cierta tensión entre ambos, pero no en tensión sexual. Era capaz de ese hombre de hacerme sentir caliente, como de repente hacerme enfadar en cuestión de segundos.

Carraspeé y tan solo dije;

—Fue una noche en Portugal... Pero no quiero hablar de ello —contesté y él asintió, sin insistir. —Al igual que tu no quieres hablar de la tuya. —Le señalé la cicatriz que tenía en su ojo y él no comentó nada más.

Tan solo me marché para prepararme y no tener que hablar de ese tema o, al menos, no tener que volver a comentarlo con él nunca.

💍

El Ferrari aparcó frente a una mansión mucho más grande, elegante, incluso moderna que la de los Grimaldi. Me atrevería a decir que incluso era mucho más ostentosa que la mansión de Giulio. Con una enorme fuente que funcionaba, más de 10 coches de lujo aparcados en cada rincón del lugar, por no hablar de que desde aquí se veían muchos más guardaespaldas que los que tenía Giulio en su mansión.

Me quedé asombrada por lo que estaba viendo, por todo ese lujo que estaba desparramando un político tan famoso como Alonzo Rinaldi, el que decía que venía a cambiar el mundo... Y era mil veces peor de los que decía que nos iba a defender.

La incongruencia del siglo XXI.

Zev puso el freno mano y apagó el motor del coche, para girarse hacia mi y mirarme a los ojos.

—Olivia, soy consciente de que no te he contado bien las cosas. Sobre todo, por el enfado tan estúpido que tuve contigo cuando te vi con Mattia Mancini y tu no sabías nada —murmuró—. Recuerda con lo que te dije sobre Alonzo Rinaldi. Siempre estaré a tu lado en todo momento, como un equipo. Pero si por algún motivo nos hace separarnos, ten a mano tu móvil y dame una llamada perdida si lo necesitas, ¿vale?

Al ver lo serio que estaba, asentí y dejé que él me guiase por lo que me estaba comentando.

Zev entendía que no pertenecía a ese mundo y que todo esto era nuevo para mi, que no entendía absolutamente nada. Si bien se pasó la noche del anuncio, cuando Mattia habló conmigo, parecía que él ya estaba comportándose un poco mejor conmigo. No por ello significaba que lo abrazara como si fuese un osito de peluche, porque si por mi fuese lo estrangularía cuando se ponía de chulo.

—¿Cuanto duran estas reuniones?

Zev, sin hacer un solo movimiento para bajarse del coche, contestó;

—Depende. Puede durar minutos, como horas —respondió.

Suspiré, notando otra vez nerviosismo y no entendía porqué. Yo no era la que iba a hablar, ni a reunirme, iba a acompañarlo, nada más. Pero parecía que era yo la que iba a hacer todo eso.

Juré que Zev me notó nerviosa, porque me tomó del mentón para hacer que lo mirase. Al girar mi cabeza gracias a sus enormes dedos, nuestros rostros estaban demasiado cerca, tanto que podríamos pegar nuestros labios nuevamente.

—Eres mi futura esposa y eso te dará privilegios. No sabes lo que sería capaz de hacer si Alonzo Rinaldi te hiciera algo que te incomodase. Mientras estemos juntos, tendré que salvarte —comentó. —No por ello esperes que te vaya a salvar cuando quieras. Por culpa de mi padre estoy aquí, teniendo que protegerte. Y no quiero que me de la lata si te ocurriese algo. Ahora eres mi responsabilidad. Así que trata de mantener los ojos bien abiertos, ricitos.

"Eso no era lo que me has demostrado estos últimos días, nene" —pensé para mis adentros.

Se quedó un rato con sus dedos en mi mentón, bajando sus ojos hacia mis labios. Vi como sus labios se mordían al mirarme los míos y no me hubiese importado si me hubiese comido nuevamente la boca como las otras 2 ocasiones. Pero tan rápido como me imaginé eso, él se separó de mí y se bajó del coche, esta vez, sin molestarse en buscarme.

—Imbécil... —murmuré, mirándolo como caminaba por delante de su coche, con sus manos en los bolsillos.

Bajándome costosamente en esta mierda de coche, cerré con mucha fuerza el maravilloso Ferrari de Zev para que lo escuchase. Él se giró y me dedicó una mala mirada por el poco cariño que le di a su coche.

Solo le dije con una sonrisa de lo más falsa;

—Lo siento; se me escapó. —Con una sonrisa de princesa, caminé hacia él y juntos subimos por las escaleras de la mansión para dirigirnos hacia las enormes puertas.

—¿Desde cuando te me has vuelto tan simpática, cariño? —ironizó, mostrándome una de sus sonrisas.

Cuando lo miré, antes de que nos abriesen las puertas, respondí;

—Desde que tuve la desgracia de conocerte, mi vida.

Ni me molesté en mirarlo, mientras colocaba mi mano sobre su antebrazo y empecé a mirar hacia todas las ventanas que tenía esa mansión. Cuando vi a una mujer rubia mirándome desde una de esas ventanas, pero al percatarse que la descubrí mirándome, ella corrió la cortina, escabulléndose.

Sin comprender nada, arrugué mi frente.

Las enormes puertas de la mansión se abrieron, recibiéndonos un hombre bien vestido, mientras que a su alrededor había 2 personas más. Me imaginé que serían trabajadores de la mansión por sus vestimentas. Arrugué más la frente al entrar al lugar, mucho más enorme que la mansión en la que estaba viviendo, con cosas mucho más modernas, con unas figuras y cuadros que rondarían incluso miles y miles de dólares.

No quería ni imaginarme cuantas habitaciones tendría o, incluso, la de rincones prohibidos que debía de tener.

—Señor Grimaldi, es un placer volver a verlo —comentó el hombre que estaba muy bien vestido.

Juraría que tendría unos 40 años, pero tampoco estaba muy segura porque no era nada buena poniendo edades a la gente.

—Señor Ferrari, ¿como se encuentra su esposa?

—Como siempre.

Ambos hombres se estrecharon la mano para luego notar la mano de Zev bajo mi espalda, para guiarme por el lugar.

—Y usted debe ser la futura esposa de Zev. Soy Darío Ferrari, encantado de conocerla, señorita Lara.

Me tomó de la mano por sorpresa y me besó con galantería el dorso de la mano, haciendo que mirase por ese segundo a Zev y le hiciera un gesto para que entendiese que así era como debería de comportarse. Zev tan solo movió sus ojos con cansancio, importándole una mierda ese gesto.

—¿El señor Rinaldi está en su despacho? —cuestionó Zev.

—Si, ya lo está esperando junto a su abogado. ¿No viene su asesor, Grimaldi?

Él negó.

—No me hace falta que venga hoy. Me acompañará Olivia. —Me observó con esa mirada, cuando el que me imaginaba que sería el asesor de Rinaldi me miró.

—Oh, lo siento. Alonzo ya sabes como es y no quiere mujeres en sus reuniones, Grimaldi.

Zev arrugó su frente y, apretando la mandíbula, asintió. Aunque podía verlo muy poco convencido por ello.

—¿No puede hacer una excepción hoy? No quiero separarme de ella.

El asesor de Alonzo negó y me observó.

—Lo siento, Grimaldi.

Por la mirada que estaba teniendo Zev, parecía que iba a entrar en cólera. Por lo que decidí hablar;

—No pasa nada. Si me dices en que sitio puedo esperar para que Zev y Alonzo hablen sobre negocios, no tendré ningún problema —contesté, ignorando lo que él me decía durante el camino de que no hablase.

Cuando lo miré, vi como sus ojos estaban clavados en los míos.

—Por supuesto, señorita Lara. Gonzalo la acompañará —comentó Darío, viendo como un hombre elegantemente vestido de mayordomo se acercaba a mí. —Podrá esperar en la biblioteca de la mansión. Puede leer si le apetece en lo que espera o si quiere alguna bebida.

—No beberá nada, no se preocupe —Zev respondió por mi, haciendo énfasis en "nada".

Cuando me observó, juré que me estaba advirtiendo que no tomase nada de lo que me dieran allí. Tan solo asentí para que él se quedase tranquilo.

—Acompáñeme, señorita Lara —dijo el mayordomo, mientras me alejaba de Zev y lo observé unos segundos, antes de perderlo de vista en uno de los impresionantes pasillos.

Sin volver a saber nada de mi prometido durante ese trayecto, seguí tranquilamente a Gonzalo hacia dicha biblioteca y solo esperé que no tuviese que encontrarme a solas con Alonzo. Confiaba también en mis habilidades de defensa, como me había enseñado mi padre y mi entrenador personal en su momento.

El mayordomo abrió una puerta y me dejó pasar a lo que era, sin duda, la mejor biblioteca que había visto en mi vida. Me quedé embobada mirando todo eso y observando la gran luz solar que entraba por las enormes ventanas del lugar. Con el permiso del mayordomo, que me dejó sola en el sitio, empecé a caminar lentamente, observando los libros y maldije que no llevase mochila para robar algunos libros.

Dudaba que Alonzo leyese todos esos libros que tenía ahí, porque le faltase alguno no importaba nada... Pero decidí no hacerlo porque iba a sonar bastante llamativo llevarme uno de ellos si no tenía bolso donde esconderlo.

Negando con la cabeza, caminé hacia una estantería donde había libros de ilustración, anatomía básica para empezar a dibujar o cosas relacionadas con el arte y empecé a ojear algunos.

Sentía una impresionante calma en ese lugar, sobre todo el olor a libro que había. Todo lo contrario al resto del lugar. Era como si la presencia de Alonzo Rinaldi me hiciera tener un manojo de nervios y su mala energía llenara cada rincón de la mansión, exceptuando aquí.

—¿Es verdad que te vas a casar con Zev?

Solté rápidamente el libro, resbalándose de las manos y cayendo al suelo para girarme tras escuchar aquella voz tan dulce y delicada que escuché a mi lado.

Al ver a la joven que tenía a escasos metros, recordé la muchacha que vi vigilándome en una de las ventanas de la mansión Rinaldi. Carraspeando y con el corazón a punto de salírseme del pecho del susto, murmuré;

—Joder, avisa la próxima vez —respondí poco galante.

La muchacha, rubia y con el cabello envuelto en una perfecta trenza lateral, sonrió levemente, pero muy poco porque en su rostro veía más una mirada triste, perdida, que cualquier otra cosa.

Al ver que no me dijo nada más, sino que esperaba una respuesta de mi parte, asentí.

—Si.

La muchacha que tenía frente a mi era mucho más joven que yo. Juraría incluso que rondaría los 18 años o un poco menos. Era muy guapa, aunque un poco más baja que yo de altura. Entonces, sus ojos color miel me analizaron y arrugó su frente, extrañada de que me fuese a casar con alguien como Zev Grimaldi.

Venga, otra más que me dijere lo malo e irrespetuoso que era mi futuro marido.

—¿Por qué? —Se intrigó, observándome mientras esperaba una respuesta.

Agachándome para recoger el libro que se me había caído de las manos tras el maravilloso susto de esa joven. Murmuré;

—Porque lo amo... —Que mentirosa era.

Al mirar a la joven que tenía frente a mí, con aquella mirada triste, pero que juré que encontré tranquilidad en sus ojos, mi cabeza empezó a moverse a velocidad de la luz. Por lo joven que era y porque juraba que la había visto en alguna foto junto con Alonzo, sabía quien era.

—¿Vittoria Rinaldi? —cuestioné.

La joven asintió mientras se tocaba mucho la trenza, como una señal de nerviosismo.

—No sé si eres estúpida o agradecerte que te vayas a casar con el hombre que mi padre quería que me casara... —murmuró ella.

Sonreí poco, porque parecía que todo el mundo me estaba llamando ignorante en toda la cara tan solo por casarme con Zev Grimaldi. Negué con la cabeza.

—Gracias por lo de estúpida —solté, dejando el libro en su sitio y empecé a caminar por la biblioteca, hacia los grandes ventanales, para observar las vistas de la ciudad.

—Lo... Lo siento, no era mi intensión llamarte así. Pero me sorprende que, aun sabiendo que Zev es un hombre de muchas mujeres y las cosas dudosas que hace, quieras casarte con él por amor...

Al ver que la joven se acercaba a mi, poniéndose a mi lado pero a una distancia prudente, arrugué la frente.

—Olivia Lara. —Levanté mi mano, presentándome para que ella me estrechase la mano.

Al ver que dudaba pero, que al poco, me devolvió, me estrechó la mano con una delicada sonrisa en su rostro de joven.

Nos quedemos un rato mirando las vistas, en silencio, pero sabía que la joven iba a decirme más cosas. No sabía de que, pero podía notarlo a lo lejos. Incluso cuando me apoyé en una columna, dirección a ella y analizándola, ella me estaba observando con los ojos algo asustados.

—Adelante; pregunta. —Solté sin más.

Ella se giró sin dejar de mirarme.

—¿Zev te lo ofreció?

Elevé la ceja.

Jamás se lo hubiese ofrecido yo a ese hombre, y Zev tampoco me lo hubiese ofrecido. El intermediario fue su padre Giulio, pero claro que no iba a decirle eso. Por lo que decidí adornar un poco la cosa y hacer avergonzar a Zev Grimaldi frente a la hija de su aliado.

—Si. Estábamos en un restaurante y al poco hincó la rodilla en el suelo, suplicándome que me casara con él —respondí, volviendo a mentir descaradamente.

Juré que ella no me creyó porque no parecía que Zev fuese de esos.

—¿De verdad? —Asentí ante su pregunta y ella rio un poco por lo bajo. Nos volvimos a quedar calladas cuando ella dijo—. Mi padre se puso echa una furia la noche de la fiesta de cumpleaños. En cambio, lo primero que hice fue llamar a Zack para darle la buena noticia.

—¿Zack? —cuestioné.

No sabía porque Vittoria se la empezaba a ver cómoda conmigo charlando, si era una completa desconocida. A no ser que supiera lo que tuviese en casa y que era una persona más o menos de su edad, aunque tuviese como unos 4 o 6 años más que ella. Quizás estuvo mucho tiempo rodeada de gente poderosa como su padre y de edades dispares.

Quizás tenía una energía distinta a otros que la rodeaban y me estaba hablando como si fuese una amiga de unos meses.

Ella me observó, con las mejillas algo coloradas y se notaba que esa joven apenas había vivido su vida fuera, sin que su padre se metiera en sus problemas.

—Mi mejor amigo... —murmuró en voz muy baja.

Asentí, sabiendo que significaba ese "mi mejor amigo".

—Vamos, tu novio —respondí por ella, en voz baja por si temía que lo supiese más gente.

Vittoria abrió los ojos, sonriente por ello y no me contradijo, ni me dijo nada más.

—Debe ser duro para ti vivir en un lugar tan grande como este y con un padre como Alonzo Rinaldi inmiscuyéndose en tu vida siempre... Por no hablar de que te obliga a casarte con un hombre que ni conoces, ni amas —murmuré.

Se quedó largos segundos en silencio. Largos segundos callada, cuando la vi asintiendo y noté, incluso, que quería marcharse de ese lugar, lejos, muy lejos de ese sitio.

—Ojalá fuese alguien normal, con una vida aburrida y pudiese darle a Zack una relación típica, sin problemas... No sé ni como me aguanta —murmuró y noté que ella estaba mucho más perdida de lo que creía.

Y le respondí, aunque apenas la conocía;

—Estoy segura que es porque te ama.

Vittoria me observó y juré que sus ojos se iluminaron cuando le dije aquello.

ZEV GRIMALDI

Tras observar el pasillo vacío por el que había desaparecido la insoportable de mi prometida, observé con cara de pocos amigos al asesor personal de Alonzo Rinaldi, quien esperaba que reaccionara.

—No le gusta separarse de ella, ¿verdad? —preguntó el muy ignorante.

Sin responderle, me metí las manos en los bolsillos y caminé directo hacia el despacho del asqueroso de Alonzo Rinaldi.

Su mansión, tan innecesariamente grande, lujosa y donde mostraba descaradamente el poder y dinero que tenía, subí las escaleras hacia la planta de arriba, donde ahí se encontraba el despacho de ese ser tan desagradable. Mirando por encima las escaleras que dirigían hacia 2 plantas más, observé la última planta desde mi posición y recordé la de cosas desagradables que hacía allí. Tanto porque me lo habían dicho, tanto porque una vez lo vi con mis propios ojos.

Por ello quería romper lazos con Alonzo, pero mi padre se empeñaba en que siguiéramos teniendo una alianza con él.

Quizás lo podría comprender. Era mejor tener al ser más oscuro cerca que lejos. Pero no soportaba estar en esa mansión, menos imaginarme la de cosas que podría llegar a hacer en la última planta de su mansión y que su mujer y su hija ni podrían ni imaginarse. El muy cabrón me hacía tener nauseas... A mi, Zev Grimaldi, que había asesinado a muchos hombres de su calaña, asesinos, violadores, ladrones... Pero jamás me había salido de la línea.

Era conocido por hacer justicia con mis propias manos, pero no le gustaba a nadie porque la gran mayoría de las personas hacían daño y yo me encargaba de que no siguieran haciendo más. No tenía ninguna buena reputación por eso. Pero Alonzo Rinaldi era el ser más despreciable que había pisado el planeta tierra, teniendo incluso el poder de secuestrar o engañar a mujeres de la edad de su hija, tan solo para ganar dinero a costa de ellas... Y a saber la de mierda que podría llegar a hacer con todas ellas.

Si, las náuseas seguían ahí de tan solo imaginármelo.

Alonzo Rinaldi no era un hombre, sino el mismo diablo vestido con traje y corbata.

Si pudiera hacer algo por todo lo que hacía, lo haría. Pero lo único que conseguiría sería meter más la pata, conseguir que Alonzo fuese más poderoso y acabar estando en el punto de mira de sus miles de protectores. Porque no hablábamos de sus guardaespaldas, sino de políticos que vivían a costa de sus famosas fiestas, actores, famosos, líderes poderosos... Yo solo era una piedra que se pondría en su camino si trataba de hacerlo tropezar. Y acabaría mucho peor de lo que podría imaginarme.

No por ello iba a dejar que hiciera las cosas a sus anchas y a costa de mi. No iba a dejar que cometiese esos delitos en mi territorio. Por encima de mi.

Vi una mota de polvo en un mueble y le pasé el dedo, tan solo para fastidiar a Darío, que me seguía a mi lado.

—Es solo que...

—¿Otra persona dejó el trabajo, Darío? —cuestioné con voz equilibrada.

Ninguno duraba allí más de 5 meses. Sobre todo las mujeres. Si pudiesen evitarlo, era mil veces mejor que estar ahí. Y saber todo eso me hacía asquearme mucho más por las cosas que me imaginaba que le hacía a esas mujeres.

Apreté la mandíbula mientras volvía a meterme las manos en los bolsillos.

Solo esperaba que Olivia estuviese bien quieta en esa biblioteca y no saliese a investigar las mierdas de Alonzo Rinaldi.

El hombre que me acompañaba tocó varias veces y, cuando le dieron permiso, entramos.

Alonzo estaba elegantemente vestido, con su cabello peinado y esa sonrisa tan suya, como la noche que lo vi mirando descaradamente a mi prometida. Sabía muy bien lo que pensaba él en ese momento y las ganas que le tenía a Olivia con tan solo mirarla. Pero eso no iba a suceder por mucho que él deseara a mi futura esposa.

Nunca iba a volver a mirarla de esa manera aunque me costase.

—¡Zev Grimaldi! Después de tu anuncio de compromiso no te había vuelto a ver —contestó, levantándose de su asiento para estrecharme la mano. Se lo devolví con fuerza. —¿Como estás tu y tu preciosa prometida?

Por la mirada que me estaba dedicando, me estaba imaginando que había pensado y mucho en Olivia y no de una forma dulce y cariñosa. Aquello me hizo estrecharle mucho más la mano y su rostro empezó a decaer un poco, ya que por mucho poder que tuviese, fuerza no tenía.

—Estamos muy bien, gracias. —Soné cortante.

Alonzo asintió, algo serio y me retiró la mano, comprendiendo mi posición respecto a lo que pensaba.

Sin pestañear, mirándolo mientras su abogado estaba a su lado. Un hombre que le faltaba bastante pelo, pero que creía hacer creer que tenía por un mechón largo que le quedaba en el centro y se peinaba de tal manera que fingía tener un tupé. No podía ser peor ese peinado, cuando lo mejor era rapárselo directamente.

Suspiré, mientras todos tomábamos asiento en aquel inmenso despacho de Alonzo.

—¿No ha venido tu asesor Edward? —preguntó el magnate político, sentado en su trono.

Elevé la ceja.

—¿Edward? ¿Desde cuando lo tuteas? —Mi voz sonaba dura, pero hablaba lento, sin prisas.

Quería que él supiera que no estaba ahí por gusto suyo o mío, sino porque el idiota de mi padre me obligaba. No solo a venir, sino a traerme a Olivia en un lugar tan peligroso como este. Suspiré con fuerza de tan solo recordar que Olivia estaba fuera de mi alcance, sin protección, sin medios de defensa si hacía falta.

Traté de evitar hacer una mueca dura con el rostro de tan solo pensarlo.

—Nos conocemos de hace un tiempo, es normal que le llame así, Zev.

Extrañado, no hice ni un solo gesto mientras miraba al líder político del momento.

—Te llamé por negocios... ¿Quieres algo de beber? Te puedo ofrecer un buen whisky... —dijo Alonzo.

Negué rápidamente.

—Vamos directo al grano, Alonzo. Tengo cosas más importantes que hacer hoy domingo —contesté.

Entonces, él me observó con ganas de iniciar una guerra sin sentido.

—¿Como pasar tiempo con tu prometida?

El muy cabrón estaba pendiente solo de Olivia. Lo veía en su mirada y me estaba cabreando tan solo de escucharlo nombrarla. Con la mandíbula apretada y viendo esto, no iba ni a nombrarle que ella estaba aquí, por lo que le dije;

—A Olivia ni la nombres, Alonzo. No vas a hacer lo que quieras con ella.

Él sonrió y asintió mientras su abogado estaba tenso, al igual que su asesor.

Alonzo asintió mientras miraba los papeles que habían sobre su escritorio tan caro. Podía ver desde aquí que su abogado estaba bastante tenso, tanto como su asesor y empezaba a extrañarme esa reunión. Empezaba a pensar que su objetivo era otro que tan solo para hablar de que él iba a tener reuniones en mi lugar de trabajo.

Entonces, Alonzo habló;

—He cambiado de opinión respecto a utilizar tu discoteca como reunión de negocios, Grimaldi.

Intrigado pero pendiente a cualquier cambio que fuese hacer, pregunté;

—¿Y ese cambio? ¿Quieres hacer estupideces y como no te dejo en mi lugar te vas a otro lado? —insinué.

Él negó rápidamente.

—No. He pensado en otro tipo de reunión.

No me estaba gustando nada el camino por el que me estaba llevando ese señor. Observando a su abogado, que estaba mucho más nervioso que el asesor, volví a mirar a Alonzo, que me miraba atento.

Noté cierta tensión en el ambiente, tanto que podría cortarse con un cuchillo y no me hubiese importado traerme un cuchillo de cocina para ese desgraciado de Alonzo Rinaldi y demostrarle que debía respetarme, que no era Giulio Grimaldi. Era Zev Grimaldi y conmigo no iba a mostrarme esas sonrisas de estúpido que me estaba dedicando. Más si pensaba de aquella tan asquerosa de mi prometida.

—Me está intrigando, Rinaldi. —Fingí, aunque realmente me estaba preparando para cualquier cosa que pasara en ese momento.

Alonzo se recostó en su trono y me observó con ese rostro que ponía cuando hacía negocios turbios. Lo conocía bien y alguna vez llegué a verlo a cerrar tratos realmente asquerosos. Ese era el tipo de persona que se buscaba cavar su propia tumba y yo estaría encantado de verlo desde la superficie.

Pero no dije nada más, esperando su respuesta.

—Visto que te vas a casar con la señorita Lara, algo apresurado y que dudo que haya amor de por medio, pasaré por alto la traición al no casarte con mi hija Vittoria para fortalecer la alianza.

Completamente serio, pregunté;

—¿A donde quiere llegar? —Dejé de tutearlo al notar el rumbo por el que iba toda esta maldita reunión.

El sonido de su silla moviéndose mientras clavaba sus ojos sobre los míos era de lo más irritante que había en ese momento.

Entonces, contestó;

—Le pagaré todas las deudas de la empresa de su padre, a cambio de que me dejes a Olivia 2 horas 2 veces a la semana.

Todo cambió. Incluso la manera en como lo miraba. La sangre que corría por mis venas envenenó y ya no podía centrarme en otra cosa que en mi próxima víctima.

Alonzo Rinaldi parecía burlarse en mi cara, mientras tomaba un papel entre sus manos para que firmase lo que me imaginaba que era el maldito trato que me estaba ofreciendo sobre mi futura esposa. Apreté tanto la mandíbula que juraría que estaba limando demasiado mis dientes.

