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El fantasma

Los pequeños detalles pueden arruinar una vida.

Ángel no podía creer que esa fuese su nueva vida, sinceramente, esperaba que los problemas de adultos no incluyesen aterradores fantasmas. Sin embargo, ahí estaba, sentado en su nuevo sofá, observando con terror un pequeño dispositivo que, hasta hace unos días, podría haber denominado como su mejor amigo; su teléfono móvil.

Todo empezó con él, esa noche, con ese estúpido juego. Maldijo mentalmente tanto al inventor de la ouija como a su amigo, que tuvo la brillante idea de jugar aquella noche.

La pantalla se iluminó, era Maica de nuevo. No dejaba de mandarle mensajes, de llamarlo, estaba convencía de que el fantasma se encontraba ahora con ella. Le gustaría contarle la verdad, que el espíritu estaba con él, que le había estado atormentando en sueños, pero eso solo la asustaría más y, francamente, no tenía paciencia suficiente como para tratar con su amiga cuando se ponía así —justo por eso no estaba respondiendo a sus mensajes—.

Decidió apagar el aparato y guardarlo en un cajón —junto a la misteriosa carta que había recibido nada más mudarse—, en ese momento, tenía demasiadas cosas en la cabeza como para centrarse en eso. Suspiró mientras miraba por la terraza, la lógica le repetía que era imposible, los fantasmas no existen, pero los pinchazos de dolor que sentía en el brazo le indicaban todo lo contrario.

No recordaba todo lo sucedido la noche anterior, aunque sí recordaba lo que había sentido, el terror, la incomodidad... Y también se acordaba de ella. De esa espantosa figura que poblaba su mente, de aquella que habían invocado y ahora le perseguía; Camila.

Su rostro volvía a materializarse en sus recuerdos cuando se percató de algo; una pequeña mancha en la pared, junto a la terraza, como la que su madre le había mencionado el primer día que se mudó —aunque ahora era un par de tonos más clara—. Comenzó a investigarla, tratando de localizar su origen, rezando porque no se tratase de una humedad producida por el moho, puesto que su economía no podría soportarlo en esos momentos.

Extendió una mano para tocarla cuando un ruido en la habitación llamó su atención. Fue a investigarlo olvidándose de la mancha, que creció un poco más tras él.

Una vez en la habitación pudo ver lo que había provocado el ruido; la televisión, la misma que estaba seguro de haber apagado. Volvió a apagarla y miró a su alrededor mientras trataba de controlar sus pensamientos sobre fantasmas que encendían aparatos en habitaciones vacías. Se la habría dejado encendida, seguro.

Como si quisiera contradecirlo, el ruido se trasladó al salón donde, a donde volvió sin percatarse de la silueta que se reflejaba en la pantalla que acababa de apagar. Encontró la televisión encendida de nuevo, mostrando exactamente el mismo canal que la de habitación. Además, el horno, el microondas, la lámpara, las luces del techo y prácticamente todos los electrodomésticos, estaban encendidos.

Observó la escena con terror, esto ya no era un despiste, alguien los había encendido, o algo. Se dispuso a apagarlos cuando el timbre lo sorprendió haciendo que el corazón diese un salto en su pecho. Se quedó paralizado, observando la puerta, recordando cómo la mujer de sus pesadillas la usaba para entrar y acabar con él.

Todo sonido desapareció, los electrodomésticos parecieron ser engullidos por una neblina de oscuridad que aisló su sonido, no existía nada más, solo él y ese espantoso timbre. Al ver que nadie abría, comenzó a sonar de forma constante, como si se tratase de una situación de vida o muerte. Lentamente, avanzó hasta la puerta y la abrió, girando el pomo muy despacio. Apenas tiró de ella cuando algo desde el otro lado la empujó con fuerza, casi haciéndolo caer.

—Por fin, ¿por qué no abrías? ¿Estabas cagando o algo? —El pequeño cuerpo de Maica se materializó al otro lado de la puerta, seguida por Jorge y Anni. Sin embargo, lo que más le preocupaba, eran las enormes bolsas que portaban.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó mientras trataba de recomponerse del susto inicial.

—Dijiste que le habías preguntado. —La mirada de Anni era severa, parecía realmente molesta con su novia, que solo se encogió de hombros.

—Lo hice, pero por algún motivo no responde a los mensajes. —Ángel dirigió una mirada al cajón, donde estaba ahora su teléfono —. Así que... ¡Sorpresa! Nos venimos a vivir contigo unos días.

—¿¡Qué?! No, ni hablar.

—Ya os avisé de que nunca diría que sí —dijo Jorge mientras dejaba su bolsa en el sofá e iba a investigar la nevera de su amigo en busca de algo que comer.

—Escucha, es tu culpa que ahora tengamos un fantasma en el grupo, así que nos vamos a quedar aquí hasta que se solucione —explicó Maica. Ángel nunca había sentido tanto resentimiento hacia su amiga, no podía creer sus acusaciones, ni mucho menos que pensase autoinvitarse a su casa.

—¿Mi culpa? La idea fue de... —de detuvo al percatarse de que, justo el culpable, no se hallaba entre sus amigos —. ¿Dónde está Manu?

—Le hemos llamado, pero no responde. —La dulce chica rubia se acercó a él y le colocó una mano en el hombro. Parecía avergonzada por la actitud de su pareja. El chico suspiró tras unos segundos de reflexión.

—Si os quedáis, vais a ayudar con los gastos de la casa, también si rompéis algo. —Todos sonrieron, sabían que no les dejaría tirados —. A todo esto, ¿cómo se supone que vamos a arreglarlo?

—Ya estoy en eso —dijo Jorge mientras se metía una galleta salada en la boca —. Conozco un amigo de un amigo cuya amiga es algo así como una médium. Tiene un sitio de tarot en el centro, ya he pedido cita para mañana.

El chico asintió mientras observaba la escena. Le alegraba tener a sus amigos en momentos tan difíciles como esos, pero añoraba la libertad que tanto le había costado conseguir y, sobre todo, no sabía si podría vivir bien con ellos. Aunque los quería, no todos podían soportar a Maica y Anni cuando se ponían cariñosas —y, sospechaba que durante la noche serían aún más insufribles—. Pese a ello, trató de mostrar una tensa sonrisa en su pálido rostro, había sufrido demasiadas emociones en lo poco que llevaba de día.

Un ligero movimiento en la bolsa de su nuevo compañero de piso le informó de que tampoco podría descansar en ese momento.

—Jorge... Hay algo en tu bolsa. —Sintió cómo las chicas se tensaban, la presión de todas las miradas sobre él mientras se disponía a abrir la cremallera. Un agudo grito resonó en la habitación cuando un pequeño gato blanco salió de ella dando un salto, se giró a comprobar que Anni ya estaba tranquilizando a su novia antes de volver a mirar a su amigo —. ¿Te has traído a Oliver?

—¿Qué iba a hacer si no? Ya sabes que mi padre no puede cuidar de él. —Comenzó a acariciar al animal, que se restregaba contra él mientras maullaba.

—Más te vale que no rompa nada. —Se llevó una mano a la cabeza, donde la presión se acumulaba dolorosamente alrededor de sus ojos.

Suplicó mentalmente por un descanso. En su lugar, recibió un pequeño toque en el hombro, era Anni, que le tendía un sobre blanco.

—Por cierto, esto estaba en la puerta.

Una nueva carta, dirigida de nuevo a Camila. Tragó saliva con dificultad al ver ese nombre escrito en cursiva en el reverso de la carta. Se dispuso a colocarlo junto a la otra, sin percatarse de la atenta mirada que Jorge le dirigía desde la cocina.

Como si de un interruptor se tratase, su teléfono comenzó a sonar en cuanto abrió el cajón, el mismo teléfono que había apagado. Lo tomó con manos temblorosas.

—Es Manu. —Le mostró el teléfono a Maica, donde se veía la llamada entrante de su amigo. Esta se lo quitó sin mediar palabra y atendió la llamada.

—¿Dónde estabas? Ya pensaba que te habías muerto.

No obtuvo respuesta, solo estática y algunos sonidos extraños, como si el móvil se hubiese caído al suelo en medio de la llamada. Finalmente, la voz de su amigo salió del auricular algo más ronca que de costumbre.

—Es que lo tenía en silencio, ¿qué es eso de vivir con Ángel?

—Que se me han acoplado y ya da igual uno más, así que vente tú también —respondió el chico mientras se sentaba en el sofá y encendía la televisión, a lo que se sumaron todos menos la portadora del teléfono.

—Pues... No sé, ahora mismo estoy un poco ocupado...

—¿Cómo? Pero si tú no haces nada en todo el día, venga Manu.

Antes de poder seguir insistiendo, Ángel la cortó en apenas un susurro, sin apartar la mirada de la pantalla.

—Maica, ¿podrías silenciarte un momento?

Cuando lo hizo, él subió el volumen. Estaban echando las noticias de la mañana, había una reportera en un parque, sujetaba un micrófono mientras, con la otra mano, trataba de controlar su alocado pelo, que el viento no dejaba de mover.

"Nos encontramos en el famoso parque de El Retiro, donde una pareja ha encontrado el cuerpo de un chico durante su paseo matutino. Según dicen, estaban paseando cuando lo vieron flotando bocabajo en el lago. Llamaron a los servicios de emergencia, que han confirmado que se trata de Manuel Terán, un chico de 17 años de la zona. Las autoridades han clausurado el lugar e iniciado una investigación para descubrir..."

Todos se miraron, a cada cual más pálido. Un silencio sepulcral se había instalado entre ellos, nadie se atrevía a hablar, ni tan siquiera a moverse, como si se encontrasen petrificados en medio de una espantosa escena de una película de terror. La voz del teléfono les hizo saltar al romper su repentino mutismo.

—¿Maica? ¿Sigues ahí? Bueno, si me escuchas, que sepas que sí. Me pasarépor allí más tarde —confirmó con una voz casi inhumana.

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