Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

DE LA HISTORIA DE LA ABUELA MATILDE Y SU MARAVILLOSA HERENCIA

Cuando mi abuela Matilde estaba próxima a casarse con el amor de su vida, una terrible decepción marchitaría las margaritas y jazmines dispuestos para la elaboración de su ramillete de novia. Una mañana, venida como de un pueblo de fantasmas, una muchacha, de rostro demacrado y pies inflamados, apareció en el umbral de la puerta. Parecía haber recorrido un largo trecho y el extremo cansancio se le agudizaba dado al enorme estado de gravidez de la joven. La muchacha pidió hablar a solas con la futura esposa y ésta después de escucharla se apareció en la sala de la casa con una expresión menguada en el rostro, como si el alma se le hubiera escapado en un suspiro. Con aterradora quietud les dijo a sus padres:

- Ese maldito de Justino abusó de esa muchacha prometiéndole que se casaría con ella. Regalen el vestido y desháganse de todo lo demás. Yo me largo a Crucero Encantado junto a la tía Margot.

Las palabras sonaron tan escandalosamente sorpresivas que sus padres no tuvieron valor para pedir explicaciones a Matilde. Al buscar a la recién llegada para hablar del asunto, la vieron arrastrando los pies por el camino que conducía a la casa de Justino.

De nada valieron los intentos para disuadir a Matilde en su decisión de partir y dos días después de la malaventurada sorpresa, mi abuela partió en busca de su tía Margot, quien enigmáticamente, muchos años atrás, después de un frustrado noviciado, se internara en ese pueblo de historias y recuerdos. Solo que una vez más la sorpresa aguardaba por mi abuela: en la víspera de su llegada la tía Margot había fallecido, por lo que al llegar, su cuerpo aún aguardaba la diligenciosa caridad de los vecinos para darle cristiana sepultura. La abuela, haciéndose cargo de todo, dirigió el funeral y el sepelio. No avisó a su familia, pues sabía que al no estar bajo la protección de su tía no la dejarían quedarse en aquel lugar.

Al cabo de quince días, la casa de la Triste Margot, como la llamaban en el pueblo, parecía otra. Los ventanales barrocos que adornaban el frente fueron abiertos por primera vez desde que ella se instalara en aquella vieja casa y un aire de frescura campestre invadió el lugar. Matilde, como dueña y señora inició una vida de olvido y empezó a tejer otra de recuerdos y sentimientos profundamente auténticos. Poco a poco su dolor fue disipándose y ya el recuerdo de Justino no la atormentaba.

Una tarde, cuando ya había transcurrido un año de la muerte de la tía Margot, mi abuela conoció a Julián Contreras, el nieto ilegítimo de Don Augusto Peralta, un hombre de mucho dinero y severo carácter, dueño de la única tienda en Crucero Encantado. A partir de allí mi abuela comprendió que lo que había sentido por aquel hombre que vilmente la engañó estaba tan sepultado como los restos de su tía; y nuevamente escogió margaritas y jazmines para un segundo ramillete; el cual llevó al altar cuando una tarde en Crucero Encantado se celebró una sencilla pero conmovedora boda.

Durante todo ese año, muy ingeniosamente, mi abuela había hecho creer a sus padres que la compañía de la tía Margot había logrado disipar su dolor y que junto a ella participaba de pequeñas obras de caridad y se instruía en las artes manuales y en la dulcería criolla, oficios que le habían permitido a su tía, subsistir en aquel pueblo. Esa mentira le permitió recibir una considerable manutención con la cual hizo reformas a la casa y ayudaba a los más necesitados. Muchas cartas bajo la rubrica de la tía Margot fueron enviadas por mi abuela desde su llegada al pueblo a fin de sostener la piadosa mentira. Pero cuando ya no podía con el peso de su conciencia y se acercaba la fecha de su matrimonio con Julián envió una carta de su puño y letra donde informaba a sus padres que hacía tres días había sepultado a la tía Margot y que dentro de dos meses pensaba casarse con un hombre sencillo, de buenos sentimientos y muy trabajador. El cariño que se había ganado mi abuela en aquel pueblo le garantizó la incondicional complicidad en aquella nueva mentira.

Sólo mi bisabuela, pese a la negativa de su esposo, asistió a la boda y decidió respaldar a su hija Matilde. Después de la ceremonia mi bisabuela se despidió pero antes de partir le entregó a su hija una bolsita de tela de huesillo con varias monedas de plata. Con esta dote mi abuela aseguró el futuro de mi madre durante todos sus estudios primarios.

Sofía, mi madre, nació un año después de la muerte inventada para la tía Margot, y desde ese momento, se convirtió en la luz de los ojos de mi abuela. Creció feliz, bajo el cariño extremo de su madre y la firme orientación de mi abuelo Julián quien para ese entonces se había consolidado como un próspero ebanista, elaborando originales diseños que llevaban por el mar hasta Trinidad y Tobago. Mi abuelo Julián llevaba solo el apellido de su madre porque Don Augusto Peralta, su abuelo paterno, nunca aceptó que su único hijo se fijara en una muchacha sin fortuna como era Benilde Contreras. Hizo cuanto pudo por separarlo de ella y cuando presintió en su hijo un sentimiento de inusual rebeldía decidió mandarlo a la ciudad a cursar estudios universitarios. Meses más tarde, Benilde se apareció frente a Don Augusto para confesarle que iba a darle su primer nieto pero éste la repudió y negó cualquier lazo de sangre con esa criatura. Benilde, tras enfrentar la vergüenza de confesarles a sus padres su falta y exponerse a la afrenta pública, decidió enfrentar con fortaleza su situación y criar a su hijo con la mayor de las devociones.

Siempre conoció Julián el origen de su historia pero se acostumbró a vivir ignorándola; sin albergar rencores, pero sin enternecerse con la añoranza de un padre ausente y dolerse con la presencia de un abuelo para quien él no existía. Por eso, muchos años después, cuando Miguel Augusto Peralta regresó tras la muerte de su padre para poner la tienda en manos de Luz Clara, fue a buscar a Benilde para contarle que su padre en lecho de muerte le confesó que ella había tenido un hijo suyo. Benilde le confirmó la verdad que por tantos años había ignorado pero le pidió que dejara el tiempo correr como hasta ahora. Tras el ruego de Miguel Augusto de ver a su hijo, Benilde accedió y cuando ambos estuvieron frente a frente y el hombre vio en los ojos del muchacho una añeja e inquebrantable indiferencia, comprendió porque Benilde le había pedido distancia y olvido. Comprendió que hay dolores para los cuales el tiempo es el único alivio.

Cuando mi madre despuntó a la adolescencia y debía iniciar estudios secundarios, mi abuela le preparó un equipaje y viajó con ella hasta la ciudad. Había decidido que Sofía continuara allá sus estudios al lado de sus abuelos. Consideraba que su hija debía ser lo que ella nunca pudo y en aquel pueblo jamás podría. Sintiendo que su alma se le hilachaba en jirones decidió ofrecerle a su hija un futuro mejor. A través del continuo contacto que mantenía por cartas con su madre, mi abuela siempre le dio detalles sobre el crecimiento de la pequeña Sofía, y llegó a saber como su padre anhelaba conocer a su nieta, aunque a veces, un tonto orgullo alimentado por los recuerdos, se lo impedía. Un día, mi abuela se presentó con una pequeña maleta, una niña de ojos inmensamente negros y la propuesta de dejarla allí para que estudiase. Sus padres aceptaron y desde ese momento la vida cambió para madre e hija. Matilde regresó a Crucero Encantado, presa de la nostalgia pero consciente del sacrificio. Sofía se abrió a nuevos afectos y a un sin fin de cosas que ignoraba.

