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NACIDA PARA LA LUZ.

Desde el día en que Eloína comprendió su misión en este mundo, comenzó a acariciar el sueño de llegar a tener un lugar donde acudieran todos aquellos necesitados de consuelo, de luz espiritual y desahuciados de males que la ciencia no podía curar. Ella, nacida para la luz, poseía dones celestiales con los cuales adivinaba el calvario o los gozos del presente y vaticinaba los sucesos del futuro. Con sólo mirar a la gente su corazón descifraba el padecimiento y luego sus manos y sus palabras hacían el resto. En su pueblo, desde muy pequeña, acostumbraba a mirar a las personas, y después de regalarles una espléndida sonrisa les otorgaba el más certero consejo; aunque algunas veces develaba ante ellas verdades que no querían escuchar o secretos incognoscibles celosamente guardados. Poseedora del poder de los ángeles conjuraba en palabras esperanzas a todo aquel que acudieran a ella.

El día en que Lourdes, su madre, supo que estaba embarazada un regocijo inmenso colmó todo su interior. Aún no sentía nada en su vientre pero tenía la certeza de que en su interior se gestaría un ser benefactor de la humanidad. Esa noche tuvo un sueño que ella creyó premonitorio pero que no llegó a contar sino hasta que otra señal del destino apareció. Se vio a sí misma parada en medio de un campo muy verde, resplandeciente bajo la luz del amanecer. A su lado derecho un niño de hermosa blancura extendía hacía ella su mano; a su costado izquierdo una niña de grandes y profundos ojos negros le sonreía dulcemente y le ofrecía la calidez de su mirada como abrigo. Ella sabía que debía caminar, cruzar el campo hasta llegar hasta un río; pero sólo debía llevar a una de las dos criaturas. El niño insistía en tomarla de la mano y la aturdía con palabras dichas en una lengua extraña que ella no podía descifrar. La niña sólo miraba y sonreía. De pronto, inexplicablemente el niño abrió un gran surco en el cielo y la penumbra azotó el verde campo. Seguía ofreciéndole su mano, pero ella entendió que detrás de esa aparente belleza algo oscuro se escondía. Entonces, tomando a la niña entre sus brazos empezó a correr mientras a su paso el suelo se dilataba como si quisiera tragarlas a las dos. El niño la llamaba con gritos desoladores. Ella corrió más fuerte sin mirar atrás hasta llegar al río. Allí todo era nuevamente luz y un coro de ángeles tomó a la niña en sus brazos y la llevaron al medio del río para mojar su cabeza en señal de bautismo.

Lourdes despertó con la frente perlada de sudor y un leve temblor en sus piernas. Cubriendo su vientre con las manos y colocándose en posición fetal rezó muchas veces una oración hasta quedarse nuevamente dormida. Al día siguiente el recuerdo del sueño la, inquietaba pero decidió no contarlo y empezar a descifrar su contenido. Pero al cabo de una semana entre su trabajo de maestra del pueblo y los oficios de la casa, el sueño quedó confinado al olvido.

Al mes de embarazo, una tarde en que Lourdes acariciaba las primeras ropas que comprara para su criatura, casi muere del susto cuando en el umbral de la puerta de su habitación un hombre extremadamente fuerte y alto con apariencia de indio apareció. Ella, impresionada por la etérea presencia no articulaba palabra, ni en su mente podía dar explicación a tan extraño fenómeno. El hombre la miró y con voz recia le dijo: "Hay dos en tus entrañas, la luz y la oscuridad y yo vengo a proteger a esa luz. El otro es lo malo y no puede nacer. No debes temer que estaremos contigo." Cuando la figura del hombre se fue difuminando, Lourdes, aturdida y asustada por el augurio escuchado se desplomó en la cama. Allí la encontró su madre, quien después de darle unas cuantas sacudidas escuchó ese relato y el del sueño que antes tuviera su hija. Luisa Isabel, que con el paso de los años aprendió a no sorprenderse de las cosas que veía, la miró fijamente y trató de explicarle con palabras sencillas que el hijo que crecía en su vientre le pertenecía al mundo y había sido elegido para hacer el bien. Después de escuchar esto, Lourdes se tendió en su cama presa del desconcierto y así estuvo hasta entrada la noche cuando el sueño comenzó a invadirla y no pudo distinguir si la presencia del indio sonriente otra vez en su puerta era un reflejo onírico o su realidad más cercana.

Desde ese día, Lourdes observaba la figura del indio como un guardián que la seguía a todos los lugares donde ella estaba. Poco a poco fue acostumbrándose a la presencia silenciosa de ese protector etéreo que con ternura en su mirada la hacía confiar.

Cuando Lourdes tenía tres meses de gestación recibió la visita del indio guardián pero esta vez acompañada do un séquito de seres desconocidos: un negro enorme, de ojos risueños y aspecto bonachón, una india hermosa de pelo largo coronado con flores silvestres y una mujer de extrema belleza que portaba una fulgurante espada. Había llegado el momento de que estos seres celestiales garantizaran el nacimiento de Eloína. La mujer de la espada le habló con dulce voz a Lourdes para tranquilizarla pues ellos eran los padres espirituales de aquella criatura. Y mientras la mujer posaba su mano en la frente de Lourdes, ésta fue sucumbiendo a un estado de semiinconsciencia donde percibía todo a su alrededor pero tenía la impresión de que era un sueño.

La india entonces la vistió con una túnica rosada y la hizo recostar en su cama. Ellos se disponían a realizar el ceremonial de sanación por medio del cual despojarían de su interior al ser de oscuridad que también se gestaba en su vientre pero que no podía nacer pues su presencia acarrearía grandes males a la humanidad. Todos los detalles del proceso que viviría le fueron dichos a Lourdes quien sumergida en el letargo se había abandonado ya a aquellos designios extraños de su destino.

Al despertar horas después, Lourdes recostada en su cama dilucidaba en su mente si lo que había vivido era real o no. A no ser por unas pequeñas manchas de sangre que observó en las sábanas hubiese llegado a creer que todo había sido un sueño. Desde ese día ella sintió una enorme paz interior y esperó, bajo la mirada siempre vigilante del indio, el nacimiento de su hija.

Eloína nació a mediados del mes de marzo una noche en que nuevamente, con muchas horas de anticipación al alumbramiento, los padres celestiales aparecieron en la casa de Lourdes. Asistida por su madre y la partera pero bajo la protección de aquellos seres, la faena del parto fue ardua y dolorosa. Pero después de tan profundo dolor su recompensa más hermosa fue escuchar el sano llanto de su pequeña hija. La llamarás Eloína, susurró al oído de Lourdes, la mujer de la espada. En ese nombre se conjuga su naturaleza femenina con aquella oscura presencia que un día despojamos de ti.

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