N U E V E | A N U N C I O D E C O M P R O M I S O 💍
«El rostro de todos nuestros aliados tras el anuncio, era sin duda para enmarcarlo. Pero prefería ver el rostro de mis enemigos en cuanto se enterasen»
Giulio Grimaldi.
Los días habían pasado mucho más rápido de lo normal. Quizás porque no tenía que verle la cara tan a menudo al estúpido de mi prometido, o quizás porque Angela y Rocky me hacían la vida mucho más feliz de lo que llegué a pensar.
Si bien jamás supe lo que era tener un o una hermana, el estar sola toda mi vida y aprender a vivir de esta manera, tener a Angela y Rocky había sido lo único que me alegraba de este cambio de vida. Fue por ello que ese día, horas antes de nuestro anuncio de compromiso, le prometí a Angela que la llevaría a clases.
Era viernes y, aunque ese día iría una hora más tarde a clases de arte, preferí prepararme antes para poder acompañar a la pequeña. Rocky, en cambio, estaba acostado en su rincón favorito de la habitación, el cual se había adueñado y no quería que nadie lo molestase.
Tras sacarlo a pasear, se encontraba nuevamente recostado en su zona, algo dormilón aquel viernes. Me acerqué para acariciarlo.
La puerta sonó varias veces y la voz dulcificada de una niña cantó mi nombre, deseosa de entrar. Sonreí al saber de quien se trataba.
—Angela, te veo contenta hoy. ¿Por que es viernes o voy a acompañarte? —pregunté tras abrirle la puerta y dejarla entrar.
Vi como, con su mochila puesta, corrió hacia Rocky y lo abrazó, haciendo que el perro moviese la cola feliz de la cercanía de la pequeña.
—Por ambas, pero sobre todo, porque vas a venir a acompañarme —contestó, acercándose a mi para abrazarme.
Reí mientras escuchaba varios pasos por el pasillo, sabiendo lo que significaba.
El carísimo y delicado anillo que me había comprado y elegido Zev para mi, descansaba en mi dedo anular. Aunque a decir verdad, era la segunda vez que me lo ponía, ya que no quería llevarlo en clase, más por mi mejor amiga y sus preguntas. Aún trataba de buscar como comenzar la charla con Hayley para decirle que en 2 meses estaría casada con uno de los hombres más ricos y temerarios de Chicago.
Zev apareció por la puerta, quedándose en el marco para ver la escena de su hermana y yo juntas. Zev, con sus manos en los bolsillos, esa sonrisa de que todo le hacía gracia y esa mirada de que nada le importaba, hizo mirarme unos segundos hasta que preguntó;
—¿Nos vamos ya?
Angela, que parecía mucho más feliz por ir a clase de lo que nadie diría jamás, asintió para salir junto con Rocky por el pasillo hacia la salida de la mansión.
Reí por ello.
—Ese es el efecto que tiene mi hermana —contestó Zev al ver mi sonrisa. —Jamás creí que te vería sonreír de esa manera.
Elevé la ceja, metiéndome las manos en los bolsillos y caminando hacia él. Cuando estuve a una distancia prudente de él, respondí;
—Nos conocemos de tan solo una semana, Grimaldi. No me conoces en lo absoluto.
Le hice a un lado y caminé por el pasillo con tranquilidad, mientras escuchaba como sus lujosos zapatos hacían ruido por el lugar.
Caminando de una manera distanciada, Zev decidió mantener una conversación conmigo.
—A las ocho tienes que estar ya lista y preparada para salir a la fiesta. Quiero que todos se le caigan la baba al verte —contestó.
Fue ahí cuando lo vi a mi lado, con aquella camiseta negra con mangas cortas, mostrando sus tatuajes de sus brazos.
—¿Que vestido te vas a poner? —Zev y su vena por saberlo todo.
Sonreí, sabiendo que podría meterme con él en ese momento.
—Pensaba no ponerme nada, tan solo el anillo y unos zapatos de tacón.
