Camila
El dolor le instó a despertar.
La cabeza le palpitaba mientras amenazaba con explotar. Trató de abrir los ojos pero su visión no terminaba de adaptarse a la poca luz de la que disponía.
¿Dónde estaba? ¿Había vuelto a casa? Sí, lo había hecho.
Los recuerdos comenzaban a agolparse en su mente y tuvo que luchar por darles un sentido.
Había escaso de la comisaría y vuelto a casa, había leído las cartas y... Las cartas, Camila. El pánico terminó de activarlo.
Con un movimiento lento —que a su vez era la máxima velocidad de la que disponía en esos momentos— comenzó a recorrer la habitación. ¿Qué era ese lugar? Parecía estar dentro de algún tipo de baúl, ¿se podía meter a una persona en un baúl?
Seguramente sí pero no creía que existiesen baúles de ese tamaño, pese a no tratarse de una habitación grande era sin duda más grande que un mueble. Estaba en su mayoría ocupada por un colchón sucio y en las paredes había diversas fotografías que le pusieron los pelos de punta.
El interrogatorio volvió a su mente, más concretamente el momento en que Núñez le mostró las imágenes de las víctimas de Shibari. Estas fotos eran parecidas, mostraban a las mismas personas, pero habían sido tomadas tras su muerte.
Un gemido aislado reclamó su atención, forzándole a mirar a su izquierda.
De nuevo sintió una mezcla de alivio y decepción cuando se encontró a su amigo atado y amordazado junto a él. Sabía que era egoísta desear compartir tu cautiverio con alguien pero le alegraba no estar solo en ese lugar. Por otro lado, la mordaza del chico le hizo ser consciente de sus propias ataduras.
Unas cuerdas rojas cruzaban su pecho formando intrincados patrones de rombos. Quiso tomar aire, lo necesitaba para no volver a perderse en la inconsciencia pero le oprimían tanto el pecho que casi le resultaba imposible. Aunque ese no era el mayor de sus problemas.
Unos pasos comenzaron a resonar en el estrecho pasillo que parecía ser la única entrada a ese espantoso lugar. Finalmente, Anni apareció por la pequeña abertura.
Jorge comenzó a balbucear de forma frenética, trataba de formular palabras pero la mordaza se lo impedía, su mirada viajaba constantemente entre sus dos acompañantes.
"No te fíes de ella, esto es cosa suya", parecía querer decir. "Ya lo sé", le hubiese gustado contestar.
Para su sorpresa, la chica se acercó a retirarles la mordaza y esperó pacientemente a que hablasen, Jorge fue el primero en pronunciarse.
—¿Quién cojones eres? —Sus ojos grises relucían con furia y jadeaba debido a las ataduras.
—Que pregunta más estúpida, soy Anni.
—¿Por qué? —Ángel la miró directamente a los ojos, a esos claros ojos azules que creía conocer bien.
—Esa sí es una buena pregunta, aunque tiene una respuesta muy larga y lo cierto es que me da pereza, creo que mejor no contestaré.
Estaba a punto de replicar cuando unos nuevos pasos comenzaron a sonar, todos se giraron a observar el pasillo con expectación.
Camila se limitó a mirarlos con desprecio, casi parecía que su secuestro le molestaba. Dirigió su atención a Anni.
—¿Está todo listo? —La chica asintió.
—Querían una explicación.
—Ya, pero no la van a tener.
Les dirigió una única mirada de desprecio antes de acercarse a Jorge y agarrarle por las cuerdas, parecía valerse de ellas para arrastrarlo con mayor facilidad.
El chico comenzó a gritar pero se detuvo cuando ella le amenazó. Ángel se retorcía, no podía permitir que lo matase, no cuando aún no se había disculpado con él por pensar que sería capaz de todo esto. Para su sorpresa, fue Anni la que detuvo la escena.
—Camila, espera... —Se acercó a ella con timidez, incluso podía observarse un ligero rubor en sus mejillas.
Un gesto que sin duda derretiría el corazón de cualquiera, pero que solo consiguió molestar más a la asesina.
—¿Otra vez? Ya te dije que no pasará nada, está todo pensado.
—Lo sé pero... Hay una cosa que no te dije...
Colocó una mano en su hombro antes de acercarse a ella con la clara intención de decirle algo al oído. Sin embargo, para sorpresa de todos, la acción desembocó en un rápido giro que dejó al descubierto el arma que ocultaba tras el vestido.
Ángel ni siquiera vio el disparo, solo pudo fijarse en el movimiento de su falda mientras asestaba un tiro mortal a Camila.
El cuerpo de la chica cayó al suelo con un golpe sordo y, para la mala suerte de Jorge, comenzó a manchar de sangre todo lo que había a su alrededor. Anni solo suspiró.
—Por fin...
Observó por unos instantes los ojos de la chica, parecía estar disfrutando al ver cómo la vida desaparecía en ellos.
No dijo nada, no les dedicó ninguna explicación, ni siquiera unas palabras de despedida, únicamente volvió a marcharse por donde había venido.
Ambos chicos se miraron, estaban igual de consternados. Ninguno le tenía cariño a la chica que ahora se desangraba junto a ellos, pero una muerte es un acto traumático y ellos ya habían presenciado demasiado de ello. Ángel se revolvió de nuevo en sus ataduras, se sentía sucio.
La muerte es como la oscuridad, una especie de plaga que te marca, hay personas que han tenido la mala suerte de ser marcadas por la muerte, otras, en cambio, se entregaban a ella como si de un salvavidas se tratase.
¿Era Anni una de esas personas? ¿Siempre había tenido la oscuridad en su interior? Le hubiese gustado preguntarle, pero ya se había marchado.
La cabeza le dolía tanto que le impedía pensar con claridad. No, no era solo la cabeza, las manos también le dolían.
Abrió tanto los ojos que su amigo imitó su gesto con la esperanza de que significase algo positivo para ellos. Gracias al golpe en la cabeza se había olvidado de que tenía los dedos dislocados.
Poco a poco, comenzó a sacar las manos de las cuerdas. Por suerte la mayoría de nudos principales se encontraban en su espalda y no tardó demasiado en verse liberado, tras lo que corrió hacia Jorge.
Avanzaron con cautela por el estrecho pasillo. No sabía si se debía a la claustrofobia o al miedo, pero sentía cómo si el corazón se le fuese a salir por la boca. ¿Dónde les llevaría ese pasadizo? ¿Estaría Anni esperándolos? No tardarían en averiguarlo.
La luz anaranjada del atardecer los recibió junto a las sirenas de los coches patrulla, tardaron unos segundos en acostumbrarse a la luz. Estaban en casa de Ángel que descubrió horrorizado cómo una de las paredes de su habitación era en realidad una puerta hacia el escondite de una asesina en serie.
Ambos corrieron al balcón para ver cómo, a varios metros bajo sus pies, la policía metía a una Anni esposada en un coche patrulla.
***
Se lo explicaron todo.
Anni no solo había confesado, sino que había sido ella la que llamó a la policía para entregarse.
Estos les dijeron a los chicos que Anni no era su verdadero nombre, esa chica no existía en ninguna base de estos y aún no eran capaces de identificarla.
Les contaron cómo había atraído a Camila, cómo la había animado a realizar sus fantasías más íntimas haciéndose pasar por la cómplice amable y sumisa. Cómo le instó a vengarse de Ángel por robarle a su novio —el chico no podía creer su suerte, solo él podría robarle el novio a una asesina potencial—. Cómo estuvo moviendo los hilos desde el principio.
Ella le mostró el piso en alquiler a Ángel. Ella le había mostrado la aplicación a Manuel. Ella había ayudado a Camila mientras se movía por la casa, simulando ser un fantasma. Incluso reconoció haber drogado a Maica para conducirla al suicidio.
De un modo oscuro y perverso, esa chica de apariencia bondadosa había estado controlando la situación desde el principio.
Se encogió más en la maloliente manga que le habían dado los de la ambulancia y suspiró. Extrañaba su vida normal pero sobre todo tenía miedo de no poder recuperarla nunca más.
Paseó la mirada por la escena, los policías y sanitarios corrían de un lado para otro, Jorge estaba hablando con unos agentes para darles su versión y... Anni le estaba mirando.
La chica estaba sentada en el asiento trasero de un coche patrulla y le miraba fijamente con una sonrisa siniestra. No, no le estaba mirando a él.
Levantó la mirada para ver lo mismo que ella. Desde las alturas, en el balcón que no esperaba volver a ver en su vida, una chica morena les observaba con una sonrisa.
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