O N C E | L O S M A N C I N I 💍
«Siempre me habían echado la culpa por lo que le ocurrió a Sally. Pero si tan solo supieran la verdad...»
Ginevra Mancini.
Un Zev muy cabreado me estaba sacando a rastras de aquel edificio, dirigiéndonos al todoterreno que los 2 matones de Giulio habían aparcado para que ni mi prometido ni yo tuviésemos que caminar por "seguridad", según el idiota del heredero de los Grimaldi.
La mano de Zev que estaba envolviéndome la mía era lo único que no me llamaba la atención, ya que tenía que apresurarme lo suficiente por culpa de que sus zancadas eran mucho más largas que las mías por su altura y su comodidad en el traje. Entre mi vestido y mis tacones, por no hablar de mi baja estatura, era todo lo contrario a como podía caminar él.
—¡¿Te puedes relajar?! —grité, cansada ya de correr con aquellos tacones.
Después del número del puñetazo hacia, lo que me imaginaba, que sería uno de los Mancini, lo había dejado tirado en el suelo con aquel joven rubio que no paraba de seguirme mirándome con cierto aire de broma. No entendía que coño pasaba que tanta gracia le hacía, quizás porque era la familia rival, pero de igual manera no entendía porque Zev se lo estaba tomando de aquella forma. Por eso, después de ese puñetazo, me tomó de la mano y me arrastró de la fiesta camino hacia el coche de Giulio.
Zev ni me contestó, caminando hacia el coche en la calle vacía, quizás algún transeúnte caminando por el lugar, pero casi nadie.
Traté de jalarlo hacía mi, para que soltase mi mano y este se giró para mirarme con unos ojos bastante enfadados.
—Tranquilízate, Zev —dije con los dientes apretados mientras este me observaba con la pajarita ya desecha.
—¿Que me tranquilice? No tienes ni puta idea de quien cojones es ese tío. —Su acento italiano era mucho más marcado cuando estaba enfadado.
—Te recuerdo que no pertenezco a este mundo.
Zev apretó su mandíbula mientras me observaba.
—Pues te advierto; Mattia Mancini sería tu peor pesadilla.
Caminó solo hacia el todoterreno y abrió la puerta, dejándome espacio para que entrase.
Sin entender ahora ese cambio repentino, o enfadado y, hasta preocupado que está por mi por tan solo estar cerca de ese tal Mattia, esperó impacientemente a que subiera.
—Sube al maldito coche, Olivia. No te lo pienso repetir más —contestó, diciendo mi nombre.
Nuevamente, diciendo mi nombre. Cosa extraña en él.
Su mirada era completamente de enfado, oscura y parecía que estaba desesperado por alejarme de ese lugar. Los guardaespaldas miraban hacia todos lados, como si estuviesen esperando encontrarse a más gente alrededor. No me podía creer que realmente, ahora mismo, estuviese en peligro. No podía creérmelo.
—Eres un idiota —respondí, remarcando la palabra "idiota".
Caminé hacia el auto, cabreada por su actitud, y esperé a que Zev cerrase la puerta y se subiese a mi lado, notando una gran tensión entre ambos. Cualquiera podría notar esa tensión que ambos teníamos en ese momento.
En todo el camino hacia la mansión por las calles de Chicago, no me dijo absolutamente nada. Ni yo a él. Estaba enfadada por el número que había hecho allí, aunque luego no sabría que había pasado con Mattia en un lugar lleno de gente rival para él. Negué con la cabeza mientras notaba la mirada de Zev sobre mi nuca.
—No tienes ni puta idea de con quien cojones estuviste a solas —respondió.
—Cállate si no quieres que estampe mi puño en tu cara de imbécil —contesté con tono brusco.
Zev me hizo caso y miró hacia la ventana, viendo como sus manos se cerraban mientras se enfrascaba en algo que él mismo solo estaba pensando.
Cuando lleguemos a la mansión, no me hizo ni falta que Zev se bajase primero del coche. Fui yo la primera en bajarme para abrirme la puerta yo misma y empezar a caminar, levantándome el vestido, hacia la puerta ya abierta de la mansión.
Podía escuchar las pisadas en la grava del exterior de la enorme casa, hasta que ambos entramos, sumergidos en una discusión que aún no había madurado. Subí las escaleras mientras no paraba de notar una quemazón en el pecho que me ardía por completo.
—No he terminado contigo, Olivia.
—¡Vaya! ¿Ahora dices mi nombre, cariño? —ironicé, girándome para mirarlo unos segundos y luego volver a darle la espalda, escuchando como resoplaba.
—Ese hombre pudo hacerte daño.
Me quedé en el pasillo, en medio de ambas puerta de nuestros cuartos, mientras Zev ya se había quitado la pajarita y abierto la camisa blanca por 3 botones. Hasta enfadado estaba para tirárselo.
—¿Ahora te preocupas por mi? —cuestioné ante su respuesta—. El que decía que podría desangrarme aquí mismo y no harías nada por salvarme... Si, eres un imbécil por contradecirte.
—Y no haría nada por salvarte, porque no eres nadie en mi vida. —Sus palabras eran como si una daga empezara a clavarse en mi pecho.
Tratando de guardar la compostura, lo observé mientras este me miraba completamente enfadado.
—¿Y por que mierda me dices que podría hacerme daño si no te importa?
—Porque... —Se quedó sin palabras.
Zev Grimaldi, quien hacía temer a todos con tan solo una mirada, se había quedado sin palabras.
Al ver que no respondía, me giré para abrir la puerta de mi cuarto y entrar. Cuando la fui a cerrar, este entró en mi cuarto, cerrando la puerta para seguir con aquella estúpida discusión.
—No pienso peligrar este matrimonio falso. Debemos seguir con esto y para eso te necesito viva. Después puedes largarte donde te plazca —dijo un Zev que ya su cabello rizado empezaba a aparecer.
Me senté en la cama y empecé a quitarme aquellos zapatos de tacón que ya me molestaban cuando lo miré a los ojos y este seguía observándome esperando cualquier respuesta mía.
—Pues explícame... No sé nada de los Mancini, solo que es la familia rival. Y con ese hombre ya me he topado varias veces. Pero solo te empeñas en mostrarme un papel que...
—¿Como? ¿Ya te has topado con él?
La voz de él parecía sorprendida, caminando hacia mí, quitándose esa chaqueta para tirarla en mi cama y empezar a remangarse la camisa, como si estuviese mucho más cómodo así.
Mientras, descalza, me levanté de la cama y le di la espalda mirando mi nuevo cuadro que estaba pintando. Al volver a girarme, él había tenido unas buenas vistas de mi espalda desnuda y siguió mirándome impaciente, con sus manos sobre sus caderas.
—Si... Varias veces.
—¿Cuantas? —Elevó su voz, mucho más grave de lo que jamás creería que escucharía.
—No sé... Antes de conocerte y antes de que tu padre me ofreciera esta mierda de trabajo, mi amiga ligó con él. Luego me empezó a seguir en varios sitios, hasta lo vi mirándome cuando tu y yo fuimos a comprarme vestidos —susurré, arrugando su frente y viendo como la vena de su cuello empezaba a salir de su escondite.
Se quedó unos segundos en silencio, mirándome, tratando de pensar lo que fuese que estuviese pensando.
Ahí pude ver que se había desabrochado 4 botones de su camisa blanca y podía verle parte de su torso desnudo y tatuado. Madre mía, Grimaldi... No sé que me estaba pasando contigo últimamente.
—¿Por que no me lo dijiste?
Moví las cejas para que, en acto seguido, empezara a reírme delicadamente sin apartar mi mirada de sus ojos penetrantes.
—¿Me lo dices en serio? ¿Te repito lo de que te daba igual lo que me ocurriese a mi?
Su mano izquierda viajó hacia su rostro y empezó a restregarse su cara caminando por mi cuarto sin rumbo. Luego se acercó a mí dando 2 zancadas y ya lo tenía demasiado cerca en cuestión de 2 segundos.
—No comprendes que ese hombre es un sanguinario y que sería capaz de hacer cualquier cosa para vengarse.
Negué sin comprender nada.
En ningún momento me dio Mattia esa sensación. En ningún momento.
—Bailé con él la noche de la discoteca, cuando tu estabas ocupado con alguien y no me dio esa sensación.
Su rostro empezó a flaquear al escuchar aquello y en vez de acabar esa estúpida discusión, lo que conseguimos era avivar más ese fuego para continuar encendiendo la llama.
Sus labios se separaron y trató de decir algo, pero se lo ahorró, pensándolo muy bien la próxima vez. Al mirarme a los ojos, vi como sus ojos se ponían más oscuros de lo que ya eran.
—¿Bailaste con él? ¿Era ese tío el muy cabrón que te estaba sobando aquella noche en la discoteca?
Arrugué mi frente al escuchar aquello.
—¿Como sabes eso?
—Te vi desde la ventana de mi despacho —contestó sin ninguna vergüenza a admitirlo.
Empecé a reírme por ello, siendo yo la que ahora mostraba sonrisas muy al estilo Grimaldi y negué con la cabeza, alejándome de él.
—Me dijiste que podía acostarme con quien deseara, que no éramos nada.
—¡Y así es, Olivia! ¡Pero con Mattia Mancini no!
—¡Es mi vida, Zev!
—¡Y Mattia podría fastidiártela con tan solo un movimiento ese degenerado! —Gritó desesperado sin poder retirar sus ojos de los míos. —No sabes la de mierda que tiene ese hombre encima... La de daño que le hace a las mujeres y las asquerosidades que tiene en la mente para satisfacer sus deseos sexuales... Puedes tirarte a quien desees, pero ese hombre lo que conseguirá es hacerte daño para luego esconderte en una caja sin vida... Y no pienso permitirlo.
Sus últimas palabras me dejaron completamente anonadada, asustada y agradeciendo a mi mente que me diese esas malas ideas para no ir a más aquella noche con Mattia.
Sin mediar palabra, me giré, volviendo a darle la espalda mientras me dirigía hacia la ventana, apoyando mis manos sobre la misma y tratando de poner en orden las cosas que acababa de decirme Zev. Ahí es cuando me di cuenta del peligro que corría si no tenía más cuidado y recordé las palabras de mi padre, sobre todo, las de mi entrenador cuando me enseñaron a defenderme...
Debía ir con más cuidado y mucha más mala idea las próximas veces.
—¿Esto va a ser siempre así?
Mi pregunta lo tomó por sorpresa.
—Te prometo que no —susurró Zev con una voz dulce, alejando aquel enfado en el que estábamos enfrascados y dándome el espacio que necesitaba.
—Por favor, vete... Necesito estar a solas.
Zev no me dijo nada, pero al escuchar sus pasos, sabía que me estaba dando ese espacio que le pedí. Alejándose de mí, cerró la puerta de mi cuarto, dejándome sola con las palabras de él en mi mente y deseando que las cosas no fuesen tan difíciles como hasta ahora.
Yo misma me había metido aquí y debía cumplir con la idiotez que hice. Y por ello, las palabras de aquella chica en el baño, empezaron a retumbar en mi mente.
Pero ya era demasiado tarde, ya estaba metida dentro de este sitio incluso antes de conocer a Zev... Cuando Mattia puso sus ojos en mi aquella tarde en la universidad y se obsesionó conmigo desde antes incluso de la oferta de Giulio.
Ya estaba metida en todo esto incluso antes de que lo supiera.
Quizás lo mejor que me vino era que Giulio me ofreciera este trabajo para estar con protección. Quizás el destino me tenía preparado ya un futuro completamente distinto al que yo me imaginaba y, por primera vez, agradecí que Giulio me ofreciera todo esto.
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Lo primero que escuché nada más empezar a bajar por las escaleras, eran unos gritos procedentes del despacho de Giulio. Podía escuchar tanto la voz pausada y tranquila de Giulio con la voz un poco más alta de lo que acostumbraba, mientras que el que más se escuchaba era Zev.
Estaba completamente enfadado y se notaba a lo lejos.
Por ello, decidí mirar donde se encontraba Angela, solo esperando que no escuchase esa discusión que tenían padre e hijo y, cuando observé hacia una de las ventanas de la mansión, vi a Angela en el inmenso jardín jugando con Rocky y disfrutando de la mañana del sábado.
Me acerqué al despacho, ya que me imaginaba que la discusión debía de ser por lo que ocurrió anoche con Mattia Mancini.
—Ya está metiendo las narices. Maledetti...
Mi italiano no era para nada bueno, pero se podía notar lo enfadado que estaba Zev porque ya le empezaba a salir el idioma con el que se crió.
—Tranquilízate. Olivia no le pasó nada —contestó un Giulio que trataba de apaciguar las aguas revueltas.
—Pudo haberle pasado algo. Giulio, tú lo sabes mejor que nadie lo que son capaces de hacer los Mancini, en especial ese malnacido de Mattia...
Giulio carraspeó para continuar;
—Te preocupas mucho por alguien con quien solo estás fingiendo.
Me acerqué un poco más, sabiendo que la puerta estaba abierta y yo podía esconderme en el pasillo.
—No quiero que sufra por culpa de nuestros negocios.
Giulio se tomó unos segundos antes de responder y juraría que escuché como caminaba por su anticuado despacho mientras Zev estaba de lo más inquieto por como resoplaba.
—Zev, ella aceptó este trabajo aún sabiendo las consecuencias.
—No era consciente realmente de este trabajo, Giulio. Ella no se crió en un ambiente como este.
Traté de hacer el menor ruido posible mientras observaba hacia todos lados, esperando no encontrarme con ningún trabajador que estuviese por aquí o hasta el mismo Lucas, que parecía estar en todos lados.
—Te aseguro que ella es perfecta para esto.
Ninguno habló, pero podía escuchar el enojo de Zev desde aquí.
—No pienso quedarme de brazos cruzados. Voy a ir ahora mismo a ver a esa Cruella de Vil y encararme por lo que su hijo pudo hacerle a mi futura esposa.
Arrugué la frente al escuchar aquello. ¿Realmente Zev iba a meterse en un lugar donde estaba repleto de enemigos de los Grimaldi?
—Ginevra no va a recibirte con los brazos abiertos.
—No espero que me reciba con música y vino —respondió mi prometido.
—Zev, siéntate, deja que Olivia se despierte y lo hablamos los 3 sobre anoche.
—¡No hay nada que hablar! Iré ya mismo a ver a la matriarca de los Mancini para poner las cosas sobre la mesa.
—Zev...
Escuché como se movía una silla con rapidez, seguramente esa elegante e incómoda silla que me senté en alguna ocasión de Giulio. Cansada, negué con la cabeza por lo que estaba escuchando nada más despertarme de una larga noche.
—Estás hablando con odio y así no deberías ir a ningún lado.
Los 2 se giraron al escucharme decir aquello y entré al despacho clavando mi mirada hacia mi prometido.
Ninguno dijo nada, pero por la cara de Zev, era como ver que deseaba que la tierra lo tragase, ya que se imaginaria que había escuchado una gran parte de una conversación privada. Pero a estas alturas ya me daba exactamente igual lo que pensaran.
¿No querían que fuese una Grimaldi? Debía dejar la vergüenza a un lado y demostrar que valía para ello. O terminaba siendo la cazadora o la cazada. Y lo último no iba a volver a suceder jamás.
—¿Cuanto llevas ahí escuchando? —cuestionó mi prometido con algo de ojeras en los ojos y me imaginé que sería por no dormir la noche anterior.
Di varios pasos más para tener una conversación con él.
—Lo suficiente como para saber que vas a meterte en líos al entrar en un sitio repleto de enemigos vuestros. —Los ojos de Zev no abandonaron los míos y se podía ver que le había dado y muchas vueltas lo que ocurrió anoche. —Muy inteligente por tu parte, por cierto.
Giulio se rio por lo bajo mientras se volvía a sentar en su lugar preferido, tras su mesa de roble.
Zev colocó todo su perfecto cuerpo frente al mío, ignorando que su padre estaba escuchándonos. A decir verdad, hasta a mi me daba igual que nos escuchase. No iba a dejar que se fuera solo a un sitio tan peligroso, tal y como me lo había planteado anoche.
—¿No te han enseñado que las conversaciones privadas no se escuchan? —contestó borde un Zev que tenía ganas de salir a buscar a Mattia un sábado por la mañana.
—¿Y a ti no te han enseñado a no gritar? Da gracias a que Angela se fue al jardín a jugar con Rocky y que no te escuchase —respondí con enfado.
La risa del cabeza de familia nos llamó la atención, haciendo que dejásemos de hablar unos segundos.
—Sin duda, ya parecéis un matrimonio —concluyó Giulio feliz de vernos discutir.
Arrugué por lo que acababa de decir, cuando Zev respondió apresuradamente;
—Si lo único que hacemos es discutir o meternos entre nosotros.
Me giré para mirarlo nuevamente.
—No vas a meterte en problemas, al menos no hoy.
—No eres nadie en mi vida para eso, Olivia —contestó con una voz brusca, pero sorprendentemente, lo dijo de manera tan pausada que sin duda parecía un mafioso por como lo expresaba.
Negué por lo que acababa de decir.
Las vistas de la ventana que Giulio tenía a sus espaldas, eran magníficas. Incluso cuando me giré para pensar con claridad antes de que este hombre me sacase más de quicio como ya acostumbraba, las vistas de la ciudad y la luz del sol a esas horas tan tempranas, fueron lo que me hicieron tenerlas ideas más claras.
Quizás anoche no había dormido demasiado después de todos los sentimientos, las cosas nuevas, la nueva vida, lo sucedido con Mattia y la discusión tan larga con Zev... Pero hasta con pocas horas de sueño era capaz de tener la mente despejada y pensar con claridad.
—Ginevra Mancini...
Ambos observamos al patriarca de los Grimaldi, sentado frente a nosotros mientras observaba un punto fijo de su mesa.
Tanto Zev como yo le dejamos hablar, silenciando nuestras diferencias. Ahí fue cuando Giulio observó a su hijo.
—Estás vetado de su lujosa casa en Chicago y de su casino, hijo... ¿Como vas a hablar con ella?
—Llámala y pídele una tregua —contestó Zev.
—¿Tregua? —Volvió a reír por ello. —No se a quien sales, pero a mi no. Nunca se le da una tregua a la familia rival. Nunca.
Zev clavó sus manos sobre la mesa de su padre y no apartó la mirada de él en ningún momento para poder dejar las cosas claras antes de marcharse.
—O la llamas y le pides una tregua de unas horas o iré allí armado. Y me da igual que no salga de allí o como salga —contestó con una voz muy grave que hasta daba miedo.
Giulio miró a su hijo y luego me miró a mi con rostro serio.
Podían cortar la tensión que había en ese momento y no supe cuantos minutos pasaron cuando Zev dejó claro sus intensiones. Pero si el silencio incómodo que se formó en todo ese rato.
Giulio, sin apartar la mirada de su hijo, levantó el teléfono y empezó a teclear en un viejo teléfono fijo unos números para luego esperar tranquilamente. Con aquella tranquilidad tan suya. Al poco contestó;
—Señora Fiore, no me agrada llamarla... Pero o lo hago o mi hijo hará una estupidez... —Se quedó callado unos segundos, sin dejar de mirar a su hijo mientras el rostro de Giulio era de puro odio por hablar con aquella mujer. Sin duda, era asombroso la calma que tenía para poder hablar con alguien que, supuestamente, era su enemiga. Aunque por el apellido me imaginaba que estaba hablando con su representante, ya que tanto Giulio como Zev tenían uno. —Zev Grimaldi quiere una reunión con su clienta Ginevra Mancini... Si, está oyendo bien.
Observé a Zev mientras Giulio continuaba por teléfono y en ningún momento mi prometido me observó, enfadado mientras miraba a su padre. Sus brazos estaban cruzados y no dejaba de mirarlo, esperando que si o si le diese una respuesta afirmativa. Sino, ya lo veía capaz de entrar como si fuese un sicario hasta poder hablar directamente con aquella matriarca.
Estaba totalmente intrigada, pero a la vez asustada por el rumbo que estaba tornando esto. En silencio, observé a ambos hombres hasta que Giulio asintió y concluyó la llamada con lo que supuse que sería una representante de la familia Mancini.
—Te verá en 2 horas en su despacho de las oficinas que tiene en el norte de Chicago. No te retrases.
Zev asintió mientras nos dio la espalda, dejándome con la palabra en la boca sabiendo que se iría a un peligro asegurado.
Quise decir algo, pero Zev estaba en otro mundo y empezó a caminar dirección hacia la puerta, cuando la voz de Giulio lo frenó.
—Olivia irá contigo.
La manera tan lenta, escabrosa y tensa que tuvo Zev para girarse a mirar a su padre, era digna de haber sido grabada en vídeo.
