reto.
— Ya fue mucho yo nunca. Juguemos otra cosa— dijo la menor.
— No, no hay forma. ¿Tienes miedo de perder ahora?
Lisa volvió a reír, sacudiendo su pecho con suavidad, y Rosé no pudo evitar sentir calor al ver sus senos moviéndose en su sujetador rosa.
— Para nada. Los castigos siguen, solo que ahora haremos verdad o reto.
— ¿Y cómo se supone que supone que alguien pierde una prenda?
— Si no contestas la pregunta o si no haces bien el reto, pagas.
— Bien, pero yo comienzo. ¿Verdad o reto?
— Reto, por supuesto.
Rosé aplaudió internamente. Ya no sabía cómo más conseguir lo que llevaba rato deseando.
— Te reto a que me des un beso.
— Ese es tu premio, Rosie. No hay adelantos.
— Un reto es un reto.
— No.
— ¿Por qué eres tan terca?— la australiana suspiró, frustrada. Ya no le importaba disimular lo mucho que quería probar sus labios.
— Porque me encanta verte desesperada por mí, bebé. Solo espera un poco más, ¿sí? Confía en mí.
— Bueno, es beso o prenda— la mayor cruzó los brazos y frunció los labios, y Lisa se derritió. Amaba cuando Rosé era caprichosa, porque eso era algo que jamás lo demostraba en público. Eso solo lo veía ella cuando estaban juntas en su habitación.
— Será prenda entonces. ¿Qué quieres que me saque?
La expresión de Roseanne se suavizó automáticamente ante la pregunta. Miró el cuerpo de Lisa, quien lucía preciosa con esa delicada lencería que parecía estar hecha solo para ella. Evaluó sus opciones, hasta que recordó el lunar del que habían hablado rato atrás en la sala.
— El sostén.
— Lo presentía— contestó la menor con una sonrisa. Esta vez no se detuvo con provocaciones, fue rápida en llevar su mano a su espalda y desabrochar la prenda, para luego retirarla por sus brazos.
Rosé no podía creer que por fin la estaba viendo de manera tan íntima de nuevo. Sus pechos estaban ligeramente más grandes de lo que los recordaba, y aquello le encantaba. Los pezones rosados se encontraban durísimos, se le hizo agua la boca al recordar cómo se sentían bajo su lengua. Y lo mejor de todo era el pequeño lunar bajo su pecho izquierdo, ese lunar que había aparecido en sus más secretas fantasías durante todos esos años.
— Ya, me toca, ¿verdad o...
— Espera— no pudo terminar su pregunta porque Rosé la interrumpió. La tailandesa no tuvo tiempo de procesar lo que estaba pasando, Rosé se levantó como un resorte y se colocó casi sobre Lisa, con las manos apoyadas en el escritorio a ambos lados de su cadera, inmovilizándola contra la dura madera.
— Rosé...
— Espera— repitió en un susurro, y luego de mirarla brevemente a los ojos, se inclinó para acariciar con sus labios la base del pecho izquierdo de Lalisa, seguido de un suave beso sobre el lunar de la menor. Lisa jadeó.
— ¿Qué...?
— Shh— la cortó, y Lisa obedeció al instante. Roseanne tenía ese efecto sobre ella.
Con sus labios aún unidos a su pecho, la mayor subió la vista y la miró a los ojos. El toque seguía siendo delicado, tan suave como podía lograrlo, esperando el permiso de Lisa para seguir. Cuando logró que el rostro de mejillas sonrosadas y labios entreabiertos le devuelva la mirada con seguridad, sacó la lengua y la deslizó burlonamente sobre el pezón rosado y duro. Lisa gimió y llevó una mano al cabello de Rosé para pegarla a su pecho, pero la rubia se puso de pie con su típica sonrisa de suficiencia en el rostro, y regresó a su lugar en la cama.
Lisa tenía las mejillas y el pecho sonrojados, la respiración pesada y la piel tan sensible que sentía que un par de caricias serían suficiente para hacerla llegar. Rosé estaba encendida al verla de ese modo, pero estaba disfrutando tanto el ritmo lento y tortuoso de su juego que no estaba lista aún para ceder a sus deseos.
— No pude resistir, perdón. Lo extrañé mucho.
La menor seguía algo aturdida y no podía ordenar sus ideas.
— Tú...
— Ahora sí, sigamos jugando. Yo quiero verdad.
A Lisa le tomó unos segundos más recuperar su compostura, hasta que se sentó derecha nuevamente y clavó sus ojos en los de Roseanne. Echó su cabello hacia atrás, satisfecha con exponer sus pechos (y con la ligera esperanza de que Rosé corte el juego y termine lo que había empezado, pero eso no lo iba a admitir).
— ¿Tienes aún algo mío aquí?