Así pasaron los años, mi madre estudió y se hizo toda una mujer. Nunca perdió el contacto con mi abuela, quien siempre venía a visitarla. La muerte las unió en doble y dolorosa cercanía. Un día, cuando mi madre ya había culminado su carrera universitaria ambos bisabuelos amanecieron muertos, tomados de las manos. Fue una circunstancia dolorosa para ambas. Después del sepelio y los días de rezos, mi abuela volvió a su pueblo y mi madre siguió con su vida. Al cabo de un tiempo, mi madre le pidió a mi abuela que dispusiera todo en el pueblo porque viajaría con David para casarse en el mismo lugar donde ella lo hiciera años atrás. Mi madre alquiló la casa de los bisabuelos para que mi abuela recibiera mensualmente dividendos que le permitieran vivir holgadamente cuando ella se ausentara sin tiempo de regreso.

Con el mismo traje de mi abuela y con un hermoso ramillete de margaritas y jazmines, mis padres se unieron en nupcias. Dos días después partieron en un barco para Trinidad donde mi padre había encontrado un buen empleo y mi madre tendría la oportunidad de demostrar su talento pedagógico. Ahora, con el mar de por medio, madre e hija se separaban nuevamente. Mi abuela continuó elaborando la dulcería criolla que aprendiera de la difunta tía, y al lado del abuelo Julián veía transcurrir el tiempo, esperando ansiosa la llegada del correo cada quince días. Mi madre emprendió una nueva vida, tan llena de expectativas, como aquella que vivió cuando por primera vez llegó a la casa de los bisabuelos.

En ese país extraño mi madre forjó su vida. Desde allí, mis hermanos Julián David, Augusto Ezequiel, y yo desde muy pequeños conocimos, a través de nuestra madre, la historia de la abuela Matilde. Una tarde de cielo tapizado de gris un telegrama anunciaba la muerte de mis abuelos. Ambos fueron hallados en su lecho nupcial inertes, tomados de las manos. Partimos todos tan rápidamente como fue posible para dar el último adiós a los abuelos. Por lo inesperado de la circunstancia todo me parecía confuso y no lograba entender el significado de la palabra muerte. Yo sentía la presencia de mi abuela en cada rincón de aquella casa que ante mis ojos tenía una apariencia mágica. Podía oler su perfume de lavanda y sentir el aromático dulzor de sus conservas. Mi abuela no se había marchado, y cuando al cabo de diez días regresamos a nuestra casa sentí que su presencia viajaba con nosotros en aquel baúl enorme donde mi madre transportó sus pertenencias.

Desde ese día todo cambió para mí, por una inexplicable necesidad todos los días hurgaba en el enorme baúl. Una tarde, descubrí varios folios de papel amarillento atados por una cinta azul y envueltos cuidadosamente en un lienzo de tela finamente bordado. Frente a mis ojos los finos y orlados trazos de la escritura de mi abuela me develaron pequeños fragmentos de la historia oral de Crucero Encantado, desde principios del siglo veinte hasta la fecha en que llegó a vivir allí mi abuela. En medio de descripciones fantásticas y anécdotas cautivadoras que mi abuela había recogido de forma aislada, mi mente fue tejiendo muchos años de historias y esculpiendo la apariencia para aquellos seres sorprendentes protagonistas de sucesos asombrosos en un pueblo donde la historia nacía del recuerdo.

En mis sueños, una especie de delirio se apoderaba de mí para sembrarme la necesidad de escribir una historia donde pudiera insertar todos aquellos relatos heredados de la abuela. Día a día, durante muchos años acaricié esa idea. Leía y releía aquellos manuscritos pero aún no podía componer la historia deseada.

Hace seis meses me trasladé a la antigua casa de la tía Margot, la cual por órdenes de mi madre, tras la muerte de mis abuelos, fue mantenida y cuidada por Arsenio, el sobrino del padre Miguel. Todo estaba igual que aquel triste día del entierro pero faltaba el olor de azúcar y lavanda.

Solo entonces, allí, comprendí que no podía crear una sola historia sino muchas que se enhebraran en un solo telar: la vida misma, la vida de aquellos seres maravillosos enterrados ya pero vivos en el recuerdo de las siguientes generaciones. Así nacieron estos cuentos, de la herencia de mi abuela y del pincel invisible con que mi pluma fue plasmando la realidad en cada línea.

MATILDE SOFIA.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro