La carta
Camila.
La moradora de sus pesadillas, la causante de todos sus problemas, era en realidad esa chica pelirroja de aspectos iracundo.
Volvió a mirarla. Había algo en ella que no estaba bien, como si hubiese algo roto en su interior.
Núñez se había ido, parecía haberse cansado de su falta de respuestas y le había dejado solo con sus pensamientos, tenía la esperanza de que eso le hiciese hablar.
Pero él solo miraba a Camila con un único pensamiento; "es imposible".
Camila era un fantasma, les había estado torturando desde que se mudó, ¿cómo podría tratarse de una chica desaparecida? ¿A lo mejor la policía no sabía que estaba muerta?
Tragó saliva con dificultad. No era un experto en lo paranormal —ni siquiera creía en ello antes de que todo comenzase— pero creía saber que para poder permanecer en un lugar, un fantasma debía ser asesinado allí o al menos su cuerpo debía seguir allí.
La posibilidad de haber estado compartiendo casa con un cadáver le puso los pelos de punta, aun así no le diría a Núñez lo que sospechaba de Camila, no cuando ya tenía tanto en su contra.
El único modo de salvarse era demostrar que no tenía nada que ver con el caso y para eso tenía que salir de allí, tenía que encontrar a Jorge y llevarlo ante la justicia.
Una oleada de ira lo recorrió al recordar al que había sido su amigo, aún no podía creer que le hubiese dejado en esa situación.
Suspiró con la intención de alejar al chico de su mente, necesitaba concentrarse. Lo bueno de ser interrogado era que te dejaban mucho tiempo para pensar y eso le dio la oportunidad de trazar un plan.
Primero debía librarse de las esposas y luego no debería tener problemas para salir, podía escuchar perfectamente el ajetreo que había en la comisaría, seguro que lo de Maica no había sido el único suceso que había sufrido la ciudad en esos momentos. Aprovecharía la confusión para escabullirse antes de que Núñez volviese para insistir en su versión.
Tomó aire con decisión, necesitaba todo el valor del que disponía para lo que estaba a punto de hacer. Se posicionó sobre la silla antes de cerrar el puño derecho dejando el pulgar apresado por el resto de los dedos, entonces tiró con fuerza y decisión.
No tardó en escuchar un crujido acompañado de un intenso dolor que casi le hizo gritar. El mismo dolor que le subió a la cabeza para pincharle los ojos mientras retiraba la mano dislocada de las esposas.
Nunca había tenido incidentes de automutilación, de hecho era la primera vez que se hacía daño más allá de un arañazo, pero recordaba haber visto publicaciones de gente mostrando el método. Pese a no haberlo llevado nunca a la práctica, pareció ejecutarlo realmente bien.
No tardó en repetir el proceso con la otra mano y finalmente fue libre —aunque no estaba seguro de si la libertad valía todo ese dolor—, se subió la capucha de la sudadera con cuidado y se precipitó a la marea de agentes que pasaban junto a la puerta.
***
Se alegraba de no ser un verdadero criminal, de serlo el país estaba en muy malas manos ya que no le costó nada salir de la comisaría.
Caminó un par de minutos hasta dar con una tienda en la que entró, el dependiente de origen asiático le saludó de forma distraída sin apartar la vista del televisor. El sitio parecía más un trastero que una tienda pero le serviría, se propuso llamar la atención del hombre.
Este posó en él sus ojos cansados instándole a hablar para poder volver a su entretenimiento cuanto antes.
—¿Puede darme un móvil? Algo sencillo, solo para llamadas.
El hombre se levantó para tomar un modelo antiguo que descansaba en un gancho, lo dejó sobre la mesa tras confirmar que era el que quería.
—Quince con cincuenta.
Pagó en metálico y salió de la tienda justo a tiempo. En la comisaría se habían percatado de su ausencia y no tardaron en emitir un comunicado, al parecer se le catalogaba como peligroso.
Se vio forzado a recluirse en un callejón mientras encendía el teléfono y marcaba el número. No estaba seguro del orden así que solo pudo rezar porque fuese el número correcto.
El mensaje del contestador le provocó una mezcla de alegría y rabia. La voz de su amigo en el contestador le confirmaba que el número era el correcto pero no se lo cogía.
Continuó probando de forma casi constante durante su trayecto. Las miradas de los transeúntes se pisaban sobre él y, con cada una de ellas, sentía la necesidad de esconderse más en el interior de su sudadera, la ansiedad lo estaba consumiendo. ¿Quién sería el primero en reconocerlo? ¿Quién llamaría a las autoridades?
"No, aún no, no puede acabar así. Déjame llegar.", rezaba una y otra vez.
Pese a no dirigirse a ningún ente en concreto, alguien debió de escucharlo puesto que logró llegar a su objetivo sin percances.
Se detuvo frente al edificio en un gesto quizá demasiado temerario —podían reconocerlo en cualquier momento— y elevó su mirada hacia su destino; el piso donde vio a sus amigos por última vez.
***
Como pensaba, Jorge no se encontraba allí, claramente no sería tan fácil pero no había ido a verlo a él.
Debía ser rápido, no dudaba de que la policía acudiría a buscarlo allí.
Si descubrimiento respecto a Camila había supuesto muchas cosas interesantes pero, sobre todo, significaba que las cartas que la chica recibía prácticamente a diario ahora poseían mucho más valor.
Abrió el cajón con un movimiento tan fuerte que casi lo rompe y sacó los diversos sobres para abrirlos con una evidente falta de delicadeza, necesitaba respuestas.
***
Camila, lo siento.
Sé que dices que debo aguantar y que todo saldrá bien pero lo cierto es que tengo mucho miedo.
Además, esta tapadera es imposible de mantener por mucho tiempo. Por favor, pon fin a esto cuanto antes, yo cuidaré de ti, nadie va a sospechar, solo haz que pare. Por favor.
XXX.
Hola Camila.
Parece ser que la policía no tiene ningún tipo de prueba contra ti, ¿no es maravilloso? Cada día me quedo más sorprendida por lo increíble que eres.
He hecho lo que me dijiste y ha funcionado, Manu no tardó ni dos segundos en mostrarles la app, están todos cagados. Pronto podremos seguir con el resto de tu plan.
XXX.
Camila, ya está hecho.
Ángel ha alquilado el piso y se mudará dentro de unos días.
También parece que ninguno del grupo me recuerda, es justo como dijiste. Aún tengo miedo de que lo descubran pero sé que actuarás antes, siempre lo haces.
XXX.
Camila, no puedo hacerlo.
La policía ha acordonado el lugar donde me mandabas a dejar los cuerpos, ¿qué hago ahora? ¿Dónde debería dejarlos? ¿Y si nos pillan?
Sé que no puedes salir de allí pero, por favor contéstame.
Por cierto, esto estaba en el último cuerpo, no te preocupes, lo he recogido por ti.
XXX.
***
Se vio forzado a apoyarse en la pared, cada carta que leía tenía el mismo efecto que una patada en el estómago.
Pero, sin duda alguna, lo peor fue cuando, en la última carta, dejó caer un objeto que le resultó terriblemente familiar.
Un colgante con un cisne plateado cayó con un ligero tintineo al suelo.
Estaba equivocado, dios, estaba tan equivocado. Camila no era el fantasma, ella era Shibari.
De repente fue consciente de dónde se encontraba. En el piso donde todo empezó, seguramente donde Camila había vivido y matado por primera vez, donde seguramente lo estaría observando en ese mismo instante.
Se dispuso a salir corriendo, necesitaba huir de allí lo antes posible, pero algo se lo impedía.
En un instante su mundo se detuvo. Una pequeña sacudida hizo que todo se paralizase, incluso el ruido que llegaba de la calle a través del balcón fue sustituido por un molesto pitido.
Lentamente, con pasos que no parecían ser suyos, se llevó una mano a la parte posterior de la cabeza mientras se giraba.
¿Le habían golpeado? Un dolor punzante y la presencia de un líquido pegajoso se lo confirmó.
Lo último que alcanzó a ver antes de que la oscuridad lo reclamase fue un resplandor dorado.
Unos relucientes cabellos rubios que brillaban como los rayos del sol.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro