epílogo ❪ parte 2 ❫
Rosé no podía despegar sus ojos de Lisa. Mientras ella estaba concentrada en su porción de red velvet, la australiana la miraba desde el otro lado de la mesa, con el mentón apoyado en su mano derecha y los ojos reflejando pura adoración.
No podía creer que finalmente era suya de manera oficial. Sabía que iba a decir que sí, sin embargo, cada día que pasó planeando la sorpresa lo hizo con nervios y esperanza. Lo único que quería era a Lisa en su vida para siempre, y ese primer paso tenía que ser perfecto para demostrarle lo mucho que deseaba esa relación. En pocas semanas se había vuelto su todo. Su vida se había iluminado con la llegada de esa chica de sonrisas tiernas, ojos brillantes y chistes malos. Lisa le había dado todo lo que necesitaba y más, y se sentía plena, feliz y amada a su lado. No le entraba en la cabeza cómo es que se había enamorado tan profundamente, pero la única certeza que tenía era que la amaba más de lo que imaginó que era posible amar, y que quería darlo todo para que fuera feliz a su lado.
Lalisa se llevó otro trozo de torta a la boca y se balanceó de lado a lado en un pequeño baile de felicidad. Era una gran amante de todo lo que contenga azúcar, y se sentía en las nubes por lo que había sucedido unas horas atrás en el colegio. Luego de eso, Rosé la había llevado a comprar un collar que había visto unos días atrás, pero quería asegurarse de que Lisa estuviera bien con ello. Era una cadena delicada con un pequeño dije en forma de corazón, con una pequeña piedra preciosa por delante y la letra R tallada por atrás. Lisa lo amó desde el momento en el que lo vio, y adoraba más el hecho de que al ponérselo la letra quedaba justo sobre su pecho, cerca a su corazón. Con la compra hecha, Rosé la invitó a comer postres en un lugar que a la menor le había encantado. Lisa estaba perpleja con la cantidad de detalles que su ahora novia estaba teniendo con ella, y su estómago se llenaba de mariposas al pensar en lo mucho que amaba a esa mujer.
Dejó los cubiertos sobre la mesa y levantó el rostro. Se encontró con la mirada fija de Roseanne, quien, al ser atrapada, se ruborizó y bajó la mirada con una risa.
—¿Qué? — cuestionó Lisa con una sonrisa.
—No puedo dejar de mirarte, perdón. No me creo que seas real.
Fue el turno de la tailandesa de sonrojarse. Bajó la mirada y estiró su mano para alcanzar la de Rosé.
—No digas esas cosas.
—¿Por qué? Son verdad.
—Porque me pones nerviosa y eso no es bueno.
—¿Ah, no? —Roseanne no disminuyó la intensidad de su mirada. Lisa se puso más roja aún y bajó el rostro por completo.
—No si quieres que me comporte en público.
Park rio suave y jaló despacio su mano.
—Ven aquí, déjame darte un beso.
La menor se incorporó ligeramente para inclinarse sobre la mesa y dejar que Rosé alcance sus labios. Fue un beso dulce y casto, ambas se separaron con una sonrisa en los labios.
—¿Terminaste con eso, amor? —preguntó mientras Lisa se llevaba una cucharada más de su postre a la boca.
—Sí, no puedo más. Te dije que con la torta de chocolate era suficiente —dejó los cubiertos sobre la mesa y se apoyó sobre el respaldar de la silla—. ¿Qué sigue ahora?
—¿Quieres ir a algún lado?
—No, sólo pensé que estábamos siguiendo tu itinerario, que al parecer está muy bien estructurado —soltó una risa—. Yo estoy bien con lo que decidas.
—Estaba pensando en llevarte a casa...
—¿A mi casa?
—Ni hablar. Te dije que no te dejaría ir hoy. Probablemente tampoco mañana.
Lisa jugueteó con el dije del collar, distraída.
—¿Y qué piensas hacer en tu casa?
—Consentir a mi novia. ¿Puedo?
—De hecho... yo tengo un par de ideas.
A Roseanne se le aceleró el corazón.
—Dime.
—No, quiero que sea sorpresa. ¿Me dejas?
—Ya pues, dime —puchereó.
—Ya fue tu turno de ser misteriosa, ahora me toca a mí
La mayor resopló y frunció los labios. Lisa rio porque la encontró adorable.
—Prometo que valdrá la pena —continuó la castaña—. ¿No confías en mí?
—Está bien —suspiró—. Déjame pagar esto y llevarte a casa.
Rosé se puso de pie para acercarse a la caja. Sin embargo, cuando pasó frente a Lisa, esta la detuvo. La menor miró alrededor para asegurarse de que nadie estuviera muy atento, y sin dejar de hacer contacto visual con su novia, pasó su mano por la parte superior e interna de sus muslos, dejando la piel caliente bajo la tela del jean.
—Por si querías saber un poco sobre qué iban las ideas que tengo —le guiñó un ojo, y Roseanne tuvo que hacer un gran esfuerzo en no decir nada y seguir caminando con normalidad.
Lisa se quedó dormida de regreso a casa de Rosé. La mayor manejó en silencio, volteando ocasionalmente a ver a su novia. El asiento del copiloto estaba reclinado y la chica se había echado de costado hacia Roseanne, tenía los labios ligeramente separados y una de las manos estiradas que en un inicio sostenía el muslo de la conductora, pero había caído unos centímetros más lejos. Se veía adorable, y la mayor no podía dejar de pensar que era irreal que el ser humano más perfecto del mundo haya aceptado ser su novia.
Cuando llegaron y Rosé se acercó para despertarla con suavidad, Lisa se removió en su asiento.
—Mhm. Cárgame —susurró todavía entre sueños. Park rio con suavidad.
—Me encantaría, preciosa, pero solo tengo dos manos y hay comida que bajar —a pesar de la negativa de la menor, Rosé había comprado postres suficientes para vivir a base de azúcar una semana entera—. Además, estás con vestido y no quiero accidentes.
—Al diablo la comida. Y tienes permiso de meterme mano —una media sonrisa se formó en su rostro, pero no abrió los ojos aún.
Roseanne se sonrojó, pero no dejó que la convenza.
—¿No que tenías ideas?
—Ajá. Pero eso no tiene nada que ver con que me cargues hasta arriba.
La mayor se acercó, le quitó un par de mechones del cabello del rostro y le dio un beso dulce. Lalisa no pudo evitar sonreír.
—Ya, un trato. Subes por tu cuenta hasta la puerta y te cargo a la cama.
Lisa puchereó, pero asintió.
—Está bien.
—A caminar, señorita.
Subieron hasta el departamento en medio de palabras bonitas y suaves caricias. Ambas estaban tan felices como nerviosas, aún procesando la idea de que lo suyo era oficial. No más juegos, eran la pareja que habían soñado ser desde que eran jóvenes.
Entraron en la casa de Roseanne y mientras Lisa se quitaba los zapatos, la mayor dejó la comida en su lugar. Cuando volteó para buscar a su chica se la encontró parada detrás de ella con los brazos abiertos.
—Cárgame.
—Yo ya te veo bien despierta.
—Eso no tiene nada que ver.
Rosé suspiró, rendida. Se inclinó y la levantó como a un koala. Lisa rio con dulzura en señal de victoria, enredó sus piernas alrededor de su cintura y sus brazos alrededor del cuello, mientras su novia la llevaba a su habitación. Sintió que una de las manos contrarias entró bajo su falda y la sostuvo firmemente por el trasero y jadeó con sorpresa.
—¿Qué? Me dijiste que te podía meter mano —Rosé se encogió de hombros, con una expresión traviesa en el rostro.
La mayor entró a tientas, con los ojos fijos en la chica que tenía entre sus brazos. La dejó sobre la cama y rápidamente se quitó los zapatos para subir con delicadeza sobre ella. No dijo ni hizo nada por unos segundos, sólo admiró a Lisa en silencio. Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre la almohada, sus mejillas estaban rosadas y sus labios aún tenían un ligero sabor a chocolate. Manoban levantó una de sus manos para acariciar el rostro contrario.
—No me mires así...
—¿Así cómo? —cuestionó la mayor.
—Como si fuera el amor de tu vida.
Roseanne se quedó muda por unos segundos, y la menor continuó.
—En este momento tienes todo el control sobre mi corazón. Cuídalo, porque no podré vivir si me haces daño.
La rubia no dijo nada. Se acercó para besar a su novia con calma, y sintió el corazón latir a toda velocidad bajo su pecho.
—Es que... eres el amor de mi vida, Lisa
—De esta y de otras —susurró la menor sobre sus labios.
—Yo nací para ti, mi amor. No he hecho más que amarte desde el inicio.
Los ojos de la menor se llenaron de lágrimas y le echó los brazos al cuello. La atrajo a su rostro, y la besó nuevamente.
—Te amo, Rosie.
—Te amo más, princesa.
Se besaron con calma y cariño. Roseanne se recostó de lado sin separar sus labios, y Lisa se giró para pasarle una pierna por sobre la cadera. Su vestido se levantó, dejó al descubierto su muslo, y la mayor llevó una de sus manos a sostenerlo y acariciar la piel caliente. Sonrió con orgullo cuando la tailandesa jadeó sobre su boca al sentir la mano de su novia acercarse a la cara interna de sus muslos. Rosé aprovechó la distracción para empujar una de sus piernas entre las de su novia. La menor se acomodó para tener un mejor contacto y al instante aumentó la intensidad del beso mientras presionaba su entrepierna sobre la rodilla.
La rubia dejó sus labios, rodeó a su novia con los brazos y posó sus manos en la parte baja de su espalda, ayudándola a empujar las caderas contra su rodilla. Lalisa gimió en cuanto sintió un beso húmedo en el cuello, y una de las manos que la sostenía subiendo por su espalda para buscar a tientas el cierre del vestido.
—Déjame desnudarte —susurró contra su cuello. Lisa suspiró pesado, amando el rápido cambio de ambiente. Con Roseanne todo era así, preciso y perfecto, como si le leyera la mente y se adecuara a todos sus deseos. Permitió que su novia le pase sus manos por la espalda en busca de un cierre inexistente (el vestido no lo necesitaba, pero ella no tenía por qué saberlo), mientras disfrutaba de las caricias que esa acción le brindaba. Rio con dulzura cuando escuchó un gruñido frustrado, y empujó a la mayor por los hombros para darle la vuelta y sentarse sobre sus caderas.
—Espera, Rosie.
—¿No quieres? —los ojos de Roseanne mostraban decepción, pero al instante detuvo todos sus movimientos. Lisa se inclinó y le dio un beso en la punta de la nariz.
—Tranquila. Estás yendo muy rápido.
—Ay, no otra vez...
Lalisa volvió a reír.
—Te dije que tenía unas ideas, ¿no quieres saber cuáles son?
El gesto de la rubia cambió al escuchar la voz ronca y mandona. Tomó las manos de su novia y entrelazó sus dedos con los de ella.
—Sí, mi amor, lo que tú quieras.
Una sonrisa traviesa y engreída llenó el rostro de Lisa. Movió sus caderas con suavidad y disfrutó de la mirada de deseo de su chica.
—Okey, entonces vas a escuchar lo que tienes que hacer. Necesito que te vayas a la sala.
—Pero...
—Nada de peros, señorita. Te vas a la sala y te sientas en el sofá a esperar, ¿entendiste, amor?
Roseanne asintió. No entendía nada, pero era incapaz de decirle que no. Cuando Lalisa decidía que quería mandar, Rosé al instante se convertía en la mujer más obediente del mundo. A veces jugaba con su paciencia, en especial al tener en cuenta la tendencia de Park de acelerar las cosas, pero le encantaba ese lado de su chica. Su dulce princesa se transformaba por completo cuando quería, y ella no iba a ser quien la detenga.
Caminó hacia la puerta seguida de Lisa, quien la acorraló contra la pared antes de que salga.
—No te preocupes. Iré pronto. Siéntate y piensa en mí, ¿sí? —inclinó su rostro y acarició su cuello con la punta de la nariz—. Piensa en todo lo que quieres hacerme —dejó un beso suave en la piel erizada—, en lo mucho que te gusta escucharme gemir tu nombre.
La mayor gimió, y se dejó besar un poco más hasta que Lisa la empujó con suavidad al pasadizo y cerró la puerta con seguro. Caminó con pasos temblorosos, el jean ceñido hacía presión en la unión entre sus piernas, y su novia la había dejado sensible y necesitada. Se sentó en el lugar que le había indicado, nerviosa y desesperada. Tenía demasiado calor y la ropa le estorbaba, pero no quería hacer nada que Lisa no le hubiera ordenado. Sin embargo, se atrevió a tomar un poco de iniciativa, y se quitó la prenda superior. Su sujetador negro contrastaba con su piel, y antes de que pueda decidir si también retirarlo, escuchó pasos frente a ella. Levantó la vista y la imagen la dejó muda.
Su novia se había retirado el vestido y estaba solo con un conjunto de lencería, blanco y delicado. Su cabello largo caía en suaves ondas sobre su pecho, y aún traía en la cabeza el lazo blanco a juego. Estaba descalza, y tenía los muslos adornados con ligas de encaje. La belleza que emanaba iba más allá de lo sexual. Lisa se veía tan hermosa que Roseanne pensó que estaba soñando, hasta que su novia apoyó una mano en sus rodillas y se inclinó sobre ella.
—¿Te gusta?
La mayor asintió.
—¿Traías eso bajo el vestido?
—Ah, las ligas no. ¿Te gustan, mi amor?
Rosé volvió a asentir y posó sus manos en los muslos descubiertos. No encontró resistencia, y mientras acariciaba con lentitud, Lisa trepó sobre ella y se sentó a horcajadas sobre su regazo.
—Ahora que soy tu novia... —comenzó, con gesto inocente, mientras sentía las caricias en las piernas— pensé que tengo que esforzarme mucho para darte todo lo que te gusta, Rosie.
—Me gustas tú —contestó con voz ronca, mientras subía las manos por su cintura, hasta llegar a acunar los pechos cubiertos.
—Yo sé que hay algunas cosas que quieres —el volumen de su voz cayó aún más al sentir los pulgares frotar sus pezones por sobre la tela—. Déjame darte todo lo que deseas.
La mayor la pegó a su cuerpo y la besó con rudeza. Lalisa no dejaba de mover las caderas contra las suyas, y podía sentir la humedad de su chica a través de la tela de sus jeans. Le recorrió todo el cuerpo con las manos, adorándola en silencio, hasta que la castaña se puso de pie y caminó hacia su computadora.
—¿Qué haces? Ven aquí.
Volteó a verla por sobre su hombro y le regaló una sonrisa cómplice. Notó que la mirada de la mayor bajaba hasta su trasero, y se meneó ligeramente mientras presionaba un par de teclas. Rosé iba a preguntar algo, pero se silenció cuando la música que había escogido la menor inundó el ambiente.
Lisa caminó con seguridad bajo la mirada hambrienta de su novia hasta que llegó frente a ella. Rosé separó las piernas para acomodarla entre ellas y le rodeó la cintura con sus brazos.
—¿Me permites seguir? ¿Recuerdas la regla de no tocar?
Roseanne gimió y asintió. Con desgano, bajó sus manos y se sentó sobre ellas, para evitar cualquier impulso. Lisa volvió a sonreír, se acercó para lamerle el cuello y la mandíbula con la punta de la lengua, y aprovechó en empujar sus pechos contra los de ella.
—Me gusta cuando eres tan obediente —susurró la menor—. Disfruta de esto, mi vida.
Se puso de pie y se dio la vuelta. Los ojos de Roseanne cayeron automáticamente sobre su trasero casi descubierto, más aún cuando comenzó a balancear las caderas con suavidad. Lisa levantó su cabello para darle una mejor vista de su espalda y cuello, y volteó a mirarla por sobre el hombro. Una sonrisa satisfecha llenó su rostro y comenzó a descender hasta casi tocar el regazo de su novia. La australiana jadeaba bajo.
Dedicó unos pocos minutos a moverse con lentitud, a dejar que la mayor se la coma con la mirada mientras ella disfrutaba de saber que le estaba cumpliendo una fantasía. Unas semanas atrás una escena similar salió en una película que veían juntas, y al instante notó el cambio en la respiración de Rosé. Decidió probar un poco y se sentó sobre su regazo con fingida inocencia, pero al mecerse suavemente la piel de su chica se erizó y sus pezones duros fueron imposibles de disimular. Luego de ese episodio, Lisa había anotado mentalmente la nueva información, y esperó al momento ideal para ponerla en práctica.
Cansada de sus propios juegos, se puso de pie y se dio la vuelta para nuevamente sentarse a horcajadas sobre Roseanne. Sus mejillas estaban rojas y sus ojos oscuros brillaban con deseo. Estaba tan sorprendida como encantada con lo que estaba haciendo Lalisa para ella, y sus manos cosquilleaban con ganas de acariciarla. La menor notó la desesperación en su mirada, y con suavidad retiró su sujetador. Al instante, la atención de Park fue a parar a los pechos de su novia, a sus pequeños pezones duros, y al lunar que tanto le encantaba.
—Veinte segundos para tocar, Rosie—susurró mientras levantaba su cabello para acomodarlo a un lado y darle mejor acceso a su cuerpo.
Rosé suspiró pesado y levantó una de sus manos para acunar el pecho izquierdo. Con cariño y suavidad acarició el pezón con su pulgar, y sonrió al escuchar los gemidos retenidos. Posó su otra mano en la cintura, pero al ver cómo balanceaba sus caderas, decidió provocarla también y posó toda su palma sobre la intimidad cubierta. Lisa jadeó con sorpresa y se presionó con más fuerza cuando sintió los dedos acariciarla firmemente por sobre la ropa.
—Estás empapada, cariño.
—Solo por ti. Siempre es por ti.
Roseanne encontró su clítoris y lo frotó en movimientos rápidos sobre la tela mojada. La menor gimió agudo.
—Mi princesa. Mi novia. Mi vida entera —susurró sobre sus labios sin dejar de acariciar el nervio sensible. Lalisa lloriqueó y la besó, pero cuando sintió que el calor en su vientre iba en aumento, se separó de mala gana.
—Espera. Espera.
—Déjate consentir, mi amor.
La tailandesa negó y se levantó sobre sus rodillas.
—Esto es sobre ti.
Puso ambas manos a los lados de la cabeza de Rosé, usando el respaldar del sofá como punto de apoyo. La mayor la dejó tomar el mando, no intervino ni intentó tocarla sin permiso. Satisfecha, Manoban se inclinó para besar su cuello, a la vez que mecía nuevamente sus caderas sobre su regazo. Rosé gimió fuerte cuando sintió que le dejaba un chupetón en una zona tal vez demasiado visible, pero no le importó. Estaba dispuesta a dejarla hacer todo lo que quisiera y que todo el mundo sepa que le pertenecía a Lalisa, en cuerpo y corazón.
Cuando sintió que la había provocado lo suficiente, Lisa bajó sus besos por las clavículas, hasta llegar a sus pechos aún cubiertos. Sacó la lengua y se la pasó por el escote mientras la miraba a los ojos, y fue Lisa quien perdió la paciencia y se quitó la prenda superior. Sin decir nada, la castaña sonrió y se metió un pezón a la boca. Los pechos de Rosé eran grandes y firmes, y Lalisa jadeó al sentir la piel tibia contra su rostro. Chupó con hambre sin dejar de mirarla a los ojos, mientras recibía suaves caricias en el cabello a cambio. Cuando estuvo satisfecha comenzó a atender el otro pecho, no sin antes soplar con suavidad sobre la piel húmeda, y Roseanne se deshizo en gemidos al sentir el cambio de temperatura en un lugar tan sensible.
Lisa soltó sus pechos con un beso suave y subió brevemente para juntar sus labios con los de Roseanne, quien la dejó dominar el beso por completo. La lengua de la menor se abrió paso en su boca, y ella solo la aceptó y siguió el ritmo marcado. Luego de unos pocos segundos, decidió que ya la había provocado lo suficiente, y se levantó para arrodillarse entre sus piernas. La australiana jadeó ante la vista de su novia, quien la miraba con coquetería desde abajo, con los labios hinchados, las mejillas rojas, el cabello abundante, los pechos desnudos y en encaje adornando sus muslos. Era un sueño hecho realidad. La castaña desabrochó el botón de los jeans y luego le dio una palmadita suave en la entrepierna.
—Los quiero fuera, ahora.
Roseanne obedeció al instante. Se puso de pie y con movimientos temblorosos se deshizo de su pantalón. Lo tiró hacia un lado, y cuando enganchó sus pulgares en su ropa interior, Lisa la detuvo.
—De eso me encargo yo. Siéntate y relájate.
La rubia se dejó caer sin gracia alguna sobre el sofá. Estaba débil y sensible, totalmente dispuesta a obedecer a su novia. Lisa le separó los muslos, se acomodó entre sus piernas y se inclinó para tocar con la punta de la nariz su intimidad mojada. Se le escapó un jadeo, que se convirtió en un gemido agudo cuando la chica usó los dientes para morder con extrema delicadeza por sobre la tela.
—Me estás volviendo loca —se retorció sobre el asiento y levantó sus caderas—. Por favor.
—Paciencia, bonita —susurró y volvió a acariciarla con la nariz. Rosé lloriqueó.
—Por favor...
Lalisa sonrió, enganchó un dedo en la ropa interior y la corrió a un lado. Suspiró pesado cuando se encontró con los pliegues empapados y resbaladizos, tan tentadores como siempre. Pudo ver cómo su entrada se contraía, y supo que Rosé estaba al límite. Estaba orgullosa de sí misma por haberla puesto en ese estado.
—Puedes hacerlo mejor. Pídelo bien.
—Chúpame. Por favor, mi amor, no puedo más.
—Me encanta escucharte rogar —susurró, y retiró la prenda por completo. Roseanne se acomodó y abrió más las piernas.
No la hizo esperar más. La tailandesa se inclinó y tomó toda su intimidad con la boca. El sabor dulce la inundó por completo, y gimió al saber que era todo por ella. Rosé llevó una mano a sostener su cabello, mientras que con la otra jalaba sus pezones. La menor envolvió sus labios alrededor del clítoris duro y succionó con fuerza, lo que hizo que su novia gima su nombre y sacuda sus caderas. Sus miradas se encontraron nuevamente, Roseanne se veía vulnerable y desesperada, mientras que Lisa emanaba poder. Pero, por sobre todo, en esos ojos no había más que amor.
—Tócate, amor —Lisa susurró mientras bajaba con suaves besos hacia su entrada. Rosé bajó su mano con duda, pero su novia le sonrió con seguridad y cariño cuando alcanzó su clítoris y lo frotó con suavidad—. Córrete para mí.
Terminó de hablar, le dio un último beso a la piel sensible, y sin aviso la penetró con la lengua. La mayor gimió alto y agudo, y sus movimientos en su propio clítoris ganaron velocidad. Lisa no despegaba la mirada de ella mientras la follaba, y Rosé estaba totalmente excitada ante la propuesta. Era la primera vez que le pedía que se toque a sí misma, y estaba fascinada de lo mucho que le gustaba. Usualmente era Lalisa quien lo hacía, a veces por iniciativa propia y otras a petición de la mayor, pero este giro de posiciones inesperado la tenía sensible como nunca antes.
Manoban separó su rostro para tomar aire, pero al instante le metió dos dedos hasta el fondo. Rosé presionó su clítoris y lo frotó más rápido.
—Vamos, Rosé. Déjalo salir.
Un par de golpes en su interior fueron suficientes para hacerla llegar. Sus caderas se sacudieron con fuerza, arqueó su espalda y levantó el pecho; y Lisa la miró con adoración mientras acariciaba sus pliegues para prolongar su placer. Los gemidos se convirtieron en suaves jadeos, y cuando todo se volvió tranquilo, la menor la limpió con la lengua para luego sentarse a su lado y besarla con calma. Rosé le devolvió el beso, relajada y perezosa.
—¿Te gustó? —preguntó Lisa mientras le daba un beso en la mejilla.
—Eres increíble. No puedo creer la suerte que tengo.
Lalisa rio.
—La suerte es mía, por tener de novia una mujer como tú.
Roseanne le sonrió de vuelta. Estiró los brazos para abrazarla contra su cuerpo, y la besó nuevamente.
—¿Tenías todo esto planeado para hoy?
—Tengo unas ideas desde hace unos días, pero no tenía una fecha exacta. Hoy me diste la excusa perfecta.
—Traviesa.
—Tú me hiciste así —susurró antes de que la mayor se acerque y se meta su labio inferior a la boca. Gimió sobre sus labios cuando sintió que le pellizcaba los pezones.
—¿Ahora sí me dejas consentir a mi novia?
Lisa asintió.
—De hecho... hay algo más que tengo para ti.
—Me vas a dejar tocarte, ¿verdad?
Rio y asintió nuevamente.
—¿Me llevas a la cama, mi amor?
Rosé se puso de pie al instante. La levantó en brazos casi sin esfuerzo, y la llevó hasta su habitación mientras la observaba con los ojos llenos de amor. Cuando llegó y vio lo que Lisa había dejado sobre la almohada, se le aceleró el corazón.
—¿Te gusta lo que compré?
Su novia había conseguido unas esposas cubiertas en peluche rosado y una venda para los ojos. Roseanne la puso con delicadeza sobre el colchón y se estiró para alcanzar los objetos, anonadada.
—¿Cómo sabías que...?
—Me lo dijiste borracha —la interrumpió con una sonrisa, y la mayor se sonrojó al instante—. Cuando nos quedamos hasta tarde comiendo y tomando vino. Te acosté porque no dejabas de decir lo mucho que yo te gustaba, y luego me dijiste que querías esposarme a la cama y follarme con los ojos vendados— terminó la oración con un susurro, descubriendo que ella estaba sonrojada también.
—No puede ser... ay, amor. Lo siento mucho.
—No me molestó.
—No, yo no debí...
—Roseanne—la cortó—. No tienes que disculparte. No dijiste nada malo —se acurrucó a su lado, y su novia instintivamente la rodeó con los brazos—. Yo quiero que me lo hagas.
—Bebé, no tienes que hacerlo...
—No. No tengo, pero de verdad lo quiero —su pulso se aceleró mientras buscaba valor para hablar—. Lo quiero tanto como sé que lo quieres tú.
La mirada de Roseanne se oscureció. Tomó las muñecas de Lisa entre sus manos y las admiró, finas y delicadas. Se moría por ponerle las esposas, pero no haría nada hasta estar totalmente segura de que ella estaba de acuerdo.
—¿Cuando compraste esto?
—La semana pasada.
—¿Y lo tuviste todo el tiempo contigo hoy?
—No. Lo escondí en tu armario —se rio ante la evidente sorpresa—. No eres tan ordenada como crees, Rosie.
—Necesito estar segura de que esto es lo que quieres.
—Lo quiero, mi amor. Lo necesito.
—¿Estás totalmente segura?
—Llevo muchas noches pensando en esto... —le acarició el rostro— imaginando todo lo que me harías...
—Si te sientes incómoda solo tienes que decirlo y te soltaré al instante, ¿va? No hay presiones.
Lisa asintió mientras se acercaba a besarla con dulzura.
—Te amo tanto. Confío en ti.
Park suspiró pesado y las giró sobre la cama para ponerse encima de su chica. Lalisa se dejó manipular por completo. La mayor la admiró unos segundos, y su respiración se cortó cuando tomó ambas muñecas, las llevó por sobre su cabeza y las presionó contra el colchón sin encontrar resistencia alguna.
—Mi chica bonita —halagó mientras pasaba las esposas por una barra de metal de la cabecera. Tomó las muñecas de la castaña con extrema delicadeza y cerró cada uno de los extremos de las esposas—. ¿Estás cómoda?
Lalisa probó jalar ligeramente, y gimió con satisfacción al notar que estaba inmovilizada.
—Es perfecto.
La rubia sonrió y tomó la venda. La acomodó en el rostro de su novia, y pasó la mano por delante para asegurarse de que realmente no veía nada. Se inclinó para susurrarle al oído.
—Te ves hermosa ahora mismo. Déjame hacerte sentir bien.
Se inclinó para besar sus clavículas. Sus manos se paseaban por su abdomen y cintura, y utilizó los labios para dejar algunos chupetones por todo el torso. Amaba marcarla, y la misma Lisa se lo pedía constantemente. No podía creer que se complementaban tan bien. Chupó los pezones rosados con fuerza, y a cambio recibió un gemino profundo. Llevó sus manos a jalar ambos botones, y se tomó la libertad de ser un poco ruda, como sabía que le gustaba. Lalisa se retorcía ante sus caricias y sus labios desgastaban el nombre de Rosé en dulces gemidos.
Roseanne descendió sus caricias, y con un solo dedo aplicó presión en el clítoris erecto. Las caderas de Lisa temblaron.
—Mierda, Rosie —suspiró—. Por favor, haz algo.
—¿Qué quieres, hermosa? —movió el dedo en pequeños círculos para ponerla aún más al límite.
—Fóllame, por favor. Lo necesito.
No la hizo esperar más. Estaba dispuesta a darle todo lo que le pida, desde un inicio. Siempre había sido así: intentaba ser más dura con ella, pero no podía evitar consentirla y cumplir cada una de sus solicitudes. En cambio, las veces en las que Lalisa decidía que quería mandar, se convertía en el ser más obediente del mundo. Se incorporó para quitarle las bragas empapadas, y aprovechó para acariciar el encaje que decoraba sus muslos.
—Vamos a dejar esto puesto. Te ves preciosa así.
—Hazlo ya... —lloriqueó.
Rosé sonrió ante el desastre suplicante. Amaba la dualidad de Lisa. Podía ser el ser humano más tierno del mundo, pero también la chica más sucia y atrevida en la cama. Minutos atrás había tomado todo el control sobre ella en el sofá, y ahora era un mar de gemidos y súplicas, totalmente entregada y sumisa. Era un sueño hecho realidad.
No la hizo esperar más. Le separó los muslos con firmeza y frotó dos dedos sobre los pliegues empapados para lubricarlos. La menor gimió con fuerza e intentó impulsarse para que los dedos entren en ella. Roseanne la provocó unos segundos, y luego la penetró hasta el fondo, lento y suave, dándole tiempo de disfrutar de la sensación. Se recostó a su lado para poder besarle el cuello, y comenzó con empujes firmes en la entrada sensible.
—Me encantas —susurró sobre su oído. Lisa giró el rostro y buscó a tientas los labios de su novia. La besó unos segundos, y luego se separó para seguir hablándole—. Me gustaría que veas lo preciosa que estás ahora mismo.
Aumentó la velocidad de sus empujes cuando sintió que sus paredes interiores apretaban y palpitaban alrededor de sus dedos. Lalisa estaba extremadamente sensible desde mucho rato atrás, y la fantasía compartida que estaban poniendo en práctica la tenía al borde del orgasmo.
—Lo estás haciendo tan bien —continuó la mayor—. Vamos, mi amor, concéntrate. Toca el cielo.
Roseanne se las arregló para frotarle el clítoris con el pulgar sin perder el ritmo de sus penetraciones. Lalisa se retorció sobre la cama, dejó que las olas de placer la tomen por completo, mientras escuchaba las palabras dulces de su novia en su oído. Sin necesidad de hablar había hecho realidad todo tal cual se lo había imaginado.
—Dámelo todo.
La rubia se inclinó y succionó con fuerza su punto sensible en el cuello. Lisa no pudo más. Arqueó la espalda, sus paredes vaginales apretaron con fuerza, y gimió fuerte el nombre de su novia. Rosé la penetró despacio para ayudarla a sobrellevarlo, hasta que sintió que dejó de palpitar, y retiró los dedos de su interior. No se separó de ella, su mano acunó toda su intimidad con delicadeza, y con la otra le retiró la venda de los ojos. Lalisa parpadeó y se encontró con la mirada dulce de quien la sostenía.
—¿Estás bien? —susurró la australiana, estudiando las reacciones.
—Estoy mejor que nunca.
Rosé suspiró con alivio. Se estiró para soltar las esposas, y al instante Lisa se acurrucó contra ella.
—No me diste mi beso aún —reclamó la menor. Recibió a cambio una sonrisa y un beso suave en los labios.
—¿Así está bien?
—Por ahora. Pero dame diez minutos para recuperarme, y voy a querer otra cosa.
—Eres insaciable.
—Tú creaste este monstruo —bromeó, y la besó nuevamente—. Te amo, Rosé. Me haces la mujer más feliz del mundo.
El corazón de la mayor se llenó de calidez y seguridad.
—Te amo más, mi princesa. Mi eterno sueño adolescente.
let's go all the way tonight
no regrets, just love
we can dance, until we die
you and I, will be young forever...
Dos años después, cuando Rosé le pidió matrimonio a Lisa bajo las estrellas en su balcón, sintió la misma emoción que la primera vez que se atrevió a darle un beso. No consiguió contratar a Katy Perry, pero le cantó al oído a su chica mientras la estrechaba entre sus brazos, y eso para Lalisa fue el mejor regalo del mundo.
Claro que dijo que sí. No había otra respuesta posible para quien, a pesar de los años, la hacía sentir cada día como en un eterno sueño adolescente.
¡gracias por leer! ♡
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