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O C H O | E L A N I L L O 💍

«Cuanto más caro y brillante, más sombras había dentro»

Zev Grimaldi.

Mi mente no paraba de caminar a la velocidad de la luz.

Estuve toda la noche sin pegar ojo, pensando en las manos ensangrentadas de Zev y de ese hombre que comentó que no se robaba. La mirada tan oscura que puso cuando nos despedimos frente a frente, cada uno en su cuarto, antes de que él cerrase la puerta y no supiera nada más de él en las próximas horas.

Se notaba que no era para nada un héroe, que era un villano de sangre fría y lo veía en sus propios ojos. Pero en cierta forma, me imaginaba que él era un niño inocente, que vio como era su padre y la maldad que hacía, acabando por ser así con los años.

No comprendía nada, pero no debía meterme. Estaba ahí cumpliendo un trabajo, ser prometida de él para hacer temblar a la familia rival. Pero debía haber algo más, algo que se me escapaba.

—Estas apretando mucho el carboncillo, Lara. Prueba con hacerlo más sutil —respondió mi profesora a mis espaldas.

Estaba tan ensimismaba en mis pensamientos, que ni me acordaba de que estaba en mitad de una clase de pintura, con la modelo en medio de nosotros, cambiando de postura cada 15 minutos.

Carraspeé, asintiendo.

Lo sabía a la perfección. Llevaba dibujando toda mi vida, 23 años para ser exactos. Pero estaba tan encerrada en mi mente, todo lo vivido en la discoteca anoche y lo que vi de Zev, que mi mano apretaba tanto el carboncillo al dibujar, que estaba quedándose extraño el dibujo.

Dejé el carboncillo sobre una mesa que tenía al lado del caballete y me observé la mano izquierda, cubierta de carbón de lo fuerte que apretaba. Me quité parte con un paño y volví a tomar el carboncillo, esta vez, para dibujar a la joven que teníamos delante de nosotros con más delicadeza.

Y, como acostumbraba, dibujando me olvidaba de todos los problemas que me rodeaban alrededor.

Fue ahí mismo que la clase acabó, teniendo que recoger todas las cosas y, antes siquiera de que pudiese levantarme de la silla, la voz de una amiga loca que conocía entró como un rayo en la clase.

Hayley y sus ganas de conocer que ocurría en mi vida privada estaban ahí. Si ella supiera todo lo que había ocurrido en tan solo un fin de semana de mi vida...

Hayley iba a otro edificio. Dibujar no se le daba, antes terminaba tomando el cuadro y lo tiraría por la ventana o lo rompería en la primera pared que veía. Ambas éramos completamente distintas. Estudiaba algo que sus padres querían, no por ello significaba que no coincidiéramos en el campus aunque jamás tuviésemos una clase juntas.

—¿Quien es ese chico? ¿Te has acostado con él? ¿Lo hace bien? Dime que no es de esos que hablan después del sexo —respondió, sentándose al lado de mi con la profesora mirándola bastante mal.

La observé, acabando por recoger mis cosas y colgar mi mochila en el hombro. Al levantarme de la silla, Hayley me siguió. No iba a tener esta conversación dentro de una clase con una de mis profesoras favoritas.

—Primero, no me he acostado con él y, segundo, ¿que te importa mi vida privada?

—Mucho, porque últimamente tengo la sensación que es mucho más interesante que la mía —contestó como si nada.

"Dijo la que ya había hecho varios tríos..." —respondí para mis adentros.

Seguimos caminando mientras observaba la hora. Tenía que llegar en menos de 3 minutos a mi siguiente clase, así que solo negué con la cabeza y le dije;

—Es... muy largo de contar. Tan solo puedo decirte que ya no vivo en el edificio.

Ella se quedó callada unos largos segundos para ver el rostro de desesperada que llevaba y luego contestar;

—¿Y? —Alargó tanto esa "y" que parecía mucho más desesperada de lo normal—. Tía, me escribes un sábado por la mañana para decirme tales cosas, y luego te envío cientos de mensajes y te llamo como 20 veces y ni me respondes. ¿Eso es de buena amiga? ¿No sabes que no se tira el inicio de un chisme al tejado para luego no recogerlo? Eso es de maldad.

Reí ante ello.

Entré en mi siguiente clase y, al mirarla, le dije;

—Creo que jamás entenderías si te lo contase. Y... si te lo cuento, me llamarías idiota.

La mirada que me dedicó Hayley era "tenemos que hablar".

—De esta no te escapas —respondió en tono amenazante.

Tan solo, me reí por ello y asentí, adentrándome en mi siguiente aula.

Al sentarme al lado de una compañera, suspiré, porque lo último que haría sería contarle esto a Hayley. Al menos, la verdad. Tendría que decir una mentira para no involucrarla y más porque Giulio no quiere que diga esto a nadie. Solo debemos saberlo los 3 que será un compromiso falso. Hayley sabría que me terminaría casando, pero no que es todo una farsa.

Miré la mano llena de carboncillo, la cual ni me ha dado tiempo a limpiar y volví a suspirar.

💍

Rocky corrió hacia mí nada más verme y juré que era la mujer más feliz del mundo en cuanto este animal empezó a lamerme la mejilla.

Era un gesto tan simple y tan significativo, que un perro te quisiera más que nadie, que te llenaba de vida con tan solo escucharlo. Ahí fue cuando vi a Angela, la cual parecía tener un rostro mucho más feliz que las primeras vez que la conocí yendo a darle clases. Y no sabía si era solo por la presencia de Rocky, quien pasaba la gran mayoría de las horas de día, o también era por mi. Angela no paraba de hablar conmigo, de verse feliz por tener a 2 nuevos integrantes en la familia.

Si bien aun no sabía sobre nuestro compromiso, si se imaginaba algo que entre su hermano y yo tendríamos. No me gustaba darle falsas ilusiones a Angela, pero haría lo posible para que nunca sufriese.

Angela vino hacia mí corriendo con ese rostro de felicidad.

—¡Por fin has llegado! —gritó y, sin esperármelo, me abrazó con dulzura—. Estaba esperándote para comer. Tengo muchas ganas de enseñarte los dibujos que he hecho.

—Y yo estoy deseando verlos, Angela.

Juré que podía ver como se le iluminaban los ojos al escuchar aquello de mí.

Era como si no tuviese tanto cariño por parte de su padre. Que el único que estaba a su lado era Zev, pero al no vivir en esa casa, al menos, antes de venir yo, significaba que ella pasaba muchas horas sola, sin nadie con quien jugar, con quien disfrutar y charlar un rato. Y ahora que se veía con nuevas personas viviendo ahí, era como haberle dado mucha más energía.

Angela me tomó de la mano y me arrastró hacia el comedor mientras me decía;

—Me encantaría que me llevases tu a clase, ¿puede ser? —preguntó, esperando que mi respuesta fuese que "si"—. Mi padre siempre me acompaña, pero siempre está con el móvil atendiendo llamadas y mi hermano apenas tiene tiempo. Quizás así mis compañeros de clase no tendrían tanto miedo si viesen a alguien distinto.

Carraspeé y fue ahí cuando vi a Giulio, sentado en la mesa del comedor, en la zona más importante, leyendo su periódico mientras, sin mirarnos, escuchaba la conversación.

—Bueno, tengo que ir a clases también. Pero... —miré a Giulio mientras me sentaba al lado de Angela en el comedor—. Los miércoles y viernes voy una hora más tarde, podría llevarte si a tu padre y tu hermano les parece bien.

Giulio me observó sonriente y me guiñó el ojo, dándome el visto bueno.

Angela gritó y empezó a aplaudir por ello, mientras ya comenzaba con su plato de comida ya servido en la mesa.

Miré la mesa enorme y vacía, la cual el plato de Zev estaba puesto, pero vacío. Eso me hacía pensar que no se presentaría a la comida. Fue ahí cuando la voz de Giulio habló;

—Si esperas por mi hijo ya avisó que no se presentaría a comer. Ahora esta encerrado en el gimnasio que tenemos arriba —contestó. —Pero puedes empezar a almorzar tu, Olivia. Zev dice que va a llevarte a... Buscar una joya. —Los ojos de ese hombre me observaron, y decían algo que ya me imaginaba.

Aquello me hizo arrugar la frente para intentar entender que joya se trataba.

Luego Giulio me señaló el dedo anular y lo comprendí todo.

¿Un anillo de compromiso? ¿Acaso era realmente necesario y más sabiendo que era falso? Quizás a ellos le daban mucha más importancia a ese tema que yo. Solo esperaba que no se gastasen tanto dinero por ello, a sabiendas de que todo era un tema falso. Aunque, imaginándome de la familia que eran, quizás me estaba quedando corta. Pero, alejando todo ese tema, comencé a comer, hablando con Angela durante aquellos minutos que estábamos juntas.

En todo ese momento, me parecía extraño la actitud de Giulio, tan callado, leyendo el periódico, en vez de acompañarnos. Cualquiera que no lo conociera diría que estaba absorto a lo que estaba leyendo, pero yo sabía muy bien que Giulio Grimaldi era capaz de hacer eso y más y poder controlar la situación y lo que hablábamos. Todo eso sin mover los ojos de su lectura.

Giulio podría ser simpático cuando deseaba, al menos la cara que me había demostrado en las últimas semanas. Pero sabía que escondía otra cara, la que no se veía, la que ocultaba y seguramente mostraba a ciertas personas. Como el rostro de Zev la noche anterior tras la discoteca. Debía recordar que estaba rodeada de personas de la mafia, no personas que tan solo tenían una empresa. No...

—Cuando acabes, ve a la planta de arriba, pasillo izquierdo al fondo. Allí encontrarás el gimnasio de Zev —contestó Giulio sin levantar la mirada de su periódico—. Quiere hablar contigo antes.

—Claro. —Asentí, mirando fugazmente a Angela, ajena a todo.

Acabé en el comedor y me marché, prometiéndole a Angela que pasaríamos un rato juntas en cuanto llegase.

Acaricié a Rocky y subí las escaleras, dirigiéndome hacia el pasillo que Giulio me había avisado. Poco a poco iba pareciéndome menos siniestro esta mansión, sobre todo, el interior, aunque ciertas personas la hacían mucho más siniestra de lo que ya era.

La oscuridad del pasillo, por aquel decorado de madera al estilo antiguo, aunque muy bien arreglado y cuidado, era lo que más hacía temblar. Al menos, estaba llena de ventanas, donde se podía ver perfectamente el exterior, la luz natural, mezclado con la madera de esa mansión. Fue ahí que, cuando llegué a la puerta del que, supuestamente, era el gimnasio de Zev, empecé a escuchar una sonora música al más estilo Heavy Metal tras dicha puerta. Sin avisar, entré directamente.

En ese momento, vi un mundo aparte, totalmente distinto a la mansión, al más estilo siglo XXI con una enorme ventana que se veía toda la ciudad de Chicago, todo el cuarto era mucho más grande que el que tenía en esta mansión. Todo estaba lleno de máquinas de gimnasio, las cuales algunas conocía y otras no tanto. Pero lo que más me llamó la atención fue cierto personaje en una de las máquinas sin apenas ropa y con su piel cubierta de sudor.

Sin hacer el más mínimo movimiento, me quedé mirándolo mientras estaba boca abajo, con sus piernas apoyadas en una barra por lo alto y haciendo abdominales, marcándolos muchos más, contando incluso alguno nuevo de lo que creí que tendría.

No ayudaba para nada que solo llevase un pantalón de chándal y que, a pesar de ser un pantalón muy holgado, marcaba y mucho su paquete. No, no ayudaba en lo absoluto.

Al ritmo de la música, un sudoroso Zev contaba los abdominales, hasta que ya había llegado a un número lo suficientemente alto como para acabar esa sesión por hoy.

Él se bajó de aquella máquina y cuando se giró, su rostro agotado y serio se tornó en diversión pura y dura.

—¿Puedo preguntar cuanto tiempo llevas ahí, ricitos?

Elevé la ceja, cruzándome de brazos.

Lejos de mi horror por tener que casarme con este ser horripilante. Lejos de que me caía peor que una gripe en verano o un grano en el momento menos indicado, debía admitir que ese hombre estaba impresionante sin camisa. No ayudaba en nada verlo hacer deporte y menos tenerlo tan vulnerable frente a mí, con aquel pantalón de gimnasia cayendo por sus caderas, mostrándome mucha más carne de la que debería ver. A Zev le encantaba ser el centro de atención, eso no cabía duda.

—Lo suficiente como para saber que solo llegas a 50 abdominales boca abajo —respondí, caminando hacia una de los objetos de gimnasio que conocía a la perfección.

Rocé con delicadeza el saco de boxeo que había de color negro y ciertos recuerdos me invadieron la mente. Recuerdos duros, pero sin duda alguna, que tenía un inmenso cariño.

