Capítulo 1: El domo
La gran puerta de ingreso fue golpeada por un grupo de personas, desesperadas por entrar, al haber encontrado el refugio. La entrada oculta al domo.
—¡Rápido, los seguros extra! —exclamé.
Me aferraba al arma que tenía en los brazos. No me gustaba apuntarle a seres humanos como yo, pero la mayoría parecían infectados, así que no les quedaba mucho tiempo de vida de todas formas.
El equipo trabó la entrada con los seguros de emergencia. La gente gritaba y hasta algunos incluso nos maldecían a nosotros y al gobierno. Mi hermana se puso a mi lado apuntando su arma, ella tenía un temple más fuerte que el mío. Yo siempre había sido miedosa, mi vida se había reducido a vivir con miedo desde que todo había empezado. Nunca antes pensé que requeriría empuñar un arma y mi situación física tampoco era de admirar. Nunca fui una persona activa, así que ahora me la vivía preocupada, viviendo a medias.
Ellos no eran zombies pero lo parecían. Algunos tenían ampollas enormes en la piel, y a otros se les tornaba morada a causa del veneno.
—¡Retrocedan, esto es propiedad del gobierno! —amenacé como pude.
Pero se me cortó la respiración al ver a unos conocidos entre el túmulo de gente. Un padre y su hijo, que habían sido nuestros vecinos antes de que todo pasara. No parecían infectados pero no podíamos arriesgarnos. Ellos nos miraban atónitos al ver que no los dejaríamos entrar.
Pasó hace unos años. No fue de pronto, empezó una extraña enfermedad atacando a la mayoría de la población, y luego ellos llegaron... Las arañas.
Eran una especie de seres que bien pudieron liquidarnos a todos, pero preservaron unas pocas zonas para fines de cuidado de la fauna animal, o lo que quedaba, lo que nosotros habíamos dejado. Los gobiernos habían sido doblegados y otros desaparecidos por completo.
Pero el nuestro había seguido trabajando en secreto, mi padre era uno de sus científicos, y solo gracias a eso el gobierno nos había infiltrado en una de las zonas de reserva sin que los aliens lo supieran.
Había un domo semi enterrado y cubierto por plantas, que nuestro gobierno había implementado tiempo antes al saber de los planes de esa especie de seres, quienes no fueron muy hostiles al venir, pero la humanidad, como siempre, no pudo llegar a ningún acuerdo. Por supuesto ellos no tuvieron problemas en casi borrarnos de la faz de la tierra.
Afuera de las reservas, unas redes similares a las telas de arañas cubrían nuestras ciudades, al menos eso decían algunos soldados y eso se veía en las imágenes que nos pasaban. No eran de muy buena calidad de todos modos. Hacía tanto que no veía el exterior, que en realidad no sabía.
Otras personas sabían de las reservas e intentaban entrar, pero la mayoría había sido "picada" por los drones de los aliens. Ese veneno los transformaba en esa especie de zombies semi conscientes y luego morían después de un tiempo, así que ser picado era una sentencia de muerte.
Pronto uno de los que golpeaban la puerta cayó y empezó a sacudirse. Algunos lo ignoraron pero otros, sobre todo los que no estaban infectados, corrieron y se fueron. Estar cerca de un infectado cuando moría conllevaba un alto riesgo de contraer las esporas del veneno.
Un par de ayudantes de mi padre se acercaron a rociar el marco de la puerta con antídoto generado por mi padre en su laboratorio, para que el veneno no se filtrara. Lo echábamos ahí de vez en cuando por precaución además.
Las puertas metálicas pudieron ser cerradas y la culpa acabó conmigo al ver a mis conocidos mirarme con cara de reproche. Como si pudiera leerles la mente, pude saber que deseaban que me pasara lo mismo.
Bajé el arma, completamente avergonzada de la clase de persona en la que me había convertido por proteger a mi papá. De algún modo tenía miedo de recibir una especie de castigo divino, aparte del que parecía haber recibido toda la humanidad con la llegada de los aliens, y saber que lo merecía.
—Vamos —dijo Merly, mi hermana.
Fuimos a dejar las armas junto con otros que eran del equipo de papá.
Hora de cenar. Éramos pocos, quizá unos cincuenta, papá, sus asistentes, algunos soldados del gobierno para protegernos, y nosotras.
Teníamos recursos limitados, la poca agua que el gobierno podía mandar, y comida, piqueos y más, que nos alcanzaban cada seis meses en secreto sin que las arañas los descubrieran. Me había acostumbrado a bañarme rápido, lo que pudiera, con el agua fría o a la temperatura que estuviera, algo que jamás a uno se le hubiera ocurrido que podría llegar a hacer, después de haber sido bendecida con la oportunidad de vivir cómodamente. Supongo que en verdad nada era eterno y todo lo que la vida nos daba era prestado.
Tantos proyectos interrumpidos, mi carrera, mi blog, mi tienda online. Dejar todo eso de pronto, saber que no iba a volver a ello, fue horrible. Uno no lo cree, y tardé en hacerme a la idea. Incluso por un tiempo mis sueños consistían en que todo seguía normal o que iba a la universidad y veía a mis amigos, solo para despertar y volver a la nueva realidad. Una pesadilla constante.
—Voy a mi habitación —dijo mi hermana.
—Mi habitación —aclaré. Ya que las dos dormíamos ahí en una de esas camas dobles.
Ella se fue, y quedé ahí sintiéndome mal al recordar a los antiguos vecinos.
Ellos nos habían prestado cosas, nos ofrecieron refugio cuando hubo huracán hace años. Me preguntaba cómo habían encontrado el domo...
Terminé mi pasta, nunca desperdiciábamos comida, y nos habíamos acostumbrado a comer lo mismo por dos o tres días seguidos, ya que el gobierno mandaba cajas de lo mismo y los soldados repartían de la misma caja hasta acabarla.
Caminé hacia las habitaciones, que estaban alrededor del domo, mientras que el comedor, área de servicio y el laboratorio estaban en la zona central. Teníamos una escalera que llevaba a una salida bloqueada hacia la reserva natural. A veces iba por ahí a ver si veía a un animal pasar.
A veces también había visto a los drones pasar. Ellos por suerte solo escaneaban lo que se moviera. Por otro lado, los aliens mismos parecían arañas gigantes y esbeltas, tenían una especie de armadura encima y resaltaban sus cuatro grandes ojos los cuales podían estirar a veces como los caracoles. Ellos tenían alguna especie de visión térmica, pero el material del domo nos protegía.
Fui para distraerme y ver si lograba divisar algún animal, pero me encontré con una sorpresa mayor.
Mi hermana estaba dejando entrar a los vecinos, mirando a ambos lados, preocupada, y apurándolos.
—¡De prisa! —susurré acercándome para ayudar.
Ya que los drones podrían estar cerca, y ellos estaban colándose por la puerta que no se abría por completo por estar trabada con mucho follaje.
—Gracias, gracias —dijo el señor.
Asentí mientras me dedicaba a cerrar la puerta de prisa, aunque no había sido mi idea. Miré a mi hermana, ella había tenido el coraje de romper así las reglas, pero me aliviaba.
¿Pero ahora qué haríamos? Los soldados los botarían si los descubrían.
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