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El cuerpo

El cuerpo humano es capaz de hacer cientos de cosas sin que llegues a ser consciente de ello.

Ángel recordaba haber visto las noticias aquella mañana, mientras las grotescas imágenes de sus pesadillas aún rondaban su mente. Recordaba haber visto cómo unos paramédicos levantaban el cadáver de su amigo envuelto en una bolsa a través de la gran pantalla. Sin embargo, no recordaba haber caminado hacia el parque.

Estaban todos allí, peleando desesperadamente por ver algo entre la avalancha de periodistas y curiosos que fueron a contemplar lo que quedaba de Manuel. 

Observó a sus amigos; los constantes gritos de Maica —que luchaba más que el resto por presenciar la escena de cerca pese a ser la que menos iba a soportarlo—, el gesto cariñoso de Anni con el que intentaba apartar a la otra chica de la línea de batalla, el rostro preocupado de Jorge mientras miraba a... Él. Lo observaba con atención, juntando las cejas en un gesto de desconcierto.

—¿Ángel? ¿Qué demonios estás mirando? — Solo entonces volvió a girar la cabeza, fijando su mirada en el mismo punto donde se centraba apenas unos minutos atrás. 

No sabría describirlo con certeza, apenas era una mancha en la lejanía, una figura borrosa al otro lado del lago. Tuvo que agudizar la vista para distinguirlo; era una persona. Y no cualquier persona, la protagonista de sus pesadillas, la razón por la que se estremecía con el más mínimo ruido, la causante del arañazo que escocía bajo las mangas de su sudadera.

—¡Ángel! —Su amigo lo devolvió a la realidad, en la que ese ser solo existía en sus sueños y debía centrarse en lo importante; Manuel.

—Perdón... Es que, estoy como ido. —Jorge asintió, parecía comprender que el chico tenía otras cosas en la cabeza. Sin embargo, no podía evitar preguntarse si esos pensamientos tendrían relación con las extrañas cartas que guardaba con tanto temor.

No tuvo tiempo de preguntárselo, puesto que, finalmente, alcanzaron la cinta policial y Maica pudo cumplir su cometido: arremeter contra el guardia.

—¡¿Qué se cree que hace!? ¡Ese es nuestro amigo, déjenos pasar! —Exigió mientras se erguía en toda su altura —con la que apenas llegaba al hombro del agente—, haciendo alargue de una seguridad y privilegios que no le correspondían. Se preparaba para volver a atacar cuando el hombre no se movió, pero, Ángel se le adelantó.

—Perdone... Hemos visto las noticias, el chico que han encontrado era amigo nuestro. ¿Podríamos hablar con algún inspector? Necesitamos saber lo que ha pasado —solicitó de forma más calmada, mientras colocaba una mano sobre el hombro de la chica y la alejaba antes de que volviese a hablar.

El oficial respondió poniendo los ojos en blanco —parecía realmente cansado de tener que hablar con ellos— y, acto seguido, se fue a buscar al inspector a cargo del caso.

A los pocos segundos volvió con un hombre, vestido con un largo abrigo que buscaba protegerlo de la humedad del lugar, sus zapatos envueltos en fundas de plástico —seguramente para impedir que el barro los estropease— se giraron hacia ellos y les dirigió una larga mirada con sus profundos ojos negros, que casi imitaban el tono de su piel. 

—¿Queríais hablar conmigo? —Su mirada pasó por todos los chicos, posándose por último en Ángel, que no pudo evitar enrojecer un poco al devolverla.

—M-Manuel... Él era amigo nuestro. —Le costó unos minutos poder hablar —corriendo el riesgo de que Maica volviese a intentar explicar la situación con su falta de tacto habitual—. Por algún motivo que no llegaba a comprender, aquel hombre le inspiraba desconfianza, incluso algo de miedo, mezclado con un sentimiento que aún no era capaz de identificar.

El inspector miró a su alrededor, a los cientos de transeúntes que se habían congregado como si de un espectáculo se tratase, luego suspiró antes de volver a dirigirse a ellos.

—Lo siento mucho, pero no puedo dar detalles de la investigación, mucho menos en la calle. —Maica se disponía a replicar cuando el hombre siguió —. Vamos a tardar un tiempo en prepararlo y marcharnos de aquí, si no os importa esperar, nos veremos en la comisaría para hablar más tranquilamente.

Todos asintieron. Sabían que no era mucho, pero, era lo máximo a lo que podían aspirar. Por eso, fueron directos a la comisaría, donde pasaron alrededor de dos horas esperando hasta que, finalmente, el inspector se reunió con ellos.

Se dispusieron en una pequeña y sucia mesa, llena de papeles y marcas de tazas de café. Ninguno habló, ni siquiera la chica que, por lo general, nunca callaba. De algún modo, esas dos horas les habían dado consciencia de la situación; su amigo había muerto. El shock inicial había sido sustituido por una pena desoladora y ese hombre lo sabía, lo que le complicaba la tarea de comenzar la conversación.

—Siento haberos hecho esperar, soy el inspector Núñez y estoy a cargo del caso de Manuel —empezó finalmente, tanteando al grupo que, de momento, no reaccionaba —. Comprendo que este es un duro golpe para todos vosotros y, por eso, agradezco vuestra discreción en la escena del crimen.

Ángel casi se echó a reír, no podía imaginar cómo el numerito de Maica hubiese podido ser discreto, aunque, entendía que Núñez trataba de alentarlos, de indicarles que ese era el camino correcto a seguir. Pero, si así era, ¿por qué sentía que algo no iba bien?

—¿Podemos verlo? —preguntó Jorge, rompiendo el silencio del pequeño grupo, manifestando lo que todos pensaban.

—No os lo recomendaría, pero, el forense ha permitido la entrada de uno para identificar el cuerpo... Solo uno —agregó al ver cómo todos intercambiaban miradas de complicidad.

—Iré yo. —Se levantó directamente, para sorpresa de todos y completamente preparado para responder cualquier queja o reproche. Miró con fijeza a Maica, retándola a replicar, ante lo que la chica permaneció en silencio. Sabía que, tras haberse metido a la fuerza en su casa, no podría llevarle la contraria, no en eso.

Entonces, siguió al inspector por los estrechos pasillos de la comisaría hasta encontrar un ascensor. No tardaron en bajar al sótano, donde se hallaba la morgue. Tras unos serpenteantes pasillos más —cuyas paredes de azulejos blancos les daban un aspecto frío y estéril— se encontraron ante la puerta corrediza que les separaba de la sala de autopsias.

Le ofreció tiempo para prepararse, pero él entró sin vacilaciones. 

La sala le impresionó, le recordaba mucho al laboratorio de ciencias que había en su instituto, aunque, con unas enormes camillas metálicas y una pared cubierta de cámaras para almacenar los cuerpos. Allí se hallaba un hombre, mayor que los dos visitantes, algo bajo y de cuerpo rechoncho —tanto que no alcanzaba a atarse la bata—. Se acercó a ellos y le mostró una mirada compasiva al chico.

—¿Es por ese chico del estanque? —Los condujo a la pared de las cámaras tras la respuesta afirmativa de ambos, donde esperó a que el chico estuviese listo para abrir la puerta con un tétrico chirrido y extraer la camilla, sobre la que reposaba el cuerpo de su amigo, cubierto por una sábana blanca.

Con un ligero gesto, indicó al doctor que estaba preparado y este descubrió su cara.

No sabía qué hacer. Su mente se quedó en blanco, preguntándose el motivo de su palidez, como si Manuel solo estuviese durmiendo y no tuviese sentido que se encontrase allí, tan pálido, sobre una camilla.

Se forzó a recordarlo, a recordar que no dormía, que había muerto y nunca volvería verlo, a reír con él. Comenzó a sentir el amargo sabor de las lágrimas en la base de la garganta, las reprimió solo para ser sustituidas por las náuseas unos segundos después. Con esfuerzo, consiguió asentir en dirección a los dos hombres que le observaban con atención, era él.

Una vez identificado, el forense iba a cubrirlo de nuevo, pero, el chico no podía irse, no sin estar una vez más con su amigo. El inspector accedió ante la mirada dubitativa del doctor y ambos salieron de la sala.

No sabía qué hacer, solo sabía que no debía irse. Sin embargo, le costaba mirar el cuerpo inerte de Manuel en esa fría superficie, no podía evitar darle la espalda. De algún modo y, sin saber exactamente porqué, sentía un atisbo de culpabilidad en la boca del estómago. Apenas llevaba unos segundos de autodesprecio cuando un ruido llamó su atención.

Al principio, pensó que se trataba de la puerta, que habían vuelto a buscarlo, pero, al cabo de unos segundos, identificó que procedía de su espalda. Notó como se le erizaban los pelos de la nuca y un escalofrío recorría por completo su columna vertebral. Se giró despacio, solo para descubrir una de sus peores pesadillas hecha realidad.

Era el cuerpo, se había incorporado sobre la plataforma quedando sentado. Mantuvo la postura unos segundos, hasta que su cabeza comenzó a girar, lentamente, superando el tope del cuello y mirándole en una posición imposible.

Dio un par de pasos vacilantes, necesitaba salir de allí, no quería permanecer lo suficiente como para descubrir su próximo movimiento. Avanzó todo lo posible hacia la puerta antes de volver a darle la espalda para correr. Fue entonces cuando escuchó cómo le seguía.

Primero, un fuerte sonido metálico —sin duda provocado al bajar de la camilla—, seguido de los golpes que ocasionaba al chocar contra los objetos de la sala. Finalmente se giró para ver cómo el cuerpo de su amigo le seguía con movimientos erráticos, forzando sus ya rígidas extremidades para correr tras él a cuatro patas —como si de una bestia se tratase—.

No pudo llegar a la puerta, le cortó el paso con una de las mesas de autopsias. Únicamente pudo retroceder asustado, chocando contra la pared, encogiéndose contra una esquina como si de un animalillo asustado se tratase. Él se acercó lentamente a su rostro.

Colocó su cara frente a la suya como hacía esa chica en sus pesadillas y mostró una espantosa sonrisa que le heló la sangre en las venas, las náuseas volvieron al contemplar que su amigo no disponía de dientes con los que sonreír. Alzó una mano para agarrar su cuello con una velocidad sobrehumana y comenzó a apretar. Podía sentir la angustiosa sensación provocada por la falta de aire, el dolor donde sus dedos apretaban su carne... Fue entonces cuando habló, con una voz baja y gutural.

"Asesino." 

Una única palabra tras la que, como si hubiesen sido invocados, aparecieron los dos hombres que lo habían dejado a solas minutos atrás. Irrumpieron en la sala para encontrar al chico acurrucado en una esquina y el cadáver de nuevo en la plataforma. 

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