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XXV


A simple vista, Aboki no era más que una pequeña ciudad, tal vez a penas podía llamársele pueblo. Rodeada de gigantescos pinos y arces que se extendían eternamente dibujados junto al río.
El agua era misteriosamente clara, la luz del Sol reflejada en su superficie le daba un tono plateado y Tempel no podía apartar la mirada de aquella luz, le recordaba al tintineo de las estrellas por la noche, aquellas que se veían tan lejanas desde la Tierra.

Una loba en el armario, tiene ganas de salir AaAuU —canturreó Allan. Él iba en serio, y los oídos del pianista estaban pagando el precio.

– Suficiente de Shakira —sentenció Sophie— Vamos a dejar que Tempel este a cargo de la música hasta llegar a la Reserva.

Allan negó con decepción la cabeza y los llamó aburridos.

– ¿Puedo? —habló Tempel en busca de la aprobación de Efel, quien desde el asiento trasero asintió con una sonrisa.

No duró mucho cuando la primera canción que escuchó sonar fue Vilo de Ataquemos. Esa canción le recordaba a Tempel, aunque era un sentimiento cálido también lo hacía triste pensar en el inevitable momento que su corazón ignoraba desesperadamente.

El futuro estaba escrito para ellos.

Quiero volver a donde estás y estar vivo en todo momento...—entonó Efel. Sus ojos estaban fijos en el cometa, este distraídamente jugaba con el viento dibujando ondas con su mano afuera de la ventana.

Había entendido algo hace muy poco, le habría gustado comprenderlo antes.

Eres el Sol...y quiero luz —continuó.

Esas personas, las que le abrían los brazos y lo hacían sentir bienvenido, quienes le devolvieron algo que había perdido sin darse cuenta, quería llamarlos amigos. Y si nació con un propósito en la Tierra, entonces ese era, cultivar un vínculo y amarlos.

Tal vez, el primer amor no era directamente la idea que Hollywood se esforzaba en vender. Quizá el primer amor era una chispa que se encendía en momentos como ese, no exclusivamente romántica, más bien ingenua. Tan pequeña y silenciosa como una amistad.

Sophie estacionó el auto al costado de una pequeña cabaña. Un viejo y mohoso cártel anunciaba: Reserva Natural Aboki.

– Suban las ventanas antes de bajar —les pidió la joven.

Antes de que terminase de pedirlo, Tempel había abierto la puerta y bajado a toda prisa. Ella lo miró seriamente haciendo que el cometa regresara tímidamente a subir el vidrio de la ventana.

– Wow, ojalá me hiciera caso así —reprochó Efel.

– En tus sueños —rió Tempel, y nuevamente corrió a descubrir que había afuera. Allan, quién ya había avanzado hasta la ventanilla de la cabaña, hablaba tranquilamente con una joven muy delgada que llevaba una boina sucia de color verde o marrón.

– Ajá ajá —respondió ella a lo que sea que Allan le contaba.

– Y por eso le planeó un viaje sorpresa —finalizó en cuanto Tempel se paró junto a él— ¡Oh! Míralo, a que es guapísimo.

Al ver al joven alto de piel grisácea, la muchacha sintió que toda su piel, desde sus pies hasta su cabeza se erizaban. Sus pupilas se encogieron y su rostro adaptó una expresión extraña. Una mezcla entre admiración, sorpresa y recelo.

Tempel sintió que su corazón se detenía por un instante al verla, en sus ojos encontró algo familiar que lo hizo apartar la mirada enseguida. Allan pensó que era extraño, y rodeó al cometa con su brazo.

– ¿Qué pasa? —cuestionó.

La joven esbozó una sonrisa, trágicamente falsa, y masculló.

— Se parece a alguien que conozco.

– Ah... —respondió él, no tan convencido— ¿Y a ti qué te pasa? —empujó a Tempel con la cadera amistosamente.

– ¡Nada! —exclamó animadamente y corrió a buscar a Efel, cuando el rubio lo vió alejarse en busca del pianista, pensó "como un cachorro" y nuevamente se dirigió a la joven de la sucia boina. Compró cuatro boletos para entrar a la reserva y volvió con su grupo.

La fémina los observó cuidadosamente desde la ventanilla, sus ojos se encendieron como una hoguera y tomó su celular para marcarle a alguien.

– ¿Alguna vez viniste? —preguntó Sophie.

Efel asintió mientras acomodaba su cabello. De pronto sintió como alguien detrás de él lo ayudaba a hacerlo, las manos más grandes que las suyas lo apartaron para relevarlo del trabajo. Entonces se dió cuenta de que las frías manos del cometa, ya no eran tan gélidas cómo antes, quizás eran tan cálidas como las del humano.

– Hace años, con mi hermana mayor. —contestó.

– ¡Tienes una hermana mayor!

– Sí —afirmó, con una sonrisa nostálgica— También un sobrino.

¿Acaso ese era Efel abriéndose a los demás? La felicidad no cabía en el pecho del cometa. Se alegró tanto por él, que le dolió pensarlo, cada vez tenía más la certeza de que el pianista no estaría solo sin él.

– Me das más vibes de hijo único —comentó Allan.

– No, le queda ser el hermanito menor. Pero... ¿Tío? — Tempel, quién ya conocía esa información, no podía imaginar a Efel cuidando de un infante.

– No los he visto durante años, no creo que recuerde que tiene un tío.

Sophie pensó que era una pena, en ese momento, Efel se veía frágil, quizás era el hecho de que nunca antes había revelado algo tan íntimo o el simplemente la burbuja que lo rodeaba se desvanecía cada vez más rápido.

– Es la mejor época del año para venir a Aboki.

– ¿Por? —preguntó Tempel.

– Hay más probabilidades de ver mataharis.

Nunca había escuchado tal cosa, ni en la televisión ni en ningún libro que hubiese leído, se preguntó porqué.

– Cada vez hay menos —se quejó Sophie— Siempre quise fotografiar uno.

– Sabes que no puedes —reprochó Efel. Haciendo que Tempel sintiera más curiosidad y preguntase por qué.

– Porque son el secreto de Orcinus, hay promesas que cumplimos por el simple hecho de haber nacido.

Allan rió.

– Qué dramático —apretó el hombro del cometa y murmuró— Lo entenderás cuando lo veas.

El sendero se hacía más angosto a medida que avanzaban, como si fuesen tragados por el inmenso bosque, aunque los más experimentados sabían que era imposible perderse, Tempel seguía ansioso. No conocía el bosque, ni sus misterios ni los peligros, sólo había visto el mundo a través de una pantalla y sus píxeles.

El final del camino, los recibió una enorme laguna, reflejaba el cielo y sus nubes, y aunque debían caminar a su alrededor para llegar al otro lado, Tempel permaneció estático. Había perdido el aliento, frente a él, al otro lado de la laguna visualizó criaturas blancas que brillaban como estrellas en el cielo.

Entonces miró a su alrededor y sus amigos permanecieron tan atentos como él. Era como si el sonido de sus respiraciones se hubiese convertido en una amenaza. Silencio. Aún así podía escuchar su propio corazón, eran cómo él. Al otro lado de la laguna, bebían tranquilos los hijos e hijas de las estrellas.

La gracia de un ciervo, la cola de un dragón, y las alas de un ángel, ojos brillantes y oscuros. Su pelaje blanco adornado con motas plateadas que resplandecían, sus cuernos se extendían en un caótico orden. Mataharis, pensó. Y entendió a lo que se refería Allan.

No tenía idea de lo que eran, pero sabía que debía protegerlos, porque de alguna forma hacían al mundo un lugar mágico. Sin embargo, sintió miedo. Temía que vinieran por él y se lo llevaran antes de tiempo.

– Sshh —lo calló el rubio. Tempel lo miró confundido, pues no había dicho nada— Estás pensando muy fuerte.

A su lado, Efel tomó su mano. Lo miró y sonrió, Efel no lo sabía antes, pero ahora entendía de dónde provenían los mataharis, conocía los misterios que callaba el universo, creía en lo extraordinario. Sintió a Tempel encogerse nervioso, y comprendió nuevamente... Las pecas en la piel del cometa comenzaron a encenderse, convirtiéndose en millares de perlas plateadas, haciendo que el humano entrase en pánico. Si bien Sophie y Allan seguían contemplando al otro lado del agua, el pianista tiró del brazo al más alto y lo abrazó, a la vez que susurraba en su oído para calmarlo.

– Está bien, estoy aquí. No te dejaré ir...

Tempel se aferró a él, mientras a lo lejos sentía la mirada penetrante de aquellas majestuosas criaturas. Sophie, al verlos, sintió que algo estaba sucediendo, pero no se atrevió a preguntar. Ese abrazo parecía imposible de romper.

– Es una pena no poder ir más cerca —comentó Allan, girándose para encontrar esa escena— ¡Tempel! Vas a tener a Efel por el resto del viaje, disfruta un poco de la naturaleza, no seas tan pegajoso.

Al hablar, espantó a la compañía al otro lado de la laguna, quiénes corrieron incapaces de usar sus alas. Lo poco que sabían de ellos, era que no podían volar, estaban atrapados por siempre en la Tierra, vigilando a nadie sabe qué o quiénes.

– Bien hecho —refunfuñó Sophie.

Tempel y Efel se separaron, con el cometa más tranquilo, caminaron por un costado, donde observaron todo tipo de flores y matorrales. Vieron aves de colores y también insectos, de los cuales Allan estaba extremadamente asustado.

Caminaron hasta que sus pies dolieron, Sophie tomó muchas fotografías.

– Vamos, todos. Tomemos una foto grupal ahí —señaló hacia una montaña cubierta de nieve que vigilaba al valle.

– ¿Quieres subir la montaña? —exclamó Allan— ¡Estás loca!

– No, digo con la montaña de fondo —explicó entre risas.

El barista suspiró aliviado. Los cuatro se posicionaron frente al paisaje que eligió la pelirroja y sonrieron. Allan hizo la seña de "paz" con sus dedos, Sophie formó un pequeño corazón con sus dedos índice y pulgar. Efel sonrió ampliamente, era su primera foto grupal, se sintió tan acompañado que no supo qué hacer. Tempel murió de ternura y lo abrazó desde atrás, en ese momento Efel se volteó para quejarse pero la pelirroja gritó "sonrían" y obedeció sin pensarlo.

En aquella foto, Efel miraba hacia atrás sonriéndole a Tempel, quien lo abrazaba con cariño.

– ¡Nooo! Entrecerré los ojos, parece que estoy drogado —se quejó Allan.

– ¿Quieres tomarla de nuevo? —preguntó la joven.

Efel inmediatamente se apropió de la cámara, la abrazó como si fuese suya.

– ¡No! —se opuso.

Todos lo miraron en silencio.

– Me gusta...mucho. La foto. —masculló, haciendo que los demás esbozaran tiernamente una sonrisa.

Sophie observó a Allan, como pidiéndole que tuviese piedad.

–  Me veo genial de todas formas —añadió Allan— Nos quedamos con esta.

El pianista sonrió y le devolvió la cámara a Sophie.

– ¿Regresamos? —preguntó Tempel.

Asintieron, y de esa forma terminó su recorrido por la reserva. Mientras se alejaban del bosque, el cometa sintió que algo lo seguía, le pareció haber visto a una persona a lo lejos, entre los árboles, pero no quiso pensarlo demasiado. Después de todo, era su primer viaje, lo acompañaban las personas más importantes para él. Tenía a Efel contento a su lado. ¿Qué más podía desear? No pensaba darle la oportunidad a nada ni nadie para arruinarlo.

– También puedo sentirlo —confesó el humano en voz bajo, acercando su cuerpo al del cometa.

Sabía de qué hablaba.

– ¿Cómo? —preguntó, sorprendido. Estaba convencido de que se trataba de algo fuera de ese mundo. ¿Cómo podía Efel sentirlo?

Cuando Allan y Sophie se hallaban lo suficientemente lejos como para escuchar siquiera un susurro, le dijo.

– ¿Todavía no te diste cuenta? —su voz sonaba como una canción de cuna— Cada día que pasa, nuestros corazones se parecen más.

Tempel llevó una mano a su pecho y pudo sentir como la capa de hielo que lo rodeaba no era más que fina escarcha, y sus latidos estaban en armónica sincronía con los de su acompañante.

– Esto es peligroso —respondió, con la voz temblorosa.

Tempel entendía lo que significaba ser humano, y ahora que su cuerpo era cada vez más mortal, temía que aquello que lo perseguía fuese el universo en persona, recordándole que era temporal. Sí, sus corazones eran uno, porque el suyo había sido moldeado por Efel, porque vivía para estar a su lado. Cuando llegase la hora en que se detuviese, dejando al del humano marchando solo, sería increíblemente doloroso. Tal vez hasta podría compararse con la muerte.

– No importa —habló el pianista— Me vale verga quién venga a buscarte, si tengo que pelear contra el Sol voy a hacerlo. Pero a mí me prometieron cinco años, y cinco años van a ser. No menos.

Y aunque no sintieran de la misma forma, ni amasen igual, estarían conectados para siempre. No menos.








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"Acércate a mí cuando sientas que es difícil, sé cómo te sientes, no importa qué tanto lo escondas,
sabes que no puedes ocultarlo
para que así podamos sonreír juntos."

Hug. Seventeen

















Finalmente estoy de vacaciones, que año tan duro fue el 2021. Les deseo lo mejor en este 2022 :'D

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