—¿Lo dices en serio?
Los ojos de Giulio se oscurecieron y no sabía si era ya por toda la discusión que tenían o porque no se fiaba demasiado de lo que podría hacer su hijo si iba solo hacia un terreno enemigo. Me decanté por lo último por la manera tan seria que tenía el hombre frente a Zev.
—Nunca he hablado tan en serio como hasta ahora —contestó con una mirada totalmente seria.
Zev me miró y negó con la cabeza.
—Voy a ir solo. No quiero que ella tenga trato con los Mancini.
—Su hijo no estará ahí. Sabes que Mattia se ocupa siempre del casino, mientras que Ginevra prefiere pasar horas en las oficinas para manejar su imperio —habló seriamente, sin levantarse de la silla. —Olivia será tu esposa, tu compañera de viaje, la que te proteja si hace falta...
La calma tan obvia que tenía Giulio me hacía demostrar que en situaciones de estrés debía de comportase así. No quise saber como sería el señor Grimaldi, su otro "yo" oscuro que escondía tras esas sonrisas y esa simpatía. Pero me imaginé que nada bueno sería tener a un hombre tan calmado hasta en situaciones complicadas.
Zev parecía hacerle gracia aquello último.
—¿Ella protegerme a mi?
Giulio lo ignoró, mirándome unos segundos y respondió;
—A partir de ahora, ustedes 2 iréis a todos lados juntos. Os mostraréis como una pareja fuerte, segura de si misma y capaces de protegerse el uno al otro. Así que, Olivia, irás con él. Confío en tus habilidades de defensa —concluyó, guiñándome un ojo.
Sabía muy bien mi pasado y el entrenamiento que tuve en toda mi adolescencia. Asentí por ello y miré a Zev.
—No me digas que aceptas lo que este viejo está diciendo —contestó con una voz brusca en dirección a mí.
Lo ignoré.
Caminé hacia él, dirección a la salida.
—Ese señor es tu padre y el que puede quitarte de la herencia —bromeé, haciendo reír a Giulio. —Así que prepara las llaves y vámonos, mi amado prometido.
Zev suspiró con fuerza, cabreado y cansado de mi con las manos en las caderas.
—Donna testarda... —Su acento era totalmente marcado.
Sonreí por ello.
—No me hace falta saber italiano para entender lo que me acabas de decir.
Empecé a caminar mientras dejé a Zev callado mirándome lo que me imaginaría que sería el trasero, ya que lo último que escuché de Giulio fue;
—Y dices que no es tu tipo, cuando no apartas la mirada de ella.
💍
El camino en coche hacia el norte de Chicago fue de lo más incómodo que había vivido en mi vida. No sabía si era por la discusión de anoche, por el beso que nos dimos, porque los escuché hablando de mí o porque íbamos a ir juntos a hablar con la señora Mancini.
Debía de ser una mezcla de todo, completando el puzzle que parecía tener un prometido de lo más amargado que me imaginaba.
—¿Puedes ir a visitar a tu rival sin que te hagan nada? Es terreno enemigo —contesté con mi cabeza apoyada en el respaldo de aquel coche de carreras.
Observé a Zev por unos segundos, viendo claramente sus tatuajes tan bien ilustrados en su piel definida.
—Las oficinas de Ginevra Mancini es terreno neutral. Tenemos un acuerdo no firmado en el que, si debemos hablar, podemos quedar en esas oficinas... —respondió—. Todavía no me han vetado de ahí, pero no lo descarto.
Hice una mueca con la boca mientras escuchaba el silencio del coche en ese momento.
De estar preocupada por no llegar a fin de mes y no pagar las facturas, a parte de aprobar cada asignatura en la universidad, ahora estaba preocupada por el futuro que me esperaba. Por ver como la mafia ya de por si había puesto la vista en mí, antes siquiera de que Giulio hablase conmigo.
Y fue ahí cuando las palabras de Mattia en la discoteca resonaron en mi mente. Las palabras de que él sería mejor esposo que Zev. ¿Acaso él también quería casarse conmigo? ¿Por que todos parecían interesarse en tener un matrimonio concertado con alguien como yo?
No pertenecía a ese mundo, no tenía familia que provinieran de la mafia, entonces... ¿Que tanto les intrigaba de mi? ¿Acaso había algo que se me escapaba?
—No quiero que hables, menos que sonrías. Tan solo quédate a un lado y mira a Ginevra Mancini seriamente. No apartes su mirada en ningún momento —habló con enfado, viendo como apretaba el volante con fuerza.
—Como sigas apretando así el volante, te vas a fastidiar los dedos.
Zev elevó la ceja, observándome unos segundos para luego responderme;
—¿Acaso te importan mis dedos?
Lo miré, sin apartar la mirada de sus ojos y dije;
—Conduce y calla.
Juré que la sonrisa tan socarrona de Zev volvía a aparecer en su rostro después del beso de ayer y ninguno de los 2 nos dijimos nada en todo el trayecto. Pero no pude evitar pensar en lo que sucedió la noche anterior, en el beso que nos dimos y uno de los motivos por el cual Zev Grimaldi estaba tan tenso. Cerré los ojos, negando con la cabeza mientras toqueteaba el anillo tan caro que mi prometido falso había comprado para mi.
