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La guardia

El sueño es un amante egoísta.

Ángel sentía cómo a cada segundo sus párpados se volvían más y más pesados, la creciente ansiedad que le recorría el estómago no le ayudaba a combatir el cansancio.

Se frotó los ojos en un desesperado intento por mantenerlos abiertos y movió con rapidez la cabeza, no podía dormirse, no ahora.

Habían acordado que permanecerían en la casa, pero no sin antes tomar algunas precauciones.

Habían escogido la habitación que se encontraba en medio del pasillo, aquella cuya finalidad era actuar de segundo dormitorio pero que en esos momentos se encontraba almacenando los trastos de la mudanza. Una vez dentro, habían apartado las numerosas cajas y movido el colchón de Ángel para crear un improvisado catre, la mecánica era sencilla; dos dormirían mientras otro vigilaba.

Dos horas era un lapso de tiempo más que razonable, tanto para descansar como para mantenerse despierto en una agotadora vigilia, sin embargo solo hacía media hora desde que el chico había tenido que relevar a una malhumorada Maica y el sueño comenzaba a vencerlo.

Tomaron la precaución de hacer café pero no parecía surtirle efecto, aunque tampoco le sorprendería sabiendo que gracias a las pesadillas necesitaba más horas de sueño que no se amigos, lo único capaz de hacerle despertar —provocándole un pequeño infarto en cada ocasión— eran los fuertes ronquidos de la chica, que parecía haber reclamado todo el espacio disponible en el catre obligando a Jorge a dormir en el suelo. Ángel dejó escapar una ligera sonrisa ante la escena antes de volver a centrar su atención en la puerta cerrada frente a él.

Habían escogido esa habitación porque era la única de la casa que disponía de una sola entrada y salida, de ese modo no tendrían que desviar su atención.

Apretó las manos hasta que los nudillos se tornaron blancos alrededor del mango de la raqueta de pádel, la única arma de la que disponían —aunque dudaba de su efectividad contra fantasmas— y notó cómo un cada vez más familiar hormigueo se apoderaba de él.

Se sentía frustrado, estaba plenamente convencido de que había cientos de opciones mejores que la que habían tomado, pero no se les había ocurrido nada más. Habían intentado contactar con Cassandra y esta no les devolvía las llamadas, Jorge acudiría a verla al día siguiente para realizar otra sesión y tratar de poner fin a esa locura.

Hasta entonces, no tenían ningún sitio al que acudir y tampoco estaban seguros en esa casa.

Su mente comenzó a divagar sin que pudiese evitarlo, pensó en Manuel. Últimamente pensaba mucho en él, cosa que también le parecía normal dadas las circunstancias. Los recuerdos de su amigo dieron lugar a los de su familia, a la comodidad de un hogar cálido y al recuerdo de cómo había renunciado a todo ello por una falsa independencia. Pensó en sus estudios, en lo mucho que le iba a costar recuperar todas las clases que se estaba saltando, en cómo tenía que compaginarlo con un trabajo que detestaba solo para poder pagar ese piso.

Sonrió con amargura ante la posibilidad de perder todo por la situación que estaban viviendo, había catado el sabor de la libertad solo para acabar de vuelta en casa de sus padres.

Suspiró mientras su mirada volvía a dirigirse a sus amigos, ambos dormían plácidamente. ¿Cuánto tiempo hacía que se conocían? El sueño le nublaba la mente.

Sus ojos se dirigieron a Jorge, sus pensamientos volaban rápidamente por su mente mientras lo observaba con fascinación. El contraste de su piel pálida con la oscuridad de la noche le hacía parecer una especie de vampiro, comenzó a preguntarse cómo era capaz de dormir en el suelo mientras la chica roncaba de esa manera, debía de tratarse de alguna especie de superpoder.

De algún modo quedó hipnotizado por suave movimiento que realizaba su piel cada vez que respiraba, el mundo desapareció, solo existía ese constante sube-baja... Hasta que un golpe reclamó su atención.

Era un sonido constante, casi rítmico, como si unas garras estuviesen golpeando de forma frenética la superficie de la puerta.

Dirigió la mirada hacia la puerta, luego a sus amigos. No estaba seguro de si despertarlos, lo cierto era que prefería un ataque de un demonio antes que aguantar a una Maica falta de sueño. Tomó aire y se encaminó a la superficie con pasos vacilantes, extendió una mano temblorosa para colocarla sobre el pomo, sintiendo un escalofrío al sentir el frío acero contra su piel, ¿siempre había estado así de frío?

Tras armarse de valor, abrió de golpe la puerta mientras gritaba y extendía el brazo que contenía la raqueta, dispuesto a asestar un golpe mortal cuando un débil maullido lo detuvo.

Oliver, ese maldito gato se había quedado fuera y era el que estaba intentando entrar. Nunca había estado tan enfadado con un animal, observó cómo caminaba de forma despreocupada hacia el interior de la habitación mientras él se recuperaba de lo que a sus ojos era un claro infarto.

Suspiró esperando desechar parte de su ira mientras veía cómo el gato se acurrucaba y dormía junto a su amo. Al menos encontrar a Oliver era mejor que encontrarse con un fantasma.

Cerró la puerta para volver a su puesto sin percatarse del par de ojos rojos que le observaban al otro lado.

***

El mar es muy relajante.

Hay agua por todas partes, te rodea y mece como si fueses un bebé, por un momento casi crees estar de vuelta en el útero materno. Todo es paz, calidez... Hasta que se vuelve en tu contra.

El agua que antes te mecía comienza a inundar tus pulmones, tus ojos se abren con rapidez pero solo la oscuridad te recibe y, en medio de toda esa oscuridad, está ella.

Solo conoces dos cosas de ella; su nombre y sus ojos.

Como siempre, Camila tiene una fuerza sobrehumana y la emplea contra tu cuello, clava los dedos con fiereza y te manda oleadas de dolor cuando sus uñas atraviesan tu piel. Quieres gritar, huir, cualquier cosa que te ayude a librarte de ella pero es demasiado fuerte.

Justo cuando los bordes de tu visión comienzan a oscurecerse un repentino resplandor llama tu atención, un collar de plata vuelve a colgar de su cuello, casi tan brillante como la sonrisa que te dedica mientras la vida comienza a abandonarte.

***

—¿Ángel? ¡Ángel! ¿Estás despierto? —Los ojos de Jorge lo guiaron fuera del sueño como dos faros grises en medio de la oscuridad —. Tío, ¿estás bien?

¿Lo estaba? Las imágenes de su pesadilla le nublaban la mente, ¿dónde estaba antes del ataque? ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba solo? No, ella estaba allí. No, no era ella, estaba con sus amigos. Eso es, estaba haciendo guardia con sus amigos, Camila no estaba allí, nunca lo había estado. 

Volvió a perderse en los ojos de Jorge antes de asentir en respuesta a su pregunta. No, realmente no estaba bien, pero no quería preocuparlo más.

—¿Duermes con los ojos abiertos? Que mal rollo...

—Lo siento... —Poco a poco su mente le iba devolviendo a la realidad. Había terminado su turno y había despertado a Jorge para que le relevase, debía volver a tocarle. Comenzó a incorporarse con la clara intención de sentarse en la silla que habían colocado a modo de puesto de vigilia.

—No, tranquilo, aún no te toca. —Miró extrañado a su amigo mientras este colocaba una mano sobre su pecho para detenerlo —. Parecía que estabas teniendo algún mal sueño y por eso te desperté, pero le toca a Maica.

—Oh... —Ambos dirigieron la mirada a la chica, seguía durmiendo profundamente pero ahora tenía un hilo de baba colgando por la barbilla, un detalle para nada encantador.

—Sí, iba a decirle pero... Ya sabes —siguió explicando mientras se encogía de hombros, a Ángel no le costó entender que tampoco quería vérselas con su amiga cuando estaba recién levantada —. Por eso había pensado en aprovechar y salir a tomar algo de aire antes de dormir, ¿quieres venir ahora que estás despierto?

—¿Me has despertado solo porque quieres que te acompañe a la calle?

—No, no... Al balcón, no tengo intención alguna de salir.

—No jodas, ¿en serio? 

—Puede... Pero es verdad que tenías una pesadilla, ¿o no? —preguntó con una sonrisa maliciosa que se ensanchó ante la falta de respuesta del otro.

—Vale... Pero la despiertas tú —declaró antes de salir por la puerta en un acto tal vez demasiado infantil y sin duda temerario. 

Por un momento olvidó por completo la situación, el motivo de sus vigilancias, de que su grupo hubiese quedado reducido a casi la mitad... Un desagradable escalofrío originado en la base de la nuca lo devolvió a la realidad; estaba en un pasillo oscuro, en una casa encantada, en claro peligro. El estómago se le encogió a causa del miedo mientras observaba el salón desde su posición, la luz de la luna se colaba tímidamente por la terraza y jugaba con las sombras de los muebles de forma tétrica.

Mientras observaba, una de esas sombras comenzó a alargarse de modo que llegó a rozar la entrada del pasillo. Retrocedió un par de pasos, asustado, mientras veía cómo la sombra avanzaba más y más en su dirección...

Fue entonces cuando algo se posó sobre su hombro haciendo que saltase mientras gritaba, se giró con el corazón resonando con fuerza en sus oídos para descubrir a Jorge que lo miraba con preocupación. Tenía la mano sobre su hombro y los ojos entornados de modo que apenas se veían un par de medias lunas grises.

—¿Estás bien? Te veo pálido.

Ángel volvió su mirada hacia la extraña sombra que le perseguía pero había desaparecido, se limitó a asentir para cortar el tema. Ambos salieron al balcón y se limitaron a dejar que el frescor del aire nocturno les despejase la mente, aunque —seguramente debido a la extraña visión que había tenido unos instantes atrás— el chico tenía la constante y desagradable sensación de que algo aparecería tras ellos para empujarles al vacío en cualquier momento.

De forma inconsciente, sus ojos siempre se dirigían a su amigo. Le vio sacar un cigarrillo electrónico y llevárselo a los labios para exhalar una nube blanca de un potente olor a menta. Era algo típico en él, un olor que lo caracterizaba en cada sitio al que iba.

Lo cierto era que Ángel lo admiraba, Jorge llevaba mucho tiempo saliendo con ellos pero resultaba evidente que no pegaba con la dinámica del grupo, así pues, ¿por qué los había escogido antes que a los "chicos guais" del instituto? Nunca había conseguido dar con la respuesta, aunque sí tenía algunas teorías.

Eran muchas las veces que habían visto diversos golpes y moratones en el cuerpo de su amigo, resaltaban demasiado en su pálida piel. Nunca le habían preguntado por ellos, pero todos sabían la causa. Todos conocían a su padre.

Era como un secreto guardado a voces dentro de su círculo de amistad. Nadie hablaba de ello nunca, pero todos conocían los gustos de su amigo y la desaprobación que expresaba su padre por ellos.

—Oye Ángel... Gracias por dejar que nos quedemos, imagino que Maica no te lo dijo —dijo entonces como si le estuviese leyendo la mente, ya que el chico sabía perfectamente que esa frase ocultaba un significado muy distinto; "gracias por dejar que me quede aquí, gracias por alejarme de él".

—No es nada, no podría dejaros solos después de... Ya sabes —el otro asintió y ambos callaron, ninguno parecía querer romper el ambiente, aunque en realidad Ángel se moría de ganas de hablar con él, había tantas cosas que quería preguntarle.

Finalmente obtuvo el valor para comenzar una conversación con el chico al que más admiraba, abrió la boca dispuesto a formular la primera pregunta, pero algo más entró en escena haciendo que le fuese imposible hablar.

Fue corto y melódico, un suave timbre que anunciaba la llegada de una notificación. Jorge metió la mano en el bolsillo para sacar el teléfono mientras su amigo le miraba con pavor. Tras todo lo que había pasado, ver esa clase de aparatos le hacía sentirse mareado, se alegraba de no tener su móvil en esos momentos.

Postura que fue reforzada al ver cómo el rostro de su amigo palidecía tras revisar la pantalla. Un gesto de horror inundó su rostro antes de girarse con rapidez, como si algo los estuviese observando desde el interior de la casa.

—¿Jorge? —Él también se giró aunque no sabía qué estaban buscando. Entonces le tendió el teléfono y lo vio.

Era un chat de WhatsApp con un único mensaje, enviado apenas unos segundos atrás. No tardó en reconocer su propio número en la pantalla, alguien estaba usando su móvil.

Era una foto de ellos dos, sus espaldas recortadas contra el cielo nocturno mientras una nube de olor a menta ascendía por el balcón.

Les estaban observando.

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