El juego
Los días se sucedían sin ningún tipo de acontecimiento especial, debía confesar que empezaba a aburrirse de su "emocionante" vida de adulto.
En poco más de una semana había terminado de deshacer todas las cajas, limpiado de forma general y rellenado el frigorífico. Ahora se encontraba tumbado en el sofá —que había comprado el día anterior junto al resto de decoración—, mirando hacia el techo, frustrado por la falta de incentivos que encontraba en su nuevo hogar.
Al haber vivido siempre en una única habitación dentro de la casa de sus padres, nunca había tenido decoración propia más allá de algunos posters que, por motivos evidentes, no podía colocar en las paredes del salón. Por lo que el día anterior se había visto obligado a efectuar un rápido viaje a Ikea para terminar de proveer su casa de los muebles necesarios para vivir. Casi había sentido ganas de llorar al ver cuánto dinero le quedaba en la cuenta tras la pequeña excursión, pero sabía que era algo completamente necesario.
Se incorporó para observar con detenimiento su nuevo hogar. Al entrar había un pequeño recibidor en el que ahora había un perchero con un par de chaquetas oscuras, desde allí se podía acceder a la cocina para salir directamente al salón o bien acudir al propio salón por otra puerta. Al entrar a la sala podía verse una mesa alta de cristal que planeaba usar para las cenas con varios invitados y algunos pequeños estantes con unos pocos adornos. Al fondo, junto al balcón, se encontraba una mesa baja que separaba el enorme sofá de la televisión.
Suspiró mientras se planteaba si realmente quería cruzar el oscuro pasillo hasta su habitación solo para tumbarse como ya estaba. Casi se puso a saltar de alegría cuando sonó el timbre, dándole finalmente un objetivo que le hiciese moverse, aunque solo fuese por unos segundos.
Sin embargo, su júbilo duró poco. Al otro lado estaba la señora Martínez —su vecina del quinto piso, una mujer mayor que aún no se había ganado su cariño— con su habitual gesto de fastidio tallado en el rostro.
—Buenos días Ángel, esto estaba en el buzón, creo que es para tu novia —explicó mientras le tendía una carta.
Decidió no recriminarle el hecho de que estuviese husmeando en su buzón, le agradeció el gesto y tomó la carta para analizarla; era un sobre blanco común, de los que puedes encontrar en cualquier papelería, no tenía sello ni remitente, solo su dirección escrita rápidamente —se notaba en la forma que tenía la letra— y un nombre, "Camila Íñiguez".
Había cogido la carta en un intento desesperado de librarse de la molesta anciana, pero, la realidad era que no tenía novia, ni hermanas, ni siquiera conocidas con ese nombre. La única explicación que se le ocurría era que estuviese dirigida a algún antiguo propietario, por lo que decidió guardarla en un cajón por si volvían a buscarla.
Nada más cerrar el cajón, su móvil comenzó a sonar, eran sus amigos. Llevaban días insistiendo en ir a ver su nueva casa y él no dejaba de darles largas, los quería mucho, pero estaban completamente locos y no le apetecía tener que limpiar una de sus fiestas en su nueva e impoluta casa.
Insistían de nuevo, querían pasarse a cenar. El chico miró el sofá donde había estado tumbado unos minutos atrás y aceptó la petición. Necesitaba alejarse de esa soporífera rutina.
Quedaron en que ellos comprarían pizza antes de acudir a su casa y, por una vez en su vida, acudieron puntualmente a la cita. Ángel abrió la puerta y les dejó pasar. Eran 4 chicos de su edad; Anni, Maica, Jorge y Manuel. Anni era alta y delgada, de ascendencia americana, lo que explicaba su piel pálida, ojos azules y cabello rubio. Maica, sin embargo, era todo lo contrario, piel oscura, ojos marrones y pelo azabache. Jorge poseía unos profundos ojos grises que combinaban perfectamente con su tez pálida y su cabello oscuro. Manuel tenía la piel morena y salpicada de pecas, una maraña de rizos castaños cubría casi siempre sus ojos, de un color avellana claro.
Una vez más, al verlos el chico pensó que desentonaba demasiado en el grupo, con su cara corriente, su piercing en la nariz y sus cabellos ligeramente ondulados que llevaba siempre más cortos de lo que debería.
Sus amigos entraron triunfales con la pizza en alto, como si el simple hecho de ir a buscarla ya supusiera una victoria magistral. Se sentaron alrededor de la mesa baja —que estaba entre la televisión y el sofá— y comenzaron a comer entre alocadas anécdotas e ideas. Hablaron de sus vidas, de sus amores, de sus familias... Incluso cuando la comida se acabó, siguieron hablando, pero, el aburrimiento no tardó demasiado en acompañarlos.
—Me aburroooo... —se quejó Maica, que estaba sentada en el suelo, con la cabeza apoyada en las piernas de Anni, que estaba sentada en el sofá y le acariciaba el pelo de forma cariñosa —llevaban un par de meses saliendo y a Ángel le daban una terrible mezcla de asco y envidia, odiaba que fuesen tan pegajosas mientras él seguía soltero—.
—Podríamos jugar a algo, ¿no tienes ningún juego? —Jorge le miraba directamente, clavando esos ojos grises en lo más profundo de su alma, incluso le costó un poco responder.
—No... No he comprado juegos, en casa de mis padres tampoco tenía muchos así que...
—Tengo una idea, pero, es algo loca. —Todos miraron a Manuel, que comenzó a buscar algo en su móvil —. Últimamente todos hablan de un juego para el móvil que es tipo ouija, como el tablero de toda la vida pero en una pantalla, lo usan en todas las fiestas.
Antes de poder terminar de explicarlo, Maica ya estaba más pálida de lo que debería, era evidente que la idea no le gustaba. Anni bajó la mirada para observar a su novia mientras trataba de aguantar la risa, sabía que no se prestaría a algo así sin morir de miedo en el intento.
—No, de ninguna manera, eso es peligroso. —Se incorporó de golpe, con los ojos desencajados del terror, mientras Jorge comenzaba a reír.
—¿Tanto miedo tienes de una simple app? Esperaba más de ti...
Todos se les quedaron mirando durante lo que parecía el duelo de miradas más intenso de la historia. Siempre sucedía lo mismo; Maica sentía terror por muchas cosas, pero, siempre las acababa haciendo cuando Jorge le provocaba.
Esta vez no sería diferente, le quitó el teléfono a Ángel y lo colocó en el centro de la mesa, luego se sentó y miró al resto con actitud desafiante.
—Vamos allá.
—¿Por qué en mi teléfono? —se atrevió a preguntar el chico, rompiendo la tensión que se había creado.
—Porque es tu casa, si se debe pegar a alguien, que sea a ti.
No discutió más, sabía que era una batalla perdida. Todos se sentaron alrededor del teléfono que ya cargaba las primeras imágenes del juego; una cortina de humo dio paso a unos objetos en movimiento que parecían salir disparados y precedían a un tablero de ouija, que avanzó hasta ocupar toda la pantalla. Un puntero apareció tras una pequeña combustión espontánea, tenía un enorme "PLAY" escrito en el centro —lo cierto es que se veía bastante cutre—.
Lo pulsaron y la pantalla cambió, el tablero pasó a ocupar todo el espacio disponible de forma horizontal —antes estaba colocado de forma vertical y se cortaba en las paredes del dispositivo— y el puntero brillaba en el centro. Los bordes de la pantalla se iluminaron a la vez que un texto les indicaba que debían colocar los dedos en la línea luminosa. Volvieron a tocar la pantalla, tratando de saltarse el tutorial, este les explicó que disponían de un botón de mute —para poder hablar sin que los espíritus los escuchasen— y otro que activaba una cámara. La aplicación afirmaba que, en caso de invocar una presencia, esta podría hacerse visible con dicha cámara.
—¿Y esto da tanto miedo? —se quejó Jorge, que miraba la pantalla con escepticismo —. Parece hecho por un niño, seguro que solo tiene efectos de sonido y un video trucado.
—Sí... Vaya decepción... —Maica intentaba aparentar serenidad, pero todos sabían que estaba muerta de miedo y que, como llegasen a ver algo en esa cámara, sería la primera en gritar.
Decepción o no, todos colocaron sus dedos en el borde de la pantalla y el juego comenzó. Un pequeño cartel les indicó el siguiente paso; la invocación. Repitieron las palabras que les sugería como si de un valioso mantra se tratase.
"Amigos unidos para invocar, espíritus prestos a escuchar. Si hay alguna presencia aquí, manifiéstate."
Fue entonces cuando el puntero se movió, despacio al principio, vacilante, describió varios círculos antes de posarse sobre la palabra "HELLO". Maica no tardó en apartar la mano y refugiarse bajo el cálido abrazo de su novia.
—Venga ya Maica, es una imagen grabada, no se ha movido solo ni hay ningún fantasma aq-
El movimiento del puntero interrumpió a Jorge. El aparato comenzó a moverse con rapidez, marcando letras sin cesar; "F-A-L-S-O". Todos se quedaron en silencio, supuestamente, no debería haberse movido al no tener los dedos colocados sobre la pantalla.
—S-será cosa del micrófono... Algún tipo de respuesta automática —afirmó de nuevo el chico, menos convencido esta vez.
Volvieron a acercarse —excepto la pobre Maica que aún estaba escondida contra el pecho de Anni— y colocaron los dedos de nuevo. Se miraron indecisos, sabían que debían preguntar algo, pero ninguno se atrevía. Manuel dio el primer paso.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó mientras sus ojos viajaban como locos por todos los rincones de la habitación. El puntero volvió a moverse; "SÍ", ante lo que el chico volvió a preguntar —: ¿Realmente eres un fantasma? —Recibieron otra respuesta afirmativa.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —se quejó el pelinegro, que también observaba la sala con un temor que inicialmente no profesaba.
—Yo al menos he preguntado, hazlo tú si tanto sabes.
No tardaron en enzarzarse en una pelea, cosa que no sorprendió a nadie. La tensión podría cortarse con un cuchillo y todos se sentían asustados. No sabían porqué pero algo había cambiado, podían sentir un cambio significativo en el ambiente de la habitación. Era como si el aire les hubiese abandonado, la sala estaba cargada y fría, muy por debajo de la temperatura habitual. Había algo con ellos, algo perteneciente a otro mundo.
—¿Puedes darnos un nombre? —preguntó el anfitrión, cortando la disputa de golpe. Todos se lo quedaron mirando, no, a él no, al teléfono. Ninguno conservaba las manos en su lugar y, por eso mismo, rezaban para que ese maldito puntero digital no volviese a moverse. Pero lo hizo.
Fue lentamente, pasando por cada letra de forma calmada, casi parecía disfrutar de la angustia que causaba a los adolescentes. Indicó un único nombre; "C-A-M-I-L-A".
Fue entonces cuando Ángel palideció notablemente, todo su mundo se volvió oscuridad. No oía nada, ni las voces de sus amigos ni sus propios pensamientos. Estaba solo, solo y asustado, no era capaz de ver, de reaccionar, de respirar... Era como si todo el aire lo hubiese abandonado súbitamente.
Los otros lo zarandeaban, preocupados ante su pasotismo. Ellos no lo entendían, no podían entender que, ese mismo día, había recibido un sobre sin sello, destinado a la misma persona que se les acababa de presentar como fantasma.
Como un faro en una tormenta, una luz lo sacó de la oscuridad y lo devolvió al mundo real, donde se vio forzado a respirar con rapidez para compensar la falta de oxígeno que había sufrido. Todos le miraban, querían saber lo que le había pasado y, sobre todo, saber quién era Camila. Sin embargo, él no les prestaba atención, todos sus sentidos estaban fijos en el teléfono.
Lo tomó para leer el nuevo cartel que les mostraba, uno brillante —sin duda, el que había conseguido sacarle de su estado vegetativo— que parpadeaba, mostrando el icono de una cámara, este rezaba: "¿quieres verme?". Todos se miraron, sin duda debatiendo lo que debían hacer. Entonces todos comenzaron a recibir notificaciones de forma masiva, Maica volvió a esconderse con un gemido de terror, ¿acaso eso no era una prueba? ¿Es que el fantasma les estaba diciendo que si no respondían ya, les gastaría la batería a todos?
Ángel tomó la iniciativa y pulsó la respuesta afirmativa.
Entonces, el dispositivo comenzó a grabar. Era una cámara como cualquier otra, con la diferencia de que presentaba una visión con falsas interferencias —seguramente para crear ambiente entre los jugadores—. Al ser una cámara de visión nocturna, se vieron forzados a apagar las luces y a caminar despacio por la casa, tratando de enfocar cada rincón.
La noche se había vuelto increíblemente silenciosa, únicamente se escuchaban sus respiraciones aceleradas y los sollozos de terror de la pobre Maica, que ya no aguantaba más —no podían culparla—.
Dieron unas vueltas, pero, no apareció nada en el salón, tampoco en la cocina, ni siquiera en el baño. Esa pequeña expedición parecía haberles tranquilizado, respiraban con normalidad y caminaban a paso más ligero, hasta que lo vieron.
Se quedaron paralizados en medio del pasillo, con la cámara frente a ellos, enfocando hacia la habitación donde había empezado todo, allí estaba, frente a ellos; era una sombra oscura, una silueta de mujer, demacrada y con los pelos enmarañados. No eran capaces de distinguir nada significativo en ella más allá del hecho de ser mujer, tenía la cara girada, dándoles la espalda.
Querían correr, pero, ¿a dónde irían? Les estaba bloqueando el acceso a la puerta. Ángel dio un paso, un minúsculo paso al frente cuyo fin no era otro que el de tratar de avanzar. Fue entonces cuando giró la cabeza para mirarles.
Podría haber sido hermosa, sin embargo, las cicatrices de su rostro no ayudaban a esa función. Lo último que alcanzaron a ver fueron sus ojos, brillantes en la baja calidad de la lente de visión nocturna, corriendo hacia ellos.
*2.320 palabras*
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro