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C A T O R C E | A M A N T E S D E L P A S A D O 💍


«Admití que al verlo sentí unas ganas irremediables de demostrarle lo que se había perdido»

Zev Grimaldi.

El sonido de mis tacones se hicieron eco al bajar las inmensas escaleras de la mansión Grimaldi, mientras veía que cerca de la puerta y de espaldas, se encontraba mi prometido Zev hablando por teléfono.

Parecía bastante enfrascado en dicha conversación, con su mano en la cadera, hablando en voz baja mientras negaba con la cabeza a la vez que notaba aquel tono tan oscuro en el que ya lo había llegado a escuchar y ver en muy pocas ocasiones. Y todas ellas externas a mi. Jamás me había hablado de esa manera, también era cierto que nos conocíamos de hacía muy poco tiempo. Pero parecía que se mostraba como una persona distinta a la que los demás me solían advertir de como era.

Y pensaba que realmente, Zev no se mostraba su verdadero ser. Sino que mostraba ser una persona oscura, de la que todos le temían, pero nadie conocía realmente al verdadero Zev Grimaldi.

Supuse que el sonido de mis tacones, al llegar al centro del salón, hizo que él dejase dicha conversación, apagando su móvil prehistórico y girándose para mirarme. Y, si es cierto que su mandíbula no se cayó al suelo, pero la expresión de su rostro me dio a entender que mentalmente si.

Llevaba un simple vestido color champán, largo, con mangas no muy largas, pero con suficiente escote para hacer que el primer viaje que Zev hiciera con su mirada fuese hacia la línea perfecta de mis pechos. Y el muy cabrón no pareció avergonzarse de mirarme esa zona. Aunque también era cierto que la noche anterior me había dejado ver adrede desnuda por él.

Estábamos en paz.

No por ello iba a dejar pasar la oportunidad de chulearme de Zev Grimaldi.

—¿Disfrutando de la vista? —cuestioné, con cierta sonrisa en mi rostro, a la vez que hacía la misma pregunta que él me hizo a mi por verlo desnudo una de las tantas veces.

Zev, metiéndose sus manos en los bolsillos, clavó sus ojos oscuros sobre los míos y mostró esa sonrisa petulante de él.

Estaba perfecto como siempre, con una camisa blanca desabrochada por los 2 primeros botones, un traje oscuro, con un pañuelo rojo decorando y saliendo un poco de su bolsillo de la chaqueta. Algún mechón de pelo rebelde y algo rizado, caía por su frente, viéndose irresistible como siempre.

—Anoche las disfruté mucho más.

Elevando la ceja, contesté;

—Recuérdalo bien; porque no vas a volver a verme así.

Pasé a su lado y juré que murmuró algo, pero no alcancé a entenderlo.

Caminando a mis espaldas, ambos salimos de la mansión, llegando a su flamante Ferrari y, como siempre, tan caballeroso, primero se sentó él para luego abrir la puerta yo misma y sentarme en aquella asquerosidad de coche por lo bajo que era. Más con esos tacones que sufrí bastante en poder sentarme.

—¿No podías comprarte un coche más bajo, cariño? —Ironicé, una vez dentro del coche.

Él, divertido, contestó;

—Así puedo verte mejor el trasero cuando intentas sentarte, mi amor —contestó con esa mirada de imbécil y esa sonrisa que tanta rabia me daba.

Lo observé, una vez ya media cómoda dentro con los ojos más que abiertos al comprender porqué me observaba tanto tratando de sentarme y no era capaz de ayudarme a subir al coche. El muy salido lo llevaba haciendo desde que nos conocimos.

—Serás...

—¿Buen prometido? ¿Atento?

Me quedé unos segundos callada para luego responderle;

—Empiezo a pensar que hace tiempo que no follas, Grimaldi.

Él, lejos de molestarle, sonrió de esa manera y arrancó su Ferrari hacia dicho restaurante en el centro de la ciudad de Chicago.

Sin hablarnos durante el resto del trayecto, me centré en las vistas, tratando también de no pensar en otra cosa que no fuese en ir a clases el lunes y enfrentarme nuevamente a los idiotas de mis compañeros de clase. Por no hablar de aquella amenaza que recibí y que no le había comentado a Zev.

Lo último que quería era agravar algo que quizás era solo una broma pesada de mis compañeros de clase por prometerme a uno de la familia Grimaldi, por un mafioso que todavía no había visto las cosas que era capaz de hacer. Trataba de no pensar en ello y en tener bien escondido aquel trozo de revista en el que yo salía con Zev de la mano y dicha persona que me lo envió se había molestado en tachar con un objeto bailado mi rostro y poner una amenaza cerca con una flecha.

