C U A T R O | C O N T R A T O 💍
ADVERTENCIA; quiero dejar este aviso aquí, ya que algunas personas dicen que las mujeres que sufren hemofilia no existen; si existen. Lo podéis ver con una búsqueda rápida en artículos médicos y científicos. Hay menos, pero las hay y deben controlarlo. También conozco una mujer en mi entorno que lo padece y he investigado mucho sobre esto. Lo aviso ya que es importante saberlo para la historia. Dicho esto, continuemos con la lectura.
«La única forma de demostrar el poder era fingir que lo tenías todo bajo control»
Giulio Grimaldi.
Cualquiera que pudiese describir a semejante ser que tenía a 3 metros, lo más probable es que se le escaparían bastantes cosas.
Zev Grimaldi, o mejor dicho, mi futuro marido, era sin lugar a dudas un hombre con bastantes sombras frente a él. Quizás hasta podría atreverme a decir que estaría orgulloso de todas esas sombras que tenía, por la mirada que me dedicaba en ese momento.
Si bien podría temer la manera en la que me miraba, en la forma en la que sus ojos parecían ver la maldad, no me tembló en ningún momento la voz.
Sus ojos intensos de color negro, observaban sin pestañear mi rostro. No abandonaron ningún momento mi mirada, conectando de cierta manera en la manera que teníamos de hacerlo. Y, aprovechando que él estaba observándome intrigado, miré la cicatriz que tenía en su ceja derecha, llegando incluso por parte de su ojo y no por ello dejaba de ser menos atractivo. El muy cabrón era incluso más atractivo con esa maldita cicatriz entre la ceja y el ojo.
Apreté la mandíbula al ver como los rizos de su cabello negro estaban perfectamente peinados, aunque de cierta manera, algo desordenado. Parecía peinarse de esa manera adrede para hacerse ver más atractivo. Su cabello, no demasiado corto, con aquellos pequeños mechones cayendo elegantemente por su frente, brillaba de una forma perfecta. Aunque mi cabello era mucho más rizado que el suyo, al menos algo parecíamos tener en común.
Pero, lo que más me atrajo, lo que más me hizo mirarlo de una manera poco dulce, fueron los labios de ese hombre. Irresistibles, gruesos, algo brusco diría. Mejorando todavía más las vistas de sus labios la mandíbula cuadrada que poseía. Cuando Zev descubrió donde lo estaba mirando, mostró su sonrisa de chulesco, enseñándome los perfectos dientes de modelo que llevaba.
Su brazo izquierdo estaba repleto de tatuajes, al menos, hasta donde podía verlo gracias a su camisa remangada.
Cualquiera diría que fuese un tipo temerario, que tuviese negocios ilegales, incluso hasta tal punto en el que todos temblaban al escuchar su nombre. Porque al verlo parecía más el típico modelo, incluso me atrevería a decir, actor porno, que me miraba de una manera bastante intrigante.
Su camisa color vino estaba algo apretada por su piel musculada. Con sus manos en los bolsillos con aquella camisa bien remangada, Zev empezó a caminar sin dejar de mirarme a los ojos, simplemente para analizarme como yo lo acababa de hacer con él.
—Zev es el heredero de todo mi imperio en esta enorme ciudad —murmuró—. Y ella es Olivia, una joven llena de sorpresas —respondió, clavando su mirada sobre la mía, sonriendo al decir aquello último.
Y sé muy bien a que se refería con lo de que tenía muchas sorpresas.
No hice ningún gesto para alargar la mano y estrechársela. Ni por asomo iba a hacer aquello como para empezar un trato.
Nos íbamos a casar, aunque bien era cierto que por negocios. Pero tampoco quería rebajarlo de esa manera tan frívola. Me decantaría a hacer mi trabajo en cuanto lo hablase, pero no me rebajaría hasta ese punto.
Cuando Zev alargó la mano, creyendo que se la iba a devolver, se quedó parado, elevando la ceja al ver que no le tomaría la mano. Me imaginaba que ambos nos tomaríamos de la mano en varios momentos de este trato, pero hoy no sería una de ellas.
Zev mostró su sonrisa de petulante y miró a su padre.
—Normalmente las mujeres no ignoran mi toque. —La voz grave, seductora y con ese acento italiano tan marcado, Zev se acercó a mí, colocando su mano sobre aquella mesa de roble y respondió—. Olivia, espero que realmente seas la esposa que mi padre tanto me ha recomendado. —Su voz, áspera, dura y atractiva, me hacían demostrar que ese hombre tenía muchas más cosas que escondía.
Sonreí ante la mirada seria de Zev.
—Creo que no es necesario darnos la mano tan fríamente para cerrar este trato, el cual ni siquiera hemos empezado... Zev —murmuré. Me dirigí hacia Giulio y comencé a hablar—. ¿Podemos hablar ya sobre los términos?
Giulio asintió, asombrado por la manera de ser que no solía mostrar a cualquiera y le hizo una señal a su hijo para que se sentase en la otra silla de madera incómoda que tenía a mi lado.
Zev suspiró, caminando tras de mí y acercándose a la silla de madera que tenía a mi lado, a mucho menos de un metro. Ahí pude ver sin pudor alguno el buen ver que tenía ese hombre de caderas hacia abajo. Aunque no quise entrar mucho en detalle en cuanto se sentó a mi lado, inundándome un olor agradable a perfume masculino.
—Bueno, Olivia... Zev está al tanto de algunas cosas, sobre todo, de aquella noche en Portugal —contestó Giulio. —Como ya sabes, este matrimonio sería para unos meses, al menos, hasta que todo se apaciguara.
—¿A que te refieres con eso, Giulio?
—¿Tuteas a un Grimaldi? —preguntó Zev, sentado elegantemente en la silla incómoda de madera. —Ya lo has hecho conmigo y ahora con mi padre... Eres una temeraria. Nadie tutea a un Grimaldi.
Lo observé por unos segundos con aquella mirada de aburrida al escuchar aquello último y luego volví la mirada hacia Giulio.
—Le dije que me tutease, Zev. Además, va a ser tu esposa. Como mínimo ella debe tutearte.
No miré a Zev, pero podía notar la sonrisa que ponía mientras negaba con la cabeza.
Notaba cierta pesadez en el ambiente, nada comparado con el día anterior cuando Giulio me ofreció este trabajo. Era distinto, quizás porque estaba presente el hijo de ese señor, quizás porque sabía que no era un santo ese tal Zev que sería mi marido. Quizás porque era el hombre del que todos hablaban y no de una forma dulce y amigable.
—Olivia, sabes que te ofrezco protección de por vida y dinero por tus servicios. Ahora, ¿cuales son tus condiciones?
Podía notar la mirada de Zev en mi nuca, aunque no me molesté en girarme para mirarlo.
Sabía que me estaba metiendo en un mundo oscuro y quizás yo era la que era la temeraria realmente. Pero me hacía falta el dinero. Todo lo que había luchado por años, no iba a caer en vano tan solo por un mal bache. Quizás esto era lo que necesitaba, y que no me metiese en líos para evitar que cualquier cosa horrenda pudiese ocurrirme en un futuro. Quizás esto sería un punto y coma en mi vida. Lo que necesitaba para dejar el pasado atrás.
—No quiero involucrarme en cosas turbias.
Zev rio ante ello mientras que Giulio me observaba pacientemente.
Ignoré al hombre que estaba a mi lado inundándome de su perfecto olor a perfume.
—Solo pido eso y asegurarme de que realmente me daréis protección en el futuro.
Giulio asintió.
—No hay problema, Olivia. Solo necesitamos que os juntéis, vayáis a fiestas, a nuestros negocios, a cualquier sitio para que las demás familias vean sobre vuestra unión.
