Falsas apariencias
No pretendía dar pena, es algo que nunca he querido. Solamente me sentía mal mentalmente, tampoco es que yo hubiese sido completamente sincera con ellos, pero si les omito cierta información es por protegernos a todos.
Cuando terminó la pelea de Aitana, los hombres que nos custodiaban se marcharon y yo me dispuse a lo mismo.
-Dejaré tu coche en la entrada de la mansión. Deseo que te mejores.
-¡Espera! – se le veía visiblemente preocupado – El día que pueda moverme de esta cama voy a ir a buscarte, te contaré todo.
-No te he pedido que lo hagas, pero si tu sucia conciencia se va a limpiar aunque sea un poco, espero tu llamada.
Los días iban pasando... Aitana no apareció por clase en los dos días siguientes y cuando lo hizo evitaba mirarme, hablarme, e incluso coincidir conmigo. Roberto vino a visitarme a casa el día siguiente a la pelea, no le vi, le pedí Aurora que le entregara su móvil y que le dijese que me encontraba enferma.
En la noche recibí varias llamadas de Roberto, hice de tripas corazón y terminé aceptando hablar con él.
-Carolina necesito tu ayuda. No me cuelgues por favor.
-¿No me digas que se te ha removido la conciencia y quieres contarme algo?
-Carolina... Déjame hablar, es una emergencia. – me quedé en silencio, por lo que él continuó hablando – Necesito que me ayudes hoy en la noche, Esteban todavía está convaleciente y no quiero que se entere lo que voy hacer por mi propia cuenta.
-¿De qué hablas?
-No quiero hablar de esto por teléfono, ¿podríamos vernos en el parque que hay al lado de tu casa en media hora? – acepté y colgué la llamada.
Estos últimos días he intentado comunicarme con Damián, algo no va bien. Lleva dos meses que no nos pasa nuestra mensualidad, intentamos contactar él por teléfono y nos dicen que el número marcado no existe. La cosa me urge, Aurora ha tenido unos problemas de salud, me preocupa que vaya a ser algo grave y tengamos que gastar nuestros ahorros.
Cuando llegué al parque Roberto me estaba esperando. Después de saludarnos, por mi parte de mala gana, me contó que era lo que requería de mi. Al parecer han estado moviendo cargamentos de cocaína para un tal Stabilo, les han robado uno y hoy finaliza el plazo que les dio para recuperarlo, Esteban no está físicamente preparado para ello y Aitana ignora que se están dedicando a eso.
-Necesito que me acompañes a buscar el cargamento, vigiles y me estés esperando fuera con el coche en marcha. – debió de ver la cara de sorpresa que puse – No pongas esa cara Carolina, no soy tonto. Cuando entrenábamos noté que sabías defenderte perfectamente por tus movimientos claramente calculados, además, Ekaterina me dijo que tienes un arma y la sabes manejar a la perfección, que no te tiembla el pulso a la hora de disparar. – ahí mi cara sí cambió de facción – No quiero que me digas ni de qué, ni porque sabes. Solamente necesito que me ayudes, si no fuera de vital importancia no te pediría este favor.
- ¿Y por qué no te ayuda Ekaterina? Ya que es tan lista y lo sabe todo.
-Ella nos estará ayudando de otra forma. ¿Te acuerdas de Kostya? – negué, no había oído ese nombre en mi vida – Es el viejo al que Aitana apuntó con un arma, y el mismo al que tú disparaste en la pierna.
-¿Qué tiene que ver el viejo baboso en todo esto?
-Él ha sido quién nos ha robado la merca. Por eso, en lo que tú y yo la recuperamos, Ekaterina se encargará de tenerlo entretenido. – ya me imaginaba sus mañas.
Terminé la conversación con Roberto y le pedí un par de horas para pensarlo. Por un lado no quería cooperar, después que me hubiesen mentido en mi propia cara, lo último que deseaba era ayudarlos. Luego estaba mi otra parte que me decía que les ayudara, eran las únicas personas a excepción de Aurora con las que contaba en Rusia, a pesar de sus mentiras. Además, para que negármelo a mí misma, no quería que les pasara nada a ninguno, mucho menos al ser de Esteban.
Aurora no le conté la verdad, solamente le dije que no dormiría en casa. Llamé a Roberto y le dije que le ayudaría a cambio de que Esteban no supiese nada. Quedamos en la esquina del callejón que había al lado de The Vángal, allí me contaría el plan e iríamos a recuperar la merca.
Abrí el correo el electrónico, cuál fue mi sorpresa al tener noticias desde España de mi amiga Rosa Santillana. La desilusión me entró cuando lo único que ponía era que estaba bien, que no la intentara localizar y que algún día nos veríamos. ¿Por qué estaba diciéndome eso? Éramos las mejores amigas que pueden existir, y ahora me salía con esas. Le contesté, le pregunté qué era lo que estaba ocurriendo, para que actuase de esa manera.
Me puse un jersey gordito negro, jeans negros, botas militares negras, chaqueta encerada negra, me hice una coleta, cogí los guantes de cuero, munición, mi arma y me puse rumbo al punto acordado con mi amigo. Al llegar él y Ekaterina estaban hablando, la rubia se despidió de Roberto y se marchó hacía el local.
-¡Guau! La españolita hoy ha decidido dejarse el traje de princesa en casa. – si supiera lo que la princesa macarra es capaz de hacer.
-Déjate de halagos que todavía estoy cabreada con vosotros. – asintió – Explícame como lo haremos.
-Aquí están los planos, me los acaba de facilitar Ekaterina. – me mostró cuatro dibujos dibujados con bolígrafo sobre un folio – Ha dicho que por la parte trasera podremos entrar sin problema y hasta media noche no habrá nadie. Tenemos que ser rápidos.
-Tengo una duda. – me pidió que continuara - ¿cómo sabe Ekaterina por dónde entrar, cuando hay gente y lo que más me sorprende, conoce el lugar?
-Prometo contártelo más tarde, pero no podrás decirle nada de lo que te contaré. – asentí, aún cuando no me fiaba lo más mínimo de ella.
Nos subimos en un 4x4 negro con los cristales polarizados y pusimos rumbo a las afueras de la ciudad, donde se encontraba la merca. Llegamos con las luces apagadas, vigilamos desde fuera que no había nadie con nuestros prismáticos de visión nocturna y nos aproximamos sigilosamente hasta la valla. Esta estaba electrificada, por lo que tras cortar los cables, repetimos la operación con la valla, hasta quitar un hueco lo suficientemente grande para que entrara el vehículo. Una vez dentro, rompimos de un disparo el candado que cerraba el portón que daba acceso a la única nave que había allí y aculamos el coche hasta la puerta. Tras localizar con ayuda de linternas las cinco cajas de madera que había con la merca, las cargamos entre los dos, cerramos la puerta y nos largamos de allí.
Llevaríamos unos dos kilómetro recorridos de vuelta, Roberto frenó en seco y casi salgo disparada por la luna, de no ser por el cinturón de seguridad.
-¡Mierda y mil veces mierda!
-¿Se puede saber qué te pasa? ¡Casi me mato por tu jodida culpa!
-Me he olvidado la pistola encima de las otras cajas.
-Ya te comprarás otra, tampoco es la ruina.
-Tenemos que volver, sabrán que hemos sido nosotros.
-Hay millones de pistolas, no tienen porque saber que es tuya. - No pensaba volver y que hubiese llegado gente.
-No entiendes. Esa pistola en la empuñadura tiene mis iniciales, en cuanto la vean no tardarán en averiguar que es mía.
Dejamos el coche escondido al lado del camino detrás de unos matorrales, antes de llegar a la parcela y volvimos aquella maldita nave, cogimos la pistolita de los huevos y cuando estábamos llegando a la puerta trasera para salir, se escucharon pasos, abrieron la puerta delantera y se encendieron las luces. Rápidamente enganché a Roberto del hombro, tiré de él escondiéndonos tras otras muchas cajas que allí quedaban. Saqué el arma de mi espalda y le quité el seguro con sumo cuidado de no hacer ruido, por si necesitaba hacer uso de ella.
Había tres hombres hablando en ruso algo de un barco en un puerto de España, al encontrarnos lejos de donde estaban ellos y con la resonancia de la nave, no se escuchaba muy bien. La puerta de la nave se volvió abrir y nueva mente alguien llegó dando un "buenas noches señores" en un castellano que me hizo quedar petrificada.
Roberto notó que algo me estaba ocurriendo. - ¿Carol te encuentras bien?
-Yo conozco esa voz. – dije en un apenas audible susurro.
-¿Que tú qué? – afirme con la cabeza – Debes estar equivocada. No creo que alguien como tú, conozca gente como esta.
Intenté mirar por encima de las cajas, pero me resultaba imposible sin llegar a ser vista. Con mucho cuidado me arrodillé y me asomé por debajo del palet de madera, sobre el que estaban las cajas tras las cuales nos ocultábamos. Efectivamente no había fallado en lo más mínimo, Damián estaba allí reunido con aquellos hombres.
-Es Damián. – susurré aún dentro de mi asombro.
-¿Y quién cojones es Damián? Yo no conozco a ninguno.
-Es, oh bueno mejor dicho, era mano derecha de mi padre. – el pobre creo que no estaba entendiendo nada - Tenemos que salir de aquí Roberto, esto no me está gustando nada.
-Estamos de acuerdo por fin en algo. Salgamos de aquí, luego ya nos daremos explicaciones mutuamente.
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