El Ferrari de Zev se apartó en unos aparcamientos frente a un edificio que no era muy grande, pero se podía ver el lujo desde ahí. Los cristales estaban tan relucientes que parecían que los limpiaban cada semana. La forma que tenía el edificio, tan moderno, por no hablar de la seguridad que parecía tener en las puertas.
Cuando Zev se bajó, lo seguí, y juntos caminamos hacia aquel lujoso edificio uno al lado del otro.
—Olivia, cualquier cosa que veas, que escuches... Recuerda que estamos juntos en esto —habló Zev a mi lado y lo miré desconcertada. —No preguntes, tan solo confía en mi.
Sin entender el motivo, asentí aunque no muy confiada de lo que podría suceder en ese momento. Por ello, cuando Zev se presentó a los de seguridad que habían allí, ellos nos hicieron pasar por una máquina que detectaba el metal, por si teníamos algo que podría hacer daño. Me hicieron quitarme un momento el anillo para luego entrar al enorme edifico que había y quedándome anonadada por lo grande que era por dentro.
Zev, quien me esperaba con las manos en los bolsillos, sacó una de sus manos y la colocó bajo mi espalda, guiándome hacia los ascensores de dicho edificio, mientras volvía a ponerme el anillo.
Ahí, en la recepción, pude ver a 2 mujeres elegantemente vestidas, con uniformes oscuros y un peinado perfecto. Si no fuese por que en sus uniformes había una placa con sus nombres y apellidos que eran totalmente distintos, diría que eran hermanas o de la misma familia.
A sus espaldas había unas letras enormes que ponía "Mancini Associates" en un color dorado que relucía frente a las paredes negras que estaban a las espaldas de aquellas 2 trabajadoras. Una de ellas me miró, pareciendo sorprendida por quien me acompañaba, mientras que otra parecía morderse el labio muy poco disimulada mientras miraba el trasero de mi prometido.
Elevé la ceja para susurrarle a Zev;
—Una de las recepcionistas pide a gritos que le limpies el desagüe de abajo —bromeé con seriedad mientras miraba hacia esa recepcionista con cara de pocos amigos.
Zev comprendió lo que dije porque, al mirarme, su sonrisa parecía agrandarse.
—Y estoy seguro que mi futura esposa se encargaría de que eso no suceda.
Traté de ignorarlo para dedicarme a observar el lujoso lugar, cuando Zev y yo nos metimos en el ascensor y él apretó uno de los botones, notando como de rápido iba esa máquina hacia los despachos más altos.
Algo nerviosa por lo que me encontraría, entre la incógnita de quien era Ginevra Mancini y el estar encerrada con un hombre que iba a ser mi marido y que, posiblemente, no me importaría verlo desnudo otra vez, me hacía querer bajarme rápidamente de allí.
No ayudó para nada que Zev se acercase a mí, nuevamente, notando aquellos labios que saboreé con deseo la noche anterior delante de muchas personas, esta vez en mi oído, para susurrarme;
—Te veo nerviosa, ricitos.
Tratando de no mirarlo, respondí;
—Y yo veo que tu humor ha mejorado desde el beso de anoche —contesté sin vergüenza alguna.
Zev se lo tomó por sorpresa, quedándose callado por unos segundos antes de responder;
—Ideas tuyas.
Sonreí falsamente mientras le hice creer que no me interesaba la conversación, porque no le dirigí más la palabra en el ascensor hasta que las puertas del mismo se abrieron, mostrándome un lugar mucho más formal y elegante que la parte de abajo.
Nuevamente, las letras de "Mancini Associates" estaban ahí, con aquellas letras doradas que me hizo pensárselo realmente si eran de oro de verdad o habían tomado una copia perfecta. Aunque no me extrañaría que fuese oro de verdad, debido a lo ricos que parecían ser los Mancini como los Grimaldi.
Carraspeando, ambos salimos del lugar, mirando mejor todos los despachos.
Era una planta de oficinas donde habían cristales que separaban despachos, no teniendo absolutamente nada de intimidad en cada uno de ellos. La luz natural del sol entraba perfectamente gracias a esos cristales tan relucientes que parecían limpiar desde fuera cada semana, por no hablar del color negro que elegían para algunas paredes del lugar.
Nuevamente, vi varios trabajadores con uniformes elegantemente vestidos y otros que parecían tener ropa más a la moda. Arrugué la frente por el lugar, cuando Zev tomó mi mano por sorpresa y me guió hacia un despacho, el cual era el único que no tenía cristales que separaban de otro despacho, sino que había paredes en los cuales había intimidad.
Cerca de la puerta, había una placa que ponía; Ginevra Mancini.
Una mujer de unos 50 años, vestida como las recepcionistas de abajo, se levantó de su silla, frente al escritorio y nos saludó;
—¿En que puedo ayudarles?
Me imaginé que debía de ser la secretaria de esa matriarca.
—Soy Zev Grimaldi. —La expresión de la mujer cambió drásticamente. —Tengo una reunión con la señora Mancini.
La mujer observó lo que me imaginé que sería la agenda y luego asintió.
—Por supuesto, señor Grimaldi. Puede pasar.
Zev, sin soltarme la mano, abrió la puerta sin avisar, escuchando a la secretaria que decía;
—Señor, espere. La señorita que lo acompaña no puede entrar.
Zev se giró, con la puerta abierta y dijo;
—Con mi prometida voy a todos lados.
La secretaria fue a responderle, cuando los pasos fuertes de una mujer resonaron por el lujoso suelo, lo que parecían unos tacones, escuchando ahora sí, una voz femenina diferente.
—Pueden pasar ambos, señora Hamilton. No tengo ningún problema.
Al girarme, observé a una mujer totalmente distinta a la que me imaginaba. Una mujer muy atractiva, con un rostro definido y con algunas arrugas en su piel. Juraría que tendría como unos 45 años y no podía imaginarme que pudiese tener más edad.
También quizás ayudaba y mucho lo perfecta que iba maquillada, como su cabello pelirrojo estaba suelto. No era muy largo, pero estaba perfectamente peinado, cayendo por sus hombros y con unos ojos azules. Observaron a Zev y luego a mí detenidamente. Estaba vestida de ejecutiva, con una camisa blanca remangada y un chaleco negro.
Ahí fue cuando nos dio espacio para entrar, aunque su seriedad fue evidente al tener de frente a su enemigo público, a la familia contraria. Cuando escuché que ella cerraba la puerta de su despacho tan elegante como todo el edificio, volví a escuchar aquellos tacones caminando hacia su escritorio.
Desde ahí, podíamos ver los edificios altos de Chicago, las vistas de la ciudad que eran impresionantes en ese lugar.
La que me imaginaba que debía de ser Ginevra, sin mostrar mucha sonrisa frente a Zev, nos invitó a sentarnos.
—Por favor.
Su voz era dulce, aunque se notaba cierto poder, quizás por tener un imperio en una ciudad como esa. Zev lo hizo, soltándome la mano y yo lo seguí, sin entender mucho que hacía yo ahí. Tan solo estaba plasmando un papel que Giulio me había entregado para fingir ser una más de la familia Grimaldi.
Mi vista se dirigió hacia las fotos que tenía. Todas giraban hacia ella en la mesa, exceptuando una que estaba algo mal colocada. Era como si la hubiese tomado minutos antes y la hubiese estado mirando. Pero lo que me sorprendió no era como se encontraba la foto, sino las personas que habían en él.
Ahí se encontraba una Ginevra algo más joven, con el cabello mucho más largo y a su lado, sonriente a cámara, la madre de Zev, ya que la había visto en otras fotografías de los Grimaldi tenían en su mansión. Me sorprendió tanto que una persona, la cual se sospechaba que tenía indicios de haber asesinado a dicha mujer, tuviese una foto de una persona que ya no estaba y con esa mirada de felicidad que ambas tenían.
Me hacía plantearme si ambas eran mejores amigas y todo se vino abajo por algo que no conocía. Ahí recordé la imagen que Angela dibujó de 2 mujeres tomadas de la mano y con un cabello similar a ambas. Arrugué la frente y Ginevra, al dirigir su mirada hacia la foto, rápidamente la cambió de posición para que Zev no la mirase.
—Usted dirá, Grimaldi.
Carraspeé, esperando que esto no fuese mucho más allá de lo que me imaginaba.
—Su asqueroso hijo asistió a una fiesta de la que no estaba invitado y ha estado acosando a mi prometida —escupió con rabia contenida.
Varias piezas se me juntaron en el puzzle. Como lo que dijo Giulio de que el hijo heredero de los Mancini buscaba una esposa. Todo me empezó a encajar, pero habían muchas otras piezas que me faltaban... Demasiadas.
Podía notar el odio que emanaba Zev hacia esa familia y no era para menos, cuando tenías más o menos claro, que esa familia le había arrebatado todo a los Grimaldi. Me imaginaba que era por la madre de Zev y Angela... Pero quizás habían muchas otras cosas que se me escapaban.
¿Y si antes no eran rivales? ¿Y si antes era todo muy distinto?
Ginevra observó a Zev y negó con la cabeza. Parecía enfadada, no sabía si era por como llamó a su hijo Mattia, o por algo distinto a lo que me imaginaba.
—Siento que haya asistido a una fiesta en la que no es bienvenido, Grimaldi. Pero yo ya no puedo controlarlo —respondió la mujer. —Desde hace años me ha demostrado que no es una persona con la que se debe hablar.
Al escuchar aquello, todo me empezó a parecer mucho más extraño de lo que me imaginaba.
Arrugando mi frente, miré a Zev, que tenía sus puños cerrados.
—Contrólelo, señora Mancini. Porque como a mi prometida le ocurra algo por culpa de su hijo, no esperes que me controle como ocurrió con Sally.
Sally... ¿No era así como se llamaba la madre de Zev?
El rostro de la mujer pareció cambiarse al escuchar aquel nombre y se inundó de tristeza.
—Zev...
—No me tutee, Mancini —habló Zev.
Ginevra asintió y me miró por unos segundos.
—No puedo controlar a mi hijo. Ni si quiera sé donde se encuentra ahora. Soy consciente del daño que ha hecho y que sigue haciendo... Pero no tengo ese poder —respondió.
—¿Por qué? Eres la matriarca de los Mancini. Si no eres capaz de controlar a uno de los suyos, no eres capaz de controlar nada.
Aquello pareció no gustarle nada a Ginevra, quien se levantó se su sitio y caminó hacia el cristal. Observando la ciudad, dijo;
—Gracias a mi padre, Giulio pudo recuperarse de la quiebra que tuvo su estúpido negocio hace años.
—Eso fue hace 21 años —respondió Zev.
—De igual manera, no se escupe del plato que se le da de comer, Zev. —La mujer se giró para luego observarlo sin pestañear. —Desde hace 6 años no dejas de señalarme como la causante de la muerte de Sally.
—No nombres a mi madre, Ginevra.
—No me tutees, Grimaldi —contestó la mujer. —Jamás, en mi vida, le hubiese hecho daño a Sally. —Zev fue a contestarle, levantándose de la silla, pero ella lo frenó rápidamente. —Ni se te ocurra levantar la voz en mi empresa, Grimaldi... Tu no quieres abrir los ojos del que realmente le hizo daño. Pero te empeñas en culparme a mi o a mi difunto marido por lo que le ocurrió... Si tan solo supieses la verdad, no estarías aquí señalándome y dándole alianza a ese repugnante de Alonzo Rinaldi.
—¡Usted fue la causante de su muerte! Su marido le puso los cuernos con mi madre y no tuvo una mejor idea que ir a asesinarla a sangre fría.
Ginevra se enfadó al escuchar el tono tan amenazante de Zev y le contestó;
—No tuve ninguna culpa en su muerte.
—Hay vídeos de seguridad donde usted entraba a un hotel después de que su marido y mi madre entrasen. Y ahí ambos salieron, tanto su marido como usted, pero mi madre jamás salió —contestó Zev muy enfadado.
Ahí decidí levantarme y apartarlo de la mujer para que no hiciera ninguna estupidez. Aunque sabía que no lo iba a hacer. Estaban separados, pero estaba viendo a Zev tan alterado por la muerte de su madre, que me puse frente a él.
—Zev... —murmuré su nombre, colocando mis manos sobre su torso duro.
Tardó minutos en poder dejar de mirar a Ginevra para mirarme a mí y podía incluso ver como sus ojos empezaban a ponerse rojos, como si aguantase las lágrimas al hablar del tema. Al mirarme, noté como se iba relajando y se percató del número que estaba montando en ese momento. Juré que sus ojos me pedían perdón por lo que estaba haciendo.
—Señora Mancini... Solo he venido para pedirle que Mattia no se acerque a mi prometida... Solo eso.
Ginevra asintió.
—Haré lo que pueda, Grimaldi.
Zev me dio la espalda y salió del despacho, decepcionado consigo mismo mientras que yo caminaba hacia la puerta. Al girarme, me encontré con Ginevra observándome y tratando de hacer una pequeña mueca en sus labios, pero le costaba sonreír.
—Tu eres la llave para que Zev abra los ojos... ¿Como te llamas?
Clavé mis ojos sobre los suyos y dije;
—Lara... Olivia Lara.
Ella asintió y sonrió delicadamente.
—Siento haberte dado una mala impresión. Antes no nos llevábamos así entre los Grimaldi y los Mancini... Nos vemos, Olivia.
Asentí.
—Ginevra. —Me despedí, seriamente y salí del despacho para encontrarme a Zev pensativo, tratando de relajarse por lo que acababa de suceder.
Parecía perdido, demasiado. Era otro Zev totalmente distinto al hablar del tema de su madre, por ello lo tomé de la mano con cuidado y él me observó por unos segundos. Lo guié hacia el ascensor y así hasta la salida del edificio de oficinas y caminamos juntos hacia el aparcamiento, donde se encontraba su lujoso coche.
—Dame tus llaves. —Elevé la mano, esperando que me entregase las llaves de su Ferrari.
Él arrugó su frente.
—¿Por que?
—No vas a conducir en ese estado.
Zev hizo una mueca con los labios, para luego meterse las manos en el bolsillo y ponerme las llaves sobre mi mano.
Ambos nos subimos al coche y empecé a tocar el volante, con ganas de probar a conducir un Ferrari. Ya que era incómodo para sentarse, al menos podía probarlo como se manejaba. Él sonrió.
—No me lo arañes, ricitos.
Antes de ponerlo en marcha, miré el edificio y luego a él.
—¿Estás seguro de que fue ella?
Zev me observó y no cambió su expresión. Estaba serio, más de lo normal y asintió.
—Hay varias cámaras que la implican. Aunque no se ve cometiendo el delito...
—¿Como fue?
Zev no dejó de mirarme y habló tras unos segundos;
—La encontraron tirada dentro de un contenedor de basura, cerca de ese hotel, llena de cortes por todo su cuerpo. Se había desangrado allí dentro —respondió, costándole bastante poder hablarlo conmigo. —La policía ni se molestó en investigar demasiado, seguramente porque los Mancini ofrecieron mucho dinero para eso.
Asentí, pero no contesté nada más. Sabía que no debía meterme demasiado en todos esos asuntos. Pero no creía que las cosas fuesen tan fáciles como por un vídeo. Por la manera de mirar la foto y el dolor en la mirada de Ginevra, dudaba que fuese ella misma la que cometiese ese crimen. Aunque tampoco podía poner las manos en el fuego por nadie.
Arranqué el Ferrari y, sin hablar nada más, empecé a conducir por primera vez en mi vida un coche tan lujoso como ese.
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