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XXI



Él era así, cómo lo fue su padre, su abuelo y todos los que vinieron antes de él. Él era así, si había nacido siéndolo o si aprendió a serlo era una cuestión que no tenía sentido responder. Había algo, sin duda, que lo hacía diferente a sus predecesores, además de su nombre, Volodymir tenía sueños.

Los demás siempre habían hecho apología a su inteligencia, pues era excepcionalmente bueno en todo lo que estudiaba. En sus venas corría un talento familiar hacia la medicina, la cual acabaría siendo su profesión.

Sin embargo, en lo que a Volodymir corresponde, no fue su inteligencia lo que marcó la vida de otras personas, fue más bien su falta de madurez emocional. Las personas le dan demasiada importancia a cosas intrascendentes, algo tan superfluo como una calificación o una medalla de oro pueden hacernos sentir dueños de un momento importante en la historia por algunos segundos, pero qué sentido tiene encontrar la solución a problemas geométricos que alguien ya respondió hace cientos de años. Las cosas que más importan están dentro de nosotros y las ignoramos exhaustivamente.

Y así fue con Volodymir, creció tanto en su cabeza que olvidó alimentar su corazón.

El día en que la conoció a ella, lo perdió todo. Cuando intercambiaron sus primeras palabras, olvidó quién era él y todos sus sueños mutaron hasta convertirse en un futuro a su lado. Renunció a su sed de poder y fama, no quería ser reconocido como su abuelo ni un genio como su padre. Volodymir quería entregarle su vida a la mujer que amaba.

Amor es una palabra muy compleja, a veces, no es amor aquello que está roto. Tal vez es fácil confundirlo con necesidad, obsesión o soledad. Sí, porque cuando uno está solo es fácil confundir el amor con la momentánea satisfacción de sentir que el mundo es un lugar menos vacío. Porque como humanos anhelamos poseer, para poseer algo debemos nombrarlo, todos deseamos ser amados y qué suena mejor que amor.

Dos felices años pasaron antes de que se casaran, y tuvieron a su primer hija el tercer año, Ofelia, una niña hermosa con los ojos oscuros de su padre y el cabello castaño y lacio de su madre. Una pequeña alegre que creció en un hogar lleno de amor donde nunca le faltó nada.

Ofelia era la mezcla perfecta de ambos, era inteligente y amable, tenaz y cálida. Seguramente crecería para ser médico como su padres.

Cuando la niña cumplió doce años, nació Efel, su hermanito menor. Todos comentaban cuánto se parecía a Volodymir al verlo, grandes ojos oscuros y labios rosáceos, rizos negros cayendo sobre su frente y el ceño fruncido de su padre.

Cuando Efel cumplió cuatro años, Volodymir comenzó a notar a su esposa más distante, seguían llevándose bien, se besaban y tenían su intimidad pero algo no era como antes, la sentía alejándose. Entró en pánico por la sola idea de perder el paraíso en el que vivía y las dudas envenenaron su mente.

Comenzó a desconfiar de ella y a vigilar sus movimientos de cerca, aunque lo hizo bien y ella no se dió cuenta, sólo acabó lastimándose a sí mismo.

A mediados de ese año, su suegra enfermó y naturalmente ella debía ir a cuidar de su madre. Volodymir no pudo acompañarla, tenía un horario ocupado en el hospital y estaba a punto de obtener un ascenso. Además, sería estresante para los niños ver a su madre preocupada.

La acompañó hasta el aeropuerto, le dio un beso y le dijo cuanto la amaba, ella sonrió y respondió que también lo amaba. "Yo también", dijo. Él sintió que algo faltaba. Pasó una semana y recibió una llamada de su parte avisándole que se quedaría un par de días más para ayudar a su madre.

– ¿Estás segura de que no necesitas ayuda?

– Todo está bien, Vova. Sólo quiero pasar algo de tiempo con mamá.

– Bueno...

– ¿Cómo están los niños? —preguntó, llena de remordimiento.

En el fondo pudo escuchar la voz de Ofelia enseñándole a Efel su colección de CD's de Tchaikovsky.

– Ofelia está muy emocionada por sus clases de ballet y creo que intenta enseñarle a Efel algo sobre la música clásica.

– Suena divertido...

– Cariño, te extrañamos mucho...—expresó algo triste, Volodymir sentía pesado el corazón, mientras miraba a los niños jugar con su reproductor.

¡Papá! ¿Hablas con mami? —exclamó Ofelia.

— Sí, linda. ¿Quieres decirle algo? —le preguntó alejando el celular de su rostro.

Dile que Efel quiere un perrito —la niña abrazó a su hermanito mientras este sonreía sin enseñar los dientes, mirando tímidamente a su padre.

El hombre volvió a acercar el celular a su rostro para decirle a su esposa que no tardara demasiado en volver y que saludara a la abuela de parte de todos.

Esa misma noche, Volodymir recibió la notificación de un correo electrónico a su celular, pero no a su cuenta de correo, si no a la de su pareja, quién había iniciado sesión en ese dispositivo y olvidó cerrarla. ¿Qué podía tener para ocultar en su correo? ¿Spam?. Se trataba de una reserva de hotel, lo abrió y encontró que la ubicación de dicho hotel estaba en Orcinus, la ciudad en la que vivían. ¿Por qué reservaría un hotel cuando tenía una casa en dónde la esperaban sus hijos y su esposo?

Intentó pensar lo mejor, tal vez quería tiempo para ella sola, después de todo había tenido una semana difícil. Pero...¿Por qué no se lo diría? En unos minutos otro correo llegó a su celular, era una verificación de transferencia bancaria. Alejandro Carvalho había transferido $150 dólares a la cuenta de su esposa. No le tomó ni una hora encontrar que eso equivalía a una noche en el hotel que había sido reservado previamente.

Se sentó en su cama, agotado. Con el corazón latiendo rápidamente en un intento de decidir si llorar a gritos o asestar puños a la pared. No podía creerlo, se negaba a creer que la persona en la que más había confiado le hiciera algo como eso.

No quería que acabase, no quería culparla. Le perdonaría todo, no podía imaginar una vida sin ella.  Lentamente cerró sus ojos y pensó, mientras apretaba las sábanas entre sus manos y lloraba. Volodymir tenía la extraña necesidad de jugar con fuego, así que iría hasta lo más profundo para asegurarse de que sus heridas jamás sanasen. Encendió su computadora y buscó Alejandro Carvalho en todas las redes sociales que ella utilizaba, no paró en toda la noche, no cerró sus ojos ni un segundo por miedo a imaginarla en los brazos de aquel hombre. Supo que Alejandro era médico general y que probablemente se habían conocido en el hospital en el que ella trabajaba, debían haber pasado seis años desde que compartían entorno laboral. Alejandro era de Brasil, surfeaba y era mucho más alto que Volodymir.

Hizo una llamada.

Ilya —dijo tan pronto la otra persona respondió el teléfono.

– ¿Vova? Son las cinco de la mañana... ¿Qué quieres?

– ¿Puedes acceder a la cuenta de Facebook de Emilia por mí?

– ¿Quieres que hackee a tu esposa? –cuestionó desconcertado, Ilya, el primo de Volodymir.

– No preguntes. Sólo hazlo, te pagaré hoy mismo.

Su voz sonaba ronca y nasal, estaba deshidratado y su nariz moqueaba porque no había parado de llorar. Su abuelo y su padre jamás habrían llorado como él, pero él había decidido ser diferente por ella.

– ¿Qué quieres que busque exactamente?

Volodymir le pidió a su primo que buscara el nombre de Alejandro entre sus conversaciones. Rápidamente Ilya lo encontró.

– Lo tengo... –carraspeó– Son...Hay muchos mensajes.

– ¿Qué tipo de mensajes?

– Vova...hay —Ilya tragó saliva y cerró los ojos— Hay fotos de Emilia...des...desnuda.

No respondió, su mirada se apagó y sintió que ya no le quedaba energía, ni lágrimas que derramar.

– ¿Desde cuándo?

– El mensaje más antiguo es de hace seis años, pero si lo que te interesa saber desde cuando es más...–el pobre Ilya no sabía que palabras usar– Hace cinco años las conversaciones se ponen más íntimas.

