XV
– Somos perdedores, y siempre lo seremos .—pronunció Stanley Uris, dando paso a los créditos de la película, It Chapter II.
Mientras tanto, un joven yacía encogido sobre el sofá, abrazando sus rodillas, con lágrimas recorriendo su rostro y un tazón de cereal a medias delante.
– No puede ser .—se quejó, Tempel—. Es increíble que llores siempre que la ves.
Efel se secó las lágrimas con las mangas de su suéter y murmuró un "Cállate".
– Son el mejor grupo de amigos después de The Big Bang Theory. ¡Los adoro, mierda!
– Bueno, cálmate .—le pidió amistosamente—. Tengo hambre.
Efel apagó el televisor y retiró el DVD del reproductor con cuidado, realmente amaba esa película, incluso tenía un cajón especialmente reservado para ese CD y él de Tangled, su placer culpable.
– Hay un sándwich de queso en el refrigerador .—respondió desinteresadamente.
El más alto hizo una mueca de asco que provocó una sonrisa en el otro. "Eso lleva semanas ahí" quería decir.
– No voy a cocinar para ti, si eso es lo que tu cara quiere decir.
Tempel negó, usando sus manos a la vez.
– No digo que lo hagas por mí, tengo hambre pero no necesito comer, en realidad son antojos .—sonrió nervioso—. Eres tú quien debe comer mejor, mírate.
El pianista se miró, literalmente, caminó hacia el espejo de cuerpo entero que se hallaba junto a la puerta principal. Se echó un vistazo de pies a cabeza, sin tener una pista de a qué se refería el cometa.
– No veo nada raro.
Tempel dejó escapar un "ugh" acompañado de sus ojos entornándose y se paró junto a él. El contraste era enfermizo. Sumamente cliché. Hacía que ambos se sintieran incómodos, Efel se sintió extraño e inseguro al compararse con el otro, sabía que no debía hacerlo. Era atractivo a su manera. Tempel por otro lado, consideraba a su amigo bastante atractivo, pero le preocupaba lo delgado que se encontraba, parecía que escondía un trastorno alimenticio.
– Estás famélico .—acabó apuntando sin reparo.
– Famélico tu culo escualido.
– Hablo enserio, El. No está bien.
Efel no supo qué responder, nunca se había preocupado por cómo comía, mientras lo hiciera, desayunaba una manzana, almorzaba un tazón de cereal con leche de almendras bastante generoso y no comía durante la noche a causa del trabajo. Tampoco le importaba tener un cuerpo ostentoso, así que no se ejercitaba, era delgado por naturaleza, no de la forma en que la gente buscaba estar, él estaba desnutrido.
– Bueno.
– ¿Bueno? ¡Vas a enfermarte! No. ¡Van a tener que internarte! .—exclamó Tempel, agitado—. Por favor, sólo...
Efel hizo un gesto con la cabeza, indicándole que finalizara la oración, pero no lo hizo, se desvaneció hacia el suelo, inconsciente. Entonces, con el corazón prácticamente al borde del infarto, Efel se puso de rodillas junto a él.
– Tempel. ¡Tempel! .—lo agitó.
Fue inútil, tuvo miedo, sabía que no podía llamar a una ambulancia, ese cuerpo funcionaba de maneras misteriosas. Puso su delicada mano sobre la frente del contrario y descubrió que tenía fiebre. Se arrepintió de ser (Tempel tenía razón) tan débil a causa de su dieta. No podía cargarlo hasta la cama, pero logró subirlo al sofá, dónde acomodó el cuerpo opaco de un ser fuera de ese mundo, le colocó una toalla empapada de agua fría en la frente, tal vez porque era lo que hacían en las películas, a pesar de eso la fiebre seguía ahí, incrementando. No sólo lo asustaba que la tuviese, el problema era que Tempel era básicamente hielo y eso no podía significar nada bueno.
– Vamos, Tempel .—suplicó—. ¡Maldita sea!
Se puso de pie y trajo la sábana más grande que tenía, deslizó sobre ella el cuerpo cubierto de pecas oscuras, arrastró la sábana en la que Tempel yacía envuelto hasta el baño, donde llenó la bañera con cubos de hielo, sólo tenía suficientes para completar 1/4 de su volumen, tenía que funcionar. Al igual que con el sofá, consiguió meterlo en la tina y abrió el grifo de agua helada.
– Esto parece el puto océano antártico, idiota .—se le empañaron los ojos—. No voy a dejar que te vayas ahora.
Hace unas semanas, tras haber comprado ese sándwich de queso en la tienda de paso de una gasolinera, tuvieron una conversación.
– ¿Qué pasará contigo después de cinco años?
– Voy a ascender hacia el cielo como Jesús .—dijo Efel.
– ¿En serio?
El cometa se rió tan fuerte, que una pareja de ancianos volteó a verlos con desaprobación.
– Claro que no, tarado .—rectificó—. No quiero que te asustes.
– No te hagas el interesante.
– Yo voy a irme pero este cuerpo no puede venir conmigo.
Y ahí estaba Efel, rezándole a todas las religiones, a aquello que le había enviado a su amigo en primer lugar, que no se fuera todavía, que se quedara para siempre. Fue en ese momento, cuando Tempel comenzó a brillar, tenuemente, sumamente frágil.
Efel sintió que ahora podía respirar, se arrojó sobre él y lo abrazó, dejando atrás el orgullo, escuchó lo que habitaba en el interior de su pecho, el corazón de un cometa sonaba como las llamas de una hoguera sometida a una lluvia de queroseno.
Y cuando Tempel despertó y sintió al pianista abrazándolo, esa hoguera se transformó en un gigantesco incendio capaz de engullir ciudades enteras, sólo porque podía.
Y luego sus ojos se encontraron y el humano se sonrojó e intentó esconderlo, pero se lo impidieron unas manos conocidas, familiares, que acercaron su rostro contra el suyo, despacio, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo, y a sus labios, los unió en un beso, uno capaz de intensificar mil veces la luz de un cometa, un cometa que nunca antes se había sentido tan vivo.
.
.
.
"¿Sabes que te amo?
Pero debo irme por un tiempo
Y todo lo que hemos construido se derrumbará
En la distancia sé que veo
Soy más de lo que he sido
Así que comenzaremos de nuevo..."
Woodlock. Start Again.
Nos hemos superado,
nos leemos pronto...
Nanebi.
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