Capítulo 2: Empieza el juego
~ No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños ~
Mario Benedetti
Me quedé mirando el cielo durante un largo rato, tumbado con las piernas y brazos en forma de uve, y aguantando un cigarro entre los labios.
Necesitaba despejarme.
Creí incluso volverme loco.
Jodidamente loco.
¿Qué es realidad? ¿Qué es sueño? ¡Esto apesta!, gruñí mentalmente.
Apreté los puños, clavándome incluso las uñas.
¿Quién me asegura que todo cuanto me está pasando ahora es verdad?
Quizás si cerraba los ojos, me encontraría de nuevo rodeado de aquellos chuchos esqueléticos o vete tú a saber dónde.
Maldita sea.
El humo del tabaco acabó colándose en mis fosas nasales, antes de salir expulsado precipitadamente por la boca.
¿Por qué no intentas olvidarlo?, me sugirió mi conciencia, al cabo de un rato.
— Lo habría hecho — gruñí malhumorado —, de no ser por ella... — di otra chupada al cigarro —. Sé que me faltan muchas luces y muchos tornillos, pero hasta alguien como yo se habría dado cuenta de que Cabeza de Cerilla me estaba ocultando algo. El cómo me miró, el cómo actuó delante de mí... — di un suspiro —. Demasiado sospechoso.
No he conocido a una persona que sepa mentir peor que Luna, hasta los niños lo hacen mejor.
Quise despejar mi cabeza, contando nubes.
Quizás deberías intentar hablarla, protestó mi mente.
Resoplé ruidosamente.
— Claro, le diría: hola, soy Daniel de nuevo. Oye, menos mal que no acabamos hechos fiambre en aquel teatro. ¿Quieres ir a celebrarlo, yendo de birras con tu amigo el Hombre Cebolla y el mocoso...? — mi voz se trabó sin poder hacer nada por evitarlo, pues el hecho de recordar a Piers, hizo que se me formase un nudo en el estómago.
Un nudo de espinas y cardos.
— Si existes como si no, me da igual. ¡Jamás creí en tus palabras! — durante una centésima de segundo, mis manos temblaron —. Sabía que tu promesa era mentira, ¡una puta mentira! Me abandonaste en esa casucha en donde casi acabo muerto. ¿Sabes una cosa? ¡Que te den! — exclamé con los ojos fijos en el cielo, como si este fuese el único que me entendiese.
Un cielo pintado de un cristalino escarlata.
¡Se acabó! Nada de sombras asesinas, niños psicópatas, agujeros mágicos y perros salidos de estúpidas fiestas de Halloween.
Intenté relajar los músculos.
¡Basta!, volveré a tener la vida de cualquier chico de mi edad.
— Bueno, mejor dicho, a mi vida de antes — murmuré, rascándome un pie mediante el otro.
Tras resoplar y ponerme de nuevo las botas, me encaminé hacia la puerta, aplastando contra ella lo poco que me quedaba del cigarro, antes de abrirla.
Ñicccccccccccccccccc, crujió.
Me detuve en lo alto de las escaleras, todo era silencio, ni tan siquiera se oía una mosca. Con desgana, encogí los hombros, y sin darle ninguna importancia, me metí ambas manos en los bolsillos.
Es normal, los chavales están en clase. Será mejor que me vaya a casa, no me apetece una mierda estar aquí. Necesito un trago. O puede que dos. Ya veré, pensé conforme bajaba perezoso los escalones, tatareando para mis adentros una cancioncilla.
— Lo siento, Espagueti — murmuré.
Al final haré pellas y faltaré a mi primer día de clase. Ya me concienciaré más tarde para tu bronca de mami decepcionada.
Iba a bajar el último peldaño, cuando me di cuenta de algo que antes no me había fijado.
¿Pero qué...?
El pasillo que se abría frente a mí, apenas estaba iluminado, ya que la mayoría de las lámparas estaban fundidas, parpadeando sus tubos de luz junto con un desquiciante ruido, sin conseguir encenderse nunca.
