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4. Dudas



Pese a que el sol brillaba con fuerza en el firmamento, cada minuto que pasaba corría en mi contra, pues todo a mi alrededor se hizo cada vez más y más oscuro. El murmullo general del patio resultó tan lejano que solamente alcancé a escuchar el canturreo que silbaba el viento, arrebujándome en mi abrigo de lana color verdemar cuando éste cobró más fuerza. Eso y tener que recolocarme la diadema si no quería que saliese disparada vete tú a saber dónde.

— Aunque lo intente no puedo relajarme — suspiré con tristeza, apoyando la espalda ligeramente contra el pavimento grisáceo de la azotea.

Las copas de los árboles se movían de tal manera que parecían ser conscientes del agujero sin fondo al cual me había lanzado de cabeza.

¿Por qué he hecho algo así por alguien que apenas acabo de conocer? ¿Acaso me he vuelto loca?

Tragué saliva y a modo de acto reflejo me refugié de la luz del sol con ambos brazos, sintiendo a mi pesar su fulgurante calor penetrando uno a uno en cada poro de mi piel. La sola impresión me recordó a Daniel...

Quizás si permaneciese en esta posición durante varias horas seguidas podría conseguir su mismo cutis bronceado.

Sin embargo, esa no era la verdadera razón por la cual el madrileño se había paseado continuamente por mi mente desde hace unos cuantos y largos minutos, sino el papel que de ahora en adelante debería acatar si deseaba que el pacto entre Lucía y yo se mantuviese. Y este papel sería... actuar de ahora en adelante como su sirvienta personal. Sí, desde nuestro encuentro en enfermería mi vida de instituto se convertiría en complacer a Lucía y sus caprichos de niña mimada. Esa había sido la única manera que la hiciera decir "la verdad" de lo sucedido en el pasillo, pues tal y como había sospechado desde un principio, Daniel nunca le puso una mano encima. Y así como si nada, se presentó en el despacho de la directora Scott, fingiendo entre lágrimas de cocodrilo que todo se había tratado de un malentendido. Su actuación debió ser tan "prodigiosa" que se metió a todos (incluida a la directora) en el bolsillo. Aunque claro, ser la hija de cuyos padres hubieron pagado por la construcción y funcionamiento del instituto tiene sus ventajas sin importancia. En fin, ¿y si aquel supuesto pacto entre nosotras no funcionaba? No podía dejar de sentirme como la mayor de las tontas, ¿podría fiarme plenamente de una persona capaz de acusar en falso a alguien de algo tan grave? Aún recordaba la sonrisa maliciosa presente en los labios de Lucía conforme nos encontrábamos asolas en enfermería, aceptando cada una de las nuevas obligaciones que debería obedecer. Y si osaba siquiera resoplar... podría estropearlo todo.

No imaginé que el instituto sería así..., pensé decepcionada.

Se suponía que era un lugar agradable en donde alumnos y alumnas estudiaban, charlaban y se ayudaban entre sí. Incluso si tenías tanta suerte como las protagonistas de las novelas que solía leer, podías enamorarte. Pero no, este lugar se alejaba bastante de eso. Parecía un mar enfurecido en donde los peces más fuertes se comían a los más débiles y yo me incluía en el saco de estos últimos. Era una especie de huevo que no tenía la suficiente experiencia de valerse por sí mismo ante las adversidades que se le echaban encima. Me avergoncé de mí misma.

Luna, Luna, lamentándote no conseguirás nada...

¡PLAAAMMM!

De repente, la puerta se abrió con tantísima fuerza que quienquiera que fuese de poco le importó pasar desapercibido. Tardé en recomponerme del susto.

¿Quién podrá ser?, ¿algún jugador de kárate malhumorado? ¿O alguien cuya calificación de su último examen no le salió tan bien como se esperó?

Luego se dieron unos tres o cuatro pasos cuyo repiqueteo cesó aparentemente cuando ese alguien se percató de mi presencia.