Escuché varios pasos hacia mí, hasta que noté la presencia suficientemente cerca de Zev.

—¿Serías capaz de hacer más que yo?

Cuando me giré, lo vi de brazos cruzados, con aquellos brazos musculados, lleno de tatuajes y con sus ojos oscuros observándome seriamente.

Elevé la ceja y sonreí.

—Tendría que volver a entrenar; pero es posible.

Zev arrugó su frente por ello y asintió, pero no me respondió nada más. Tan solo se acercó a su toalla y empezó a quitarse el sudor de su piel, no sirviéndome de ayuda y teniendo que dejar de mirarlo rápidamente.

—¿Es realmente necesario un anillo de compromiso?

Escuché como reía por lo bajo y, cuando lo miré, Zev ya estaba apoyado en una de las máquinas, con su cabello rizado revuelto y pegado algunos mechones en su frente.

—¿De verdad me estás haciendo esa pregunta?

No respondí, tan solo lo observé con seriedad mientras esperaba a que él contestase.

—Dime una cosa; vas a ser mi esposa; mía. Eso lo entiendes, ¿no? —Su voz parecía autoritaria, pero al ver que no respondía, continuó—. Si llevo este viernes a mi prometida a dicha fiesta para anunciar nuestro compromiso sin un enorme anillo que demuestre que serás mía y de nadie más, ¿que crees que creerán otras familias? Ahí habrán gente retorcida, enemigos de nuestros enemigos... Creerán que no nos lo tomaremos en serio.

Aquellas palabras me hicieron enfadar por lo que estaba escuchando.

—Nunca seré tuya. No soy un puto objeto, Grimaldi.

Él sonrió.

—Lo sé. Ni tu serás mía, ni yo seré tuyo. Pero las otras familias no lo saben y hay que saber fingir —contestó enfadado.

Apreté mi mandíbula ante aquello. Pero la sonrisa de petulante que puso nuevamente Zev era ya para ganarse un buen golpe en su rostro de guaperas.

Él se levantó de su sitio y caminó hacia mi, pegándome en una de las máquinas que había y sin dejarme espacio para escapar. Podía oler su sudor y sus musculados brazos se pusieron alrededor de mis hombros, sin tocarme, pero sin dejarme escapar de ese lugar. Podía ver algo extraño en su mirada, como un brillo que desconocía. Parecía gustarle y mucho esta situación, que estuviese ahí y que le dijese la contraria. Pero había algo más.

—Podrás estar con quien quieras sin pedirme permiso. Haz lo que te dé la gana, ricitos. Pero haz bien tu papel de esposa falsa y serás recompensada al final de todo esto, cuando nos divorciemos —respondió con un tono oscuro, bastante duro, más que nunca.

Tragué saliva por ello y coloqué la mano en su pecho, empujándolo para que me diese espacio. Él pareció sorprendido por mi reacción, pero no dijo ni hizo nada, tan solo me dio el espacio que le exigí y me dio la espalda.

—Así que espérame en la entrada. Cuando me duche y me vista, iremos juntos a colocarte un anillo en ese dedo.

Él caminó hacia una puerta que había dentro del gimnasio, encontrándome con un vestuario pequeño, con una ducha abierta. Lo seguí, quedándome en la puerta.

—¿Por que no me dijiste lo del guardaespaldas?

Estaría de espaldas, pero sabía cuando sonreía y podía decir a ciencia cierta que en ese momento lo estaría haciendo.

—¿Me lo preguntas ahora después de que mi padre te lo anunciara anoche?

—Tan solo responde.

Zev se giró, quitándose los zapatos deportivos a un lado y metiendo sus manos en sus pantalones. No ayudaba en nada que él tuviese las manos metidas ahí, porque sabía que lo hacía adrede, más para provocarme después de la primera vez que lo vi completamente desnudo.

Él sonrió más.

—¿Que esperabas? —preguntó, empezando a mover sus pantalones, mientras sus músculos de su cuerpo se tensaban por cada movimiento que hacía. —Soy Zev Grimaldi, el hombre más odiado por varias familias mafiosas en este país y de Italia. Un hombre sin escrúpulos, capaz de hacer lo imposible por conseguir lo que desea. —Su voz era ronca, porque sabía que estaba invadiendo su privacidad y estaba dentro de ese vestuario, solos, mientras él me observaba a la vez que se estaba a punto de quitar toda la ropa. Podría decir incluso que le gustaba que lo mirase de esa manera. —Me tienen puesto un precio a mi cabeza y serían capaces de hacer lo que fuese por destrozarme. Y tu vas a ser mi esposa... Serías un blanco fácil.

Entonces se quitó los pantalones de chándal sin dejar de mirarme a los ojos, provocándome. Pero yo no bajé la mirada hacia su miembro, es más, ni retiré la mirada de sus oscuros ojos mirándome. Cosa que pareció gustarle.

Con los brazos cruzados, contesté;

—Pero no te importo. Podría desangrarme aquí mismo y no harías nada por salvarme, ¿por que serías capaz tu de ponerme un guardaespaldas?

Zev mostró sus dientes ante mi respuesta y contestó como si nada.

—Yo no lo puse, fue Giulio quien lo hizo. Él es quien se preocupa por ti.

Aquello me enfadó, pero no respondí por su contestación. Solo asentí por ello mientras él caminaba hacia la ducha, pudiendo ver su trasero desnudo y bien trabajado mientras abría el agua de la ducha.

—Tu no tienes. No te he visto con protectores.

Zev me miró, ahora mojado por el agua de la ducha y me dijo;

—Porque no me hace falta. ¿Sabes como me llaman? —Negué por ello. —Lucifer, diablo, demonio... Soy lo peor, nena. Yo no necesito protección, porque yo soy el monstruo y si a ti te encanta tu vida, más vale hacer caso a lo que te diga mi padre.

Suspiré mientras él me miraba desde esa parte y, sin contestar nada más, me giré, saliendo del vestuario y del gimnasio, mientras caminaba enfadada por Zev Grimaldi. No por el tema de la protección, sino porque sería capaz de dejarme tirada si me hiciera falta ayuda porque es un maldito cabrón, un ser horrendo que no tiene corazón ni sentimientos.

💍

—¿Sigues enfadada porque no me preocupo por ti y por tu seguridad?

Tan solo escuchar la voz de Zev me ocasionaba ganas de vomitar.

Llevábamos juntos un buen rato en su flamante coche rojo, mientras él conducía camino hacia una de las zonas más caras de Chicago. Y si, estaba tan callada que hasta Zev le pareció completamente extraño que no me metiese con él. Tanto fue así, que él mismo decidió romper el silencio preguntándome tal idiotez que no iba a responderle.

—¿Por que no conduces y te callas?

No lo miré, pero podía jurar que parecía sorprenderle mi enfado.

—Ninguna mujer se enfada conmigo. No sé porque tu si —respondió cortante.

—¿Y eso te molesta? —ironicé.

Negó con la cabeza, no para responderme, sino como algo molesto por no ser igual que las demás que él ya está acostumbrado a conocer.

Suspiré fuertemente mientras observaba la ciudad, las calles del lugar y todo. Tan solo quería silencio y en ese momento tener tan cerca a Zev me irritaba más que en todos estos 4 días. Si así habíamos comenzado, no quería ni imaginarme como debía ser más adelante, una vez ya estuviésemos casados y viviendo en ese apartamento tan elegante que Zev decía tener en el centro de la ciudad.

—Normalmente les doy lo que quieren.

Lo miré, clavando mi mirada en su rostro serio y, cuando paró frente a un semáforo en rojo, me miró y le contesté;

—Solo sirves para fornicar, no sé si eso es bueno o malo a largo plazo que solo sepas hacer eso.

Más que hacerle reír, parecía enfadarlo, ya que ese había sido mi objetivo. Porque como empezara a reírse en este momento, iba a ser peor para ambos.

—Vamos a comprarte un maldito anillo —contestó completamente enfadado, apretando el volante y viendo como las venas de sus manos se marcaban.

No nos dirigimos la palabra durante el resto del viaje. Ni cuando se bajó del coche y yo tuve que hacer otro esfuerzo para no tropezarme por la tontería de coche tan caro y tan incómodo que tenía.

Caminamos hacia la joyería más cercana que había y él me dejó pasar primero, aunque no le observé la cara. Había tensión, demasiada, de esa cuando estabas bastante enfadada con alguien.

Zev sacaba lo peor de mí y no entendía porqué. Yo no era así, pero él conseguía hacer salir a mi "yo" interior que siempre mantenía encerrada.

Un hombre elegante se colocó tras su mostrador, sonriendo por completo mientras primero me miraba a mi y luego a Zev, que caminaba tras de mí en silencio. La joyería era, sin duda, totalmente elegante, amplia, llena de luces y con anillos que no bajaban de los 400 dólares. Era todo tan caro que casi me da un paro cardíaco de tantos precios altos.

—Buenas tardes, señor Grimaldi. Señorita. —Nos saludó alegremente.

Vaya, otro que conocía al estúpido que tenía a mis espaldas.

Cuando Zev se colocó a mi lado, ni siquiera lo miré, no tenía el humor esa tarde para siquiera mirarlo.

—Buenas —contestemos Zev y yo al unísono.

Lo observé unos segundos, pillándolo justo cuando me miraba y podía ver su rostro de malhumorado. Carraspeó y observó al hombre que teníamos delante.

—Señor William, espero que le vaya bien su negocio.

—Mucho mejor, gracias. —El hombre me miró de arriba abajo, y juré que podía ver cierta mirada asquerosa de ese señor.

Aquello me tensó, recordándome a la noche de aquel verano en Portugal. Para no tener que mirarlo, decidí fingir que miraba anillos. Solo esperaba no estar mucho tiempo ahí mismo.

Hubo un largo silencio y juré que Zev me estaba mirando al ver el reflejo en el cristal del mostrador, pero dije que me pareció porque había un foco de luz que iluminaba justo esa parte, trasparentándose en el cristal.

—Williams, ¿que mira? —La voz de Zev parecía de cierto enfado.

El hombre carraspeó y cuando levanté la mirada, él negó rápidamente.

—Nada, nada, señor Grimaldi. ¿En que puedo ayudaros?

Zev fue el que habló, aunque ni me molesté en mirarlo.

—Buscamos un anillo de compromiso. El más caro que tenga. Y rápido —habló seriamente, sin esa sonrisa que le caracterizaba.

Seguramente seguiría enfadado con lo que hablemos en el coche y quizás, empecé a pensar que me habría pasado respondiéndole aquello. Pero no iba a hablar más del tema. Pero cuando levanté la mirada, vi a Zev con cierta mirada de enfado, serio, mirando al hombre que teníamos delante, poniéndolo rápidamente nervioso.

—Cla... Claro. Síganme.

Zev y yo caminamos hacia el hombre, quien se metió dentro de una habitación donde tenía muchas más joyas y nos hizo sentarnos en el sofá diminuto que tenía en mitad del cuarto. Zev y yo, como estábamos tan bien, teníamos que rozar y mucho nuestras piernas en ese preciso momento.

El hombre con apellido Williams, sacó una caja llena de anillos y nos las puso frente a nosotros. Empecé a mirar cada uno de ellos, pero me estaba hasta mareando de los precios, tanto que preferí observar otra cosa que no fuese dichos anillos.

—No me gusta ninguno —respondió Zev cortante. —¿Que más tiene?

—Pero... Estos son los más caros que tengo.

Zev negó rápidamente.

—Debes tener otro. Si no tienes, nos vamos a otro lugar, Williams —contestó.

No entendía porqué era tan cortante con él. Tampoco conocía a Zev como para decirlo exactamente. Con la mujer que me atendió con el tema de los vestidos no había sido así, aunque estuviese muerta de miedo por el poder que tenía. Pero había sido incluso más simpático y comprensivo. Con el hombre que tenía frente a mi apenas apartaba su mirada de la de él.

Zev se levantó del sofá, con sus manos en los bolsillos y empezó a mirar los anillos que habían ahí. Cada uno de ellos.

Me hacía gracia que él fuese el que quisiera elegirlo, sabiendo que era yo quien lo tendría puesto.

El aire de poder que tenía Zev era sin duda único. Su manera de caminar, la forma de mirar, su galante... No me extrañaba que las mujeres estuviesen detrás suya. No obstante, no significaba que yo quisiera algo con un hombre tan arrogante y engreído como Zev Grimaldi.

—¿No quiere mirar los anillos, señorita? —preguntó Williams.

—No te dirijas a ella. Pocos merecen siquiera respirar su mismo aire —habló un Zev completamente extraño que desconocía, el cuál ni siquiera se giró para mirarlo.

Su manera tan vulgar, tan brusca de contestarle, hizo que el hombre callara mientras observaba hacia otro lado. Arrugué mi frente por la respuesta de Zev.

—Ella llevará el anillo puesto, pero quiero ser yo quien se lo elija. El anillo perfecto, que cuadre en su dedo anular —respondió él. —Y cualquier anillo no es válido para ella. Ella merece llevar el anillo perfecto.

Fue ahí que paró frente a uno de ellos, pero al estar de espaldas ni siquiera podía saber cual anillo era. solo sé que se quedó unos segundos antes de que señalase el mostrador y dijera;

—Este. Quiero que me lo enseñe.

—Eh... Señor Grimaldi, ese anillo...

—Muéstremelo, Williams —respondió cortante.

El hombre se acercó y abrió con su llave el mostrador, sacando el anillo.

Ambos estaban de espaldas y no podía ni siquiera mirar que tipo de anillo llevaba entre las manos Zev. Me estaba hasta poniendo nerviosa y más sabiendo lo caro que podría llegar a ser. No quería ni siquiera imaginarme si era demasiado grande que lo odiaría tener que llevarlo estos meses.

—Este es el perfecto.

—Pero... Señor Grimaldi, ese anillo cuesta casi un millón de dólares.

Casi se me cayó la mandíbula al suelo al escucharlo.

—¿Y?

Zev lo miraba como si fuese un estúpido.

Él se giró, anillo en mano y me observó desde aquella altura de él, mientras yo estaba sentada en el sofá.

—No tengo dudas de que este será el anillo idóneo, pero habrá que hacer las cosas bien para este viernes —respondió con una voz un poco más dulcificada.

Fue ahí que colocó una rodilla en el suelo frente a mí y, tomando mi mano, pude sentir cierta sensación, una atracción que me tembló hasta mis entrañas. Zev me observó para luego colocarme el anillo con delicadeza.

Ahí lo observé, un anillo de lo más simple, algo grueso y de color rosado, un color de lo más hermoso que jamás creería poder ver. Como artista, admirar este color era sin duda una de las cosas que más me gustaban. En el centro había un diamante, no muy grande, que encajaba a la perfección en mi dedo anular. Tan perfecto como el propio anillo.

—Este, sin duda —respondió Zev, levantándose rápidamente del suelo y sacando su cartera, donde pude ver su tarjeta de crédito. —Rápido, que tengo prisa.

—Eh... Claro.

El hombre salió corriendo para tomar la máquina para poder cobrar y me levanté con semejante millón de dólares en el dedo anular.

—No puedes comprarme este anillo, Zev... Solo serán unos meses.

Zev me observó con cierta seriedad y respondió;

—Ese es tu anillo, ricitos. —Y, nuevamente, volví a ver como su sonrisa se ensanchaba con cierto aire de chulería, volviendo a ser el Zev de siempre. —No lo pierdas y menos dejes que un tío te lo robe.

Me dio la espalda y salió de allí sin siquiera esperarme.

Negué con la cabeza mientras salí de allí.

Una vez pagó todo, se marchó, esperando a que fuese yo la primera en marcharme. De ahí no supe que ocurrió, ya que esperé fuera del local y pude ver como Zev se acercaba al mostrador, observando al hombre que parecía atemorizarse por lo que podría decirle él.

Arrugué mi frente sin comprender nada, cuando bajé mi mirada hacia el anillo, sin comprender todavía el cambio tan drástico que había dado mi vida. Jamás creí que podría llevar tal bestialidad de anillo en mi dedo. Más sabiendo el precio. Negué con la cabeza, algo atemorizada de llevar algo tan caro por la calle.

Zev salió con sus manos en los bolsillos y con seriedad.

—Te has portado como un estúpido ahí dentro —respondí.

Lejos de que no me gustase como me miraba aquel hombre, tampoco me gustó como había tratado Zev a ese trabajador.

Zev, abriendo su coche, entramos juntos y, una vez dentro de aquel coche, respondió;

—Porque no viste como te mirada, el muy podrido —contestó—. De no ser porque conozco al dueño y es un hombre entrañable, no le hubiese comprado al pervertido de su hijo. Da las gracias que no vuelva atrás para demostrarle como se mira a una mujer.

Ahí zanjó el tema y arrancó el coche. No sin antes mirarme unos segundos, mostrando su sonrisa para decirme;

—Todos, este viernes, caerán rendidos a tus pies y así yo tendré más poder en esta ciudad —contestó.

Pero yo, tan anonadada por el anillo, lo observé unos segundos para luego volver la vista en aquel millón de dólares.

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