Dejé de escuchar los pasos galantes de Zev y yo continué caminando, sonriente por imaginarme el rostro que habría puesto.
—Sería un escándalo para muchos de nuestros aliados —bromeó, retomando nuevamente sus pasos.
Juntos, bajamos la escalera y ahí pude notar la mirada de Zev en mi cuerpo. No quise mirarlo porque a veces me ponía de los nervios esa mirada de chulesco que tenía. Angela, mientras ya había salido de la mansión y estaba fuera, jugando con mi perro Rocky, quien estaba más que encantado de la presencia de la pequeña.
—¿No crees que esos vaqueros son muy apretados? —cuestionó Zev, poniéndose sus gafas de sol y saliendo antes que yo de la puerta de entrada.
—¿Por qué? ¿Acaso te molesta?
Nos miramos fugazmente con una sonrisa chulesca, pero no nos dijimos nada más y él empezó a caminar hacia un todoterreno que había aparcado cerca de su flamante e incómodo Ferrari. Me imaginé que sería el coche de Giulio, ya que estaba adaptado para Angela. Cuando Zev ayudó a su hermana a subir del coche, ambos subimos al todoterreno y nos dirigimos hacia las clases de Angela.
Desde aquí, observé las vistas saliendo de la mansión, de lo alejados que estábamos de la ciudad, llegando por la autopista y terminando en el centro de Chicago. Una ciudad que, sin lugar a dudas, estaba bien separada de los habitantes pobres a los ricos. Y, dependiendo de que zonas eras, había más posibilidades de ser atracado o agredido por algún delincuente.
Donde vivía hacía apenas una semana, siempre iba en alerta cada vez que llegaba caminando a mi casa y Rocky era sin duda el que me protegía. Ahora todo había cambiado, pero eso no significaba que no hubiese delincuencia en zonas adineradas, que no estuviésemos en peligro. Todo estaba empeorando en Chicago y ahora que sabía que había no una, ni dos, sino varias familias que pertenecían a la mafia, no me extrañaba que el lugar fuese inseguro.
—Te veo distraída —contestó Zev, conduciendo aquel todoterreno.
Al mirarlo a los ojos, me di cuenta que tan solo no quería hablar, no quería agotarme para meterme con él, ni responderle con cualquiera de mis respuestas. Estaba pensativa y empezaba a darle vueltas a si esto había sido buena idea, que una vez metida dentro de la mafia podría salir ilesa en los próximos 6 meses o algo más.
Y empezaba a dudarlo, pero también era demasiado tarde para dar marcha atrás.
Tan solo no respondí y dejé de mirarlo para observar desde el espejo lateral del todoterreno como una Angela distraída mientras cantaba en voz baja una canción que Zev había puesto de la radio.
Zev aparcó frente al lugar y ambos nos bajamos para ayudar a Angela. Ella se acercó a Zev y luego, tras darle un abrazo a su hermano, me lo dio a mí como si también fuese su hermana.
—Gracias por venir, Oli —susurró Angela con una sonrisa y luego se giró.
Ahí me fijé que muchos se agrupaban, hablaban entre ellos, pero ninguno se acercaba a Angela. Apreté la mandíbula sin poder hacer nada, cuando uno de la misma edad de Angela se acercó a ella.
—Hola, ¿eres de la clase de la profesora Taylor?
El joven, de un cabello rubio y un poco más alto que Angela, la observó algo temeroso y tímido, quizás porque no conocía a nadie de allí. Miré a Zev disimuladamente y este estaba bastante serio, con la mandíbula apretada. Traté de aguantar la risa por ver la sobreprotección del hermano de Angela por ella.
—Si, ¿eres nuevo? —preguntó Angela que, al ver que este asentía, le contestó—. Puedes venir conmigo. La señorita Taylor es muy simpática y seguro que harás muchos amigos.
El pequeño sonrió y este le dijo;
—Me llamo Adam Ness.
Angela, con un rostro distinto, como si no supiese hacer amigos, sonrió y respondió;
—Angela Grimaldi.
—¿Puedo sentarme contigo?
Angela me miró, como pidiendo auxilio, ya que no sabía como sería realmente un amigo que no fuese su propia familia y le dije;
—Claro, Angela está más que encantada de acompañarte el día de hoy.
—Bien —contestó Adam sonriente. —Podemos ser amigos.
Zev estaba de lo más serio y trató lo imposible para no decir absolutamente nada. Y es que, yo pondría las manos en el fuego de que Zev prefería que el primer amigo de Angela no fuese Adam. Pero él no puede decidir por nadie.
Angela me miró sonriente y me dijo;
—Gracias, Oli. —Parecía más como si mi presencia fuese de ayuda, pero yo no había hecho absolutamente nada.
Sonriente, ambos entraron a clase charlando cuando los perdimos de vista ya con el resto de la clase. Me giré para mirar a Zev.
—¿Que te pasa en el rostro, Grimaldi? Parece que te ha dado una parálisis —contesté divertida, cambiando de rumbo hacia el coche mientras el resto de padres que pasaban a nuestro lado trataban de evitarnos.
O lo que era mejor dicho; trataban de evitar a Zev Grimaldi.
—¿Para que ayudas a mi hermana con ese tal Adam Ness? Lo último que quería ahora era también preocuparme por ello.
Lo miré arrugando el rostro mientras me hacía gracia el rostro de tonto que se le había quedado al heredero de la mafia italiana. Hice lo posible para no tener que reírme en alto, pero mi sonrisa no podía evitarla y eso a Zev no le gustaba.
Negué con la cabeza mientras caminaba hacia el coche y dejaba atrás a un hermano protector que, al ver que ya estaba subiéndome al todoterreno, decidió dejar atrás la idea de entrar al lugar para subirse al coche conmigo y dejar ese tema atrás.
💍
Me observé al espejo algo nerviosa. Faltaba muy poco para la "gran noche". La noche en la que los Grimaldi me presentarían en sociedad con las otras familias y terminarían por saber todos ellos que sería la futura esposa de Zev. Un hombre sin escrúpulos, imbécil, arrogante, infiel y con un alma tan oscura como sus ojos.
Si, estaba de lo más nerviosa posible.
Observé mi cabello, suelto y con los rizos más pronunciados. Mi pelo llegaba por la zona de mi pecho y eso que tener el cabello rizado hacía recogerme más el pelo oscuro que poseía. Me había maquillado, un poco más que en otras ocasiones y mis labios, con un color rojo carmesí, pegaban a la perfección con el vestido rojo que iba a ponerme para esa noche y que descansaba en uno de los roperos que había en todo mi cuarto.
Carraspeé mientras Rocky me observaba con la cabeza ladeándola, parecía verme algo bien distinta a otras ocaciones y era normal. Hasta yo me veía una mujer más poderosa de esta manera, más formal, más... explosiva. Debía amoldarme al papel y por ahora, creía que se me estaba dando bien.
Acercándome al vestido rojo, miré fugazmente el anillo sencillo y caro que me había comprado Zev y que había elegido él mismo con su gusto peculiar para elegir joyas. Nerviosa por quienes me encontraría esa noche allí, allá a donde fuésemos a celebrar nuestro anuncio, era lo que me había dejado toda la tarde con un nudo en el estómago.
Suspiré con fuerza.
—Soy estúpida, Rocky... —Mi perro me miraba, levantando las orejas y continué—. Ni siquiera sé si los Grimaldi cumplirán con su parte del contrato y yo estoy aquí, haciendo la estúpida.
El perro ladró y se acercó al vestido para atraerlo hacia mí, como si quisiera que ya mismo me lo pusiera. Arrugando la frente, tomé el vestido y, sin esperar más, mirando como Rocky me animaba, decidí ponérmelo y que fuese lo que el destino tuviese preparado para mi.
💍
Con paso decidido, salí de mi cuarto, caminando por el largo pasillo de la mansión Grimaldi. Observé fugazmente la puerta de Zev que estaba frente a la mía, sin saber si seguía ahí dentro preparándose o estaría vacía.
Ni me preocupé por ello, por lo que seguí por aquel largo pasillo dirección hacia la escalera y, poco a poco, iba escuchando más murmullo en la entrada a la gran casa. Tan solo lo ignoré, aunque por dentro estaba muerta de miedo. Mi estómago estaba demasiado revuelto como para probar un solo bocado y parecía que acabaría teniendo un paro cardíaco en cuanto viese a más gente desconocida.
Al llegar al borde de la escalera, miré a todos los que estaban ahí. Giulio, bien vestido hablando con su consigliere Lucas, un hombre tranquilo, serio, pero totalmente educado. Todo lo contrario a mi futuro marido.
Varios hombres bien vestidos estaban también acompañándolos, pero no hablaban. 2 de ellos eran los hombres que me acompañaron la primera noche a mi antiguo piso de Chicago. Me supuse que serían guardaespaldas o matones... O ambas cosas.
Angela estaba jugando con Rocky en una esquina, mientras la ama de llaves la cuidaba con cariño, junto con el mayordomo que me acompañó la primera vez que visité mi cuarto en esta mansión. Si bien era muy serio el hombre, sin duda, también era educado.
Zev lo visualicé no muy lejos, en medio del enorme salón, con sus manos en sus bolsillos en esa pose tan Zev. Llevaba una postura recta, con mucha seguridad y su pelo corto y rizado estaba muy bien peinado esa noche. Por no hablar de smoking que llevaba puesto totalmente negro y que, el muy engreído, le quedaba como un guante. Parecía un modelo sacado de revista con esa mirada penetrante y seguro de sí mismo.
Viendo a todas esas personas me pregunté que mierda estaba haciendo ahí, cuando yo no era una Grimaldi, cuando era una cualquiera de la ciudad. Alguien que solo escapaba de su pasado.
Fue ahí cuando Angela me miró y juré que sus ojos se iluminaron al ver mi vestido.
—¡Oli! ¡Estás preciosa! —chilló al verme desde la lejanía.
Todos me observaron y mis nervios se incrementaron por desgracia al notar tantos ojos clavados en mi. En mi rostro se podía prever preocupación, nerviosismo, miedo. Lo notaba yo, los demás también debían notarlo. Por eso, cuando bajé las escaleras, sujetando parte de mi vestido, levantando la tela roja para no caerme, vi como Zev clavaba sus ojos sobre mi, jurando que sonreía de una manera distinta a otras ocasiones.
Podía notar sus ojos clavados en mis ojos, luego bajando por mi cuerpo, observando lo bien que me quedaba ese vestido y lo ceñido que era. No tenía mangas, por lo que mis brazos estaban totalmente libres. Había una raja perfectamente hecha en mi pierna izquierda y el vestido llegaba hasta mis tobillos. Sin lugar a duda, era un vestido perfecto para la ocasión, aunque me pregunté si me había pasado. Pero cuando llegué al salón y todos seguían mirándome como si fuese una persona distinta, el que vino a buscarme fue Zev Grimaldi, sin retirar sus manos de sus bolsillos.
No dejó de mirarme de aquella manera tan peculiar de él, aunque parecía un poco más serio.
—Elegiste el vestido perfecto para la ocasión —contestó sin siquiera pestañear.
Tragué costosamente de los nervios previos al anuncio y Giulio se acercó a nosotros, para dirigirse a mí.
—Estás bellisima, Olivia —contestó con su sonrisa.
No les respondí a ninguno de los 2, solo asentí, aunque dudaba que llegase a bajarme del coche con las piernas sin sentirlas de gelatina.
Nerviosa, sin saber hacia donde mirar, me quedé quieta hasta que Giulio dio luz verde para salir.
—Ustedes irán en el todoterreno. Angela y yo nos iremos en coche antiguo. Les acompañarán Carlo y Fabio —dijo el jefe Giulio, sonriéndome y guiñándome un ojo para luego acercarse a su hija y marcharse ambos al mismo coche.
Observé a los hombres que me acompañaron aquella noche esperándonos en la puerta, cuando Zev sacó su mano de su bolsillo y colocó el brazo hacia mí, esperando a que yo colocase mi mano sobre su antebrazo. Uno de los pocos gestos caballerosos que Zev tenía conmigo.
—Vamos, que me da la sensación de que te vas a caer de bruces y romperás ese vestido tan caro que te compré —contestó con esa petulancia tan suya que me hacía envenenar.
Lo observé enfadada.
—No me toques las narices ahora.
—¿Por qué? Pensaba que era uno de nuestros juegos —bromeó, pero al ver que no respondía de los nervios, dijo—. La primera vez es normal que te comportes así si no perteneces a este mundo, pero ya te irás acostumbrando.
Coloqué mi mano sobre su antebrazo, oliendo mucho mejor el perfume masculino que él se había puesto.
Carraspeé y dejé que el aire de la noche me refrescase el rostro. Miré los alrededores de la mansión antes de abandonarla, dejando atrás a la ama de llaves, al mayordomo y a Rocky, que estaría muy bien cuidado con ambos.
Y cuando estábamos solos, aproveché para susurrarle;
—No sé si soy la persona idónea para ser tu esposa falsa, Zev —contesté, incluso, hasta con la voz temblorosa.
Me imaginé que Zev sabría que estaba nerviosa, no solo por como me comportaba, sino porque apenas solía decir su nombre. Mi voz lo delataba por completo.
Sabía que este era el momento, donde todos descubrirían quien era, me investigarían y sabrían que sería una don nadie. Todo lo de esta semana era una tontería comparado a todo lo demás, a lo que vendría.
¿Donde me había metido?
—Tonterías. —La voz de Zev era fuerte. —Solo tienes que ser tu, demostrar a los demás como eres. No me temes, incluso me respondes siempre aunque me cabrees. —Aquello me hizo recordar a la discusión que tuvimos la tarde que fuimos a comprar un anillo de compromiso. —Sé así, tan solo demuestra que eres una mujer poderosa y fuerte y que no le temes a nada.
Zev era bastante alto. Incluso los tacones que llevaba puesto esa noche que me levantaban varios centímetros, no me dejaban alcanzarlo, ya que seguía sacándome una cabeza.
Respiré profundamente y observé a Zev, el cual me estaba ayudando en este momento. Y no entendía si era amable porque a partir de ahora debíamos mantener mejor el papel de prometidos o es que realmente estaba siendo él mismo.
No conocía bien a Zev, así que no tenía ninguna respuesta realista.
Zev me abrió la puerta dejando que me acomodase en el todoterreno negro, para luego dar media vuelta y sentarse a mi lado en la parte de atrás del vehículo, con ambos guardaespaldas delante nuestra.
Él, con su increíble smoking negro, recién salido del sastre, se acercó a mi oído y me murmuró;
—Finge que me amas, que soy el amor de tu vida y serás recompensada de por vida.
Lo observé unos segundos, clavando mis ojos verdes sobre los suyos oscuros.
—Esto es cosa de 2. Espero que tu también pongas de tu parte.
Zev sonrió tanto al ver que volvía a ser la misma de siempre, que juré que se divertía y mucho conmigo. Se acomodó en el sillón de cuero.
—No sabes lo bien que se fingir, nena.
Y ahí estaba la chulería de él, tan marcada como la semana que llevaba conociéndolo. Negué con la cabeza mientras el todoterreno se ponía en marcha hacia la ciudad de Chicago, donde supuestamente iríamos a la fiesta de gala de la familia aliada, los Rinaldi. Ni siquiera entendía porque unos eran aliados y otros enemigos. Tampoco entendía muy bien las diferencias, pero tampoco los conocía.
Me hacía querer saber más de las diferencias, sobre todo, de esa familia, los Mancini, donde mandaba la matriarca de la familia; Ginevra Mancini. Eso me hizo recordar lo que me dijo en su momento Giulio, de que esa mujer tenía un heredero y que también estaba buscando a una esposa. Había tanto misterio entre todas estas familias que no entendía bien de donde venía esa enemistad.
—Háblame de los Rinaldi. ¿Hay algo que debería saber antes?
Zev me miró mientras las luces de las farolas del exterior del coche iluminaban el interior del oscuro todoterreno.
La noche ya estaba ahí y desde lejos se podían ver todas las luces de la ciudad, la cual nos estábamos adentrando a la autopista para llegar al corazón de Chicago.
—Son la familia aliada. El patriarca se llama Alonzo Rinaldi, su mujer es Martina Ferrari y tienen una hija; Vittoria Rinaldi —contestó, dejándome anonadada por el nombre del patriarca.
—Espera... ¿Alonzo Rinaldi? —Al ver que Zev asentía, me quedé peor todavía. —¿El político que venía a cambiar para bien las cosas?
Zev sonrió de aquella manera mientras se colocaba su chaqueta negra. Observé los pocos anillos que llevaba, que lo hacían ver aún más poderoso de lo que ya era. Seguí observándolo como si estuviese mal de la cabeza.
—¿Me estás diciendo que un refutado político estadounidense, de origen italiano, es en realidad un mafioso?
Los dientes brillantes y perfectos de Zev con esa mirada de poder me dio el positivo en cuanto a mis preguntas. Dejé de mirarlo para tratar de entender lo que estaba escuchando.
Sabía que las manos de la política eran sucias, pero no creí que tanto. Y eso que yo pensaba que ese tan Alonzo Rinaldi era un político que realmente venía a cambiar para bien. Pero sabiendo ahora su oscuridad, que jefe de una familia con orígenes de la mafia, sabía que no tenía que tener fe en políticos.
—Olivia, las mentiras se camuflan con medias verdades. Y Alonzo es un cabrón, el mayor que haya conocido —contestó—. Así que no quiero verte a solas con él si no quieres descubrir sus negocios oscuros fuera de la política.
La mirada de Zev era de advertencia, de que realmente no quería verme a solas con ese hombre. ¿Y a eso se le llamaba aliado?
—¿No es tu aliado?
—Si. Pero no por ello significa que le contaría mis más oscuros secretos —murmuró—. Los negocios son negocios. ¿Que esperas de un tipo que quiere casar a su hija de 20 años con un cabrón como yo? ¿Que él solo busca ganar dinero a costa de ella?
Elevé la ceja.
—Yo me voy a casar contigo.
—Pero por decisión propia. Te vas a llevar bastantes beneficios por este matrimonio falso... Vittoria no —respondió—. Es una joven que ama a su novio de toda la vida y el cual, su padre Alonzo no lo quiere porque no pertenece a ninguna de las familias.
Arrugué más mi frente.
—¿Es capaz de hacerle eso a su propia hija?
Zev asintió.
—Imagínate lo que haría con mujeres que no conoce, Olivia.
Ya había dicho mi nombre esa noche varias veces.
El coche giró, empezando a cruzar uno de los puentes de Chicago y carraspeé de tan solo imaginarme la de sucia que debe tener las manos ese tan Alonzo Rinaldi.
—¿Tu también haces daño a las mujeres? —pregunté temerosa.
Y la duda empezó a incrementarse en mi mente.
Zev no dejó de mirarme los ojos verdes, como si los analizara, como si tratase de recordarlos. Pero juraría que su mirada cambió por completo al mirarme, al escuchar aquella pregunta que le hice. Y, tan rápido como se lo pregunté, él negó.
—Jamás le he hecho daño a una mujer. Ni se me ocurriría —respondió con seriedad. —Soy un cabrón, tengo las manos manchadas de sangre... Pero jamás le he levantado la mano a una mujer, ni lo haré. Dejo que ellas hagan conmigo lo que quieran, soy un hombre de una noche y no me quejo lo que ellas me hagan. Pero dejo claro lo que quiero, algo rápido y ya y ellas aceptan. —Sus ojos seguían sin dejar de mirarme y yo solo era capaz de secar mis manos en el vestido rojo tan elegante que me había puesto. —Podrás decirme que soy frío, chulesco, imbécil, que le rompe el corazón a las mujeres... Pero no soy, ni seré, un hombre como Alonzo Rinaldi.
—Pero eres su aliado.
—Porque mi padre así lo desea.
Asentí por lo que acababa de decirme y se acercó a mi para murmurarme;
—Teme por lo cruel que puedo llegar a ser con hombres necios, ladrones, asesinos y lo que mis enemigos puedan llegar a hacerte si no tienes protección... No lo que pueda llegar a hacerte a ti —susurró—. Porque nunca te haría daño... Nunca te haría nada. Y cuando digo nada, es ni siquiera tocarte, a no ser que el papel de marido y mujer lo indique delante de la gente.
Aquello último me hizo tener una sensación extraña cuando dijo "nada". No entendía porqué me hacía sentir así ese estúpido, porque, a decir verdad, en el fondo me gustaría sentir sus manos alrededor de mi cuerpo. Negué con la cabeza mientras Zev dejaba de mirarme para observar las calles de Chicago, zanjando el tema de los Rinaldi.
Entonces pregunté;
—¿Crees que Angela debería asistir a un sitio como este?
A Zev se le cambió el semblante. Como si cada vez que hablábamos de su hermana, él reaccionara de manera distinta. Realmente se preocupaba por su hermana.
—Te preocupas por mi hermana... —habló con sinceridad sin mirarme. —Habrán muchos como ella también ahí. No estamos en calidad de negocios, sino como "amigos" en una fiesta. Jamás pondría a mi hermana en donde sé que no estaría segura. —Aquello último lo dijo mirándome a los ojos.
Y decidí meterme en la boca de lobo.
—Te comportas más como un padre para ella que el propio Giulio.
Sabía que podía cometer el riesgo de que Zev se lo contase a su padre y me metiese en problemas. Zev, aunque parecía un hombre que daba miedo a simple vista, apenas me daba la sensación esa cuando estaba conmigo. Solo me dio 2 veces esa sensación y no fue dirigiéndose a mi, sino a personas externas, con hombres que o me miraron mal o como mi antiguo casero que me obligaba a pagar más por un simple piso pequeño.
Él sonrió por aquello.
—Mejor que Giulio no te escuche decir eso. —No contesté porque sabía que él iba a seguir hablando—. Pero... tienes razón. El cabrón de mi padre se preocupa más por sus negocios que por sus propios hijos. Yo ya soy una causa perdida, pero Angela puede tener una vida más pacífica, alejada de gente como nosotros... —Sus ojos analizaron los míos mientras sentía como nuestras miradas conectaban a la perfección, sin retirarla en ningún momento. —Solo espero que un día pueda vivir esa vida tranquila, aunque eso significase lejos de mi... Solo quiero lo mejor para ella, la felicidad para mi hermana.
Asentí por ello, viendo lo que realmente se preocupaba Angela, sin duda alguna, aunque fuese un estúpido, frío, chulesco... Mostraba sentimientos y eso que creía la primera vez que lo vi que no tenía corazón. Respecto a su hermana, me demostraba que si lo tenía. Por ello sonreí. Sonreí de una manera dulce, simple, sin bromas, sin nada de filtro... Solo fui yo por un momento y juré que él clavó sus ojos sobre mis labios.
—Estamos llegando.
La voz de uno de los hombres que nos acompañaba habló, haciendo que fuese yo la primera en cortar esa conexión visual.
Me quedé embobada mirando hacia toda esa gente que entraba al lujoso edificio en una de las zonas más famosas e importantes de Chicago. Obviamente, a ninguno conocía. Todos vestían elegantemente, su mirada era desafiante, con seguridad, podría jurar que su sonrisa era arrogante, mucho más que la del propio Zev. Aquello me acobardó un poco.
Bueno... bastante.
Yo no tenía esa mirada, ni esa seguridad. Todos ahí tenían dinero, aunque de dudosa procedencia. Lo que significaba que se creían los importantes. Yo no era nadie, tampoco iba a decirle a Zev sobre mis inseguridades minutos antes. ¿Quien en su sano juicio me miraría como si fuese la heredera de una de las personas más ricas? Cuando procedía de una familia humilde y que apenas llegaba a fin de mes.
Quería negarme a pensar que las cosas podrían ser diferentes, pero sabía que me mirarían como una don nadie, alguien desconocida que solo estaba con Zev por dinero. Y en parte tenían toda la razón, pero era mucho más complejo que todo eso que pensarían ellos. ¿Como iba a fingir ser una buena esposa cuando yo no sabía ni como actuar?
—Vamos, nena. Saca tu lado explosivo hacia todas esas víboras. —Su voz con aquel acento italiano, era lo que me dejaba a veces patidifusa.
Observé como Zev se bajaba del coche tras decirme aquello y recorrió con tranquilidad el vehículo hasta llegar a mi asiento. Abriéndome la puerta con galantería, me tendió la mano, aquella que me imaginaba que habría estado llenas de sangre en algún momento y, con algo de nerviosismo, la acepté.
Coloqué mi mano sobre la suya, la cual era enorme y enseguida sentí una sensación extraña al tocarlo. No supe si fueron ideas mías o Zev también lo sintió. Pero no lo miré, simplemente me ayudé de él para bajarme del todoterreno para que uno de los guardaespaldas cerrase dicha puerta y Zev me soltase la mano para colocar, nuevamente, su brazo. De nuevo, volví a colocar mi mano sobre su antebrazo empezando a ganarme la mirada de muchas mujeres y hombres que me observaban como la desconocida que era.
Podía leer en sus rostros, preguntándose quien demonios era yo, agarrada del brazo de un Grimaldi. Y no uno cualquiera, sino el heredero, al tan mal llamado Lucifer o demonio, al que todos temían. Me observaban no de la manera que creía que me observarían, sino como queriendo saber porqué Zev se estaba viendo con una mujer delante de todos ellos.
Carraspeé al ver que algunos flashes de fotos me dejaron totalmente ciega.
—¿Nos tienen que sacar fotos? —pregunté con la voz algo temblorosa.
—Solo porque soy el dueño de una de las discotecas más famosas y uno de los más ricos del país. Suelen ser siempre los 2 mismos fotógrafos para una revista de dudosa reputación. Tu simplemente mírame como si estuvieses enamorada —respondió.
Sonreí mirándolo a él, simplemente fingiendo como él me decía y, una vez dentro del edificio, nos dirigimos hacia dentro del ascensor, acompañados de algunas personas más, que no dejaban de mirarme. Sobre todo, un joven que diría que tendría mi edad. Me miró con los ojos que parecían que se le iban a salir de la órbita. Tanto, que me parecía que hasta exageraba y que no tenía ninguna vergüenza en mirarme de esa manera.
Pero cuando la mirada de ese chico giró hacia la de mi acompañante, esté dejó de mirarme para observar un punto fijo que había frente a él. Arrugué las cejas al imaginarme que mirada tendría que haberle dedicado Zev para que ese chico dejase de mirarme.
Y fue cuando, tras subir 42 plantas, las puertas del ascensor se abrieron y descubrí un mundo totalmente nuevo.
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