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3. La trampa



— ¿Ocurre algo, Luna? Parece como si alguien te hubiese extraído el cerebro por el orificio auditivo mediante una pajita — opinó Carlos una vez terminó la clase de literatura y unía sus apuntes con clips de diferentes colores, atendiendo al escritor o época que tratasen.

Aprovechó los cinco minutos de descanso entre clase y clase para llevarse a la boca un caramelo de café. Entonces, saboreó aquel dulzón amargo con una amplia sonrisa como quien descubre su sabor por primera vez. Carlos adoraba cualquier golosina a cualquier hora, ya fuese durante la medianoche o el día. Si no era un caramelo, bien podría tratarse de regalices, piruletas, galletas con virutas de chocolate e incluso bollos de crema. Era todo un acertijo adivinar cuanto azúcar en sangre circulaba por su cuerpo. Aunque por mucha golosina que tomase, no alteraba en absoluto su atlética figura. Y tampoco su personalidad. Carlos extendió la mano con la intención de ofrecerme un caramelo, el papel que lo envolvía era de un suave color granate y en la parte superior de éste se podían leer las palabras "sabor naranja".

¿De verdad...? ¿De entre todos los caramelos que tiene tuvo que darme precisamente ése?

Le dirigí una larga e incriminatoria mirada, no obstante, en sus ojos no hubo rastro alguno de maldad. Y eso me descolocó, no supe si lo había hecho a propósito o en realidad no se hubo dado cuenta. Pese a ello, preferí no preguntar. Corazón ignorante, corazón insensible.

— No puedo quitarme de la cabeza a ese amigo tuyo — resoplé tras aceptar de buena gana su ofrenda.

Carlos dejó sus apuntes a un lado del pupitre.

— Le pillaste in fraganti en una partida de cartas, ¿me equivoco? — soltó de repente. ¿Así que lo sabías y no empleaste una de tus estrictas medidas disciplinarias? Sorprendente... —. No sé por cuantas veces más tendré que repetirle que deje ese tipo de hábitos. La cosa puede volverse aún peor cuando no tiene el dinero que se apuesta y éste sale de la cuenta corriente de otros — pese a no mencionarse, parecía que Carlos estaba refiriéndose a sí mismo. ¿Entonces no han sido ni una ni dos las veces que Carlos le ha salvado el pellejo a míster no me toques las palmas? —. Según él, padece de "complejo de rebeldía". Pero si te interesa mi opinión, te diré que actúa de ese modo para ganarse una mala imagen y con ello poder zafarse fácilmente del resto de personas — de pronto la voz de Carlos se apagó, cayendo en la cuenta de que en realidad había hablado demasiado —. En fin... tarde o temprano acabaría presentándotelo. Somos amigos desde hace años — por un segundo miró el techo —, demasiados en mi opinión.

— Eso es lo más raro que me has dicho hasta ahora — solté con los ojos en blanco —, sois dos polos opuestos.

Nunca pensé que habría alguien más cizañero que Carlos.

— ¿Significa eso que no te cae bien? — me preguntó Carlos sin poder reprimir una risa irónica —. Dale otra oportunidad, por favor. No va a ser divertido que andéis enzarzándoos a mí alrededor como el perro y el gato, ya tengo suficiente con teneros cerca.

¿Qué es eso de que ya tienes suficiente?

— Muy gracioso, Carlos. Y eso no depende de mí, sino de tu amigo. A propósito, ¿siempre es tan así con las chicas? Y-ya s-sabes...

En una fracción de segundo, Carlos abrió desmesuradamente los ojos.

— Ah, no debes preocuparte. ¿Acaso se sobrepasó con zalamerías antes de llamarte gorda? — podrías haberte ahorrado lo último, muchas gracias —. Estate tranquila. Daniel es igual a un simio bobalicón que, desde el minuto cero en que detecta feromonas femeninas, se pone a pensar con lo que le cuelga entre las piernas en vez de con esa escarola que le engulle la cabeza — se explicó con tono sosegado. ¿Qué escarola? —. ¿Ya te encuentras mejor?, no es porque poseas nada especial o algo parecido — en ese momento no supe si odiaba con mayor intensidad a Carlos o Daniel —. Daniel es un bocazas, pervertido, comilón, narciso, infantil — tomó aire —, egocéntrico, tacaño, egoísta, soberbio y capaz de escupir tantísimas palabrotas, e incluso inventadas, en menos de un minuto. No obstante, sí tienes problemas siempre podrás acudir a él, te lo digo por experiencia. No es tan tonto como aparenta y sabe escabullirse de situaciones que otros no podrían — añadió Carlos conforme subrayaba de amarillo unos apuntes.

Se ha quedado bien a gusto...

Inesperadamente, la puerta del aula se abrió de par en par.

― ¡Horaaa de jalar! — exclamó Daniel entrando a nuestra clase con una deslumbrante sonrisa.

Traía consigo varias bolsas de gusanitos, patatas y bolas de chocolate. Sin esperar consentimiento o invitación alguna, arrastró ruidosamente una silla hasta dejarla frente al pupitre de Carlos. Luego dejó caer pesadamente sobre éste cada una de las bolsas que hasta ahora había cargado consigo. Incluso un tonto se hubiera dado cuenta que fingía no haberme visto, es más, quería acaparar la atención de Carlos únicamente para él.

— Hablando del rey de Roma — murmuró Carlos sin conseguir alterarse por tal espectáculo mientras seguía absorto en sus apuntes.

— Gracias por la comida, espagueti — exclamó Daniel con el pulgar hacia arriba.

— ¿Gracias? — le preguntó Carlos levantando la cabeza con aire interrogante.

— Le dije a botijo que lo añadiera a tu cuenta — le explicó Daniel, supuse que con "botijo" se refería a la encargada de cafetería.

Parece que se dirige a cada persona por un mote. ¿Es qué acaso es tan corto de memoria que no puede recordar los nombres de quienes se le cruzan por delante?

Al darse cuenta que Daniel había entrado en clase, nuestros compañeros y compañeras optaron por marcharse o bien apartarse de él la mayor distancia posible. Fueron tales las miradas que le dedicaron (odiosas y asustadizas) que en vez del madrileño parecía haber irrumpido la mismísima Parca en su versión de carne y hueso. Sentí una punzada de compasión por él. Nadie se merecía ser tratado así, incluso alguien como Daniel. Aunque a él... parecía no importarle en absoluto. Eso me sorprendió.

— Entonces, ya que todo esto sale de mi cartera no tendrás ningún inconveniente en que Luna nos acompañe — dijo Carlos, dedicándome una cálida sonrisa —. ¿Dónde están tus modales, Daniel? — su voz se volvió maliciosa ante las intenciones del madrileño por empezar a comer sin tan siquiera esperarme, juraría que le divertía que al menos así tuviera menos comida que llevarme a la boca —, la dama aún no se nos unió.

— ¡Vale, vale! ¡Lo he pillado! ¡Eh, tú, acércate! ¿A qué esperas?, tengo tanta hambre que podría comerme una de esas vacas que dicen que cuidas... — Daniel cambió rápidamente el tema de la conversación al hacerse notable un ruido bajo el pupitre, parecía ser que Carlos le había pisoteado. Aún así, el madrileño continuó con su tono sarcástico —: No seas tan tímida. Quiero ser tu amiguito especial y luego ir juntos de la mano hasta tu casita en Disneylandia, mi preciosísima cabeza de cerilla.

Muy divertido, perdona si no me río.

— ¿De entre todos los motes que existen tuviste precisamente que elegir ese para Luna? — le reprendió Carlos, aunque parecía exageradamente contento por llevarse al paladar una simple bola de chocolate, la cual se fundió con cada movimiento de su mandíbula.

— Cierto, es demasiado largo. Agota hasta decirlo — suspiró Daniel, encogiéndose de hombros.

— Me refería a que debes dirigirte a las personas por su verdadero nombre — le espetó Carlos.

— En esta vida no siempre se consigue lo que uno quiere — respondió Daniel poco dispuesto a ceder ante una petición tan sencilla como esa.

Este chico no tiene remedio. Es un parche que nadie ha conseguido o intentado reparar.

Tímidamente, acerqué mi silla hasta encontrarnos los tres reunidos. Nuestros compañeros parecían aún menos contentos que antes, pues la tensión se respiraba en el ambiente y cortaba cuan afilados cuchillos de carnicería.

— ¡Carlos, nene! — resonó súbitamente en el aula.

Acto seguido, se me resbaló de entre las manos la bolsa con bolas de chocolate que sostenía, rodando el contenido en varias direcciones. La razón solo podía deberse a alguien en concreto.

Esa voz... es ella, pensé asustada.

Lucía se iba haciendo visible conforme propinaba unos cuantos empujones a quienes se interponían en su paso. De una manera exagerada y coqueta, dio una vuelta sobre sus propios talones y luego se dirigió exclusivamente a Carlos. El constante taconeo de sus botas retumbó una y otra vez, formándose un eco pese a haber personas en el interior del aula.

Ella me odia... y hará todo lo posible para que Carlos y yo no seamos amigos. Es como una de esas abejas reinas del instituto que se describen en las novelas románticas, detestan que otra venga y les quite lo que creen suyo durante tanto tiempo. Y si encima esa otra se trata de alguien como yo...

Me mordisqueé el labio, Daniel continuó comiendo (más bien engullendo) como si en realidad Lucía no existiese y, por último, Carlos alzó una mano con gesto malhumorado. Podía intuir sin problemas lo que vendría a continuación. Inmediatamente, agaché la cabeza ya que me sentía mal ante el hecho de que él diese la cara por mí, podría acarrearle serios problemas y eso era lo último que le deseaba a Carlos.

Para un amigo que puedo tener no quisiera que se metiese en problemas por mi culpa.

— Ayer te excediste con la bienvenida de Luna, ¿no crees? ― le dijo Carlos, poniéndose a su misma altura y mirándola directamente a los ojos.

Lucía, toda inocencia, hizo ademán de no entender a lo que se estaba refiriendo.

— Nene — ronroneó cuan gata zalamera —, ¿de qué me estás hablando? — su grupo de amigas nos rodearon con pose de brazos cruzados mientras que cada uno de mis compañeros y compañeras silenciaban sus conversaciones y de ese modo nos prestaban máxima atención.

Esto no me da buena espina.

Rápidamente, Daniel imitó el sonido que hace una máquina de la verdad cuando su paciente dice algo que en realidad es mentira.

— Deja de hacerte la inocente, ese papel no le pega a las tipas como tú — intervino Daniel en lugar de su amigo, sorprendentemente... ya se había devorado la bolsa de patatas por sí solo.

Oh... ¡no tiene pelos en la lengua! Algún día le romperán los dientes tras encontrarse con alguien que sea mucho más alto y robusto que él.

— Estaba hablando con Carlos, bobo. Además, ¿qué demonios haces tú aquí? ¿Por un casual puede que se te haya olvidado donde está tu clase? Pobrecito, cada vez va a peor... ¿No deberías estar ahora mismo atracando un banco o deambulando borracho por algún local de mala muerte? — dijo Lucía a regañadientes.

Daniel apretó los labios como si le lanzase un beso envenenado.

— Déjale en paz — replicó Carlos, tajante. Desde que le había conocido tenía por costumbre adoptar una actitud tranquila y de lo más sonriente. Pero ahora y tras haber insultado de una manera tan ruin a Daniel, su rostro era del todo adusto —. Y por favor, no vuelvas a acercarte a Luna bajo ningún concepto — ordenó tan frío como la escarcha.

La cara de Lucía adquirió un tono espectralmente pálido.

— Deberías dejar de ser tan amable, Carlos, ¡no te hará ningún bien! Juntarte con el delincuente y la granjera no es que dé muy buena imagen que digamos, tan solo la contamina. Sabes que me preocupo por ti — dijo Lucía con terrorífica inocencia y fingió secarse unas lágrimas inexistentes —. A propósito... sigo sin entender a que te refieres con lo de ayer.

Será mentirosa... Sí lo sabe, sí.

— ¿Quizás la palabra baño te "refresca" la memoria? — soltó Carlos inmune ante las artimañas de Lucía.

En vez de intentar remediar la disputa verbal que se avecinaba, Daniel se puso a comer los gusanitos de igual modo a si contemplase una película con Carlos de protagonista y Lucía de antagonista.

— ¿Perdona? Me temo que aquí hay un gran error. Ayer me pasé la tarde trabajando en el periódico del instituto, tú mejor que nadie sabes que ser el jefe de cualquier club estudiantil tiene sus desventajas y si no me crees pregúntale a mis compañeros. La granjera te ha mentido — replicó Lucía, sonándose la nariz junto con un ruido sordo.

— ¡Mentira...! — grité en apenas un susurro.

Lucía me fusiló con la mirada.

— ¿Cómo puedes acusarme sin pruebas? De veras... esto me hiere profundamente, no soy la bruja malvada por la que pretendes dejarme.

— ¿En serio? — murmuró Daniel con el ceño fruncido y medio gusanito saliéndole de los labios.

Lucía fingió no escucharle.

— Puedo asegurar — comentó de repente un chico con pelo castaño y gafas de pasta negra —, que estuvo en el club todo el tiempo.

¿Cómo...?

No fui la única sorprendida, pues Carlos había enmudecido de golpe, como si su boca se viese amenazada por un martillo invisible que quisiese lastimarle.

La están encubriendo. Es su palabra contra la mía. La palabra de una veterana contra una novata.

— Carlos... no creas nada de eso... — tartamudeé.

— Lucía está en lo cierto — corroboró otra chica con los ojos vidriosos clavados en las baldosas de madera —, estaba sentada a mi lado...

No...

Lucía esbozó una demoniaca sonrisa que tan solo me dedicó a mí.

— Y bien, ¿quién dice la verdad ahora? O mejor dicho, ¿no estarás utilizando una excusa tan tonta como esa para ligar con Carlos, granjera? — sus amigas estallaron en carcajadas y algunos chicos se unieron al escándalo entretanto Carlos me miraba sin mediar una sola palabra.

Se supone que debes creerme, ¿qué te pasa? ¡Dijiste que podía confiar en ti! ¡Ahora es tu turno de hacerlo! ¡No te mentí! ¿Acaso te crees que podría hacerme eso a mí misma?

— ¿Es que nadie va a creerme? — sollocé —, ¡ellas me tiraron un cubo con puré de pescado! ¡Lo juro!

Al dar varios pasos al frente con la intención de acercarme a Carlos, Lucía me puso la zancadilla, por lo que trastabillé hasta perder por completo el equilibrio.

Ay...

De no ser que mi falda era mucha más larga que la del resto de chicas del instituto, pues me llegaba hasta por debajo de las rodillas, la situación hubiese sido aún peor.

— Ahora dirá que también he sido yo — exclamó Lucía después de haber calculado bien su movimiento y que así nadie fuese capaz de delatarla.

— Era de esperarse en una pobre — susurró una de sus amigas.

— Lo hace porque le tiene envidia a Lucía — murmuró seguidamente otra.

— Esto no está bien — Carlos se dispuso a actuar, pero las amigas de Lucía le agarraron de cada brazo entretanto esbozaban una sonrisa socarrona.

Tengo que hacer algo...

Era inútil. Me encontraba sola sin ningún apoyo por el que poder sostener mi moral. Y con cada una de sus miradas, cuchicheos, dedos incriminatorios y amplias sonrisas me salió una lágrima tras otra. Los ojos me escocieron por ello.

Por favor... No me miréis, es demasiado vergonzoso... Yo...

— Ni hablar, eso sí que no — de improvisto una voz sobresalió con mayor fuerza por encima de las demás, perteneciendo a la última persona en imaginar que me echaría una mano... Daniel se había acercado a la oreja su teléfono móvil y entonces fingió mantener una conversación —. ¿Hablo con algún personal del zoo? Ajá, ajá... Han dejado escapar a unas cuantas hienas y están siendo de lo más molestas. Ajá, ajá... En lo que tardan en venir, ¿¡importaría demasiado si les pongo un jodido bozal!? — Daniel cerró su móvil con un fuerte "tac" y tras dar por finalizada su actuación, le dirigió una mirada a Lucía cuanto menos amigable.

¿Por qué lo hace?, se supone que no le caigo bien.

Inmediatamente, Lucía y el resto dieron por terminado el alboroto que hubieron causado sus risotadas. Es más, nadie se atrevió a reprocharle nada aún cuando Daniel, en vez de dar la razón a Lucía como hizo el resto, se acuclilló a mi lado con la intención de agarrarme del brazo y así los dos ponernos en pie al mismo tiempo.

Me está ayudando... alguien como él...

— ¿Pensabas plantar un pino ahí o qué leñes pasa contigo? No necesitas a nadie para levantarte — me recriminó Daniel pese a que me evitaba la mirada —. Anímate, al menos no he tenido que llamar a una grúa — añadió con una traviesa y torcida sonrisa.

Estaba tan desolada que ignoré su último comentario.

— Te vuelvo a repetir que esta no es tu clase, madrileño — le rugió Lucía, siendo la única que tuvo el coraje de hacerle frente pues el resto de alumnas y alumnos (a excepción de Carlos) palidecieron acobardados, agachando las cabezas —. ¡Márchate!

Él se llevó ambas manos tras el cuello y acto seguido depositó un tobillo encima del otro.

— ¿Cuándo se te ha pasado por la cabeza que vaya a obedecerte? Si al menos tuvieras tetas podría darse la posibilidad, pero como no las hay ni las habrá lo llevas muy, muy, muy crudo — soltó Daniel chulesco.

A decir verdad, ni yo ni nadie entendió el comentario de Daniel puesto que Lucía era una chica de voluminosa delantera.

— ¡Mis pechos son magníficos! — se alteró ella en exceso.

Carlos pestañeó un par de veces ante el inesperado giro de la conversación.

— ¿En serio? Yo más bien diría que son dos masas gigantes de silicona — dijo Daniel con el morro torcido.

Hubo una larga pausa en la cual Lucía tuvo la decencia de ruborizarse. Inclusive hasta las orejas. El resto de nuestros compañeros parecían sorprendidos de las nuevas noticias, incluso comenzaron a cuchichear entre ellos y Lucía reaccionó mirándome con un profundo odio, como si yo tuviese la culpa.

No puedo aguantar con esto...

Los rebeldes mechones de mi flequillo ocultaron unos ojos aún ahogados en lágrimas. Al disponerme a escapar del aula, la mano de Daniel se aferró firmemente en mi hombro, impidiendo dicha huida. Alcé tímidamente el rostro, intentando mirarle a los ojos, sin embargo, él mantenía la mirada al frente. Concretamente en Lucía. Aquello parecía tratarse de un duelo en pleno oeste en donde no se sabía realmente quien escupiría antes, si Daniel o Lucía, la palabra que más hiriese a su adversario y así proclamarse completo vencedor.

Déjame marchar, por favor.

— ¿Defiendes a la granjera? — soltó Lucía al pasear detenidamente la lengua por sus carnosos labios —. Era de esperarse, los marginados tienden a juntarse entre sí. A fin de cuentas, ya no eres el único, encontraste otra amiguita de tu misma clase social. Lástima, debe ser muy duro que nadie os quiera aquí, si desaparecierais de la noche a la mañana sería lo mismo a que estuvierais — farfulló con arrogancia.

¿Misma clase social?, ¿Daniel tampoco es un niño rico?

— Ja, ja, muy divertido. Dime, ¿esta vez no traes el colirio contigo? Nunca te ha venido mal a la hora de echar pestes sobre los demás frente a la directora. Sí, ya sabes, recuerdo esa vez en que le dijiste que tus compañeras habían perdido el disco con la canción para el baile de Navidad — la sonrisa traviesa de Daniel se ensanchó —, y en realidad lo tenías tú bien escondido porque te negabas a salir al escenario con semejante "señor alíen" en la cara — algunos chicos y chicas intercambiaron miradas ante estas últimas palabras —. Lo juro por Resident Evil que si fueras la única mujer sobre la faz de la tierra con la que pudiera acostarme preferiría antes hacerme un nudo ahí abajo.

Lucía ahora estaba tan roja como el propio chaleco de su uniforme.

— Hablemos f-fuera, ¿q-quieres? — exclamó ella a regañadientes al señalar el pasillo, su irritación con respecto a Daniel iba en aumento.

Daniel hizo una mueca por semejante proposición y antes de que la siguiera, conseguí retenerle unos segundos a mi lado al tirar insistentemente de su cazadora.

— Muchas gracias... — le susurré.

Entonces, él resopló molesto.

— No me fastidies, cabeza de cerilla. ¿Quién ha dicho que lo hiciera por ti? — me interrumpió con voz gangosa antes de sorber ruidosamente por la nariz —. Tan solo me aburría, en este sitio son todos una panda de sosos — acto seguido se dirigió a mí como si fuese un incordio —: Y ahora suelta, ¡baish, baish, baish!

Al querer contestar, él ya había conseguido zafarse fácilmente de mí y sin más dilación se fue tras los pasos de Lucía sin regresar la vista atrás.

— Luna, ¿estás bien? — me preguntó Carlos una vez apareció a mi lado.

— Creo que sí — respondí en apenas un murmullo —. Carlos, yo no te mentí... Lo que ocurrió fue cierto y...

¡Crasssssssssssssss!

Apenas había abierto la boca cuando de pronto el cristal de la puerta... ¡se partió! Por consiguiente, los pequeños trozos de este salieron disparados contra nosotros. Sin aliento, sentí como Carlos se arrimaba a mí a la velocidad luz y me retuvo contra su cuerpo hasta que el susto hubo pasado. Algunas chicas se habían agazapado en el suelo mientras que otros compañeros habían corrido hasta el extremo más alejado y de esa manera pudieron mantenerse a recaudo.

— ¿¡Qué ha sido eso!? — chilló asustada una chica de trenzas.

— ¡Socorro!, ¡socorro! — gimoteó alguien desde los pasillos.

No tuvo que pasar mucho tiempo hasta que alumnos y alumnas de diversas aulas abriesen las puertas de par y par y se apiñaran en los pasillos con la intención de saber la causa de lo acontecido. Carlos y yo incluidos.

Cielos...

Durante unos segundos no pude creer de lo que eran testigos mis ojos... Lucía estaba desplomada en el parqué, oprimiéndose con una mano el brazo izquierdo, del cual resbalaban varios hilos de un color escarlata brillante. Por el contrario, Daniel permanecía de pie, sin expresión alguna en su rostro y evitando a toda costa mirar a Lucía.

Imposible...

— El madrileño... — murmuró una chica de primaria.

— Oh, ¡pobre Lucía, ojalá le expulsen de una buena vez! — corroboró su amiga de ojos saltones.

— Sí... a mí también me da mucho miedo — susurró un compañero con ortodoncia invisible.

El eco de unos zapatos a lo lejos resultó la señal idónea para que chicos y chicas se hicieran a un lado. Una mujer anciana se acercó con una rapidez impropia de su edad, manteniendo el ceño completamente fruncido y haciendo destacar por ello las diversas arrugas que convivían en su marchito rostro. Vestía una chaqueta elegante de rayas con botones dorados, una falda color crema exenta de arrugas a juego con los zapatos que a juzgar por su aspecto impecable parecía haberlos estrenado el día de hoy. Al detenerse nos examinó uno por uno con sus ojos de águila rapaz. Se trataba de la directora del instituto Shakespeare, la señora Scott.

— ¿Qué ha pasado aquí? — exigió saber impaciente y al reparar en Daniel prosiguió diciendo con su dentadura postiza fuertemente apretada —: Debí suponerlo, alumno Sanz. Allá donde se encuentren los problemas, allá que usted estará.

— Señora directora — sollozó Lucía que aún no se había puesto en pie —, él se puso violento y... y... — comenzó a llorar tan exageradamente que sus amigas no tardaron en consolarla.

— No es cierto — le contradijo Daniel molesto —. La muy pava se lo hizo.

— ¿Cómo puedes mentir sobre un tema tan delicado? — estalló Lucía al mismo tiempo que se levantaba con la ayuda de su grupo —. Exijo que le expulsen, ¡YA! ¡YA!

Un «oooooohhhhhh» colectivo recorrió el pasillo cuan descarga eléctrica, sin embargo, eso no sirvió de nada pues Daniel se mantuvo en sus trece.

— Tu acusación es muy grave — dijo la directora Scott.

— Es cierto, señora directora, ¡yo nunca le mentiría! ¡Me temo que ya no podré permanecer en un sitio en el que se encuentre semejante animal! — replicó Lucía secándose unas lágrimas de cocodrilo.

— Alumno Sanz, acompáñeme de inmediato a mi despacho. Me veo en la obligación de llamar a sus tíos.

Ahora Daniel sí que pareció asustarse, pues desde el primer momento en que advirtió la palabra "tíos" sobresalir en los labios de la directora, una sombra nubló sus claros ojos.

— Señora directora, permítame decirle... — quiso intervenir Carlos por ello.

— Usted cállese, alumno Galliano — le interrumpió la directora.

Carlos dirigió la mirada a su mejor amigo, aunque no fue el único, era el centro de atención de todos y todas.

— ¡Leñes, le digo que no he hecho nada! — insistió Daniel conforme movía las manos a gran velocidad —. ¡Si llama a mis tíos sí que estaré en problemas...!

— He dicho que se calle y me acompañe sin demora — le cortó la directora Scott rumbo a su despacho —. Y usted, alumna Gómez, diríjase inmediatamente a enfermería. La herida podría infectársele, tendrán que darle unos cuantos puntos.

— Sí, señora directora — respondió Lucía tan obediente como un perro amaestrado.

Mi mano saltó contra mi pecho entretanto observaba a Daniel seguir los pasos de la directora. Él tenía la costumbre de no andar, sino arrastrar el calzado y en esos momentos arrastró sus botas más de lo habitual. Un estremecimiento se hizo conmigo. Carlos también parecía afectado. Fue en ese preciso instante cuando una sonrisa llena de malicia y superioridad se hizo con el rostro de Lucía.

Será...

— ¡Tú...! — murmuré. Aún así, ella me ignoró y marchó con sus amigas hacia enfermería, fingiendo que se desfallecía por el camino —. Daniel no hizo nada — dije con las muelas apretadas —, estoy segura.

— Daniel puede ser o hacer muchas cosas, pero nunca dañaría a una mujer — corroboró Carlos mis palabras con un gesto afirmativo de cabeza.

— Se metió en este lío solo por mi culpa... tengo que ayudarlo.

— La situación está complicada... — dijo Carlos con preocupación.

— ¡No digas eso! — exclamé en apenas un grito ahogado.

— No sé cómo podríamos sacarle de semejante embrollo — comentó Carlos llevándose una mano a la frente.

— Tiene que haber alguna solución... y creo saber cuál es — suspiré.

Nada más pisé enfermería se presentaron los problemas.

— ¿Qué es lo que quieres, sucia granjera? — me preguntó Lucía con la voz cargada de una repugnancia engrandecida. Tenía un parche encima de la herida que hasta hace unos minutos le había sangrado. Pronto e irremediablemente me vi rodeada por su grupo de amigas, como si fuese una especie de germen malvado que osase enfermar a su adorada diosa. Las dos chicas que eran de una corpulencia aún mayor al resto (de no ser por el pelo largo era fácil confundirlas con dos hombrecitos), eran por así decirlo las fieles guardaespaldas de Lucía. Pese a ser hermanas gemelas, había algo que diferenciaba a la una de la otra: Alba era cinco centímetros más alta y siempre acostumbraba a llevar el uniforme de los chicos. Mientras que su hermana Nerea había optado por la falda escolar (que parecía estar a punto de reventarle sí o sí), teniendo los brazos aún más musculosos y peludos que los de Alba. Ambas flanqueaban la camilla en la cual yacía Lucía de costado —. No quisiera alargar mi estancia aquí por culpa de tu pestilente olor a mierda de vaca.

Lo que tú digas.

Todas se rieron, pero la risa cavernosa de las gemelas estaba muy por encima a las del resto. Me esforcé con todo mi ser en que algo así no me afectase y en su lugar reuní el suficiente valor que pude para así hacer frente a aquel demonio disfrazado de adolescente.

— Tú mentiste — repuse.

— ¿Cómo te atreves a acusarme de ese modo, zorra pelirroja? — exclamó Lucía sobresaltada tras erguirse del colchón y hundir en éste sus uñas postizas.

Hizo tanta fuerza que algunas de ellas se partieron con un ligero crujido.

¿Zorra pelirroja?, prefiero no pensar en algo que rime con rubia de bote, pensé al reparar en las entradas oscuras que ya empezaban a ser visibles en su cabellera.

— Daniel no te hizo nada — proseguí con el corazón martilleándome bruscamente las costillas.

Lucía advirtió sin problemas el odio en mis ojos, enervándose por ello.

— ¿La sacamos de aquí, Lucía? — le preguntó Nerea que sonreía como una tonta conforme se acercaba apresuradamente a mí.

— Podemos arrastrarla del pelo si es preciso — añadió Alba crujiendo los nudillos con gesto amenazador.

Lucía me lanzó una mirada descortés y luego añadió:

— ¿Por qué debería mandar a mis guardaespaldas acabar con alguien más insignificante que un microbio? ¿Por qué debería tenerle tanto miedo? Ja, ja, ja. Que patética eres, monjita. ¿Acaso en esa Biblia tuya que abulta tu mochila no sale como debes tratar a los que son superiores a ti?

Mis piernas flaquearon y me vi obligada a apoyarme contra la pared si no quería caer. Ahora no podía rendirme, había llegado demasiado lejos. Tenía que hacer justicia. Tenía que salvar a un inocente de un castigo injusto. Tenía que... los ojos verdes de Daniel se cruzaron en mi mente en apenas una fracción de segundo. Lo suficiente para que dos lágrimas se desprendieran de los míos hasta caer junto a mis zapatos mientras mi corazón latía a una velocidad que ya sobrepasaba la normalidad.

¿Por qué...?

— Ni se te ocurra llorar delante mía, solo me faltaba eso. Y ahora escúchame con atención — me espetó Lucía y su desagradable sonrisa se acentuó —, y si antes mentí... ¿A ti qué te importa? Deberías sentirte agradecida por no haber usado mis dotes de actriz de Hollywood contra ti — añadió con un deje de lo más sombrío.

Alba y Nerea asintieron al unísono con aquella enorme calabaza que tenían por cabeza y apenas les dejaba constancia alguna de su flácido cuello.

— Tú... — susurré sin apenas aliento.

Lucía se llevó un dedo a los labios, mandándome callar.

— ¿A quién piensas que creerían? ¿A la alumna brillante y buena o a ese despojo de la sociedad? No olvidemos que fueron MIS padres quienes pagaron por la construcción de ESTE centro en donde ahora dejan entrar a pobretones como TÚ e imbéciles como ÉL. No pararé hasta que os echen a los dos y si no lo consigo... me encargaré personalmente de convertir vuestra vida en un infierno. Tanto que tarde o temprano no tendrás ninguna duda de tomar por ti misma la decisión de marcharte— enfatizó perversa conforme se regodeaba con sus amigas.

De golpe, se me contrajeron las tripas y pese a haberme presentado con la intención de defender a Daniel con una actitud firme y serena, ésta parecía haberme abandonado por completo... Ahora era yo quien necesitaba ayuda y sabía que, aunque desease mucho que alguien como Carlos apareciese en ese momento y le venciese en aquel duelo dialéctico, la realidad era otra muy distinta y es que nadie vendría a socorrerme. Me había metido yo sola en ese pozo oscuro y ahora debía encontrar también por mis propios medios la manera de salir de ahí.

— ¿Por qué h-h-haces e-esto? — le pregunté a la vez que me frotaba los párpados.

Lucía chasqueó los dedos y tras ello, Alba custodió la puerta de enfermería con el propósito de que ningún curioso husmease lo que no le convenía. La cosa no acabó ahí, Nerea me levantó del suelo con tan solo uno de sus nervudos brazos hasta arrojarme sin la menor de las delicadezas junto a los pies de la cama, Lucía sonrió con aire petulante. Escuché algunas risas de sus amigas a mis espaldas.

— ¿Por qué dices? Por favor, ¡es de lo más evidente! Es cuestión de tiempo que la basura comience a apestar y no quiero que eso pase en mi escuela, tan solo me encargo de quitarla de en medio antes que nos perjudique gravemente la salud. ¿Acaso no es sensato? Y ese chico... — al referirse a Daniel se le tensó una vena en la sien —, es de la peor calaña que te puedas encontrar. A ver si te enteras, monjita, que no todos son tan buenos como tú te crees. ¿Sabías que esa basura a la que pretendes defender apuñaló a un hombre por tan solo mirarle mal? — masculló al mismo tiempo que se escuchaba a Alba gruñirle a un grupo de estudiantes que buscaban un bote de tiritas.

Mi rostro adquirió un tono tan descolorido, apagado y macilento como el de un cadáver. No podía ser cierto... tenía que tratarse de otra de sus mentiras de mal gusto. Recuperé el equilibrio con cierta pausa porque parecía no llegarme del todo el oxígeno al cerebro.

— Eso no es cierto, Carlos dijo que... — conseguí articular al rato.

— Carlos es tan bueno que a veces se engaña a sí mismo sobre ciertos aspectos — me interrumpió Lucía, curvando sus cejas exageradamente finas y oscuras —. Necesita a alguien como yo que le quite la venda de esos bonitos ojos suyos.

— ¿Cómo p-puedes e-estar t-t-tan tranquila...? — tartamudeé —. ¡Engañaste a los demás!, ¡eres una mala persona!

Lucía soltó una risa llena de malicia.

— Oh, me pregunto cómo estará yendo la reunión. ¿Habrán dado ya un dictamen? Uy, uy, si es así me temo que alguien ya no volverá más por aquí.

Los rostros de sus amigas brillaron de alivio ante tal indirecta. Fue entonces cuando comprendí que las palabras no bastaban ni bastarían con alguien tan ruin como Lucía. Tan solo podía solucionar aquello si le entregaba algo a cambio. Algo lo suficientemente tentador para que ella estuviese dispuesta a ceder.

— Basta, Lucía. Por favor. Haré lo que quieras, cualquier cosa si dices la verdad. Ni Daniel ni nadie se merecen algo así, por favor — supliqué con un tono desesperado.

De repente, Lucía cambió por completo la expresión de su rostro, pareciendo que una o más bombillas hubieran iluminado su mente. Eso no me dio buena espina, sin embargo, no podía echarme atrás. No podía huir como siempre hacía al presentarse algún problema o bien las cosas girasen de un modo que a mí no me agradase. Estaba dispuesta a llegar hasta el final. Estaba dispuesta a... rebajarme hasta sobrepasar los límites por un chico que me había llamado gorda. Y fea. Un chico al que no le agradaba en absoluto. Un lobo solitario al que nada ni nadie le importaban. Un chico tan... tan...

Daniel.

— ¿Has dicho cualquier cosa, granjera? — repitió Lucía con una mirada evaluadora.

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