Jorge
La tienda de Cassandra se encontraba en un pequeño barrio aislado del centro de la ciudad.
Se sentía culpable por no haberle dicho a Ángel que se marchaba pero, después de lo de Maica, necesitaba tomar el control de la situación, dejar de ser dominado por el caos y ponerle algún remedio.
Al entrar en la tienda un intenso olor a hierbas aromáticas lo recibió junto a un timbre musical que cesó cuando cerró la puerta. Llamó a la vidente por su nombre pero esta no respondió por lo que se limitó a buscarla.
Al entrar había un pequeño recibidor donde podías dejar el abrigo o paraguas, tras un par de escalones pasabas a una gran y oscura sala, en el centro se hallaba una mesa de madera negra maciza. Sobre ella estaban sus instrumentos —cartas, bolsitas con hierbas, piedras brillantes... —, pero ella no estaba. Entonces todo se volvió oscuridad.
La llama de una vela que reposaba plácidamente sobre la mesa —la única iluminación de la sala— titiló antes de apagarse por completo. No tardó demasiado en escuchar el característico sonido de una cerilla al encenderse y allí estaba ella.
Se encontraba sentada frente a la mesa y acababa de encender de nuevo la vela. Hacía muchos años que la conocía y por eso sabía que era propensa al espectáculo, por lo que se limitó a sentarse frente a ella.
—Cassandra, te he estado llamando, ¿por qué no contestabas?
Pero ella no respondió.
—Necesitamos tu ayuda, todo se está yendo a la mierda.
Con un movimiento lento pero ágil, tomó la baraja de cartas y comenzó a barajarlas antes de repartir.
—¿Qué haces? No tenemos tiempo para esto.
Ella se limitó a señalar las cartas, una de ellas en concreto; la torre.
Jorge no sabía demasiado del tarot, pero sabía que no era un buen presagio, no cuando la carta mostraba a una pareja que se precipitaba al vacío justo después de que su amiga hubiese hecho exactamente lo mismo.
Claro que sabía que las cartas nunca expresan un significado literal, pero no le gustaba lo que parecía.
Alzó la mirada para observar a la vidente. Se había colocado una especie de velo oscuro que tapaba casi por completo su cara y solo dejaba ver parte de sus cabellos rojizos, aunque no los recordaba en un tono tan oscuro, ¿se habría teñido?
Su pálida piel apenas podía observarse a través de los pequeños agujeros que proporcionaba el encaje del velo. De repente una desagradable sensación le inundó, una que le instaba a huir.
—Tengo que irme.
Una mano le agarró con fuerza el brazo antes de que pudiera siquiera levantarse de la mesa, puso todo su esfuerzo en mostrar una sonrisa que no pareciese tensa.
—En serio, tengo que ir al baño, ¿o quieres que te moje la silla?
El agarre se aflojó y pudo retirarse. Trató de caminar de forma normal, como cualquier persona deseosa de ir al lavabo con la intención de evacuar y no la de huir por la ventana.
El baño era pequeño pero podría ser el de cualquier casa particular, incluso disponía de una bañera con una cortina blanca que la cubría. Echó el pestillo y revisó la ventana, era demasiado pequeña para escapar y parecía estar cerrada con llave.
Maldijo mientras el miedo comenzaba a mandar descargas de energía a su columna vertebral, su única opción era salir corriendo y rezar por despistarla, solo tendría que llegar a una zona habitada, no sé atrevería a atacarlo en público, ¿verdad?
Se giró de cara a la puerta mientras se armaba de valor. ¿Qué demonios le pasaba a Cassandra? Era una buena persona, lo sabía bien y nunca la había visto de esa manera. Tal vez seguía afectada por lo que vio durante su última sesión pero, ¿a qué venía ese aura tan siniestra?
Se dispuso a salir cuando algo llamó su atención, un color inesperado en el borde de su visión. Había algo en la bañera.
Retiró la cortina con el corazón resonando con fuerza en sus oídos solo para verse obligado a retroceder un par de pasos tras ello.
Era Cassandra. Le miraba con unos fantasmales ojos sin vida que le recordaban terriblemente a los de Anni, su boca estaba abierta y el cuello mostraba un profundo corte. No había duda de que estaba muerta.
Sintió el amargo sabor del vómito en la base de la garganta, su visión se vio nublada por las lágrimas que provocaban el miedo. Si ese era el cuerpo de Cassandra, ¿quién había estado con él?
Unos golpes en la puerta fueron su única respuesta.
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