– Gracias Ilya.

– Lo siento mucho, Vova...no tienes que darme nada sólo-

Finalizó la llamada antes de que el otro terminara la oración.

La verdad caía sobre él con el peso de una avalancha, pero Volodymir la esquivó como un ninja. Cuando Emilia regresó de su "viaje" eventualmente la enfrentó y comenzaron los gritos.

Ella se disculpó de rodillas por haberlo lastimado, él la abrazó pidiéndole que no lo abandonara, que lo dejaría pasar. Emilia debió saber que no todo volvería a ser como antes.

– ¡Cinco años! ¿Acaso no era suficiente?

– Sé que no tengo ninguna excusa... Y lo siento muchísimo.

– ¿Por qué lo hiciste? —escupió.

Ella no podía mirarlo a los ojos, mientras intentaba encontrar palabras que la justificaran entendió que no las había. Nunca había sentido que su vida era la que soñó. Amaba a sus hijos, pero Volodymir no era el hombre que conoció alguna vez. No era feliz con él, pero tenía miedo de dejarlo. Era como caminar por un campo minado.

Era inestable y no la hacía sentir segura, pero también podía ser cariñoso y atento, aunque arrogante y altanero. Siempre había algo de lo que quejarse para él y eso la llevó a compararlo inconscientemente con otros hombres.

– Necesitaba respirar, me sentía agobiada y él... Él me hizo sentir libre.

Para Volodymir eso fue un disparo directo al corazón.

– ¿Agobiada de mí?

Emilia no respondió. El silencio lo hizo por ella. El hombre tomó una taza y la arrojó a la pared, la cerámica se hizo añicos y detrás de la pared un pequeño grito se escuchó.

– Ven —dijo Volodymir— ¡Que vengas! —ordenó.

El pequeño Efel asomó su cabeza por el borde de la pared, con cuidado de no pisar los trozos punzantes de cerámica, caminó hacia su padre.

– ¿Es mi hijo? — cuestionó mientras lo señalaba con asco y miraba a Emilia.

– ¿Qué? Pero qué dices, Volodymir, claro que es tuyo.

Cegado por la ira y negado a aceptar que la mujer a la que le entregó todo lo había traicionado, lo único que podía ver era un engendro producto aquella traición a su lado.

– Es igual a él —respondió y luego escupió sobre el niño— No quiero que te vayas —murmuró mirándola y sus ojos se oscurecieron para siempre— Pero él nunca será mi hijo, esto —señaló a Efel como si fuera un saco de basura— Esto debería ser suficiente para que no lo extrañes.

Y luego siguieron varios años en los que Volodymir trató a Efel como un desconocido, como el hijo de un monstruo, evidentemente era su hijo. Eran físicamente lo más cercano a idéntico posible. Sin embargo, jamás lo sería para él.

Ver como su padre maltrataba a su hermanito hizo que Ofelia se alejara de Volodymir, pronto Emilia haría sus maletas y escaparía lejos para vivir con Alejandro en Brasil. Las únicas personas que Efel alguna vez había amado lo dejaron solo en una casa que si bien era enorme, lo hacía sentir asfixiado.

Cuando Efel tenía seis años, su hermana se graduó y se fue de casa. Alrededor de sus trece años su madre se despidió de él y no la volvería a ver. Luego, durante seis años fueron sólo Volodymir y Efel, ninguno podía soportar al otro y Efel encontró refugio en las drogas y la música, pero esa es una historia del pasado.

Ahora que las cosas están más claras, creo que podemos enfocarnos en el presente, por más efímero que parezca, el presente es lo único que importa.




















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"Culpaste de todo a tus hijos,
éramos jóvenes, éramos inocentes.
Me dijiste una mentira, jódete por eso,
al diablo con tu orgullo y todas tus oraciones
...
Ahí afuera por mi cuenta, me sentía tan solo como un poltergeist en la otra vida.
Desvaneciéndome gradualmente, con mis rodillas temblando... A raíz de este vidrio roto".

Leader of the landslide. The Lumineers.


















Gracias por seguir leyendo esta historia :)

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