Que no sea Lucía, por favor, por favor... ¡No estoy aquí! ¡Vete!

— Oh, no me fastidies... De entre toda la peña tuviste que ser tú. ¿Acaso no sabes que éste es mi territorio? Aplícate el cuento, ¡ahora!

Esa voz... ¡solo puede tratarse de él!

— ¡Daniel! — exclamé al encontrar su rostro a una distancia del mío, estaba de pie tras mi cabeza e inclinado un poco hacia adelante. No pude refrenar mis impulsos y es por eso que el madrileño enmudeció en el momento en que le aprisioné entre mis frágiles brazos, delatando cierta inquietud por mi parte. Dicho gesto le pilló desprevenido y una vez logró reaccionar, quiso desembarazarse de mí. Pero no le di siquiera margen pues era tal la presión que empleaba contra él que se vio forzado a postrarse frente a mí —. Gracias a Dios... — susurré y al ser consciente de nuestra posición, me aparté de él con un brinco —. Yo... e-estoy muy c-contenta... ¡De veras pensé que iban a expulsarte! Me alegra mucho que se haya solucionado.

Daniel se llevó una mano al pecho conforme intentaba desesperadamente recuperar el aliento.

— ¿Y no tienes otras cosas por las que preocuparte? — replicó con malas pulgas —. Lárgate y déjame en paz — acto seguido dio varias zancadas hasta darse la suficiente distancia entre los dos.

Sin ningún titubeo, se llevó un cigarro a los labios al tiempo que se sentaba junto al borde de la azotea, apoyando su rostro contra la verja y de ese modo poder contemplar ensimismado el cielo, lo hacía como si éste fuese la octava maravilla del mundo.

— ¿Por qué creíste en mí cuando todos en clase defendieron a Lucía? — le pregunté una vez me acerqué a él entre tambaleos.

Daniel expulsó a propósito el humo del tabaco en dirección a mi rostro, no pude evitar que se me escapasen unas cuantas tosecillas.

No es divertido, ¿sabes?

— Eso tiene una respuesta demasiada fácil, incluso una novata como tú ya se habrá dado por enterada del temperamento que se gasta la pija — Daniel comenzó a desabrocharse las botas reteniendo a su vez el cigarrillo entre sus apretados labios. Solo una vez sus pies quedaron expuestos al aire continuó con la conversación —: Barbie no soporta a chavales de su edad con más éxito que ella y mucho menos al ser de su mismo sexo. Lo que nunca se esperó fue que una granjera se ganase desde un principio la atención de espagueti. Ja, ja, ja, durante estos últimos meses ha sido igual de pegajosa con él que un herpes en el trasero y de pronto llegas tú y ¡zas!, consigues lanzarle la soga al cuello en menos que canta un gallo.

Daniel también ha malentendido las cosas. ¿Es que aquí si ya te ven junto a un chico se piensan que hay algo entre los dos? Y yo no le he lanzado ninguna soga a Carlos, ¡qué cosas tan tontas se inventa!

— Carlos y yo somos amigos. O eso espero. Me temo que os habéis hecho una idea equivocada acerca de nosotros — tartamudeé con un murmullo apenas audible.

El madrileño dio una fuerte chupada al cigarro.

— Escúchame — volvió la cabeza y por primera vez su mirada gatuna se fijó en la mía cuan garras de acero —, deja de hacerte la buena conmigo, ya te devolví antes el favor. Asunto zanjado, ¿no crees? Estamos en paz. Si no fuera porque compartimos la misma "amistad" (lo dice como si Carlos tan solo se acercase a mí por simple compasión. Ag...) con espagueti, ahora ni siquiera tendríamos esta estúpida cháchara sin sentido.

Mira que es borde hasta decir basta...

— Seré yo quien decida que amigos tener y cuáles no, ¿no te parece? — sacudí la cabeza con terquedad.

— ¿Es que no te has dado cuenta de cómo son las cosas por aquí? — lanzó intencionadamente a mis pies el cigarrillo que ya había consumido, desparramándose un poco la ceniza que aún estaba caliente —. No soy alguien fácil de tratar ni que tome a escondidas y en un árbol galletitas con caritas sonrientes — dijo con fría ironía —. Me gusta estar solo y eso no significa tenerte zumbando a mi alrededor como una maldita mosca cojonera .

— Oh, tengo miedo. ¡Eres el chico malo del instituto! ¿Qué debería hacer?, ¿darte mi cartera? — exclamé con sorna y ante su mirada atónita, añadí —: Sin embargo, eres todo amabilidad cuando se trata de Carlos. Creo que es con él con quien te muestras tal y cómo eres. Por eso no me soportas, al igual que dijiste sobre Lucía temes que te quiten algo que ya crees de tu propiedad — ¿qué me dices a eso, míster rebelde? —. No seas tonto, no he venido a ser la ladrona de nada ni nadie. Quizás no tenga experiencia en tratar con las personas, aunque he leído lo suficiente como para saber clasificarlas. Y tú, Daniel, eres fácil de adivinar, a menudo los de tu personalidad suelen ser los protagonistas en las novelas — por primera vez parecía dominar yo la situación, pues él era todo oídos y labios sellados —. Déjame explicarte entonces que tu mala imagen es tan solo la perfecta excusa que te permite huir de las personas, quizás porque tienes miedo de que descubran tu verdadero yo y te avergüences de ello.

Daniel se quedó tan pálido como el yeso. Ni tan siquiera se movió. Ni respiró. ¿Habría entonces dado en el clavo? De no ser así alguien tan extrovertido y bocazas como él ahora no parecería un muerto viviente de mil años recién salido de su lápida.

— Afortunadamente para mi salud no he leído ese montón de pasteladas, pero puedo decirte desde mi propia experiencia que si juegas con fuego — encendió su mechero y sin vacilar un solo segundo apagó dicha llama con su dedo índice y pulgar. No hubo muestra de dolor por su parte —, te quemas — su mirada ahora perdida en el firmamento resultó demasiado opaca.

Aquel chico era tan difícil de tratar como de soportar y en ese momento me conciencié sin ninguna duda que mi sola presencia le desagradaba hasta límites que todavía no lograba comprender. Quise continuar con la conversación, al fin y al cabo, tras someterme por él psicológica y físicamente a las órdenes de Lucía lo menos que podía darse es que fuésemos amigos. Quizás... tras un tiempo recordásemos esto y nos riésemos juntos de ello. No obstante, el único gesto que ahora podía conseguir por su parte era una mueca torcida y una mirada en blanco.

Mírale, ahí descalzo... mirando el cielo...

Entretanto buscaba las palabras adecuadas con que dirigirme de nuevo a él, la puerta volvió a abrirse. Y en esta ocasión apareció Carlos que al dar con nosotros nos saludó junto con un zarandeo de mano. Parecía que nos había estado buscando a ambos desde hacía rato. Era evidente que estaba contento pues su sonrisa era mucho más amplia que de costumbre. No pude evitar preguntarme de nuevo como Carlos había aceptado ser el amigo de Daniel. Era como si de la noche a la mañana el león congeniase así porque sí con el... ¿lobo?

Me siento un poco aliviada de tenerle aquí, quizás el ambiente se suavice un poco.

— Menos mal, Daniel, temí que no salieras de ésta. Desconozco el motivo que hizo que Lucía declarase, no obstante... — al sentarse a nuestro lado la voz de Carlos se trabó al darse cuenta que el ambiente no era precisamente de color rosa —. Chicos, ¿a qué vienen entonces esas caras tan largas?, ¿ha ocurrido algo que deba saber?

Sacudí la cabeza.

— Nada que merezca la pena contar — respondió Daniel al rascarse un pie por medio del otro y recuperando su frescura veraniega tanto en el aspecto como en el tono de voz.

Sí, seguro.

— Por tu propio bien será mejor que evites contacto alguno con Lucía. No sabemos por cuánto tiempo dura esa supuesta "amabilidad" suya y me temo que la directora Scott no aguantaría otra queja tuya por muy pequeña que fuese — Carlos le hablaba a su amigo como un padre enseñando a su retoño lo que está bien y lo que está mal —. Dejarás de cometer esos fallos que crees carecer de importancia. Entre ellos estará vestir adecuadamente el uniforme escolar, dejar de fumar en cualquier perímetro del instituto y llevar al día los deberes. Ah, ¡y prohibido las partidas de cartas!

— Debes estar de coña cuando tú eres el primero en no llevar la corbata y desentenderte de los zapatos — replicó Daniel malhumorado.

— Recuerda con quien estás hablando, señorito Sanz — rió Carlos sin maldad —. A propósito, Luna, acerca de lo que mencionaste antes... Ya sabes, que podrías solucionar este feo asunto. ¿A qué te referías exactamente si no es mucho pedir? Quizás debas agradecerle a ella que ahora estés aquí — estas últimas palabras se las dirigió exclusivamente a Daniel.

Ojalá pudiese contártelo. De veras que me gustaría... pero no puedo desvelar las sucias artimañas de Lucía a menos que quiera que Daniel salga expulsado.

— Tan solo tuvimos una pequeña charla... lo suficientemente intensa como para que ella recapacitase. Era imposible que Daniel hubiese hecho una cosa así — me apresuré en contestar sin estar muy segura de haber sonado lo suficientemente creíble.

De repente, Daniel me observó aún con más curiosidad que la primera vez que nos encontramos, quizás movido por mis palabras, quizás por puro aburrimiento... parecía estar volando a millones de años luz pese a encontrarse allí su cuerpo presente. Sentí una electricidad recorriéndome la columna vertebral de arriba abajo y abajo arriba. Fue por ello que encogí la cabeza antes de echar humo por las orejas.

— Mereció la pena — susurré con alivio.

Daniel volvió en sí.

— ¿Qué mereció la pena, dices? Hay que joderse. ¿Después de lo que Barbie te hizo encimas vas y te rebajas por alguien que apenas conoces? — estalló y supe que con esto último hacía referencia a su persona —. ¿Eres masoca o algo así? No debes dejar que nadie te trate así, ni Lucía ni su puñetera madre — con su dedo índice situado en mi mentón me vi en la obligación de levantar la cabeza —. No soporto a los blandengues, ¿sabes? Cuando vayan a por ti toréales tantas veces como sean necesarias. Pronto el enemigo acabará por cansarse y es ahí donde tendrás la oportunidad de vencerle.

Oh... yo...

Juraría que Daniel a su forma se había preocupado por mí pese a que jamás lo admitiría ni a punta de navaja.

— Sin duda hoy ha sido un día muy ajetreado para los tres, pero tarde o temprano la justicia cumple con su cometido — en ese instante Carlos habló de igual modo a un agente de policía. Luego se dirigió a mí con cierta culpabilidad en el tono de su voz —. Siento que he faltado a mi palabra... Bueno, prometí que te ofrecería mi ayuda siempre que la necesitases y una vez se presentó el caso fue Daniel quien se cubrió de esa gloria...

El madrileño se rascó la oreja como diciendo "no sé de qué me estás hablando".

— Carlos, me has ayudado desde el primer día — le corregí con una sonrisa antes de que se siguiera culpándose más de lo debido, él la correspondió con cierto apuro.

Debido a nuestra complicidad, Daniel se dejó caer pesadamente contra el suelo e hizo un gesto de mano (diciéndonos de ese modo que nuestras confidencias eran tan vomitivas como estúpidas). Tras exhalar un largo suspiro, regresó la vista a un cielo tan azul y claro que daba la impresión de ser el cristal de una pecera y las nubes los peces que nadaban a ras de ésta.

— Ey, si sobro me lo decís. ¿O sería mejor compraros unos baberos talla XXL? Quizás en vez de cabeza de cerilla debería llamarte babosa de fuego — era indudable que Daniel estaba celoso por estar yo acaparando toda la atención, aunque se esforzó en disimularle con un tono "sobresalientemente" inexpresivo.

Es como un niño chico y no puede evitar comportarse así.

Carlos no pudo contener la risa a lo que su amigo frunció el ceño.

— Y tú deja de reírte, a este paso vas a despertar hasta a los muertos — se quejó Daniel con tono infantil.

¿Muertos, eh?

— ¿Alguna vez os habéis parado a pensar en quienes están ahí arriba...? — les pregunté y súbitamente Carlos cesó con su risa. De inmediato, ambos chicos se dirigieron la mirada por tener yo ahora la voz cantante y también por el tipo de pregunta —. Desde pequeña he creído q-que las personas b-buenas nunca mueren, q-que se convierten en ángeles y encuentran un nuevo papel que cumplir en el cielo. Estoy segura que v-velan por nosotros aún cuando se pierde la esperanza — me mordisqueé el labio —. Yo aún recuerdo un ángel de negro entre la nieve blanca...

Cuervo, sé que fuiste real y no un producto de mi imaginación como me hicieron creer. A veces he deseado poder reencontrarnos, poder hacerte tantas y tantas preguntas...

El simple hecho de volver atrás en el tiempo, rehacer en mi cabeza la imagen de aquel joven que me salvó la vida a cambio de un pacto que jamás logré entender su significado, hizo que perdiese el hilo de la conversación. En su lugar, volteé entre ligeros temblores la mano hasta poder contemplar como tantas veces antes el símbolo de la rosa que seguía intacta pese a los años pasados.

Una rosa... que me une a él...

Al reparar Carlos en ella, sin consentimiento alguno se apuró en tomar mi mano, examinando dicho símbolo centímetro a centímetro. Durante un minuto que en mi opinión resultó eterno, sus ojos azules se fueron nublando poco a poco conforme barrían cada línea de dicha rosa hasta que logró decir:

— Jamás pensé que te gustarían este tipo de cosas. Dime, por simple curiosidad, ¿ha pasado mucho desde que lo tienes?

¿Acaso él lo conoce?, ¿podría ayudarme? ¿En serio?

— Pues hace ocho años — le respondí pensativa mientras hacía cuentas en mi cabeza —. ¿Por qué me lo preguntas?, ¿tiene esto algún significado que tú conozcas?

Eso sería sorprendente. Quizás así pudiese encontrarle... encontrar al ángel que me salvó de la muerte al ser solamente una niña.

Daniel no pudo aguantarse (o quizás ni se molestó en una hacer un mínimo esfuerzo) un bostezo. Más que bostezar parecía estar absorbiendo bocanadas de aire cuan enloquecida aspiradora.

Es evidente que el giro de la conversación no le atrae en absoluto.

— En realidad la palabra símbolo no lo define en sí — ahora Carlos recorrió la rosa con la yema de sus dedos —, sino "unión". Un sello de unión — Dios mío... si sabe tanto de esto él podría ayudarme... Es toda una casualidad que me haya encontrado con alguien como él... —. Mi padre es dueño de varios museos repartidos por todo el mundo, principalmente de fósiles, libros antiguos o reliquias de siglos pasados. Es por eso que desde pequeño me he visto envuelto en esa serie de mundos — ante mi incertidumbre Carlos barrió con la mirada cada rincón de la azotea... asegurándose de que a parte de nosotros tres no se encontraba nadie más. Como si las solas palabras que a continuación saliesen por su boca fueran en realidad un tema tabú —. Antes has expuesto tu teoría sobre los ángeles, pero toda luz proyecta una sombra que va ligada a ésta. ¿Has pensado alguna vez en sus eternos enemigos? — frunció los labios, como meditando antes de añadir —: los demonios.

Daniel cerró los párpados y pareció sucumbir de un momento a otro al sueño.

— Prefiero no pensar en ellos... — la voz me salió temblorosa y aparté mi mano de él como acto reflejo.

Fue entonces cuando dicho símbolo quemó de repente, como si me inyectasen un gas hirviendo con la menor de las delicadezas. Acto seguido, me tembló la mano sin yo quererlo, viéndome en la obligación de agarrarme el brazo antes de que la situación se volviese aún peor. Ladeé la cabeza con la urgente necesidad de evitar sus miradas (pues Daniel había abierto un párpado ante mi repentino comportamiento), eso y que el dolor debió reflejarse en mi rostro lo mismo que el agua cristalina. Mi brazo seguía siendo víctima de continuos espasmos y con cada uno de estos, el quemazón de la rosa aumentaba. Al pensar que me podría morir de dolor, tal sensación cesó al igual que había aparecido. Breve, quizás, aunque lo suficientemente intensa como para tener toda la frente bañada en sudor. Me sentía exhausta.

¿Qué ha sido eso?, es la primera vez que me pasa algo así.

— ¿Te encuentras bien, Luna? — sentí el peso de la mano de Carlos contra mi espalda.

Ya pasó todo. Tienes que tranquilizarte, Luna. Pese a que esto sea difícil de aceptar...

— Es solo un tatuaje, no resulta muy amable por tu parte que me asustes de ese modo — le repliqué tras ponerme en pie y sacudirme el polvo de la falda.

Oh...no...

Nada más hacerlo, tuve la misma sensación vertiginosa de quien carece de azúcar en sangre. Mi cuerpo bailó por segundos.

— Deberías sentarte... — Carlos se erguió justo a tiempo antes de que perdiese el equilibrio, sosteniéndome con determinación —. Luna, no tienes buena cara.

Ya me imagino.

— ¿Y de quién crees que es la culpa? — farfullé una vez me senté de nuevo con la cabeza escondida entre las rodillas, sintiendo palpitar mi cabeza con un ruido sordo.

— Cierto. Debí haber supuesto que con alguien como tú se debe ser más... cuidadoso a la hora de tratar ciertos temas — Carlos cerró sus manos entorno a la mía, desapareciendo a la vista la rosa e inmediatamente el color sonrosado retornó a mis mejillas —. Me temo que debo ausentarme, dentro de unos minutos tengo entrenamiento. Daniel, ¿serías tan amable de permanecer con Luna? No vaya a ser que de nuevo pierda las fuerzas.

Daniel abrió ambos párpados al mismo tiempo.

— ¿Acaso quieres matarme de aburrimiento? — soltó nada dispuesto a ceder.

¡Ñiccccc!

La puerta de la azotea se abrió por tercera vez.

— ¿Luna?, ¿eres tú? ¡Por fin te encuentro! — nos sobresaltó la voz de pito de una estudiante, concretamente la mejor amiga de Lucía. Era alta, fina y de prominentes mejillas. Acostumbraba a untar sus labios en cacao de fresa y a diferencia del resto de la pandilla, su largo cabello rubio le caía por los hombros cuan interminable cascada de tirabuzones —. Lucía está furiosa, lleva un buen rato buscándote por todo el instituto. Yo que tú no la haría esperar más, sígueme.

Oh, claro. Ahora soy su fiel sirvienta, ya estaba tardando.

— Anda, que interesante. ¿Y cuál es el motivo de dicha reunión, Adriana? Quizás me una yo también — repuso Carlos con una arruga en el entrecejo.

— Ósea... Carlos... Ósea, esto... Ósea... — parecía que hasta ahora Adriana no se había dado cuenta de la presencia de mis dos acompañantes.

— Que alguien me meta un tiro — se desquició Daniel ante su bochornosa actuación.

Y al fijar Adriana la mirada en él retrocedió apresuradamente un paso. Y otro. Y luego otro...

— Es una historia demasiada larga de contar y ahora tenemos prisa — contesté antes que Adriana alargase más de lo necesario su espectáculo —. Quizás en otro momento. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo? Suerte con el entrenamiento.

Si Carlos quisiese sería capaz de sonsacarle fácilmente a Adriana hasta el último detalle. Es mejor largarse de aquí cuanto antes.

Carlos se nos quedó mirando aún tras desaparecer por la puerta. Daniel, al contrario, se mostró ajeno a todo aquello.

— ¿Por qué tanta prisa? — exclamó Carlos dubitativo.

— Ya la has oído, una historia demasiado larga de contar. Mira el lado positivo, nos hemos librado de tener que escucharla otro solo minuto más — le respondió Daniel y con aire despreocupado se rascó la cabeza.

Carlos parpadeó.

— ¿No me digas que has podido creerte una excusa tan mala? Incluso los niños de cuatro años mienten mejor que Luna — suspiró —, è inaudito (es inaudito). Tu inteligencia posee un corto límite de tiempo, hasta hace nada estabas dándole consejos y mírate ahora, das la impresión de caerte dormido de un momento a otro. Las neuronas se te corrompen fácilmente.

— Ya, yo también te quiero, amigo. Por cierto, vayamos directos al grano, ¿cuántos años tiene tu novia? — le preguntó Daniel enderezando a su vez la espalda hasta conseguir quedarse sentado.

— Quince años. Cumplirá los dieciséis en diciembre y... — de pronto Carlos se aclaró la garganta —. A propósito, nadie dijo que fuese mi novia. No pongas en mi boca palabras que no he dicho — le regañó junto con una mirada asesina.

— ¿Quince?, ¿bromeas? Aparenta menos edad, eso y que está tan plana como una tabla de planchar. No llega siquiera a la talla 90, te lo aseguro. Además — rió bribón —, es tan inocente que podrías timarla hasta tres veces y la menda no darse ni cuenta.

— Por eso necesita nuestra ayuda. No creo que te resultase agradable que los demás se aprovechasen de esa inocencia que tú tan bien has descrito — le espetó Carlos.

— ¿Y qué podríamos hacer nosotros para inflarle las bufas? — preguntó Daniel atolondrado.

— ¡No me refería a ese tipo de ayuda, Daniel! ¿Cómo has podido pensar...? Olvídalo, me niego a adivinarlo. Venga, desperézate de una buena vez, necesito que me escuches con total atención. Es muy importante.

— ¿Me pareció escuchar antes "nuestra ayuda"? ¿O quizás entendí mal por un tapón de cera? — exclamó Daniel, escarbando en su oreja de igual modo a si su dedo se tratase de una taladradora.

— ¿Te acuerdas lo que te conté de los baños, cierto? ¿O necesitas que te lo repita por quinta vez? — preguntó Carlos impaciente.

— No es necesario... — se precipitó en contestar Daniel —, es una de esas cosas que ya no se me olvidará fácilmente. ¿Y qué?, ¿tienes uno de tus brillantes planes en mente? — el semblante del madrileño adquirió una profunda seriedad.

— No debemos perder de vista a Luna, ¿acaso no lo escuchaste? Incluso el propio viento trae consigo mal augurio — dijo Carlos con los párpados cerrados.

El madrileño frunció el entrecejo.

— Tan solo escucho el rugido de mi propio estómago, eso me recuerda que tengo que picar algo — dijo al cabo de un rato tras intentar en vano imitar a su amigo —. ¿No crees que tu papel de defensor del instituto se te está subiendo demasiado a la cabeza?

— Tan solo hago lo que es correcto — se defendió Carlos.

— Ya, lo que tú digas. Por cierto, aquí hay algo que no me cuadra... tú sueles estar muy liado con los entrenamientos. Y si no es eso con esa lista de cosas aburridas que soléis hacer los ratones albinos de biblioteca como tú. ¿Cómo entonces planeas hacer de superhéroe y cuidar de la princesa en apuros?

— Exacto. Ahí entras tú — informó Carlos con aire triunfal y su sonrisa se fue haciendo mucho más amplia conforme el madrileño se tomaba su tiempo en asimilar las nuevas.

— ¿¡Yo qué...!? — soltó Daniel al fin, volando por los aires el segundo cigarrillo que se disponía a fumar —. ¡Ya le devolví el favor a cabeza de cerilla!, ¡no tengo por qué seguir relacionándome con esa mocosa! ¡Si esto es una maldita broma no tiene ninguna gracia!

— No creo que hacer el vago sea más importante. Por favor, Daniel, te lo pido como amigo. No todo el mundo soporta tan bien como tú ser el marginado del instituto — el madrileño hizo una mueca ante el último comentario —, me temo que los problemas no han hecho más que comenzar. ¿Por qué tras lo ocurrido Luna se cita con Lucía? — Daniel recuperó el cigarrillo perdido y una vez lo hubo encendido levantó un poco la cabeza para así expulsar el humo por la boca. Carlos sabía que las palabras que diría a continuación impedirían a toda costa que él se negase —. ¿Lo harías por mí?

Se miraron entre sí.

— ¿Tengo pinta de ser una guardería ambulante? Además, yo también tengo un trabajo que atender — protestó Daniel, cruzándose de brazos —. Si no cobro este mes no podré pagar el alquiler del ático y la casera me echará a patadas. No creo que me perdone otro retraso más.

— Deberías dejar ese trabajo... Podrías dedicarte a cualquier otra cosa, es solo cuestión de buscar algo que encaje con tus habilidades — opinó Carlos con amable empatía.

— No todos tenemos tu cerebro de emprendedor, espagueti — Daniel se forzó a sí mismo en no sonar demasiado desagradable —. Esto es lo único que se me da bien y ya lo tengo demasiado asumido. No me vengas a estas alturas con sermones de padres a hijos, me daría igual, sabes que no te haría ni puñetero caso.

— Cierto, pero también sé que cuando se te presenta una buena cantidad de dinero estás dispuesto a escuchar cualquier cosa que se te proponga — le dijo Carlos, imitando el tintineo de las monedas al caer.

— ¿Me ofrecerías pasta por ser su sombra? ¡Debes estar majara!, ¿te has escuchado bien? ¿Por qué tanto interés en cabeza de cerilla? Apenas la conoces. A menos que quieras echar un polvo, cosa que dudo mucho ya que eres de esa clase en extinción que espera estrenar su tintero en el matrimonio. En cuanto a ella, me da la impresión que no se abriría de piernas ni con cien mil zalamerías — súbitamente estalló en carcajadas —. ¡Ahora que lo pienso! Tío, ¡sois tal para cual! Por mi propio bien y el de la raza humana, espero que vuestra mojigatería no sea contagiosa.

— ¿Por qué siempre ves las cosas con semejante mente sucia? — suspiró Carlos ruborizado, sin darse por vencido —. ¿Lo harías o no, Daniel? Créeme, tu recompensa podría pagarte el alquiler de este mes, así que no habría necesidad de atender con tanto empeño tu trabajo. ¿Qué me dices? ¿Aceptas?

— ¡Joder!, tanto tú y yo estamos muy locos por hacer esto — exclamó Daniel con los ojos en blanco. De inmediato rechazó al ofrecerle Carlos un adelanto del pago, apartándole la mano con gesto amable —. Guárdate eso para una caja de condones... — ante el ceño fruncido de su amigo añadió veloz —: ¡Broma, era solo una broma! Oye — soltó una pequeña risa —, ¿por qué antes le hiciste esa pregunta? Ya sabes, acerca de esos bichos con cuernos y tridentes que escupen fuego.

Carlos pareció buscar las palabras adecuadas antes de abrir la boca:

— Hasta que no esté cien por cien seguro sobre ese asunto lo mejor será que no salte a conclusiones precipitadas. Aunque, eso no quita que ese supuesto tatuaje me dé un mal presentimiento.


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