Apreté la mandíbula, sabiendo que había información que me faltaba. Por ello arrugué la frente, observando a ambos hombres que tenía en ese despacho y pregunté;
—Ya hice la pregunta ayer, pero hay algo que no me cuadra... ¿Por que yo? No pertenezco a ninguna familia. Estoy sola en este mundo. Ni siquiera tengo poder, ni dinero... ¿Realmente les merecerá la pena esta unión falsa?
Solté todas mis dudas, cuando Zev se giró para dirigir todo su cuerpo hacia el mío.
Su rostro estaba algo cerca al mío, analizando cada mirada que le dedicaba. Podía ver como sus oscuros ojos me señalaban de cierta manera. Quizás ya venía en la manera de ser ese hombre, quizás por eso se había ganado esa reputación.
Hacía tan solo unas horas no sabía nada de Zev y ahora parecía tener muchas más dudas que respuestas.
—Los Rinaldi, la familia aliada, quieren que me una en matrimonio con su hija Vittoria. Una muchacha que cumplirá los 20 dentro de unos meses... Su única hija. —Zev tenía una mirada tan seria al dirigirse hacia mí que me hacía pensar en cada palabra que decía. —No quiero unirme con ella. Menos con una familia aliada... Sería una buena estrategia, pero los Grimaldi no se unen con otras familias —respondió ante la atenta mirada de Giulio. —Los Mancini son la familia rival... Sucias ratas que solo saben jugar a oscuras y cuando estás de espalda hacia ellos. Su único hijo, de un año menor que yo, está buscando esposa para apoderarse más para cuando su madre ya deje el cargo... Aunque yo odie decir esto, necesito casarme contigo para poder hacer que la familia aliada nos deje tranquilos y la familia rival tiemble por nuestra unión.
Me perdí en los ojos tan oscuros de ese hombre, como me observaban, por no hablar de como se acercaba a mí para analizarme.
Giulio no decía nada, solo dejaba que su hijo me hablase, me explicase todo lo que estaba por venir a parte de todo lo que sabía que me faltaría información.
—No serás nadie; ni una mujer de negocios, ni una mujer de familia, ni adinerada... Pero eres desconocida, cosa que a las demás familias les hará plantearse quien demonios eres tú y porqué yo decidí casarme contigo. Creerán que eres una poderosa originaria de Europa y nos unimos para fortalecer más nuestro poder —contestó sin dejar de observarme. —Realmente eres la reina en este juego de ajedrez. La pieza clave para el futuro de los Grimaldi.
Giulio, al ver que su hijo no decía nada más, me miró para contestar;
—Si no tienes alguna cosa más que decirme, podemos comenzar con todo esto.
Asentí, pensando en todo lo que me estaba diciendo.
Al mirar a Zev, pude ver oscuridad, tan solo oscuridad y hasta maldad en él. Un hombre joven, atractivo, realmente atractivo, que tuviese esa manera tan frívola y seca de ser, me daba a pensar que el diablo vestía elegantemente y lo tenía frente a mí.
Y no solo eso, sino que me iba a casar con ese hombre.
Pero, ya una vez metida aquí, sabiendo donde me estaba metiendo, asentí, dando mi permiso para continuar con todo esto.
—Acepto.
Giulio sonrió mientras que Zev parecía estar bastante serio al mirarme.
—Perfecto. A partir de ahora, esta mansión será tu casa los 2 meses que estéis prometidos. Después podréis mudaros al apartamento que tiene Zev en el centro de la ciudad —contestó Giulio.
Elevé la ceja ante lo primero.
—Pero... Tengo un piso de alquiler.
Giulio negó con la cabeza ante ello para responderme;
—La prometida de mi hijo no se quedará sola en un piso de mala muerte. Aquí tendrás todos los lujos que necesites, seguridad y tendrás que amoldarte al papel de prometida de Zev.
Asentí por todo ello mientras que Zev se recostaba en la silla incómoda.
—Zev también se quedará aquí estos 2 meses para preparar la boda y asegurarnos de que todos sepan sobre vuestra unión —respondió—. Pero al principio Zev te guiará, te ayudará a ser una Grimaldi, a mostrarte el negocio familiar y más cosas. Cuanto antes empecemos, mejor.
Al ver que la reunión había acabado, me levanté tras estrecharle la mano a Giulio e ignorar nuevamente la mano de Zev, sin querer tocarlo para nada.
Con la idea de Giulio de hacer que Zev me acompañase a mi piso, en el que llevaba unos años viviendo, para poder recoger mis cosas, salí de allí con la idea ya en la cabeza de que ahora, esa mansión, iba a ser mi nueva casa. Me pregunté si Angela tendría idea de todo esto y de como sería todo a partir de ahora para mi.
Salí del despacho, con Zev siguiéndome y, antes de que me quisiera dar cuenta, el brazo de él se puso sobre la pared, acorralándome en el enorme pasillo de aquella zona de la mansión y su rostro se pegó al mío. Me puse algo nerviosa por tenerlo tan cerca, pero elevé mi ceja, dispuesta a utilizar un buen rodillazo en el caso de que me hiciera falta. Pero Zev parecía tener otros planes.
—Quiero que te quede claro una cosa, Lara... —Sus labios se pegaron a mi oído, haciéndome temblar por esa cercanía y me susurró—. Que te quede claro; no soy un hombre de una sola mujer. Así que...
Lo interrumpí, pegando mis labios cerca de su oído para murmurarle;
—No espere que seas fiel y me amarás por el resto de tu vida, ¿verdad? —Los ojos de Zev me observaron fugazmente ante ello y no dijo nada. —No esperes tu que sea tu querida esposa, la que te pregunte como te ha ido el día y la que te dirá que te ama... Nos teñiremos al papel de esposa y esposo del que todos están esperando. El perfecto matrimonio. Pero tampoco esperes que yo sea mujer de un solo hombre.
Zev elevó su ceja ahora, estando unos segundos callado para luego asentir por lo que acababa de decir.
—Creo que vas a encajar bastante en la familia Grimaldi... Al final va a tener razón mi padre.
Sonreí delicadamente, zafándome de su cuerpo mientras caminaba hacia la puerta de salida.
—Vamos, cariño. Tengo que hacer muchas cosas y entre ellas es recoger mis pertenencias a mi piso —contesté en voz alta sin ni siquiera girarme para ver la reacción de Zev.
Pero no me hizo falta al escuchar el resoplido de ese hombre a mis espaldas.
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Me sentía incómoda en el coche de ese hombre, quizás porque era un deportivo y lo suficientemente bajo para sentir cada derrape que hacía en la carretera. O quizás por tenerlo demasiado cerca, tanto que su mano a veces rozaba mi rodilla al cambiar de marcha.
Fuese lo que fuese, era incapaz de poder mirarlo estando sentada dentro de ese coche, sobre todo si notaba la mirada de ese hombre en mi rostro.
En un momento, pude observar las manos de Zev sobre el volante. Sin duda, eran manos bastante grandes, con dedos largos y sus venas podían notarse delicadamente. Incluso hasta sus manos eran atractivas, todo en él lo era. Cada dedo tenía un anillo, exceptuando el anular, donde supuestamente le tendría que poner el anillo de casado en los próximos 2 meses. Carraspeé ante esa idea, la cual me parecía algo difícil de creer que ya estuviese prometida ante ese hombre desconocido.
—¿Este es tu barrio? —preguntó con aquel acento italiano—. Me imaginaba que era horrendo, pero no para tanto...
Apreté mi mandíbula al escuchar aquello, tratando de aguantar mi autocontrol y no abofetearlo al decir aquella cosa. Era como decirme que se esperaba que fuese pobre, pero no tanto. Si, sin duda no hacía ni 2 horas que lo conocía y ya mi mano estaba lista para abofetearlo.
—No todos tenemos la suerte de nacer en una cunita de oro —murmuré sin mirarlo.
Aunque, extrañamente, pude escuchar como reía por lo bajo por aquello.
—Chicago es grande, pero no conocía este barrio... —contestó, volviendo a cambiar de marcha, notando como su dedo meñique, sobre todo, su gordo anillo, rozaba mi rodilla desnuda.
Traté de colocar mi falda ante ese roce y él pareció notarlo, porque de nuevo volvió a sonreír de aquella manera tan petulante.
—Tranquila, no eres mi tipo —respondió.
"Olivia, aguanta un poco. No lo abofetees todavía" —me dije a mi misma en mi mente.
—Ya me imagino cual es tu tipo —ironicé sin mirarlo siquiera.
Cuando Zev aparcó cerca del edificio en el que vivía, me bajé del coche, costosamente, ya que era tan bajo que casi me caigo de bruces al suelo. Por suerte, tengo mejores reflejos gracias a las cosas que mi padre me enseñó antes de lo que le pasaría luego. Y, como era de esperar, Zev estaba ya en la puerta de entrada, con las manos en los bolsillos de aquel pantalón oscuro y apretado, esperando a que le abriese la puerta.
Sin duda, un hombre muy atento.
—Podrías haberme ayudado a bajar de esta tontería de coche.
Cerré de un portado la puerta de su fabuloso coche, ya suficientemente enfadada como para una semana, y me acerqué a la puerta mientras que Zev, sin dejar de mascar su chicle, me observaba de arriba abajo.
—Es un Ferrari.
Suspiré, al ver que la puerta volvía atascarse como siempre.
—Lo sé, pero nada cómodo.
Traté de mover la llave, cuando las manos de Zev se colocaron sobre las mías, abriendo la puerta por mi.
Lo observé unos segundos, pero no le dije nada por la mirada de burlesco que estaba poniendo.
Subimos por el ascensor ambos hasta llegar al piso donde vivía. Ahí, abriendo la puerta, escuché la voz de mi casero a pocos metros, a medida que más se acercaba.
—¿Vas a pagarme lo que me debes, Olivia? La pareja que va a alquilar el piso está esperando respuesta.
Me giré, sin ni siquiera mirar a mi acompañante, y observé al que fuese mi casero.
Estaba tan gruñón como siempre, observándome como si fuese la culpable de todos sus problemas mientras que fumaba dentro de aquel edifico en la zona comunitaria. Arrugué la frente al ver que tenía su móvil en mano, imaginándome que lo utilizaría desde que me fuese de allí sin pagarle.
—Fred, puedes hacer lo que quieras. Yo me marcho hoy de aquí.
—¿Sin pagarme el mes que me debes? Eres una niñata —respondió, acercándose a mi mientras su asqueroso cigarro me molestaba en la nariz. —O me pagas o llamo a la policía.
—No tengo dinero, Fred. Si puedes esperarte al final de semana, te pagaré lo que te debo.
El hombre se acercó a mi, de manera amenazante y parecía algo más agresivo de lo normal. Ya lo era, y muchas veces algún inquilino lo denunció por agresión verbal y física. Muchos de esos pisos estaban vacíos porque ya nadie quería quedarse en ese sitio, más por lo problemático que era Fred que por otra cosa. Aunque la subida de precio también era culpable de ello y lo agobiante que podía llegar a ser el vivir con ese hombre.
Noté que ese hombre iba a acercarse demasiado a mí, con la mano levantada, cuando alguien lo frenó.
Zev había tomado la muñeca de ese hombre, que estaba en el aire y lo alejó de mí como a 2 metros. Ni siquiera pude observar el rostro de Zev en ese momento, pero por el rostro que podía Fred, me imaginaba que había visto al mismo diablo.
—Inténtalo —respondió Zev con un tono bastante frío, seco y hasta perturbador.
Observé la escena sin entender nada, hasta que Fred se calmó y asintió, sin decir absolutamente nada.
Parecía incluso conocerlo, como si hubiese escuchado hablar de Zev y de su familia. Lo cierto es que eran muy famosos en esa ciudad, pero no pensé que tanto.
—¿Cuanto te debe?
El hombre, con la voz temblorosa, respondió.
—635 dólares.
Zev sacó su cartera negra, pero no podía ver el rostro que estaba poniendo en ese momento.
—¿Esa cantidad por un piso de mierda en un barrio de mala muerte? —escupió Zev sacando su cartera—. Debería hacérselo mirar. Odio las personas que atosigan a otras que les cuesta llegar a fin de mes. No sé donde se gastará el dinero sobrante, quizás en drogas o otras cosas, porque este edificio no ha visto una reforma en muchos años —concluyó, sacando en dinero y dándoselo al hombre.
Pero este, de los nervios, se le cayeron los billetes y, tembloroso, los recogió del suelo. Para cuando se volvió a levantar, este se topó con el rostro más de cerca de Zev, que lo miraba implacable.
—Fuera de mi vista —respondió mi prometido, haciendo que el que fuese mi casero se marchase corriendo de esa zona.
Para cuando ya no había ni rastro de ese señor, encontrándome con Zev metiendo su cartera en su bolsillo de aquel pantalón elegante, me crucé de brazos para preguntarle;
—¿Esa es tu manera de tratar a las personas?
Zev se metió la cartera en su bolsillo y, al mirarme, contestó;
—No soy un santo, querida.
Elevé la ceja al escuchar aquella forma tan seca de responderme.
Me dirigí hacia la puerta del que fuese mi piso durante años y entré, pero antes de entrar por completo mi cuerpo, le dije;
—Por cierto, si voy a vivir en tu mansión, Rocky se viene conmigo.
No me giré para mirar la expresión de Zev, pero por el silencio que hizo antes de contestar, me imaginé que no sabía de quien se trataba.
—¿Quien es Rocky?
Cuando entré, mi perro saltó sobre mi, empezándome a lamerme la mejilla, eufórico de verme. Lo acaricié con amor, disfrutando de su compañía como llevaba haciéndolo desde hacía tiempo.
Tan solo me dejé llevar por la compañía de Rocky, el que estaba ahí cuando lo necesitaba, hasta en los peores días y jamás me abandonaba.
—¿Rocky, eh? —preguntó Zev con sus manos en el bolsillo, pasando al lado de Rocky mientras sonreía con delicadeza. —Hace 3 años que mi perro falleció... —susurró en voz baja y, dándome la espalda, contestó. —Si, no hay ningún problema porque se venga. Quizás a Angela le guste y le haga también compañía.
Arrugué la frente por lo que acababa de decirme, cosa que me entristeció ya que no podía imaginarme como sería mi vida sin Rocky y traté de desechar esa idea rápidamente de mi cabeza. Pero cuando me levanté del suelo, observando a Zev, noté cierta preocupación al nombrar a su hermana.
No lo conocía absolutamente de nada, y me caía bastante mal. Pero eso no quitaba que me preguntase si habían personas de las que él se preocupase. Claro, Angela debía ser si o si esa persona con la que, seguramente, él daría su vida.
Porque si yo tuviese una hermana, también daría la vida por ella.
—Rápido, que tengo cosas que hacer, ricitos —respondió, caminando por mi apartamento y observándolo como si fuese una lacra que hubiese que exterminar.
Apreté mi mandíbula y miré a Rocky que nos observaba con extrañeza.
Me acerqué a él y le dije;
—Si le muerdes entre las piernas, te doy un premio.
Zev rio por lo bajo, negando con la cabeza.
Empecé a recoger mis cosas, aunque no eran demasiadas. Lo que más me importaba era la ropa, mis materiales de dibujo, ilustraciones y algún recuerdo importante de mi vida. Mientras Zev estaba en el salón, yo me encontraba sola en mi pequeño cuarto, recogiendo todo en 2 maletas.
Me pregunté si realmente debía hacer esto. Si me estaba metiendo en un gran lío, más de lo que ya estaba tras lo que sucedió la noche de verano en Portugal. O si era lo correcto, aunque ahora no lo viese. Aunque me negase en decirlo, casarme con ese hombre era un negocio, algo que podría venirme bien. Sobre todo, después de lo que me ocurrió hacía unos años en aquel piso.
Me quedaban unos meses para acabar mi último año en la universidad. Poder marcharme más lejos si podía, tener una vida aburrida y disfrutarla. Aunque la culpabilidad de lo que hice jamás se iría de mi mente. Porque, aunque no lo recordase... Estaba segura de que había sido yo la causante de aquello.
—¿Vas a tardar más o que? —La voz de Zev fue bastante irritante para mi.
Suspiré y me giré para salir con mis pertenencias, hasta que me topé con una cosa que me quedaba de allí, sobre la mesita de noche. La foto de mis padres conmigo de cuando era niña me observaba con cariño. La foto que más apreciaba, la que haría cualquier cosa por llevarme.
Sabía que, si un día tuviese que salir rápido de mi piso, ya fuese por un incendio, o cualquier desastre y me diesen pocos minutos para salir... Sería esa foto. Solo esa foto.
La tomé con cuidado para guardarla en mi mochila con aquel marco que compré no hace mucho en una tienda y salí de allí, mirándolo por última vez.
En el salón, me encontré a un Zev observando a Rocky, y este analizándolo desde su sitio. Era como si Zev no quisiera acercarse a Rocky, y me imaginé que era por la mala experiencia de haber perdido a su perro. No lo miraba como lo hacía conmigo, no... Lo miraba con cariño, como si viese a su perro en Rocky, pero no quería agacharse a acariciarlo porque podría dolerle al recordarlo.
No por ello, se dejó olisquear por Rocky mientras Zev lo observaba. Incluso, podría decir que estaba viendo una sonrisa delicada en su rostro.
Pero no quise preguntar ni decir nada de ello.
—Por cierto, te conviene saber que soy hemofílica —respondí, arrastrando mis maletas hacia la puerta.
Él, al elevar la ceja, decidí continuar;
—Significa que...
—Te desangras más rápido de lo normal porque tu sangre no coagula de manera adecuada —contestó desinteresado para volver a mirar a Rocky, esta vez, con ganas de agacharse para acariciarlo. —¿Y? ¿Te ponemos un tapón o algo?
Al escuchar la respuesta tan irónica de Zev, puse mi rostro de mayor enfado y caminé hacia la puerta, dándole la espalda.
—Lo que mejor te convenga... —respondí para luego continuar—. Por cierto, si fueses una cucaracha, no sabes las ganas que me darían de poder pisarte si te viese bajo mis pies.
—Viene bien saberlo —respondió como si nada.
Abrí la puerta y, cuando me giré, Zev ya tenía una rodilla en el suelo, acariciando con cuidado a Rocky.
—Te lo digo para que lo sepas por si me ocurre cualquier cosa —comenté, explicándole sobre la hemofilia, mientras veía la tierna escena entre mi perro y ese hombre que apenas conocía.
—No me interesa —susurró, para luego llevarse a Rocky junto conmigo. Ahí si que me miró a los ojos de aquella manera tan fría. —Más vale que tengas cuidado, porque yo no pienso correr al hospital por ti. Solo correría por 2 personas de mi vida... Y una de ellas está muerta.
Me quedé quieta ante lo que me acababa de decir, imaginándome que se refería a su madre y sentí una punzada por ello.
Él caminó hacia una de mis maletas y, con una sola mano, a pesar de que pesara mucho más de lo que me imaginaba, lo tomó y se lo llevó como si estuviese recogiendo un peluche.
—Me encanta como es mi futuro marido. Tan educado, divertido y atento —hablé sonriente mientras caminaba a su lado, alejándome de aquel edificio en el que había vivido desde hacía tiempo.
Pero luego él se acercó a mi oído para susurrarme;
—En la cama soy todo lo contrario, nena.
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