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XXIII


Tempel despertó en una cama vacía, si bien no necesitaba dormir, le gustaba acompañar a Efel cuando este lo hacía. A veces en el proceso su mente lo llevaba a lugares que comúnmente llamamos sueños. Como fue en aquella ocasión, a su lado no se encontraba el humano, se puso de pie y caminó por el pequeño departamento buscándolo, al darse cuenta de que no estaba en casa desde tan temprano asumió que habría ido a hacer las compras, comenzaban a quedarse sin comida y detergente. Aburrido y desganado al no tener a quién molestar, se sentó en el sofá a mirar televisión, los programas de ese horario no eran los más entretenidos así que al cabo de una hora fue hasta la habitación y comenzó a revisar las cosas de Efel.

Era algo que aunque sabía que no estaba bien, le picaba tanto la curiosidad que caía ante esos impulsos. Sin embargo, Efel no era una persona que guardase mucho sobre sí mismo donde el mundo pudiese encontrarlo. No tenía fotos de ningún familiar, como si hubiera intentado borrar su pasado desesperadamente, tampoco tenía una caja de recuerdos de la secundaria o algo por el estilo. Ya había revisado su armario incontables veces, así que esta vez sacó de abajo de la cama una caja de cartón de tamaño considerable.

La mayoría de las cosas ahí dentro eran documentos legales y esa clase de cosas que los adultos protegen con su vida. Estaba su pasaporte y su certificado de graduación, pero muy en el fondo de esa caja encontró algo interesante. Un cuaderno de dibujo, no sabía que Efel podía dibujar también, pero estaba firmado por él.

El papel de la primera página era amarillento y tenía manchas de humedad, pero se rescataban los delicados trazos que juntos formaban un rostro. Y no uno cualquiera, era él mismo. Su mirada pérdida y triste, sus labios curvados hacia abajo y un brillo especial en sus ojos, la chispa que avisaba que estaba por llorar. Era un autorretrato conmovedor. Detrás de aquel dibujo había un pequeño mensaje. "Este no soy yo", ponía. Tempel sonrió para si mismo, y entonces quién, se preguntó.

Lo entiendo tras pensarlo varias veces, Efel no había podido ser él mismo, cuando estaba abrumado por todo lo que le pasaba, cuando las drogas fluían por su sangre y no podía respirar, entonces ese no era él. Aquello sólo era el dolor y las distorsionadas ilusiones de algún día poder encontrarse de nuevo.

Había más dibujos ahí, cada uno con unas breves líneas detrás. Desde paisajes hasta animales y personas desconocidas para Tempel. Había un retrato de un hombre muy parecido a Efel, con el ceño fruncido y una mirada de asco que hacía que su corazón se encogiera, detrás estaba escrito: "No quiero ser tu hijo". El cometa entendió y sólo cambió de página, el evento del supermercado tuvo más sentido y la historia familiar del humano comenzaba a aclararse. Entre las últimas páginas había el boceto del rostro de una mujer besando la silueta de la frente de un niño, era una fémina muy hermosa. Cuando Tempel giró la hoja, no encontró nada, era el único dibujo que no tenía ninguna frase detrás.

Volvió a poner todo en su lugar y se arrepintió por un efímero instante de haber revisado las cosas del otro sin su permiso, ahora le dolía un poco el pecho y no podía dejar de pensar en lo solo que debía haberse sentido Efel mientras dibujaba en ese cuaderno.

El día fue extremadamente largo, escribió su novela absorbido por lo que acababa de descubrir y cuando quiso darse cuenta ya era de noche y Efel aún no había regresado. Entonces escuchó la bocina de un auto afuera del edificio, la ignoró ya que nunca antes alguien se había dirigido a los inquilinos de ese edificio con el sonar de una bocina, pasó menos de un minuto y esta volvió a sonar mucho más fuerte y prolongada que antes. Tempel se sobresaltó, dejó de escribir y se asomó por el balcón, sólo para curiosear o tal vez aplicar unos cuantos insultos que había aprendido de Efel.

– ¡Menos mal! —gritó Allan, asomándose por la ventana del copiloto de una van familiar— Baja de una vez.

– ¿Qué haces aquí?

Tempel no sabía si estar sorprendido o asustado, nunca le había dicho a Allan donde vivía.

– ¡Apúrate Tempel! —esta vez era Sophie sentándose en la ventana del asiento del conductor.

En ese momento se hizo muchas preguntas, cómo se conocían esos dos, por ejemplo. Pero más importante, dónde estaba Efel. De repente escuchó un portazo detrás de él y saltó por la sorpresa.

– Vámonos...—dijo Efel sin aliento— Ya empaqué tus cosas...están —tragó saliva mientras se dirigía a servirse un vaso con agua—...abajo.

– ¿Qué hiciste?

– Nada —respondió Efel confundido.

– Entonces. ¿Qué hice? Oh, por el universo. ¿Es el gobierno, no? Sabía que tarde o temprano me encontrarían —Efel entornó los ojos— ¿Y si me abren para extraerme los órganos? ¿Y si no tengo órganos?

– Tempel.

– Gracias chicos, pero no tienen que ayudarme, El. Puedes tener una vida normal, yo escaparé por mi cuenta. Me esconderé en el desierto.

– No hay desiertos en Orcinus.

– Verga.

– Nos vamos de viaje, deja de decir estupideces y hazme el favor de bajar y subir al auto.

La cara del cometa era un poema, lo fue por nano segundos antes de saltar de emoción sobre Efel, lo abrazó hasta despegarlo del piso y todo su cuerpo empezó a brillar.

– No, no, no —dijo en pánico el humano— Apágate, apágate.

Tempel lo soltó para comenzar a interrogarlo, quería saber a dónde irían y qué clase de lugares conocerían. Efel sólo le pidió que se callara y acelerara el paso, debían llegar antes del amanecer.

Una vez en el auto, habiendo cerrado con llave todo y asegurándose de no olvidar nada importante, partieron con Sophie al volante y Allan a cargo de la música.

– No lo veías venir, ah.

– Para nada —le respondió a Allan— Gracias a todos —sonrió.

– Nosotros no hicimos nada, agradécele a Efel —sugirió Soph.

Tempel miró al pelinegro sentado a su lado, notó que su cabello estaba más largo, y que unos leves rizos comenzaban a formarse, lo vió desviar la mirada hacia la ventana. Acercó su mano a la del humano y la tomó discretamente, el corazón de Efel se aceleró un poco, pero sólo un poco.

– Gracias —susurró Tempel mirando hacia adelante.

Con la playlist de Allan sonando durante dos horas, nadie pudo ni quiso dormir en todo el camino. En varias ocasiones Efel le preguntaba los nombres de ciertas canciones y discutían si la versión acústica sonaría mejor, el rubio solía darle la razón, era placentero presenciar al joven pianista hablando apasionadamente sobre algo de vez en cuando. Sophie era una conductora callada y Tempel iba prácticamente pegado a la ventana observando los alrededores como un perro en su primer paseo. Efel se lo comentó a Allan y este no pudo parar de reír mientras le tomaba fotos al cometa .

– Estamos por llegar, pónganse sus abrigos. —les avisó la pelirroja.

El...

– Dime —le prestó atención.

– No tengo ningún abrigo. —admitió el más alto preocupado.

– No es como si pudieras sentir frío —tras decirlo notó que para el otro se trataba más de la experiencia que de la realidad, y bendijo haber pasado por la tienda de segunda mano— Traje uno para ti, pero si no te gusta te jodes.

Tempel sonrió mientras recibía un enorme abrigo celeste pastel, adornado con encaje y muchos bolsillos, tras colocárselo le preguntó a Allan cómo se veía a lo que este respondió con un "no mejor que yo".

La chica estacionó cerca de lo que parecía ser un sendero de adoquines, se veían muy antiguos y continuaban su camino hacía la cima de un cerro, a la distancia, la figura intimidante y pacífica de un faro se levantaba, estaba algo oscuro, pero el cielo poco a poco comenzaba a iluminarse.

– Rápido, rápido. Hay que subir antes de que se llene de gente —animó Sophie.

Allan la apoyó y todos aceleraron el paso, había más personas además de ellos caminando hacia el faro, lo que ponía ansioso a Tempel, quien todavía no tenía idea de porqué estaban ahí o qué significaba ese alargado edificio. Les tomó unos quince minutos llegar hasta ahí, estando a sus pies, el faro se veía muchísimo más grande que antes, Tempel sintió que si llegaba a la cima, podría atrapar el Sol cuando este se asomase.

– ¡Subamos! —alentó a sus amigos.

– ¡Yo primero! —respondió Allan a punto de correr, cuando Sophie lo tomó por el cuello de su abrigo y lo arrastró hacia atrás mientras le lanzaba una mirada intimidante e inclinaba la cabeza en dirección a Efel.

– Allan prometió que me invitaría un café, los vemos arriba, guárdennos un buen sitio. —sonrió la pelirroja dirigiéndose a Tempel.

Se encogió de hombros, feliz porque sus amigos se llevasen bien.

– Tiene novio, Allan —Tempel lo señaló entrecerrando sus ojos, bromeando.

Bleh —Allan imitó el gesto de un arcada y haciendo una cruz con sus brazos en dirección a Sophie.

Efel miró a Tempel, lo tomó de la mano y comenzó a arrastrarlo por las infinitas escaleras del faro.

– Vamos a perdérnoslo, apúrate —explicó sin voltear a verlo. Tempel podía jurar que sintió sangre corriendo hacia sus mejillas y aunque él no pudiese verlo, asintió en silencio.

Mientras tanto, afuera.

– ¡Casi lo arruinas!

– ¿Arruinar qué?

Sophie arqueó una ceja.

– Ay no me digas que... —Allan chilló de emoción— ¡Lo sabía!

Gritó tan fuerte como para que unas cuantas personas voltearon a verlos, la chica le hizo un gesto para que bajase la voz.

– No es que sean algo pero...

– No son algo las pelotas —comentó el rubio— Tempel se desvive por él, ya me parecía medio nosé que Efel le planeara un viaje sorpresa sólo porque es su amigo.

– Sí, tal vez es más complicado que eso, pero sea lo que sea, necesitan tiempo de calidad juntos en este viaje y vamos a dárselos.

– ¿Acaso no viven juntos?

– Sí. ¿Y qué?

– Que quiero un poco de tiempo de calidad con mi mejor amigo...—explicó Allan.

Sophie inclinó su rostro confundida.

– No sabía que Efel era tu mejor amigo.

– ¿Qué? —rió— Me agrada, pero Tempel es mi mejor amigo.

La pelirroja se cruzó de brazos.

– No. Tempel es MI mejor amigo.

Cruzaron miradas punzantes mientras a la par se empujaron para ser el primero en subir al faro donde le preguntarían ellos mismos a Tempel cuál de los dos era el verdadero.

– Jamás vamos a llegar —se quejó Efel, arrastrando sus pies, hace varios escalones había pasado de ser quien arrastraba a Tempel a ser él mismo aferrándose al otro.

– ¡Llegamos! —celebró, haciendo que el humano levantase la cabeza y se sintiera ridículo al hallarse de pie bajo la puerta.

– Ah.

Cuando subieron, el gélido viento los recibió, habían más personas allí, se movieron entre ellas hasta encontrar a un costado un pequeño espacio en el que cabían. Efel guió a Tempel y le dijo.

– Justo a tiempo, mira al horizonte.

Aunque Tempel se sentía incapaz de dejar de mirarlo a él. Tenía las mejillas y la punta de la nariz enrojecidas por el frío y un brillo en los ojos especial, tal vez provocado por la brisa. Las personas aglomeradas ahí comenzaron a contar en cuenta regresiva, el cometa se les unió.

El Sol se asomó por encima del horizonte y poco a poco avanzó hasta iluminar el campo de flores que se extendía hasta el fin del mundo. Lo más impresionante no era aquello, si no el mismo faro, en dónde se suponía que estaría la enorme luz, había una esfera de cristal gigante, cuando el Sol se encontró en la posición adecuada para reflejarse en ella, la refracción de la luz se manifestó como gotas de arcoíris cayendo sobre la tierra. Abajo, las personas que no habían subido al faro, veían aquellos círculos multicolores reflejados en el suelo y en las paredes de los pequeños puestos de los alrededores y se acercaban para colocarse dentro de ellos y cubrirse con sus colores.

– ¿Qué es esto, El? —cuestionó atónito.

– Es el faro Idrytis, lo primero que existió en Orcinus.

– ¿Cómo?

– Pues antes de que Orcinus fuera un país y antes de que la gente viniera de todas partes a vivir aquí, se cree que existía una civilización originaria que construyó este faro. Aunque no es precisamente un faro, tiene la forma de uno, pero no cumple su función y está en el medio de las montañas.

– ¿Qué le pasó?

– ¿Al faro?

– A esa civilización.

– Uhm... Nadie lo sabe y todo lo que queda son leyendas — Tempel le pidió que continuase— Dicen que murieron por una enfermedad desconocida, o que migraron hacia otras tierras, incluso dicen que no eran humanos en primer lugar y que regresaron a dónde pertenecían.

– Que miedo.

Efel rió, no esperaba esa reacción.

– ¿Por?

– Imagínate si están por ahí y un día deciden recuperar sus tierras.

– Nah, pueden tenerlas. Cuando los primeros llegaron aquí, sólo encontraron un faro, y cuando nos vayamos seguramente esto sea lo único que se quede. No hay nadie que peleé por Orcinus, porque Orcinus no le pertenece a nadie, no tiene sentido intentar poseer algo que jamás fue nuestro.

– ¿No debería ser así el planeta entero?

– A la gente le gusta pelearse —rió.

– La gente es pendeja.






























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"Podría construirme un palacio de memorias, sólo
para tener un sitio a donde ir"
Clay Pigeons. Michael Sera.




















gracias.

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