Me quedé quieto, sin hacer ni un solo movimiento mientras observaba como aquel viejo desgraciado que se había encaprichado en una joven 40 años menor que él.

Sin poder soportarlo, pregunté, como dándole una segunda oportunidad antes de que perdiese la compostura y él otra cosa;

—¿Estoy escuchando bien?

Mostró sus dientes casi perfectos, aunque ya algo amarillos por tanto fumar y respondió;

—Nadie se cree que la ames de verdad, un hombre sin escrúpulos, frío y un asesino... Porque me dejes estar con ella 2 veces a la semana no pasará nada.

Me levanté tan rápido de la silla, que esta cayó al suelo y se arrastró por mis espaldas mientras yo fui recto hacia donde se encontraba Alonzo. Con el puño cerrado, se lo estampé en todo su rostro, cayendo directamente al suelo sobre su lujosa silla y desangrándose rápidamente por su boca y nariz.

Varios sonidos de su abogado y el asesor sonaron, pero ni quise escucharlos. Apretando tanto mi rostro, coloqué mi mano sobre el cuello de Alonzo, envolviéndolo con mis dedos para luego levantarlo del suelo con una sola mano, apretando a la vez mis dedos alrededor de su cuello. Lo pegué hacia una de las paredes para que no tuviese ninguna sola escapatoria y se sintiera peor que nunca.

—Zev... —murmuró como pudo, mientras empezaba a ver como la sangre podrida de ese hombre salía por su rostro tras el puñetazo.

Fue ahí cuando vi como el abogado iba a salir huyendo. Y tan rápido como lo vi, saqué mi arma que tenía escondida en la parte de atrás del pantalón y lo apunté.

—Como alguien trate tan solo de abrir un milímetro esa maldita puerta, solo uno de los 4 saldrá... —amenacé, haciendo que el abogado se quedase quieto, nervioso y mirando la pistola cerca de él.

El asesor se quedó en un rincón, sin hacer nada, tan solo mirando la escena.

La sorpresa en el rostro de Alonzo fue evidente, como si no se creyese que Olivia me importase.

Le había prometido a mi padre que la protegería, aunque fuese un grano en el culo. Y jamás haría que sufriese a pesar de todo. Aunque en el fondo, la muy sabelotodo me importaba y no iba a dejar que un señor como Alonzo Rinaldi pusiera sus sucias manos sobre ella.

El rostro de Alonzo empezó a ponerse rojo ante la falta de aire mientras que lo había levantado a mi altura, como unos 20 centímetros del suelo tan solo para que estuviese a mi "altura" y dejase esa soberbia que tenía.

Y le susurré;

—Olivia es dueña de su vida y ella decide con quien se acuesta. Y tu, jamás lo vas a hacer —aseguré—. Porque antes te corto en pedazos y quemo tu cuerpo para luego enviar tus restos donde nadie jamás los vea.

Alonzo se quedó callado, cada vez más rojo mientras sus trabajadores observaban la escena y dirigía mi pistola hacia el rostro de Alonzo Rinaldi, asustándose más. Podría jurar que hasta se había meado en los pantalones al verme de esta manera. Se creía que como era aliado de mi padre jamás vería mi peor faceta... Pues había conseguido verla e iba a demostrarle quien era yo.

Continué;

—Tócala, mírala un segundo más de lo debido y te juro que sacaré tus ojos con mis propios dedos para luego dárselo de comer al cocodrilo que tienes por abogado. —Escuché como su abogado hacia un sonido extraño de miedo y le pregunté sin retirar mi mirada de la suya—. ¿Entendido?

Uno de ellos trató de pararme, pero fui más rápido, apuntando nuevamente a la dirección de ellos la pistola que tenía entre mis manos.

—Un pasó más, y ninguno de ustedes saldrá de aquí con vida. —Me hicieron caso y volví a mirar al hombre que estaba a punto de hacerlo desaparecer. —Alonzo, cuidado con lo que digas... Yo no soy Giulio. Puedo hacerte desaparecer y jamás, nadie, saber quien lo hizo, ni donde esta tus restos. Si cuentas algo de esto a alguno de tus amigos, vamos a tener un gran problema. ¿Me he expresado bien?

Rinaldi tan solo dijo un "si" con la voz muy apagada y empecé a aflojar un poco los dedos.

—He dicho, si me he expresado bien —respondí, insistiendo.

—Si...

Lo solté, cayendo este al suelo gracias a la gravedad y se tocó el cuello, tratando de buscar aire. Fue ahí cuando dirigí mi pistola hacia su rostro y, sin ningún problema, disparé en su dirección.

Alonzo se asustó al ver que disparé a 2 milímetros cerca de su rostro y, sin molestarme en agacharme, le dije;

—La próxima que dispare irá directo a tu cabeza.

Me guardé la pistola en los pantalones y me dirigí hacia el asesor y su abogado.

—Como salga algo de lo hablado en esta reunión fuera de aquí, me aseguraré de que ustedes no volváis a pisar Chicago en vuestra jodida vida.

No sabía que mirada tenía en ese momento, pero les asustó y mucho al verme de esa manera.

Sin girarme y caminando hacia la puerta tras colocarme la chaqueta negra que tenía puesta, dije;

—Un placer hablar de negocios con usted, señor Rinaldi.

Prometiéndome que jamás volvería a tutearlo, cerré la puerta con fuerza y bajé hacia la zona donde perdí la vista a Olivia. Caminé hacia el mayordomo que la acompañó hacia la biblioteca y le pregunté con una voz poco amigable, donde se encontraba mi prometida.

Caminé con paso decidido, cabreado y con unas ganas enormes de descargar esta energía en el gimnasio hacia la biblioteca. Sin molestarme en nada más, abrí la puerta por completo y me adentré dentro del lugar con enfado, hasta que me paré rápidamente al encontrármela a escasos metros de mí.

Olivia estaba apoyada en una columna, cerca de la ventana enorme, ensimismada en las vistas de la ciudad, algo que hacía siempre y me hacía preguntarme si le relajaba en momentos de estrés. Viendo como jugueteaba con su cabello rizado suelto, no ayudó en nada a que bajase la vista para ver la corta falda que llevaba puesta de color negro. Su camisa blanca con los 2 primeros botones sueltos tampoco ayudaba al ver los impresionantes pechos que poseía esa mujer.

Apreté la mandíbula al ver que necesitaba mucho más que un gimnasio para quitarme el enfado con Alonzo y ahora las vistas de Olivia, la cual mentía al decirle que no era mi tipo. Si bien no era nada parecida a las mujeres con las que me acostaba, tenía algo que me daban ganas de romperle las bragas y hacerlo en cualquier rincón. Por no hablar de las ganas que le tenía desde la noche que la besé en el anuncio.

Con las manos en los bolsillos, murmuré;

—¿Nos vamos, ricitos? ¿O tengo que llevarte sobre mi hombro? —bromeé.

Elevé la ceja mostrando mi sonrisa que parecía molestarle y me hacía gracia ver lo enfadada que se mostraba conmigo la gran mayoría del tiempo. Sobre todo, cuando me metía con ella tan solo para verla rabiar.

Olivia se colocó, mirándome con la ceja elevada y parecía que me observaba como si fuese un imbécil. Negó y empezó a caminar.

—¿Para que veas el color de mis bragas? No, gracias —contestó, pasando por mi lado y saliendo de la biblioteca.

Mientras, yo me quedé lo suficientemente lejos para poder verle el trasero que se le formaba con esa maldita falda.

—Por mucho que me mires el culo, no vas a adivinar el color de mi ropa interior —contestó Olivia y negué con la cabeza, riendo por lo bajo.

Juntos, salimos de la mansión, no sin antes tomarla de la mano por si el cabrón de Alonzo nos veía salir de allí desde alguna de sus miles de ventanas.

Olivia me observó unos segundos, con la ceja elevada y me preguntó;

—¿Que tal la reunión?

Hice un gesto con la boca mientras bajábamos la escalera fuera de la mansión y dije;

—Creo que he abierto un conflicto entre ambas familias. Nada del otro mundo.

No la miré, pero podía sentir la mirada que me estaba dedicando.

—¿Que? ¿No dijiste que había que tener al demonio cerca?

Sin decirle lo que habíamos hablado en la reunión, contesté;

—Lo que me ofreció no se le acepta ni al mismo demonio. —Mi voz sonaba bastante distante y cuando juntos nos subimos al coche, miré una de las ventanas.

En efecto, Alonzo estaba mirándonos con un pañuelo limpiándose la sangre de mi puñetazo, a la vez que me observaba como si fuese el mayor cabrón que había visto en su vida.

Será mejor que se mirase al espejo si quería ver a alguien más cabrón que yo.

Arrancando y sin volver a mirar atrás, prometí que no volvería a llevar más a Olivia a su mansión. Menos tras la proposición que me ofreció sobre mi futura esposa y que jamás le dejaría llevar a cabo. Apretando el volante, aceleré hacia la mansión de mi padre, dispuesto a hablar con él seriamente, siendo un límite infranqueable para mi.

💍

Frente a mí tenía a mi padre Giulio, hablando por su móvil plegable mientras me hacía una señal para que esperase antes de poder hablar sobre la reunión con su asqueroso amigo.

Tras perderla la pista a mi futura esposa en la entrada de la casa, para ir recto hacia el despacho de mi padre, me imaginaba que Olivia sospechaba algo. No habíamos hablado en ningún momento del trayecto, por no hablar de que Olivia era mucho más inteligente de lo que cualquiera podría imaginarse. No por ello quería que se involucrase en cosas como estas, en la mierda que yo ya estaba metido hasta el fondo y jamás vería salida.

Giulio parecía no tener un buen aspecto. Estaba hablando y hablando, pero sabía de que era la llamada.

Alonzo debía de haberlo llamado, porque alguna que otra vez escuchaba como nombraba su nombre. Y estaba esperando pacientemente a la bronca que me daría mi propio padre por ello. No solía verlo enfadado o, si se enfadaba, jamás sacaba ese carácter tan fuerte que tenía. Parecía que todo estaba bajo control para él, incluso en los momentos más difíciles.

Solo 2 veces en mi vida lo había visto perder los nervios. Uno de ellos fue cuando recibió la llamada de la policía diciéndole que nuestra madre había sido encontrada muerta y tirada en un contenedor de basura.

Todo lo que destrozó en este despacho la noche que recibió esa llamada acabó fuera de la mansión. Giulio no derramó ni una lágrima por mi madre, pero estuvo ido, mal, distante y con ganas de derramar sangre. Esa fue una de las 2 veces que lo había visto perder los nervios y gritar y odiar al mundo.

—Lo entiendo, Alonzo... Siento mucho que no haya resultado la reunión con mi hijo... Si, si... Lo comprendo —murmuró Giulio mientras miraba hacia la ventana. —Adiós, Alonzo.

Escuché el botón de móvil al cortar la llamada y los segundos pasaron muy, pero que muy lentos.

Se volvió a meter el móvil en el bolsillo y se quedó unos segundos quieto, sin hablar, mirando hacia la ciudad de Chicago. Pero cuando se giró, dio un fuerte golpe sobre la mesa de roble y gritó;

—¡¿Estás loco?! ¡¿Como cojones te atreves hacerle eso a nuestro aliado Alonzo Rinaldi?! ¡¿No sabes con quien estabas reunido?!

Bien como perdía los nervios, extrañándome que le diese tanta importancia a su alianza con Alonzo en vez de lo que me había ofrecido el muy desgraciado. Y ahí es cuando me imaginé que el muy hijo de su madre no le había dicho a Giulio lo que me había ofrecido en la reunión.

Solo esperaba que ese hombre solo hubiese hablado con mi padre y no con nadie más. Porque entonces si que volvería esta misma noche a acabar lo que había dejado a medias hoy.

Me quedé callado, mirando seriamente a mi padre mientras este seguía perdiendo los papeles.

—Da gracias a que va a quedar entre nosotros, porque no quiere problemas contigo, gracias a tu maldita reputación. Pero has jodido hasta el fondo nuestra alianza. —Se quedó unos segundos callado cuando volvió a gritar—. ¡¿En que demonios pensabas?!

No contesté.

Podía ver como mi padre me observaba con los ojos desorbitados, mientras yo estaba callado, con las manos en los bolsillos, muy tranquilo.

Sabía manejar a mi padre, aunque había momentos que era indescifrable. Pero él no me manejaba a su antojo. Nunca permitiría que él me hiciera tener una alianza con Alonzo Rinaldi, y menos después de lo que me había ofrecido.

—¡¿Es que no piensas hablar?!

Di un paso hacia adelante y dirigiéndome hacia la estantería llena de libros antiguos, dije;

—No pienso aceptar el asqueroso trato que me ofreció Alonzo Rinaldi.

Podía escuchar a mi padre murmurar algo para luego contestar;

—¡Solo era reunirse 2 veces por semana en tu discoteca!

Lo observé tranquilo para responderle;

—No. Cambió de opinión nuestro querido Alonzo —murmuré. Caminé hacia uno de los libros y lo tomé en mi mano. —Me pidió que estuviese con mi futura esposa 2 veces por semana para él. —Apreté la mandíbula al decirlo en voz alta y ahí escuche silencio por parte de mi padre. Al mirarlo, su rostro parecía palidecer al oírlo. —Por encima de mi cadáver. Jamás, Alonzo Rinaldi, va a tocar a mi prometida. Prefiero ver el mundo arder antes que eso ocurra.

Giulio pareció relajarse y se sentó en la silla, con una mano sobre su barbilla pensando en lo que le acabo de decir.

Mientras, observé el libro favorito de mi madre, que tantas veces leyó mientras podía incluso oler el aroma de su perfume que una vez desparramó en ese libro. Y rápidamente, una oleada de recuerdos invadieron mi mente, echándola de menos.

El silencio se instaló en el despacho antiguo de mi padre, sin decirnos nada. Cada uno con sus temas. Cuando lo miré, este me estaba observando.

—¿Le apretaste bien el cuello? —Fue lo que me preguntó.

Sonreí delicadamente.

—Lo suficiente como para que entendiese mi posición al respecto.

Giulio asintió, tocándose continuamente su barbilla y sabía que estaba pensando demasiado en el tema.

—Déjame a mi a Alonzo Rinaldi. No vuelvas a llevar a Olivia en su mansión. Si se topan en alguna fiesta o reunión fuera no pasa nada, está bien protegida tanto por nosotros como por sus guardaespaldas... Pero esa mansión...

Entendía lo que me estaba diciendo.

—Entiendo, Giulio. Pero lo de hoy ha sido solo una advertencia... —susurré tranquilamente. —Y yo no doy más advertencias.

Me marché, no mostrándole a mi padre que estaba completamente cabreado, deseoso de pegarle al saco de boxeo que tenía en el gimnasio. Pero antes necesitaba cambiarme por ropa más cómoda. Así que fui recto hacia mi cuarto, donde estaba frente al de Olivia y me quedé ahí dentro, empezando a quitarme la chaqueta y camisa para buscar un pantalón de chándal.

Cuando tocaron en mi puerta.

Suspirando, caminé con desgana hacia la puerta y la abrí. No ayudó en nada encontrarme con la dueña de aquella falda que deseaba levantarle.

Al ver que la joven con aquel cabello tan rizado me observó el torso desnudo y luego volvió a mirarme a los ojos, sabía que no estaba de humor para tener que charlar con ella. Fuese lo que fuera que ella quisiera hablar.

—No es un buen momento, ricitos.

¿Como no? A Olivia Lara le daba igual todo, sobre todo que fuese el heredero de una de las mafias italianas más importantes e ignoró lo que le dije. Entró sin importarle un bledo lo que le acababa de decir.

Al estar dentro, cruzándose de brazos no ayudando a que pudiese ver la perfecta línea que se le formaba entre sus pechos redondos con aquella camisa blanca tan ajustada que llevaba. Apreté tanto la mandíbula que juré que ella podía escucharme como mis dientes se apretaban entre ellos.

—Olivia...

—¿Que cojones ha pasado con Alonzo Rinaldi? —Inició. —Dudo que estuviesen hablando sobre las reuniones que él iba a tener con otros magnates y políticos en tu discoteca. Y por lo enfadado que parecías al salir, a parte de como tu puño tenía restos de sangre que dudaba que fuese tuya, sabía que algo turbio tuvo que haber pasado en aquel despacho.

Miré mi puño, el cual tenía la marca del puñetazo que le había asestado a Rinaldi y luego noté las manos de Olivia sobre la mía. Eran tan pequeñas las manos de ellas que me imaginaba mil maneras de hacerla suplicar amarrándole las manos para tener un mejor acceso a su cuerpo.

No ayudó nada sentir esa química que sentíamos ambos cada vez que nuestras pieles se pegaban entre ellas.

Tan rápido como empecé a sentir que mi autocontrol se iba disipando si ella seguía tocándome de esa manera, retiré la mano con rapidez, mientras me alejaba de ella.

—Métete en tus asuntos, ricitos. Tu papel aquí es fingir que me amas y que serás mi esposa. No tienes que saber nada más sobre los problemas de los Grimaldi —escupí.

Estaba bastante enfadado, entre la reunión y las mierdas que me dijo Alonzo, por no hablar de lo que pasó la noche anterior, cuando vi que podíamos haber acabado mal en la carretera por culpa de aquel coche que nos seguía a una velocidad mortal. Y lo arrepentido que estaba de que ella estuviese tan asustada por mi maldita culpa. Por mi culpa casi podía haberle ocurrido algo.

Pero, ¿como no? Olivia Lara no se rendía y le importaba una mierda lo que yo le dijera.

Caminó hacia mí con su dedo señalador chocándose sobre uno de mis pectorales y empezó a clavar su dedo ahí repetidas veces con enojo.

—Imbécil tenías que salir, ¿verdad? —preguntó con su voz algo más alta de lo normal. —Que seamos una pareja falsa no me excluye de lo que ocurra. Estoy metida hasta el fondo y ya no hay marcha atrás. Si tanto te preocupa el bienestar mío, deberías empezar a decirme las cosas, como ocurrió con Mattia Mancini y que casi me acuesto con él hace unas semanas —respondió, enfadándome aún más al escuchar aquella última frase.

Una sensación de ardor salió en el fondo de mí y no quise ni recordar la noche que la vi a ella bailando de "aquella manera" con el mismísimo hijo de satanás. Aquello me hizo desear bajar y estamparlo contra la primera pared que encontrase, por no hablar de que me hubiese gustado llevarme a Olivia de allí, encerrarla en una habitación y demostrarle que Mattia Mancini no me llegaba ni a la suela del zapato.

Al mirarla, vi un brillo extraño en sus ojos que me deseó poder saber como reaccionaría si le hiciera perversidades sexuales.

—Ni me recuerdes aquella jodida noche, Olivia.

Olivia se acercó a mí, con su rostro casi pegado al mío y pude ver que no había miedo, que no era como las demás mujeres que conocía. Su mirada me retaba y demasiado.

Sentí aquellas ganas de estampar nuevamente mis boca, pero esta vez llegar a más. Necesitaba escucharla gritar, que llegase al final por mi culpa y quería verle su rostro como llegaba al maldito cielo por mi culpa. Era un pensamiento constante que llevaba teniendo desde hacía semanas.

Y ya me daba igual todo lo demás, aunque sabía que después no pararía de darle vueltas a lo que habría hecho. Debíamos seguir con la relación falsa, no convertirla en un polvo de una sola noche. Aunque esas ganas que ella me hacía tener ganas era motivo para poder descargarlo y hacerla gritar como nunca.

Y ni pensé en nada más cuando estampé mis labios nuevamente sobre los suyos.

La levanté del suelo, colocando sus piernas entre mis caderas, notando como ella se enroscaba sus piernas en mi cuerpo y caminé hacia la primera pared que encontrase en mi cuarto. Poniéndome duro como una piedra, ella empezó a gemir al notar mi dureza entre sus piernas.

No esperé ni un jodido segundo para levantarle aquella lujuriosa falda y aprovechar para romperle las bragas, ignorando sus insultos por hacerlo.

Guardé a modo de trofeo aquella maldita ropa interior, guardándola en el bolsillo trasero de mi pantalón.

Ahora, teniéndola a mi merced, empecé a comerle la boca como era debido. Sin importar que yo, el mismo demonio, estuviese besando aquella joven tan fuera de lugar de este infierno.

Metí mi lengua en su boca, buscando más intensidad, mientras sentía el calor que emanaba de su sexo, poniéndome más duro por su culpa. Y sus manos, apretándome con fuerza la espalda, la cual me estaba dejando las marcas de sus uñas que llevaría como heridas de aquella guerra.

—Eres una maldita cucaracha —respondió Olivia cuando bajé mi boca hacia su cuello, para succionarla y dejarla una marca para que todos los demás viesen quien era su dueño.

—Y tu una insufrible y no me quejo —murmuré, volviendo a buscar su boca.

Malditos labios y jodida boca, Olivia.

Lo que le haría a esa boca...

Apreté mis dedos sobre sus apretadas piernas y empecé a hacer movimientos sobre su sexo, siendo consciente de que llevaba pantalones y la dureza, junto con lo brusco del pantalón, la haría gemir más de lo que ya estaba haciendo. Necesitaba escucharla gritar, que mojase mis pantalones por mi culpa, verla llegar al orgasmo...

Lo necesitaba, joder.

—De aquí no te vas hasta que no vea como te corres, nena —respondí, mientras Olivia gemía en voz alta, disfrutando como tanto deseaba verla.

—Gilipollas, como pares ahora como venganza te la voy a cortar cuando duermas —contestó ella, entre gemidos. Pero cuando hice un movimiento, ella dio un pequeño salto, continuando gimiendo una tras otra.

Gruñí al escucharla hacer esos jodidos sonidos sexuales que deseaba escuchar y verla de mil maneras.

Ningún otro amante que tuviese iba a igualarse a lo que tendría conmigo y me daba igual todo lo demás.

Continué restregando mi dureza tras aquel pantalón tan brusco sobre su delicado sexo, volviendo a pegar mi boca en su cuello para succionar su piel sensible mientras que más sentía aquel pantalón mojado por los fluidos de ella.

—¡Joder, Zev!

—¿Me harías maldades, señorita Lara? —cuestioné, tan solo para molestarla.

Porque deseaba escuchar como me hablaba mientras la follaba de aquella manera.

—No tienes... Joder... —murmuró.

—¿No tengo que?

Unas gotas de sudor salieron de su frente, pegándose su cabello rizado mientras yo seguía con aquel movimiento tortuoso a la vez que ella gemía y gemía.

—No tienes ni jodida idea de lo que te haría, Grimaldi —susurró con los ojos cerrados.

Sonreí ante aquello, intensificando las embestidas tras el pantalón mientras que ella ya estaba a punto de llegar. Pero necesitaba escucharla gritar más, necesitaba que ella me hablase justo en ese momento en el que llegase. Necesitaba descubrir "ese" sonido cuando llegase.

—No, no tengo idea, señorita Lara. Necesito que especifiques —provoqué.

Me estaba encantando escucharla hablarme mientras yo le daba placer. Su voz como se agudizaba, como dejaba de ser esa joven delicada, para mostrarme su otro ser. Necesitaba escucharla hablarme mientras le hacía perversidades.

—Eres un estúpido... Ya se lo que haces.

Sonreí más, sabiendo que ella no podía verme y ya la sentía temblar entre mis brazos.

—¿Y que es lo que hago?

—Te pone que hable mientras tu...

Olivia llegó a un orgasmo que ni supe cuanto duró, pero fue lo suficiente para que estuviese más que satisfecho y desease quitarle la maldita ropa que todavía llevaba puesta. Suficiente para saber que esto no era suficiente para mi y que necesitaba ir más allá que frotármela en su sexo.

Necesitaba escucharla hablar a la vez que tenía esa voz. Quería irritarla mientras me la tiraba.

Olivia no dijo nada más y fue ahí cuando me di cuenta que esto iba por mal camino. Cuando supe que esto no era tan solo un momento, una cosa de unos minutos... Necesitaba más de ella, cuando creía que con quitarme las ganas en un momento era más que suficiente.

Joder, Lara... ¿Que cojones estabas haciéndome?

Tan rápido como me di cuenta, la solté, dejando que sus piernas ahora temblorosas tocasen el suelo y, sin recuperarse del orgasmo, me alejé de ella. Abrí la puerta de mi cuarto rápidamente y le escupí;

—Sal de mi cuarto.

Olivia, sin saber que ocurría, preguntó;

—¿Que...?

—¡Vete! —Le dije, mientras entraba en el cuarto de baño que tenía y me encerré ahí mismo, más duro que antes y viendo que había metido la pata hasta el fondo.

No iba a hacer un polvo de un rato... No... No, no, no...

Escuché un insulto de Olivia en el cuarto y luego cerró la puerta enfadada después de todo.

Mirándome al espejo, tan solo pude verme desesperado por una mujer y pregunté;

—¿Que me has hecho, Olivia?

Negué al saber que no tendría ninguna respuesta y, quitándome los pantalones, me metí en la ducha para acabar lo que había empezado y no estar tan duro por culpa de Olivia Lara. Al menos, por ahora.

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