Carraspeé, algo preocupada y no consiguiendo que pudiese olvidarme de ello durante el trayecto, hasta que Zev me habló;

—¿Todo bien por el planeta Olivia?

Al mirarlo, descubrí que estábamos parados en un semáforo en rojo y él me estaba mirando intrigado. Su ceja estaba elevaba mientras que sus ojos no parpadeaban para mirarme. Observaban mis ojos, atento a cualquier cosa que diría.

Pero obviamente no iba a decirle nada sobre aquel trozo de revista. Por ello asentí.

—Pensando en los exámenes —mentí, volviendo a dejar de mirarlo.

Pensé que no iba a decirme nada más cuando arrancó, hasta que su voz grave y con aquel acento italiano me respondió;

—Hasta mi hermana miente mejor que tú...

Lo observé enfadada por ello y respondí;

—No estoy mintiendo. —Vuelvo a mentir.

La sonrisa de Zev se hizo evidente.

—No, no... Claro que no, amore mio.

—¿Puedes dejar de ironizar, imbécil?

Él sonrió de esa manera y sabía que iba a decirme algo que no me iba a gustar para nada.

—No. Mi piace vederti arrabbiato e le tue guance diventare rosse per colpa mia.

Lo observé más que enfadada al ver que me estaba hablando en italiano y no me estaba enterando de nada. Aunque en el fondo su acento y la manera de hablarme en italiano me gustaba y mucho, me enfadaba que él me estuviese provocando un enfado sin sentido porque le estaba divirtiendo la situación.

Negué, suspirando.

—Eres una cucaracha retorcida, ¿lo sabes?

Entonces, por primera vez en todo el tiempo que nos estábamos conociendo, él empezó a reírse en alto, estando incluso un buen rato así hasta que él me observó y respondió;

—Dicen que la mejor manera de aprender un idioma es teniendo un amante que hable ese idioma.

Al ver que no me iba a decir que significaba, lo provoqué siendo totalmente sincera.

—Lo sé. Aprendí griego gracias a ello —respondí, mirando hacia otro lado.

Juré que él no me respondió a eso, pero no me hizo falta mirarlo para saber que estaba más que enfadado por ello. Sonreí sin mirarlo, simplemente porque me divertía como él apretaba su mandíbula solo porque me estaba metiendo con él como Zev hacía conmigo.

Aparcó su Ferrari cerca de un lujoso restaurante, con unas vistas del mar increíbles. Observé anonadada lo caro que tenía que ser el sitio, pero luego miraba el anillo que tenía en uno de mis dedos y me decía que una cena en un restaurante lujoso era lo de menos. Negué al ver el derroche de dinero que tenía los Grimaldi, seguramente los Rinaldi también y hasta los Mancini. Eso era el poder, el tener dinero y el poder malgastarlo de aquella manera.

Nunca había tenido una vida así. Tenía una vida sencilla, tranquila, sin nada de lujos. Y aunque era interesante tener una experiencia como la que estaba teniendo ahora, prefería seguir viviendo en una vida sencilla. Todo lo que relucía no era oro, y sabía que Zev se habría ganado esa cantidad de dinero siendo un cabrón, derramando sangre y comprando a la policía para pasar la vista gorda. Lo que realmente quería saber es si el verdadero Zev era tal y como me lo describía él y los demás, o era todo lo contrario.

Suspiré, cuando me sorprendió que Zev me abrió la puerta, extendiendo la mano para ayudarme a bajar de aquel coche. Elevé la ceja sorprendida.

—Vaya, siempre tan atento en lugares públicos —bromeé.

Zev sonrió y coloqué mi mano sobre la suya, sintiendo nuevamente aquella sensación de calor cada vez que nos tocábamos. Aunque nada era comparado con la noche que Zev estampó sus labios sobre los míos la vez que anunciamos nuestro compromiso.

Ayudado por Zev, bajé de aquel asqueroso coche y juntos, de la mano, caminamos hacia el interior del restaurante, guiándonos por un camarero que decía ser el que nos atendiese esa noche. La manera tan formal que tenía el camarero frente a Zev, la forma tan caballerosa que me estaba atendiendo era para que se lo hiciera mirar Zev, pero a él parecía importarle un bledo.

Siendo el primero que se sentase, gracias al camarero que me echó la silla hacia atrás, permitiéndome sentarme, era el único ser caballeroso que había alrededor de nosotros.

Ya sabía la escasez de caballerosidad que tenía mi futuro marido, pero saber lo que hacía cuando me sentaba en el coche era para estamparle mi puño en su cara de adonis. Y no me hubiese importado dejarle una buena marca un temporada en su rostro.

Sentado, recordado en el respaldo mientras colocaba uno de sus brazos sobre la mesa, clavó sus ojos sobre mi rostro y lo ignoré unos largos segundos para ver el restaurante en el interior, lo hermoso que era y lo elegante. Pero lo que más me gustaba eran las vistas. La mesa en la que nos había puesto era cerca del gran ventanal, donde podíamos ver las vistas de mar y, más lejos, la ciudad de Chicago en la noche, con aquellas luces encendidas. Me hizo querer mirar el lugar y no pensar en nada más, en ningún problema que tuviese en esos momentos, ni mucho menos en el pasado.

—Pensé que podría gustarte. Mi padre quería que te llevase a uno realmente pijo que ni yo encajo —contestó Zev, observándome.

Ahí fue cuando miré sus ojos, más expresamente su cicatriz y sonreí un poco para responderle;

—Mi cartera no me lo permite, pero este lugar es increíble.

Zev asintió para luego mirar la carta del restaurante.

—Quiero que te quede claro una cosa, ricitos —contestó, haciendo que lo volviese a mirar, levantando mi mirada de la carta. —No me hace nada de gracia que vengas conmigo a reuniones o lugares con otras familias. Todo eso es una estúpida idea de mi padre.

Elevé la ceja por ello.

—¿Y porque me cuentas esto?

Zev y su intensa mirada hicieron mella en mi, soltando la carta para susurrarme;

—Olivia, no tienes ni idea de a los sitios en los que voy. Y cuando me veas cometer un delito me vas a odiar... —respondió sin elevar la voz. Podía ver algo de desesperación en su voz, parecía que realmente no quería que fuese con él a esos sitios y continuó—. No somos nada, pero tampoco quiero que me mires con odio después de hacer las cosas mal... Ya sé que las hago, no necesito que tu me lo demuestres en tu mirada.

Carraspeé y asentí. Dudaba que lo fuese a mirar con odio, más porque tan solo eran unos meses y me supuse que Giulio nos quería poner a prueba en esta relación falsa. Pero tampoco quería dar las cosas por hecho. Tan solo solté la carta para seguir hablando con él sobre ese tema.

—¿Tanto te preocupa eso?

Zev hizo una mueca con su boca y contestó;

—Me preocupa que las cosas salgan mal en dichas reuniones y tu estés delante. No es la primera vez que ha pasado —respondió.

—¿Que reunión hay que ir ahora? —pregunté, cruzándome de brazos.

Era consciente de que al hacer ese gesto, mis pechos se juntaban mucho más, ya que Zev clavó sus ojos en esa zona y su respiración se tornó irregular al ver su pecho moverse con fuerza, para luego subir hacia mis ojos. Vi el autocontrol que tenía ese hombre para evitar mirar ciertas zonas que le afectaban más.

Ya ni decía que no era su tipo, porque la manera en la que me miraba, sabía que era una mentira y de las gordas. Tan solo aproveché ese poder que tenía sobre él fastidiándolo un poco para ver ese autocontrol que tenía.

Y tenía mucho más del que me imaginaba.

Ya empezaba a conocerlo y si me estaba diciendo eso era porque había que ir hacia algún sitio los 2 juntos, como el día que fuimos a ver a Ginevra Mancini. Ahora tenía curiosidad de que lugar.

Zev suspiró con fuerza y dejó de mirarme para observar las vistas del gran ventanal.

—Mañana hay que ir a ver a Alonzo Rinaldi.

Casi se me cae la copa de agua que nos había servido el camarero antes y del que estuve a punto de beber.

Lo miré y no dejé de pensar en lo que ocurrió con Rinaldi la noche del anuncio de compromiso. Como me miraba. Si Zev no hubiese aparecido, estaba seguro que me hubiese ofrecido algo íntimo aquella misma noche. Y Alonzo Rinaldi estaba, supuestamente, felizmente casado con su esposa Martina Ferrari. Aunque en aquella fiesta juré que no la había visto. O eso creía.

—¿Y cual es el motivo de la reunión?

Zev volvió a mirarme para responder;

—Necesita un lugar para hacer negocios y que sea discreto. En la discoteca tengo una zona aparte de mi despacho, alejado del público, donde gente importante puede entrar para discutir sus problemas —respondió—. Pero necesita que todo esté atado y que nadie sacará fotos.

—Como ese tipo de "negocios" sea traer a mujeres ahí para hacer sus barbaridades como me has dicho, ahí si que vamos a tener un gran problema los 2.

Zev elevó su ceja y contestó;

—Vaya, ahora si que parecemos un matrimonio... —Negó con la cabeza para decirme—. No, eso jamás lo permitiría. Me lo ha pedido, pero no quiero ese tipo de negocio dentro de mi territorio. Alonzo Rinaldi sabe que no debe jugar conmigo con sus barbaries, porque entonces será motivo de ruptura entre familias aliadas.

Suspiré.

—Me imagino que no se puede hacer nada para que Alonzo Rinaldi pague por las cosas malas que hace.

Zev, cómodo en su sitio sentado, respondió;

—El tiempo dirá. —Se acercó a mí y me susurró—. Yo no puedo hacer nada. Soy peligroso, Olivia. He acabado con hombres que, si bien lo merecían, no deja de ser un delito. Si voy a denunciar lo que Alonzo Rinaldi hace, a parte de ser una traición a una familia aliada, yo acabaré peor. Tengo las manos atadas, pero eso no significa que una persona externa me ayude en ello.

—¿Te refieres a que puedes pagar a alguien para que saque a relucir la mierda del señor Rinaldi?

Zev no me contestó, pero su sonrisa lo delató.

—Vuelvo a decir; si no fuera por mi padre, Alonzo Rinaldi no sería mi aliado. Ni dejaría que se reuniese con otra gente gorda en mi negocio —murmuró—. No sé como es que Giulio y Alonzo son tan amigos... Para tener amigos así, prefiero no tenerlos. Pero conociendo a ese hombre, es mejor tener cerca a Alonzo Rinaldi, que como enemigo. —Su advertencia fue máxima.

Nos quedemos un rato callados. Ante la noticia de que mañana iré con Zev a reunirme con Alonzo. Que Zev sería capaz de romper alianza con los Rinaldi si no fuese por su padre y para no crear un conflicto más grande entre un hombre con Alonzo... Parecía que todo era mucho más retorcido de lo que me imaginaba. Y no quería ni pensarlo.

—A mi me ayuda mucho a pensar que diría mi madre en cualquier situación que me tiene en un dilema, estresada o preocupada —murmuré.

Zev se acercó a mi para preguntarme intrigado;

—¿Que diría tu madre en esta situación? Tu casándote con un mafioso como yo.

Lo observé un largo rato en silencio, mirando sus ojos oscuros. Su rostro era perfecto, sin lugar a dudas, comprendía a la gran mayoría de mujeres que me observaban con envidia por casarme con él. Era un completo dios, tan perfecto que hasta aquella cicatriz le daba ese toque. No era un chico bueno, se notaba en su mirada. Sus ojos eran tan oscuros como su alma, pero era realmente guapo. Tanto que debía ser prohibido.

Respondí;

—Que estoy loca.

Ambos reímos por ello, cuando el camarero llegó para atendernos.

Pidiendo ambos lo que íbamos a tomar esa noche, y tras marcharse el joven, Zev se dirigió hacia mí, sorprendiéndome al escuchar algo de su vida que no fuesen negocios y cosas turbias.

—Mi madre me diría que estaría decepcionada de mi... —Su voz parecía apagada al hablar de su madre Sally y, al mirarlo, tan solo me quedé callada, esperando a que siguiese hablando—. Si levantara la cabeza y viese todo el daño que he hecho, te aseguro que no volvería a dirigirme la palabra.

En silencio, negué con la cabeza para luego hablar;

—No lo creo. Si, hablaría contigo, pero también creo que tu hubieses sido una persona distinta.

Estaba más que segura que, de haber estado su madre viva, el Zev Grimaldi que conocía no existiría. Quizás si habría tomado costumbres de su padre, pero no tan macabras como me habían dicho y advertido. Hasta él mismo decía lo villano que era.

No sabía como era su madre, pero dudaba que fuese como su marido Giulio. Estaba segura de que ella hubiese encaminado a su hijo Zev por buen camino, aunque en algún momento se torciera el asunto. Pero no era así.

Y la mirada que me dedicó al decirle aquello, era como ver a ese niño interior inseguro que tenía escondido. Me pareció extraño ver a ese Zev, pero se podía ver algo vulnerable al hablar de su madre.

—¿Tu crees?

Asentí sin ninguna duda.

—Sin duda. Las personas nos cambian. La muerte de mis padres me hicieron canalizar las cosas de distinta manera —susurré—. En tu caso las canalizaste mal, pero no es tu culpa. Tienes una figura paternal que te demostraba las cosas que, a día de hoy, crees que es lo correcto para la familia en la que perteneces. Y viéndote sé que no estás feliz con tu vida actual.

Zev no me respondió, pero me observó, parecía sin lugar a dudas afectado por mis palabras. Si bien él era consciente de las cosas malas, creía que era lo correcto hacerlas porque era lo que le habían enseñado.

De estar Sally él las hubiese canalizado de otra manera todo.

—¿Como falleció tu madre? —Cuestionó Zev y juraría que estaba utilizando con cuidado las palabras, como si temiese que me enfadase por hablar sobre ese tema.

Si bien era cierto que odiaba hablar sobre ello, y juraría que nunca lo había hablado con nadie, exceptuando a una persona, cuando lo miré, supe que a él podía contárselo.

—El cigarro mata y ella falleció a causa de un cáncer de pulmón —contesté con la voz ronca.

Quizás, el no haber hablado sino con una persona, me hacía no estar preparada para hablar del tema. Por eso mismo evité mirar a Zev, que sabía que él seguía mirándome pacientemente. Parecía no tener prisa mientras que tan solo yo trataba de centrarme y no pensar demasiado en ello. Para no acabar sufriendo.

Me había acostumbrado a vivir sola, que ya no sabía lo que era el contacto humano. Y ahora que vivía en aquella mansión, con Angela, con Rocky, con Zev, con Giulio e, incluso, con las personas que trabajaban allí... Si, costaba, pero me sentía menos vacía por dentro.

—Siento lo de tu madre —murmuró con la voz brusca, aunque juraría que lo decía a pesar de que le costaba.

Me imaginaba que Zev no era de los que decía que lo sentían o cosas así. Debió de costarle bastante decírmelo y era un paso. Aunque no lo valoré porque lo último que quería era hablar sobre la muerte de mi madre.

—Me imagino que sabrás todo eso por la rigurosa investigación que hizo tu padre sobre mi —contesté con cierta brusquedad.

Si sabía todo eso, ¿por que me lo preguntaba? Era lo que no entendía.

—Quiero oírlo de ti, no lo que diga alguien en un papel —contestó ronco, con aquel acento tan marcado que poseía.

Suspiré. Seguía sin mirarlo y tan solo me centré en el plato vacío decorativo que tenía frente a mí.

Carraspeé, esperando que no siguiese con esas preguntas tan personales.

—¿Y tu padre? —Su voz parecía haber bajado bastante.

Podía seguir notando la mirada de ese hombre sobre mi y no, esta vez no iba a responder. Era mucho más personal esa pregunta y no iba a contestarla nunca. Era muy complicado, un tema mucho más delicado que ninguno y dolía, dolía demasiado.

No respondí y podría notar que él supo que no lo iba a hacer, porque enseguida cambió de tema.

—Te queda como un guante ese vestido —respondió, volviendo con su humor de siempre.

Volví a respirar con tranquilidad al ver que ese tema personal cambiaba a uno completamente distinto y se lo agradecí por completo.

—Quizás me queda así porque no llevo nada debajo —provoqué, consiguiendo mirarlo para ver como él me observaba seriamente, sin volver a sonreír y tan solo apretaba su mandíbula.

Y ese era el rostro que quería verle, tan solo por provocarle.

—Estás jugando con fuego, ricitos.

—Tu has jugado mucho más y no te has quemado todavía —contesté.

Ambos nos miramos en silencio, clavando nuestros ojos mutuamente y notando cierta tensión en el aire.

Mis piernas se cruzaron fuertemente porque por culpa de esa mirada de Zev, empezaba a notar como me latía cierta zona íntima. Y estaba segura de que a él le estaba ocurriendo lo mismo.

Lejos de todas las conversaciones y de que nuestro futuro matrimonio iba a ser falso, sin duda alguna, ambos teníamos una química que deseaba probar. No me importaría jugar con fuego si con ello quemase esta energía que me hacía tener cada vez que me acercaba a ese hombre.

Y vaya hombre.

En cambio, Zev tenía su mandíbula muy apretada, y por el rabillo del ojo podía ver como su mano, que descansaba sobre la mesa, la apretaba bastante. Se notaba que estaba controlando como yo. Aunque quería saber quien de los 2 aguantaría mucho más.

Si bien hacía semanas decía que era un imbécil, y seguía diciendo que lo era... No haría daño gastar esa energía acumulada entre nosotros para disfrutar de un rato. ¿Que más daba? No iba a enamorarme de un hombre como Zev Grimaldi. Y él mucho menos de mí.

Él no iba a repetir y yo tampoco. Acabaríamos casados unos meses por negocios y luego nos divorciaríamos, sin tener que volver a vernos. Ambos salíamos ganando. Una noche tórrida. Pero sin sentimientos de por medio.

Ya tenía experiencia en cuanto a una relación con derecho a roce de muchos meses y salí dañada. Pero esto no sería así. Solo sería una sola noche, para quitarnos las ganas que nos teníamos y que podía ver en la mirada de Zev, tanto como las ganas que yo le tenía a ese hombre. Y no volver a tocarnos en ningún momento. Si, era mucho mejor que cualquier otra cosa.

Fue ahí cuando el camarero llegó con los platos de comida y ambos, sin volver a hablar de temas personales, ni de falta de ropa, charlamos mientras cenábamos sobre los negocios de él y su familia. Aunque a veces me preguntaba sobre mi, los estudios y el arte. Si, tuvimos una larga charla interesante a pesar de que jamás me imaginaba que tendríamos un buen momento, apartando el tema de que nos metíamos entre nosotros o discutíamos como un matrimonio.