La pregunta fue formulada en un tono tan inocente que Roseanne tuvo el impulso de responder automáticamente que sí. Sin embargo, apenas entreabrió sus labios para hablar, notó el brillo travieso en la mirada de la otra chica y entendió la verdadera intención detrás de la pregunta. Ellas eran muy cuidadosas en no dejar rastro de la otra cuando estaban en casa. Existía una especie de regla tácita en la que nadie debía ni siquiera sospechar de lo que sucedía. Aunque a Roseanne tal vez no le hubiera importado, Lalisa se esmeraba mucho en mantener su reputación de niña dulce, correcta, inocente y estudiosa; y que se supiera que tenía esa clase de relación con otra persona (y encima, una mujer) no era precisamente algo que esté en sus planes. Además, los padres de Lisa armarían un escándalo, y eso las dejaría sin la disposición de la habitación de la menor. Sin embargo, hacían algunas excepciones.
Lalisa aún conservaba todas las notas subidas de tono que Rosé le escribía en clase y le entregaba disimuladamente por debajo de la mesa, y los pétalos secos de una rosa con la que una vez la mayor la sorprendió. Lisa había tenido un fin de semana particularmente duro con problemas familiares en casa, y cuando llegó el lunes y todos se fueron, fingió salir para regresar a los quince minutos. Lo único que deseaba era desconectarse del mundo y pasar el día entero en su cama, entre los brazos de Roseanne, sintiendo sus manos por todos lados y sus besos suaves en el cuello. Le escribió un mensaje de texto, y Rosé apareció en su puerta a la media hora, con una rosa en una mano, una porción de torta de chocolate en la otra, y las mejillas rojas a más no poder. Era la primera vez que tenía un gesto romántico con ella, y ambas estaban notoriamente avergonzadas, pero no hicieron ningún comentario al respecto. Totalmente contrario a lo que planeó, Lisa tuvo un maravilloso día con Rosé, quien la trató como una princesa. No la dejó salir de su regazo casi ni por un minuto, la consintió con caricias suaves, cumplidos, y lentos y dulces besos. Por supuesto que tuvieron sexo (ninguna de las dos era capaz de desperdiciar la oportunidad), pero por primera vez Rosé fue completamente suave, sus toques delicados y lentos, y la menor se sintió abrumada por la calidez que ese día le dejó en el corazón. Cuando llegó la noche y se encontró sola en su cama, no pudo evitar abrazar con fuerza a su almohada (que olía a Roseanne), y fue la primera vez que se durmió pensando en ella sin ninguna idea sexual de por medio. A la mañana siguiente dejó secar la rosa para conservar sus pétalos, y fue una de sus posesiones más preciadas desde ese día.
De todos modos, esa no era la razón por la que Lalisa hizo aquella pregunta. Roseanne no sabía que la castaña guardaba esas cosas. A lo largo de los meses que pasaron juntas, Lisa descubrió su gusto por la lencería. Antes de Roseanne, realmente no le llamó nunca la atención la posibilidad de llevar algo más que ropa interior básica de algodón. Poco después de su primera vez juntas, Lisa pasó un día por una tienda de lencería, y entró por pura curiosidad. Terminó comprando unas bragas negras con algo de transparencia (y muchísimo más pequeñas que cualquier otra que haya usado en su vida), con el rostro totalmente colorado y el pulso acelerado en anticipación a que Rosé las vea en ella. La expresión de la mayor al descubrir la provocativa prenda bajo la falda de Lisa hizo que algo cambie en ella, y a partir de ese momento, cada que podía la sorprendía con una pieza nueva, cada una más atrevida que la otra. Solo había un problema: Lalisa no podía llevar las prendas a su casa, sería demasiado difícil ocultarlas. Esto terminó en la menor obsequiándole sus bragas a Rosé y de cuando en cuando tomándolas prestadas para sus encuentros, lo cual la rubia encontraba increíblemente sexy. Ser la dueña de la lencería de su amante era algo que no pensó que disfrutaría, pero poseer algo tan íntimo y tener el control sobre lo que la tailandesa usaba y cuándo lo hacía despertaba fuego en ella.
Muy a su pesar, Rosé había sido incapaz de deshacerse de esas prendas. En el fondo, y aunque ella misma se lo negaba, guardaba la esperanza de volver a Corea después de la universidad y reencontrarse con Lisa. Los pequeños pedazos de tela estaban guardados con recelo y bajo llave en el último cajón de su mesa de noche, y eran la principal razón por la que no permitió que nadie entre a su habitación mientras no estuvo.
Lisa se relamió los labios y soltó una risita ante el silencio de Rosé. Sabía que ella entendió la intención de su pregunta a la perfección, y la demora en responder solo confirmaba sus sospechas. Por su parte, Rosé no sabía qué contestar. Temía decir que sí y quedar como una obsesionada, pero también le preocupaba decir que no y que Lisa se decepcione y crea que no pensó en ella durante los años que pasaron. Cualquier opción era mala.
— Paso.
— No puedes pasar.
— No te voy a contestar eso— se encogió de hombros—. Puedes quitarme la ropa.
La castaña suspiró, sin perder la sonrisa.
— Sí sabes que igual te voy a sacar esa información pronto, ¿verdad?
— Tus métodos me dan algo de miedo— confesó Roseanne, pero en el fondo sabía que ella tenía razón. Al final siempre acababa cediendo ante lo que la menor quería.
— Bueno, prenda, cariño —prácticamente ronroneó del gusto.
— Está en tus manos.
Lisa se paró de un salto y caminó hacia su acompañante. Tomó una de sus manos y la jaló para ponerla de pie frente a ella. Con la mirada fija en la de la otra chica y su labio inferior atrapado entre sus dientes, llevó sus manos hasta el borde de las bragas de Rosé, comenzando a jugar levemente con el elástico.
— Nunca dejas de sorprenderme— Rosé susurró, prácticamente sobre los labios de Lisa.
— Esa es la idea— metió sus manos por la parte trasera de la prenda, acariciando con suavidad el trasero de Roseanne. La mayor jadeó y se inclinó en un intento de alcanzar sus labios, pero Lisa desvió su cabeza, y el beso cayó en el inicio de su cuello. Rosé gimió, frustrada, y Lisa volvió a reír.
— Mala.
— Paciencia, preciosa.
— Vamos... sólo uno.
— Dije que después. ¿No recuerdas cuando en el colegio nos enseñaron la importancia de saber esperar?
— Por favor, Lisa. Por favor— rogó. Dejó lentos y húmedos besos en su cuello, en un desesperado intento de convencerla. Estaba soltando todas sus armas, sabía que Lalisa amaba que le rueguen, así como ella siempre le suplicaba por más.
— Qué rico es escucharte rogar así— susurró sobre su oído, y sus manos apretaron la piel entre ellas. Rosé contestó con un gemido—. Pero todavía no, Rosie. Confía en mí— arrastró sus palabras con voz melosa, mientras finalmente bajaba la prenda inferior. Sentó a Rosé nuevamente en la cama, a la vez que con una sonrisa coqueta terminaba de retirar la prenda de las largas piernas y la dejaba entre la tela de su vestido—. Son mías ahora— tras guiñarle el ojo, regresó a su posición sobre el escritorio. Roseanne tenía la cara roja y los muslos cerrados con fuerza. Habló al instante, decidida a acabar con el juego de una vez por todas. Le daba igual el resultado, solo quería a Lisa en la cama con ella.
— ¿Verdad o reto?
— Reto. Me quedé con las ganas.
— Abre las piernas.
Lisa casi se atora por lo directa que fue.
— Llévame a cenar primero, ¿no?— ambas rieron, y Rosé confirmó que su corazón se volvía igual de loco por aquella chica que su cuerpo. Era simplemente perfecta, en todos los sentidos— Lo que quieras. Pero sólo porque eres tú.
Los ojos de Lalisa brillaron, y de repente sus mejillas se sonrojaron y adoptó un gesto casi tímido. Lentamente separó sus muslos, dejando a la mayor una amplia vista de su intimidad cubierta. La mancha húmeda era notoria, mucho más de lo que Rosé esperaba, y no pudo evitar pasar su lengua por su labio inferior.
— Estás tan mojada...— susurró casi sin pensarlo, más para sí misma.
Lisa llevó su dedo índice entre sus piernas y se acarició dos veces sobre la tela, delicadamente, mientras buscaba la mirada de Roseanne.
— Es tu culpa.
— ¿Mía?— Rosé se hizo la desentendida. Solo quería que Lisa siga hablando.
— Es la forma en la que me miras...
— ¿Solo mi mirada te causa eso?
— Principalmente, pero toda tú.
Rosé bajó sus ojos hasta la intimidad de Lisa, y la menor sintió cómo se mojó más al ser observada de esa forma. Abrió un poco más sus piernas y durante unos segundos disfrutó de exponerse ante los ojos hambrientos de su amante.
— ¿Te digo un secreto?
— Todos los que quieras.
— Nadie más ha logrado mojarme tanto como tú. Solamente contigo me siento así... es como si no pudiera controlarlo. Espero que te hagas cargo.
— Ahora mismo, si así lo quieres.
Lisa sonrió, y pasó su dedo por la prenda mojada una vez más antes de cerrar las piernas, para frustración de Rosé. Con un gesto seductor, llevó el mismo dedo a sus labios, y dejó salir la punta de su lengua para probarlo levemente.
— Me vas a matar, Manoban.
— Es lo más alejado a lo que quiero. Listo, cumplí, y te di más de lo que pediste. No te puedes quejar. ¿Verdad o reto?
— Verdad.
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