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XXI

—Ya duérmete, por favor —Roier susurraba mientras arrullaba a Ramón, quien no dejaba de llorar—. Tus papis tienen examen mañana.

Roier estaba caminando de un lado a otro por la habitación, tratando de que el bebé dejara de llorar, pero no parecía surtir efecto alguno.

—Ya te dimos de comer, te bañamos, te puse ropa limpia y hasta te sobé la panza, ya... —Se quejaba el alfa ante el llanto del bebé—. ¿Qué más quieres? ¿Que te cante?

Oh, realmente eso no sonaba como una mala idea.

—Duérmase, mi niño, duérmase ya, o si no, su papi se va a suicidar —Cantó en voz baja y cerró los ojos, pero entonces los abrió al notar algo—. Ya no estás llorando.

La puerta del cuarto se abrió también y Spreen entró rápidamente.

—Bobby dejó de llorar —Spreen dijo aliviado.

—Ramón también —Roier respondió—, ya se está durmiendo.

Ambos se sonrieron y, una vez que ambos bebés cayeron dormidos, fueron a dejarlos en la cuna doble, acostándolos ahí con mucho cuidado.

—Al fin podremos dormir —Roier susurró. Eran ya las 2 de la mañana y los bebés al fin habían caído dormidos—. Ahora sí, a dormir.

Roier bostezó mientras caminaba a la cama, tirándose en ella para suspirar mientras descansaba; luego miró a Spreen, observando una mancha en su camisa.

—¿Bobby te vomitó encima? —Preguntó Roier.

—Sí... —Spreen se quejó y se quitó la camisa manchada para tirarla en el cesto de ropa sucia.

Spreen se detuvo en seco, mirándose al espejo de cuerpo completo que tenían en el cuarto. El omega miró de arriba a abajo su cuerpo, pasándose las manos por el abdomen.

—Roier...

—¿Sí?

—¿Todavía te gusto? —Spreen preguntó, mirándose aún al espejo.

—¿Cómo que si todavía me gustas? —Preguntó Roier, acomodándose en la cama para verlo mejor.

—Ya no tengo el abdomen plano desde que di a luz —Spreen dijo, pasándose las manos por la parte del vientre—, y ya no se me notan los huesos de la cadera, a vos te gustaban.

—Ay, Spreen —Roier exclamó y empezó a palmear el lugar al lado suyo en la cama—, ven.

Spreen fue caminando lentamente a la cama, sentándose al lado de Roier y este se acomodó para abrazarlo.

—Spreen, tú nunca me dejarás de gustar; estás bien guapo así —Roier dijo, besando su mejilla—, nada me hará cambiar de opinión. ¿Qué tiene que ya no tengas abdomen plano? Diste a luz hace 10 meses y los que digan que ya debiste volver a tener la figura de antes son unos nacos y estúpidos.

Spreen le miró de reojo mientras Roier seguía hablando.

—Y sobre la cadera, pues no importa, tienes muchas partes de ti que me gustan, como tu cara, tus ojos, tu boca, tu cuello, tus piernas, tus muslos, tus nalgas, tu va...

—Ya entendí, cerra el orto —Spreen habló, poniendo su mano derecha sobre la boca de Roier.

Roier soltó una risa que se ahogó en mano de Spreen, pero luego la quitó.

—Spreen, te amo así como eres, por fuera y por dentro también; nada ni nadie cambiará eso —Roier dijo más calmado, empezando a acostarse, llevando a Spreen con él para que se recostara en su pecho.

Spreen suspiró cansado, pero sonreía.

—Nuestra vida está bien chingona ahorita, piénsalo, tenemos dos hijos, papás que nos quieren y ayudan, amigos bien chidos a nuestro lado y como el intercambio se acabó, ya se llevaron a Wilbur de vuelta a su país y ya no tenemos que preocuparnos por él —Roier dijo, llevando su mano a la espalda de Spreen, acariciándolo—. Nada malo va a pasar.

—Nada malo —Spreen repitió—. Te amo, Roier.

—Y yo te amo a ti, Spreen —Dijo Roier—. Ahora a mimir, que tenemos exámenes mañana.

Ambos cerraron los ojos, esperando que el sueño llegara a ellos, pero un llanto los hizo abrir los ojos.

—¿Es uno de los nuestros? —Preguntó Roier.

—No... —Spreen respondió—: es Missa.

Ambos se quedaron quietos contando en sus mentes y rogando a Dios.

Uno... Dos... Tres... Cuatro... Cinco... Seis... Sie...

Dos llantos más se unieron, esta vez desde la cuna doble.

Maldita sea.

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