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XVII



– Ya va siendo hora de que tiñamos tu cabello de nuevo.

– Ah, sí. Sophie va a hacerlo por mí.

– Oh...

Efel guardó silencio y continuó comiendo de su tazón de cereal.

– ¿Qué pasa?

– Nada.

– Creí que yo te ayudaría con eso.

Tempel rió.

– Y yo creí que no te gustaba hacerlo.

– ¿Qué? ¿Por qué?

– Te quejas de cómo quedan manchas en tus manos por días —explicó.

– Bueno, sí, pero aún así...

– Puedes venir con nosotros. —lo invitó.

Efel respondió que iba a pensarlo, seguía siendo nuevo en eso de pertenecer a un grupo de amigos, tres ya era una multitud para él.

– Deja de comer cereal como almuerzo, prometiste que te cuidarías.

– No hay nada para cocinar.

El cometa entornó los ojos y suspiró, de repente desapareció en el interior de la habitación del humano, regresó con un pequeño sobre blanco y comenzó a ponerse los zapatos como si fuese a salir.

– ¿A dónde vas? —le preguntó.

– Vamos, apúrate.

– ¿Qué hay en el sobre?

En el último mes, después del incidente de la bañera, Tempel había estado más inspirado que nunca y trabajó muy duro en sus producciones escritas. Presentó sus composiciones en cientos de editoriales, periódicos y revistas, hasta que una pequeña editorial decidió publicar algunos de sus cuentos en una colección para niños. Lo que sostenía en sus manos, era la primera paga que la editorial le había concedido, su porcentaje de las ventas de aquel mes.

Estaba emocionado, se sentía enteramente capaz de ser recíproco con Efel, quería ir corriendo a un supermercado y llenar la alacena, dejarla repleta, como nunca había estado. También planeaba comprar algunas vitaminas para el pianista, sentía cálido el pecho al pensar en que estaría ayudando al otro.

Si bien el amor no era algo que los humanos aprendían en la escuela, sí que lo cultivaban en los actos cotidianos, era impresionante para él como un gesto tan diminuto podía hacerle el día a otra persona.

– Mi —se interrumpió— Nuestra fortuna.

– ¿Qué hay de Sophie?

– Si nos apuramos estaremos de vuelta antes de las siete.

Efel sólo pudo obedecer en silencio, últimamente era más fácil dejarse llevar. Vivir sin pensarlo, sin pensarlo tantas veces, tal vez demasiadas. Y había algo que aún no habían descubierto, pero cada vez se alzaba más alto sobre ellos, como el Sol en el amanecer. Era una de esas cosas que sólo podían demostrarse antes que decirse, los actos hablaban más que las palabras y en ese sentido, habían hablado más que suficiente. Tal vez por eso, salió todavía vistiendo su ropa más cómoda, con algunos agujeros en los pantalones, y el cabello desaliñado.

Si tan sólo pudieras notarlo antes que yo y decírmelo.

No se avergonzaba de sí mismo, Tempel no conocía a nadie más que fuese capaz de ocupar el lugar de Efel. Efel conocía a Tempel. Hay misterios en el universo que sólo pueden verse cerrando los ojos.

Ahí estaban, cuando la primavera comenzaba a derretir el frío invierno, uno le tomó la mano al otro y bajaron por las escaleras rumbo al supermercado. El olor a productos de limpieza y jazmines, ahora le recuerdan a aquella tarde. ¿Qué habría pensado el Efel de antes? Si lo viese ahí, con el corazón palpitando a pasos ajenos, gritando en silencio que su mayor temor era ahora su anhelo.

Y que por fin creía.

– Si pudieras tener cualquier superpoder, ¿cuál sería? —preguntó el más alto.

– ¿Otras vez leíste uno de esos sitios de "Preguntas para conocer mejor a tu pareja"?

– Sí.

Efel rió, ocultando su rostro en sus manos.

– Leer mentes.

– ¿Por qué? —cuestionó Tempel— Te volverías loco.

– Sólo imagina saber siempre lo que están pensando los demás, serías inmune a las mentiras y siempre estarías un paso por delante.

– No es como si pudieras leer la mente de otros sin salir del departamento.

– ¿A qué viene eso?

– Sólo digo que ahora que conoces más gente podrías salir sin mí de vez en cuando y relacionarte con ellos.

El argumento del castaño provocó un ceño fruncido en el pianista.

– Pero...¿Qué hay de malo si sólo me gusta salir contigo?

Aunque se esforzó por no sentirse halagado, el cometa esbozó una sonrisa, una que luego pasó a ser un gesto algo triste.

– Entiendo que soy la persona más divertida que conoces pero no le quites la oportunidad a otros de conocerte, El.

Le respondió que no se perdían de nada, a lo que Tempel negó explicándole que no existía nadie como él en el universo. Lo llamó "tonto" y prometió que lo intentaría. Tempel encontró una oferta de verduras y descubrió que a Efel no le gustaban las zanahorias cocidas.

– ¿Y el tuyo?

– ¿Qué cosa?

– ¿Cuál sería tu superpoder?

Para ser alguien que ya había volado, soportado grandes temperaturas, fuerza sobrehumana y cambiado su cuerpo de forma. Lo único que podía hacer brillar sus ojos al pensarlo era...eso.

– Controlar el tiempo.

– ¿Eh? Qué complicado. ¿Para qué lo usarías?

– No lo sé, pero sería muy épico.

Algo tan rutinario como ir al supermercado un domingo por la tarde, algo tan simple como el jugo de cartón. ¿Cómo podían volverse tan importantes?

– No olvidamos nada, ¿cierto? —habló Efel.

– Hm...

Juntos se asomaron para revisar el carrito de compras, notaron que hacía falta el tinte de cabello.

– Adelántate, iré por él —dijo el humano.

– De acuerdo. —sonrió.

A pasos largos, Efel avanzó entre varios pasillos, dobló a la derecha y siguió recto, leyendo apresuradamente los cárteles señalizados. En su prisa, chocó con el carrito de alguien, miró frente a él para encontrar a un hombre alto y delgado, de oscuro cabello invadido por el tiempo, donde algunas tímidas canas trepaban por su copete endurecido con fijador. Había arrugas bajo sus ojos y sus párpados caían con pesadez y arrogancia.

– Lo...lo siento —se disculpó, pero fue sólo cuando terminó de pronunciar aquellas palabras cuando descubrió que detrás de aquel carrito se encontraba de pie su padre.

Lo miró con asco, reconociéndolo, como solía hacer.

– Efel.

El joven no respondió, se hizo a un lado, cabizbajo y se propuso seguir caminando.

– ¿Qué haces aquí? —aquella voz amenazadora interrogó.

Le hirvió la sangre.

– ¿Necesito tu permiso?

– Creí que te mudarías lejos, te di suficiente dinero para que salieras de la ciudad.

– Finge que nunca me viste, no seas tan dramático.

El hombre apretó su agarre en el carrito. Se percató de su apariencia y escupió venenosamente:

– Estás famélico. ¿Sigues intentando morir?

Aquello era lo que le decía antes cuando lo encontraba en compañía de alguna droga.

– ¡¿Y qué si lo hago?! —exclamó Efel.

Su progenitor se sobresaltó, miró a sus costados avergonzado, estaban en público después de todo, y no quería que lo relacionaran con un "cualquiera".

Hazlo apropiadamente, entonces. A nadie le importará si desapareces.

En ese momento, sintió que había sido un error dejar su corazón tan descubierto, porque como siempre había temido, una palabra suya podía hacerlo miserable.
























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"Las palabras significan más de noche..."
Words. Gregory Alan Isakov.













Hola, ten un lindo año <3

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