—Tu primera vez —contestó, sorprendiéndome por el cambio de tema.

Casi escupí el vino que me estaba tomando, cuando dejé la copa sobre la mesa y lo observé.

—Eso no es relevante para este matrimonio.

Zev sonrió ante ello, mientras se recostaba en su sitio tras acabar de cenar.

—Bueno, no será relevante... Pero me pica la curiosidad.

Ahora era yo la que se recostaba en el asiento, con las piernas cruzadas y pregunté;

—¿Que primera vez te refieres?

Zev sonrió por ello.

—Los besos no me interesan, los orales están bien, pero me interesa lo directo ahora mismo. Ya sabes, el primer hombre que tuvo el privilegio de estar contigo íntimamente.

Pensé un poco en ese joven. Si bien no fue mi novio, fue una primera vez algo aceptable con un chico de 19. Aunque no por ello significaba que querría contarlo con lujo de detalles. Tan solo lo observé.

Sonreí, negando con la cabeza y preguntándome porque estábamos hablando sobre ello. Tampoco es que fuese un secreto y que no era una relación real, pero de igual manera, no había motivo para hablar de cosas así.

Fue ahí cuando el camarero llegó con una copa en mano y me lo puso frente a mí.

—Disculpe, pero no he pedido esto —murmuré, ante la mirada intrigante de Zev.

—El joven de cabello oscuro que está sentado en la barra la invita a una copa —contestó para luego marcharse nuevamente.

Miré en dirección a la barra, buscando ese hombre que me había invitado a una copa y, al ver de quien se trataba, apreté la mandíbula y tome la copa llena de alcohol.

—¿Quien es ese tío? —La voz de Zev no me distrajo de lo que iba a hacer.

Ante la mirada de ese joven sobre mí, sentado en la barra, con cierta sonrisa en su rostro, a la vez que parecía que quería pedirme disculpas bastante tarde, tomé esa copa y la puse boca abajo hacia un plato hondo vacío, vaciando el líquido de la copa.

El rostro del joven cambió drásticamente sin dejar de mirarme con ese rostro que tantas veces vi de distintas formas.

—Ese tío es Egan Makris —contesté sin apartar la vista de ese joven de mi edad.

—¿El hijo de ese inversionista griego? ¿Neo Makris?

Sintiendo la piel mucho más delicada que nunca, volví a mirar a Zev, esperando no tener que volver a dirigir mi mirada hacia ese ser tan estúpido que he conocido en mi vida.

—Si, ese mismo.

—Y... ¿Se puede saber porque invita a una copa a mi prometida? —preguntó, no muy contento Zev.

Al clavar mi mirada sobre sus ojos oscuros, respondí;

—Era con el que me acostaba durante 7 meses, el cual yo creía que cambiaría y podríamos tener una relación, pero ese impresentable prefirió mantenerlo en secreto y follarme todas las veces que le diera la gana —respondí con enfado. Lo último que quería era tener que verme las caras con ese hombre, el que tanto daño me hizo hacía 2 años, cuando no conocía mucho Chicago y él fingió que éramos algo más que unos amigos que se acostaban.

Negué con la cabeza, tomando mi bolso y deseando marcharme.

El rostro de Zev era sereno, pero parecía que no le gustaba lo que había escuchado de mi.

—Te utilizó y jugó contigo —murmuró, sin dejar de mirarme.

Al mirar a Zev, con un rostro distinto, le supliqué;

—¿Podemos irnos? Por favor...

Zev ni lo dudó. Dejó 3 billetes de los grandes sobre la mesa y se levantó. Lo seguí rápidamente y visualicé la puerta de salida, que estaba a escasos 12 metros. Tan solo quería irme, lejos de ese chico del que tanto estuve enamorada y del que tanto sufrí.

Pero cuando traté de irme, Zev me tomó de la mano, jalando por mi, chocándome en su duro pecho, para luego estampar sus labios sobre los míos.

Nuevamente, me sentí perdida al principio, como la noche del anuncio. Pero los labios de Zev parecían tener algo hipnotizante, ya que me volvió a sentir como aquella noche, pero la gente no nos miraba, aunque seguramente Egan si lo estaba haciendo y él me daba igual en ese momento.

Como Zev colocaba cómodamente las manos sobre mis caderas, pegándome más a su duro cuerpo, notando esa química innegable que ambos teníamos y debíamos solucionar una noche. Pero cuando la lengua de Zev volvió a buscar la mía, ya ahí ya no era ni persona.

Jamás nadie me había besado como Zev lo hacía y me fascinaba. Era capaz de crear fuego con tan solo un beso ardiente y era capaz de hacerlo en cualquier momento. Hasta cuando había estado cabreada.

No pude evitar colocar mis manos sobre sus mejillas, intensificando aquel beso mientras lo demás pasaba a segundo plano y sentía como ese hombre me volvía loca con ese impresionante beso. Pero como todo, el beso acabó... Muy a mi pesar. Aunque esta vez había durado mucho más que el otro y hasta perdí la cuenta de cuanto tiempo duró.

Con la diferencia de que Zev, esta vez, no se encerró en sí mismo. Solo me observó con los ojos muy expresivos, con el pecho moviéndose bruscamente, tan afectado como yo.

Y murmuró;

—Ahora ese estará tragándoselo la tierra por desear estar en mi lugar... Y lo único que le diré es que se pudra.

Me tomó de la mano y nos marchamos, sin mirar atrás, sin volver a ver a Egan Makris. Tan solo caminamos fuera del restaurante, con Zev ayudándome a subirme del coche nuevamente y él sentándose en el lado dl conductor para marcharnos a la mansión Grimaldi.

El beso, ahora, me había tomado mucho más en sorpresa que el otro. Ya que en el otro lo pedían los invitados, aquí nadie lo pedía y me había dejado incluso con más ganas que la última vez.

Ninguno dijo nada, mucho menos yo. Era imposible sentir todas esas cosas, como el estómago se me revolvía cada vez que ese hombre me tocaba o cuando sus labios me besaban de aquella manera. Y aquello me ponía a 100 el muy cabrón.

—Ahora la que no habla eres tu —respondió Zev, haciendo referencia a la noche del anuncio tras el beso.

Decidí ignorarlo para poner en orden mis pensamientos y tratar de apagar yo solita ese fuego que el muy cabrón me encendió hace nada y ahora esta con muchas ganas de él. Negué con la cabeza, algo enfadada y traté de fingir a mi propia mente que nada de esto había pasado. Pero no iba a ser nada fácil.

Fue tras un rato en carretera, que noté unos faros y la marca de un coche que llevaba un rato ya tras nosotros y me estaba dando bastante mala espina.

—¿Estás viendo el coche de atrás? —cuestioné.

Zev, que estaba al igual que yo en silencio, al mirarlo parecía estar mirando por el retrovisor y asintió.

—Si. No me está gustando nada —murmuró—. Voy a girar aquí, a ver si nos sigue.

Cuando Zev giró su Ferrari y el mismo coche siguió nuestro camino, fue suficiente para saber ya que, fuese quien fuese el coche de atrás, nos estaba siguiendo.

—Nena, será mejor que te sujetes bien —contestó Zev.

Cuando lo miré para entender a que se refería, él me observó unos segundos, cuando apretó el acelerador y su Ferrari corrió como nunca por las calles de Chicago.

—¡Zev! ¡¿Que haces?! —grité, sujetándome a cualquier cosa que me encontrase.

—Confía en mi, Olivia. No pienso dejar que te pase nada —respondió.

Al mirar por el espejo, vi que el mismo coche nos seguía con casi la misma velocidad y ahora si no había dudas de que algo quería hacernos aquella persona o personas que estuviesen en ese coche oscuro. Sujetándome al coche de Zev, este condujo por las calles de Chicago, incluso, saltándose algún semáforo en rojo y pasando por trazadas poco convencionales.

Pero, madre mía, como conducía y lo bien que manejaba el coche. Me asusté de imaginarme que Zev escondía muchas más cosas de las que me imaginaba.

—¡Zev! —grité nuevamente al ver un muro frente a nosotros y este esperó hasta casi al final para girar y meterse en un callejón que tenía salida a otra carretera y una calle distinta.

Asustada, volví a mirar por el espejo para ver que el coche seguía, pero parecía haber perdido segundos de distancia frente a nosotros.

—Voy a necesitar una tila después de esto —murmuré con la voz temblorosa de la velocidad.

Ni me molesté en mirar la sonrisa del muy imbécil de mi futuro marido, porque estaba segura que estaba sacando aquella sonrisa.

Esquivando algunos coches que habían, Zev se manejaba bien y parecía que su Ferrari no tenía ni un solo rasguño. Apretando más mis manos en las zonas que me estaba agarrando, escuché decir a Zev;

—Solo espero que no mees mi coche si estás sin bragas realmente —bromeó mientras conducía de aquella manera.

—Como sigas diciendo mierdas voy a coserte la boca —respondí con los dientes apretados.

Pero el muy chulesco respondió;

—No podrías disfrutar de mi lengua después. —Volvió su tono petulante.

Iba a responderle, cuando giró en forma de "u", hacia otra dirección y juré que ya todo me estaba dando vueltas.

Mientras, el coche seguía detrás nuestra, aunque cada vez un poco más lejos. Parecía que Zev lo tenía todo controlado, más por la seguridad que emanaba de si mismo y que se notaba a kilómetros de distancia. Pero aun así, no conseguía que aquellos 2 faros que estaban a nuestras espaldas desaparecieran. Fuese como fuera, Zev se metió entre varios coches, empezando a esquivarlos para luego volver a saltarse un semáforo en rojo y juré que casi un camión se cruza en nuestro camino. Pero el Ferrari de Zev era mucho más rápido, terminando por desviarse rápidamente en otro callejón, escondiendo su coche entre una zona donde no podía verse nada y apagando las luces.

Asustada por ver pasar mi vida en segundos en ese último semáforo que se saltó, me quedé petrificada mientras notaba la mirada de Zev en mi.

—Te dije que no te iba a pasar nada conmigo.

Lentamente, fui girando mi cabeza hacia él, clavando mis ojos sobre los suyos y murmuré como pude, con la voz temblorosa;

—Vi pasar mis 23 años de vida en 2 segundos... ¿Y tienes el descaro de decir esa mierda?

Zev, con aquella sonrisa de petulante, respondió;

—Te prometí que no te pasaría nada —contestó, aunque juraría que su voz sonaba algo fría.

Sin volver a responderle, miré hacia la pared de ladrillos que había frente a mí y volví a respirar con normalidad después de un largo rato sin poder reaccionar. Zev, que quedó en silencio, empezó a manejar el auto, esta vez mucho más lento y vigilando que ningún coche nos siguiera esta vez. Pero durante el resto del trayecto, no dijimos nada. Incluso podía notar que Zev también se había asustado en ese último semáforo de lo cerca que estuvimos con ese camión. Fue ahí cuando el coche que nos seguía nos había perdido la pista.

Cuando lleguemos a la mansión Grimaldi, jamás pensé que me alegraría de estar en ese lugar tanto como hasta ahora, pero cuando traté de soltar mi mano para abrir la puerta, mi cuerpo no reaccionaba. Parecía que me había quedado sin una gota de sangre después del espectáculo de carreras que Zev y el otro conductor dieron en la ciudad de Chicago.

Zev apagó el motor una vez aparcado.

—Siento asustarte, pero si no hacía eso, nos podrían haber embestido y quizás estaríamos contando otra historia ahora o, quizás, ni hubiésemos llegado a la mansión... —murmuró Zev. Pero al ver que no respondía de la impresión, él continuó—. Estoy acostumbrado a pasar estas cosas solo.

—¿Ya has estado en peligro como esta noche en más ocasiones?

Zev asintió.

—Si, pero nunca me había preocupado por nadie más... Y por desgracia, tu has estado a mi lado esta noche para experimentarlo...

Suspiré, recostándome en el cuero del asiento del coche y traté de poner en orden mis pensamientos. Entre la cena, las conversaciones que tuvimos, mi ex y luego la extraña persecución en la noche en plena ciudad... Iba a necesitar algo más que una tila.

—No puedo ni moverme del coche... —murmuré con los ojos cerrados.

Escuché un movimiento, como Zev abría la puerta de su coche y empezaba a caminar en la grava del exterior de la mansión. Pensé que me iba a dejar ahí, sola, cuando noté la puerta del copiloto abriéndose y noté sus enormes manos bajo mi cuerpo.

Tan rápido como lo noté, abrí los ojos para mirarlo.

—¿Que haces? —pregunté rápidamente.

Zev y su rostro tan cerca del mío, respondió;

—Llevarte a tu cuarto.

Tomándome entre sus brazos y cerrando la puerta del Ferrari con la pierna, empezó a caminar dirección hacia la mansión mientras me llevaba en brazos. Y joder, lo bien que olía el muy cabrón. No sé que perfume se ponía, pero era hipnotizante lo que llevaba puesto, tanto que me hizo colocar mi cabeza sobre su cuello.

Entre cansada, con las piernas como flanes y el duro cuerpo de Zev notándolo en el mío, no ayudaba a que pudiese ser fuerte frente a él. No, para nada ayudaba, menos cuando sentía sus enormes manos en mi cuerpo, llevándome hacia mi cuarto, el que había frente al suyo.

Cerré los ojos por unos segundos, aún con el cuerpo tembloroso y no tuve ni idea de quién cojones le había abierto la puerta de la mansión, pero me dio exactamente igual. Solo sé que me empezó a susurrar algo al oído que me hizo temblar, esta vez para bien y escuché otra puerta abriéndose enseguida.

—Siento meterte en mis propios problemas, Olivia... —murmuró o eso creí que me había dicho.

Luego sentí unas sábanas de las más cómodas bajo mi cuerpo y dejé que el sueño me hiciera marcharme de la realidad en la que estaba viviendo en esos momentos.

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