Capítulo 2
Estación Marly, viernes. 6:00 PM. Día anterior.
Nadie hubiera pensado que a las seis de la tarde la estación Marly estaría llena, realmente yo no me lo hubiera imaginado porque nunca utilizo este medio de transporte en horas pico, pero hoy fue uno de los peores días de mi vida y por esto fui forzado a utilizar TransMilenio.
Nunca pensé que sufriera algún tipo de fobia, pero en estos momentos sentía agorafobia y no solamente por ver a tanta gente en el lugar, sino también, la multitud de pensamientos que circulan en sus cabezas; eran tantos que me comenzó un dolor de cabeza.
Dentro de la estación, me encontraba frente a las puertas donde debía detenerse el bus que llevara la letra c. Habían pasado casi cuatro y ninguno me había logrado llevar. No me importaba esperar, pero cada vez que llegaba uno, todos comenzaban a empujarme hacia el interior en medio de una avalancha de personas que intentaban entrar, aunque no hubiera realmente espacio en el bus.
Cuando por fin pude entrar a uno que estaba medianamente desocupado, sentí que no podía respirar y que todos los pensamientos negativos de los que se encontraban a mi alrededor me estaban llegando a afectar. El largo día de trabajo, todos sus enojos con sus jefes, con el transporte, con la demás gente que los acompañaba en este contenedor, con la ciudad, con el mundo en general y con sus vidas. Por esto, hice algo que por mucho tiempo no me daba el lujo de hacer, y esto es porque me canso demasiado al hacerlo, cerré mi mente de los demás pensamientos y por lo que duro el viaje tuve paz.
Recién mi mente se encontró en silencio, pensé en mi abuelo; fue él quien me enseñó a cerrar mi mente y a escudarla de cualquier pensamiento, aunque, a la verdad, no estuviera 100% hermética. Pasaron cinco años desde que él desapareció y habían momentos que no podía evitar pensar en mi abuelo. La policía dijo que le había dado Alzheimer, de repente, y se había ido de su casa. Yo no creo eso ni creeré eso, mi abuelo tenía una mente fuerte y no creo que se hubiera roto de tal forma; mi conclusión era que él quería irse sin decirnos a dónde. Yo no lo culpo, al fin de cuentas, no era su culpa que estuviera solo y la persona que más amaba en este mundo ya había partido hacía varios años. Nunca conocí a mi abuela, pero de lo que me contaba mi abuelo era una persona fabulosa, con un corazón tan grande que podía entrar todas las personas de este mundo. Una lágrima salió de solo pensar en mis abuelitos.
Una persona que estaba al lado mío, interrumpió mis pensamientos para preguntarme si me encontraba bien, le respondí con la misma amabilidad que me había regalado y supe que en esa "lata de sardinas" no todos eran unos amargados. Una mujer que estaba recostada sobre la puerta me miraba con curiosidad, una sonrisa se dibuja en sus labios cada vez que cruzábamos la mirada. Me pareció extraño, pero no quise abrir mis pensamientos para poder escuchar los de ella, podría darme una jaqueca peor. Entonces me conformé con pensar en que se apiadaba de mí por todo lo que me había sucedido el día de hoy.
Una voz electrónica sonó por los altavoces del bus anunciando que "La Campiña" era la siguiente parada, con esa indicación me alisté para intentar salir. Fue todo un reto, repetí la palabra "permiso" unas diez veces intentando salir y aunque las personas hubieran hecho su mayor esfuerzo para dejarme pasar, no había lugar donde moverse para liberar espacio. Recién salí quería gritar de júbilo y pude de nuevo respirar aire fresco, corrí hasta la salida ya queriendo terminar esta situación traumática. Me dirigí al sur para ir a buscar mi deseado hogar, pero me distraje en la esquina con las empanadas que venden y me quería dar el gusto de comerme una después de ese día tan horrible que había vivido.
Pude abrir mis pensamientos, ya que no había muchas personas en la zona, recién lo abrí,decenas de pensamientos entraron a mi mente y comencé a catalogarlos en segundo plano. Pero uno en especial me llamó la atención era de un peatón que se había perdido y que no conocía esta parte de la ciudad, se encontraba angustiada por encontrar la avenida.
—Esta es la calle 139 y la calle de ahí es la carrera 99. Unas cuadras más para allá ya encontrarás la avenida Cali. Te espera una larga caminata.
—Muchas gracias, no podría estar más perdida por esta zona y me bajé donde no era, entonces te imaginarás. Pero ya en la Cali me van a recoger —agradeció unas dos veces y no le pareció extraño que yo le había indicado sin que ella hubiera preguntado. En fin...
Me comí mi empanada con un refresco y quise degustarla en cada bocado como si eso pudiera eliminar los recuerdos del día. En el momento en que me faltaba el último mordisco para terminar mi pequeño aperitivo, un gato negro pasó frente a mí y se me quedó mirando fijamente, yo sabía que quería.
—Bueno, pero espero que algún día me puedas devolver el favor, —le dije mientras le dejaba en el suelo un pequeño pedazo de empanada—. Aunque no creo que eso vaya a ser posible.
Me agache para acariciar al felino y cuando me acerque vi que tenía unos ojos morados, me pareció muy extraño, pero ya era muy tarde para volver a comprobar el color de sus ojos porque había agarrado la empanada mientras huía apresuradamente. Pagué mi cuenta e intenté no pensar en el gato de los ojos morados. Entré en al conjunto y saludé al celador. Ingresé a mi casa para ver la misma escena de todos los días, mi padre sentado en la sala viendo el noticiero mientras trabajaba lo que se traía de la oficina y mi madre limpiando hasta el último metro cuadrado de la cocina mientras estaba en una llamada con algún cliente. Esperé a que me dijeran algo acerca de mi llegada tarde, pero ni se dieron cuenta de que me encontraba en la puerta y me dirigí a mi habitación sin decir una palabra. Conté las escaleras del primero hasta el segundo como forma de distracción de todos los sentimientos que tenía en el pecho y que querían salir de una forma agresiva. Cerré mi habitación con una delicadeza extrema porque no quería hacer ruido alguno y me tire en mi cama.
"Sigue la primera regla, cierra tus pensamientos cuando te encuentras en casa" , me aconsejé. Mi mente parecía una antena y recibía los pensamientos que estuvieran más cercanos a mí. Cuando la cerraba, los pensamientos de los demás iban a un segundo plano, podía ignorar algunos (los más lejanos), pero los más cercanos los filtraba para asegurarme de que nadie pudiera hacerme daño.
Además de que soy una pequeña antena, también tengo memoria fotográfica. Se podría decir que era una suerte y al mismo tiempo era una desgracia, podía recordar todos los temas vistos en clase y solo con unas pocas ojeadas al libro podía aprender lo que a veces el profesor no enseñaba. Con esto me había ganado muchos enemigos por ser el más "inteligente del salón" y nadie quería ser mi amigo por esto, además que infundían rumores falsos de cómo yo era. No era de extrañarse si me encontraban completamente solo durante un descanso, nadie ni siquiera se me acercaba para conocerme.
—Necesito tu ayuda —una voz femenina hablaba y me saco de mis pensamientos de una forma abrupta. Me senté y abrí los ojos como platos cuando vi el mismo gato negro, al que le había dado la empanada, sentado en el marco de mi ventana.
—¡Tienes los ojos morados! —dije como forma de saludo.
—Los tengo, ¿te gustan?
—Es super megagenial. Además, que puedes hablar.
—Es porque soy una mujer que puede cambiar de forma, pero eso no es lo importante. Necesito de tu ayuda para salvar a un ser amado, necesito tu habilidad para ser más específicos.
No podía entender por qué este gato me pedía ayuda de una habilidad que nadie conocía. ¿Cómo se enteró?
—No sé de qué me estás hablando —dije haciéndome de inocente e intenté utilizar un tono serio para dar credibilidad—. Yo no soy especial, ni tengo ninguna habilidad.
Parecía que la estaba convenciendo, pero me dio la espalda y se empezó a lamer su pata izquierda, tardo varios minutos en decir palabra alguna, solamente se acicalaba.
—Te espero mañana, a las 7 en punto en el puente peatonal que está frente del portal de Suba —dijo esto y dio un brinco hasta llegar al piso, después de esto salió disparada.
Un evento sin duda extraño, hablar con un gato no era algo de todos los días, pero me encantaba el sentimiento de que se aproximaba una gran aventura.
—Pero mañana es sábado y quería levantarme a las diez —me quejé en voz baja—. Hay que hacer sacrificios por la aventura de tu vida.
Con este consejo en mente me fui a la cama para poder tener todas las energías para enfrentarme a lo que fuera.
Estoy desde hace un año en este lugar, creo, no podría determinar esto, aquí la duración del tiempo es relativo.
Hubo un evento que me obligo a cerrar mi mente por el dolor que me causaba, pero no sabía que iba a ser una prisión de la que no sabría cómo escapar. A veces escuchaba susurros del mundo que me rodeaba y no eran alentadores.
—Si tengo que buscar a alguien para que te saque de ahí, lo haré, recorreré todo este mundo hasta encontrarlo.
Pero yo sabía que no había nadie lo suficientemente fuerte para que pudiera atravesar mi bloqueo y mucho menos sanarme. Si pudiera atravesar mi muralla mental, tendría que ser lo suficientemente fuerte como para no volverse loco y sobrevivir a mi mente. Ya muchos lo habían intentado y fallado.
Igualmente, me entretenía con mis pensamientos, haciendo aventuras imposibles y realizando hazañas comparables a las escritas por los griegos. A veces en el espacio, otras veces en el fondo de la tierra y muchas otras en la era medieval combatiendo con grandes espadas. Otras veces, para pasar el tiempo, me ponía a estudiar con todo los libros que había memorizado en todos los años que estaba consciente.
Esperando a que alguien llegara...
—Presidenta —comenzó a gritar, la voz del secretario resonaba en las paredes de la Casa de Nariño—, he encontrado la respuesta de su problema.
Entró en la habitación donde se encontraba la primera Presidenta de Colombia y el mayor rival durante la campaña.
—Presidenta, necesito hablar sobre aquello que usted me pidió averiguar, es de mayor importancia que sea de inmediato —dijo enfatizando en "inmediato". La presidenta lo iba a rechazar con un gesto, pero el secretario continuó—. Concierne a su salud.
—Espero que no se encuentre enferma —dijo en tono burlesco su oponente político—, sería una pena verla partir de su puesto sin que culmine muchos de sus proyectos.
—Puede irse, esta sesión acabo —dijo secamente la presidenta y en un tono áspero. Espero que su oponente saliera y dejo pasar un tiempo hasta que las puertas principales sonaran, después de esto se relajó y pudo hablar con un tono normal—. Sebastián, ¿Era necesario interrumpirme ante mi mayor oponente? ¿No podía esperarse?
—Ya sé quién puede resolver el tema de sus sueños, es una institución de personas con habilidades especiales. Y que va a cerrar el próximo mes dado que el gobierno no va a seguir dando fondos para su sostenimiento.
—¿Por qué nunca he escuchado de este instituto? —se cuestionó la presidenta en voz alta, entonces Sebastián le paso una carpeta con toda la información. La carpeta estaba rotulada con "Ultrasecreto". Desde que Sebastián le había pasado la carpeta, su interés había llegado al extremo, sabiendo que por fin iba a averiguar cómo le habían hecho la herida que llevaba en el cuello. Instintivamente, ella acarició la herida que hasta apenas estaba cicatrizando, se la había hecho de forma inexplicable mientras dormía, parecía una herida que deja un arma blanca. Hubo una investigación realizada por las autoridades competentes, pero no hubo nadie que entró a la habitación presidencial esa noche. Incluso peor, mientras se revisaba las cámaras de seguridad se podía ver como se abría la herida sin ningún contacto físico. La investigación quedó inconclusa y la presidenta tenía que utilizar camisas con cuello de tortuga—. Esto explica muchas cosas, ¿por qué no se va a seguir dando dinero a esta institución?
—No le ven necesidad de mantener a este instituto que se llama "Instituto", por cierto —la presidenta lo miro para ver si estaba bromeando, pero Sebastián le abrió la carpeta y le indico con el dedo donde se encontraba el nombre de dicha institución—. Lo sé, yo también pensé que era de broma, pero me imagino que querían pasar desapercibidos.
—¿Qué entidad los mantiene para que esto se arregle? —preguntó con un tono que llevaba un poco de ira.
—Presidencia.
Eso significaba que las reformas económicas que ella había hecho cuando llego a tomar el puesto habían afectado a esta institución, que era la única donde se encontraban personas capaces de ayudarla; la única ventaja era que podía corregir su error.
—Por favor, ubique esta institución y traiga a la persona responsable lo antes posible. A ver si puedo volver a dormir tranquila algún día de estos y pensar que no voy a morir en un sueño.
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