Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

7. Secretos



— ¿Un partido? ― repetí con curiosidad al tiempo que dejaba a un lado el libro de biología. Acto seguido, me aparté de los ojos unos cuantos mechones que se me hubieron desprendido de la diadema a causa del viento que nos acompañaba en aquella tibia mañana. Tanto Daniel, Carlos y yo nos encontrábamos en uno de los tantos céspedes del patio exterior disfrutando de unos merecidos minutos de recreo —. ¿Te refieres a ti y tu equipo, los Tigres?

― ¿Quiénes, sino?, ¿acaso esperabas la invitación de algún futbolista de élite? ― respondió Carlos asintiendo con una pequeña inclinación de cabeza ―. Será de aquí a unas semanas, esta vez nos tocará contra los Piggers, equipo de fútbol del instituto Einstein. ¿Te suena ese nombre, verdad? — ante esto último, giró el cuello hacia su amigo, quien se entretenía contando nubes en el cielo con el dedo en alto al igual que un niño. ¡Menuda novedad! Carlos añadió de lo más animado —: ¡Seguro que los amigos de Daniel apreciarán enormemente su visita!, no olvides llevarles algún presente. Sería de mala educación aparecer con las manos vacías.

Daniel se dirigió a él con una expresión soñadora antes de contestar.

— El único presente que alegraría a esa calaña serían mis propias manos servidas en bandeja y lo tienen muy difícil — acto seguido, levantó ambas manos para así darse un beso en cada una —. Me va la vida en ellas — luego bostezó al igual que un hipopótamo, tumbado a la bartola sobre la hierba, con los pies completamente desnudos y el libro de matemáticas tapándole la cara a modo de gafas de sol ―. Venga, espagueti. ¿En serio quieres que vaya a verte jugar?, conoces de sobra mi opinión. No lo soportoooo — se quejó, ni corto ni perezoso —. Un puñado de tíos corriendo detrás de un balón, ¿qué sentido tiene eso? Más bien, ¿qué sentido tiene el deporte en general? Tienes que moverte, gastas tiempo y... y... — se rascó el cuello con vaguería, parecía a punto de dormirse —, ¿he dicho que tienes que moverte demasiado? Ya de por sí me cuesta tener que levantarme todos los días y alargar el brazo para apagar el maldito despertador. ¿Y luego para qué?, ¿para ver vuestras caras? Menudo fastidio — se burló ante esto último.

Carlos enarcó una ceja.

Ja, no me resulta demasiado difícil imaginarle encendiendo o apagando el televisor con el mando agarrado a cualquier palo con esparadrapo.

— Dime una sola persona famosa que apruebe tu teoría — le retó Carlos junto con una mirada desafiante.

El madrileño titubeó por unos momentos, parecía que por primera vez desde que le había conocido se empleaba a fondo por estrujarse los sesos.

Eso o que acaba de acordarse de que necesita ir urgentemente al retrete.

— El sabio Homer Simpson — carcajeó al cabo de un rato con una amplia sonrisa, fingiendo a su vez que se colocaba sobre el estómago una lata de cerveza invisible.

Una extraña expresión se adueñó del rostro de Carlos y no era para menos. El ejemplo expuesto por su amigo no tenía nada que ver con los ideales que Carlos tanto valoraba: un duro esfuerzo, seguido de un trabajo constante y si la ocasión lo quisiese, una recompensa. Mientras que Daniel... todo aquello podía resumirse en una sola palabra: suerte. Suerte de encontrarse una moneda al cruzar la calle, suerte de entrar en una cafetería y que alguien muy apurado dejase a medio empezar su desayuno o suerte porque al salir de fiesta no se encontrase lo suficientemente ebrio cómo para olvidarse del camino a casa.

— Muy gracioso. Sin embargo, no dudas a la hora de escalar como un condenado babuino por cada tejado o árbol que te encuentras. ¿Acaso eso no implica esfuerzo?, ¿o en tu mundo de baldosas amarillas no es así? Interesante — añadió Carlos mientras se acariciaba el mentón al igual que un científico chiflado.

Daniel hizo un gesto de mano como diciendo que no estaba por la labor de ponerse a discutir. Y mucho menos con él.

― Tampoco hace falta que te enfades, tontín, si sabes que soy tu mayor fan ― el madrileño adoptó una voz femenina al tiempo que movía los brazos y piernas cuan animadora enloquecida. O más bien... una animadora que tenía un ataque epiléptico ―: ¡Ay, guapo!, ¡te queremos! ¡Dame una c!, ¡dame una a!, ¡dame una... eh...! ¿Eh?― carraspeó apurado ―. Ejem. Yendo directamente al grano, se te...

Señor, lo que hay que oír...

― Ya es suficiente ― a modo de represalia, Carlos tomó el libro de matemáticas con la intención de volverlo a dejar caer sobre la cara de su amigo —. Recuerda que ahora Luna se encuentra con nosotros y por mucho que te esfuerces en ignorarlo es una chica — le recordó enfático —. Te aconsejaría que controlases un poco ese lenguaje tuyo, ella podría sentirse ofendida — tras darme una palmada sobre los hombros, añadió —: Por favor, discúlpale.

— ¡Yupi...! — refunfuñó Daniel con suave bravata a la par que se cruzaba de brazos.

Sonreí.

― Por mí de acuerdo, iré al partido. ¿Hay que vestirse de una manera especial? ― le pregunté a Carlos antes de que Daniel hiciese uno de sus tantos números acerca de lo problemáticas que eran las mujeres.

― ¿Eso es un sí? Perfecto, pues — Carlos en verdad parecía contento —. No, ¡por supuesto que puedes venir como más te plazca! En todo caso somos los jugadores quienes debemos presentarnos con el traje deportivo. Será divertido, Luna — me animó con un tono tan cariñoso que no pude evitar sonrojarme.

― No me mientas a la cabeza de cerilla — soltó Daniel y sacándome a propósito la lengua —. Es muy importante que lleves vestido escotado, tacones altos y pinta labios rojo chillón, ¿en qué mundo vives que no sabes cosas como esas?

― ¿En s-serio...? ― susurré con los nervios a flor de piel ante las nuevas noticias —. Entonces debo c-c-comprar cada una de esas cosas o quizás mamá tenga algo por ahí guardado... Aunque lo dudo mucho.

Daniel soltó una risotada de lo más estridente.

― ¡No le hagas ningún caso, Luna! ― exclamó Carlos tapándole la boca al madrileño —. Tan solo estaba bromeando.

— Ya, ya. Pero estoy seguro que por unos segundos has deseado ver a cabeza cerilla de ese modo — Daniel se acercó a la oreja de su amigo al igual que una serpiente quisquillosa y entonces, entre pausados susurros, le dijo con un tono burlón y desquiciante —: la seda dibujando cada curva de su cuerpo y si te apuras... podría transparentarse alguna que otra sorpresa.

¡Será...!

De repente, Carlos se puso tan, tan, tan rojo que se vio en la obligación por primera vez enfrente de mí de utilizar su inhalador de asma. Algo que yo desconocía hasta ahora. Daniel, arrepentido por ser el único causante de aquel pronto en su amigo, recuperó el inhalador que se le hubo caído a Carlos de entre las manos debido a su pulso nervioso y fue él mismo quien se lo acercó a la boca. Cuando finalmente Carlos logró tranquilizarse también recuperó el brillo en sus ojos.

— Lo siento mucho — farfulló Daniel con cargo de conciencia.

— No ha pasado nada por lo que debas disculparte, te agradecería que en estos casos dejases de tratarme como a un enfermo que es incapaz de valerse por sí mismo — le reprochó Carlos entre ofendido y malhumorado, guardándose de nuevo el inhalador en el bolsillo —. ¿No lo crees así, Luna?

— Oh... deberías haberme mencionado que... — dije con cautela.

Carlos arrugó el entrecejo.

— No vi importante hablar de algo cuanto menos insignificante — replicó Carlos que se mostraba verdaderamente reacio ante el tema. Al advertir mis ojos vidriosos, añadió veloz —: Oh, por favor, Luna... lo último que querría es despertar lástima ante los demás. Dentro de lo que cabe hay cosas peores — añadió con sinceridad.

— ¿El entrenador es consciente de ello, cierto? — le pregunté sin atender a sus palabras.

Daniel me miró con una expresión de horror al tener yo el atrevimiento de preguntar algo así.

— Vete a meter tu hocico en una de esas novelas cliché, cabeza de cerilla — me dijo Daniel contundente.

Cállate.

— ¿Por qué?, en el momento que menos te lo esperes a Carlos podría darle algo parecido en pleno entrenamiento. O incluso peor. ¿Acaso no te importa que...?

— Agradecería que zanjásemos el tema ahora, Luna. Nunca me ha pasado nada malo ni me pasará, sé cuál es mi límite y hasta dónde puedo llegar. Si me veo incapaz de continuar en cualquier entrenamiento o partido tomaré personalmente la correspondiente medida — opinó Carlos.

¡Hombres!, ¡parece que no hay otra cosa que más odien que descubras sus puntos débiles! Aún así, no pienso pasar el tema por alto. Al igual que Carlos ha cuidado de mí yo lo haré a partir de ahora con más motivo.

Cerré el libro con un ruido seco. Llevábamos siendo amigos desde hace unas cuantas semanas (en la medida que cabe, el mal rollo con Daniel se había suavizado). Era sorprendente lo rápido que trascurría el tiempo pues aún me acordaba con total claridad de mi primer día de instituto. Carlos siguió mostrándose tan encantador conmigo como lo hizo desde un principio. Un príncipe rubio de cuentos de hadas, con lenguaje correcto, amable y atractivo. Irradiaba tanta luz como el sol y gracias a él había conseguido respeto dentro de las paredes del instituto. Su sola presencia me hacía sentir protegida y que nada ni nadie podría dificultar mis metas. Aunque por desgracia seguía cumpliendo a rajatabla mi papel de sirvienta personal de Lucía.

Daniel, por el contrario, seguía con su divertida rutina por sacarme de quicio o bien aprovecharse de mi carácter inocente con cosas como la que ahora mismo acababan de pasar con respecto al vestido. Pese al tiempo aún no había logrado conocerlo del todo, pues al salir en alguna que otra conversación temas personales, por ejemplo acerca de la familia, él cambiaba de asunto o se marchaba solo a cualquier otro lugar con todo tipo de pretextos. De lo que sí podía estar segura es que Daniel era una persona especial con un mundo muy particular en su interior al que solo le había permitido entrar a Carlos. Quizás ahí se mostrase su vulnerabilidad, algo que le avergonzaba o bien se esforzaba en ocultar al resto del mundo. Y eso me hacía preguntarme una y otra vez, ¿de qué se trataba? ¿Por qué tanto empeño en mantenerlo oculto? ¿Cómo era realmente Daniel Sanz?

Súbitamente, Carlos acarició mi mejilla, haciéndome volver a la realidad.

― Si tengo la más mínima oportunidad de marcar un gol te lo dedicaré a ti, a cambio debes animarme más que ninguna otra chica presente en las gradas — añadió Carlos con encantadora simpatía.

― ¿Ah? ¿Y no habrá nada para mí? Te parecerá bonito ― dijo Daniel mientras daba una vuelta en el césped, al igual que un rodillo, con el objetivo de colocar su cabeza encima de mis muslos. Rápidamente... pensé que iba a ser víctima de un síncope ante la repentina parada del latido de mi corazón ―. Luego habrá que jalar algo, digo yo. Estar soportando a las fans de espagueti agota tanto psicológica como mentalmente. Ag... es matador. Y tranquilos, ¡que a ésta invita el menda! Eso y a unos cuantos tragos — se ofreció tras guiñarme un ojo.

¿A qué vino eso? Sé perfectamente a lo que te refieres con tragos. Alcohol. Los menores de edad como yo no pueden tomarlo. Es la ley. Y aunque tú parezcas desentenderte de ella hay quienes somos más honestos.

― ¿Y será esta la vez que puedas permitírtelo? — le preguntó Carlos que pareció un autentico sabueso policía —. Además, no es muy aconsejable salir contigo... Puede que yo esté acostumbrado a tus numeritos, sin embargo, no considero oportuno... que Luna te vea en semejante estado. ¿No lo crees?

Daniel se quedó en silencio durante un largo rato.

― ¿Por qué? ― preguntó al fin con aire bobalicón.

― Sí, ¿por qué? ― le seguí.

― No le hagas ningún caso, cabeza de cerilla, sin mí no empieza la fiesta en ningún lado — respondió chulo —. ¡Ostias, ahora que hemos sacado el tema de la comida!, ¿has pensado ya en alguna dieta? — me preguntó Daniel como si nada, observándome pícaro a través de sus luminosos ojos —. Tienes la suficiente chicha en las patas cómo para que se me hunda la cabeza.

Ag, ya empezamos... parece que no tiene otro tema de conversación que no sea yo... y mis innumerables defectos.

— ¡Pues quítate de encima, so tonto! — le reproché con gran embarazo —. ¡Nadie ha dicho que puedas estar ahí! ¡O quizás es que tú tengas la c-cabeza d-demasiado pequeña!

— Dije que se me hunde la cabeza no que quiera quitarme — dijo Daniel con diversión, pero de poco le duró aquello pues su sonrisa se esfumó de golpe nada más alcanzó a ver a lo lejos a una joven mujer con enormes gafas de sol y bolso de pelo blanco. Inmediatamente, ella le saludó con una de sus finas manos y al sonreír envidié su bonita sonrisa. Aguardaba a unos metros de nosotros en la acera de enfrente a la puerta principal del instituto. Acto seguido, Daniel levantó la cabeza de mis muslos —. Mierda... se me había olvidado. ¿En qué estaría pensando?

— ¿La conoces? — se me escapó.

Daniel negó con la cabeza.

— Claro que no, debe de estar saludando a... — quiso encubrirse.

— Detrás nuestra no hay nadie, Daniel, ni a la izquierda ni tampoco a la derecha. Así que no digas más mentiras, es evidente que te está saludando a ti — le interrumpí recelosa.

Tras ponerse en pie, él alzó ambas manos al mismo tiempo.

— ¡Es una amiga de mi prima! — dijo Daniel veloz, sonando demasiado convincente —. Me saltaré las tres últimas horas de clase.

Sorprendentemente, Carlos prefirió no comentar al respecto, aunque su rostro avinagrado ya decía demasiado por sí solo. Y eso únicamente podía significar problemas o bien que algo no era del todo correcto.

¿Y si le ha pasado algo a sus tíos? Tengo entendido que vivió con ellos de niño, ignoro el paradero de sus padres. Nunca habla de ellos.

— ¿Está todo bien? — le pregunté en estado de alerta —. ¿Tus tíos están...?

— La mala hierba nunca muere — rió Daniel de manera forzada y sin ninguna intención de explayarse sobre el asunto, se dispuso a abandonarnos. De no ser por Carlos lo hubiese hecho sin las botas puestas —. No aprovechéis que os dejo solos para hacer guarrerías, ¿eh? Luego te llamaré al móvil, espagueti. ¡Hasta luego!

Se alejó arrastrando presuroso la suela de sus botas y tras eludir sin problemas al vigilante de la puerta (es la ventaja de saltar el muro a lo camicace), alcanzó a la mujer en menos de un minuto. Sin ser consciente, hundí las manos en la tierra cuando él la tomó por la cintura y ambos cruzaron la carretera hasta desaparecer entre el tumulto ajetreado de la ciudad. En ese momento sentí como una bola de pinchos descendía lentamente por mi garganta hasta caerme en el estómago y de ese modo lo agujereaba centímetro a centímetro, inyectando así su ácido veneno. Opté por permanecer en silencio pues no sabía muy bien si gritar o bien correr en su búsqueda. No era tan tonta como para creer que esa chica era la conocida de su prima. Quizás... se trataba de una de esas "amigas" que coleccionaba como muñecas en un cajón y quedaba con una tras cansarse de la anterior. Daniel era un mujeriego sin remedio, desde que andaba con ellos a menudo solía acudir a citas. Y eso que supuestamente tenía novia... la hija de la señora que servía en cafetería. No me di cuenta que mis manos habían quedado por completo sepultadas hasta que Carlos me preguntó con voz afable:

— ¿Todo va bien?

— ¿Tú la conoces, Carlos? Me refiero a esa chica con quien se ha ido — le exigí saber con dureza.

Carlos reflexionó por momentos.

— Digamos que es una conocida del trabajo. Ambos tienen en concreto un asunto por atender.

— Oh, no sabía que trabajaba... Aunque claro, es imposible adivinarlo cuando se muestra igual a como puede hacerlo un libro cerrado. ¡Cerrado a su vez con pegamento, cola y adhesivos! — Carlos rió sin maldad —. Debía ser alguien muy cercano a él como para agarrarla de ese m-modo.

Se hizo un incómodo silencio hasta que Carlos lo irrumpió con voz sosegada:

— No tienes que envidiarla nada, Luna. Tranquilízate, no merece la pena ponerse así. Si me lo permites — Carlos sonrió con cierto apuro —, eres una mujer de lo más dulce y bonita. Come il primo germogliare fiori di ciliegio in primavera (como la primera flor de cerezo que brota en primavera).

Le dediqué otra sonrisa tímida y pese a no haber entendido esto último, fui incapaz de sostenerle la mirada.

— Lo dices porque somos amigos y los buenos amigos siempre tratan de animarse entre ellos... aún con mentirijillas piadosas — tartamudeé.

— Yo siempre digo la verdad — rió Carlos con la mano apoyada en la parte izquierda de su pecho —. Si bien es cierto que a veces es mejor mentir piadosamente a herir enormemente.

— ¿Y eso se aplica a tu cumplido de antes? — mi ilusión fue aminorándose conforme dijo una palabra tras otra.

Pues a cualquier chica le gusta que le digan lo bonita que se ve.

— ¡Por favor!, cualquiera en su sano juicio o sin problemas de vista sería capaz de ver tu atractivo — me sonrió Carlos de un modo entrañable.

— Ssssshhhhhhh, ¿acaso quieres ruborizarme más de lo normal? — exclamé ante su diversión —. A propósito, ¿has logrado al final encontrar algo nuevo con respecto a mi rosa? Cuando la viste parecías tener ciertas dudas — añadí tras estirar frente a sus ojos la mano marcada.

A Carlos se le borró la sonrisa de inmediato.

— Me temo que no, los libros que tratan sobre esos temas no se venden en la tienda de la esquina. Me carteé con mi padre para que me mandase por correo un libro en concreto. Dado que viene desde Italia — una repentina ráfaga de viento le desordenó el pelo hasta el punto de formársele flequillo —, tardaré en recibirlo.

— No deberías tomarte tantas molestias, esto nunca me ha dado problemas — repuse.

— Eso no significa nada — dijo él, sacudiendo la cabeza —. El mar en calma también puede resultar igual de peligroso a cuando hay una tormenta. Mmmmm, ¿de veras no recuerdas cómo te lo hiciste?

Se me puso la carne de gallina ante la poca distancia que se formó entre uno y otro.

— Al igual que las cincuenta últimas veces te repito que no... — intenté sonar sincera.

Él ladeó la cabeza.

— ¿Quién miente ahora, Luna? — mi actuación no había sido lo suficientemente convincente ante sus ojos, los cuales se ensombrecieron al proseguir —: En cierto momento dijiste que aún recordabas a un ángel de negro entre la blanca nieve.

Me estremecí hasta quedarme por completo tan fría e inmóvil como una estatua esculpida en hielo.

Estoy hablando con Carlos y no con Daniel. A él es imposible engañarle.

— Yo... lo soñé... No tiene importancia. Deberías dejar de preocuparte tanto por mí, ya tuve suficiente con prometerte ir acompañada a todos los sitios del instituto por ti o por Daniel. Antes te faltó muy poco para meterte al baño de chicas conmigo.

— Soy dado a tomar siempre precauciones a luego arrepentirme de los hechos — supe que con ello se refería a lo del cubo con pescado y a Lucía —. Este símbolo no me inspira ninguna confianza y mucho menos cuando desconoces su origen y finalidad. En fin, los amigos se toman ese tipo de molestias, ya sabes — los ojos azules de Carlos se abrieron como platos.

Es un símbolo y no una bomba con cuenta atrás.

— ¿De verdad un amigo hace esto por una chica? — le pregunté con gesto estúpido. Carlos, todo saber y conocimiento no supo cómo responder a eso y un alivio se reflejó en sus ojos al exclamar —: ¡Oohh..., ahora que caigo! ¡Daniel me prestó su cuaderno de lengua y literatura para que le revisase unos cuantos dictados y aún no se lo he devuelto! No contaba con esa mujer... Oh, señor. Mañana lo necesitará sin falta. ¿Qué v-voy a h-hacer?

— Entonces no hay problema. Conozco donde se encuentra su clase de diversificación. Dámelo ahora, se lo dejaré en la cajonera en un santiamén — se ofreció Carlos.

Daniel había repetido varias veces el bachillerato, es por eso que aún con diecinueve años seguía paseándose por el instituto. El claustro de profesores hubo decidido en su momento meterlo en una clase de diversificación con la esperanza de que eso le ayudase a mejorar. Y ante todo, avanzar.

— ¡No!, quiero decir... Es mejor dárselo en persona, es más, tiene otros ejercicios que aún no ha hecho — farfullé nerviosa.

— Ah, así que se trataba de eso. Haría falta un milagro para que dedicase tiempo a ello, pero teniendo en cuenta lo inquieta que estás nos acercaremos a su casa después del instituto. ¿Más tranquila ahora? Será mejor que le llame — por consiguiente, se sacó el teléfono móvil del bolsillo y aguardó en silencio. Al primer intento le colgaron y al segundo le salió el buzón de voz por lo que comunicó —: Luna y yo nos pasaremos después por tu casa. Estate preparado. Ciao (adiós).

— ¿Daniel no vive con sus tíos? — inquirí perpleja.

— Desde los catorce años vive por su propia cuenta — respondió Carlos con las pupilas fijas en una de las marcas del pie que Daniel hubo dejado grabada sobre la tierra blanda —. Una pregunta sin importancia, ¿te encuentras lo suficientemente descansada?

Después de finalizar las clases, Carlos condujo la bicicleta (conmigo sentada detrás) entre el centelleante y ruidoso ambiente de Minota, levantando cierta gravilla con cada zigzagueo a través de las abarrotadas carreteras. Estaba algo asustada, pues pese a ir por el carril bici nos encontrábamos muy cerca del resto de automóviles y la fatal sensación de ser derribada o rozada por alguno de estos me carcomía por dentro. Eso hizo que me aferrase con mayor fuerza al torso de Carlos sin ya importarme ser el centro de atención ante los ojos ajenos.

— Ahora más que nunca estoy en desacuerdo con Daniel. No entiendo por qué insiste en referirse a ti como "tabla de planchar"— comentó Carlos con sarcasmo.

— Fingiré no haber oído eso, estoy demasiado concentrada en no caerme — susurré y luego de cruzar una esquina, en donde un tumulto de personas se congregaban en plena puerta de una papelería, escondí el rostro contra su espalda.

Después de haber recorrido un gran tramo del trayecto, Carlos se desvió del carril hasta poder bordear unos cuantos edificios de ladrillo, cruzar un semáforo y atravesar todo recto un parque infantil de columpios coloridos. Algunos niños sonrientes nos saludaron con la mano al vernos pasar. Finalmente, al dejar a nuestras espaldas unas cuantas casas particulares con sus respectivas y cuadriculadas parcelas de césped y sus buzones, nos encontramos con un ambiente más sencillo. Una mujer con bata color rosa chillón que tendía ropa en el tendedero nos observó de reojo tras sus gafas de montura. Habíamos abandonado la zona lujosa y atractiva de Minota para adentrarnos en una algo más humilde. Un grupo de adolescentes en pleno descampado jugaban a librar batallas medievales con palos de madera o bien practicaban pasos de baile que parecían de hip hop. Uno de ellos, de ropa holgada y gorra en la cabeza, saludó a Carlos amistosamente con un movimiento de mano. Carlos le devolvió el gesto al cesar con cuidado el pedaleo.

— ¿Los conoces? — le pregunté con curiosidad.

— Así es, desde hace unos años. El que me ha saludado se llama Eric, si no vengo aquí a visitar a Daniel suelo ayudarle a él con los estudios. No le juzgues por su aspecto, es mucho mejor persona que otros de etiqueta que vemos todos los días en el instituto.

Eric se acercó a nosotros tras una rápida carrera y, al conseguir alcanzarnos, volvió a saludar a Carlos con el enérgico abrazo que se dan los hermanos de sangre. Ahora que le tenía tan cerca pude observar su tez pecosa, sus ojos profundos y su sonrisa traviesa. Los paletos en su dentadura estaban ligeramente separados el uno del otro, dándole cierto encanto.

Aunque Daniel sabe presumirlos mejor.

Era fuerte, pero no tanto como Carlos y su voz sonaba grave y ante todo amistosa.

— ¿Qué tal estás, tío? ¿Y tu vieja? — le preguntó Eric una vez se separaron.

— Ya me conoces, no puedo quejarme. Mi querida madre sigue igual que siempre, ocupadísima en sus restaurantes y desfiles de moda — respondió Carlos y al ofrecerme su mano para bajar de la bicicleta, Eric cayó en la cuenta de mi presencia.

Como un acto reflejo, me escondí inmediatamente tras la figura de Carlos.

— Creo que a tu novia le doy miedo, tampoco la culpo — rió Eric condescendiente.

¿Novia?, ¿Carlos y yo? Imposible, ¿cómo se la ha podido pasar semejante cosa por la cabeza?

— Perdónala, es algo vergonzosa. Y más cuando se trata de extraños — Carlos se disculpó en mi lugar —. Es una buena amiga, se llama Luna. Quizás a partir de ahora la veas más a menudo por aquí. Vinimos de visita.

— Entiendo, el madrileño debe estar por casa. Le vi hace poco fumarse un piti en la azotea. ¿No se habrá metido en un lío o algo así? — preguntó Eric con sincera preocupación.

— Sí con lío te refieres a que se olvidó su cuaderno de literatura supongo que sí, está metido en un lío de los gordos — respondió Carlos encogiéndose de hombros.

Eric soltó unas cuantas risotadas, reluciendo por ello una bolita en el centro de su lengua.

— Es divertido como el pequeño actúa de adulto y el adulto de pequeño — exclamó Eric y dándole una palmada amistosa a Carlos en el hombro, añadió —: Ya nos veremos, deberíamos salir a divertirnos en alguna ocasión. Ya sabes, lejos de tanto libro y calculadoras. Luna también puede venirse.

Sus ojos penetrantes se posaron en los míos y tuve el presentimiento que en aquel preciso instante mi rostro podría haber servido fácilmente para freír un huevo frito. Incluso hasta dos.

— Sí, cuídate mucho, Eric. Y ya sabes, cualquier cosa que necesites estoy a unos pocos pasos — dijo Carlos.

— Quien dice a unos pocos pasos dice a varias zancadas de hormiga. Igualmente, colega — Eric se despidió con otro cálido abrazo y a mí, al verme más pasmarote que un bicho palo congelado, besó mi mejilla antes de retornar junto con su grupo de amigos, quienes ahora se dedicaban a correr y hacer volteretas en el aire.

— ¿De verdad Daniel vive aquí...? — pensé en voz alta.

Entonces, Carlos me señaló un lugar en concreto, entendiendo ahora el por qué me había preguntado en el instituto acerca de mi condición física.

Oh... vaya.

Nos encontrábamos frente a un piso de apartamentos algo viejos y cuyas paredes eran igual de grises que tristes. Ciertas humedades con pigmentos mohosos se dejaban ver por montones. El viento trajo consigo un ligero toque hediondo y las tuberías que se deslizaban a ras del edificio se hallaban oxidadas la gran mayoría, en cuyo interior incluso podían escucharse ciertos pasos, como el que hace una rata o algún bicho similar al moverse. Parecía todo un milagro que aquel edificio aún se mantuviese en pie, aunque dudaba mucho que soportase un terremoto por muy ligero que éste fuese.

— Sí, justamente en la azotea. Sorpresa — me respondió Carlos aún señalando dicha zona y ante mi perpleja mirada, añadió sinceramente consternado ―: a mí también me hubiese gustado que viviese en un sitio más normal sin riesgo de caerse en picado a la mínima oportunidad.

La azotea se encontraba sin medida alguna de seguridad, expuesta completamente al aire y el sol. En el mismo centro se alzaba una pequeña estructura a base de yeso blanquecino, supuse que el interior sería el hogar de Daniel. Eso o que dormía al aire libre. Carlos me tomó de la mano al disponernos a subir las escaleras de emergencia que escalaban el edificio en forma de caracol. Aquello parecía no tener final, pero tampoco quise parecer una quejica delante de Carlos. Con cada peldaño metálico sucumbían mis fuerzas y una vez sentí el calor del sol sobre mi cuero cabelludo tras tocar de nuevo suelo firme, suspiré aliviada. Sin embargo, Carlos, quien había pedaleado una considerable distancia y ahora esto, parecía más fresco y sano que una manzana. Opté por no mirar abajo por miedo a chillar. A diferencia de Daniel, no compartía en absoluto su gusto por las alturas.

— Desde este ángulo tienes buenas vistas — dijo Carlos con las manos sobre la cintura entretanto contemplaba el panorama desde una posición tan elevada.

Las casas parecían de muñecas y las personas hormigas en continuo movimiento.

Buenas vistas tal vez. Aunque yo no viviría aquí ni regalado.

Quizás habíamos armado demasiado jaleo debido a que la puerta de la casa se abrió de pronto y al mismo tiempo apareció Daniel, cargando una enorme cesta con lo que parecía tratarse de ropa sucia. Vestía apenas y aún en las fechas que estábamos, unos pantalones cortos que parecían incluso un bañador, unas chanclas de playa mientras que su... pecho delgado aunque contorneado estaba completamente expuesto. Me ruboricé al instante.

No debo mirar... no debo mirar...

— ¿Qué hacéis aquí? — paseó la mirada de uno a otro con incredulidad —. Será mejor que os vayáis cagando leches... tengo un asunto entre manos.

— ¿Quizás no escuchaste mi mensaje de voz? Oh... En ese caso no tardaremos, Luna quiso regresarte tu cuaderno de literatura — intermedió Carlos tras voltear con su dorado cabello al viento.

Inmediatamente, Daniel cerró la puerta con una pierna y por consiguiente, dejó la cesta en el suelo con un gesto algo hosco para en su lugar coger el cuaderno que le ofrecía.

— Ah, claro, eso — respondió secamente —. ¿Ahora ya os iréis?

— ¿Por qué tanta prisa? — fruncí el ceño —. Al menos podrías darme las gracias. Cualquiera diría que estás escondiendo algo ahí dentro.

Las respuestas a mis dudas llegaron por sí solas y nunca mejor dicho. Incluso Daniel palideció al volverse a abrir la puerta. La mujer de veinte pocos años que antes habíamos visto aguardando cerca del instituto apareció nuevamente, cubriendo su entera desnudez con una camisa algo holgada de Daniel, la cual le llegaba prácticamente hasta las rodillas. Al reparar en nosotros nos sonrió cuan gata zalamera.

— ¿Son tus amigos, Dani? — preguntó la joven de lo más curiosa.

Tensé los puños.

¿Quién te crees que eres para llamarle Dani?, pensé con una profunda irritación.

— Oh... — Carlos, a quien de repente parecía haberle comido la lengua el gato, apartó veloz la mirada de ella conforme un rubor hacía acto de presencia en sus mejillas.

Entonces, la mujer se aferró al brazo de Daniel de igual modo o mucho peor que una insufrible garrapata.

— Bueno — dijo ella y acto seguido giró la cabeza hacia Daniel —. Voy a cambiarme, vaquero. Ya te llamaré en otra ocasión, me lo he pasado muy bien. Tu recompensa la dejé donde tú bien sabes.

— Eh... De acuerdo — dijo Daniel correspondiendo sin rechistar el beso que ella le dio.

Aunque más que un beso parecía que le estaba comiendo la boca de cabo a rabo, con campanilla incluida. Carlos, muy disimuladamente, hizo uso de su inhalador. La escena en sí nos estaba afectando a ambos, mientras que a él le causaba vergüenza ajena para mí... era demasiado doloroso ver aquello.

Sí, vete de una vez. Y ten cuidado de no desnucarte al bajar las escaleras, los accidentes son inevitables, pensé con los puños apretados al cien por cien.

Tragué saliva. ¿Y si esa mujer era en verdad su novia? Nadie llama a una persona vaquero porque sí. Eh... ¿en serio? Pestañeé. ¿Alguien más mayor que él? ¿Alguien tan... tan...? ¿A quién pretendía engañar? Envidia aparte, ella era realmente preciosa. En cuanto la mujer se hubo marchado, permanecimos los tres en silencio sentados en el viejo sofá que ocupaba gran parte de la pequeña estancia que Daniel llamaba su hogar. Tanto la cocina (con una nevera más vieja que una momia), como el comedor (un simple sofá y una mesita en la cual se iban acumulando latas de cerveza vacías, comics y videojuegos) y su dormitorio (una cama con sábanas revueltas) estaban conectados sin pared, por otro lado, el baño tenía cierta intimidad debido a una cortina con pececillos de colores que había colocado a modo de puerta.

— Esa chica era mucho más mayor que tú — repetí testaruda —. Al menos le echaría unos v-veintiún a-años. ¿Acaso me equivoco?

Carlos carraspeó con cierta incomodidad pues conocía de sobra cual sería el fatal desenlace. Otra disputa enzarzada entre Daniel y yo se sumaría a una lista que parecía un no acabar. Lo que ninguno se imaginaría es que una buena intención por mi parte terminaría en la pelea más intensa de hasta ahora.

— Mi vida privada no es asunto tuyo — soltó Daniel a la defensiva, encendiéndose un cigarro a la par que se rascaba una pierna con el pie desnudo al colocar ambos sobre la mesa. Su tono de voz fue firme y aún con mayor gravedad cuando se dirigió a Carlos —: ¿No se te pasó por la cabeza que estaba demasiado ocupado cómo para escuchar tu dichoso mensaje de voz? Ya que te apareciste por mi casa pudiste haber llamado antes a la puerta, así nos ahorraríamos algunas cuantas sorpresas. ¿Y si me hubierais pillado en plena faena? No hubiese recibido las pelas, ¡no hubiese tenido comida esta semana! — su cuello adquirió un tono rojizo y no precisamente por vergüenza.

