8. Error fatal
La casa quedó reluciente, ordenada y perfumada con un agradable olor a limpieza y ambientador de pino. Me llevé las manos a la cintura, muy satisfecha con el resultado y sin dejar de sonreír.
— Por un momento pensé que nos habíamos equivocado de casa — se anunció Carlos nada más aparecer bajo el umbral de la puerta, su rostro dejó traslucir la enorme sorpresa que sentía.
Por otro lado y a su espalda, Daniel se debatía en una lucha consigo mismo a si sería una buena idea o no dar un paso al frente, como si ahora su propia casa fuese la de un completo desconocido y no le transmitiese confianza alguna.
— ¡Hola, chicos! — les saludé con una amplia sonrisa —. ¡Estupendo, habéis traído la compra! Puedo prepararos un rico estofado... A decir verdad es lo único que se me da bien cocinar... — dije con rubor —. Oh, Daniel, tu ropa limpia... ¿Sabes cómo se dobla antes de guardarla? ¿Quieres que te ayude?
Un crispante fulgor se hizo con los ojos de Daniel, que decidió ignorarme igual a si fuese mucho menos que un cero a la izquierda, rozando su hombro contra el mío al pasar por mi lado y sin más preámbulos, dejó caer la ropa limpia contra su cama recién hecha.
— ¿Por qué haces esto? — me preguntó mientras me daba la espalda —, ¿qué es lo que sacas tú a cambio? Tanta amabilidad me da náuseas... Antes de que metieses las narices donde no te llamaban aquí todo estaba bien... ¡Con tanto orden soy incapaz de encontrar mis cosas!
¿Por qué eres tan difícil, Daniel?
— Yo... pensé que tus padres... — tartamudeé.
Temblando de enojo, Daniel se dio la vuelta con tanta fuerza que su cuerpo se tambaleó por segundos. El hecho de que mencionase a sus padres cómo ya en tantas ocasiones hice colmó finalmente su paciencia, tomándoselo de igual modo a si yo hubiese hurgado en una herida profunda. Demasiado profunda y vulnerable. Pese a su porte altiva, noté gran pesar y abatimiento en su mirada.
— ¡Maldita sea, mis padres están muertos! — alzó la voz entretanto se me acercaba con paso acelerado y rápidamente Carlos se interpuso en el camino de ambos antes de que Daniel continuase despotricando sin ninguna compasión.
— Escucha, ella no lo sabía. Tan solo quería hacerte un favor — le dijo Carlos con ademán conciliador.
El madrileño le dedicó una mueca torcida.
— ¡Desde que la conozco no ha parado de meterse en mi vida! — prosiguió Daniel, agarrándose la cabeza como quien teme que le explote de un momento a otro. Los labios le aleteaban de igual manera a si padeciese un ataque de hipotermia —. Daniel esto, Daniel aquello, mira Daniel, qué te ocurre Daniel... ¿Es qué eres masoca y te gusta que te traten como a una mierda pisoteada? ¿Acaso no te das cuenta, cabeza de cerilla? — hizo una breve pausa antes de disminuir su voz unas cuantas octavas —: Un tipo como yo no se merece a alguien como tú.
Carlos se quedó mudo ante sus últimas palabras pero no por ello se hizo a un lado.
— Eso tendré que juzgarlo yo, ¿sabes? Me da igual lo que digan los demás. ¡Me da igual lo que diga el mundo entero! Yo... te tengo gran aprecio. Eres mi amigo — dije tras reunir el suficiente valor de hablar.
Daniel apretó sus labios después de lanzar un resoplido.
— ¿Quieres saber la verdad sobre mí, cabeza de cerilla? — murmuró con los ojos en blanco —. ¡Está bien, tú ganas! Escucha con atención porque solo te lo diré una primera y última vez — replicó.
— Tranquilo, Daniel — intervino Carlos.
El madrileño tragó saliva.
— Es la única manera de que cierre el pico y me deje vivir en paz — suspiró Daniel y se apartó de nosotros con la intención de dejarse caer sobre el sofá con la cabeza acomodada en el asiento y las piernas cruzadas y estiradas hacia arriba hasta poder descansar sus pies contra el respaldo. Entrecerró los ojos al fijarlos en el techo, ya que en ningún momento nos dirigió la mirada a Carlos o a mí. Súbitamente, el vello se me erizó al poco de hablar —: Mis viejos fueron asesinados al tener yo cinco años. Unos tipos raros entraron en la casa, arrasaron con todo... yo les vi... — silenció por un segundo —, como apuñalaban sin piedad a papá y mamá... Estaba escondido debajo de la cama... y aún así... no pude hacer nada por ayudarlos... — Daniel nunca antes había estado tan pálido como ahora y yo era la única causante. Me odié por ello —. Esos tipos vestían como guerreros medievales... Les preguntaron a papá y mamá por cosas muy raras... y al no saber ellos contestarles... les...
— Es suficiente, Daniel — le susurró Carlos.
El madrileño sacudió la cabeza.
— No, no lo es. Ella quiere respuestas y respuestas tendrá — apretó los dientes y continuó con su relato —: La policía nunca logró resolver el caso y a falta de unos padres que se ocupasen de mí, los servicios sociales dieron mi custodia a mis únicos familiares una vez pasé una temporada entre orfanatos — se le escapó una risa histérica —. No aguanté en esa casa demasiado tiempo y en cuanto pude decidí buscarme la vida. Una vez gasté toda la herencia de mis padres, no tuve otro remedio que ponerme a trabajar al poco de cumplir los dieciocho. ¿La tía de antes? Era una de mis clientas — me dedicó una sonrisa carente de emoción —, soy chico de compañía — la sangre se me heló de golpe al reencontrarse nuestras miradas —. ¿Qué me dices? ¿Ahora no te da asco haber tocado todas y cada una de mis cosas? — señaló cada rincón de su casa —. ¿Acaso no te da asco haber estado estos últimos días al lado de alguien como yo?
— Daniel... — susurré aún intentado asimilar todo lo que había escuchado.
Entonces, me enfadé conmigo misma de haberme lamentado siempre de mis problemas al haber quienes los hubieron tenido mayores y, aún así, continuaron luchando por seguir adelante. Alguien como lo era Daniel. Quise abrazarle, sanar su dolor, acariciar su cabello, demostrar mi afecto por él. Pero mis planes pronto se vieron frustrados cuando de repente y en un arrebato de rabia, Daniel se puso en pie con el propósito de... desordenar y ensuciar a base de patadas y manotazos todo en lo que había estado trabajando durante tanto tiempo. Carlos quiso detenerle, sin embargo, el madrileño le esquivó con un ruidoso bufido y entonces salió huyendo a gran velocidad junto con un tremendo portazo (un pequeño espejo colgado en la pared cayó al suelo por ello), sin reparar en nada ni nadie más. Carlos y yo continuamos en la casa. Solos. Inmóviles. Sin saber exactamente lo que decirnos el uno al otro.
Acto seguido, me mordí el labio. ¡Dios mío...!, en ese preciso instante me sentí tan triste, despreciada y humillada que quise morirme y como respuesta a aquellos sentimientos, ciertas lágrimas fluyeron por mis acaloradas mejillas. Tan solo había deseado por su parte un simple gracias y no aquel odio que me profesaba por mucho que quisiese engañarme a mí misma. Sus palabras me habían dolido aún más que cuantas Lucía me había soltado desde que era su sirvienta personal. Fue inevitable. Lloré desconsolada y eso bastó para hacer salir a Carlos de su trance.
— Lo siento, Luna. Lo siento mucho — me dijo Carlos y sin previo aviso, me envolvió entre sus fuertes brazos en un intento desesperado por reconfortarme. Después besó mi frente con amabilidad —. En realidad te agradece todo esto, Luna. Pero es un cobarde... cuando siente que alguien es demasiado cercano a él, en especial las chicas, se aleja. Créeme, si supiera la suerte que tiene porque alguien como tú esté a su lado... No se comportaría como el mayor de los idiotas.
— Él y su desconfianza con las mujeres — susurré, escondiendo mi rostro contra el pecho de Carlos mientras brotaban más lágrimas saladas.
— Y no confía en ellas — susurró Carlos, cogiéndome dulcemente de la mano conforme me guiaba hasta el sofá y secaba con sus dedos cada lágrima que caía de mis pestañas. Al mostrarme una de ellas, añadió con cierta pausa —: Ningún hombre se merece tus lágrimas, Luna. Aunque es inevitable ya que el amor es tan dulce como doloroso y en la mayoría de los casos te ciega hasta el punto de no ver otra cosa que a esa persona.
— No sé de qué m-me estás h-hablando — me sentí desfallecer.
Carlos escudriñó cada rincón en mi rostro con una larga y evaluadora mirada y, sin pronunciar otra palabra al respecto, se dirigió a la cocina a preparar algo que habían comprado. No le supuso demasiado tiempo y a su vuelta me ofreció una taza de café con leche, entretanto la sostenía entre mis manos dejó caer dos terrones de azúcar para luego darle varias vueltas con la cucharilla. Solo entonces se sentó a mi lado dando un ligero trago a su café que a diferencia del mío era negro y sin azúcar. El tic tac de un viejo reloj sobre nuestras cabezas se fue propagando con mayor fuerza por la estancia.
— ¿Podrías hablarme de su pasado...? Quisiera saber más... Yo... — le rogué tras un corto trago de mi café.
Pese al azúcar en su interior, me resultaba tan amargo como la misma sensación que Daniel me hubo dejado tras haber desaparecido por la puerta de ese modo.
— No creo que sea el indicado para ello — respondió Carlos soplando el humo que despedía su taza. Parecía estar planteándose algo dentro de su cabeza —. Luna... me gustaría hacerte una pregunta. Quizás sea muy directa por lo que no debes sentirte obligada a contestar si eso es lo que quieres — reaccioné moviendo afirmativamente la cabeza a lo que él preguntó —: ¿Cómo te sientes al lado de Daniel?
Me llevé ambas manos a la boca.
— ¿Cómo me siento...? Yo... Puede que al principio no le soportara, pero luego quise protegerlo, que compartiese sus cargas conmigo... Y continúo pensándolo, sinceramente me da igual en que trabaje... Sigue siendo un ser humano. Sigue siendo Daniel. Sin embargo — mi voz se trabó —, pese a tocarle, escucharle, sonreírle... parezco estar tan lejos de él... Como a kilómetros de su corazón...
Me retorcí las manos.
— Entiendo — dijo Carlos en apenas un susurro seguido de un generoso trago de café —. Es solo cuestión de tiempo, supongo. Ahora deberías descansar, yo me encargaré de traer de vuelta a ese cabeza de chorlito. De noche estas calles no son el mejor lugar para tomar tranquilamente un paseo. Hasta para alguien como él. Al regresar te llevaré a casa. Sería mejor si pidiésemos un taxi.
— ¡No, yo voy contigo! — tiré de su manga antes de que me dejase atrás —. Así podremos encontrarle antes...
— Lamento ahogarte la fiesta, Luna, pero tu sentido de la orientación es tan pésimo como una tortuga coja participando en una maratón. Lo mejor será que esperes aquí no quisiera tener que buscar a dos personas en lugar de una. Cálmate, no tardaré demasiado — me besó de nuevo la frente con sus labios cálidos y aterciopelados —. Aguarda aquí.
