Piers Kelso corría sin descanso, aún cuando sus pies tenían un aspecto lamentable, repletos de heridas y manchas de sangre. A su alrededor, todo era oscuridad, caos y un extraño olor flotaba en el aire. Un olor que a estas alturas de su vida, ya conocía demasiado bien. A muerte. De repente, sintió un grandísimo terror en lo más profundo de su ser, mientras escuchaba tan solo el acelerado latir de su corazón. Nervioso, se detuvo en un intento por recuperar la calma, pero fue inútil.

— ¡Maldita sea! — se quejó tras golpear violentamente un puño contra la pared.

Si no hacía algo rápido, Daniel seguiría solo, perdido y expuesto al peligro. La sola idea de que algo malo pudiese pasarle, aunque fuese un pequeño rasguño, le atormentaba lo inimaginable. Inconscientemente, se mordisqueó el labio, junto con una grave expresión adueñándose de su aniñado rostro.

No puedo perderte. ¡Otra vez no...!

— Aguanta, Dani. Ya casi estoy — susurró para sí mismo.

Inspiró aire antes de retomar el paso, apretando con fuerza la Colt, y abriéndose camino a través de los solitarios pasillos del instituto Shakespeare.