Carlos eludió su pregunta con éxito.

— Nunca acostumbras a cerrar con llave la puerta de tu propia vivienda, en lugar de nosotros podrían haberse presentado ladrones — le dijo sosegadamente y al colocar una mano encima del hombro de su amigo pareció calmarse un poco.

— ¿Y qué iban a llevarse? — rió Daniel sin ganas —, ¿el dinero y los diamantes de la caja fuerte? — puso los ojos en blanco —. Os ofrecería algo que tomar, pero este mes ando con el cinturón apretado. A menos que gustéis de cerveza o pizza recalentada.

Carlos declinó la oferta por los dos con un cortés movimiento de mano. Sin embargo, aceptó de buen grado unos caramelos que Daniel conservaba en un tarro, mejor dicho una lata vacía de fabada en la cual había escrito con rotulador negro: "dulces espagueti".

— ¿Tú la quieres? — insistí con la vista clavada en mis zapatos como si estos únicamente fueran a darme la respuesta.

— No pienso responderte a una pregunta tan estúpida como esa — Daniel soltó un bufido despectivo.

— No pagues con ella tu mal humor — le regañó Carlos —. Quizás si se lo explicaras todo de una vez te ahorrarías tantas preguntas.

De repente, Daniel me observó de reojo, aunque sin comentar nada al respecto. A lo mejor estaba arrepentido de su actitud hacia nosotros o simplemente le daba igual. ¿A qué se refería Carlos con explicarme?, ¿qué me estaba Daniel ocultando? ¿No le había demostrado ya por activa y por pasiva que podía contar conmigo? ¿Por qué a estas alturas se mostraba en ocasiones tan borde e indiferente al mismo tiempo? ¿Quizás debiera romper definitivamente el pacto que aún Lucía y yo manteníamos porque ya no me merecía la pena? ¿Tendría que llegar a esos límites? No... no me veía capaz de algo como eso. Era cierto que no podía estar con él, pero me volvería aún más loca si no le tuviese cerca.

— Esta casa está sucia y desordenada — dije de improvisto, levantándome del asiento junto con un ligero crujido del mueble —. No puedes vivir en estas condiciones, hay que limpiar y... — salté contra la nevera y como bien supuse tan solo había latas de cerveza y algo de comida congelada (pizzas, hamburguesas, aros de cebolla...) Demasiada comida basura. Y también... me encontré con un sobre colgando de un imán, del que a su vez sobresalía un pequeño fajo de... billetes. ¿Y esto? —, comprar comida de verdad...

Daniel se me acercó con andares apremiantes y tras llevarse consigo el sobre con dinero (si éste hubiese colgado del cuello de alguien fijo que le hubiera arrancado de cuajo la cabeza) se lo metió entre el pantalón y el calzoncillo. Sin poder evitarlo ascendí de nuevo la mirada hacia su pecho...

Tápate, ¡por favor! ¡Así perderé el hilo de cualquier conversación...!

— No me digas que vas a ofrecerte a ello — me dijo Carlos sorprendido, había seguido los pasos de su amigo y antes que la mirada chispeante de Daniel me succionase el alma, se colocó en medio de los dos.

— Por supuesto. ¿Qué dirían tus padres si te vieran vivir en semejantes condiciones, Dani? — añadí conforme me remangaba la mangas, lista para la tediosa labor que me esperaba. El hecho de dirigirme a él de aquel modo, igual que lo hizo antes esa mujer, fue la causa de que enderezase en exceso la espalda —. ¡Manos a la obra! ¡Carlos!, tú encárgate de comprar la comida que te apunte (rápidamente me hice con papel y lápiz). Y Daniel, tú deberás ir a alguna lavandería con esa ropa sucia que cargabas hace unos momentos. De la casa me ocupo yo. Quedará perfecta, te lo prometo.

Ambos chicos intercambiaron miradas. A diferencia del madrileño, Carlos se mostró acorde desde un principio y tomó sin rechistar la lista de la compra que le entregué.

— ¿Por qué tendría...? — gruñó Daniel.

— Tranquilo, si es por el dinero pagaré yo. Y si es por el tiempo podemos coger tu moto. Nos acercaremos primero a la lavandería y luego tendrás el gusto de ayudarme con esto — le sonrió Carlos angelical.

— Yo no... — Daniel aún parecía dispuesto a protestar es por eso que Carlos hizo temblar a propósito sus labios y por consiguiente, fingió que iba a llorar de un momento a otro.

El madrileño reaccionó rápidamente, tomando consigo su cazadora de aviador y calzándose las botas. Sin decir ni pío, siguió los pasos de Carlos, quien sonreía divertido por haber conseguido su propósito. Me despedí al verles marchar y sin perder un solo minuto me puse manos a la obra.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro