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5. El chico que odiaba a las mujeres



Allá vamos... ¿Preparada?

Lucía se aclaró la garganta antes de despotricar sin ninguna compasión contra mi persona. Me preparé mentalmente para ello y reaccioné apretando los puños contra la falda de igual modo a un enfermo que muerde un palo conforme le operan sin anestesia alguna.

— ¿Quién te crees que eres, despojo del campo?, ¿desde cuándo tengo que ir YO detrás tuya cada vez que me surja un problema? ¿Dónde se ha visto eso? ¡Por tu culpa estoy sudando...! ¡Y alguien como yo no puede verse así! — tras otro reiterado movimiento de desaprobación con una de sus finísimas manos, Adriana se apuró en limpiarle la frente con un pañuelo de tela.

— Lo siento, no volverá a p-p-pasar... — me excusé débilmente, lanzando un profundo suspiro.

— Lo siento, perdona, disculpa... ¿Acaso no sabes decir otra cosa? Tampoco me sorprende, tienes el mismo cerebro que un mosquito. Escúchame, quiero que me hagas los deberes de literatura, los he dejado en ese pupitre de ahí — añadió Lucía al señalar un fajo de folios y cuadernos cuyas pastas apenas eran visibles por el conjunto de pegatinas purpureadas o fotos de ella misma junto con otros chicos y chicas.

No puedes hablar en serio.

— Pero... yo también tengo que hacer los míos, me pasaré toda la noche en vela... — tartamudeé con angustia al visualizar en mi mente dicha escena.

— ¿Debo recordarte algo, acaso quieres que tu amigo madrileño se dé el piro? — me amenazó Lucía de lo más mordaz.

De golpe, la presión en mis puños se esfumó, dejando caer sin vida ambas manos.

— L-l-o siento... — dije en voz baja.

— Ya me lo parecía a mí — resopló Lucía con aire triunfal.

— Lucía, ¿luego vendrás con nosotras de shopping? — inquirió Adriana mientras se retocaba el maquillaje blanco en párpados y labios, resaltando aún más su rostro tostado.

— Claro que sí, Adri. Me temo que la ropa de la semana pasada ya está fuera de moda — afirmó Lucía con una amistosa sonrisa.

— ¡He visto un anillo extraordinario! — comentó Adriana plasmando en las caras de sus amigas el folleto de una joyería con un nombre que parecía francés —. Ósea, de oro, claro está. La plata es tan poco digna de estar en mi suave y delicada piel... La última vez que me atreví a llevarla me salieron ronchas — se llevó una mano a la boca —, ¿podéis creerlo? Estuve varios días sin poder salir de casa — Adriana y Lucía rieron cómplices después de que me guardase en la mochila aquellos "deberes extras"

Que divertido.

— Zanahoria también vendrá con nosotras — añadió Lucía de repente, sus pupilas se habían clavado momentáneamente en mi figura como si todo lo demás dejase de tener importancia para ella, cosa que no me gustó y en breve tal inquietud por mi parte se vio en lo cierto —. Tengo que adiestrarte. Como habrás supuesto nos llevarás las bolsas e incluso si te portas bien puede que te deje verme probar ropa que tú ni en dos vidas más podrías permitirte — las chicas rieron con soltura —. ¿Alguna objeción, zanahoria? — inquirió a causa de mi brusco silencio, entonces sacudí violentamente la cabeza —. A las cinco en la puerta del instituto, no te retrases ni un solo minuto — ordenó con énfasis ante esto último.

A la orden, mi capitana. No la decepcionaré.

Sus amigas se marcharon nada más Lucía dictó el toque de queda, escoltadas por las gemelas y pese a ello, me demoré unos momentos en el aula cuan estatua de piedra. En el fondo de mi ser me hubiese gustado tirarla a la cabeza los cuadernos y también decirla que no era nadie para tratarme así. Sin embargo, el solo hecho de recordar a Daniel me hizo padecer un aguijonazo de lástima. ¿Habría sido él capaz de pasar semejante calvario por mí? Lo dudaba... ¿en qué estaba pensando? Si fuese yo quien de la noche a la mañana saliese expulsada del instituto, él se lo tomaría como una molestia menos.

Irónico. Y miradme a mí, en el lío que estoy metida. La vida es sin duda pura ironía.

Quizás Daniel nunca llegaría a enterarse de ello. O mucho peor y lo que mayor temor me causaba por encima de lo demás es que Lucía faltase a su promesa. Sin más preámbulos, y antes de darle demasiadas vueltas al coco, me cargué la mochila al hombro y salí de un aula completamente desértica. Terminadas las clases eran ya pocos los estudiantes que rondaban por el instituto, la mayoría se veían obligados o bien por estudiar en la biblioteca o bien por actividades extraescolares. Un grupo de chicas de primaria que cargaban lienzos, pinceles y pinturas atravesaron a toda prisa el pasillo consiguiendo que no se les cayese nada conforme otro grupo de chicos con trajes de kárate cruzaron apremiantes la esquina dispuestos a ocupar el gimnasio antes que nadie. Uno de ellos, de cabello rojizo, se cayó al suelo antes de poder alcanzar al resto de sus compañeros, quienes no hubieron aminorado la marcha pese a tal percance.

Un club estudiantil podría ser divertido, me hubiera gustado unirme a las chicas de primaria y así pintar sobre lienzos horas y horas. Me encanta. Lo mismo que leer, aún cuando siento no tener párpados y los propios brazos se me hacen demasiado pesados por el hecho de haber cargado el libro durante un largo tiempo.

— La vida es muuu agitada, incluso para los adolescentes — me asustó Daniel que jugueteaba con su viejo maletín a modo de avión. No sabría decir con certeza en qué momento habría aparecido a mi lado. Y tampoco la razón de que ahora se dignase a dirigirme la palabra, aunque se notaba a la legua que no lo hacía con grato entusiasmo. Me olía a que Carlos andaba detrás de ello —. Arrea, tienes suerte ya que hoy puedo acompañarte a tu gran... casa. Pero procura no vomitarme en la moto o te obligaré a limpiarlo hasta que te salgan callos entre los dedos.

Es todo un caballero, sí señor. Solo él sabe cómo hacer que te sientas una princesa.

— Muy amable por tu parte, no hace falta. En realidad tengo otros planes, así que tomaré un pequeño tentempié mientras tanto — decliné su sugerencia con los labios fruncidos.

A Daniel aquello le sentó igual a si le hubiesen dado una patada en los mismísimos cataplines.

— ¿Y con quién has quedado si puede saberse? — arrastró las palabras con mirada desafiante —. ¿Con tu amigo imaginario?, ¿Peter Pan?, ¿o una clase de canto con los pájaros y ardillas del jardín?

¡Ah!, ¡no aguanto ese sarcasmo suyo!

— ¿Acaso te importa demasiado? — le pregunté con la mirada puesta al final del pasillo, Lucía junto con su grupo de amigas se cuchicheaban las unas con las otras al oído nada más una fémina pasaba por su lado.

— Por supuesto que no, pero hay a quien sí le importa que puedas meterte en líos — respondió Daniel, rascándose el pelo.

— Lo sabía, con ese alguien te refieres a Carlos — no pude evitar sonreír —. Dile que no se preocupe, que todo marcha bien.

Daniel soltó un suspiro.

— Si se le mete algo entre ceja y ceja no hay fuerza sobrehumana que le pare los pies — comentó Daniel y, al reencontrarse nuestras miradas, ladeó veloz la cabeza hacia un lado.

Tragué saliva con dificultad.

Quizás... ahora sería un buen momento...

— ¿Puedo hacerte una pregunta...? — exclamé de sopetón al tiempo que escrutaba su rostro sin apenas parpadear.

Tengo que preguntárselo. Me merezco una explicación.

Daniel se hubo esperado cualquier cosa menos eso y una expresión de completo desconcierto se hizo con su cara hasta adueñarse también de su mirada. Aquel habitual ceño fruncido suyo se hizo aún más notable que nunca.

— Eso depende, ¿qué bicho verde te ha picado ahora? — soltó.

Hice una breve pausa.

Vamos... tú puedes. ¡Pregúntaselo, Luna!

— ¿Por qué me o-odias t-tanto...? — las palabras me salieron por sí solas, atravesándome la garganta a una velocidad cegadora hasta acabar estampándose contra Daniel, quien disimuló una mueca nerviosa —. ¿Es porque soy nueva?, ¿no ser de aquí? ¿Ser cercana a Carlos? — Daniel negó con la cabeza cada una de mis ideas junto con un bufido que hizo ondular sus sonrosados labios —. ¿Entonces por qué?, ¿por qué? ¡Quisiera saberlo! ¡Por favor!

Súbitamente, el brillo en su mirada menguó cuan rayo de luna.

— Ya sabes, eres una mujer — respondió sin el menor titubeo y haciéndolo a propósito me dio la espalda —. ¿Contenta, cabeza de cerilla?

Me quedé a cuadros por semejante respuesta. Petrificada.

¿Qué soy una mujer, dices? ¡No puedes estar hablando en serio!, ¡es absurdo!

— ¿Esa es tu excusa?, ¿el qué sea una mujer? Si esto se trata de una broma no tienes buen gusto — le obligué a mirarme tras tirarle de la cazadora.

— ¡Ay, deja de hacer eso! — repuso con frialdad, desembarazándose de mí con apuro —. ¡No es ninguna broma!, ¡todas sois iguales! Incluso tú, las que vais de mosquita muerta luego sois las peores — Daniel dio la sensación que algo relacionado con el género opuesto debió marcarle profundamente en su tiempo cómo para generalizar de una manera tan cruel a cada una de las mujeres del planeta.

Al darse cuenta que había alzado demasiado la voz, resopló con cierta pausa.

— No vuelvas a hacerlo, no vuelvas a tocarme cuando te venga en gana. ¿Entendiste? — me ordenó a regañadientes, temblando sus labios por un instante.

— ¿Por qué debería hacer caso a alguien que ni siquiera me llama por mi verdadero nombre? — me encaré con él.

Entonces, Daniel me dedicó una sonrisa torcida.

— Vaya, vaya. Mírate. Empiezas a sacar tu carácter. Ya era hora, pequeña. Continúa, quiero saber hasta dónde eres capaz de llegar.

Negué con la cabeza.

— Olvídalo, no tengo tiempo.

— ¿Quieres saber otra cosa? Tú y yo no podríamos congeniar ni aunque fuésemos los únicos supervivientes de una invasión alienígena — comentó Daniel con tono desafiante.

Verdaderamente parecía disfrutar de aquella infantil discusión verbal que a mi pesar yo misma había comenzado. Me mordí el labio.

— Y tú eres incapaz de congeniar con ningún ser de éste u otro mundo. Puede que a mí me pase por timidez, pero en cambio tú... eres una persona que por propia voluntad se esfuerza en que las cosas ocurran de ese modo.

Atónita, Daniel me sonrió de oreja a oreja.

— Eres impresionante, doctora House. ¿Qué hace entonces una mente tan sobresaliente como la tuya en un lugar como éste? ¿No estás de acuerdo conmigo? — se pavoneó con risa floja.

Suspiré.

— De lo único que estoy de acuerdo contigo es que soy una mujer. Y tonta. Muy tonta... por compadecerme de alguien como tú — dije con tanta seriedad que Daniel selló sus labios y fue entonces cuando le propiné tal empujón que aboyó ligeramente una de las taquillas al estrellarse contra ésta.

¿Cómo pude preocuparme de un tipo como él?

Quería alejarme de su lado y en verdad luché con mucho empeño por no derramar ni una sola lágrima en su presencia. Y sin darle ninguna importancia a cada una de las palabrotas que él pronunció en voz baja, me apuré en alcanzar a Lucía y su pandilla. Era un buen plan dado que el madrileño no las soportaba y mucho menos tendría la paciencia necesaria de acercarse a ellas. O al menos eso tenía en mente... pues se presentó a nuestro lado tras seguir mis pequeños pasos a base de grandes zancadas. Una fina línea recta tensaba sus labios.

Márchate.

Una vez se situó a unos centímetros de mi posición, se debatió seriamente en lo que diría a continuación conforme golpeaba la punta de las botas contra los listones de madera.

No será capaz...

— Ey, Barbie. Tengo algo que decirte — exclamó finalmente con su habitual pose encorvada, manos en bolsillos y ojos cansados.

Lucía, sobresaltada, dio una vuelta de 360º. Acto seguido, le dedicó una mueca de absoluto desprecio entretanto las gemelas hacían sonar sus nudillos en posición de ataque.

— Tranquilas, florecillas silvestres — les dijo Daniel con una sonrisa traviesa y las gemelas le fusilaron con la mirada.

— ¿Qué quieres?, ¿cómo te atreves siquiera a dirigirme la palabra? ¡Eres un cerdo! — gruñó de pronto Lucía y sus amigas (pese a estar asustadas) movieron afirmativamente las cabezas.

— Fuera de aquí — le amenazó Nerea.

— Largo — corroboró Alba las palabras de su hermana.

Daniel disimuló su malestar tras una sonrisa falsa.

— ¿Por qué no venís al entrenamiento que los de fútbol están teniendo? — al advertir la negativa de Lucía añadió con gran astucia —: Su capitán me pidió que te lo preguntase, le gustaría muchísimo que vinieras. Créeme, de la emoción incluso podría desmayarse — entonces fue apagándose el volumen de su voz, como si en realidad se hablase a sí mismo —, o irse por la pata abajo.

Nada más insinuar la palabra mágica (Carlos), la cosa cambió radicalmente de oscuro a blanco. De inmediato, Lucía y el resto de chicas aplaudieron entusiasmadas a la par que chillaban aceleradas una serie de palabras que nadie entendió a excepción de ellas mismas. Todas menos las gemelas, pues en ningún momento habían abandonado aquella posición erguida, de brazos cruzados y mirada amedrentadora. Reparé en que Daniel echaba un vistazo al reloj en su muñeca cómo quien anda calculando el tiempo, en esta ocasión el espectáculo que estaban protagonizando Lucía y el resto. Justo cuando Daniel regresó la mano al bolsillo, de igual modo cesó el alboroto de las chicas. Era difícil creer que se tratase de una simple coincidencia, quizás Daniel las conocía más de lo que creía. O al menos a Lucía, pues era la única persona del instituto (a excepción de Carlos y las gemelas) que no le temía ni salía corriendo al verle acercarse.

¿Ellos habrán tenido algo antes...?

— ¡Pues claro que iremos!, mi príncipe me necesita. Solo mis palabras podrán servirle de apoyo. Además, si me descuido cualquiera de esas guarras animadoras le estampará sus flácidas tetas en la cara — aceptó Lucía con competitivo entusiasmo.

Pese a ser Lucía la voz cantante, Daniel me miraba únicamente a mí de entre todas ellas. Sentí que el corazón se me paraba por un instante.

— Dile que allí estaré — exclamó Lucía como ultimátum antes de alejarse con sus amigas y las gemelas abriéndoles paso.

Sus gritos eufóricos retumbaron por los pasillos, asustando a algunos estudiantes de primaria que pasaban por allí. Lucía estaba tan emocionada que no reparó en que yo me había quedado rezagada atrás sin mover tan siquiera un solo músculo.

— ¿Carlos en verdad te dijo eso? — pensé en voz alta —. ¿Por qué...? Lucía es mala, ¿acaso la prefiere a ella antes que a mí?

No entendí el por qué Daniel reaccionó a base de carcajadas.

— ¿A nena no gustar plan? Ea, ea, ya pasó. ¿Quieres una piruleta? — se burló —: Pues tus "amigas del alma" parecían encantadas.

— No son mis amigas — le corregí y me mordí el labio con la intención de que en éste cesase el temblor —. Ya te dije que no voy a ir a casa, puedes marcharte sin mí. ¿A qué estás esperando?

Daniel hizo chasquear sus dedos.

— ¿Acaso crees que vine a suplicarte, cabeza de cerilla? Tengo mejores cosas que hacer, antes incluso preferiría depilarme las ingles con esparadrapo — entonces calló por un segundo, como si algo en su cabeza le hiciera contrariarse —. Grrrrr..., una promesa es una promesa...

¿Promesa?

— ¿De qué estás hablándome ahora? — le pregunté perpleja.

— De nada, nada... Olvídalo, esta lengua mía siempre me da problemas. Hablando de lenguas, ¿por qué te va el rollo de lamerle el culo a la gente? — me preguntó con una voz más ronca que de costumbre.

— ¿P-p-perdón? — exclamé sonrojada a más no poder.

Daniel me miró con sus ojos abiertos de par en par.

— Ya sabes, ese rollo de cuando alguien no te soporta te rebajas al punto de actuar tal y como esa persona quiere y de ese modo lográis "llevaros" bien. ¿No has escuchado el refrán de mejor solo que mal acompañado? Joder, después de todo cuanto Barbie te ha hecho te veo besándola los pies. Más que inocente eres gilipollas.

Es odioso... al igual que su lenguaje de chico callejero...

— ¡Yo no estoy haciendo nada de eso!, ¡y deja de faltarme el respeto! — exclamé entre una mezcla de tristeza y humillación que él detectó sin problemas.

— Claro que sí — por consiguiente, me selló los labios con su mano izquierda, su piel era áspera y cálida —. Mira, yo no soy espagueti. Si tengo que decirte algo ya sea bueno o malo lo haré en tu jeta. ¡Ya viste como Barbie te trató delante del resto de tus compañeros! ¿Es que necesitas otro cubo apestoso en la cabeza o quizás más zancadillas para que abras los ojos? Despierta, niña. ¡Ya!

Me estremecí.

Que bochornoso, sabe lo de los baños. Solo Carlos podría habérselo contado. Ahora no sé con quién de los dos estoy más enfadada.

No tuve el suficiente valor de responderle y en lugar de ello continué allí plantada cuan pasmarote aún cuando él se hubo marchado con pasos atropellados.

Tonto, es un completo tonto. ¡Si él supiese la verdad!, ¡seguro que no me habría dicho esas palabras tan horribles!

Por mucho que intentase aparentar madurez, Daniel siempre me seguiría viendo como a una cría.

Hablar con él es como empezar una guerra abierta y pese a ello no ceso en mi intento de acercarme. Quizás el servir a Lucía se tratase solo de una excusa por estar a su lado..., pensé con amargura.

Pestañeé con estrépito. ¿De veras había llegado a tal conclusión? Con un suspiro me apoyé contra las taquillas a la vez que repasaba mentalmente en mi cabeza aquellas historias románticas que se narraban en cada uno de los libros que hasta ahora había devorado. Frecuentemente existía un joven rebelde y repudiado por el resto al igual que Daniel. Mientras que la gran mayoría de las lectoras se enamoraban del otro protagonista, el perfecto hombre galán, en mí se daba el efecto contrario. Pues siempre ansiaba saber que le ocurría a ese otro chico y se me escapaban unas cuantas lágrimas ya que la gran mayoría de las veces su final era trágico. Amor no correspondido, asesinato, suicidio, abandono... Sin embargo, ya no tendría por qué seguir leyendo tales finales debido a que había encontrado personificado a aquel chico. Es por ello que no desistiría en mis propósitos, no iba a permitir que nada malo le pasase a Daniel. El que una manzana sea amarilla no significa que su interior no sea igual de dulce. Siguiendo ese mismo ejemplo, el malhumor de Daniel y su imagen de perro rabioso no le negaban de un corazón latiendo dentro de su pecho. Quizás fuese una completa suicida ante el reto de ganarme plenamente su confianza, no obstante, el reloj ya había comenzado a correr en mi contra... y no podía echarme atrás. Intenté mantener la mente en blanco tras aparecer en el baño de chicas en donde Lucía y sus amigas se habían encargado de acapararlo para ellas solas entretanto se retocaban apuradas el maquillaje. Los planes de ir de compras habían sido sustituidos en el último momento, al menos éste me entusiasmaba más. Pues podría ver a Carlos.

— ¿Cómo me veo? — les preguntó Lucía tras desabrocharse los botones de su polo y ajustarse el escote.

— ¡Perfecta!

— ¡Maravillosa!

— ¡Inigualable!

Lucía se echó a reír ante las respuestas positivas de sus amigas.

— ¿Y tú qué opinas, zanahoria? — me preguntó al aparecer por la puerta.

Con la vista fija en los zapatos, respondí:

— No lo sé.

— Bah, alguien como tú no sabría valorar la belleza ni aun teniéndola delante. Vamos, chicas, es hora de lucirnos. Aunque Carlos ya tiene dueña, no creo que haga falta tener que recordarlo — dijo Lucía levantando el mentón con gesto prepotente.

— Cierto, cierto — corroboraron ellas con muchísima cautela.

Permaneciendo siempre detrás, las seguí cargando sus bolsos de piel y pelo hasta finalmente aparecer en el estadio de fútbol. Los jugadores ya se encontraban practicando según las indicaciones que les daba el entrenador. En aquellos momentos serían aproximadamente las tres de la tarde. Lucía y demás se sentaron en las gradas de pintura escarlata y comenzaron a chillar palabras alentadoras sin perder por ello su pose coqueta. Ante semejante escándalo de corral, Carlos ladeó la cabeza con cierto sobresalto. Al darse cuenta de quienes eran me buscó presuroso con la mirada y nada más dio conmigo detuvo su carrera alrededor del campo. Uno de sus compañeros no se esperó semejante actuación por su parte y casi se lo llevó por delante.

— Oh, Lucía, ¡te está mirandooo! — voceó Adriana entre efusivos aplausos.

— Lo sé, ¿a quién, sino? — le dijo Lucía entre dientes.

Por favor...

Resoplé pesadamente, tanta tontería iba a hacer que enfermase. Tendría que tomar suficiente medicación cómo para poder soportar lo que sería mi realidad estudiantil de aquí a unos días... Y unos meses... ¡Hasta poder terminar Bachillerato y después graduarme! La sola idea me retorció el estómago. Deseé que esa realidad se tratase de un mal sueño y que tarde o temprano pudiese despertar.

Sí, como si fuera tan fácil.

Intentando no sucumbir a un ataque de nervios conforme los gritos de Lucía se hacían más notables que en un principio, desvié la vista hacia otra dirección. Los amplios jardines eran acariciados por la brisa y a su vez alumbrados por lo que era una cálida tarde. Parecían decirme en silencio que me acomodase sobre ellos y así evadirme de la realidad. Varios estudiantes ocupaban diferentes porciones de hierba en donde bien leían, hablaban o tomaban un tentempié lejos del barullo de cafetería. En esos momentos les envidié, hubiese dado cualquier cosa por ser uno de ellos. Por ser alguien libre sin ataduras a nada ni nadie. De entre todos ellos... me llamó poderosamente la atención un chico que descansaba sobre la rama de un árbol y silbaba una melodía pegadiza. Tenía que admitir que era valiente y ágil por mantener todo el peso de su cuerpo en una rama aún más fina que éste. Escudriñé en esa dirección queriendo averiguar de quien se trataba, hasta que dicho estudiante echó la cabeza hacia atrás, apartando la mirada... del cielo. Solo entonces pude reconocer de quien se trataba.

Tragué saliva, abochornada.

Daniel... Jope, me ha descubierto mirándole. ¡Jope!

De solo pensarlo di un soberano bote que me hizo levantarme de mi asiento e inmediatamente después los brazos me colgaron pesadamente a ambos costados.

— Ya que estás de pie cómprame un batido de fresa, zanahoria. No los venden en cafetería, pero hay una tienda a unas pocas manzanas de aquí, espero que no te pierdas — bufó Lucía —. Chicas, ¿vosotras queréis algo?

— Agua del tiempo.

— Patatas fritas light.

— Un batido cero de azúcar.

— Chocolate sin grumos.

— Date prisa — me instó Lucía con impaciencia —, y por tu propio bien será mejor que no te olvides de nada.

Las gemelas me propiciaron un empujón para que me apurase cuanto antes a mi nueva labor.

Como ordene la sargento, pensé enfurruñada.

Acto seguido, bajé la gama de escalones de madera y entonces corrí apurada, resonando mis zapatos contra el húmedo césped conforme esquivaba a chicos y chicas. Sin poder evitarlo, el corazón me latió violentamente contra el pecho al ir acercándome poco a poco al árbol en el cual se encontraba Daniel. Hice un gran esfuerzo por ignorarle y pasar a su lado como si nada. A los pocos pasos de alcanzar dicho árbol, una extraña sensación emergió dentro de mi pecho. Quise ignorarla hasta que él, colgándose cuan murciélago de la rama, clavó sus pupilas en mi rostro.

— ¡Saludos, chacha! — exclamó con los morros torcidos a un lado.

Daniel no existe... Daniel no existe... Daniel no existe..., me convencí.

Ladeé la cabeza al lado contrario del suyo, continuando con la carrera y aún cuando le dejé atrás pude sentir sus ojos clavados en mi cogote. Tras unos segundos de incansable movimiento ya pude alcanzar a ver la puerta principal, aguardando algunos estudiantes para ser recogidos bien por sus padres o incluso en limosinas. Deseé no ser el centro de atención al salir y es por ello que actué naturalmente como quien no tiene nada que esconder. No llevaba ni tres pasos dados y...

¡Pom!

Un sonido seco se hizo a mi espalda y de repente sentí que mis propios niveles de adrenalina se iban por las nubes. Antes de poder averiguar nada, unas manos se cerraron en torno a mis hombros hasta el punto de obligarme a voltear. Al querer reaccionar, el aliento con un toque a ceniza de alguien acarició mis mejillas al mismo tiempo que las hojas de los árboles revoloteaban a nuestro alrededor, forjando una espiral cuyo color era una mezcla de ocre y topacio. La seña del despertar temprano del otoño.

Sooo, no puedes salir o entrar de la cárcel sin pase — me explicó Daniel, adivinando sin problemas mis intenciones —. Supongo que Barbie y esas gatas que tiene por amigas tenían pensado echarse unas cuantas risas al verte pillada por el vigilante — avistó a lo lejos la cara de Lucía que reía, aunque insatisfecha a causa de sus fallidos planes.

Apartó sus manos de mí.

— Nadie me lo había comentado... ¿Cómo puede ser eso posible?, ayer no tuve ningún problema — tartamudeé.

— He dicho que hay un vigilante no que sea demasiado inteligente. Quizás al verte con la cazadora de espagueti lo pasó por alto al igual que cuando aparecisteis juntos esta mañana — me explicó Daniel, acentuando su sonrisa pilla al mostrarme un carné estudiantil con sus datos para luego hacerlo con el mío —. Cortesía de espagueti.

Lo recogí, esforzándome seriamente en que nuestras manos no se tocasen.

— Dile que gracias.

— Será mejor que vayas a cafetería — al notar la apatía que se hizo con mi rostro adoptó un tono de voz lo más amable posible (era evidente que se sentía obligado a limar asperezas conmigo si quería mantenerse al tanto de qué hacía o dejaba de hacer), no sin faltarle ese toque suyo de soberbia —: Puedes acompañarme, toca mi sexto papeo del día.

— Entonces será mejor que regreses a tu rama porque ahora no me apetece en absoluto tu compañía — le respondí tras retroceder de un salto.

Daniel me miró de soslayo.

— ¿Me has estado observando? — exclamó sin saber muy bien si tomarse para bien o mal esa información.

Sentí mis mejillas encenderse.

— ¡No...! Es s-solo que me llamó la atención que mirases al cielo... Otra vez... Además, no todos los días te encuentras con alguien que tenga el mismo gusto que los m-monos por subirse a los árboles.

Genial, menuda explicación tan tonta.

— Claro, es más normal desde lo alto de una torre custodiada por un dragón — se mofó Daniel sin poder evitarlo.

Alcé la cabeza con brusquedad ya que si quería mirarle a los ojos no me quedaba otro remedio. Daniel era de considerable estatura.

— Dios mío. ¿Esto te divierte, cierto? — le espeté con la respiración alterada.

— Por supuesto que — me guiñó un ojo —, sí. ¿Qué te parece si subimos juntos a la torre? — me preguntó travieso, sabiendo de sobra que no podría ni tan siquiera escalar un centímetro del tronco —. Compartiré mi cielo azul contigo.

— El cielo no es nada tuyo — le corregí severa, apartándome un mechón de los ojos con un raudo movimiento —. A propósito, ¿qué te hace pensar que pasaría mi tiempo contigo? ¿Para que sigas con tus consejos de sabiondo o en su lugar te burles de mí? Esto se ha convertido en toda una rutina para ti. ¿Y no te olvidas de algo?, ¿qué soy mujer y tú las detestas?

Daniel se encogió de hombros con aparente tranquilidad.

— Aún no estoy muy convencido de eso, ¿no me estarás ocultando algún cable suelto por ahí abajo? — se rió con tantas ganas que algunos gorriones que descansaban en las copas de los árboles retomaron asustados el vuelo —. Se te da muy mal aceptar las verdades, pero no te sientas especial ni mucho menos, soy así de cabronazo con cualquiera. Me gusta picarles y saber cómo reaccionan y las princesas como tú sois mi presa favorita. Apenas eres capaz de plantarme cara, tan solo te me quedas mirando con expresión de vegetal. ¡Ja!, no sé adónde quieres llegar al ser tu mayor insulto tontín. ¡Cuidado!, ¡que si te envalentonas puedes llegar a soltar incluso tonto! ¿Verdad?, ¡debes sentirte tan cansada! — aplaudió.

Fruncí el ceño. Daniel se creía que por tener un vocabulario soez era más que los demás y de paso también le valía para engrandecer aquella fama oscura que le perseguía. Sin más preámbulos, propinó unas suaves palmadas contra mi cabeza hasta dejar su mano apoyada en ella como si yo fuese en verdad un adorable cachorrito.

— No está mal para empezar. Ahora sé buena y dame la pata. ¿Por qué leñes me miras así? Está bien, te pediré algo más sencillo. ¡Sit, sit! — su pronunciación del inglés fue tan pésima como yo caminando sobre zapatos de alto tacón.

Resentida, me deshice de su mano antes de salir disparada como alma que lleva el diablo. Sin embargo... una parte de mí ardía en deseos por girar la cabeza y saber si él no había apartado en ningún momento la vista de mi persona... o si se habría tomado la molestia de seguirme. Pero no podía darme tal gusto. Intentando serenarme me dispuse a cumplir mi cometido en la cafetería Exquisitá, a través de los cristales pude observar a una señora que atendía las peticiones de unos pocos estudiantes y profesores. Me apuré a entrar a causa del pensamiento que me hacía creer que de un momento a otro la mano de Daniel iría a ceñirse a mis espaldas, ganándome por ello unas cuantas miradas curiosas. Inmediatamente, me puse a la cola. Fui a sacar mi cartera cuando entonces el aire en mis pulmones se esfumó de golpe y por consiguiente, los dedos me temblaron hasta el punto de tener que esconder las manos en los bolsillos.

¿Qué es exactamente lo que Lucía me ha ordenado comprar? ¿Refresco..., patatas...? ¿Acaso chucherías...?

Conforme me estrujaba seriamente los sesos la mujer iba despachando a los estudiantes que estaban por delante de mí y con ello se iba acercando mi turno... y una vez llegó tuve la suerte de conseguir acordarme de todo lo que debía comprar. No obstante, esa sensación de alivio se fue tan pronto la señora desplegó sus labios al decir:

— Son cincuenta euros, jovencita.

La inexistencia anterior de aire en mis pulmones fue ahora remplazada por un puñado de piedras pesadas que me hizo hundir los hombros.

— ¿P-perdone...? — titubeé.

¿De qué está hecho el chocolate, acaso de pepitas de oro?

— Cincuenta euros — repitió la mujer, ceñuda —. Si pudieras apurarte, por favor, tengo más clientes que atender.

No pude tragar saliva pues la propia garganta en sí se me había secado al instante. Tampoco disponía del suficiente dinero para poder permitirme semejante pedido y me producía gran apuro decir eso delante de semejante público. Por mucho que se lo dijese a la señora entre susurros los estudiantes que se encontraban a una corta distancia de mí se enterarían sin problemas. Quise que la tierra me tragase en el agujero más remoto y oscuro del planeta.

— ¡Ey!, ¿qué cree que hace el madrileño? ¿Por qué se cuela? — escuché decir de repente a un estudiante entre medio enfadado y medio asustado.

Un murmullo general se hizo en cafetería y con la comidilla de aquel supuesto madrileño que se había colado.

Me mordisqueé el labio.

Ojalá se trate de otro madrileño... Por favor.

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