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D I E C I N U E V E | T R Á G I C A N O C H E 💍

«Haría cualquier cosa por destruir aquel por el que deseaba destruir lo que me importaba»

Zev Grimaldi.

Las agujas del reloj resonaban cada vez más fuerte o, al menos, esa era mi idea.

Trataba de concentrarme en algo que no fuese en la boda que sería en unos días o en los negocios en los que estaría metido mi futuro marido. Ni siquiera, pintar conseguía distraerme esa noche de domingo. Y eso que el sonido del reloj me molestaba cada vez más, porque giraba mi cabeza para observar la hora y los minutos pasaban tan lentos que agobiaba.

Apreté mi mandíbula al ver que el reloj marcaba las 12 de la noche y yo seguía aquí, sin poder concentrarme, sin poder pegar ojo para dormir.

Comprendía a Zev y que él no quería que yo fuese a sus negocios retorcidos en la discoteca. Pero al menos ya contaba un poco más conmigo. Aunque, ciertamente, faltaban cosas por las que conseguir. Y una de ellas era que confiase un poco más en mí si quería que fingiéramos bien el futuro matrimonio que nos uniría durante tan solo unos meses.

Solté el pincel enfadada, dejándolo sobre el vaso con agua y suspiré. No podía estar quieta, con las manos tan solo en los pinceles. Necesitaba hacer algo más y demostrarle al cabrón de mi futuro marido que podía servir mucho más en esto de lo que él creía, aunque ya se lo había demostrado en alguna ocasión.

Pero luego mi mente consciente me atraía a la realidad y me decía que era mil veces mejor no hacer tonterías por las que saldría dañada más adelante.

Negué mientras volvía a tomar el pincel, observando otra vez el reloj, el cual había pasado tan solo 2 minutos desde la última vez que lo miré.

El sonido de un mensaje en mi móvil me despertó de las tonterías de mi mente y al ver que fuera ponía "Hayley", decidí dejar el pincel en su sitio para tomar el móvil. Al entrar a la conversación, encontré 2 mensajes de mi amiga.

Hayley; "Imagen adjunta".

Hayley; ¿Tu hombre solo en la discoteca? Acabo de verlo por aquí y no te he visto. Si yo fuera tu no lo dejaría solo.

Al entrar en la imagen algo en mi ardió por dentro y jamás pensé que lo haría por Zev Grimaldi. Ya me lo había advertido mil veces, pero verlo así, en esa imagen, con 2 mujeres que parecían modelos muy cerca de él... Aquello me hizo desear vestirme de la mejor manera posible, provocativa, y demostrarle que yo era más que una simple futura esposa falsa.

Y como yo solía actuar antes que pensar, no esperé ni un segundo más.

Caminé hacia el vestidor, buscando un vestido apropiado para el momento y, al verlo, sonreí para ir directa a prepararme, para demostrarle a Zev que no era una chica aburrida, ni que se quedaba en casa y podía divertirme sin él. Si él podía estar con otras mujeres, yo podía estar con todos los hombres que me diera la gana.

💍

Tras un largo rato, bajé las escaleras de la mansión con sumo cuidado de no hacer ruido.

Angela hacía 2 horas que se había ido a dormir y Giulio parecía estar encerrado en su cuarto, seguramente ultimando negocios. Mis 2 guardaespaldas no estaban por aquí, ya que no servía de nada porque, supuestamente, no iba a volver a salir en el resto de la noche.

Observé que no hubiesen guardaespaldas de Giulio cuidando la casa y solo el silencio del lugar me dijo que así era.

Acabé de bajarlas para abrir la puerta de la mansión, bien preparada y lista para que esa noche fuese un punto y aparte. Pero fue ahí que me encontré a 2 de los hombres de Giulio; Fabio y Carlo, quienes se encontraban jugando a las cartas mientras fumaban puros en la mesa de la cocina. Al ver lo distraídos que estaban, aproveché para salir. Y, desde fuera, vigilé que no hubiese nadie. El único hombre que se encontraba cuidando la casa, un hombre que se encargaba de la seguridad desde fuera de la mansión, en una casita donde él estaba con las cámaras, se encontraba durmiendo y ni mis tacones pisando la grava lo despertaron.

Caminé hacia uno de los coches que habían aparcados y, para mi alegría, Zev no se había llevado esa noche el Ferrari. Por ello le había quitado las llaves del coche hacía un rato, entrando en su cuarto.

Sonriente, me subí al coche deportivo, tan incómodo como siempre y encendí el motor para arrancar. Y, lo que pude lo más silenciosa que podía con un coche como ese estilo, salí de la mansión dirección hacia el centro de Chicago, en la prestigiosa y lujosa discoteca Lussuria donde el dueño era mi estúpido prometido.

Teniendo durante todo el camino el olor de Zev Grimaldi impregnado en el coche, traté de concentrarme, sabiendo que me caería una gran bronca por parte de Giulio y Zev por ir sin protección sola a un sitio como ese. Pero me daba igual. Estaba enfadada por la imagen, porque Zev fuese más libre que yo al hacer las cosas y porque hiciera lo que le diese la real gana.

Yo podía hacer lo mismo y nadie tenía derecho a decirme lo contrario.

Aceptando las consecuencias dispuesta a divertirme aquella noche, aparqué cerca de la discoteca y no hizo ni falta hacer toda la cola que había de personas para entrar en aquella noche. Era la prometida de Zev Grimaldi y directamente uno de los hombres que estaban ahí me dejó pasar.

Directamente, la música, las luces de neón de colores rojos y azules, me iluminaron por completo, como aquella primera vez que entré a la discoteca.

Varios hombres me observaron de una manera que ya conocía y les devolví la sonrisa mientras me adentraba al lugar con aquellos enormes tacones que me había puesto. Un flamante vestido de noche color plateado con un cinturón negro que pesaba bastante decoraba mi estrecha cintura y caminé hacia el lugar, buscando a mi amiga Hayley.

—¡Olivia! —Escuché que alguien me gritaba, aunque la música no ayudaba a diferencias la voz.

Al girarme y ver que de centro de la pista de baile salía Hayley, con aquel cabello tan brillante, esos ojos tan llamativos y un vestido que enseñaba más de lo que cualquiera podría imaginar, me abrazó feliz de verme.

—¡Has venido!

Sonreí al verla y asentí.

—No iba a perdérmelo. —Elevé la voz por lo alta que estaba la música y Hayley me tomó la mano para dirigirme hacia la pista de baile.

Una música electrónica, de lo más sensual, sonaba por toda la discoteca y no pude evitar mirar hacia el despacho de arriba, donde me imaginaba que estaba mi prometido y no pude evitar pensar que el muy engreído estaría con aquellas 2 mujeres, haciendo seguramente cualquier perversidad que nadie podría imaginarse.

Una mueca de asco salió de mis labios cuando Hayley acercó sus labios a mi oído para decirme;

—¿Problemas de pareja? —preguntó algo preocupada.

Negué directamente.

—Que va. Él solo viene a trabajar, pero me apetecía venir hoy contigo —contesté, mintiéndole en toda la cara a mi amiga, tan solo para que Hayley no creyese que Zev me era infiel.

Aunque tampoco tenía pruebas para ello y ambos nos habíamos prometido no sernos fieles, tan solo para que este matrimonio falso siguiera por su camino. Pero desde hacía unos días que las cosas empezaban a cambiar y me estaba poniendo celosa por un estúpido como Zev Grimaldi.

Pero él me lo había advertido y no podía culparlo.

—¡Baila conmigo! —gritó ella.

Una canción de Dua Lipa sonó en la discoteca y no me quedé atrás, bailando pegada a mi amiga mientras disfrutábamos de aquella noche. Tratando de no mirar hacia el despacho de arriba, de no pensar en mi boda que sería el próximo sábado, en no ocupar mucho espacio al engreído de Zev Grimaldi.

Quizás me costó, pero durante ese rato, pude divertirme sin él, no pensar en nada más y disfrutar de aquella noche con mi amiga Hayley.

—¡Aún sigo diciendo que podemos probar una noche loca entre ambas! ¡Yo no tengo problema! —bromeó Hayley, haciendo que la mirase con una sonrisa mientras negaba.

Un hombre empezó a mirarme en aquella pista y sus ojos decían exactamente lo que querían. Cualquier otro momento, meses atrás, me hubiese dispuesto a caminar hacia él o esperar a que él se acercase y pasar una noche loca con ese hombre. Pero esa noche no podía dejar de pensar en Zev, en lo que el muy cabrón me hacía sentir cada vez que me tocaba.

Y cuando ese hombre joven y guapo se acercó a mí, alguien me tomó de la muñeca y me jaló de allí para llevarme a un sitio apartado de todo.

Al elevar la cabeza, mi enfado aumentó, pero el hombre que tenía frente a mi, con aquellos ojos tan oscuros, intensos y esa cicatriz en su ojo derecho, me hicieron indicar que también él estaba completamente enfadado conmigo.

—¿Que mierda haces aquí? —Escupió Zev tan él con alguna palabra en italiano, acercando su rostro al mío y observando mis ojos verdes, esperando desesperado una respuesta.

Pegando mi espalda en la pared más cercana, sin bajar mi mirada, respondí;

—Divertirme, cariño.

Los ojos de Zev, mucho más oscuros que nunca, me miraron con un enfado demasiado elevado. Parecía que la vena de su cuello iba a salir de un momento a otro y juré que estaba deseoso de tomar mi mano para llevarme lejos de allí. Posiblemente para luego volver solo a su discoteca.

Por eso no bajé la guardia en ningún momento.

—¿Divertirte? ¿Viniste sola? —Su voz sonaba dura, mucho más que ninguna otra vez.

Sin ningún miedo, me acerqué a él, pegando casi mi rostro hacia el suyo, para contestarle;

—¿Acaso no puedo? Quiero pasármelo bien con mi amiga y ni tu vas a impedírmelo.

Zev suspiró, negando por ello.

—Es peligroso que hayas venido sola.

—Es cosa mía si lo es o no.

Se quedó unos segundos callado, antes de que sacase su móvil prehistórico de su bolsillo para empezar a buscar algún número en su lista.

—Vete a casa ya. Voy a llamar a Luna o Benjamin para que te lleve.

Le quité enseguida el móvil para murmurarle;

—Déjame, Grimaldi. No querrás acabar con un puñetazo en la cara donde todas desean sentarse para que le hagas lo que quieran —sentencié, devolviéndole el móvil, casi haciéndole daño en su pecho.

Empecé a caminar hacia la pista, donde Hayley me esperaba, cuando Zev me dijo;

—¿A qué viene todo esto? —Al girarme, escuché la estúpida frase—. Estábamos bien.

Reí casi descarada, juré que su rostro estaba serio, incluso rozaba la desesperación, mi risa parecía como si me saliera del fondo de la garganta y solo respondí, con una voz demasiado fuerte;

—Vete con quien te de la gana. Somos prometidos falsos. Yo quiero divertirme y hacer lo que me de la maldita gana.

Y, sin esperar a que él reaccionara, a que Zev me dijese algo, le di la espalda y empecé a caminar hacia Hayley. Ni siquiera lo volví a mirar, a pesar de lo atractivo que estaba con aquella camisa remangada y suelta que llevaba, el cual le quedaba como un maldito guante.

Volví a juntarme con Hayley, quien ya parecía que se había tomado alguna que otra copa de más y los efectos de alcohol hacían ver cosas atractivas donde no las había.

Yo tan solo me dediqué a meterme en la pista, tratar de no pensar en Zev, quien ya había vuelto a su despacho de lo más enfadado posible. Pero de tan solo imaginarme que posiblemente ya estaría con aquellas 2 mujeres o, con quien diablos fuera, me hacía querer vomitar por darme cuenta que me dolía mucho más de lo que en un principio me creía.

Al ver que no conseguía concentrarme, le dije a Hayley que me iría a por una copa mientras que ella se acercaba a un hombre para bailar con él. Y eso que pensaba que estaba saliendo con un hombre del que no quería hablarme. O, quizás, le gustaba jugar en ambas bandas, sin importarle los sentimientos de la otra persona.

Conocía a Hayley y sabía que podría llegar a hacer tal cosa con tal de divertirse.

Salí de allí, cuando me topé con un hombre alto, aunque no tan alto como mi prometido. Al ver los ojos, el cabello largo recogido en un moño y ese talante tan serio mirándome como si fuese una asesina, supe quien era exactamente.

Edward Taylor o, lo que era mejor, el asesor de mi futuro marido.

La primera y última vez que lo vi, fue en la noche de la fiesta de cumpleaños de Giulio, donde Zev y yo anunciamos nuestro compromiso y ese hombre no le hizo ni pizca de gracia que yo fuese la prometida de Zev. Incluso su mirada ahora era mucho más brusca, más dura de lo que fue en su día.

Había algo en él que no me daba buenas vibras. No me gustaba nada como me miraba, con aquella mirada tan acusadora. Era como si porque me fuese a casar con Zev fuese la mala de la historia. Me quedé completamente callada mientras ese hombre me observaba.

—Señorita... Como se llame. Zev quiere verla en su despacho —respondió con un tono asqueroso que no me gustó en lo absoluto. Me miró de arriba abajo como si fuese poca cosa y esperó a que me moviese.

—No quiero verlo. Si puede trasmitírselo —respondí, pasando de largo.

Pero él me tomó del antebrazo y me acercó a él, viendo más de cerca esos ojos acusadores.

—No me hará repetírselo —murmuró—. No sé que estupidez hizo Zev y que te ofreció para que te casaras con él, pero me estás haciendo perder el tiempo con tus tonterías de cría. Así que sube y no hagas más preguntas —contestó con ese tono aún mucho más acusador. —Zev quiere verte.

Su mano, el cual seguía apretándome en mi antebrazo, me estaba haciendo daño y le retiré mi brazo para que no siguiera haciéndolo. Para darle aviso de que quería mi espacio y él me lo estaba quitando. Sin retirarle la mirada de encima, él siguió mirándome hasta que empezó a caminar hacia el interior de la discoteca, donde desapareció en medio de la multitud mientras que yo me quedé entre la barra del bar y a escasos metros, la escalera donde daba acceso al despacho de Zev.

Carraspeando y sin querer subir a ver a mi prometido, tuve que hacer un esfuerzo para subir aquellas escaleras porque tampoco quería comportarme peor de lo que ya estaba haciéndole a Zev. Quería darle el beneficio de la duda y quería pensar que quizás aquella foto de Hayley había sido solo 2 mujeres que se acercaron para abrazarlo y él tan solo fue algo "amable" con ellas.

Sin poder quitarme aquella imagen mental de encima, llegué a la puerta de su despacho, escuchando mucho ruido de fondo de gritos y de algo que no conseguía distinguir y, al ver que nadie me abría la puerta al tocar, la abrí, porque Zev quería verme.

Pero lo que vi fue mil veces peor de lo que me imaginaba.

Zev, de espaldas a mi, levantó la pistola hacia la cabeza de un hombre que estaba maniatado, lleno de golpes en su rostro y mirando a mi prometido de una manera burlona.

—No pienso decirte donde se encuentra Mat...

Zev disparó antes de que el hombre acabase la frase y los sesos de ese hombre volaran por todas partes del despacho, con Carlo y Fabio mirando la escena y un guardaespaldas de la discoteca.

Quedándome completamente estupefacta, viendo lo tranquilo que estaba Zev al hacer aquello, al comprender todas las advertencias de él, no pensé que me afectaría tanto de ver el asesinato de una persona por parte de mi prometido. Porque aquella imagen trajo consigo otras desagradables para mí.

Y las imágenes de aquella noche en Portugal volvieron a mi como un horrendo flashback.

Como las manos de ese hombre estaban por todos lados de mi cuerpo, como mi bloqueo estaba siendo mucho más fuerte de lo que jamás hubiese pensado. Y como luego clavaba aquel cuchillo en el cuello de ese ser tan repugnante, salpicándolo todo de sangre, cometiendo un grave crimen del que jamás olvidaré.

Y todo por no poder defenderme como mi padre me había enseñado mil veces.

Con las manos temblorosas, con mi mano derecha apretada por lo que había hecho hacía años, ahogué un grito haciendo que Zev se girase y me viese de aquella manera.

Y no. La culpa no era suya, era mía por darme cuenta de lo que quería aquel estúpido del asesor era que viese a Zev haciendo algo desagradable que tantas veces me había advertido. La culpa era mía por hacer caso de ese señor y porque me había hecho recordar lo que ocurrió aquella noche.

Pero Zev, los ojos de él creyeron que lo estaba odiando por como lo miraba de esa manera tan asustada. Creyó que lo odiaba por mi reacción al ver lo que acababa de hacer. Pero no... Jamás podría odiarlo. Apenas podía hablar, pero aquellas imágenes del pasado salpicaron mi presente.

Como un acto de supervivencia, necesitaba tomar aire. Empezaba a notar que estaba entrando en un trance que me costaría salir. Que estaba entrando en un fuerte ataque de pánico que hacía años que no me daba.

Apenas podía respirar. El aire no me entraba por mis pulmones o eso creía yo. Y sentí que el suelo de debajo de mis piel estaba a punto de caerse.

Tenía que marcharme, tenía que continuar para poder tomar ese aire que me faltaba. Necesitaba salir de allí para poder tener todo bajo control, un control que había perdido ahora recordando en memoria y muy vivo lo que había ocurrido aquella noche.

—Liv... —murmuró él o eso creí.

Apenas podía recapacitar. Necesitaba primero recuperarme, volver a mi trance normal, volver al presente y no sentir aquellas asquerosas manos de ese hombre.

Me di la vuelta, tambaleándome por aquel horrendo ataque de pánico que estaba sufriendo, sin poder pisar bien el suelo por el que pasaban mis tacones. Creí que me caería antes de llegar a las escaleras y las luces de neón, lo cerrado, lo oscuro, la música, tantas personas, no me ayudaba en nada en mi estado actual.

Pero antes de que pudiese llegar, y lo que la vista nublada me dejaba ver, un hombre se puso frente a mi y levantó su mano derecha. Al ver lo que tenía, al ser consciente de lo que llevaba en su mano, el pánico huyó de mí y no pude reaccionar antes, porque él apretó el gatillo antes de que pudiese hacer algo.

Un fuerte sonido amortiguado por la música tan alta del lugar, hizo que nadie sospechase de nada, pero la bala que impactó en ese cinturón tan duro que me había puesto hizo que la fuerza a la que iba la bala me hiciera caer de espaldas hacia el suelo, dándome un fuerte golpe.

Un dolor horrendo, punzante, me hizo colocar mis manos sobre la zona del disparo mientras aguantaba un grito de dolor, el cual fue auxiliado por un Zev completamente asustado.

Todo parecía ir mucho más lento que nunca y, por una vez, pude ver lo vulnerable que se encontraba Zev frente a mi.

—¡Olivia! —gritó, colocando sus manos sobre la zona del disparo. —¡Carlo! ¡Fabio! ¡Vayan a por ese cabrón! ¡¡YA!!

El dolor fue tan fuerte, que apenas pude responder ante la pregunta que Zev me estaba formulando en ese momento.

Ni siquiera pude escuchar que me estaba preguntando exactamente, pero si pude ver como el otro guardaespaldas estaba a mi lado, un hombre que desconocía y que le decía a Zev.

—No hay sangre, señor. La bala impactó en el cinturón y rebotó nuevamente —contestó.

Pero aquello solo hizo tranquilizar a Zev unos segundos antes de que me observase con aquel rostro tan pálido que tenía en ese momento.

—Por favor, Liv. Respóndeme —dijo completamente desesperado.

Tratando de sentarme, Zev me dijo que me quedase donde estaba para asegurarse de que no estaba sangrando.

—Duele... —murmuré.

Zev miró la zona y luego se acercó a mi, tomando mi rostro con sus manos. Juré que sus ojos estaban brillantes, pero no como normalmente estaban. Era como si sus lágrimas quisieran salir de allí y él no las dejaba.

—La bala impactó en tu cinturón. Te salvó la vida —murmuró mientras no dejaba de mirarme a los ojos, como si temiese que no los volviese a ver.

—Señor —murmuró el guardaespaldas y él no dejó de mirarme.

—Voy a llevarla al hospital. Pero quiero que me traigan a ese hombre y hagáis lo posible para descubrir quien mierda le pagó para hacer esta atrocidad. —Su voz iba aumentando a medida que más avanzaba en esa frase.

Luego, los brazos de Zev se colocaron bajo mi cuerpo y me levantó del suelo sin esfuerzo alguno, bajándome lo más rápido posible de la planta alta para llegar a su Ferrari, el cual había tomado prestado.

Pegué mi rostro a su cuello, justo en uno de esos tatuajes que tenía y que decoraba tan bien en su piel. Olí ese perfume que él solía ponerse y juré que despiste la mente del lugar y momento que estaba viviendo gracias a ese hombre. Me abracé a él, aferrándome, mientras Zev parecía no querer soltarme.

Cuando me colocó en el asiento del copiloto, me desabrochó el cinturón y luego vio como me encontraba. Pero no veía sangre, aunque dolía mucho, demasiado.

Me abrochó con el cinturón de seguridad y me dijo;

—Dame las llaves —contestó.

—Están en mi bolso...

Él me quitó el bolso con aquellas manos ahora temblorosas y empezó a revolverlo hasta dar con sus llaves del coche.

Dio media vuelta y arrancó lo más rápido que pudo, aunque al principio le costó colocar la llave, para correr con el coche por las calles de Chicago.

Con un fuerte dolor en mi parte baja del vientre, observé como Zev parecía que le iba a dar algo como siguiera apretando de esa manera el volante y como la vena de su cuello se hinchaba cada vez más.

—Estoy... Estoy bien, Zev. Por favor...

—Voy a llevarte al hospital más cercano —espetó totalmente ido.

Negué y le dije;

—Estoy bien. La bala impactó contra el cinturón, párate en un sitio y trata de tranquilizarte... —murmuré y estaba mucho más preocupada por él de lo que había ocurrido hacía pocos minutos.

—¡¿Como quieres que me tranquilice?! —respondió gritándome, más enfadado de lo que jamás pensé que estaría. —¡Te acaban de disparar, Olivia! ¡Si no llegas a tener esa cosa de decoración te hubiesen matado! ¡Te hubieses desangrado allí mismo entre mis brazos! ¡Así que no me digas esa mierda de tranquilizarme!

Al ver lo preocupado que estaba, como sus manos temblaban mucho más, fallando incluso en como poner las marchas, me quedé callada, porque sabía que la culpa había sido toda mía y que no debía haber venido.

💍

Zev en ningún momento se alejó de mi. Ni siquiera cuando me tuvieron que hacer pruebas y él se quedaba lo más cerca de la puerta.

El dolor parecía cesar y todo estaba bien, pero a la velocidad que iba la bala y el impactar contra el cinturón hizo que ahora tuviese un gran moretón en la parte baja de mi estómago. Todo lo demás estaba bien, solo aplicar hielo en esa parte y denunciar lo que había pasado. Pero Zev ya tenía todo preparado para hacer las cosas a su estilo. Pero en ningún momento me dirigió la palabra.

Ni siquiera cuando volvió a llevarme en brazos hacia mi cuarto me habló. Era como si la realidad le hubiese dado por completo, como si todo esto hubiese sido una gran advertencia. Y a mí me había abofeteado la realidad de golpe.

Cuando me sentó en mi cama y se dirigió hacia el mueble para elegir un pijama para mi, noté la tensión que había entre ambos y en el lío que me había metido. No quería que él estuviese enfadado conmigo y quería que supiera que estaba bien, que no había problema... Tan solo quería hacer algo aquella noche aunque lo hiciera por despecho.

Entonces, no le dije nada.

Ni siquiera cuando él comenzó a quitarme la ropa para colocar mi pijama, quitándome aquel vestido plateado y dejándome en ropa interior, ninguno habló. Aunque por la mirada que puso al ver mi moretón por la bala, supe que su preocupación seguía ahí mismo.

Sus ojos no abandonaban el moretón, pero sabía que también estaría mirando la cicatriz que tenía en la parte baja de mi vientre.

Y entonces hablé;

—Sé lo que me vas a decir... Solo... —murmuré mientras él terminaba de colocarme el suéter y sus ojos negros se posaron sobre los míos, fríos, llenos de enfado y me sentí peor por hacerle sentir de esa manera. —Estaba cabreada porque tú te divirtieras con mujeres y yo me tuviese que quedar aquí encerrada como una tonta.

Él arrugó su frente por mi respuesta y fue en ese momento en el que rompió su silencio.

—No estaba divirtiéndome con mujeres —respondió enfadado, cortante.

Y fui sincera.

—Mi amiga Hayley te sacó una foto con 2.

Zev no hizo ningún gesto. Tan solo me observó, silenció unos segundos mientras pensaba en lo que le estaba diciendo. Su silencio me ponía nerviosa y quise darme una patada mental por aquello. Debía confiar en él, lo habíamos prometido... Pero apenas nos conocíamos de 2 meses, él me había dicho en innumerables ocasiones que no era un hombre de una mujer y no era quien para enfadarme ni encelarme por ello.

Pero era en ese momento que me había percatado de que me había enamorado de Zev Grimaldi y era complicado dar marcha atrás ahora.

Y entonces, Zev rompió su silencio;

—Ya te lo advertí, Olivia.

Sus ojos eran fríos. No negaba lo que había pasado y aquello me entristeció más. Porque era en ese momento que sabía que Zev no me vería como algo más.

Asentí, sin poder decir nada.

Zev suspiró.

—Olivia, puedes salir todas las veces que quieras. Divertirte con tus amigas, conocer gente... —murmuró. —Pero ahora vas a casarte conmigo y debes tener más precaución. Sal, sé libre, pero ve acompañada de uno de los guardaespaldas que te puso mi padre... Al menos, solo hasta que este matrimonio acabe. —Juré que le costó y mucho decir aquello último. En sus ojos se veía preocupación, demasiada y continuó. —Sé que te hemos quitado la libertad total, pero eso no significa que no puedas salir, que te quedes encerrada aquí... Sal todas las veces que quieras, como si quieres estar una semana fuera... Pero con protección, por favor...

Aquello último sonaba como una súplica llena de dolor y yo asentí, triste.

Cuando él pasó el pijama de arriba por mi cuerpo, mis brazos temblaron al sentir su tacto sobre mi piel. Fue complicado aquella noche, porque era algo muy íntimo entre ambos. Cada vez sentía que hacíamos algo íntimo, más que la última vez. Y parecía no tener fin... No quería que tuviese fin.

—Soy un monstruo, Liv. —Zev llamó mi atención al decir aquello y lo observé, paciente—. No quería que me vieses haciendo actos atroces...

Negué rápidamente, tomándolo de las manos y notando como él bajaba su mirada hacia esa parte donde nuestras manos se entrelazaban.

—Te guste o no, somos un equipo y nos vamos a casar en 6 días... Sé las cosas que haces, pero no eres un monstruo. —Me observó extrañado por mi respuesta.

—Te marchaste corriendo, Olivia —contestó con fuerza, recordando el dolor que le causé hacia 2 horas—. Y alguien te disparó. Podría haber sucedido algo grave, podías haberte desangrado...

Lo frené antes de que siguiera, colocando mis manos sobre sus mejillas, notando la pequeña barba que le empezaba a salir y me gustó la sensación.

—Porque me sorprendió verte hacer eso... Porque recordé lo que ocurrió en Portugal y me entró un fuerte ataque de pánico —aclaré. —Y sé que el verdadero Zev no quiere hacer eso, por muy asquerosos, malos y cabrones que sean esos hombres que has asesinado... El verdadero Zev no es así.

Él negó ante lo que le decía, mientras yo estaba sentada en el bordillo de la cama y él de rodillas frente a mí.

—No sé porque tienes tanta fe en mi —dijo sin comprenderlo.

Ante el momento tan íntimo, en ese lugar, juntos y solos en aquel cuarto tan enorme, solo sé que me abrí a él, quizás porque el que me dispararan me hiciera ver las cosas de distinta manera, porque el vivir experiencias tan fuertes desde que lo conozco todo es distinto... Pero no sabía que podía suceder mañana y no quería seguir dejando de lado las cosas.

Ya no.

—No te vas a librar de mí tan rápido —contesté seria mientras que él sonreía delicadamente.

Pero tan rápido como lo hizo, su sonrisa desapareció.

—No vuelvas a hacer lo de esta noche... Te lo suplico, Liv...

Quizás el momento. Quizás todo lo que nos había sucedido en poco tiempo. Quizás la conexión que cada día creábamos juntos, me hizo decir aquellas palabras;

—Te lo prometo. —Y se lo prometí de verdad.

Coloqué mis manos sobre sus mejillas, tomándolo por sorpresa y, para sellar esa promesa, para que él confiase en mí, le di un suave beso en los labios. Los cuales, él saboreó a lo máximo. Sin profundizar, sin ir a más. No era el momento de apresurarnos y no nos habíamos prometido ser fieles entre nosotros, por lo que preferí, simplemente, disfrutar el momento, aunque posiblemente saliese dañada y chamuscada por jugar con fuego con Zev Grimaldi.

Cansada, me separé de Zev para acostarme en mi cómoda cama mientras me tapada hasta arriba, tratando de aguantar un quejido de dolor al acostarme de lado, justo cerca de donde se encontraba el moretón. Para no asustar más a Zev, simplemente traté de colocarme boca arriba y cerré los ojos, esperando quedarme dormida antes de tiempo.

Escuché unos pasos dirigiéndose hacia la puerta y fue ahí cuando empecé a caer rendida en la cama. Pero aquellos pasos se frenaron antes de abrir la puerta para poder marcharse.

Y desde la puerta, escuché perfectamente la voz de Zev;

—Creía que no servía para ser un hombre de una mujer, Liv... Creía...

Y con ello cerró la puerta, dejándome sola en mi cuarto, ahora si, quedándome completamente despierta por lo que acababa de decirme.

Me quedé quieta, observando la hora. Algo ya tarde, pero la voz de Zev, su frase, lo que pasó esa noche, lo que llevaba pasando todas estas semanas, los nervios previos a la falsa boda... Era todo una mezcla y no sabía cómo acabaría después de todo esto.

La puerta volvió a abrirse y solo pude ver la cabeza de alguien que conocía muy bien y me sacaba una sonrisa de tan solo escuchar su nombre.

Al ver que Angela, con un rostro de miedo, asustadizo y con los ojos vidriosos, supe que algo no iba bien.

Como pude, sin levantarme tan apresurada, me senté en la cama al ver que Angela estaba en ese estado.

—Angela, ¿qué ocurre?

Ella, sin poder mediar palabra, saltó hacia mi cama corriendo y me abrazó fuerte con ambas manos. Sorprendida, la abracé fuertemente mientras cerraba los ojos y, en ese momento, supe lo que podía haber pasado si no hubiese tenido aquel cinturón. No podría perdonarme si dejaba sola a Angela después de conocernos estos meses y no quise ni pensarlo.

Angela era como mi hermana la cual cuidaría, costara lo que costara. Estaba siendo una persona muy importante para mí. Al igual que Rocky, el cual entró al cuarto para colocarse al otro lado de la cama y empezar a olisquearme con esas ganas tan de él.

Sonreí, tratando de evitar que las lágrimas salieran de mis ojos.

—Por favor... Dime que nunca me vas a dejar. Que estarás conmigo... Escuché a mi padre diciendo lo que te había pasado... —murmuró, apretándome con fuerza.

Sentía como su rodilla me estaba apretando la herida, pero no quería decirle nada en ese estado y seguí abrazándola.

—Te prometo que estaré a tu lado siempre.

Angela me apretó mucho más fuerte y yo no me separé de ella.

—Si rompes tu promesa me enfadaré contigo el resto de mi vida. Eres la única que no has huido de mi —contestó llorando, contagiándome sus lágrimas y derramando algunas al escuchar aquello.

—Si rompo nuestra promesa, me merezco que estés enfadada para siempre.

Y Angela no me soltó ni un solo segundo.

—¡Angela! ¡No abraces tan fuerte a Olivia! —La voz de Zev apareció nuevamente en mi cuarto y ambas miramos al hombre en cuestión.

Angela se separó de mí, pidiéndome perdón y yo no pude estar más agradecida de tenerla a mi lado.

—Estoy bien —murmuré y luego empecé a limpiarle sus lágrimas con mis pulgares. —Nunca me pidas perdón por abrazarme.

Los pasos de Zev se acercaron a nosotras y lo miré unos segundos. Sus ojos trasmitían preocupación por mi estado, porque pudiese hacerme más daño de lo que ya tenía. Pero Angela jamás me haría daño. Por eso la mirada que le dediqué fue de que no pasaba nada malo.

—Esta todo bien, Zev —respondí.

Él asintió y luego trató de esperar a Angela para que bajase de la cama.

—Vamos. Tienes que descansar para mañana.

Angela se colocó a mi lado de la cama, escondiendo su cabeza en mi cuello.

—No. Quiero quedarme con Olivia.

Zev y la mirada que le dedicó a su hermana fue algo divertida.

—Angela —advirtió con una voz algo grave.

—Esta todo bien. Puede quedarse conmigo —contesté.

Zev, suspirando, negó mientras me observaba.

—Olivia, necesitas descansar y reposar después de lo de esta noche.

Puse un rostro tranquilo y asentí para volver a contestarle;

—Estaré bien, Grimaldi. —Le guiñé un ojo para luego darle las buenas noches de la manera tan nuestra. —Que tangas dulces sueños, cucaracha —bromeé haciendo reír a Zev por ello y volviendo a ver la tranquilidad en sus ojos.

Zev Grimaldi, un hombre frío y corpulento, se encontraba relajado, con sus manos en las caderas mientras me miraba de una forma divertida y más al ver que volvíamos como antes. Sobre todo, quizás porque yo estaba bien y le gustaba que Angela y yo tuviésemos una relación de hermanas y se sintiera querida.

Asintiendo, se acercó a mi para darle las buenas noches a su hermana pequeña.

—Vale. Pero cuídamela, ¿vale? —La voz de Zev fue más que obvia y Angela asintió con una sonrisa en su rostro.

Luego me observó y, acercándose a mi oído, dijo;

—Gracias, por tratarla como alguien normal y no como una Grimaldi.

La voz tan suave de él me sorprendió, pero más me sorprendió cuando dejó un delicado beso en mi mejilla, dejándome la piel erizada por su manera tan distinta y por la mirada que me dedicó después.

💍

ZEV GRIMALDI

Caminé dirección hacia la puerta de salida de la mansión después de estar toda la noche metido en la discoteca, tratando de sacarle información a ese desgraciado que vino pagado, seguramente, por Mattia Mancini.

Al mirar mis puños y ver las marcas de todo lo ocurrido anoche, supe que mi prometida terminaría echándome la bronca por hacerme daño y perder el tiempo con gente como esa. Pero esto no iba a acabar aquí y removería cielo y tierra por saber quien fue el asqueroso que intentó matar a mi futura mujer. El que quiere hacerle tanto daño y porque demonios ese Mattia quería casarse si o si con Olivia.

Si creía que iba a conseguirlo, iba a estar muy equivocado. Porque tenía que pasar primero por encima de mi cadáver para ello.

Contestando a la persona que estaba al otro lado de mi teléfono, continué caminando.

—¿Ha dicho algo?

—Negativo, jefe. ¿Quieres que cambiemos de estrategia?

Me quedé parado antes de abrir la puerta y miré hacia el comedor, donde se encontraba mi hermana pequeña de espaldas, desayunando mientras jugaba con su peluche, a la vez que el estúpido de mi padre estaba pendiente a su periódico en vez de disfrutar el momento junto con su hija.

Y respondí;

—No. Déjamelo a mi. Conmigo hablará —amenacé y corté la llamada, abriendo la puerta para caminar por la grava del lugar y guardar mi teléfono en la chaqueta negra que llevaba puesta.

Al levantar la cabeza, me sorprendió encontrarme con una Olivia vestida, con una falda corta, medias negras y una camisa que me cortaba la respiración al ver lo juntas que estaban sus 2 montañas.

Ella, apoyada al Ferrari, me miró sonriente, de esa manera tan burlesca y provocativa que solía tener conmigo y me dijo;

—Ya era hora. No pensé que tardases más que yo en arreglarte, esposo —contestó, esperando a que abriese la puerta del Ferrari.

Sin comprender nada, me acerqué a ella arrugando las cejas y, observando su estado, contesté;

—¿Que cojones haces aquí? Deberías estar descansando en tu cama.

La perfecta sonrisa de ella que me mostró me hizo debilitarme fácilmente. Y sabía que cualquier cosa que me pidiese, acabaría de rodillas frente a ella para cumplirlo.

Echando hacia atrás su increíble cabello rizado, me observó de esa manera tan provocativa que me haría desear arrancarle esa camisa y comerle todo su cuerpo durante horas. Tuve que tratar de aguantar mi autocontrol mientras que ella se cruzaba de brazos, viendo como sus pechos de juntaban más por culpa de que le faltaba abrocharse los 2 primeros botones de esa jodida camisa.

—Tranquilo. Estoy bien y no pienso dejarte solo hoy —contestó con ese acento español más marcado que otras veces, al escuchar una palabra en su idioma natal. —Somos un equipo, ¿recuerdas?

Respiré hondo, porque no ayudaba para nada a que ella me hablase en ese idioma para las ganas que le tenía.

—No quiero que me acompañes, Olivia. Quiero que te quedes y descanses.

Abrí el coche y ella abrió la puerta del copiloto, sin dejar de mirarme ni un solo segundo.

Sin decirnos nada, me hizo sonreír por su gesto, teniendo que dar media vuelta al coche para ayudarla a subir al Ferrari a pesar de que ella no quería.

—Si vas a acompañarme, vas a dejar que te ayude. Recibiste un disparo ayer, ¿te lo tengo que recordar?

Ella negó mientras aceptaba mi ayuda y luego cerré la puerta para sentarme en el lado del piloto. Colocando la llave antes de arrancar el coche, la miré, tan hermosa como estaba siempre y me alegré de volver a verla después del susto que me había dado anoche.

Olivia arrugó su frente al ver que no dejaba de mirarla y habló;

—¿Que ocurre, Grimaldi?

Sonreí, chulesco como tanto le gustaba y le fastidiaba a ella. Y tan solo le dije una frase que no entendería;

—Nunca pensé que lo diría pero... Sono felice che tu sia qui a fare il rompiscatole.

El rostro de enfado, que no entendía absolutamente nada por lo que le estaba diciendo y lo feliz que me hizo verla de esa manera, hizo que me dijese;

—Te gusta verme enfadada, ¿verdad?

—E desiderare di vederti nudo.

Reí por la mirada que me volvió a dedicar. Tan solo me ignoró, sin responder ni una sola palabra a las palabras que le había dicho y ya podía ver el malhumor en su rostro de sabelotodo. Reí nuevamente sin poder evitarlo, feliz por ello y arranqué el Ferrari.

Pero antes de ponerme en marcha, observé el volante y murmuré;

—No tienes porqué acompañarme. No es obligado que lo cumplas en nuestro contrato. —Soné más bajo de lo que realmente quería sonar.

Ni la miré, tan solo esperé pacientemente a su respuesta, pero tardó en llegar y no sabía como tomarme ese silencio. Cuando la observé, ella ya tenía sus ojos puestos sobre mi rostro.

—No tengo porqué, pero quiero.

No sonreí, porque aguanté lo máximo que pude, pero puse en marcha el Ferrari y juntos fuimos hacia las afueras de Chicago, en silencio, con tan solo una suave melodía en la radio.

No sabía como ella se había enterado a que sitio iba a ir. Siempre iba una vez a la semana, cuando podía. Pero me imaginé que Giulio tendría que habérselo contado y ella, como tan rápida era, me estuvo esperando fuera de la mansión.

Tampoco quise preguntarle, pero juré que hasta deseaba que ella me acompañase a un momento tan íntimo como este.

No hacía falta hablar y ambos lo sabíamos. No era un silencio incómodo y me agradaba. Habíamos dejado un rato nuestras bromas, la forma de meternos el uno con el otro, nuestras discusiones más típicas de matrimonio. Tan solo no hablábamos y se lo agradecí también.

Aparcando en un sitio cerca, tras estar más de media hora en carretera, la ayudé a bajar y, tomándola de la mano, caminamos por la hierba de aquel lugar, en un día nublado. Con mis flores en mano respiré profundamente mientras observaba disimuladamente a Olivia, quien miraba el lugar y observaba cada lápida que pasábamos. Hasta que me paré frente a uno que ponía; Sally Hepburn.

Observando las flores ya algo marchitas que le había puesto la semana pasada, coloqué la rodilla sobre la hierba y quité las flores viejas para poner las nuevas, cuando Olivia rompió el silencio.

—Te dejo a solas. Estaré cerca, no me iré muy lejos —susurró.

Pero tan rápido como la vi marcharse, la tomé de la mano y, desde el suelo, donde estaba con una rodilla sobre el suelo, le dije;

—No te he dicho que te vayas, ricitos. —Mi voz sonó como un dominante y luego, tras un largo rato, volví a mirar hacia la lápida mientras que notaba como Olivia se quedaba a mis espaldas en silencio.

Tocando la lápida para quitar alguna hoja seca que caía algunas veces de los árboles que habían cerca, tan solo pensé en los momentos buenos que pasé con mi madre y solo deseé volver a verla una vez más. Y volví a prometerle, como hacía cada semana, que encontraría a su asesino y que saldase las cuentas de todo lo malo que la hizo pasar.

—Te echo tanto de menos... —murmuré y suspiré, tras colocarle las flores con delicadeza.

Levantándome del suelo, miré a Olivia unos segundos y me apropie de su mano, tomándola desprevenida para poder sentir los dedos de ella sobre mi piel.

No hizo falta hablar, pero tan solo su presencia se hizo mucho menos duro de lo que era venir cada semana sin faltar ni una sola vez en tantos años. Entonces, fue ahí cuando sentí la otra mano de Olivia, colocándola sobre el dorso de la mía, dándome ese apoyo con un simple gesto.

Ambos nos miramos, sabiendo que después de nuestra boda todo iba a ser muy distinto. Porque esto no había ni siquiera empezado.

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