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D O S | P I É N S E L O B I E N, O L I V I A 💍

«No le tenía miedo a nadie, ni a nada. Ni siquiera a la propia muerte»

Zev Grimaldi.

La elegante y cara silla en la que mi trasero descansaba, me estaba empezando a hacer daño. La madera, dura y antigua, me aventuraría a decir que echa a mano, se me clavaba en la piel probablemente para dejarme alguna marca más tarde.

Ni siquiera entendía quien demonios se sentaba en esta silla tan dura, lejos de lo cara que era a simple vista. Ni siquiera quería preguntarme cuanto valdría en el mercado por lo incómoda que era. Más porque apenas me alcanzaba el dinero para poder pagar las facturas a fin de mes.

Observé impaciente al señor Grimaldi que me miraba como si yo fuese algún tipo de salvadora. Y eso me ponía de los nervios, la manera tan fría y calculadora que tenía. Podría aventurarme en decir que algo malo se estaba avecinando y yo aquí, sabiendo lo que había ocurrido en el pasado y que debía no meterme en líos después de aquel crimen que ni siquiera recordaba cometer.

Apreté la mandíbula mientras Giulio colocaba sus manos sobre la mesa, toqueteando molestamente su dedo índice sobre la misma.

La mirada tan intimidante que poseía ese señor me daba mal augurio, por no hablar de la pregunta, del temor al motivo por el que estaba ahí sentada, en aquel despacho en el que seguramente habrían ocurrido muchas cosas. Y posiblemente, ninguna buena.

Aproveché para echar un vistazo rápido a las fotografías sobre el escritorio, intentando disimular mi nerviosismo. En dos de ellas estaban sus hijos; la más joven y con la que tenía siempre trato, era Angela, sonriente y feliz, aunque no del todo y sus ojos parecían bastante serios para ella. El otro era el hijo mayor, el tan llamado "heredero". Ni siquiera comprendía que tipo de negocio tenían para que lo llamase así, pero la foto en la que aparecía apenas se le veía el rostro. Llevaba una gorra de béisbol, mientras miraba sonriente a su hermana, por lo que solo se le podía ver su mandíbula y sus perfectos dientes. Una mandíbula perfectamente marcada. Me atrevería a decir atractiva, pero no quería hacerme a la idea de como sería el hijo mayor de Grimaldi, menos conociendo el tipo de negocios que me imaginaba que tendrían.

Simplemente no me juntaría con un hombre así.

—Angela está muy feliz contigo. Te agradezco que hayas aceptado este trabajo. Muy pocas suelen aceptarlo y no quiero a cualquiera —contestó sin dejar de mirarme. —Gracias a ti está mejorando considerablemente sus notas.

Asentí en silencio. No tenía caso decir anda, no estaba aquí por un simple agradecimiento. Algo más oscuro se escondía tras esta repentina reunión.

No debía ser para agradecerme que aceptase ese trabajo y que su hija estaba sacando buenas notas por mi. No, debía de ser algo más, pero mi mente estaba tan bloqueada que apenas le daba tiempo a pensar con claridad.

—Olivia, no estés tensa. No te voy a matar —bromeó, sacando una risa del fondo de su garganta y sonreí suavemente. —Al menos, de momento —murmuró en voz baja aquello último.

Me observó seriamente y tragué saliva con dificultad al escuchar aquello último.

Nada más salir, me iría a comprar el primer billete de tren para alejarme de esa ciudad.

Fue ahí cuando volvió a reír, esta vez mucho más que la primera y me quedé quieta, esperando su siguiente reacción.

—Son bromas, Olivia. Relájate, solo quiero charlar contigo —contestó. Se dirigió hacia el teléfono fijo que tenía y marcó un número con sus dedos llenos de anillos bastante gordos. Cuando habló, me imaginé que era hacia el hombre que me había guiado hacia su despacho. —Jones, tráeme un té para mi y para mi invitada.

Al colgar, volvió a mirarme mientras yo, simplemente, jugueteaba con un mechón de pelo rizado que poseía.

Odiaba mi pelo, más porque lo tenía mucho más largo de lo normal, pero mis rizos me lo hacían levantarme, llegando incluso por encima de mis pechos. Era largo para ojos de los demás, pero desde que me lo cortase, tan solo un poco, ya parecía que me había cortado más de siete dedos. Así que trataba de no cortarlo demasiado.

—Espero que te guste el té.

Elevé la ceja por ello y no dije nada.

No, para nada me gustaba el té. Pero, ¿que le iba a decir yo a ese señor? Mejor estaba callada antes de que las cosas se pusieran feas.

—Bueno, Olivia. No te he traído aquí simplemente para agradecerte el trabajo que estás haciendo. —Sacó de una carpeta algunos folios y empezó a leerlos mentalmente. —He visto que tienes problemas con el dinero. Apenas llegas a final de mes.

—¿Como sabe eso? —cuestioné, bastante horrorizada por lo que estaba escuchando.

Giulio me miró, elevando su ceja divertido al verme sorprendida por ello.

—Conozco a tu casero. Un hombre sin escrúpulos que desde que tenga la primera oportunidad le sube el alquiler a sus inquilinos... No me gusta ese tipo de hombres. No son de fiar —respondió, dejando los folios sobre la mesa de roble. —¿Te gustaría tener un trabajo en el que ganases más dinero, Olivia?

Carraspeé al escucharlo.

¿Me estaba ofreciendo un trabajo de su oscuro negocio?

No podía imaginarme lo que estaba escuchando. De tan solo pensarlo ya me estaba poniendo de los nervios. Las manos me sudaban, las piernas me temblaban y la boca la tenía seca. Encima iba a venir pronto el té, con lo poco que me gustaba.

—Depende...

—¿De que? —cuestionó Giulio.

Y lo lancé, sin más, sin pensar, porque era así de lanzada la gran mayoría de las veces.

—¿Es legal?

Mierda. En cuanto terminé la frase supe que había cavado mi propia tumba.

Por la mirada que ponía mi jefe, sabía que había metido la pata hasta el mismísimo fondo. ¿Quien, en su sano juicio, le decía a un hombre demasiado respetado por sus negocios extraños, si el trabajo que ofrecía era legal? Si, yo, Olivia Lara.

En la lápida pondrían; estúpida hasta para salvar su propia vida.

Me mordí la lengua al acabar de decirlo, notando un silencio abrumador en aquel oscuro despacho bien elegante. Con los ojos del señor Grimaldi observándome sin expresión alguna, dejando que los minutos pasaran hasta que se echó hacia atrás en aquella silla cómoda y empezó a reírse como si no hubiera un mañana.

Se rió tanto que creí que se caería de la silla, pero tan solo negó con la cabeza mientras se hacía su cabello hacia atrás.

La puerta se abrió, entrando aquel señor que me guió hasta su despacho, dejando aquellos tés frente a nosotros para luego marcharse como una sombra.

Cuando nos volvieron a dejar solos, Giulio habló;

—Sin duda, me gusta tu manera de ser. Aunque ahora estés algo tensa, estoy seguro que tendrías agallas para afrontar varias situaciones, Olivia —habló amigablemente. —Sé que soy un hombre al que suelen temer bastante. Pero lo hago por mi familia, por mi pasado y por proteger esta ciudad. ¿Es legal? Bueno, depende desde qué perspectiva lo mires... Pero no, no es el tipo de trabajo que te estoy ofreciendo.

Arqueé las cejas, confundida ante su extraña respuesta. ¿En que estaba pensando este hombre?

—¿Y que me está ofreciendo exactamente?

Giulio me observó tranquilamente, como si tratase de descifrar mis propios pensamientos. Luego, con una media sonrisa en los labios, soltó sin más;

—La mano de mi hijo.

Me quedé petrificada, observando al señor que era mi jefe para luego bajar la mirada hacia aquella foto en la que apenas se veía a su hijo. No entendía tanto secretismo, y menos lo que estaba escuchando.

¿La mano de su hijo? ¿Acaso quería que me casara con un hombre que no amaba y que no conocía?

Arrugué la frente tanto, que empezaba a notar un dolor en la sien.

—Señor Grimaldi...  —comenté, pero él me interrumpió.

—Giulio para ti, Olivia.

Carraspeé mientras me incomodaba más en aquella asquerosa silla incómoda que mandaría a tomar viento.

—Giulio... No me puedes pedir que me case con su hijo.

—No has escuchado toda mi propuesta aún..

Observé los ojos de ese señor mientras lo pensaba detenidamente. Y no, ni por mucho dinero que me ofreciera iba a hacer tal cosa. Nada, ni por todo el oro del mundo.

No conocía a ese hombre y no sabía como sería. Si me daba la misma mala espina de su padre, peor me lo estaba poniendo el que sería mi futuro suegro. No iba a casarme con un hombre que no amaba, que no sabía como sería en la intimidad, si era buena persona o mala. No lo sabía y por eso no iba a dar un si a esa respuesta.

—La respuesta será no, Giulio.

Él asintió, dirigiéndose hacia aquella carpeta que tenía a su lado, la cual sacó antes los folios sobre la información de que no pagaba todas mis facturas, para luego mostrarme la fotografía que sacó de aquella extraña carpeta.

Cuando vi la imagen, palidecí.

Juré que hasta Giulio elevó la ceja cuando vio mi expresión y casi me desmayo cuando vi aquella dichosa imagen.

—Hace 5 años, cuando tú tenías 18, este hombre, apareció muerto en el piso de alquiler que tenías en tu año de estudio. Tu no apareciste, pero ese hombre se halló muerto en ese lugar, con signos de agarre en sus brazos. Como si alguien estuviese defendiéndose por algo que iba a hacer ese señor —murmuró—. ¿Me equivoco?

No dije nada, simplemente observé la imagen temerosa de lo que estaba viendo y cerré los ojos, apunto de llorar.

—¿Me vas a hacer chantaje?

Y su respuesta me dejó más en el aire de lo que ya estaba desde que llegué a ese despacho.

—Para nada. Te ofrezco protección, Olivia.

Su respuesta me dejó con miles de dudas, más de las que ya tenía.

Por cada pregunta que hacía, me daba una respuesta, haciéndome 3 preguntas más en mi mente. Lo cual, ese señor me estaba enseñando una foto del hombre del que supuestamente cometí aquel crimen, para luego ofrecerme... ¿Protección?

—¿Protección? ¿Estás bromeando? —Casi dije en un tono de burla por los nervios. —Estás enseñándome esta imagen, ofreciéndome la mano de tu hijo por negocio... ¿Y me vas a dar protección?

—Si. Sea lo que sea. Lo hayas o no hecho, te defendiste, Olivia... No sé que ocurrió esa noche en ese piso. Pero si aceptas este trabajo, te ofreceré protección para el resto de tu vida, también con una suma considerable de dinero —respondió.

Y entonces pregunté;

—¿Por que?

—¿Por que tú? —Imitó. Al ver que asentía, continuó—. ¿Conoces los Rinaldi? —Negué ante su respuesta—. Nos llevamos muy bien. Pero el padre de familia quiere que mi hijo y su hija se casen por conveniencia. Según dicen, para que la alianza sea más fuerte. Pero yo no quiero que mi hijo se case con alguien de otra familia, sea o no aliada. Nunca me ha gustado que 2 familias aliadas se junten para fortalecer la alianza... No va con la ley de los Grimaldi.

Arrugué la frente al escuchar aquello.

—¿Y yo soy la mejor opción?

Giulio sonrió.

—Me alegra que me saques ese tema. Te he investigado muy a fondo y me gusta lo que vi... Sabes defenderte sin duda, tienes carácter, eres elegante y hermosa, sabes mantener los pies en el suelo, por no hablar de que no perteneces a ninguna de las familias de esta enorme ciudad —explicó Giulio—. Eres desconocida y eso pondrá a todos nerviosos por el matrimonio que vamos a acordar. Tu matrimonio con mi hijo descolocará a todos esos buitres, les demostrará que no pueden manejarme a su antojo, en especial la familia rival. Créeme, eres perfecta.

—Parece un trabajo casarse con su hijo.

—En parte lo es. Sería de pocos meses, al menos, hasta que las cosas vayan calmándose. Ya te lo iré explicando detenidamente con el tiempo.

Tragué costosamente para luego preguntarle;

—¿Como puedo fiarme de tu palabra?

Se tomó largos segundos, mirándome fijamente, para contestar;

—Yo siempre cumplo mis promesas, Olivia. Nunca falto a mi palabra.

Apreté mis labios, observando la hora, como los minutos pasaban y silencié, sin decir absolutamente nada. El hombre me entregó una hoja en aquella dichosa carpeta y me la puso frente a mi.

—Estos son los beneficios que obtendrás. Serán de 6 meses. Una vez pasado ese tiempo, se divorciarán, acabarás tu carrera de arte y te conseguiré un lugar seguro, con una identidad falsa.

Suspiré, asintiendo por ello.

—Tómate tu tiempo. Dame una respuesta en los próximos 3 días. Sea positiva o negativa, me gustaría que siguieras dándole clases a mi hija. Angela te tiene mucho aprecio.

Asentí, con una sonrisa falsa.

—La próxima te pido café —bromeó al ver que no probé ni un poco. —2 de mis hombres te acompañará a tu casa sin hacer preguntas. Ya saben tu dirección y así podrás llegar sana y salva a ese diminuto piso.

Se levantó de su silla, notando el alivio de poder marcharme ya de allí, aunque con mil dudas y con la hoja de las cosas que me había explicado Giulio, aunque más detalladamente. Me levanté y vi como este extendía su mano.

Tardé varios segundos en poder aceptarla, para cuando lo hice, este me apretó la mano con delicadeza para decir;

—Espero que puedas darme una respuesta positiva... Necesito tu ayuda, Olivia. —Sus ojos negros no dejaron de analizar los míos para concluir. —Nos vemos.

Salí de allí en una nube de confusión, con más preguntas que respuestas rondando mi atribulada mente.

Nada más salir del despacho del señor Grimaldi, me encontré con el mismo hombre que me trajo aquí, observándome pacientemente, sin hacer ni un solo gesto en su rostro. Tan solo estaba quieto, observándome.

Ya ni recordaba su nombre y eso que Giulio lo nombró por teléfono en nuestra larga reunión. Pero estaba tan nerviosa, tensa y pendiente a lo que podría suceder, que ni escuché el nombre de ese señor.

El hombre de gafas se acercó a mí y, con un gesto elegante de mano, dejándome todo el espacio que necesitaba, me dijo;

—Usted primero. —Su voz, grave y con bastantes años encima, me dio algo de tranquilidad después de la tormenta, aunque no demasiada.

Me guió hacia la puerta, abriéndola para luego dejarme pasar primero, como si hubiese salido del siglo pasado. Normalmente, los hombres me empujaban para pasar ellos primero aunque yo estuviese antes que ellos. Pero ese señor tan solo me dio tiempo para ir a mi ritmo, sin agobiarme, aunque la sensación era totalmente extraña.

Frente a mí, antes de bajar los 4 escalones para llegar a la carretera de tierra, con aquella elegante fuente en medio, había un todoterreno negro con 2 hombres vestidos de negro. Si bien no estaban trajeados con traje y corbata, se podía ver la elegancia en ellos, hasta para esperarme.

—Ellos son Carlo y Fabio. Te llevarán a tu casa —contestó ese señor sin salir de la puerta. —Tómese el tiempo que haga falta, pero piénselo bien, señorita Lara. Quizás esto sea una buena oportunidad para el futuro que buscas.

Y sin nada más, cerró las puertas de la mansión, dejándome extrañada por sus palabras.

Al girarme, uno de los hombres, que no sabría decir quien era Fabio y quien Carlo, me abrió la puerta, sin decirme nada. Estaban serios, como el señor que me llevó hacia el despacho del señor Grimaldi.

Una sensación extraña recorría mi cuerpo, de tan solo pensar en que tipo de negocios debían de moverse. Pero no quise hacerles esperar más a esos hombres, subiéndome en los asientos traseros del coche y tratando de poner mis pensamientos en orden antes de llegar a mi casa, donde me esperaría alguien muy especial.

Suspiré en cuanto ambos hombres ya estaban en los asientos delanteros, como si de guardaespaldas fueran, arrancando el todoterreno negro hacia la carretera nocturna.

Me mordí el labio, sacando las hojas que Giulio me había dado y analizándolas como si fuese un examen. Fue en ese momento que escuché un fuerte sonido de un coche de carreras por la pista. Al girar mi cabeza y observar aquella estupidez, vi un coche rojo deportivo guiándose hacia la mansión de la que acababa de salir. Ni siquiera tuve tiempo a divisar el conductor para dedicarle una de mis miradas de "eres un estúpido al hacer ruido en la carretera".

Volví mi vista hacia las hojas, sin comprender que demonios acababa de suceder y si, realmente, todo eso era cierto.

💍

Mi móvil no paraba de sonar, sonando aquella musiquita tan molesta que le puse de tono en una noche de borrachera hacía meses. Ni siquiera entendía como es que siempre se me olvidaba cambiarle el estúpido tono de las narices, pero ahí estaba, observando el móvil mientras trataba de acabar de desayunar para irme a clase.

Rocky ladró en cuanto acabó su desayuno, observándome, deseoso de salir a pasear antes de irme a la universidad.

Observé a lo mejor que tenía en esta vida y mi único acompañante. Un precioso pastor alemán del cual lo encontré abandonado en la calle hacía 2 años. Si bien al principio no fue fácil a que se acercase a mí por la horripilante experiencia que vivió con aquel ser tan asqueroso con el que habría estado viviendo. Con el tiempo él fue tomándome más confianza, incluso siendo una de las pocas personas que él se acercase.

—Ya salimos, Rocky.

Terminé de tomarme el zumo para luego salir con Rocky a las calles de aquella inmensa ciudad, con mi cabeza en otra parte, pensando en la propuesta que me había hecho aquel señor que era mi jefe.

Habían muchas cosas que se me escapaban, como que es lo que había visto en mi para eso. Dudaba que fuese por todo lo que había dicho, debía de ser por algo más o quizás era yo quien siempre sacaba lo peor y malpensaba las 24 horas del día.

Mi mente no paraba de decir que no era buena idea, más porque no conocía al hijo de Giulio. Por lo poco que había escuchado de ese hombre, en mi sano juicio me acercaría a un ratio de 5 kilómetros. Tenía tanta mala reputación... Uno de los hombres más temidos de esta ciudad. Giulio era conocido por sus negocios turbios, pero su hijo por cosas peores. No era un santo y si tenía que casarme con él por negocios, no quería ni pensar en la de cosas horrendas en las que podría estar metido.

No quería ni pensarlo, incluso tenía ya casi la respuesta lista para el señor Grimaldi. Pero por otra parte, el tener protección para el resto de mi vida después de lo que había pasado hacía 5 años, me hacía querer realmente aceptar. Eran por solo pocos meses, ¿podría salir algo mal? Me atrevería a decir que si, miles de cosas. Pero, ¿y si le estaba dando más importancia de la debida? ¿Y si esto sería mi salvación para mi futuro?

Estaba en un dilema, entre no meterme en más líos después de lo que ocurrió aquella noche en Portugal, o aceptar y que el destino hiciera lo suyo.

Rocky se paró de pronto, gruñendo hacia algo o alguien que había a pocos metros de mí.

Extrañada, levanté la mirada de mi perro hacia lo que observaba, atrayendo mi mirada hacia un hombre rubio con ojos café, con una media sonrisa que temería cualquiera. Juré que ese rostro me sonaba de algo, quizás de haberlo visto en el campus. Pero no tenía la mente para pensar en ese instante. Tan solo seguí caminando, tratando de que Rocky siguiera nuestro camino, cuando escuché el sonido de un mechero encendiéndose.

Giré la cabeza, viendo como ese hombre comenzaba a fumar cerca de aquella farola, mirando hacia otro lado. Fue cuando me vino a la mente el chico con el que mi amiga Hayley no paraba de mirar, sabiendo que algo habría sucedido el día de ayer con él.

La mala sensación siguió ahí, pero lo ignoré, caminando con mi protector antes de comenzar aquel día largo.

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