Fruncí el ceño.
¿Y ahora qué pasa?
— Hey, ¿por qué a mí? — susurré para mí mismo, emprendiendo la marcha al mismo tiempo que arrastraba las botas, intentando no chocarme con nada.
Aceleré el ritmo, sin importarme otra cosa que no fuera el ascensor, hasta alcanzar fácilmente mi objetivo y con fuerza, pulsé el botón de llamada, pero este ni siquiera se encendió.
Vaya, así que tenemos un apagón en todo el instituto, pensé con sarcasmo.
Pagué mi malestar arreando una patada a la puerta.
— Puede que hayan mandado a todos a casa cuando estaba fantaseando en la azotea. Yupi. Tendré que buscar yo mismo la salida, ojalá no hayan cerrado la puerta principal con llave. Eso o — sonreí divertido, dando nuevos pasos —, acabaré escalando como un maldito mono por alguna ventana.
Oye, ¿y si esto no se trata de un simple apagón?, sugirió de pronto la voz de mi conciencia, obligándome a detenerme en seco.
Reí sin poder evitarlo.
— Es solamente un apagón, ¿por qué siempre tengo que ponerme en lo peor? — chisté.
No sé... quizás porque por casi te mata una sombra gigante y un puñado de chuchos esqueléticos. Ya sabes, razones sin importancia. A uno eso le pasa todos los días.
Arrugué el ceño ante tal pensamiento y me erguí poco a poco, hasta conseguir tener la espalda recta.
— ¿Otra vez? — susurré, paseando veloz la vista por los alrededores —. ¿En serio?
No hubo respuesta.
Tío, yo me piro, no pienso quedarme a averiguarlo.
Corrí apurado hacia las escaleras, cuando un electrizante escalofrío me atravesó la espalda, hasta propagarse en mi cabeza y nublarme momentáneamente la vista. Al girar sobre mis talones, creí ver una sombra difusa recorrer rauda las paredes, hasta desaparecer por un conducto de ventilación.
— Mierda — gruñí.
¡Mueve el culo, Daniel Sanz!
No titubeé ni un solo segundo, dando uso de mis piernas tanto como pude e ignorando la aparición temprana de flato, bajé las escaleras de dos en dos e incluso de tres en tres. No solo la sexta planta estaba medio a oscuras, también el resto de pisos.
Parecía como si el instituto entero hubiese estado abandonado durante años. Tan solo había desorden, polvo y un ambiente demasiado inquietante.
Y olía de lo más extraño.
No paré hasta llegar a la primera planta y tener frente a mí la puerta que permitía salir al exterior. Mis manos quedaron congeladas en el pomo al darme cuenta que esta no se abría aún cuando forcejeé incansable, hasta el punto de arderme y lastimarme los dedos.
— Debes estar de broma— murmuré con las muelas apretadas.
Parecía que la oscuridad se burlaba silenciosamente de mi situación.
— Llamaré a la pasma, esta vez no me la juego — dije al rebuscar entre mis bolsillos, hasta encontrar mi teléfono móvil, sin embargo, no dio señal por mucho que lo intenté o me moví de un lugar a otro en busca de cobertura.
¿De verdad estamos solos o hay alguien más por ahí?
— Estaba demasiado ocupado en no diñarla por las escaleras como para encima mirar si había alguien más. Lo siento — suspiré molesto.
¿Y si Luna y Carlos aún se encuentran atrapados? ¿O cualquier otro estudiante?
Pestañeé.
— O puede que esté yo solo.
Puede, pero no pierdes nada por echar un vistazo.
— Claro, ¡mi vida no tiene ningún valor! Demos un paseo tranquilamente a la luz de las lámparas, a ver si sirvo de almuerzo para cualquiera de esas cosas. ¡Daniel Sanz está de nuevo en el menú, amigos! — murmuré con ironía.
Iluminé el lugar tanto como pude con la linterna de mi teléfono móvil y escudriñé los alrededores, me sorprendió encontrar las ventanas completamente tapiadas con tablas de madera, impidiendo incluso que se pudiese ver la luz del sol.
Esto es muy raro.
Una vez volví a subir las escaleras, jadeando como un perro viejo, comprobé que la situación era igual en el resto de pisos, eso y que las aulas se encontraban desiertas o bien era imposible entrar en su interior por los escombros que se interponían en su camino.
Y si...
Esperanzado, retorné a la azotea, pero la puerta por donde había salido hace apenas unos minutos, estaba cerrada.
Es como si alguien estuviese jugando conmigo. Calma, Daniel, no te vengas abajo. Todo esto para ti ya no es nuevo.
No pude evitar sentir una rabia crecer en mi pecho.
— Maldición — gruñí mientras repiqueteaba las suelas de mis botas contra el suelo, con tanto frenesí que creí romperme desde el primero hasta el último de los huesos de los pies —. ¿Queréis matarme? ¡Venid a por mí! ¡No os escondáis como ratas! ¡Cuervo, te estoy esperando! ¡Ven, he dicho que vengas! ¡Terminemos con esto de una vez! ¡Estoy cansado de tanto juego y tanta sorpresa! — vociferé con los dientes castañeando ante la gravedad de mi voz.
Apenas había terminado de quejarme, cuando una figura salió a la velocidad luz de un aula, tratándose en realidad de una alumna de secundaria.
Parece que no soy el único que está jodido.
Por unos momentos, nos quedamos mirándonos a los ojos, sin ninguno saber muy bien lo que decirnos el uno al otro.
— Oye, ¿sabes lo que está pasando? — le pregunté malhumorado.
Súbitamente, ella empezó a reír de un modo histérico, incluso se agarró el estómago como si temiese que le fuese a explotar en breve.
— ¿Qué tiene tanta gracia? Estoy deseando saberlo — murmuré molesto.
Un fino hilo de saliva le caía de entre los labios.
— ¡Le he encontrado, le he encontrado! — chilló ante mi enorme desconcierto, al sacar una pistola oculta en su polo escolar, y así apuntarme a la cabeza sin vacilar —. ¡He ganado! ¡Sí, he ganado!
¿Pero qué?
Retrocedí un paso.
¿Qué leñes pasa con ella?
Y otro.
— ¿Estás loca? ¿De dónde has sacado esa pistola? ¡No es ningún juguete, aparta eso de mi cara! — exclamé.
La chica rió aún más histérica que en un principio y fue en esos momentos, cuando supe quien era. Se trataba de Adriana, la mejor amiga de Lucía, aunque se parecía a la loca de una película de terror, que había conseguido escapar del psiquiátrico. Su mirada lucía perdida, mientras que su rostro daba la impresión de que no estaba en sus cabales, eso y que su aspecto era zarrapastroso, ya que su uniforme estaba muy sucio y con rotos. Tenía una fea y ensangrentada herida en la pierna, como si hubiese tenido una mala caída.
Pestañeé.
No pierdas la calma, Daniel. Nadie va a disparar a nadie.
— ¿Hablemos, vale? — quise hacerla entrar en razón.
Ella empezó a dar saltos de alegría.
— ¡He ganado el juego! — de nuevo, hizo caso omiso de mis palabras.
Arrugué la frente.
¿De qué juego está hablando esta tía?
Adriana dio torpemente una serie de vueltas sobre sí misma.
— ¿Juego? — murmuré.
Ella soltó una desafinada risilla y con gran detenimiento, volteó su desencajado rostro hacia mí, al mismo tiempo que volvía a apuntarme.
— Ji,ji,ji — me dedicó una sonrisa torcida y carente de emoción —. El juego de que quien mate al Rebelde... ¡VIVE! — respondió entre chillidos antes de apretar el gatillo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro