Los sueños
El miedo puede deformar un lugar, de algún modo, nunca vuelve a ser el mismo.
Ya no sabes qué creer. Sientes como cientos de susurros salen de las paredes, llamándote. Quieren que te unas a ellos, pero, tienes demasiado miedo para responder.
Te encuentras en casa, tu nueva casa, la que tanto has luchado por conseguir. Debías estar contento, ¿no? Entonces, ¿por qué no es así? ¿Por qué sientes un profundo temor que te paraliza hasta el punto de impedirte respirar?
Aún tratas de descubrirlo cuando un ruido te saca de tus pensamientos, un ligero chirrido, una puerta que se abre.
Te giras para observar el terror que te acompañará esa noche; una mujer, despeinada y con ojos brillantes —siendo estos lo único que logras distinguir en su rostro—. Está malherida, su sangre mancha el suelo con un insistente sonido, un incesante goteo.
No se mueve, únicamente se mantiene en el hueco de la puerta, con la cabeza ligeramente ladeada hacia la izquierda y el pelo sobre su oscuro rostro. Durante varios minutos, ninguno hacéis nada. Os observáis mutuamente como si de una batalla se tratase, hasta que ella decide dar el primer paso.
Mueve la pierna derecha de forma brusca, un errático movimiento hacia delante, una enorme zancada con un claro objetivo; avisar, puesto que, tras unos segundos, realiza el segundo paso.
Sus movimientos son toscos pero eficaces, grandes pasos que la acercan más y más hasta tu posición. Por cada uno de sus pasos, tú retrocedes dos. Sabes a lo que ha ido, sabes que está ahí por ti, también sabes quién es y por qué va expresamente a por ti. Cometisteis un grave error al invocarla con esa aplicación, al jugar con la muerte, pero sobre todo, por no cerrar la partida aquella noche.
Y este es tu castigo. Cada noche, Camila te visita, te persigue, y te mata.
Siempre sucede igual, eres perfectamente consciente de lo que va a pasar, pero, no por ello capaz de impedirlo. Has intentado todo; huir, luchar... Es irrelevante, siempre te encuentra, siempre acaba contigo.
Ya no quieres luchar, ni siquiera quieres correr, pero, tus piernas se mueven por sí solas, ellas aún no han asimilado la muerte y luchan por huir. Por eso acabas en la cocina, con la puerta cerrada y una barrera improvisada sosteniéndola. No funciona, a los pocos minutos, todos los muebles que has usado acaban de nuevo en su sitio, como si nunca los hubieses movido.
Eso es algo que aún no alcanzas a comprender. El hecho de que esa mujer parezca tener algún tipo de control sobre la casa, que los muebles, electrodomésticos o incluso las propias paredes parezcan obedecerla.
No tienes tiempo de considerarlo, vuelve a estar demasiado cerca, yendo a por ti a paso lento, de forma constante y amenazadora. Por lo que corres, corres por encima de la mesa, el sofá, la televisión... Corres directo a la terraza.
La idea de saltar suena mucho más agradable que la muerte que ella te dará si te atrapa, por eso, sales despedido por encima de la barandilla, con las manos por delante, viendo cómo el suelo se acerca cada vez más.
Entonces tu mundo se detiene y quedas suspendido a pocos metros de tu inevitable final. Observas la acera con ojos muy abiertos por el terror y la respiración acelerada por la adrenalina que rápidamente es remplazada por un profundo miedo que te encoje el corazón.
Sientes como, lentamente, comienzas a ascender de nuevo hasta tu piso como si una mano invisible tirase de ti. Es entonces cuando lo entiendes; no te dejará morir, no así, quiere hacerlo ella. Quedas suspendido en el aire, a varios metros del suave suelo de tu apartamento, casi rozando el techo. Es entonces cuando ella llega.
Se coloca frente a ti y alza la cabeza (que aún tiene inclinada, como si fuese incapaz de enderezarla), te observa y, por un instante, jurarías poder ver un profundo odio en su mirada. Entonces, esboza una sonrisa siniestra, dejando ver una dentadura teñida de sangre, es entonces cuando lo sabes.
Apenas te da tiempo de prepararte, te lanza contra la pared con una fuerza descomunal, tu espalda rebota contra la superficie y el aire que te quedaba en los pulmones sale disparado. Intentas compensarlo al respirar, aunque sea un poco, pero, eres incapaz de abrir siquiera la boca. Te encuentras en el suelo, tu visión se nubla, se tambalea, te ofrece una versión distorsionada de cómo se acerca más a ti, empleando el mismo paso lento de antes.
La tienes tan cerca que eres capaz de distinguir cada pelo de su enmarañada cabeza, quieres correr, pero, tus piernas ya no responden, tu cuerpo entero se ha rendido. Notas un ligero sabor metálico en la base de la garganta y cierras los ojos, lamentas la situación, solo quieres que acabe lo antes posible.
Sin embargo, Camila nunca es rápida; comienza sentándose sobre ti —sus articulaciones crujen de manera muy dolorosa al hacerlo—, luego extiende sus manos hacia tu rostro. Sus dedos, sucios y deformados, agarran los contornos de tu cara. Aprieta cada vez más, hasta que una insoportable presión se instala en tus ojos, en tu nariz, en tu boca... La nariz es lo primero en caer, se dobla con un espantoso crujido, a lo que le siguen los dientes —que se rompen deformando las encías— y los ojos, cuya superficie se cubre de rojo.
***
Despertó en el preciso instante en que su cabeza explotó como si de una sandía se tratase. Pero no con ello había acabado la pesadilla.
No podía moverse, por mucho que quisiera, sus músculos estaban agarrotados, como si una fuerza invisible le empujase contra la cama. No tardó mucho en que la presión le afectase a la respiración, que se le dificultaba cada vez más —aunque, ya no sabía si era debido a la presión o la sensación de agobio a la que estaba sometido—. No podía gritar, ni siquiera hablar, únicamente era capaz de permanecer allí tumbado, esperando a que ese desagradable suceso terminase. Fue entonces cuando lo vio.
Al principio no era nada, apenas un ligero movimiento en el borde de su campo de visión. Luego se volvió un roce, un pequeño cosquilleo junto a su mano.
Trató de identificarlo, pero sus ojos no alcanzaban a ver y su cabeza no podía moverse. Se vio forzado a parar cuando comenzó a sentir una extraña presión en los ojos, los estaba forzando demasiado. Entonces, cuando volvió a cerrarlos, volvió a sentirlo.
Esta vez era diferente, más fuerte; pudo sentir perfectamente cómo se colocaba sobre su brazo, cómo ejercía una dolorosa presión, cómo se clavaba hasta atravesar su piel y hacerle sangrar. Era una mano, que se agarraba con fuerza a su brazo.
Quería gritar, pero, apenas un pequeño gemido salió de su garganta. Volvió a abrir los ojos para encontrarse con una escena que le heló la sangre en las venas; efectivamente, era una mano. Pálida, con las uñas ennegrecidas y rotas, presentaba profundos cortes de los que brotaba un líquido oscuro y espeso cuyo espantoso aroma inundaba ahora la habitación.
Aún no era capaz de asimilar lo que veía cuando otra apareció. Una mano, igual a la anterior, que agarraba su otro brazo desde el otro lado de la cama. Como si se tratase de algún tipo de señal, cientos de manos se sumaron a la batalla, agarrando su cuerpo por todos los ángulos posibles, como si temiesen que pudiese escapar.
Sin embargo, no podía. Era incapaz de moverse por mucho miedo que tuviese o muchas manos que notase sobre su piel. Sentía la necesidad de saltar, de gritar, de salir corriendo, pero sus músculos no respondían. La energía se almacenaba como un molesto cosquilleo bajo su piel y su respiración se guardaba en su pecho, provocando un intenso peso que le angustiaba hasta el punto de suplicar a cualquier ente que pudiese escucharle por su liberación.
Un crujido detuvo el sonido de los miles de dedos que serpenteaban sobre él como gusanos, todos se detuvieron y, finalmente, pudo respirar. Sin embargo, su alivio no duró demasiado.
Las manos se retiraron para dar paso a algo más grande, algo que había estado siempre allí, bajo su cama, esperando por él. Con cada paso, un nuevo y desagradable sonido llenaba la habitación, provocándole un poderoso déjà vu de su sueño.
Ahí estaba, como recién salida de su pesadilla, Camila.
Subió a la cama con movimientos mucho más ágiles de los que recordaba, haciendo recordar a una especie de araña. Se posicionó sobre él, con las piernas estiradas y la cabeza aún inclinada. Se acercaba lentamente, como si lo estuviese estudiando. Entonces se sentó en su pecho —provocando que el aire volviese a no circular correctamente— y acercó su cara a la de Ángel.
Sus brillantes ojos se clavaron en los del chico como dolorosas dagas. Ni siquiera a esa distancia era capaz de distinguir los contornos de su cara, solo eran dos puntos de luz en medio de una profunda oscuridad. Ella levantó las manos, dispuesta a tomar su rostro, justo como hacía en sus sueños. Apenas consiguió mover la cabeza, un ligero movimiento que trataba de alejarla pero que no consiguió moverla en lo más mínimo.
Para su sorpresa, comenzó a mover sus agarrotados músculos hasta conseguir girar su rostro. Entonces, se acercó a su oído para susurrar con una voz rota y desagradable.
"Asesino."
Quería explicarle, aclarar que él no era un asesino, que nunca había hecho daño a nadie en toda su vida, pero para cuando quiso volver a intentarlo —sin ninguna esperanza—, la chica había desaparecido.
Se incorporó como movido por un resorte y miró a su alrededor, estaba solo. Se llevó una mano a la clavícula para tratar de corregir su agitada respiración mientras movía lentamente las articulaciones, tratando de alejar el entumecimiento que las consumía.
Había sido otra pesadilla. Estaba seguro de ello, pero eso cambió cuando vio el arañazo en su brazo, provocado por esas espantosas manos.
*3.947 palabras*
N/A: muchas gracias a Monjev por permitirme usar su experiencia en este capítulo.
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