Sin darme otra oportunidad de poder explicarme, Carlos se arrebujó en su gabardina gris antes de salir al exterior. Nada más abrió la puerta una ráfaga de aquella noche relente se coló en la casa por lo que Carlos se marchó con prisa. Acto seguido, cerré los párpados. ¡No podía quedarme allí, Daniel me necesitaba...! ¡Estaba solo...! Y... triste... Me oculté los ojos tras las manos. ¡Ag, maldición! ¿Por qué seguía esforzándome en formar parte de su vida?, ¿para ser rechazada de nuevo? ¿Por qué me empeñaba tanto en atravesar la coraza de Daniel y alcanzar de lleno su corazón? «Aunque es inevitable ya que el amor es tan dulce como doloroso y en la mayoría de los casos te ciega hasta el punto de no ver otra cosa que a esa persona », súbitamente las palabras de Carlos retumbaron dentro de mi cabeza. Tragué saliva. ¿Y si...? Volví a tragar saliva. ¿Yo estuviera...?
Amor, amor, amor, amor..., escuché en mi cabeza mientras ésta palpitaba junto con un ruido sordo.
— ¡Ni hablar!, ¡no es posible! — exclamé a la par que reía nerviosa.
Miré el reloj, eran las siete en punto. Estaba decidida. Antes de dar más vueltas al asunto y en menos que canta un gallo, me puse el abrigo y bajé las escaleras de tres en tres a un tiempo récord.
Voy a encontrarte. Sí o sí. Lo prometo, Daniel.
Al igual que le ocurre a un turista al llegar a un lugar desconocido y que no tiene idea en donde pone los pies, me aventuré sin conocimiento alguno en su búsqueda. Las luces de las farolas ya se habían encendido al igual que los escaparates de las tiendas. Y pese a la bóveda oscura de la noche, la ciudad se hallaba en constante movimiento. Me detuve frente a un escaparate en el cual se mostraban televisores de distintos tamaños, en uno de ellos televisaban varios productos de cosmética, en otro una colección ilimitada de cuentos infantiles o bien una gama de cuchillos japoneses ideales para el uso de cocina. Arrugué la nariz, en apenas el poco tiempo que había salido de la casa ésta ya había adquirido el mismo color que mi chaleco escolar, completamente colorada. Me identifiqué como el reno de Navidad que salía en uno de los cuentos presentes en una de las televisiones.
¿Dónde podrá estar? Pensemos, si yo fuera Daniel... ¿en qué lugar me alejaría de todo y de todos?
Avancé entre la colorida y ruidosa calle hasta finalmente detenerme frente a un paso de cebra. Suspiré. Carlos tenía razón, si no conocía siquiera en donde yo misma me encontraba, ¿cómo podía pretender encontrar a Daniel? Si al menos dispusiera de un teléfono móvil las cosas podrían verse de una manera distinta y sobretodo más fáciles. Suspiré con mayor energía que antes, tanto que una señora flacucha que también aguardaba al semáforo en verde me dedicó una fea mirada.
Le gustan los lugares altos... pero en esta ciudad hay muchos sitios que cumplen esa descripción. Tardaría una eternidad en revisar cada uno. ¿Y ahora qué hago?
« Tienes que aprender a mirar sin depender de tus ojos... », me dijo una voz femenina.
Sobresaltada, meneé la cabeza de un lado a otro, sin embargo, de entre las personas que estábamos esperando en la acera tan solo se encontraba una mujer y se trataba de aquella señora flacucha a la que le había molestado mi suspiro. El resto eran hombres. ¿Entonces cómo podía ser posible...?
« Explora tu mente... déjame despertar de mi largo sueño... Te lo ordeno, ha pasado demasiado tiempo... », prosiguió la voz.
Retrocedí un paso, ya que de pronto pareció que la pesadilla más voraz se iba cerniendo sobre mí y en el preciso instante que se apagó la susodicha voz, igual que en una película de cine negro de los años cuarenta todo a mi alrededor se volvió oscuro. Al igual que esa vez... en que fui niña... y esa sombra quiso matarme... Poco a poco los coches dejaron de moverse, los ciudadanos empezaron a adoptar la postura de una estatua de hielo y el único sonido audible en aquel desolador ambiente fue esa voz femenina. Tuve miedo. ¿Qué estaba pasando? Por propia experiencia sabía que lo peor en tales casos era quedarse quieta. Así pues, corrí hacia delante temiendo que alguien me sorprendiera por detrás. Y por más que avanzaba la susodicha oscuridad no terminaba nunca. Ni siquiera estaba segura de moverme del mismo lugar, apenas era capaz de ver nada.
¿Y ahora qué se supone que tengo que hacer?
Entonces... un tintineo similar a quien tañe una campanita acaparó por completo mi atención.
Parece que tenemos compañía.
— ¿Quién anda ahí...? ¿Hola? — pregunté con voz débil.
Una sombra blanquecina atravesó la oscuridad cuan cuchillo afilado a una velocidad que creí inverosímil. Conforme se fue acercando a mí, me di cuenta que en realidad se trataba de... ¿una muñeca de porcelana? Me froté los ojos, incapaz de creerlo. Efectivamente, era una muñeca de porcelana de rostro cadavérico, tirabuzones azabaches y con un camisón blanco y harapiento. Por consiguiente, la muñeca se derrumbó junto a mis pies sin romperse por ello.
¿Una muñeca?, ¿pero qué...?
Con el corazón escalándome vertiginosamente por la garganta me dispuse a recogerla cuando ésta movió su boca carente de expresión. La misma voz femenina de antes se hizo ahora notable y ante mi horror, comprobé que salía únicamente de aquella misma muñeca de porcelana.
— Ha pasado demasiado tiempo... debo retornar... debo ser una como anteaño... Ha pasado demasiado tiempo... desde que me encerraron en este lugar... en tu cuerpo...
Caí de costado a causa de la brutal impresión que causaron sus palabras en mí.
— ¿Quién e-eres t-tú? — balbuceé con horror —. ¿Qué es este lugar?, ¿qué quieres de mí?
— Debo retornar... antes de que sea demasiado tarde... — repitió la muñeca y se erguió sobre sus deformes piernas. De ese modo caminó hacia mí tan deprisa como éstas le permitieron —. Déjame retornar... Déjame poseerte... Te lo ordeno... — la muñeca movió sus ojos de cristal de arriba abajo y luego estos dieron igual de vueltas que una lavadora enloquecida.
De inmediato, se me hizo un nudo en el pecho.
— No sé de qué me hablas, esto debe tratarse de un mal sueño... Quizás me haya desmayado en plena calle. Dios mío, qué horror...
— No podrás resistirte por siempre... Al final despertaré y mis poderes saldrán a la luz... — la muñeca asintió junto con un crujido —. Una vez se cumpla el pacto... podré despertar... Fue el destino quien hizo que acabase dentro de ti... ya que tú serás la persona más importante en su vida...
Era incapaz de comprender nada en esa situación y semejante ambiente.
— ¡No quiero tener nada que ver contigo! — exclamé acelerada, arrastrándome hacia atrás —. ¡Aléjate de mí!
Solté un chillido en el preciso instante en que a la muñeca comenzaron a temblarle las extremidades pareciendo un auténtico cascanueces que bailaba al son de un ritmo macabro. Otro grito salió disparado de entre mis labios al caer de sus ojos de cristal... lo que parecían tratarse de unas lágrimas brillantes y de color escarlata conforme giraba la cabeza hasta lograr formar una vuelta completa de 360º, así una y otra vez. Y sin darme ni un solo segundo para reaccionar... la muñeca se abalanzó contra mí con la boca abierta a la par que mostraba unos dientes tan puntiagudos como amenazadores.
Y entonces, desperté entre un montón de gente que me era desconocida.
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