VII
No era algo fuera de lo común entre compañeros de piso, pero nunca antes había sentido tanta vergüenza. Y sucedió así:
Esa mañana, Tempel salió a dar un paseo con su libreta, Sophie lo acompañó, iban a ir por primera vez al centro comercial para que el castaño se inspirara en una de sus historias, el sitio era un lugar que Efel detestaba y había decidido no pisarlo a menos que fuese estrictamente necesario. Salieron mucho antes de que este último tuviese que ir al trabajo, Sophie y él se habían conocido, más bien los habían presentado, y ahora se saludaban al toparse. La pelirroja era buena chica, más tímida que él, lo cual hacía sus interacciones más sencillas. En fin, se llevó prestado al extrovertido cometa, dejando al humano solo en casa.
Mientras disfrutaba de tener el departamento sólo para él, se preparó un café, vio algo de televisión, específicamente su programa favorito; "The Big Bang Theory", y comió dos tazones del cereal que más le gustaba, mientras veía a Sheldon discutir con Penny. Se sintió como un buen día, de esos que tenía de vez en cuando, antes de que Tempel llegara a su vida. Sin embargo, se había acostumbrado a la ruidosa presencia del ser extraterrestre y no sólo lo extrañaba, sino que se moría de aburrimiento sin él.
– Un baño .—pensó en voz alta.
Y abandonó el sofá para dirigirse a su habitación, se dispuso a seleccionar las prendas que vestiría tras su sesión de relajación/limpieza, era tal su tedio, que olvidó el pasar del tiempo.
Tempel y Sophie estarían de regreso en menos de diez minutos, cinco de los cuales él usaría para desvestirse y entrar en el baño, asumiendo que no habría nadie en casa durante un par de horas, no aseguró la puerta.
Mientras tanto, un apurado Tempel subía las escaleras a toda prisa, con una pelirroja corriendo detrás de él.
– Me meo, me meo, me meo, me meo .—repetía mientras subía los escalones a zancadas.
Introdujo como pudo la llave y entró al departamento, gritando un "nos vemos" a Sophie, quien apenas pudo sacudir su mano a modo de despedida, antes de que la puerta se cerrase en su cara.
Corrió por el pasillo y dobló hacia la derecha, abrió la puerta del baño de un portazo y entonces pasó.
– ¡Mierda! —gritó Efel.
– ¡Me meo! —exclamó Tempel.
El pianista se quedó inmóvil, con su entrepierna expuesta, mientras su compañero se bajaba los pantalones y sostenía su miembro apuntando al retrete.
– Ah... —suspiró, y volteó a ver a Efel–. Oh, vaya...
El de cabello negro reaccionó y se cubrió con las manos. Tempel no le quitó la vista de encima y añadió:
– Lo imaginaba más pequeño.
– ¿Lo imaginabas? —gritó Efel, más a modo de exclamación que de pregunta, con la piel enrojecida desde los hombros hasta las orejas. Se dio vuelta, dándole la espalda para entrar en la bañera.
– Bueno, eso es interesante .—dijo, acomodándose los pantalones, mientras le recorría la espalda y el trasero con los ojos.
– Ugh. ¿Por qué sigues aquí? —se quejó Efel, mientras se hundía más en el agua y hacía burbujas al dejar escapar aire por su boca.
– ¿Quieres comparar el tamaño de nuestros penes? —lo ignoró el más alto.
– ¡Largo! —recibió por respuesta, acompañado de la barra de jabón que salió volando sobre su cabeza, así que Tempel se alejó riendo y salió del cuarto. En menos de cinco segundos, Efel volvió a llamarlo y le pidió que le lanzara de vuelta la barra de jabón.
Mientras su amigo continuaba con su baño, ahora menos relajado que antes, él se dedicó a pensar en por qué el otro se había comportado así si ambos poseían la misma anatomía, bueno, muy parecida. Tempel se sentía confiado de su cuerpo, Efel estaba mejorando en ese aspecto. Tenía un lindo cuerpo, al menos para el cometa, era uno de los más hermosos que había visto y sentido. Le provocaba cosquillas en no sabía dónde, pero ahí estaban.
Pensaba en lo suave que debía ser su piel, ahora que tenía una imagen más clara, sólo podía pensar en el lunar debajo de su clavícula, en como los músculos de su abdomen se contraían y los pequeños rollitos que aparecían en este al encogerse. Luego estaban esas partes de él que no había visto antes, aunque eran lo de menos comparadas con sus ojos, hacían que el cielo pareciera insignificante.
Los seres humanos son la única especie que posee esa clase de pupilas, y le fascinaban. Si tuviese que elegir sus favoritas, habría dicho que eran las del pianista, una y mil veces.
De todas formas, lo que más le gustaba del otro, no podía verse así de simple, era invisible. No sabría explicarlo, pero como escritor, Tempel diría que había algo que rodeaba a Efel, una especie de luz que provenía de él, acompañada de su análoga oscuridad, y lo hacía sentirse la persona más feliz y afortunada del universo.
Lo hacía sentirse vivo, y Tempel adoraba estar vivo.
– ¿En qué piensas?
El cometa volteó hacia él.
– En ti.
– Más te vale que no esté relacionado con lo de antes. —sonrió nervioso.
– Creo que comenzaré una historia de verdad.
– ¿Sí? —añadió, secándose el cabello azabache con una toalla blanca—. Ya quiero leerla. ¿De qué se tratará?
Tuvo miedo de decirlo, pero le importó un carajo cómo irían a sonar aquellas palabras fuera de su mente. Las dijo, y jamás se arrepintió de haberlo hecho.
– De nosotros.
.
.
.
"A medida que nuestros mundos se mueven,
en esta camisa, puedo ser tú, para estar cerca de ti
por un rato..."
The irrepressibles. In this shirt.
Con amor,
Nanebi.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro